Dramaturgo / María Verónica Duarte Loveluck  

 

 


Juana de Arco

de María Verónica Duarte Loveluck

El campo de la muerte

El escenario está regado de muertos, Juana entra y camina entre ellos, como en un sueño. Los toca, los da vuelta, los mira.

Juana: ¿Dónde están todos? ¿Dónde están? Aquí yace Dunois, aquí Alençon, aquí está el Delfín. Mi padre y mi madre, todos han muerto. Despierta, levántate. (Ve al capitán de la 4º escena) ¿Por qué sonríe?. Le han robado sus botas y sus anillos, ¿y sonríe?. Todo esto es por mi, todo esto es mi culpa. ¿No queda ninguno vivo? (Pasa el Ermitaño, sin verla). ¡Escuche! ¡Oiga!. Y yo lloraba por mi herida, y y yo lloraba por mi pelo, y yo lloraba por el cordero. ¿Hay alguien?. Levántense y vamos a casa. Levántense. ¿Cómo hemos podido hacer esto? ¿Para qué?. Ese es hijo de aquel, juntos dejaron este reino. Ese no tuvo miedo. Ese no quería venir, lo obligaron. Ese encontró su destino demasiado pronto. (Se deja caer al suelo. Una luz inunda el escenario. Entra San Miguel) ¿San Miguel, eres tú?. Tus ojos son como antorchas de fuego, tus brazos brillan como el bronce.
San Miguel: Sí, Juana. He dejado el combate para ser el mensajero del consuelo.
Juana: Tú comandaste ejércitos, luchaste cara a cara con Luzbel. ¿No estás cansado de luchar? ¿No estás cansado?. Las victorias son amargas para los derrotados, miles de veces he llorado sobre sus cuerpos. ¿No estás cansado de vencer?. El dolor que hay en mi pecho no se compara con mi herida. ¿Por qué existe el dolor?
San Miguel: Juana, ¿ves más allá, sobre la colina? ¿Ves mi ejército de ángeles, Juana?
Juana: Sí, los veo. Adornados con sus blancas alas, los cabellos movidos por el viento. Los veo, veo cincuenta mil ángeles flotando en sus blancos corceles.
San Miguel: Este es el destino de todos los hombres, Juana. Los soldados morirán, los reyes morirán, las muchachas morirán y los niños morirán. Pero el ejército de los ángeles estará siempre allí. Ven conmigo. (Salen)


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