Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Población esperanza

de Isidora Aguirre

Acto tercero

Cuadro 1

Por la tarde, una semana después. Entra Juan Reinoso y se acerca con cautela a la puerta de Talao. Lleva un diario doblado en la mano. Se ve nervioso. Tras él entra Talao y se detiene a observarlo.


Talao: ¡Juan Reinoso! (Tiene él un sobresalto que hace reír a Talao). Cuando tú vas, yo vengo de    vuelta. (Juan esboza un movimiento como para atajarlo, Talao simula sacar un arma) Quieto, Juanito. Dame ese diario. (Se lo arrebata y saca la daga que Juan llevaba disimulada en él). Te encontré no hace tanto, lleno de piojos y te regalé ropa limpia. Después recogí a tu padre que estaba tirado en la calle por tu culpa. Y ahora vienes con un diario en la mano. Toma. (Tira la daga al suelo, Juan la recoge). Habla.
Juan Reinoso: ¿Conoces al Matuco?
Talao: Sí. Cartillero, cabrón de prostitutas, contrabandista.
Juan Reinoso: Es el dueño de la coca que te levantaste. Así es que ándate con cuidado.
Talao: Dale Con eso. No me robé la coca. Y si lo hubiera hecho antes que darte un gramo, ¡la echo al canal!
Juan Reinoso: Ser guapo no siempre resulta, Talao.
Talao: Cierto. A veces los perros chicos matan al león.
Juan Reinoso: Dame algo. No soy exigente.
Talao: “No soy exigente”. ¡Y llegas con una daga en la mano!

Juan intenta atacarlo, Talao lo retiene

Juan Reinoso: ¿Me vas a dar o no?
Talao: (Le pasa un billete). Toma esta “sabanita” para que envuelvas. ¿O te queda corta?
Juan Reinoso: No me compras con mugres. (Escupe) Tengo quién me pague mejor.

Ha entrado el Zurdo, se queda observando.

Talao: ¡El Matuco!. Anda, pues, anda a contarle que me pasaste el dato y te vienes con él. Pero ése no va a venir. Le gusta ganarse la plata por mano ajena. Y trae al Trifulca, también. Con él tengo deuda pendiente. Ya. ¡Te fuiste!
Juan Reinoso: ¡Te vas a arrepentir, desgraciado! (Sale)
Zurdo: Oiga, Jefe, cómo se le ocurre hablarle así a ese gallo. Nunca fue derecho. Seguro que va donde el Matuco...
Talao: Pero cuando vengan, aquí va a haber pajaritos nuevos. (Baja la voz). Esta noche la liquidamos y con la platita ¡cambiamos de giro!. ¿Cómo te hallarías en la compra y venta de automóviles?
Zurdo: Firme pues, Jefe. Oiga ¿habla en serio?
Talao: Está decidido, Zurdo. (Sonríe, entra a su cuarto)

El Zurdo se pasea, nervioso. Llega Anamaría desde la calle, le da una nalgada con su bolso cuando lo encuentra bebiendo agua del pilón. Él, asustado da un salto, luego ambos ríen.

Zurdo: ¡Qué hubo, preciosa!
Ana María: ¿Qué pasa que se asustó tanto?
Zurdo: Ando con los alambres pelados. Pero, mirándola, se me pasa.
Ana María: Usted, siempre tan lacho.
Zurdo: Y el que no, es pasado al enemigo, pues. Oiga, afírmese, para que no se caiga. El Talao y yo vamos a cambiar de giro. El Jefe quiere “chantarse”.
Ana María: ¿Qué está enfermo, el Talao?
Zurdo: Enamorado.
Ana María: Era cierto, entonces, lo de la Visitadora.

El Zurdo Asiente Y entra al cuarto del Talao, entra en escena Zacarías.

Zacarías: Buenas tardes.
Ana María Maestro, Alégrese. Al fin hay uno que se va a salvar. Tala, el ladrón.
Zacarías: Aleluya, hermana. Oiría la voz del Señor.
Ana María: (Ríe) Oyó la voz de la Florita... (Pausa, se queda pensando). Va a cambiar de vida, maestro. Si a él le resulta ¿por qué no a mí?. Si le va bien al Talao, soy capaz de ir a su congregación y cantar a gritos mis pecados.

Se escucha un alarido de Emperatriz y luego entra ella retorciéndose las manos y quejándose. Sale el Zurdo, don Teo, luego Luzmila y todos la rodean.

