Dramaturgo / Marcelo Sánchez  

 

 


Filoctetes (La herida y el arco)

de Marcelo Sánchez

Vista 3


La oficina de producción. El productor, el asistente y dos secretarias. Sobre la mesa un arreglo de flores naturales y una bandeja de fruta
.

Productor: Le daremos la bienvenida, y ni una sola palabra sobre su olor. ¿Entendido?. Debemos darle a entender que no nos importa en absoluto, no sé, incluso, que nos gusta, que nos agrada, que si no fuera por las obligaciones familiares lo tendríamos en nuestra propia casa con el mejor gusto.
Asistente: (A las secretarias). Y no dejen de sonreír, no importa lo que diga, lo miran y le sonríen. Esto no puede fallar o nos hundiremos todos.
Secretarias: Sonreiremos, siempre sonreiremos. No sabemos hacer otra cosa.
Productor: ¿Es la hora?
Asistente: Llegará tarde eso es seguro, nunca llega a la hora, es su manera de presentarse.
Tal vez piensa que nadie lo recibirá por su olor, y que siempre pueden avisarle algo a último minuto. Pero no faltará, eso es seguro. (A las secretarias). Vaya una de ustedes a averiguar si saben algo en recepción.
Secretarias: No podemos, sólo sabemos sonreír, siempre sonreiremos, no sabemos hacer
otra cosa.
Productor: Te dije que estas artimañas no lograrán convencerlo para nada. Tal vez sólo
viene a reírse de nosotros. (Al asistente) Espero que no me estés llevando a cometer una equivocación mayor sobre las otras. Y roguemos a Dios que la prensa no lo sepa.
Asistente: La prensa sólo sabe lo que queremos que sepa, jefe. ¿Se le olvida?. Silencio, allí
viene; ustedes, sonrían, no olviden.
Productor: Y nadie, nadie, ni una sola palabra sobre su olor, disimulen todo lo que
puedan. La última vez que lo vi ya era repugnante y de eso han pasado algunos años.

Entra Filoctetes. Todos sonríen animadamente, en especial las secretarias. Filoctetes saluda dando la mano. Observa todo a su alrededor. Un momento de tenso silencio.

