Dramaturgo / Marcelo Sánchez  

 

 


Extramuros

de Marcelo Sánchez

Escena primera


En las afueras de la ciudad. En la lejanía se escucha la música de los campamentos gitanos y de vez en cuando algún disparo al aire.
Hombre 1 inspecciona el espacio con una linterna. Encuentra a Hombre 2, que está agazapado tras unas dunas bebiendo una botella de licor. Hombre 1 investiga a Hombre 2 detenidamente, escudriñándolo con la linterna.

Hombre 1: ¿Qué haces aquí?
Hombre 2: Deja de alumbrarme, por favor...
Hombre 1: ¿Qué?
Hombre 2: ¡Que me saques la linterna de los ojos!
Hombre 1: No quiero quedarme a oscuras...
Hombre 2: ¡Vas a llamar la atención! ¡Apaga eso! ¿Estás loco? ¿Piensas que puedo matarte?
Hombre 1:
 No... Pero que me gustaría saber lo que estás haciendo con las manos... ...por si acaso.
Hombre 2: Si quisiera matarte podría hacerlo de todas maneras. Apaga eso.¿Qué ciudad es esa?
Hombre 1:
 La mía.
Hombre 2: Te vi salir por la puerta que está menos vigilada, la del muro norte ¿Qué andas buscando aquí afuera?
Hombre 1: A nadie. Yo no busco nada.
Hombre 2: Todavía no me dices qué ciudad es esa....
Hombre 1: ¿Qué nombre prefieres?
Hombre 2: ¡No juegues, niño! Dime como se llama.
Hombre 1: ¡No me digas niño, imbécil! ¿Quieres que te denuncie?
Hombre 2: (ríe)... Me alegro de que tengas hígado, niño, es una buena señal. Tengo un poco de licor... ¿Quieres beber?
Hombre 1: No.
Hombre 2: Mejor así (bebe).
Hombre 1: Hace quinientos años esa ciudad era la capital de un imperio...
Hombre 2: Es lo que dicen de todas las ciudades. Una mentira tan insoportable como cualquier otra. ¿Nunca me dirás su nombre?
Hombre 1: No vale la pena. Te puedo contar algunas cosas... si es que antes no llegan las patrullas.
Hombre 2: Si llegan... ¿No me vas a denunciar, verdad?
Hombre 1: No creo. ¿Ves esas llamas al sur del segundo barrio? Son campos minados. El ejército los hizo para detener a los inmigrantes. ¿Quién eres tú? No importa, ya me lo dirás. Antes de eso los inmigrantes que llegaban a la ciudad podían trabajar y quedarse a vivir sin ningún problema. Ahora llegan arrastrándose con las manos cuando las minas les han reventado las piernas. La puerta del segundo barrio ya no se abre. Esa parte de la ciudad apesta durante todo el año.
Hombre 2: ¡Mierda, muchacho! ¿No puedes apagar la puta linterna? No me gustaría que llegaran las patrullas.
Hombre 1: Tú. ¿Eres de ellos? A simple vista no pareces un inmigrante...
Hombre 2: No lo soy.
Hombre 1: Hay traficantes que ingresan chinos por mil dólares, puedo contactarte con uno, si quieres.
Hombre 2: ¡No soy chino! Y además no me interesa.
Hombre 1: Antes no era así. Simplemente llegaban. Todos los que querían. Como mis padres. Entraron por la puerta del segundo barrio. Mi madre vino del sur y mi padre vino de muy lejos, del otro lado del mar. Esta no era su ciudad. Es la mía. Yo crecí aquí. Probablemente voy a morir aquí. Tengo un nombre que está registrado en los libros de esta ciudad. Y hablo como habla la gente de esta ciudad. Mi padre hablaba de una manera extraña, como tú. ¿De dónde eres?
Hombre 2: ¿Por qué tendría que decírtelo?
Hombre 1: Hablas de una manera extraña también. No eres de la ciudad. Si vinieran las patrullas podría denunciarte...
Hombre 2: Es verdad, no soy de esa ciudad y en cuanto a lo otro... hablo como puedo. Un poco de cada idioma. Lo suficiente para sobrevivir. Guntennacht, Ich liebetich. Ich, Ni, San. Skoll! ¿Voulez vous coucher avec moi? I can work, I am hungry. ¿Sabes hablar inglés?
Hombre 1: No.
Hombre 2: ¿Sabes hablar serbio?
Hombre 1: Puedo decir buenos días, salud, pan y contar hasta siete... ¿Quieres que te muestre...?
Hombre 2: No es necesario... te creo. Yo también sé algunas cosas. De tanto aprender cosas uno termina hablando de una manera extraña. Te pasará lo mismo a ti. A veces es mejor no saber nada. ¿No me denunciarás verdad? No quiero que me molesten. Tengo que hacer mi trabajo.
