Dramaturgos / Isidora Aguirre  

 

 


¡Subiendo . . . último hombre!

de Isidora Aguirre

Contacto:
Si usted desea obtener los permisos para el montaje de esta obra contactar a: isiaguirre@hotmail.com
Escena 1
Escena 2
Escena 3
Escena 4
Escena 5
Escena 6
Escena 7
Escena 8
Escena 9
Versión de impresión

 

 

 Entrada al pique del "Chiflón del Diablo"

La obra con características de un documental, basada en la investigación en terreno, relata el impacto producido por el arbitrario y súbito cierre de las minas de carbón de Lota en 1997.  Y de la crisis provocada por el fracaso del  llamado "plan de reconversión", para absorber la cesantía producida por el cierre. La obra tiene lugar en el año 2003, aproximadamente, año en que fue escrita.

 

Personajes:
Meche
Luisa la abuela

Rosa
El guía
El hijo


Escena 1

El escenario representa simbólicamente el interior del pique de una mina de carbón.
(Hay simultaneidad de tiempo y lugares. Mediante telones que permiten crear espacios para escenas en presente o en racontos (evocaciones). Con música incidental de guitarra, (que se sugiere basada en canciones de Violeta Parra), hay escenas mudas que ocurren simultáneamente:
Esposas de los ex mineros reunidas en el horno comunitario para amasar y cocer el "pan de mina", como lo hacían antes del cierre. Son ellas Meche, Luisa (la más joven) y la Abuela (mujer de mediana edad que usa peluca gris como abuela), a la que luego se unirá Rosa.
En otro espacio un ex minero con casco, pero con usada ropa de diario, (El guía de los turistas), instala un cartel que reza:
 “Turismo Aventura en el Chiflón del Diablo”. ”La visita dura una hora 45 minutos"...
Y un panel con una foto de unos turistas con casco, posando sonrientes luego de un tour.
Al cesar la música las mujeres continúan con su trabajo y El Guía Un hombre mayor, habla a unos turistas y por la sala entra el personaje "El Hijo"...
"El hijo", que viste algo mejor que el Guía, viene con gorra y mochila como si llegara de un viaje. Sube al escenario desde donde, sorprendido, escucha al Guía, aunque no ve su rostro...

El Guía: Dentro de unos instantes, señores y señoras, iniciamos la segunda visita del día al Pique del Chiflón del Diablo. Recorrerán ustedes unas galerías que están a 40 metros de profundidad bajo el mar. Deben encender sus lámparas al entrar al ascensor, "la Jaula" como la llamaban los mineros, y mantenerlas encendidas durante la visita. Bajaremos en cuanto suban a la superficie los turistas del primer tour que está ahora por terminar.
El hijo: (Hacia público) Me habían dicho que el Chiflón del Diablo se había convertido en esto ¡pero no podía creerlo!

Por un extremo entra Rosa para ir a reunirse con las demás mujeres, pero se detiene un instante al escuchar lo que está diciendo el Guía:

El Guía: Algunos datos históricos: en el año 1837 parte el desarrollo de la minería carbonífera de Lota, desde la parte continental hacia el oeste, hacia el mar. Lota tiene sus propias raíces, su propia cultura y también su cruda realidad
Rosa: (Repite para sí) "Su cruda realidad"... (Entra al lugar donde están las mujeres, y exclama) ¡Qué cosas tiene la vida!. Hoy, cuando este pueblo vive su “más cruda realidad", cesantía, pobreza, inseguridad... ¡el pique del Chiflón es un alegre paseo para los turistas!

Se sienta junto a Meche para trabajar la masa, deja ver  su enojo.

Meche: Cierto, señora Rosa... Duele pensar que esas galerías en las que los mineros se afanaban sacando carbón con tantísimo esfuerzo, se llenen ahora de personas extrañas.
Luisa: ¡A las que uno de ellos entretiene contándoles cosas de antes!
Meche: ¡Seguro que no se atreven a hablarles del desamparo en que quedamos!...
Abuela: Malo estuvo que cerraran la mina, aunque yo siempre odié el Chiflón, y los piques donde el padre, el esposo o el hijo de una se mortificaban, sudando en lo oscuro, llenándose los pulmones de polvillo. Y una siempre con el alma en un hilo cuando se oía la sirena anunciando derrumbe o explosión...
Meche: ¡Jesús! Ahí corríamos al pique, esperando que el marido no estuviera entre los accidentados.
Luisa: El padre mío, desapareció entre los escombros en ese pique del Chiflón... Ahora apuntalaron la techumbre, y lo acondicionaron para que no haya peligro para los turistas.
Meche: ¡Ellos importan, pues!
Rosa: (Deja de amasar y exclama, con enojo) ¡Qué cosas tiene la vida!
Meche: Ha sido mucha fatalidad, más que para una, para el marido. (Pausa) "Se quiere a la mina" decía mi hombre, “como la mujer de uno”. Otra, que tenía el orgullo del oficio, ¿no ve que entregaban un producto al país? Él siempre supo ser patriota. ¡La mina era su vida!... Ahora, señora Rosa, no sé como estarán los otros, pero mi hombre, donde no halla trabajo, anda por ahí, el alma en pena, todo le parece mal. Y ese dinero que le dieron cuando el "despido", hace tiempo que se terminó.
Rosa: Del cierre han pasado años ya, y hay muchos que como su esposo siguen en mala situación. Los que quedaron cesantes tenían derecho a un pago, y no lo están recibiendo.

Breve melodía de guitarra, baja la luz en Espacio mujeres Al cesar la música se escucha el grito que viene desde abajo. es decir del Pique

Voz del guía 2: ( Joven)

¡Subiendo... último hombre!

El Guía 1 se retira como si fuera a entrar a la Jaula cuyo sonido se escucha

El hijo: (Comenta a público) "Subiendo... último hombre!. Abajo en el pique, el Guía del primer "Tour" avisa que se completó el ascensor con los turistas, para que lo hagan subir a la superficie. (Con algo de nostalgia). Un grito que escuchaba a diario cuando trabajé en el Chiflón... (Pausa, se desplaza, pensativo). Los mineros lo oyeron por última vez al finalizar el turno de la mañana el día en que, sin previo aviso ¡cerraron la mina!. Pero ignoraban, entonces, que no volverían a escucharlo. Que no habría más turnos, ni subida a la superficie apretujados en "La Jaula" con las tallas y comentarios del día. No más vida comunitaria. (Pausa) "Aquí, me decía un anciano, ahora somos ajenos. Las calles de Lota se llenaron de afuerinos y las minas de carbón, sirven de paseo para los ociosos. Eso es como remedar lo que fue la vida de uno."

En el espacio Chiflón, el Guía 2, ex minero, joven, que trae una carpeta con folletos. Se dirige a unos actores con máscaras, los turistas.

El Guía 2: ¡Viva un safari bajo tierra en la Mina Chiflón del Diablo junto a su familia!. Esta es, señores, la única mina en el mundo abierta al público y ventilada naturalmente. Este "tour" lo interna a usted bajo el mar por 850 metros que recorrerá en hora y media, o poco más. En suma ¡una interesante visita por estas galería subterráneas, que gracias al empuje de la familia Cousiño, estaban ya en explotación en el Siglo Diecinueve!. Durante este "Tour" usted se irá enterando y de primera fuente, de la vida de los mineros que ahí laboraban.

