Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


¡Subiendo . . . último hombre!

de Isidora Aguirre

Escena 9

 

Luz sobre el hijo, espacio izquierdo. Se pone su gorra, y toma la mochila que ha dejado ahí al inicio para ir a encontrarse con el Padre, mientras va diciendo:

El hijo: Como dice la abuela, los mineros tenían fama de valientes, sin embargo, el cierre de la mina los dejó desarmados. Eso pensaba mientras venía en el bus que me traía a Lota. La vi diferente: el cielo claro, anunciaba el fin de las faenas del carbón. Me preguntaba, con desesperación, qué podía hacer para ayudar a mi padre... cuando de pronto lo vi frente a mí.

Se muestra el padre

El Padre: ¡Volviste!... (Se lo queda mirando, entre incómodo y sorprendido cuando El Hijo se va acercar a saludarlo. Se quedan frente a frente, mirándose). Bien. Ya podías regresar ¿no?. No hay peligro que tu padre te pida que vuelvas a la mina. (Con súbito tono dramático). "Para que ahí te forjes un buen porvenir".
El hijo: Papá... Lo siento. (Bajando el tono). Lo siento mucho.
El Padre: ¿Sientes no haber seguido en la mina?. Fue una suerte, después de todo, no tuviste que pasar por esto.
El hijo: No, quise decir que siento lo de... Lo que tuvo usted que vivir.
El Padre: Así es. Y no sólo yo. Dicen que “mal de muchos, consuelo de tontos”... "Tonto", aquí no hay nadie porque es peor ver que tantos están pasando por las mismas dificultades. Y la verdad es que poco sabemos de los demás. Hoy cada cual mira por lo suyo.
El hijo: No crea que eso ocurre sólo aquí.
El Padre: (Casi cortando, con voz firme). Pues aquí, eso, antes ¡NO ocurría!. Cierto que en la semana con los turnos y el cansancio durante el trabajo, poco nos hablábamos. (Se anima) ¡Pero los domingos, eso era sagrado!. ¡El Sindicato!. Ahí nos juntábamos. También veíamos lo relacionado con el fútbol porque el fútbol es importante. Se practicaba la amistad. La camaradería, ¡Y eso fue lo que se perdió de golpe!. ¡La unidad para dar la pelea!
El hijo: Pero supe de unas marchas.
El Padre: Marchas hubo, pero no hay fuerza. Y yo digo que es porque aquí se acabó la "vida comunitaria".
El hijo: ¡Cómo pudo perderse!
El Padre: (Con sarcasmo). ¿Cómo?. ¡Si todo cambió, así, de un día para otro!. Fue tan grande el desastre que produjo el cierre de la mina, que quedamos indefensos, como si se acabara el mundo. Ni siquiera pensamos en unirnos para dar la pelea. Con decirte que al día siguiente, en la reunión donde dieron la noticia oficial del cierre, un compañero, delante todos ¡se cortó las venas!. Lo atendieron a tiempo y lo salvaron, pero más de uno se quitó la vida. (Un silencio) El golpe militar fue algo tremendo, pero el cierre fue peor, porque no sabía uno cómo reaccionar. ¡No había un patrón!. ¡No había un "enemigo" contra quién tirarse!. En cuanto a la marcha a la capital... mucha bulla en los diarios, pero no se consiguió gran cosa. Los que nos estaban jodiendo con el cierre, no daban la cara. Tenían demasiado poder. Así fue como la gente se empezó a desanimar.
El hijo: Claro, yo entiendo, pero también hay otras cosas. No sé. Pienso que el mundo es algo muy grande, quiero decir, no todo es la mina, el cierre... En fin, que... no sabría cómo explicarlo.
El Padre: No sabes cómo explicarlo, porque tampoco lo entiendes. Eso por no haber vivido esta fatalidad. Mira, lo que hay es ¡desánimo!. Y yo, me desanimé, igual que todos no más. (Pausa) Supongo que es porque no andamos reunidos como antes, cuando nos dábamos fuerza unos a otros. ¡Teníamos, entonces, por tradición, de padres a hijos, el orgullo de ser duros!. ¡El de no cejar si nos proponíamos algo!
El hijo: Pero usted siempre ha sido bien terco, papá.
El Padre: Ya ves como la vida a uno lo va cambiando... Y no te miento cuando digo que hubo suicidios. Por las promesas que no se cumplen. ¡Poco valen marchas o protestas si a los que están arriba se les frunce jodernos!. Miran no más por su propia conveniencia. Contimás que si uno de nosotros se quita la vida, la viuda ¿ante quién van a ir a reclamar?. ¿Entendís de lo que te estoy hablando? Ahora el que manda en Lota, ¡no tiene cara! (Mueve negativamente la cabeza y repite para sí) No tiene cara...