Emperatriz: ¡Ay, Dios mío, Señor... Señorcito!. ¡Qué voy a hacer ahora?. ¡Este hombre, Virgen Santa! Ayayay... me voy a morir... ¡Favorézcanme!
Teo: Pero ¿qué le pasa, Emperatriz?
Zurdo: ¡Se le murió la criatura arrendada?
Emperatriz: ¡El quiosco!
Ana María: ¿Ya lo inauguró?
Emperatriz: ¡Se acabó el quiosco!. ¡Filomeno me robó todita la plata!
Zurdo: ¡Puchas con el mudo sinvergüenza!
Teo: ¡Qué barbaridad!
Emperatriz: Me robó la plata y se fue, el desgraciado. ¿Qué voy a hacer ahora?. Tantísimos años que me demoré en juntarla!... ¡y en un ratito me la roban!
Teo: No se desespere. Filomeno nunca fue un sinvergüenza.
Emperatriz: Poco se le nota porque no habla ¡pero es un bandido!
Ana María: Y tan contentos que andaban los dos!
Emperatriz: Algo le bajó, don Teo. No sé qué. Pero esta mañana cuando lo desperté y le dije “levántese mi hijito, que hay tantísimo que hacer”, me dijo que andaba con la moral por el suelo y que quería tomarse unos días de reposo.
Zurdo: ¡Bueno con el rotito! (Ríe)
Emperatriz: ¡Creyó, el perla que le iba a aguantar!. Que se podía instalar ahí a criar panza. Como no, pues. Entonces empezamos a “palabrearnos”, y me vino todita la rabias. Me saco un calamorro (indica su zapato), y le pego el zapatazo en el mate. Y me mandé cambiar. Ahí quedó, sobándose, enojado. Y ahora, cuando volví al rancho, miré debajo del colchón... ¡el desgraciado se había ido con todita la plata!. ¡Mis ahorros, don Teo, mi quiosco! Ayayay... Ayayay...
Zurdo: Pero señora ¡cómo se le ocurre dejar ahí la plata después de darle el zapatazo en el mate...
Ana María: Era su marido, pues.
Emperatriz: ¿En qué estaría pensando cuando me casé con ese bandido?. ¡Y por las dos leyes, dígame usted!. La del civil y la del cura. Ahora voy a tener que arrendar un crío y empezar a ahorrar de nuevo (Grita, llorosa). ¡Ayayay... Ayayay!
Talao: A ver, cálmese. ¿Cuánto necesita para el quiosco?
Emperatriz: (Deja de llorar). ¿Me va a dar la plata?
Talao: Se la puedo prestar.
Emperatriz: ¡Como veinte mil tenía, don Talaíto!. Mi propio marido, dígame usted... ¿Qué se puede esperar de los extraños?. ¿Me los va a dar ahora?
Talao: En cuanto arregle un negocio. Pasado mañana.
Emperatriz: ¡Dios se lo pegue, don Talaíto!
Zurdo Tanta bulla, y el Jefe, de una plumada se lo arregla. (Sale con el Talao)
Emperatriz: No habiendo como los ladrones para ser generosos. ¡Pero ese Mudo maldito me las va a pagar!

Llega, desde la calle, Filomeno. Viene muy borracho. Se afirma en el muro del boliche. Emperatriz se abalanza sobre él, los otros tratan de impedir que le pegue. Ella se debate, queda pataleando en el aire, cuando la alzan para retenerla, insultando al Filomeno.

Emperatriz: Ahí está el “cogotero”!. ¡Mudo mugriento!. ¡Cochino!. ¡Desgraciado, te voy a matar! (A ellos) ¡Suéltenme, mierda!. ¡Te voy a sacar los chunchules!. ¡Vay a ver, carajo! (La sacan en vilo y pataleando entre Ana María y Zacarías)
Teo: ¿Qué le pasó, Filomeno?. ¿Cómo fue a hacer esa barbaridad?
Filomeno: Estoy jodido, don Teo.
Teo: Le irá a devolver la plata, no?
Filomeno: ¡Se acabó la plata, don Teo! ¡Se acabó la bulla de la plata!
Teo: ¡cómo, si no era suya?. Oiga ¡no se la habrá gastado!
Filomeno: Me la “tomé”, don Teo. ¿Y qué?, la plata era mía. Yo me casé con la Emperatriz, y todo lo que es de la Emperatriz, es mío.
Teo: ¡Pero no para tomársela!
Filomeno: (Tono Lastimero). Yo nunca había tenido plata, don Teo. Si no tenía para comer, me fumaba un puchito y me aguantaba. Pero durante toda una semana, don Teo... (Se quiebra su voz)... durante toda una semana dormí sobre una tucada de billetes. Me pareció estar durmiendo encima de un perro muerto. Y “la plata aquí, la plata allá, que yo me la gané, ¡hasta durmiendo me hablaba de su plata! (Alza la voz). ¡Se fue a la chuña la plata!. Me la tomé, don Teo. Y me la volvería a tomar. (Llora en brazos de don Teo). No me rete. Tenga compasión de su pobre guacho.
Teo: Tranquilícese, Filomeno. Vaya al Boliche a echarse un sueñito.
Filomeno: ¡De qué sirve tener comida y colchón si hay que andar para arriba, para abajo, trote para acá, trote para allá, hágame esto, Filomeno, hágame esto otro, agilítese,. ¡Filomeno! (Alza un puño amenazante). ¡Capitalista!. ¡Explotadora!. ¡Pulpo!. Se casó conmigo para tener empleado y no pagarle. (Lloroso otra vez). Yo era feliz con mi tarrito, don Teo, Trabajaba honradamente, de “Mudo”, sin mandar a nadie, y nadie me mandaba a mí. Y ahora ¡nunca más voy a ser hombre libre!
Teo: ¿Y para qué quiere la libertad usted?
Filomeno: No sé, don Teo. Pero, libertad era lo único que tenía. Y ahora, por jetón ¡estoy jodido! Estoy jodido...