(Un golpe musical marca un cambio de actitud del Guía: bajando algo la voz y buscando complicidad, se dirige a un par de turistas más cercanos)

Esto, para ustedes no más... Aunque trabajábamos igual que los topos bajo tierra, arriesgando un derrumbe o una explosión no podemos aceptar el cierre de la mina, es un crimen, porque queda aquí una riqueza que se está perdiendo. Aunque me llamen loco, palabra de hombre que de ser rico, ¡compro la mina y la abro, miércales!... (Con otro golpe musical retoma su actitud anterior con leve carraspera, sonríe y continúa con su discurso). De estas minas, señores, se extraían diariamente, 250 toneladas métricas de carbón metalúrgico. Si lo desean, pueden ustedes llevarse de recuerdo un pedazo de carbón de, nada menos que ¡100 millones de años!
El hijo: (Hablando a Público). Volví a Lota para quedarme. Pero quizá mi padre no quiera recibirme... Aún no se sabía del cierre cuando decidí dejar el trabajo en la mina. Furioso ¡me echó de la casa! De la modesta vivienda a la que tenían derecho los mineros. No sabía cómo se lo iba a anunciar, pero en cuanto lo vi seguí mi impulso de arrojar con rabia al piso, mi ropa de trabajo y mi casco...

Breve melodía de guitarra, mientras junto con bajar algo la luz el Hijo toma un casco y se quita parte de su indumentaria de viaje para la escena 2, de evocación.



Escena 2
Luz sobre Espacio donde está el Padre. Entra en la zona de luz, El Hijo, y tira al piso el casco de minero.

El padre: (Autoritario) ¿Qué?. ¿Qué significa eso?
El hijo: Sé que usted lo entiende.
El padre: Que te has vuelto contra tu padre.
El hijo: (Lo recoge, y deja en algún lugar, murmurando). Fue de rabia por lo que vi...
El padre:(Asintiendo con la cabeza). El accidente. En la mina los hay a menudo. Pero es la primera vez que te toca estar ahí... ¿Te acobardaste?
El hijo: No, no es eso. (Calla)
El padre:Entonces es... ¿que te rebelas contra mi voluntad?
El hijo: (Terco, mirando el suelo). Contra la mina. Hace tiempo que estoy deseando dejarla.
El padre: ¿Cómo? (Fuera de sí). ¿Entendí bien?. ¡Es lo último que esperaba oírte decir! (Se calma, trata de ser persuasivo). Mira hijo, si es por temor a los accidentes, el cristiano nunca sabe en que momento le va a llegar la muerte. A unos lo pilla en una carretera, en un terremoto, otros pasan años enfermos antes de entregar la vida... ¡Pero nadie muere hasta que le llega la hora!... Y eso, no se sabe. Si Dios existe, Él lo sabrá.. Así es que no te preocupes por tu padre, está expuesto a morir igual que tú, porque todos vivimos de prestado.
El hijo: No es sólo por el peligro de un accidente. Es... ¡la vida del minero!
El padre: ¿Qué le vas hallando a la vida del minero?
El hijo: (Vacila) Las condiciones de trabajo, por ejemplo. Dice mi tío que en la "veta nueva" tenía que avanzar a gatas, rompiéndose las rodillas. ¡me mostró las cicatrices!
El padre: (Cortando). ¡El vejete de tu tío siempre anda hablando de más!
El hijo: (Con enojo). Y a mi abuelo ¿acaso no lo enganchaban bajo tierra, igual que a esos caballos que en el socavón se vuelven ciegos y mueren al salir al campo abierto?
El padre: (Alzando la voz). ¡Lo de la veta nueva, y de los caballos ciegos, es cosa antigua!. ¡Ahora hay máquinas, como si no lo supieras!. Busca mejores pretextos.
El hijo: ¿Y qué me dice del polvillo, de lo que casi nadie se escapa?. Y no va a negar que con el sueldo que gana le alcanza apenas. Cuando salí del Liceo no me dejó aprovechar la beca que me daban para estudiar en Concepción, porque necesitaba mi paga.
El padre: ¡Deja de hablar leseras!. No es que necesitara "tu paga"... sino que creía que era conveniente que fueras subiendo de categoría, ¡pero aquí en la mina!. Que le tenías apego igual que yo y todos en tu familia.
El hijo: Una cosa es querer la mina, otra es pensar que es lo mejor del mundo. También hay... otras ocupaciones.
El padre: ¿Y dónde vas a ir a trabajar?. Eso, ¡si encuentras trabajo!
El hijo: ¿Cómo sabe?. ¡Usted nunca ha buscado!
El padre: ¿Qué estás tratando de decir?. ¿Acaso alguna vez te faltó algo a ti o tu madre o a tus hermanos? (El Hijo va a decir algo, el Padre lo hace callar con el gesto). ¡Los hijos son unos ingratos!. ¡Unos malagradecidos!. Tampoco se dan cuenta que si uno se sacrifica en un trabajo duro, pero que se respeta, ¡es porque entrega un producto a la industria!. ¡Eso, ni tú ni nadie lo puede negar!
El hijo: (Excitado). Pero ¡también hay algo que se llama "progreso"!. ¡A los jóvenes hay miles de otras cosas que nos interesan!. ¡Supongo que los mineros pasan demasiado tiempo bajo tierra para entenderlo!
El padre: (Furioso) ¡Tu abuelo, el padre de tu abuelo, todos hemos trabajado en la mina, y es una tradición honrosa de la que no nos podemos librar!
El hijo: ¡Una tradición que ni loco pienso continuar! (Calmándose algo). ¡Al menos tuve la suerte que usted me mandara al Liceo, así es que ahora quiero completar mis estudios, y poco me importa si le parece mal!. No pienso seguir, como usted, ¡metido en este hoyo negro!
El padre: (Indignado)¿Hoyo Negro?. Eso es lo que significa para ti el trabajo de toda una vida de tu padre?
El hijo: (Se vuelve para iniciar salida). ¡Mejor no seguir hablando!. ¡Los viejos nunca van a entender a los jóvenes!
El padre: ¿Dónde crees que vas?. Soy tu padre, huevón, y no te mandas solo!... (Al decirlo, con gesto brusco coge al hijo por un brazo, para detenerlo. Él, rabioso como está, se desprende con un sacudón que hace caer al padre. Queda paralogizado al verlo en el suelo y trata de ayudarlo. Él lo rechaza furioso). ¡Déjame, porquería! (Se levanta con dificultad, soba su rodilla.). ¡Laya de hijo el que me salió!. ¡Ya no hay respeto por los padres, ni por los mayores! Hijo maldito. Vete. Sal de mi vista.
El hijo: (Débilmente) No fue de intención...
El padre: (Terco) Y todo lo que dijiste (Remedando su modo de disculparse), ¿tampoco fue de intención? (Pausa). ¡"Hoyo negro"! (El hijo va a decir algo, el Padre hace un gesto como para hacerlo alejarse). ¡Yaaa! (Dándole la espalda). ¡Te fuiste! (El Hijo no se mueve). Si tanto te disgusta el trabajo en la mina, ¡no tienes derecho a vivir en estos pabellones!. ¡Son viviendas para los mineros! (Volviéndose de espalda, sin mirarlo, terco). ¡No quiero verte más por aquí!

El Hijo se aleja. El Padre toma el casco del hijo y se queda en actitud dolida, mirando al vacío. Oscuro en espacio evocación. Luz sobre el Guía.

El Guía 2: Señores, ahora, sugiero que apaguen la luz de sus cascos, para que conozcan cómo es la oscuridad en estas galerías.

Oscuro Total en escena y en la sala. Se oye entonces la voz del Guía:

Voz del Guía: Ahora sírvanse poner atención... escuchen el silencio... Un silencio que es diferente, total, cuando se está en tinieblas en estas profundidades...

Se mantiene la oscuro y en absoluto silencio por unos instantes La escena y la sala.



Escena 3
Antes que vuelve la luz entra el tema de la obra en guitarra. Luz intensa sobre el espacio
"Evocación", donde el Padre, aún con el casco en sus manos, habla a público:

El Padre: Quizá él tenga razón al querer continuar sus estudios... Eso a muchos nos faltó. En la escuelita campesina apenas aprendí las letras... Pasé mi infancia como pastor de ovejas, en la tierrita de mis abuelos maternos. (Pausa). Sólo al cumplir los 16, mi madre me fue a sacar de las faenas de campo adentro.

