Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Población esperanza

de Isidora Aguirre

Acto segundo

Cuadro Único

 

Una semana después. Atardecer. Entra sigilosamente Talao, seguido del Zurdo que tras un paquete. Talao, hace una seña al Zurdo para que le entregue el paquete y entra a su cuarto. Sale enseguida:

Talao: Zurdo, anda a la farmacia y tantea el precio
Zurdo: ¿Están enterados del asunto?
Talao: No. Háblale de la coca por si tiene un buen dato. Hay que venderla cuanto antes.
Zurdo: Ya no más.
Talao: Y con cautela. Algunos jefes andan metidos en esto de la “pichicata”. (Sale el Zurdo. Entra Ana María y pasa con una jarra hacia el pilón del agua). ¿Cómo anda la suerte, buenamoza?
Ana María: Más o menos. (Sale Talao)


Se escucha el canto de los evangelistas que andan en la población, luego la voz de Zacarías, predicando.

Voz de Zacarías: “Miro Hacia la tierra y está desolada y vacía. Hasta los cielos miro, pero no hay luz en ellos. Miro las montañas y las montañas están temblando... (Enseguida entra a escena).
Ana María: ¿No se cansa nunca de predicar, usted?
Zacarías: El profeta Jeremías habla por mi boca, hermana. ¡Hay que arrepentirse de los pecados porque el día del Señor se acerca! (Se aleja)
Teo: (Sale del boliche). ¡Este Zacarías!
Ana María: El “canuto” me tiene curcuncha, don Teo. Hace una semana que anda predicando pegado a mi talones.
Teo: ¡Hágale Una desconocida!
Ana María: No sirve. Dice que en Chile no está prohibido hablar en voz alta.
Teo: Oiga, Anduvo por aquí un tipo de Juzgado. Le trajo esta citación.. ¿Se la leo?. “Cuarto Juzgado del Crimen, Germán del Río contra Anamaría Montoya, entre otros, por robo de dinero. (Ella empieza a llorar). ¡Ya está llorando otra vez!
Ana María: Es el baboso que me causó de robarle la plata, don Teo...
Teo: No se aflija, presa no está. Voy a hablar con el Talao. Que tiene un buen abogado, un criminalista que le llaman. Ese saca de la cárcel a cualquiera, aunque se halla robado un arzobispo. (Ella ríe entre lágrimas). No siga llorando que le va a venir la “cardíaca” como dice la Emperatriz:
Ana María: Es tan injusto, don Teo... Es el destino que una tiene.
Teo: ¿Por qué no le hace empeño a cambiar?
Ana María: ¿Cree que hago esto por gusto?. Si una vez estuve a punto de casarme, don Teo El tipo era bueno, aunque era más feo que el permanganato. Le decían “el Cara de Choclo”... tenía dientes hasta en la nariz...
Teo: Buenmozo el rotito...
Ana María: Pero cuando sus parientes se enteraron ¡todo se fue al carajo!. Cada vez que un pobre diablo está con el pié en el estribo para salir de la miseria, otro pobre diablo lo agarra y lo tira para abajo.
Zacarías: (Saliendo de su choza) Profesor, buenas tardes, venía a pedirle un desatornillador.
Teo: Vamos a ver (Busca en el boliche)
Ana María: Falta que le hace; los tornillos los tiene buen sueltos, usted. (Se aleja con su jarro de agua)
Zacarías: (A don Teo). La hermana anda un poco nerviosa. A veces creo que se molesta con mis palabras. Pero yo estoy en la tierra para cumplir una misión, don Teo. Ña' gente me cree loco porque suelo predicar estando solo, pero yo tengo fe. ¡Quién sabe si detrás de un muro, o en la oscuridad de la noche, la voz del Señor no detiene una mano asesina... o impide que una pobre mujer se hunda en el pecado!. Porque el príncipe como el mendigo, el rico como el miserable ¡todos somos hijos de Dios!
Teo: ¡Hay para todos los gustos! Entremos a ver si encuentro ese destornillador.

Entran al boliche. Desde hace un instante, adentro está Filomeno peinándose, para lo que se moja mucho el pelo ante un trozo de espejo.