 

Cuadro 2

El mismo día, al anochecer. El boliche está iluminado. Don Teo le sirve comida a Filomeno que sigue borracho, aunque más repuesto.

Teo: Ya puyes, Filomeno: no llora más. Estás como piojo, todavía. Coma, para que se le pase la borrachera. Y si quiere volver al boliche, ahí tiene su cama.
Filomeno: Estoy Fregado, don Teo.

Entra Emperatriz y Filomeno, asustado, se escabulle hacia el interior del boliche.

Teo: (Ríe) ¡El valiente Arturo Prat!
Emperatriz: (Humilde) Buenas noches.
Teo: Buenas. ¿Se le ofrece algo?
Emperatriz: Quería dejarle un recado al Filomeno.
Teo: A ver, ¿qué será?
Emperatriz: Dígale que puede volver al rancho cuando quiera. Es mi marido y tiene el derecho. Dígale que en mi casa siempre tendrá cama y comida. (Se enjuga una lágrima). No voy a pelear con él. Los “piojosos” no deben pelearse entre ellos. (Suspira) Bueno, dígale eso, entonces. Hasta luego, don Teo.
Teo: Hasta luego, Emperatriz (Ella sale. Filomeno que asoma). ¿Qué me dice?
Filomeno: No sé, don Teo... No sé...
Teo: Anímense, hombre. Total...
Filomeno: Sí. Total... (Se alza de hombros)
Teo: Vuelva con ella. Quizá si haciéndole empeño al trabajo...
Filomeno: A lo mejor, pues...
Teo: Vaya, Filomeno. Qué tanto pensarlo. (Filomeno se levanta, va a salir, vacila. Regresa). ¿Qué le pasa?
Filomeno: Tengo miedo, don Teo.
Teo: ¿A la Emperatriz?
Filomeno: No, don Teo. Es otra cosa.
Teo: ¿A qué le tiene miedo?
Filomeno: No sé. A la vida será.
Teo: Vaya.
Filomeno: Es tan re' grande y mete tantísima bulla... la vida. Hay que correr, menearse, gritar, trabajar... No. Yo no sirvo para eso. ¿Por qué cree que me entré a trabajar de Mudo?. No hay que hablar con nadie, nadie se mete conmigo tampoco. Hasta creen que soy sordo. Los policías me hablan por señas. A mi nadie me ofrecería trabajo. No sirvo para nada, don Teo.
Teo: ¡Qué está diciendo, Filomeno!
Filomeno: La pura verdad. Una vez trabajé. Me fui a la Pampa, a las salitreras y me pusieron a trabajar con uno al que le decían “El Tiro Grande”, uno de esos tipos que manejan la pólvora. Preparamos una carga y el baboso no me advirtió lo que pasaba: me dijo no más “córrale, Filomeno”, y yo corrí, pero despacio. Con el estampido me caí de guata al suelo. Me levanté, don Teo, y seguí corriendo hasta llegar a Santiago. Cada vez que paso cerca de una fábrica y oigo un chirrido, se me paran los pelos del cogote. No sé, pero es mejor estarse sosegado. No. No voy, mejor.
Teo: ¡Ya se me achicó!. La Emperatriz arma mucha alharaca, pero el que va a terminar mandando el buque, es usted, Filomeno
Filomeno: (Ríe) ¿Me halla cara de Almirante?
Teo: ¿Cómo sabe si llega a Sargento de Mar?
Filomeno: ¿Usted cree? (Inicia salida). Bueno. Me voy antes que me arrepienta. (Regresa) Y me cansé de ser mudo. Voy a salir a vender peinetas, cordones, jabones, llaveros... Ya me veo. (Ofreciendo) ¡Peines, peinetas, de concha de tortuga, jabones de colonia y jazmín, sacan la mugre del más “piñeniento”!. ¿Qué tal?
Teo: Muy bien. Filomeno. Adelante, pecho al frente,
Filomeno: Total... Es buena la flaca. Hace unas pantrucas de chuparse los dedos. Es re' buena ¡y me porté harto perro con ella!
Teo: Vaya, entonces. Lo está esperando.
Filomeno: Allá voy. (No se mueve. Abre los brazos y los deja caer) Total... (Se acerca a la puerta. Se detiene) Total... (Sale).