El Hijo no sabe qué decir, luego de un silencio, el Padre lo mira, ceñudo, volviendo al tono agresivo:

El Padre: Y pa' qué gasto más palabras si, supongo que a ti te alegró que cerraran la mina...
El hijo: ¡Cómo me iba alegrar! No, pues...
El Padre: Bueno, más vale no hablar de eso. Se acabó, y se acabó. Del dinero no queda nada. Quisimos hacer negocio, invertir con lo que nos tiraron, que no era poco, pero ¡qué sabe uno de negocios!. Y nunca faltan los aprovechadores. "Vivos", que sacan ganancia de la desgracia ajena. (Lo mira, desanimado). Y ¿qué tanto te interesas ahora por nosotros?. Me contaron que estaba en la Universidad, ¡que le aproveche pues!. No tiene que preocuparse de lo que está pasando en éste, que era su pueblo.
El hijo: ¿Por qué me dice eso?. Volví, y quisiera hacer algo.
El Padre: (Con mucha amargura, repite:) “Hacer algo”... Hm. (Agresivo). ¿Acaso sabes de la situación en que estamos todos aquí?. ¿Sabes por mentar un caso, de la desgracia de mi compadre, el Beto, tu padrino? (El Hijo niega con la cabeza). Acaba de perder a su mujer en una forma terrible... Hasta me duele decirlo. Y eso ocurrió porque les quitaron la casa, obligados a vivir de allegados, y para peor, los dos hijos que no hallaron trabajo, se metieron con las drogas, pero para mí lo que más les dolió fue sentirse desplazado, sin esperanza ninguna, La mina lo era todo...
El hijo: (Impactado por la aflicción del padre). Y ¿cómo fue a morir mi madrina?
El Padre: A la comadre, la encontraron colgando de una viga...
El hijo: (Horrorizado). ¿Cómo pudo ser?
El Padre: La depresión pues, de eso se habla aquí de “depresión”. Antes en Lota, no se conocía esa palabra. (Se deja caer en un escaño y se toma la cabeza). Y uno, por la mierda... sin poder hacer nada. Mi compadre, el Beto, el mismo que cuantuá, me sacó de entre los escombros, en un derrumbe.
El hijo: El derrumbe... ¡El del Pique Grande!
El Padre: ¡Y yo, ahora, sin poder corresponder!. Hice una junta con los amigos, hablamos de buscar alguna forma de ayuda, así entre todos, pero ya las cosas no son como antes, y tampoco tenemos los medios para hacer una buena colecta o algo así. ¡Ni menos hallamos a quién recurrir!. Fue una injusticia muy grande... ¡No me hagai hablar!. No me hagai hablar... (El Hijo lo mira, conmovido. El Padre, reacciona). Yo, hijo, soy ignorante, pero tú que fuiste a estudiar con gente instruida dime ¿qué dirían ellos al saber de esta injusticia que han cometido con nosotros?. ¿Por qué este castigo que no hemos merecido?
El hijo: Tendrán instrucción, pero ¡no saben mucho más que usted!. "El hombre, dicen, sabe que la Tierra gira en torno al sol, que el universo existe desde hace millones de años, sabe de los descubrimientos de la ciencia, ¡pero ignora para qué existe, y para qué nace, vive y muere!"
El Padre: Mmm... Una gran verdad... (Con amarga ironía). Aunque yo "sí" sé para qué viven los, como uno, que nacen en la pobreza ... "para vivir jodidos trabajando para los que nacen en casa de rico". Al menos tú supiste escapar, quedar fuera de esta maldición. Si quieres un buen consejo: sigue tu camino, y no te preocupes porque en este pueblo, ¡no hay futuro!. (Repite categórico) ¡No hay futuro!
El hijo: Pero usted tiene sus conocimientos, su experiencia en el trabajo, ¿cómo en su caso no va a haber futuro?. Claro que ahora pasa por una mala racha.
El Padre: ¿Mala racha?. ¡Es muchísimo más que más que eso! Y tú, enterado de esta situación, ¿cómo fue que volviste?
El hijo: ¿Qué razón puede tener el hijo para volver donde el padre? (Pausa, le sonríe) El cariño es lo que al final, mueve a las personas. (El Padre queda mudo, luego de un silencio el Hijo prosigue). Papá... yo a usted lo respeto. Más que eso, siempre lo admiré.
El Padre: (Lo mira con extrañeza, vacila) ¿Qué fue lo que dijiste?
El hijo: No crea que porque no quise seguir en la mina, o le hablé en un momento de rabia, pienso que su vida no tiene valor. Al contrario. Es que uno tiene esa maldita costumbre de callar, de no decir las cosas, como si no hubiera necesidad de decirlas. (Le sonríe, ante el silencio del Padre, agrega;) De veras, ¡me siento orgulloso de usted!
El Padre: ¿Cómo fue eso?
El hijo: Sabido es que aquí usted de los más solidarios, de los valientes que arriesgan su vida en los derrumbes por ayudar a los compañeros. ¡Y de los más luchadores!, los que peleaban para conseguir mejores condiciones de trabajo...