Ha entrado la abuela, sin la peluca gris se ve más joven para la escena que la evoca en el pasado...

Abuela: Recoge tus cosas, y monta, hijo que iremos hacia el mar.

El Padre se queda en su lugar en un extremo, mientras entra, siguiendo a la Abuela, un muchacho (que será el Padre en su juventud), con un atado de ropa y alpargatas, y responde a la Abuela.

Muchacho: Madre, ¡no conozco el mar!
Abuela: ¡Ya lo conocerás!
El Padre: (A público, con nostalgia). Cabalgamos por cerros y quebradas, cruzamos dos veces el Bío-bío. Ese río se da muchas vueltas en su viaje de la montaña al mar... Fuimos bordeado laderas boscosas, húmedas ya con la niebla marina. Al llegar a una altura el corazón me dio un vuelco al divisar la inmensidad del océano. (Pausa) Surgió en lejanía la herradura del golfo... En aquel tiempo, los árboles añosos bajaban hasta la orilla, y se reflejaban en el agua como en un espejo.
Abuela: Hijo... ¡Abre bien los ojos y mira el horizonte! (Casi con temor, y a la vez con cierta solemnidad) Quiero que lo mires todo, y que lo mires bien. (Un silencio, en el que el Muchacho parece sorprendido y mira a lo lejos). Llena tus pulmones de este aire limpio. (Pausa). Baña tus ojos en el color azul del mar. (Con un gesto amplio hacia el supuesto panorama). Ojalá conserves esto en tu memoria. (Se vuelve y lo observa un momento. Luego alza la vista y sigue un vuelo de pájaros, indica al muchacho que se coloca junto a ella). ¡Mira!, ¡una bandada de patos silvestres!. Emigran hacia el Norte. ¡Son tan libres!... Guarda eso también, ¡el vuelo de las aves! (Sonríe y mira a si alrededor, se inclina algo, como queriendo rozar el suelo con su mano. como en una caricia). La hierba, las florcitas silvestres... ese aroma que sube de la tierra cuando la calienta el sol...

Se queda quieta mirando ante sí al levantarse y el muchacho, junto a ella, observa atentamente lo que ella, con el gesto, le indica.

El Padre: Miré los matorrales, las diminutas flores silvestres, el revolotear de una mariposa... Y de pronto comprendí que aunque había crecido en el campo, veía lo que mi madre iba nombrando, como si fuera la primera vez. Empezaba a añorar algo que acababa de descubrir. Tal si nada más lo descubriera ¡para perderlo!
Abuela: No olvides esta belleza que ahora contemplas, porque es tuya.
Muchacho: ¿”Mía”, madre?
Abuela: Nuestra, y de todos quiénes sepan verla. ¡Mañana te hará falta!, ¡mañana, cuando estés entre tinieblas! (Suspira). Odio la mina que nos va quitando los hijos. Y por mucho que la mina los maltrate ¡ellos la aman como a una novia!

Se desplazan en silencio.

Muchacho: Pero ¿acaso no es de admirar el que los mineros afronten con valentía los peligros de su oficio, para entregar al país esa riqueza?
Abuela: ¿El país?. ¿Qué es el país?
Muchacho: “La Patria”, madre. Las banderas. Así lo enseñan en la escuela.
Abuela: De eso que nombras, tu abuelo, tu padre... ¡están ausentes! (Lo mira, le hace una leve caricia). Como lo estarás tú, hijo... (Cambio, con humildad).  Perdona... Es que no me conformo, en pensar que también ¡amarás a “la maldita”.
Muchacho: Yo pensaba que era importante la misión del minero del carbón...
Abuela: Más te vale. (Se lleva el pañuelo a los ojos, él la mira sorprendido). No me hagas juicio. (Suspira). Me aflige pensar que quizá mañana a esta hora ¡estarás a oscuras!. Que tendrás en los labios el sabor hosco de la hulla, y un polvillo negro empezará a incrustarse en tu piel. (Luego reacciona). No es tan terrible. Exagero, como nos ocurre a las madres. Nunca deja uno de preocuparse. (Sonríe). Seguimos viendo en el hijo crecido, la criatura que nos poníamos al pecho.
Muchacho: Pero, digo yo, aunque es duro el oficio, ¿no es una hazaña internarse bajo el mar y arrancar esa riqueza? ¿No debería el minero sentirse orgulloso?
Abuela: (Con cansancio). A tu abuelo lo mató ese orgullo. Y de ese mal ¡tu padre ya empezó a morir!

Va retrocediendo seguida del muchacho y la luz baja sobre ellos, lentamente, como si en la memoria del Padre el recuerdo se fuera desvaneciendo. El Padre avanza algo y se dirige a público para terminar su relato:

El Padre: Eso dijo y sus ojos se llenaron de rencor. No volvió a hablar hasta que llegamos al pueblo. El aire estaba saturado de humo. Pasamos por entre las viejas casuchas de murallas oscurecidas que se amontonan en la ladera. Luego la seguí por unos pasillos donde las mujeres restregaban y pasaban escobillas por las sábanas grises en unos lavaderos de cemento, entre el griterío de los pequeños, correteando a medio vestir, trasero al aire... Las sábanas tendidas al agitarse con el viento se me antojaron velas de un buque, navegando en ese mar que acababa de conocer, como las había visto en una estampa... Y asustado por las palabras de mi madre, añoré como cuando niño, no poder hacerme a la mar como los marineros. Al fin nos detuvimos ante una de las casuchas. La puerta baja y estrecha estaba entreabierta. Divisé a mi padre Lo noté envejecido y quise ir a abrazarlo. Me incliné para cruzar el dintel.  Ella me retuvo y, extendiendo su brazo, me hizo mirar una vez más el océano: "Recuérdalo, y no lo maldigas, dijo, cuando en las galerías avances a oscuras bajo él, sintiendo una opresión en el pecho".



Oscuro
Con fondo de una melodía de guitarra, pueden proyectarse algunas diapositivas:
Las casuchas de Lota antiguo.
 Lavanderas, sábanas tendidas, fondo de guitarra.



Escena 4



Luz sobre el Guía, extremo derecho. En penumbra, las mujeres siguen trabajando en su Espacio, como si no hubieran salido de allí.

El guía: Hubo un tiempo en que 16.400 trabajadores carboníferos trabajaban en estas minas. Solían organizarse para obtener mejores salarios, porque antiguamente se les pagaba con fichas. También dieron la pelea para tener hospital, escuelas y terminar con el trabajo de los niños en los socavones.
El hijo: (Al público). Antes, los niños de Lota no tenían infancia. Las madres amasaban el tradicional "pan de mina", con una levadura que sacaban de la mezcla de harina agua y sal, un pan grande que era la base del "manche", el almuerzo de los mineros en su lugar de trabajo. Para sumar al sueldo del marido, las mujeres amasaban para la venta, y los niños debíamos salir de alba, antes de ir a la escuela, a venderlo a los mineros del primer turno. También para recibir unos centavos, les llevábamos ese almuerzo a las galerías. Otros eran “perreros”: trepaban sobre la marcha a los carros que transportaban el carbón y tiraban trozos en el camino para luego recogerlo y llevarlo a su hogar. Y los "chinchorreros", que recolectaban en la playa lo que caía durante el embarque. Pero el trabajo infantil que la empresa pagaba era el de "portero".
Voz de niño: Para ganar unos centavos yo trabajaba de “portero", eso es abriendo y cerrando compuertas, abajo en lo oscuro..
Voz de niño: ¡Lo que más asusta son las ratas!. Unos tremendos guarenes... con esos ojos medio rojizos fijos en uno...
El hijo: Aseguran que en esos socavones podía usted contar diez ratas por cada trabajador. Es que se alimentaban con los deshechos, limpiaban la mugre y los excrementos que quedaban en las galerías, por eso no los exterminaban. Además de esa labor de "limpieza" al escapar daban la señal de alarma, igual que los canarios en las jaulas, detectando la presencia del gas grisú.
Voz de niño: A veces cuando venía el chiflón, se apagaba el cabito de vela y ahí uno se quería morir...