Filoctetes: Pues bien, aquí me tienen. Puedo mostrarles su propio ombligo, puedo hacerlos bailar a medianoche con su sombra, puedo acariciarles el pelo como un compañero de viaje, puedo secarles el agua de los parpados con mi mano si llueve, puedo llamarles por teléfono cuando nadie se molesta en saber que fue de ustedes. Yo puedo y tengo poder por que tengo tiempo. Yo le he ganado al tiempo su aserrín interminable de los días de lluvia y café caliente; yo le he robado al tiempo sus esperas llenas de fastidio cuando la ciudad lucha por empezar a vivir. Tiempo, señores, eso es todo. Saber esperar, o lo que es lo mismo, sentarse a esperar y nada más ¿Por qué tengo poder? Me senté a esperar sin desear nada, absolutamente nada. Yo renuncié a todo cuando nada había ocurrido. Y si huelo mal lo siento mucho, yo no elegí esto, pueden tomarlo como una condición racial, como una nacionalidad, como la historia del barrio, como la calle o la escuela, como los hermanos o incluso como los padres: uno no elige nada, uno es elegido y trata de representar el papel lo mejor posible o bien se tira de cabeza a incendiar el teatro. ¡Ja! Huelo mal, es cierto, pero yo no he venido aquí por mi gusto. Ustedes me llamaron para salvar el rating, para seguir prodigando historias interactivas de las siete de la tarde, que sean capaces de hacer olvidar la espera, el olvido, las caras tristes en el metro. Huelo mal. ¿Y qué?. No saben lo bien que se siente uno cuando aprende esto. ¿Y qué?. Qué gran pregunta. Soy repugnante a las narices, pero amado al contar historias. El resto es silencio o palabras o taparse las narices y empezar a trabajar ¿Presupuesto?
Asistente: Diez mil millones de....
Productor: ¡Cállate imbécil!. No necesito respuestas, sólo quiero preguntar. Me divierte lo
animosos que se ponen cuando las cosas salen mal.
Filoctetes: (Señalando al asistente) Lo quiero a él, será mi asistente personal. (Señalando al
productor) en cuanto a ti no pretendas pasarte de listo. Pregunto para saber que caminos recorrer. Mis honorarios son conocidos por todos. No cobraré un céntimo de más, aunque reventemos las mediciones del people meter. Además, huelo mal y sé cual es mi lugar. No daré ni una puta entrevista, aunque vengan los editores de “artes y letras” a pedírmelo de rodillas. ¿Está eso claro?. ¿Absolutamente claro?. En el fondo que parezca que ni siquiera estoy. Yo sólo quiero sentarme frente al mar, cuidar las armas del verdadero héroe y contar historias. Pero viviré entre ustedes como un paria perseguido por mi mal olor, y sus buenas costumbres. Evidentemente repugno, hiedo por los cuatros costados. ¿Qué hago aquí?. He sido llamado y no me engaño: si pudiérais ignorarme, yo estaría feliz pudriéndome dulcemente en mi playa, pero tenéis necesidad de mí. Ahora mismo. ¿Realmente no apesto miserablemente?. Por favor, dejen la farsa, no necesito esas falsas sonrisas. Pero vuestras caras parecen decir “helo aquí, el salvador del rating, el mesías catódico que el primer guionista prometió; helo aquí, entrando en la Jerusalén mediática, con sus ramas de olivo salvando la pantalla de su ordenador; helo aquí, el hediondo y lamentablemente imprescindible salvador de áreas dramáticas”. Y está bien que se canten las cosas de los hombres, que los hombres nacieron para contar y ser contados y mi herida funesta es el precio que pago por ser la voz en las sombras. Precio que ningún cero al final del cheque puede llegar a compensar. Pero dejemos esto y pongamos manos a la obra. Asistente.
Asistente: ¿Sí?
Filoctetes: (categórico) Quiero un ejército de enanos dialoguistas que entreguen páginas
por kilo o por metro cuadrado. Vayan a sacarlos de las bodegas de un teatro, y perdónenles la vida dándoles un trabajo, serán esclavos fieles y agradecidos. ¿Presupuesto?
Productor: Diez mil millones.
Filoctetes: Nada, una bicoca, una migaja. Pero haremos algo. Nada de época, no seamos
imbéciles, dejemos la historia a los escolares y a los insomnes. ¿Mujeres?
Productor: Hay contratos firmados; hay modelos, actrices estables, talentos comprobados,
rostros vendedores.
Filoctetes: Romperemos los contratos. Necesito mujeres, verdaderas mujeres. Y que sean
desconocidas, nada de rostros. Yo fabricaré los rostros, yo le daré nuevas doncellas a la bestia del laberinto. Nada mejor que una mujer para vender una historia. De todas maneras quiero ver a las que están aquí y si no me gustan o no encajan en mi historia iremos a buscarlas en algún conventillo, recorreremos los millones de escuelas de teatro del país para dar con los rostros apropiados. Y, qué va, eso lo da la naturaleza, no una escuela; así que  mejor olvidemos eso; iremos a los barrios populares. A todo el mundo le gusta La Venicienta. ¿Locaciones?
Asistente: ¿La Antártica?. ¿Campos de hielo sur?. ¿Las criptas de la catedral?. ¿El palacio de gobierno?. Podemos conseguir cualquier cosa a cambio de publicidad.
Filoctetes: Cuento con ello. ¿Jóvenes?
Productor: Hay contratos firmados.
Filoctetes: Los romperemos. Vendrán otros y serán más jóvenes. Los haremos conocidos a
fuerza de mostrarlos día y noche. Nadie puede resistirnos. Oh, Dios, en el fondo es tan fácil, es tan miserablemente fácil. Sólo tengo que estarme aquí y apestar y lo demás ocurre sin siquiera darme cuenta. Soy un contador de historias y no puedo evitarlo. ¿Viejos?. Y no me digas que hay contratos firmados porque soy capaz de romperlos con mi propia mano. Los buscaremos en los asilos o en las oficinas o en los paraderos de micros. Los buscaremos y los encontraremos. ¿Auspiciadores?
Asistente: Confirmados y asegurados. Lo único que quieren son rostros nuevos para la
publicidad. Los gobernantes buscarán rostros para sus campañas.
Filoctetes: Es lo que me gusta de este trabajo. ¡Somos todos unos cínicos... cínicos y
simpáticos!. Finalmente no producimos nada, absolutamente nada. Sólo intentamos controlar la mente de la gente. Echemos a andar, pues, la máquina de soñar universal. Les robaremos hasta la intimidad de sus sueños, televisando partidos de mundiales de fútbol que nunca se jugarán, y llevándoles teleseries interminables que siempre están en el primer capítulo. Tú, tráeme un café cargado, consígueme una oficina y diez botellas de agua mineral, tendrán su historia señores, es mi palabra, y dejen de poner esa cara, huelo mal, es cierto; pero me amarán, me amarán cuando la gran máquina de soñar conecte los cerebros de miles y miles de consumidores que vestirán, comerán, trabajarán, amarán, sentirán tal y como les digamos.
Productor: Hay ciertos valores, Filoctetes, no podemos hacer cualquier cosa. No puedes
salirte de la ley, ni de nuestra línea programática. No habrá sorpresas esta vez.
Filoctetes: Esperaba esto. Mucho tiempo había pasado sin escuchar vuestras condiciones;
pero todo está salvado, no se preocupen; Paris bien vale una misa y Santiago de Chile la confesión de nuestros pecados en las revistas de papel couché, que los dentistas se ocupan de ofrecernos. No se puede cualquier cosa, pero se puede casi cualquier cosa. No hay problema y si las páginas quedan impregnadas de mi mal olor, ni yo ni ustedes seremos responsables, sólo será cuestión de la condición natural de cada uno y la mía es oler mal. Yo no elegí este olor ni ustedes han tenido posibilidad de elegir a otro. Nadie soportaría esta náusea si no fuera estrictamente necesario, lo sé, no vamos a engañarnos. Y ahora, en el invierno de nuestro descontento, destruyamos a la competencia, destruyamos a fuerza de sonrisas y culos hermosos la débil resistencia del televidente consumidor, destruyamos la intimidad de los hogares para obligarles comer de nuestra mano, destruyamos la vida de las Marilyn Monroe sudamericanas. Apesto, si, es verdad, apesto dulcemente, y por mí, estaría en mi playa viendo a las gaviotas merodear atraídas por mi herida, pero estoy aquí y me encanta. Manos a la obra.


Vista 1 | Vista 2 | Vista 4 | Vista 5 | Vista 6 | Vista 7 | Vista 8 | Vista 9 | Vista 10 | Vista 11 | Vista 12 | Vista 13 | Vista 14 | Versión de impresión

 

 


Desarrollado por Sisib, Universidad de Chile, 2006