Queda solo don Teo. Entra el Talao con un pequeño maletín envuelto en diarios...

Talao: Don Teo, ¿me puede hacer un pequeño servicio?. Guárdeme esto. Ers un maletín, el Zurdo vendrá a buscarlo.
Teo: Póngalo donde quiera. Hasta hora no viene nadie. Oiga, lo noto nervioso. ¿Es por el maletín?
Talao: Ojalá fuera por eso no más. Venía a hablar con usted, don Teo. Como le dijera... quiero mucho a la Florita, hasta hablamos de casarnos.
Teo: Es una buena noticia, Talao.
Talao: Es que estoy en un aprieto. Ella me anda buscando trabajo, quizá resulte. Pero
¿me ve empleado en una oficina?
Teo: ¿Por qué no?
Talao: Si me caso con ella quiero tener plata y responder. Esto, el maletín, es pichicata, don Teo. Tendría para empezar.
Teo: Pero no creo que a ella le guste eso.
Talao: (Molesto) Y ¿qué quiere?. ¿Qué viva a costa de una Visitadora?
Teo: No se enoje. Le están tendiendo una mano.
Talao: Una mano de mujer...
Teo: A veces vale más que dos de hombre, Talao. Es peligroso ese asunto (Indica el maletín, Entra Flora y escucha, sin ser vista por ellos)
Talao: El peligro es lo de menos, don Teo. Lo que pasa es que no le quiero jugar sucio a la Florita. Prometí cambiar, pero estoy faltando a mi palabra. Así es que, ¡más vale que no la vuelva a ver!. Dígaselo usted!
Teo: ¿Yo?
Talao: Hágame ese favor. Dígale que me fui, que estoy preso, lo que se le ocurra. La cosa está fea, así es que me tengo que ir.
Teo: ¡Florita!... Vaya, buenas noches. (Vacila, luego opta por irse). Mejor los dejo para que puedan conversar. (
Sale)
Talao: (Luego de un largo silencio) ¿Oyó lo que hablábamos?. (Ella asiente). Es mejor para usted que yo me vaya. Y quizá, mejor para mí.
Flora: Pero usted me dijo, ayer, que...
Talao: Eso fue ayer.
Flora: Lo aceptan en Valparaíso. Trabajo de oficina...
Talao: (Sin mirarla) ¿mozo de los mandados?
Flora: Como vendedor.
Talao: Macanudo. Soy como bala para manejar dinero ajeno. (Ella empieza a llorar) No llore. Le dije que no era fácil cambiar. No porque uno se enamora, la vida se vuelve enseguida color de rosa.
Flora: No entiendo cómo pudo cambiar tanto.
Talao: Al contrario. No cambié en absoluto.
Flora: Pero, ayer me prometió...
Talao: Lo difícil es cumplir. Lo estuve pensando. Si me caso, será teniendo algo que yo mismo consiga. Y con mi dinero. Y ocurre que no lo tengo.
Flora: Entonces, no hay más que hablar. (Va a salir, él la detiene)
Talao: Escuche: aquí tengo algo que vale muchísimo dinero. Podría empezar un buen negociio, donde nadie me mande.
Flora: ¿Qué es?
Talao: No importa lo que sea.
Flora: ¿Algo que robó?
Talao: Sí. El último robo del Talao.
Flora: Entonces, antes me mintió.
Talao: También le mentí cuando dije que tenía dinero para casarnos.
Flora: Lo de Valparaíso puede ser suficiente. Ahorramos al comienzo. Y... (Calla al ver la mirada 
seria de Talao)
Talao: Claro. Podemos esperar unos diez años para que me suban el sueldo. Eso, si le hago la pata y me humillo ante el jefe (Ella lo mira en silencio. De pronto, él estalla, golpea con el puño el mesón). ¡Por qué tengo que ser tan cobarde... tan marica... tan desgraciado!, (Llama) ¡Zurdo!
Zurdo: (Entrando) Aquí estoy, Jefe. Buenas noches, señorita.
Talao: (Le pasa el maletín) Encárgate de esto.
Zurdo ¿Cómo habíamos acordado?
Talao: No. Tíralo al canal.
Zurdo: ¿Se volvió loco, Jefe?
Talao: Haz lo que te digo.
Zurdo Pero Jefe ¡es oro purito!
Talao: Al canal, Zurdo.
Zurdo: Como mande, jefe. Puchas... tantísima plata.
Talao: Escucha, Zurdo: ahora me voy, y no vuelvo. Es el último servicio que te pido. ¿Puedo confiar en ti?
Zurdo: Las cosas que pregunta, no ofenda. Usted sabe que soy “de una sola hebra”.
Talao: Bueno. (Se despide del Zurdo con un gesto amistoso. A Flora). Y bien, se acabó el tragedioso Estanislao. (Ella empieza a llorar) Bah, ¿no está contenta? (Ella le sonríe). Cuando le dije que tenía miedo a cambiar no le mentí. Todavía lo tengo. Pero si ahora le digo que sí... "¡es sí!”. ¿Me cree? (Ella asiente, secando sus lágrimas, él la abraza) Ahora, vámonos. Aquí no me puedo quedar. (Entra don Teo) Ganó ella, don Teo. Voy por mis cosas, y nos vamos.