Proyección: fotos reales de niños en la playa, sus rostros, mientras una de las mujeres que amasan el pan canta como las canciones para acunar a un niño



Al cumplir los nueve años
mi niño ya fue minero.
Fue a ganarse unos centavos
Trabajando de portero:
Eran tiempos de injusticia
En la infancia del obrero.
Qué tienes mi niño
Que pierdes color
Madre, la sombra recojo
sin cielo, luna ni sol.
durante ocho horas cumplidas
me paso, inmóvil y atento
a oscuras, sujetando el viento.
Solito en el socavón
abriendo y cerrando puertas
cuidado ¡el ventarrón!
Esos eran tiempos duros
En la infancia del carbón.



Escena 5
Luz sobre el Espacio Chiflón, donde no tarda en entrar el Guía. Y luz simultáneamente en el Espacio Mujeres, las que continúan su trabajo mientras conversan:

Meche: ¿Será verdad lo que dicen... que en el Chiflón, los que ahí se desgraciaron, andan penando?
Luisa: (Ríe) Miren, ¡cómo iba a ser!
Meche: Pero ¡si los han visto!
Abuela: Bueno, que nada se sabe de lo que le ocurre al cristiano cuando muere... quizá pueda volver a trabajar, ahí donde tenía costumbre.
Rosa: ¡Lo que hoy no consiguen los vivos!.
Guía 1: Con todo respeto, conozcan el chiflón del diablo y la forma en que aquí laboraban los mineros, sudando por las altas temperaturas y a menudo con riesgo de accidentes. Pero no teman, los señores turistas, hoy están las paredes y techumbres de estas galerías bien firmes... Se acondicionaron para que sean seguras y así puedan ustedes visitarlo y conocer como se producía este apreciado combustible. Si sienten sed, más allá hay una de esos modernos aparatos que le servirán cocacola con sólo apretar un botón.

Se proyecta una diapositiva con una de esas máquinas. Una de las mujeres turistas con máquina fotográfica colgando del hombro, se acerca al guía

La Mujer: (Acento gringo) Señor, diga, ¿por qué llamarse este túnel... “Chiflón del Diablo?" (Se apaga la diapositiva)
El guía: Es un nombre más bien mitológico, pero se debe también a la fuerza con que entra el viento. Había unos extractores que lo enviaban a las galerías para enfriarlas. El apir debía cavar, barrenar, colocar maderos para apuntar el techo y paredes de la galería, sacando y acarreando el carbón. La tosca, la roca, tiene un mineral, "la pirita", que produce calor, por lo que...



Mientras habla sube un rumor que va en aumento y un sonido peculiar que apaga la voz del guía. Se dibujan poco a poco las siluetas de unos mineros, son "los aparecidos" que penan en el Chiflón. (La Mujer huye asustada)
Golpe Musical
Luz intermitente, atmósfera irreal:
Se muestran los 3 mineros, con casco y máscara blanca. Se escucha el ruido que hace uno al mimar su trabajo como barretero, otro realiza la mímica de trabajar con una pala, el tercero tiene actitud de anciano.

Minero 1: Dígale que Chiflón es por el viento, y del “ Diablo", ¡porque a veces éste es un infierno!
El Guía: (Que no ve ni oye a los "aparecidos") Al quedar carbón encerrado, y al entrar el aire en lugares no ventilados, jugaban 3 elementos: la pirita, el combustible que es el carbón, y el viento. Ahí se producían explosiones del gas grisú.
Minero 2: Ahí ¡me recondené yo compadre!

Los tres se quedan escuchando con interés al Guía, dejando de trabajar

El Guía: Tomando en cuenta las galerías laterales que se fueron abriendo a los costados, este filón del Chiflón del Diablo suma 180 kilómetros. Para abrir estas galerías se ocupaban los explosivos. Cuando actuaban los "disparadores", así llaman a los que manejan el material explosivo, ahí había peligro, porque el disparo, -la tronadura-, producía partículas de carbón encendido. Entre los oficios, el más duro, es el de disparador...
Minero 3: ¡Ese soy yo...! El tiro a la larga ensordece... Y en esto del disparar, ya llevo veinte años. Y peligro está en que el tiro come el cable al estallar...



Ruidos sordos que van en aumento y "Luz Negra" o intermitente.
Los 3 hacen la mímica de resguardarse mientras uno hace la mímica de disparar, cuando dicen los siguientes parlamentos.
¡Guaaaarda...! ¡Fuego!. El tiro está en su punto
Dale, dale a la manilla. ¡Aguántate, mierda!
¡Aguántate, por la madre que todavía estoy aquí!
Y esconde el culo, huevón, que el disparo ya salió...
Atención!. ¡Detonadores!...



El Anciano: (Con voz gastada). Cierto que estoy sordo, pulmón me queda poco, viejo. Estoy, achacoso, babeando casi, pero todavía me queda entendimiento... Así es que, ¡cómo no voy a estar agradecido a la Empresa, si hoy los patrones me dieron un diploma y un apretón de manos. Bien merecido, digo yo, porque todavía le pego al trabajo, ¿no ve que jubilar no puedo, que no sé la edad que tengo, “onde” mi taita no me pasó por las leyes del civil?. Y van cuarenta años, eso si lo sé, que trabajo en esta mina, así dicen que lo dice el diploma...”

Los Tres (Turnándose y en coro)
Cuarenta años trabajando
¡no joda!
Veinte llevo disparando
¡la pucha!
El patrón siempre abusando
¡y no, pues!
La muerte siempre aguaitando
¡la perra!
Pero estoy vivo y hablando
¡carajo!
¡Por eso me están premiando!

El Guía: Del carbón sale metano puro, el que contaminado con el viento pasa a convertirse en altamente peligroso si hay un porcentaje de un 2,5 a un 3 por ciento. Había que detectar como venía el aire, porque a veces perdía velocidad, cuando se producía algún un derrumbe...
Minero1: El derrumbe... ¡Eso me tocó a mí!. (Retrocede hasta desaparecer como si se esfumara en el aire)
El guía: A medida que se ahondaba en esta galería, la roca se volvía porosa, y con las filtraciones resultaba precaria la estabilidad de la techumbre. La empresa debía emplear gran cantidad de madera para apuntalarla. Usaban eucalipto, porque cruje antes de desmoronarse, dicen que avisa.
Minero2: "Cruje"... pero igual cae altiro... ¡no hay quién se salve!...



Seguido del anciano retrocede hasta que se "esfuma" su silueta.
Sube la luz en espacio Mujeres, y va bajando en el Espacio Chiflón.
Mientras recogen lo que han estado trabajando (la masa o el pan). Meche comenta a las
demás:

Meche: Fue en el derrumbe grande cuando a mi padre, pobre viejo, lo sacaron medio muerto del Chiflón... Y seguro que la muerte no lo afligía, por el gusto que le daba ver la luz y ver el sol. ¡Ya no más esa oscuridad!. Bueno, que eso pienso, porque siempre me pedía: “ Hija, cuando muera, que no me entierren... que me dejen sobre el verde, para que mis huesos se blanqueen al sol..."

Melodía de guitarra mientras las Mujeres van saliendo llevando sus bolsas de pan. La Abuela se queda, Barriendo y ordenando el lugar.



Escena 6
Luz sobre el Hijo. Arriba, en el entarimado, la Abuela sigue barriendo.