El Padre: ¡Eso es el pasado, niño! (Aflora angustia a su voz, al repetir). Ahora no sirve. ¡Qué va a servir!. ¡Más es lo que ¡perjudica!. Nadie le va a dar trabajo al que tiene fama de luchador Quedan fuera por "conflictivos". (Ante el silencio del hijo) Y hablando del trabajo aquí hay pura cesantía, no fue buen idea volver, hijo...
El hijo: Pero yo estoy en deuda con usted. Si antes lo disgusté dejando la mina, ahora que terminé mis estudios, vine dispuesto a hacer lo que me diga. Lo que sea, si hay algo en lo que yo pueda colaborar... (Calla al ver que el padre mueve negativamente la cabeza)
El Padre: Todos Los jóvenes se van, aquí no hay porvenir ninguno. Ya te dije, pura cesantía. (Calla)
El hijo: (Tímidamente) Papá... ¿usted tiene trabajo?
El Padre: (Vacila, se alza de hombros)Algo parecido. Bueno, que me lo pasé sin trabajo tanto tiempo que... tuve que agarrar lo que fuera. Porque de nada sirve la experiencia como minero del carbón para hallar trabajo.
El hijo: ¿No decían que los preparaban para otros oficios?
El Padre: Sí pues... (Irónico). "Otros oficios", peluqueros, garzones... poco saben esos señores lo que era trabajar en las minas de carbón... ¿Ves a tu padre sirviendo como "garzón", con estas manos acostumbradas a la picota?. ¿Y con guantes blancos para ocultar el carbón incrustado en la piel?. (Se pasa la mano por la cara en un gesto de impotencia). De los "otros oficios", mejor no hablar...
El hijo: ¿Por qué?
El Padre: Hay algo que por años cuidé, hijo, algo que se llama orgullo... y dignidad... (Suspira y continúa, sombrío). Como te estaba diciendo, pasé tanto tiempo sin trabajo que tuve que aceptar lo que fuera. Y contra toda mi voluntad... (Pausa) Sobre Lota pesa una maldición... Mejor vuelve allá, donde estudiaste... y piensa que Lota no ha cambiado, has cuenta que sigue así como la conociste en tu infancia... ¡Y por tu vida. ¡Olvídate que tu padre, que era de los mineros del carbón más esforzados, ahora tiene que atender a unos extraños, y recitarles como loro una lección aprendida.
El hijo: ¿Lección aprendida?
El Padre: (Saca de su bolsillo un folleto y recita leyendo) "Viva un safari bajo tierra en el pique del Chiflón del Diablo. y sepa que en 1837, gracias a la visión patriótica de la familia Cousiño, parte la explotación de los yacimientos carboníferos de Lota... (Guarda el folleto y deja caer sus brazos, deprimido.)
El hijo: (Incrédulo) Quiere decir... que al final tuvo que aceptar ese oficio...
El Padre: Sí, maldita sea!. ¿Hay que comer, no?
El hijo: Papá... No puede seguir así. (Animándolo). ¿Sabe?. ¡Venga conmigo a la capital!. Estoy seguro que ahí algo le podemos conseguir y...
El Padre: (Cortando) No te hagas ilusiones... También me ofrecieron una pega de "caminero"... ¡qué voy a ir hacer yo en los caminos!. Escucha... Me trajeron guaina aquí a Lota cuando mi padre se enfermó, porque para conservar la casa tenía que haber uno trabajando en la mina. (Pausa) Hace cuarenta años de eso. Viéndome casi un niño los mineros me acogieron. Fui aprendiz en las galerías, anduve uña por uña rasguñando la piedra gateando en la veta nueva, sacando carbón. Vivíamos mal, las casas en mal estado, el dinero escaso, pero ahí estaba (se muestra, tocando su pecho). José Cruz Ayala, ¡peleando en las pendencias, bebiendo en la cantina, aguantando el miedo en los derrumbes!. Y cuando nos reuníamos para pedir unos pesos más de salario, aunque nos llegaran palos, ahí estaba, marchando en todas las marchas, bajo el sol, bajo la lluvia. Y en la huelga me daba sus vueltas para cuidar la mina. ¿No ves que hasta hubo un terremoto que nos pilló en paro? Es que, Dios me es testigo, ¡le tomé tanto cariño a la mina...! ¡Como si fuera mía!. O como si yo fuera de ella... (Pausa, se pasa la mano por la cara, en un gesto muy suyo, como queriendo borrar algo. Suspira )  y aquí me tienes. ¡Despedido! ¿Dónde quieres que vaya? Nadie me conoce. Estoy viejo como las piedras. Como estos piques que ya no entregan nada. No, no voy a ninguna parte, aquí me quedo. Hasta que me muera. (Con humildad). Ocúpate que me entierren en el carbón. Sólo el carbón me conoce (Un silencio). José Cruz Ayala, no sigas moviendo los pies. Hasta aquí llegaste, hasta aquí, José Cruz Ayala...

Se escucha la voz del guía 2

¡Subiendo.. . . último hombre!

Sonido del Ascensor

La luz ha bajado hasta el oscuro quedando fija un instante sobre el rostro del padre con su expresión dramática.

Fin



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