Se retira y entra a su cuarto.

Teo: Hijita, pensé que todo ase iba a ir al diablo. A veces, hasta los viejos nos engañamos. Y, más que por ti, Florita, me alegro por él. Se lo merece.

Surge entre las sombras, Juan Reinoso. Talao ahora sale de su cuarto con una maletín de viaje. Juan Reinoso lo ataja, poniéndose delante.

Juan Reinoso: ¡Parte Ahí, Talao!. De aquí no sales hasta que me entregues la “mercadería”.
Talao: ¿Qué te pasa, Juan Reinoso?
Juan Reinoso: Dame La coca.
Talao: Ya no la tengo.
Juan Reinoso: No te hagas el gracioso...

Don Teo y Flora se asoman saliendo del boliche

Talao: ¡Regístrame!
Juan Reinoso: Muéstrame lo que llevas en la maleta.
Talao: Déjame pasar, carajo.
Juan Reinoso: Se acabaron los guapos, Talao (Lo apunta con el revólver). ¡Dame la coca!
Teo: ¡Juan! ¿Estás mal de la cabeza?

Don Teo se echa desde atrás sobre Juan Reinoso, Talao aprovecha para quitarle el arma.

Juan Reinoso: ¡Suéltame, viejo de mierda!. ¡Trifulca!

Trifulca sale de las sombras y le dispara dos tiros al Talao, diciendo:

Trifulca: ¡Éste por cuenta del Matuco, y éste, por cuenta mía!

Toma la maleta de Talao y sale de prisa junto con Reinoso. Talao ha caído, herido mortalmente.

Flora: ¡Talao! (Se arrodilla junto a él)
Teo: ¡Asesinos!. ¡Hijo maldito!. ¡Perros!

Don Teo se acerca al Talao, y por la mirada de Flora, se da cuenta que ha muerto. Se miran en silencio. Don Teo se inclina para escuchar los latidos del corazón y confirmar su muerte. Flora, inmóvil oculta el rostro entre sus manos. Empiezan a llegar los vecinos.

Ana María: ¡Mataron al Talao!
Luzmila: ¡Virgen Santa!
Filomeno: (Entra con Emperatriz) El Talaíto...
Teo: No lo dejaron salir. ¡Lo sabía, hijita!. Porque aquí, esa es ley: cuando un miserable trata de salir de su condición, viene otro, más miserable que él, ¡y lo hunde!. Este mal es contagioso... terrible... No perdona.
Ana María: Si no salió él, con las agallas que tenía ¡menos voy a salir yo!
Teo: (Abrazando a Flora, dice a Ana maría) Salir, no se puede... pero ¡no hay que perder nunca la esperanza!. ¡Nunca!
Ana María: Ay, don Teo... ¿esperanza de qué?
Teo: De que este mal terrible... algún día desaparezca.
Flora: Él quería cambiar, ¡y está muerto!
Teo: Otros tendrán que conseguirlo, Florita. ¡Otros que no estén enfermos de este mal de la miseria...!


Fin de la obra


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