El Hijo: Recuerdo a mi madre, a mi abuela siempre ocupadas, amasando el pan lavando las sábanas, la ropa impregnada con el polillo del carbón, cocinando... Sin tiempo para nada que no fuera atender al esposo, a los hijos, ir a comprar las provisiones. En una ocasión le pregunté a mi abuela... (Alza la voz y le pregunta, sin mirarla) Abuela, ¿usted quería a su esposo?
Abuela: (Distraída, barriendo) Sí, niño...
El Hijo: ¿Tanto como para decírselo?
Abuela: (A la defensiva) ¿Decirle "qué"?
El Hijo: Que lo quería...
Abuela: (Dejando la escoba, quieta, mira ante sí con melancolía). Se lo dije una vez, pero no sé si él se enteró.
El Hijo: ¿Cómo que no sabe?
Abuela: Fue algo extraño. Hace mucho de eso. Una noche llegó Antonio del trabajo... La verdad, no supe qué pensar.

La Abuela cruza hacia el Espacio Evocación, quitándose un chal y cubriendo su pelo blanco con un pañuelo de colores, lo que le da un aspecto más joven para la escena de evocación.
El Hijo se retira.
Notas de guitarra, y Luz sobre la Abuela que se sienta a la mesa.
Entra un actor como el minero Antonio, con paso cansino, se sienta junto a la Abuela. Ella
lo mira con extrañeza.

Antonio: Ayer me tocó la galería donde están apuntalando la roca... la madera se pudre con la humedad. Igual seguí acarreando las carretillas y trabajando con la pala... ¿Me tiene lo que le pedí?. (Ella lo mira casi con temor). ¿Se le olvidó? (Un silencio). ¿Por qué me mira así?. ¿Se le olvidó que recién le pedí que me trajera una jarrita de vino?. Es que no pude entrar a la cantina. Voy a entrar y es como si el aire me sujetara. Veo a los compañeros, los llamo, no me escuchan... Por eso le pedí el vino. ¿O no fue así?. Mire, tengo todo confundido en la cabeza. Parece que algo me cayó encima, fue un golpe fuerte, vi todo negro...
Abuela: Antonio... ¿porque eres tú, verdad?
Antonio: Antonio me llamé siempre.
Abuela: Es que... (Se lleva el pañuelo a los ojos). Ay, no sabís na'...
Antonio: ¿Por qué llora, mujer?
Abuela: Es que “no sabis na'”
Antonio: Bueno, dígalo, para que se sepa.
Abuela: Me vinieron a decir que... (Lo mira, vacila) en el derrumbe de la galería del Chiflón donde vos... (suspira, seca sus lágrimas). Me vinieron a decir: “su marido está entre las víctimas de ese derrumbe. Todavía no rescatan los cuerpos"... ¡Cómo no iba a llorar de verte aquí!
Antonio: Mire... ¿Y por eso llora?
Abuela: No, Antonio, lloro por otra causa. No lo vas a creer pero es de puro gusto, porque cuando me vinieron a decir que mi hombre había muerto. pensé: (Dramática) ¡Dios mío!. Se murió, se lo tragó la mina, ¡y yo nunca se lo dije! (Suspira hondo). Ay, Antonio... cierto que la muerte es cosa tremenda, pero en ese momento lo único que se me vino a la cabeza, fue, no más eso ”murió y nunca se lo dije” (Lo mira, con timidez por lo que ha dicho, luego agrega:). Y eso es malo. Al no decir lo que se piensa, se queda como una espina atravesá...
Antonio: (Serio, y como ausente). Cuando le llega la hora a alguien que uno aprecia, quedamos en deuda, por las cosas que se nos quedan sin decir...
Abuela: Y ahora me puedo sacar esa espina, así es que te lo voy a decir, antes que se me pase el tiempo. Ahora mismo ¡qué me demoro! (Volviendo el rostro). “Te quiero, Antonio”, (Él no parece oír, repite enfrentándolo con ternura y con alegría). Dije, que te quiero, siempre te quise... ¡de amor!
Antonio: (Voz monótona). Yo les advertí, esa techumbre necesita madera. Pero dicen que es mucho gasto estar apuntalando estas galerías. Ahí se descuidaron.
Abuela: Antonio... dije... que te quiero.
Antonio: Fui a decírselo a los compañeros, que había que presentar reclamo, fui a la cantina, pero no pude pasar... un viento que sujetaba. Les grité... no me oían. (Pausa, desconcertado) ¿Qué será lo que hay, Rosa?



Se acerca una mujer que trae un pan

La Mujer: Comadre, vine a traerle el pan de mina, porque mi mamá hizo doble ración, para convidarle a usted que estará muy triste para amasar.
Abuela: Usted siempre con su cariño... Y mire quién está conmigo.
La Mujer: (No ve a Antonio). Dile, me dijo, que siento mucho su atraso, es duro pero son cosas de esta maldita galería.
Abuela: Comadre "Él" está aquí.
La Mujer: (Le hace un cariño). Tenga conformidad, no esté divagando. (La mujer deja el pan y se retira.)
Abuela: (Mira, asustada a Antonio). ¡Antonio! (Levantándose retrocede con temor y murmura) ¡Virgen Santísima!. Debes estar muerto...
Antonio: El derrumbe... Yo les advertí que esa techumbre ya no daba para más.

Se levanta y se retira retrocediendo hasta perderse en las sombras

Abuela: (Da unos pasos tras él, casi agresiva). Antonio, sé que estás muerto. Lo supe desde que entraste aquí reclamando algo que nunca me pediste... Pero no me atreví a decírtelo, por miedo a que te desvanecieras... ¡Estás muerto, Antonio!, ¡y no lo sabes! (Llorando) ¡Nunca te dije que te quería!



Oscuro.
Melodía en guitarra. (Se sugiere la de la canción "Razón de vivir" de Víctor Heredia)



Escena 7

 

El guía se coloca en el extremo derecho, donde antes se proyectó la entrada del Chiflón. Hacia Público, como si hablara a los turistas:

El Guía: En la mina se construyeron 211 kilómetros de galería, era una ciudad subterránea, con tecnología de punta. Habían robots manejados por hombres, por lo tanto se necesitaron menos trabajadores, hasta que llega el día más desagradable para este pueblo: un día de Abril del año 1997, cuando se produce el cierre de esta gran empresa que albergó por más de 150 años a varias generaciones de mineros.



Van llegando todos los actores, como saliendo del trabajo (de la jaula), y las mujeres que
vienen a encontrarlos. Se despliegan en una fila que avanzan hacia público, a la que se une el Guía. Actitud entre agresiva y angustiada, como de protesta ante el Público

Todos: (turnándose o en coro)

A las tres de la tarde
sin previo aviso
el día 16 de Abril
del año de 1997

Una Mujer: Lo que salían de la jaula al finalizar el turno de la mañana escucharon la sentencia...
Los Hombres: ¡SE CIERRA LA MINA! Carajo...
La fatalidad nos cayo de un repente...
Nadie estaba preparado..
El trabajo de la mina era el único que sabíamos hacer...
Fue como si nos cortaran las manos...
Una Mujer: Y a los hombres que llegaron desprevenidos al turno de la tarde, cuando iban a entrar a la jaula, les dijeron:
Varios Hombres: ¡Nadie baja! La Jaula está clausurada.
No habrá turno de la tarde...
Ni hoy, ni mañana, ni pasado, porque...
¡SE CIERRA LA MINA!



Con una coreografía acompañada de elementos de percusión, desfilan ahora con carteles en blanco, alguna bandera, dando vueltas en círculo, como en una marcha de protesta, menos el Padre que se queda en un extremo y habla hacia público

El Padre: El día 16 de abril del año 97... Como un rayo, como un cataclismo nos cayó esta desgracia. Nadie sabía nada... (Agresivo, hacia público). ¿Por qué no avisaron con tiempo, para hacerse uno a la idea, o ir buscando algo para defenderse?

El Padre vuelve a formar parte de la marcha.
Se desprende del grupo El Guía 1

El Guía: (A público, tono coloquial). La empresa tenía problemas, así es que el año anterior habían despedido como a 30 mineros. Entonces hicimos huelga, y fue peor ¡despidieron a cerca de 400! ... Para que la mina, dijeron, no tuviera que cerrar. Fue duro, pero nos quedó esa confianza, de que no iba haber cierre.