Hombre 1: ¿Crees que podría denunciar a alguien que habla como mi padre? Es posible que hayan nacido en el mismo pueblo. ¿Quién sabe? Mi padre nunca pudo olvidar el idioma de su ciudad. Nunca pudo olvidar el idioma de su ciudad y tampoco pudo aprender el nuestro. Después de su guerra, huyó del hambre pensando que este sería un lugar seguro. Este ya no es un lugar seguro. Mi padre hablaba muy poco de la guerra. Quiero decir de su guerra; la de su país. De la nuestra dijo algunas cosas, pero yo creo que no entendía el fondo del asunto...
Hombre 2: ¡El fondo del asunto!... ¡Qué frases usas! Me das un poco de risa.... y de miedo también. Los que usan esas frases son capaces de denunciar hasta su propio padre.
Hombre 1: No lo haré.
Hombre 2: Si quieres cuéntame de él....pero ¡Por favor, apaga esa linterna!
Hombre 1: Mi padre me contó una vez que su patrulla tuvo que comerse un gato. A él no le gustó. Creo que debe haber sentido algo de culpa porque los gatos le gustaban mucho cuando no tenía que comérselos. Y eso no le ocurría aquí. Le gustaba este país por que podía criar gatos sin tener que comérselos. Cualquier país así era un buen país para un hombre como él. Se hizo rico con el negocio. Siempre lo vi tan tranquilo que no podía creer que había estado en una guerra.
Hombre 2: Tal vez sólo te contó mentiras, muchacho.
Hombre 1: Imposible. No tengo ninguna duda de que estuvo en la guerra porque tengo fotos suyas con uniforme militar. ¿Quieres verlas?
Hombre 2: (toma la foto) Parece un buen hombre.
Hombre 1: Lo era. A su modo. Como tú o como yo.
Hombre 2: ¿Quieres fumar?
Hombre 1: Sí. Mi padre fumaba. Fue una de las costumbres que le dejó la guerra. La aviación les tiraba cigarrillos a los soldados desde los aviones para que fumaran y estuvieran siempre con la boca abierta, porque de no ser así las ondas expansivas de las granadas los reventaban.
Hombre 2: Por suerte nosotros podemos fumar por el simple placer de hacerlo. Además no creo nada de esa historia. Si te cae una granada en la cara te vas a reventar igual, estés fumando o no.
Hombre 1: El lo decía.
Hombre 2: ¿Y tu madre?
Hombre 1: Mi madre vino aquí a buscar trabajo. Como todas las mujeres que han llegado desde el sur. Trabajaba en un hospital. Conoció a mi padre y lo dejó todo por él. Cuando vino la guerra ellos se alegraron. El ejército serbio tomó el lugar profesionalmente. Las calles estaban de fiesta. Había programación especial en la televisión. Unos quemaba banderas para no ser inculpados y otros las ponían en lo más alto de las casas, para celebrar. Mis padres eran inmigrantes, así que no pusieron ninguna bandera. ¿A ellos que les importaba? Ya habían tenido bastante soportando todas esas inspecciones sobre su negocio y a la gente nerviosa esperando el pan del día. Ya no hay ninguna guerra. Todo ha vuelto a la normalidad. Al menos eso es lo que nos dicen.
Hombre 2:¿Tus padres hacían pan?
Hombre 1: No. Lo vendían. Los que hacían el pan venían de otra parte. Sólo ellos trabajaban en eso. Ahora cualquiera puede hacerlo… Si eres inmigrante, puedo ayudarte a entrar y a conseguir un trabajo. Un traficante de chinos cobra mil dólares y mil quinientos si no eres chino. Conozco a alguien que lo hace por quinientos y que puede conseguirte trabajo.
Hombre 2: Yo no te he pedido nada.
Hombre 1: Como quieras. Hacer el pan no es un mal trabajo después de todo. Sólo tienes que levantarte temprano y esperar que el oficial te diga lo que tienes que hacer. Puedes robar manteca, azúcar y levadura. Y además, te regalan el pan. Antes de la guerra se decía que los que hacían el pan tenían un complot para matarnos a todos. Por eso, se alegraron mis padres cuando entró el ejército serbio. Lo que se necesitaba era un poco de orden. Alguien tenía que poner orden entre la gente del país. Eso era lo que todo el mundo decía.
Hombre 2: El mundo nunca ha dicho una puta cosa a la vez, niño.
Hombre 1: Los serbios decían que lo único que hacían era recuperar lo que era suyo, lo que siempre había sido suyo. Que aquello no era una guerra, era una ocupación natural del territorio y que podríamos vivir en paz como hermanos que éramos, pero que lo primero era el orden. Sin duda, tuvimos el orden.
Hombre 2: ¿Tienes hermanos?
