Dramaturgo / Marco Antonio de la Parra  

 

 


Telemaco/Subeuropa

de Marco Antonio de la Parra

Escena 5


Aeropuerto. Sector de policía de fronteras. Luz de neón. De noche. Tal vez los textos del policía son en otro idioma. O con un visible e inidentificable acento.


Policía: (entrando con Teo) Esperas aquí.
Teo: ¿Aquí?
Policía: Aquí.
Teo: Tengo el dinero suficiente, tengo el pasaje de retorno, tengo el pasaporte en regla. ¿Qué más?
Policía: Eres muy joven.
Teo: ¿Y eso qué?
Policía: Aquí no hay sitio. No hay trabajo.
Teo: No quiero trabajo.
Policía: Todos dicen lo mismo.
Teo: ¿Qué va a pasar?
Policía: Te vas de vuelta.
Teo: Tiene que llamar al Cónsul.
Policía: Ya lo hemos llamado.
Teo: ¿Qué va a pasar?
Policía: ¿Por qué vienes a Europa? ¿Mucho lío allá?
Teo: No.
Policía: ¿No te gusta tu país?
Teo: No es eso.
Policía: Entonces ¿qué?
Teo: Busco a mi padre.
Policía: ¿Y dónde está tu padre?
Teo: En Europa.
Policía: ¿En qué parte de Europa?
Teo: En alguna parte de Europa.
Policía: ¿No tienes ninguna dirección? ¿Ninguna pista?
Teo: No. Alguien lo conocerá.
Policía: Eres más peligroso que lo que pensaba. Estás loco. Eres un vagabundo. Vas a terminar pinchándote en la Plaza. Hay que deportarte ahora mismo.


Otro policía anuncia al Cónsul.


Policía: Llegó tu Cónsul.


Entra el Cónsul. De correcto smoking, zapatos de charol brillante. Con una copa en la mano que no sabe dónde dejar y que lo complica visiblemente. Sacude el paraguas húmedo de lluvia que tampoco sabe en qué sitio dejar.


Cónsul: ¿Cómo te llamas? Dime... ¿Cómo te llamas? Me han sacado de una fiesta para venir a verte. He tenido que conducir yo mismo el auto oficial. A estas horas. Era una fiesta aburridísima. ¿Qué tengo que ver yo con los Emiratos Arabes? Y más encima hablar en inglés con gente que no sabe hablar inglés. ¿Tú hablas inglés? Yo sí, pero mal. Todo lo hago mal. Por eso estoy de Cónsul en esta ciudad. Una ciudad tan cara, además. Mi soledad me permite soportarla. Pero también la hace insoportable. Es tan duro vivir solo. ¿Has vivido solo? ¿Vienes solo, totalmente solo?
Teo: Busco a mi padre.
Cónsul: ¿Tu padre? ¿Está vivo tu padre?
Teo: No lo sé.
Cónsul: Te lo pregunto porque muchos muertos he visto cruzar delante de mi bandera. Muchos. Llevo muchos años cambiando de puesto por Europa. ¿Sabes lo grande y estúpida que es Europa? La he recorrido toda. Toda. Y he visto los muertos de nuestra tierra. Y los vivos. Y conozco sus caminos. Y estoy solo. ¿Cómo se llamaba tu padre?
Teo: Como yo.
Cónsul: Dame tu pasaporte.
Teo: Me lo han quitado.
Cónsul: ¡Oficial! ¡El pasaporte de este muchacho! ¿No es un lindo muchacho? Si yo fuera más joven... Si estuviera sano... ¿Me aceptarías una copa? No se contagia con una copa mi mal. No tengas miedo. ¿Quieres beber de mi copa?


Teo bebe. El Policía entra con el pasaporte. El Cónsul lo recibe y lo estudia. Teo le extiende su copa.



Cónsul: Sosténla. Está todo en orden. Tienes un bello nombre. Como el hermano de Van Gogh. ¿Tu padre se llamaba Teodoro? Casi nadie se llama hoy Teodoro. Lo recordaría. Podría decirte donde lo he visto, cómo se viste, qué sombrero usa. La gente que se llama Teodoro suele usar sombrero. Aún. Lo recordaría. Si hubiera muerto me acordaría del olor de las flores, de su tez pálida. Como la mía. Si estuviera vivo sabría perfectamente de qué pie cojea, cómo estrecha la mano, en qué trabaja...
Teo: Era médico.
Cónsul: Con mayor razón... Teodoro. Ya en Europa no hay ningún Teodoro. No en mi camino. No en este país ahora. Tal vez nos hemos cruzado. ¿Cómo era su rostro?
Teo: Triste. Estaba ansioso. Miraba sin ver. Preocupado. Lo pilló la guerra.


El Cónsul le devuelve el pasaporte.