A trechos, la marcha se detiene cuando uno de ellos habla a sus compañeros.

Hombre 1: (Saliendo de la marcha, a sus compañeros). Si la cierran, ¡se acaba todo!. ¿Qué podemos ser, si no somos mineros?. Mineros fuimos toda la vida. Lo fue el padre, el abuelo, los hermanos...
El Padre: No es justo, compañeros. Hasta ahora fuimos como una gran familia los trabajadores del carbón... Una familia unida por el trabajo, por el Sindicato, el local donde nos reunimos los domingos. ¡No nos pueden hacer esto!
Hombre 2: ¡Como se atreven a clausurar esos piques, que es como si fueran nuestros!. ¡Ahí pasamos una vida entera, igual que el padre y el abuelo arrancando un mineral que era riqueza para el país!. ¿No es eso lo que nos han dicho siempre cuando nos contratan?
Hombre 1: ¿Y no siguen ahí las vetas?. ¿No hay carbón que extraer?. Si en la mina queda tantísimo carbón, cómo no hallan mejor solución que dejándonos a todos sin trabajo?
Hombre 2: (Con violencia). ¡Nos tienen acorralados, compañeros, y sin saber quiénes son los que deciden el destino de uno!

Se detiene la marcha, las mujeres se reúnen, hablan hacia público.

Mujeres: Ahí estaban, tantos mineros, hombres rudos, llorando.

Nosotras, ese día fatal
Junto a los hombres
TODAS LLORAMOS...
Mujer 1: No les dieron tiempo para organizarse y reclamar o tener junta para llegar a un acuerdo. ¡De intento lo avisaron así, de un repente!
Mujer 2: Tampoco sabíamos si nos iban a dar una compensación... Si nos iban a quitar la casa, la escuela, el hospital...
Mujer 1: Fue como decirnos: "¡Váyanse de Lota!. ¡Aquí ya no los necesitamos!"
El Guía: (Siempre en tono coloquial, explicando al público el problema). Lo que nosotros, los que fuimos empleados para guiar a los turistas, no nos está permitido decirles, es que a pesar del proceso que llaman "reconversión", continúa en las calles de Lota, el abandono y la pobreza. No han logrado cumplir las promesas de terminar con la cesantía y el desamparo en que quedaron nuestras familias. En los llamados "empleos de emergencia" no pagan a tiempo los salarios. Las promesas no se cumplen.
El Padre: Hablan de dar dinero, para invertir... ¿Y cómo?. Si el que ha estado siempre trabajando en la mina, no entiende de negocios o de hacer rendir el dinero.
Hombre 1: Tampoco uno "se halla" en los otros oficios que ofrecen con una "capacitación", que le llaman... ¿Cómo le va a gustar al que no más tiene costumbre de sacar carbón en las galerías, vestirse de blanco y cortarle el pelo a los ricos?
Mujer 2: Mi marido quedó el más afectado, porque nunca aspiró a nada más, él deseaba ser minero, y no conoció otra cosa... ¡Se le vino el mundo encima!

Los actores van retrocediendo, hasta perderse atrás en lo oscuro menos Luisa, la joven.

Luisa: Ese día, dieciséis de Abril, una vecina me vino a decir: “cerraron la mina”. No lo podía creer... Vestí a mi hija par ir a dejarla a la escuela y me fui al pique, donde tenía el turno mi marido. Quería verlo, estar con él en ese momento... Entonces lo veo salir, todo cochino, tal como había estado trabajando. Había hombres llorando.



Mientras dice, se acerca a uno de ellos, su esposo, José.
Él avanza como saliendo del trabajo, con y una bolsa, se quita el casco.

José: (Tomándola de la mano). Vamos, Luisa, se acabó...
Luisa: (Toma la bolsa que el trae). Tu ropa limpia, para cambiarte, (Él asiente)

Salen caminando, él la lleva de la mano y va cabizbajo.
Entran al Espacio Evocación.

Luisa: En la casa serví almuerzo.

José, se sienta a la mesa, apoyando los codos hundiendo el rostro, llora silenciosamente.

Luisa: Nunca había visto llorar a mi marido. Esa fue la primera vez. Mi esposo nunca jamás me preguntaba como era mi día, nunca hablábamos, y no me molestaba por eso, porque así lo vi en mi mamá, en mi abuela. Y ahora, no sabía cómo hablarle... Tenía miedo que lo tomara a mal... Así y todo me acerqué a él. (Se acerca a José). Y esperé que él me hablara.
José: (Alzando el rostro, murmura). Se acabó, Luisa... ¿qué va ser de nosotros?
Luisa: Confórmate. Somos jóvenes, todavía podemos salir adelante. (El niega con la cabeza cubriendo su rostro con un pañuelo que ella le tiende). Mira, yo hasta ahora me he preocupado de la pura casa, pero puedo trabajar. Anímate... (Lo abraza, quedan en silencio un instante. No logra retener sus lágrimas). ¡Me hiciste llorar!. Menos mal que llevé a la niña a la escuela, ella no tiene que vernos sufrir. ¡No es justo!. ¿No dijeron que con los que echaron el año pasado, la mina podía seguir funcionando?. Que.
... (Calla y mueve su cabeza como tragando sus palabras)
José: Se acabó y se acabó. La mina es lo único que conocí, desde niño. Es como si la vida se acabara...
Luisa: Pero una cosa me tienes que prometer: ¡no te irás de mi lado!. Y si pasamos hambre, la vamos a pasar juntos. El cariño no se acaba, aunque se acabe la mina... ¿Me lo prometes? (Él asiente.)

Baja la luz sobre ellos, que se retiran
Breve melodía en guitarra.



Escena 8

 

Luz sobre el lugar donde trabajan las mujeres. Rosa, Meche, Luisa y la Abuela están como al inicio de la obra, cociendo el pan, haciendo labor, comentando lo sucedido con el cierre de la mina. (Pueden haber salido y luego haber regresado)

Rosa: Esos días fueron tremendos. El dinero que prometían tardaba en llegar. Con decirle que un día me quedaban los últimos mil pesos y le dije a la niña que los llevara para su colación en la escuela, y ella que no tenía hambre, que si los gastábamos, "con qué vamos a comer al día siguiente"... Así estábamos de desamparados.
Meche: A mi marido lo capacitaron en computación y en bodega, después hizo una práctica, pero ¡no le buscaron trabajo!. Lo dejaron “al mundo”. Y tenerlo en la casa es desesperante. Se levanta, se sienta, todo le molesta, no halla nada bueno.
Abuela: Hombre sin trabajo, y en la casa ¡se vuelve idiático!...
Luisa: Con mi esposo, después que nos casamos bien enamorados, ¡estuvimos a punto de separarnos!
Meche: No sólo usted. Para mi vecina fue peor: El marido se fue a trabajar al Norte, y nunca dio razón. Ahora tiene que alimentar a sus 5 chiquillos... Vende el pescado que le trae un hermano. Y hasta sale con él a pescar.
Rosa: Yo tuve suerte con ese puesto en la Feria. Otras se desesperaron, más de una se quitó la vida...
Abuela: Sé de mineros que se suicidaron, pero de mujeres no tenía noticia... ¡Jesús!. ¡Valientes hay que ser para quitarse la vida!.
Rosa: Pero muchas supieron reaccionar. Y como es el dicho, "no hay bien que de un mal no venga", con tal de salir adelante, porque una es madre, las que antes eran esclavas y no tenían opinión en la casa, hoy usted no las reconoce: trabajan. Y mandan fuerza...
Luisa: ¡Cierto!. Nunca olvidaré esa mañana del mes de Marzo...
Rosa: ¡La marcha a la capital! (A la abuela). Hicimos lo que jamás nos hubiéramos atrevido a hacer en otros tiempos... Partir con los niños a reunirnos allá con los esposos. ¡Las que antes éramos su sombra, tuvimos que aprender a ser su apoyo!
Meche: Y esos desalmados de los pacos, viendo que íbamos con niños chicos, nos lanzaban agua con el Guanaco para atajarnos... ¡Pero igual supimos llegar a la capital!. Hasta hicimos huelga de hambre. Pero no hubo respuesta de las autoridades.
Luisa: Por eso los hombres se fueron desmoralizando.
Abuela: Harto cambió este pueblo. Cuando yo era joven me admiraba de lo fuertes y luchadores que eran los mineros del carbón. Ahora algunos parecen tan derrotados... No todo pudieron asimilar. Hay algunos que se emborrachan, otros, los ve usted parados en las esquinas.



