Dramaturgo / María Verónica Duarte Loveluck  

 

 


Juana de Arco

de María Verónica Duarte Loveluck

Batalla

Capitán: Toquen la retirada, la batalla está perdida. Toquen la retirada, ya se han perdido demasiadas vidas en este suelo que algún día fue nuestro. Escucho a los míos llorar por sus muertos. Escucho los gritos de victoria de los ingleses. ¿Qué maleficio cayó sobre nuestras cabezas para merecer tantas derrotas? ¿Acaso no merecemos el suelo que nos vio nacer? ¿Qué destino me impulsó a pertenecer a este lado que hoy y poco a poco perece? Estoy aturdido por el entrechocar de las espadas, todos lo estamos. ¿Hay alguien? Todos han huido salvando su propio pellejo. ¿Hay alguien? No es el ruido lo que me aturde, es mi propia sangre que se escapa por entre mis dedos. Estamos luchando por ti, Francia, no lo olvides, no le des la espalda a los que queremos tu independencia. Nuestro raciocinio se eclipsa por el poder. ¿Hay alguien que luche por amor?
Soldado: Capitán, las tropas se retiran. Debemos marchar, los ingleses se acercan.
Capitán: ¿Has visto que como poseídos por mil demonios arrasaron con los nuestros? ¿Has visto cómo su furia es más grande que la nuestra?. Me pregunto qué tipo de sangre correrá por sus venas, cuál es el origen de sus fortalezas. Borgoña sabía bien a quién se aliaba. Si ellos luchan poseídos por el odio, nosotros deberíamos responder su lucha poseídos por el amor.
Soldado: Nadie queda ya que pueda responder a sus armas, Capitán, los que no han muerto han huido. Señor, está herido.
Capitán: Es verdad, deliro, me parece ver las almas de los muertos levantarse y abandonar con una sonrisa apacible los campos, me gustaría compartir esa sonrisa, ¿cubrirás mi cuerpo con algunas ramas si es que muero?. Lo que más temo es que me corten los dedos para arrancarme los anillos, que dispersen mi cuerpo las patas de los caballos, que mi sonrisa se borre con los escupos de los soldados del bando de los Ingleses. Toma estos anillos, hazlos llegar a mi casa, toma mis botas, bien pueden servirte más que a mí en mi última morada, toma mi mano, recuerda que la estrechaste como la de un igual. Somos todos iguales, no lo olvides, a los ojos del Señor.


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