Cónsul: Tus mismos ojos. De ahogado, de suicida. Estira tus manos. Deja ver la línea de tu vida. Sostén mi copa. Dame un trago. Gracias. ¿Sabes que tienes un crimen en tu vida? Muchos. O uno solo. ¿Como dijiste que te llamabas?
Teo: Teo.
Cónsul: Qué disparate. Una funcionaria rumana quería ligar conmigo. Me hablaba toda la noche. En rumano. Estaba totalmente borracha. Totalmente. Déjame sentir tu mano. Mira mi corazón. Aún late. ¿No te asombra pensar que toda la sangre que impulsa está enferma? Estoy lleno de muerte. Se lo dije a la rumana. Se rió. Le pareció divertido. Le pregunté qué le encontraba de divertido. Se rió de nuevo. Después me llamaron. Que había un chico detenido en la frontera. Eras tú. Estás tan pálido. ¿No estarás enfermo? ¿Cómo dijiste que te llamabas?
Teo: Teo.
Cónsul: Y buscas a tu padre. Yo ni siquiera conocí al mío. Murió cuando yo tenía dos años. Fui criado por mi abuela. Mi madre trabajaba todo el día. Quizás toda la noche. No es bueno no ver nunca a la madre. Era dura conmigo. Como un hombre. Le gustaba leerme libros de viajes. Quiero que seas diplomático, me dijo. Que viajes por el mundo, que me envíes postales y cartas con fotografías de muchos países. Se las envío. No me contesta nunca. Pero es bueno saber que está ahí, recibiendo mis fotos de falsos viajes que no hago jamás. Todas las semanas.
Teo: Mi padre nunca me escribió. A mi madre no le escribiré nunca.
Cónsul: ¿Y qué? Nada significa una carta o ninguna. Todo puede ser falso. El silencio puede estar lleno de un amor loco. El amor estar lleno de odio. La correspondencia fluida puede ser un fraude. Mi madre no sabe que estoy muerto. Tal vez ella también esté muerta. Y todo sea un fraude doble. Mutuo. Entre dos muertos. Esta es la última postal. La enviaré desde Toronto. Es tan frío Toronto. "Estoy cada día mejor. He engordado cinco kilos con la comida canadiense. Hace mucho frío, pero la gente es muy cálida. Te quiere. Tu hijo." ¿Has visto ridiculez igual? Estoy muerto. Odio Canadá. No la quiero. No la quise nunca. A mi abuela sí. Pero eso era distinto. Y ella sí que está muerta. Ella se murió sin engañarme. Nunca me engañó. Nunca me mintió como mi madre. Ella me dijo que mi padre estaba vivo. Y yo sabía que estaba muerto. Lo vi caer infartado sobre la mesa del desayuno. Y mi abuela me lo decía, al oído me lo decía. Tu padre está muerto, me decía.
Teo: Mi madre dice que está muerto.
Cónsul: ¿Quién?
Teo: Mi padre.
Cónsul: ¿Lo alcanzaste a conocer?
Teo: Sí.
Cónsul: Qué bello debe haber sido. Padre, padre, decir Padre. O papá. Papá. Papá. Padre. Papá. Padre. Papá. Se me ha secado la copa. ¿Qué hacer con una copa vacía? Es de tan mal gusto dejarla por ahí sola, abandonada. Me entristecen tanto los objetos abandonados. ¿Has visto los zapatos que arroja el mar? Qué objetos tan tristes. Y una copa vacía. Tiene algo hermoso. Su transparencia. Pero algo tan melancólico. ¿Quién dejó esa copa ahí? ¿Quién la abandonó? ¿De dónde viene? Y algo también muy divertido. Es como una burla la copa. Se ríe con su misterio. Nadie se imagina que un muerto bebió de ella, que sus labios podrían contagiar una enfermedad mortal...
Teo: Usted me dijo...
Cónsul: No me trates de usted. Trátame de tú. ¿Tienes un sitio donde dormir esta noche?
Teo: Me quieren dejar acá.
Cónsul: Eso es ridículo. Sales inmediatamente de aquí. Ya estás en Europa. Yo te llevaré por Europa. ¿Te gustan los hombres o las mujeres?
Teo: Depende para qué.
Cónsul: Es una buena respuesta. Depende para qué. Por supuesto. No es lo mismo un hombre que una mujer. Prefiero en tantas cosas a las mujeres y en tantas cosas a los hombres. Tú también, me imagino. Depende para qué. Qué pregunta tan tonta la mía. Qué brillante respuesta la tuya. Suele darse esa pareja. La pregunta tonta y la respuesta brillante. O viceversa. Lo doloroso es el viceversa. Lo raro es que sea todo brillante. Pero también es espantoso. Alguien debe siempre decir una tontería. Es parte del disfrute de la vida. Como la muerte es parte del disfrute de la vida. ¿No tienes un hotel? ¿Una amistad? ¿Un pariente?
Teo: No.
Cónsul: Podrías... no sé qué te parecerá... irte a mi casa. Es tan grande... y tan sola. Tengo objetos muy hermosos. Alfombras, cuadros, antigüedades, música, libros.


Pausa.


Cónsul: ¿Bailarías conmigo? Nada más, te juro que nada más. Solamente bailar conmigo. Tú me llevas. Yo haré la música. Yo.


Tararea una melodía suave y romántica.


Cónsul: Tengo buen oído. Canté en un coro. Ven. Tómame. Yo sostendré la copa. Así se apoyó en mi mejilla la rumana. (Bailan) Así. Qué extraño. Ni tú ni yo tenemos padre. El mío está muerto. El tuyo... quién sabe... Hueles a esperanzas. Aún hueles a esperanzas. ¿Te das cuenta como yo huelo a muerte? Tengo, por lo tanto, ciertos derechos sobre el bien y el mal. Estoy y no estoy en este mundo. Al fondo de mis ojos tal vez lo veas.
Teo: ¿Qué cosa?
Cónsul: A tu padre. ¿Lo ves? Mira bien. ¿Lo ves? ¡Oficial! ¡Este chico se va!. ¡Entra al país!


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