Oscuro



Escena 9

 

Luz sobre el hijo, espacio izquierdo. Se pone su gorra, y toma la mochila que ha dejado ahí al inicio para ir a encontrarse con el Padre, mientras va diciendo:

El hijo: Como dice la abuela, los mineros tenían fama de valientes, sin embargo, el cierre de la mina los dejó desarmados. Eso pensaba mientras venía en el bus que me traía a Lota. La vi diferente: el cielo claro, anunciaba el fin de las faenas del carbón. Me preguntaba, con desesperación, qué podía hacer para ayudar a mi padre... cuando de pronto lo vi frente a mí.

Se muestra el padre

El Padre: ¡Volviste!... (Se lo queda mirando, entre incómodo y sorprendido cuando El Hijo se va acercar a saludarlo. Se quedan frente a frente, mirándose). Bien. Ya podías regresar ¿no?. No hay peligro que tu padre te pida que vuelvas a la mina. (Con súbito tono dramático). "Para que ahí te forjes un buen porvenir".
El hijo: Papá... Lo siento. (Bajando el tono). Lo siento mucho.
El Padre: ¿Sientes no haber seguido en la mina?. Fue una suerte, después de todo, no tuviste que pasar por esto.
El hijo: No, quise decir que siento lo de... Lo que tuvo usted que vivir.
El Padre: Así es. Y no sólo yo. Dicen que “mal de muchos, consuelo de tontos”... "Tonto", aquí no hay nadie porque es peor ver que tantos están pasando por las mismas dificultades. Y la verdad es que poco sabemos de los demás. Hoy cada cual mira por lo suyo.
El hijo: No crea que eso ocurre sólo aquí.
El Padre: (Casi cortando, con voz firme). Pues aquí, eso, antes ¡NO ocurría!. Cierto que en la semana con los turnos y el cansancio durante el trabajo, poco nos hablábamos. (Se anima) ¡Pero los domingos, eso era sagrado!. ¡El Sindicato!. Ahí nos juntábamos. También veíamos lo relacionado con el fútbol porque el fútbol es importante. Se practicaba la amistad. La camaradería, ¡Y eso fue lo que se perdió de golpe!. ¡La unidad para dar la pelea!
El hijo: Pero supe de unas marchas.
El Padre: Marchas hubo, pero no hay fuerza. Y yo digo que es porque aquí se acabó la "vida comunitaria".
El hijo: ¡Cómo pudo perderse!
El Padre: (Con sarcasmo). ¿Cómo?. ¡Si todo cambió, así, de un día para otro!. Fue tan grande el desastre que produjo el cierre de la mina, que quedamos indefensos, como si se acabara el mundo. Ni siquiera pensamos en unirnos para dar la pelea. Con decirte que al día siguiente, en la reunión donde dieron la noticia oficial del cierre, un compañero, delante todos ¡se cortó las venas!. Lo atendieron a tiempo y lo salvaron, pero más de uno se quitó la vida. (Un silencio) El golpe militar fue algo tremendo, pero el cierre fue peor, porque no sabía uno cómo reaccionar. ¡No había un patrón!. ¡No había un "enemigo" contra quién tirarse!. En cuanto a la marcha a la capital... mucha bulla en los diarios, pero no se consiguió gran cosa. Los que nos estaban jodiendo con el cierre, no daban la cara. Tenían demasiado poder. Así fue como la gente se empezó a desanimar.
El hijo: Claro, yo entiendo, pero también hay otras cosas. No sé. Pienso que el mundo es algo muy grande, quiero decir, no todo es la mina, el cierre... En fin, que... no sabría cómo explicarlo.
El Padre: No sabes cómo explicarlo, porque tampoco lo entiendes. Eso por no haber vivido esta fatalidad. Mira, lo que hay es ¡desánimo!. Y yo, me desanimé, igual que todos no más. (Pausa) Supongo que es porque no andamos reunidos como antes, cuando nos dábamos fuerza unos a otros. ¡Teníamos, entonces, por tradición, de padres a hijos, el orgullo de ser duros!. ¡El de no cejar si nos proponíamos algo!
El hijo: Pero usted siempre ha sido bien terco, papá.
El Padre: Ya ves como la vida a uno lo va cambiando... Y no te miento cuando digo que hubo suicidios. Por las promesas que no se cumplen. ¡Poco valen marchas o protestas si a los que están arriba se les frunce jodernos!. Miran no más por su propia conveniencia. Contimás que si uno de nosotros se quita la vida, la viuda ¿ante quién van a ir a reclamar?. ¿Entendís de lo que te estoy hablando? Ahora el que manda en Lota, ¡no tiene cara! (Mueve negativamente la cabeza y repite para sí) No tiene cara...



El Hijo no sabe qué decir, luego de un silencio, el Padre lo mira, ceñudo, volviendo al tono agresivo:

