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Dramaturgo / María Verónica Duarte Loveluck |
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Juana de Arco
de María Verónica Duarte Loveluck
Soldado: Señor, se acercan, siento el calor de las tropas.
Dunois: Silencio. Podría ser el enemigo. Ve ahí, vigila.
Soldado: Nadie, señor.
Dunois: Ven, protégete del frío.
Soldado: El viento me cala hasta los huesos.
Dunois: Maldito viento, si no cambia no podremos llegar hasta la otra orilla.
Soldado: Me parece escuchar los susurros de los ingleses...
Dunois: El viento ha traído sus voces hasta aquí.
Soldado: Se diría que se creen dueños de la noche.
Dunois: Eso cambiará.
Soldado: ¿Escucha, señor? Un Búho.
Dunois: Mal augurio.
Soldado: ¿Llegará de una vez la doncella?
Dunois: Paciencia. Mantente alerta si quieres conservar tu cabeza.
Soldado: Ahí están, ahí están, veo su luz a lo lejos.
Dunois: Silencio. Que no traicione tu alegría el secreto con el que nos ha cobijado la noche.
Entran Juana y Alençon
Juana: Soldado. ¿Es ese Orleans?
Soldado: Sí, Doncella.
Juana: La ciudad duerme. Dime, ¿nadie más que tú ha venido a recibirnos?
Soldado: No, aquí está Dunois, quien está a cargo de la ciudad.
Dunois: Doncella, me regocijo de tu llegada. Toda la ciudad de Orleans te envía la más cordial bienvenida.
Juana: Dunois, ¿por qué me has hecho venir por este lado?
Dunois: El consejo y yo mismo hemos decidido que es lo más sensato.
Juana: ¿Lo más sensato? ¿Es su consejo más sensato que Dios? Un río me separa de Orleans, de Talbot y de los ingleses.
Dunois: El plan era que unas barcas llevaran a tu ejército hasta Orleans, pero el viento no nos favorece. (Juana se retira, indignada. A Alençon) ¿Qué le pasa?
Juana: (Se arrodilla en el suelo) Esperaremos aquí hasta que cambie el viento.
Dunois: Puede que eso nunca suceda... Lo mejor sería retroceder hasta el puente de Blois, que no se halla lejos. (Sopla un fuerte viento. Vuelan hojas, el ruido cubre sus voces. Juana no se mueve, Alençon se sienta a su lado) Juana, te ruego que des las órdenes para que lleguemos a Orleans lo antes posible. Juana, ¿me oyes?. Se aproxima una tormenta... (A Alençon) Por Dios, ¿no puedes hacerla entrar en razón?
Juana: No es la razón lo que me ha traído aquí. Siéntese, Dunois, espere.
Dunois: Pero...
Dunois se sienta de mala gana. El Soldado se sienta también. El viento sigue silbando, de pronto se calma. Juana se levanta.
Soldado: Señor, mire. ¿Ve aquel estandarte?
Dunois: ¡Santo Dios!
Soldado: El viento ha cambiado su rumbo, señor.
Alençon: Podremos cruzar sin problemas.
Juana: Vamos, gentiles caballeros, nuestras plegarias han sido escuchadas. Esta noche dormiremos en Orleans.