Hombre 1: Uno. Mi hermano se enroló en el ejército regular, después de que los serbios lo reformaron. Tuvo mala suerte. Los oficiales lo molestaban. Le cambiaban el nombre para humillarlo. Rey de los albaneses le decían, maricón bueno para nada le decían, señorita le decían; indio de mierda le decían. Lo obligaban a que se fuera con los capitanes, a que los sirviera, a que les cortara el pasto en las casas que se habían tomado en la ciudad, lo obligaban a cosas que no se obliga a un ser humano. ¿Entiendes? Tuvo mala suerte. Lo dinamitaron en uno de los cerros de la ciudad. Entonces supe que yo nunca sería militar de un ejército regular. Entonces mis padres se dieron cuenta de que tal vez los serbios estaban exagerando un poco cuando hablaban del orden.
Hombre 2: A las palabras es a lo único que se puede temer.
Hombre 1: Si tuviera que hacer algo; si alguna vez tuviera que pelear; lo haría en una guerrilla. Con disciplina y todo, pero en una guerrilla. Es otra cosa. Finalmente las guerras se ganan o se pierden, sin importar la dignidad. El ejército serbio ganó la guerra y ha tenido éxito con la limpieza étnica.
Hombre 2: ¿Los serbios dominan la ciudad?
Hombre 1: Dicen que no, pero yo sé que sí. Prometieron la retirada pacífica. Todo se hizo legalmente. Nos visitaron los jefes de estado de naciones vecinas. Traspasaron los símbolos del mando a los jefes civiles. Todo en un ambiente de paz. Los serbios ya habían hecho lo suyo. Los serbios son admirables cuando se trata de limpieza étnica. También son admirables cuando se trata de la libertad económica. El ejército serbio vendió las empresas estatales a las familias más ricas del país. Un detalle que ya nadie recuerda. Los serbios son profesionales. Solo el ejército alemán es superior a los serbios en eso. Por supuesto que yo hablo del antiguo ejército alemán, porque del nuevo uno ya no puede asegurar nada. Yo no soy serbio. Tampoco soy albanés; ni soy alemán. No soy de los que hacían el pan. Tampoco soy judío. Sólo soy de esta ciudad, si es que soy de alguna parte. ¿Tú eres judío?
Hombre 2: No.
Hombre 1: Cuando eres judío no importa de que ciudad seas. Simplemente eres judío. En cualquier parte eres lo mismo. Esa es una gran ventaja. Pero ¿un hijo de un inmigrante de qué ciudad es? ¿De la de su padre? ¿De la de su madre? ¿De la ciudad en que nació? ¿Puede elegir? A mí me gustaría ser apátrida. Una vez leí que en las Naciones Unidas existe el estatuto apátrida. Es para gente que no es de ninguna parte.
Hombre 2: Todos somos de alguna parte, no importa lo que digan los papeles.
Hombre 1: Yo creo que soy de esta ciudad aunque no me guste.
Hombre 2: Tengo que irme.
Hombre 1: ¿No quieres entrar a la ciudad? Sé como engañar a los guardias, podría conseguirte papeles y trabajo por trescientos dólares.
Hombre 2: No quiero entrar.
Hombre 1: Yo podría...
Hombre 2: ¿Qué?
Hombre 1: Nada. Antes de despedirnos... me gustaría saber qué es lo que haces aquí.
Hombre 2: Estoy buscando a alguien.
Hombre 1: ¿Te pagan por eso?
Hombre 2: No.
Hombre 1: ¿Puedo ir contigo?
Hombre 2: Esto no es el circo, niño. Y si lo fuera, el único payaso soy yo. Soy mis animales y mi domador. Soy mi presentador y mis acróbatas. Yo soy el hombre de goma y la contorsionista que lo engaña con el hombre de los cuchillos. Yo soy mi propio circo sin vacantes para nadie.
Hombre 1: Debe ser un circo triste.
Hombre 2: Es para llorar de la risa.

A lo lejos se escucha la música de los campamentos gitanos.

Hombre 1: Los gitanos están haciendo sus fogatas en el lado este de la ciudad... ¿Los escuchas...? He pensado en irme a vivir con ellos.
Hombre 2: Es una buena idea. Tengo que irme.
Hombre 1: Espera, tú... ¿Podrías buscar a alguien si yo te lo pidiera?
Hombre 2: ¿Eso hacías aquí afuera, verdad?
Hombre 1: No.
Hombre 2: No sabes mentir. He tenido mucha paciencia. Podría haberte volado la cabeza desde el primer momento.
Hombre 1: Ya no lo hiciste.
Hombre 2: Podría hacerlo ahora.
Hombre 1: Todavía puedo denunciarte, si es que llegan las patrullas.
Hombre 2: Oye, yo no te he pedido nada. No me interesa tu negocio. Ni aunque tú me pagaras esos quinientos dólares entraría en esa ciudad.
Hombre 1: ¿No me denunciarás?
Hombre 2:No lo haré.

Luces. Un soldado los apunta con su fusil. Un helicóptero les alumbra desde el cielo. El soldado grita órdenes.


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