El Padre: Y pa' qué gasto más palabras si, supongo que a ti te alegró que cerraran la mina...
El hijo: ¡Cómo me iba alegrar! No, pues...
El Padre: Bueno, más vale no hablar de eso. Se acabó, y se acabó. Del dinero no queda nada. Quisimos hacer negocio, invertir con lo que nos tiraron, que no era poco, pero ¡qué sabe uno de negocios!. Y nunca faltan los aprovechadores. "Vivos", que sacan ganancia de la desgracia ajena. (Lo mira, desanimado). Y ¿qué tanto te interesas ahora por nosotros?. Me contaron que estaba en la Universidad, ¡que le aproveche pues!. No tiene que preocuparse de lo que está pasando en éste, que era su pueblo.
El hijo: ¿Por qué me dice eso?. Volví, y quisiera hacer algo.
El Padre: (Con mucha amargura, repite:) “Hacer algo”... Hm. (Agresivo). ¿Acaso sabes de la situación en que estamos todos aquí?. ¿Sabes por mentar un caso, de la desgracia de mi compadre, el Beto, tu padrino? (El Hijo niega con la cabeza). Acaba de perder a su mujer en una forma terrible... Hasta me duele decirlo. Y eso ocurrió porque les quitaron la casa, obligados a vivir de allegados, y para peor, los dos hijos que no hallaron trabajo, se metieron con las drogas, pero para mí lo que más les dolió fue sentirse desplazado, sin esperanza ninguna, La mina lo era todo...
El hijo: (Impactado por la aflicción del padre). Y ¿cómo fue a morir mi madrina?
El Padre: A la comadre, la encontraron colgando de una viga...
El hijo: (Horrorizado). ¿Cómo pudo ser?
El Padre: La depresión pues, de eso se habla aquí de “depresión”. Antes en Lota, no se conocía esa palabra. (Se deja caer en un escaño y se toma la cabeza). Y uno, por la mierda... sin poder hacer nada. Mi compadre, el Beto, el mismo que cuantuá, me sacó de entre los escombros, en un derrumbe.
El hijo: El derrumbe... ¡El del Pique Grande!
El Padre: ¡Y yo, ahora, sin poder corresponder!. Hice una junta con los amigos, hablamos de buscar alguna forma de ayuda, así entre todos, pero ya las cosas no son como antes, y tampoco tenemos los medios para hacer una buena colecta o algo así. ¡Ni menos hallamos a quién recurrir!. Fue una injusticia muy grande... ¡No me hagai hablar!. No me hagai hablar... (El Hijo lo mira, conmovido. El Padre, reacciona). Yo, hijo, soy ignorante, pero tú que fuiste a estudiar con gente instruida dime ¿qué dirían ellos al saber de esta injusticia que han cometido con nosotros?. ¿Por qué este castigo que no hemos merecido?
El hijo: Tendrán instrucción, pero ¡no saben mucho más que usted!. "El hombre, dicen, sabe que la Tierra gira en torno al sol, que el universo existe desde hace millones de años, sabe de los descubrimientos de la ciencia, ¡pero ignora para qué existe, y para qué nace, vive y muere!"
El Padre: Mmm... Una gran verdad... (Con amarga ironía). Aunque yo "sí" sé para qué viven los, como uno, que nacen en la pobreza ... "para vivir jodidos trabajando para los que nacen en casa de rico". Al menos tú supiste escapar, quedar fuera de esta maldición. Si quieres un buen consejo: sigue tu camino, y no te preocupes porque en este pueblo, ¡no hay futuro!. (Repite categórico) ¡No hay futuro!
El hijo: Pero usted tiene sus conocimientos, su experiencia en el trabajo, ¿cómo en su caso no va a haber futuro?. Claro que ahora pasa por una mala racha.
El Padre: ¿Mala racha?. ¡Es muchísimo más que más que eso! Y tú, enterado de esta situación, ¿cómo fue que volviste?
El hijo: ¿Qué razón puede tener el hijo para volver donde el padre? (Pausa, le sonríe) El cariño es lo que al final, mueve a las personas. (El Padre queda mudo, luego de un silencio el Hijo prosigue). Papá... yo a usted lo respeto. Más que eso, siempre lo admiré.
El Padre: (Lo mira con extrañeza, vacila) ¿Qué fue lo que dijiste?
El hijo: No crea que porque no quise seguir en la mina, o le hablé en un momento de rabia, pienso que su vida no tiene valor. Al contrario. Es que uno tiene esa maldita costumbre de callar, de no decir las cosas, como si no hubiera necesidad de decirlas. (Le sonríe, ante el silencio del Padre, agrega;) De veras, ¡me siento orgulloso de usted!
El Padre: ¿Cómo fue eso?
El hijo: Sabido es que aquí usted de los más solidarios, de los valientes que arriesgan su vida en los derrumbes por ayudar a los compañeros. ¡Y de los más luchadores!, los que peleaban para conseguir mejores condiciones de trabajo...
El Padre: ¡Eso es el pasado, niño! (Aflora angustia a su voz, al repetir). Ahora no sirve. ¡Qué va a servir!. ¡Más es lo que ¡perjudica!. Nadie le va a dar trabajo al que tiene fama de luchador Quedan fuera por "conflictivos". (Ante el silencio del hijo) Y hablando del trabajo aquí hay pura cesantía, no fue buen idea volver, hijo...
El hijo: Pero yo estoy en deuda con usted. Si antes lo disgusté dejando la mina, ahora que terminé mis estudios, vine dispuesto a hacer lo que me diga. Lo que sea, si hay algo en lo que yo pueda colaborar... (Calla al ver que el padre mueve negativamente la cabeza)
El Padre: Todos Los jóvenes se van, aquí no hay porvenir ninguno. Ya te dije, pura cesantía. (Calla)
El hijo: (Tímidamente) Papá... ¿usted tiene trabajo?
El Padre: (Vacila, se alza de hombros)Algo parecido. Bueno, que me lo pasé sin trabajo tanto tiempo que... tuve que agarrar lo que fuera. Porque de nada sirve la experiencia como minero del carbón para hallar trabajo.
El hijo: ¿No decían que los preparaban para otros oficios?
El Padre: Sí pues... (Irónico). "Otros oficios", peluqueros, garzones... poco saben esos señores lo que era trabajar en las minas de carbón... ¿Ves a tu padre sirviendo como "garzón", con estas manos acostumbradas a la picota?. ¿Y con guantes blancos para ocultar el carbón incrustado en la piel?. (Se pasa la mano por la cara en un gesto de impotencia). De los "otros oficios", mejor no hablar...
El hijo: ¿Por qué?
El Padre: Hay algo que por años cuidé, hijo, algo que se llama orgullo... y dignidad... (Suspira y continúa, sombrío). Como te estaba diciendo, pasé tanto tiempo sin trabajo que tuve que aceptar lo que fuera. Y contra toda mi voluntad... (Pausa) Sobre Lota pesa una maldición... Mejor vuelve allá, donde estudiaste... y piensa que Lota no ha cambiado, has cuenta que sigue así como la conociste en tu infancia... ¡Y por tu vida. ¡Olvídate que tu padre, que era de los mineros del carbón más esforzados, ahora tiene que atender a unos extraños, y recitarles como loro una lección aprendida.
El hijo: ¿Lección aprendida?
El Padre: (Saca de su bolsillo un folleto y recita leyendo) "Viva un safari bajo tierra en el pique del Chiflón del Diablo. y sepa que en 1837, gracias a la visión patriótica de la familia Cousiño, parte la explotación de los yacimientos carboníferos de Lota... (Guarda el folleto y deja caer sus brazos, deprimido.)
El hijo: (Incrédulo) Quiere decir... que al final tuvo que aceptar ese oficio...
El Padre: Sí, maldita sea!. ¿Hay que comer, no?
El hijo: Papá... No puede seguir así. (Animándolo). ¿Sabe?. ¡Venga conmigo a la capital!. Estoy seguro que ahí algo le podemos conseguir y...
El Padre: (Cortando) No te hagas ilusiones... También me ofrecieron una pega de "caminero"... ¡qué voy a ir hacer yo en los caminos!. Escucha... Me trajeron guaina aquí a Lota cuando mi padre se enfermó, porque para conservar la casa tenía que haber uno trabajando en la mina. (Pausa) Hace cuarenta años de eso. Viéndome casi un niño los mineros me acogieron. Fui aprendiz en las galerías, anduve uña por uña rasguñando la piedra gateando en la veta nueva, sacando carbón. Vivíamos mal, las casas en mal estado, el dinero escaso, pero ahí estaba (se muestra, tocando su pecho). José Cruz Ayala, ¡peleando en las pendencias, bebiendo en la cantina, aguantando el miedo en los derrumbes!. Y cuando nos reuníamos para pedir unos pesos más de salario, aunque nos llegaran palos, ahí estaba, marchando en todas las marchas, bajo el sol, bajo la lluvia. Y en la huelga me daba sus vueltas para cuidar la mina. ¿No ves que hasta hubo un terremoto que nos pilló en paro? Es que, Dios me es testigo, ¡le tomé tanto cariño a la mina...! ¡Como si fuera mía!. O como si yo fuera de ella... (Pausa, se pasa la mano por la cara, en un gesto muy suyo, como queriendo borrar algo. Suspira )  y aquí me tienes. ¡Despedido! ¿Dónde quieres que vaya? Nadie me conoce. Estoy viejo como las piedras. Como estos piques que ya no entregan nada. No, no voy a ninguna parte, aquí me quedo. Hasta que me muera. (Con humildad). Ocúpate que me entierren en el carbón. Sólo el carbón me conoce (Un silencio). José Cruz Ayala, no sigas moviendo los pies. Hasta aquí llegaste, hasta aquí, José Cruz Ayala...

Se escucha la voz del guía 2

¡Subiendo.. . . último hombre!

Sonido del Ascensor

La luz ha bajado hasta el oscuro quedando fija un instante sobre el rostro del padre con su expresión dramática.

Fin



Desarrollado por Sisib, Universidad de Chile, 2006