Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


ˇSubiendo . . . último hombre!

de Isidora Aguirre

Escena 3
Antes que vuelve la luz entra el tema de la obra en guitarra. Luz intensa sobre el espacio
"Evocación", donde el Padre, aún con el casco en sus manos, habla a público:

El Padre: Quizá él tenga razón al querer continuar sus estudios... Eso a muchos nos faltó. En la escuelita campesina apenas aprendí las letras... Pasé mi infancia como pastor de ovejas, en la tierrita de mis abuelos maternos. (Pausa). Sólo al cumplir los 16, mi madre me fue a sacar de las faenas de campo adentro.

Ha entrado la abuela, sin la peluca gris se ve más joven para la escena que la evoca en el pasado...

Abuela: Recoge tus cosas, y monta, hijo que iremos hacia el mar.

El Padre se queda en su lugar en un extremo, mientras entra, siguiendo a la Abuela, un muchacho (que será el Padre en su juventud), con un atado de ropa y alpargatas, y responde a la Abuela.

Muchacho: Madre, ¡no conozco el mar!
Abuela: ¡Ya lo conocerás!
El Padre: (A público, con nostalgia). Cabalgamos por cerros y quebradas, cruzamos dos veces el Bío-bío. Ese río se da muchas vueltas en su viaje de la montaña al mar... Fuimos bordeado laderas boscosas, húmedas ya con la niebla marina. Al llegar a una altura el corazón me dio un vuelco al divisar la inmensidad del océano. (Pausa) Surgió en lejanía la herradura del golfo... En aquel tiempo, los árboles añosos bajaban hasta la orilla, y se reflejaban en el agua como en un espejo.
Abuela: Hijo... ¡Abre bien los ojos y mira el horizonte! (Casi con temor, y a la vez con cierta solemnidad) Quiero que lo mires todo, y que lo mires bien. (Un silencio, en el que el Muchacho parece sorprendido y mira a lo lejos). Llena tus pulmones de este aire limpio. (Pausa). Baña tus ojos en el color azul del mar. (Con un gesto amplio hacia el supuesto panorama). Ojalá conserves esto en tu memoria. (Se vuelve y lo observa un momento. Luego alza la vista y sigue un vuelo de pájaros, indica al muchacho que se coloca junto a ella). ¡Mira!, ¡una bandada de patos silvestres!. Emigran hacia el Norte. ¡Son tan libres!... Guarda eso también, ¡el vuelo de las aves! (Sonríe y mira a si alrededor, se inclina algo, como queriendo rozar el suelo con su mano. como en una caricia). La hierba, las florcitas silvestres... ese aroma que sube de la tierra cuando la calienta el sol...

Se queda quieta mirando ante sí al levantarse y el muchacho, junto a ella, observa atentamente lo que ella, con el gesto, le indica.

El Padre: Miré los matorrales, las diminutas flores silvestres, el revolotear de una mariposa... Y de pronto comprendí que aunque había crecido en el campo, veía lo que mi madre iba nombrando, como si fuera la primera vez. Empezaba a añorar algo que acababa de descubrir. Tal si nada más lo descubriera ¡para perderlo!
Abuela: No olvides esta belleza que ahora contemplas, porque es tuya.
Muchacho: ¿”Mía”, madre?
Abuela: Nuestra, y de todos quiénes sepan verla. ¡Mañana te hará falta!, ¡mañana, cuando estés entre tinieblas! (Suspira). Odio la mina que nos va quitando los hijos. Y por mucho que la mina los maltrate ¡ellos la aman como a una novia!

Se desplazan en silencio.

Muchacho: Pero ¿acaso no es de admirar el que los mineros afronten con valentía los peligros de su oficio, para entregar al país esa riqueza?
Abuela: ¿El país?. ¿Qué es el país?
Muchacho: “La Patria”, madre. Las banderas. Así lo enseñan en la escuela.
Abuela: De eso que nombras, tu abuelo, tu padre... ¡están ausentes! (Lo mira, le hace una leve caricia). Como lo estarás tú, hijo... (Cambio, con humildad).  Perdona... Es que no me conformo, en pensar que también ¡amarás a “la maldita”.
Muchacho: Yo pensaba que era importante la misión del minero del carbón...
Abuela: Más te vale. (Se lleva el pañuelo a los ojos, él la mira sorprendido). No me hagas juicio. (Suspira). Me aflige pensar que quizá mañana a esta hora ¡estarás a oscuras!. Que tendrás en los labios el sabor hosco de la hulla, y un polvillo negro empezará a incrustarse en tu piel. (Luego reacciona). No es tan terrible. Exagero, como nos ocurre a las madres. Nunca deja uno de preocuparse. (Sonríe). Seguimos viendo en el hijo crecido, la criatura que nos poníamos al pecho.
Muchacho: Pero, digo yo, aunque es duro el oficio, ¿no es una hazaña internarse bajo el mar y arrancar esa riqueza? ¿No debería el minero sentirse orgulloso?
Abuela: (Con cansancio). A tu abuelo lo mató ese orgullo. Y de ese mal ¡tu padre ya empezó a morir!

Va retrocediendo seguida del muchacho y la luz baja sobre ellos, lentamente, como si en la memoria del Padre el recuerdo se fuera desvaneciendo. El Padre avanza algo y se dirige a público para terminar su relato:

El Padre: Eso dijo y sus ojos se llenaron de rencor. No volvió a hablar hasta que llegamos al pueblo. El aire estaba saturado de humo. Pasamos por entre las viejas casuchas de murallas oscurecidas que se amontonan en la ladera. Luego la seguí por unos pasillos donde las mujeres restregaban y pasaban escobillas por las sábanas grises en unos lavaderos de cemento, entre el griterío de los pequeños, correteando a medio vestir, trasero al aire... Las sábanas tendidas al agitarse con el viento se me antojaron velas de un buque, navegando en ese mar que acababa de conocer, como las había visto en una estampa... Y asustado por las palabras de mi madre, añoré como cuando niño, no poder hacerme a la mar como los marineros. Al fin nos detuvimos ante una de las casuchas. La puerta baja y estrecha estaba entreabierta. Divisé a mi padre Lo noté envejecido y quise ir a abrazarlo. Me incliné para cruzar el dintel.  Ella me retuvo y, extendiendo su brazo, me hizo mirar una vez más el océano: "Recuérdalo, y no lo maldigas, dijo, cuando en las galerías avances a oscuras bajo él, sintiendo una opresión en el pecho".



Oscuro
Con fondo de una melodía de guitarra, pueden proyectarse algunas diapositivas:
Las casuchas de Lota antiguo.
 Lavanderas, sábanas tendidas, fondo de guitarra.



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