Zacarías: (Por el desatornillador) Gracias profesor.
Teo: Hace tiempo que dejé de ser profesor.
Zacarías: ¿Jubilado?
Teo: No quise jubilar. Un amigo mío, después de andar dos años de ventanilla en ventanilla tramitando su jubilación, se cayó muerto ahí mismo, en la oficina cuando le dijeron, por milésima vez “vuelva el lunes”.
Zacarías: ¿Y tiene familiares?
Teo: Dos hijos. Muy buenos. (Filomeno lo mira con ironía). Uno es mecánico dental y el otro... bueno, no tiene profesión, pero tiene habilidad para los negocios.
Filomeno: ¡Gol, don Teo!. Habilidad para los negocios. Claro que no todos le salen bien.
Teo: (Molesto) Los negocios son así.
Zacarías: Mecánica dental y comerciante. Le ayudarán, entonces.
Filomeno: Claro. El día “que la perdiz críe cola”...
Teo: Estése callado, Filomeno.
Zacarías: ¿Cuánto le debo por la herramienta?
Teo: Después arreglamos, vecino.
Zacarías: Gracias. (
Sale y entra en su choza)
Teo: No me gusta que se meta en mis cosas, Filomeno. Y menos que desmienta lo que digo ante desconocidos,
Filomeno: Disculpe, don Teo, pero... creo que es malo engañarse a uno mismo.
Teo: Eso es asunto mío.
Filomeno: Cierto. Total, aquí soy un puro “allegado” suyo, y no le debo más qu favores. ¿Por qué me meto en sus cosas?. ¿Quién me manda? (Se aleja, con visible tristeza)
Teo: Bueno, no se ponga sí, tampoco.
Filomeno: A mí, don Teo, todo el mundo me puede decir lo que quiera, y tengo que aguantar. Yo no soy el Talao. Ese ronca fuerte y pega altiro, aunque después lo maten. A mí algo se me rompió adentro cuando era cabro joven. Quién sabe si sería el cigüeñal, o las balatas: esas cuestiones que joden tanto y que nadie sabe donde están. (Parece estar al borde del llanto)
Teo: (Cariñoso) Ya, ya, dejémonos de cosas y vamos a echarle bencina al estanque. (Saca botella y vasos y sirve vino). Alguna vez cambiará la suerte.
Filomeno: Claro: cuando estemos en el cementerio oyendo cantar los zorzales...
Teo: No sea fatalista. Salud, Filomeno. (
Beben)
Filomeno: ¡A la suya!. Usted que es buen amigo...
Teo: Cuando me salga el asunto del pleito voy a poner restaurante. Ahí van a ir todos los amigos a llenarse el buche sin pagar.
Filomeno: Este don Teo que las revuelve... (Ríe)
Teo: A usted lo voy a hacer trabajar de mayordomo.
Filomeno: ¡Con “esmoking” blanco, mi alma!. Ya me veo... (Mímica de servir). “Chunchules, caballero, guatitas a la virulí... ¿Un muslito de gallina virgen?” (Ríen ambos y de pronto callan; ha entrado Juan Reinoso, el hijo de don Teo, un “chulo de barrio”). Bah. Llegó el hombre bueno para los negocios. Mejor que te vayái, Filomeno.
(Sale)
Teo: Apareciste, Juan.
Juan Reinoso: ¿No se alegra de verme?
Teo: ¿De qué me voy a alegrar?. Te acuerdas de tu padre sólo cuando necesitas plata.
Juan Reinoso: Le dio medio a medio. Quiero plata. Le dejé un reloj, hace tiempo y usted lo vendió.
Teo: Pero todavía no me lo pagan.
Juan Reinoso: Algo tendrá. ¿O se lo tomó? (esto de beber)
Teo: Cállate. Te digo que no han pagado.
Juan Reinoso: Laya de comerciante. Seguro que se tomó le plata.
Teo: ¿no te da vergüenza hablarle así a tu padre?. Tú, un perdido, que se lo pasa en la cárcel...
Juan Reinoso: No paga y encima “palabrea”. Voy a ver al Talao.
Teo: Deja en paz al Talao. ¿para qué lo quieres?
Juan Reinoso: Yo sabré, pues.
Teo: Como hijo no has hecho más que amargarme la vida, y como ladrón no eres bueno más que para andar sirviendo a otros. Si hubieras estudiado, a esta hora serías un hombre decente.
Juan Reinoso: No soy un santo como mi hermano, pero tampoco soy un baboso como él. Y usted se lo lleva echándome en cara que no estudié y que no sirvo para nada y ¿quién lo dice?. Un viejo descachalandrado...
Teo: Estoy así es por culpa del sinvergüenza que me robó la plata en el pleito. Si algún día lo gano, te voy a ver mansito con tu padre.
Juan Reinoso: Ya salió con la chifladura del pleito!. Se lo pasa transmitiendo con eso... el pleito se lo comieron los ratones en el Juzgado.
Teo: Ninguno de ustedes dos me ayudaron en eso.
Juan Reinoso: ¡Qué íbamos a ayudar si usted mismo entregó la plata de puro jetón!. Como se lo pasaba borracho. Más encima, lo echaron antes que jubilara. Para qué me hace hablar.
Teo: (Alterado). ¡Mándate cambiar!. (Pasa al interior, murmurando). No sirves más que para hacerme pasar rabias...

Juan Reinoso sale, va a golpear a la puerta del Talao.

Voz de Talao: ¿Quién?
Juan Reinoso: Yo.
Voz de Talao: ¿Quién es “yo”?
Juan Reinoso: Juan Reinoso.
Talao: (Saliendo) la media visita. ¿En qué andas?
Juan Reinoso: Hace unos días hablamos. ¿Te acuerdas?
Talao: Me lo pasa acordando.
Juan Reinoso: Te di los datos de la coca...
Talao: ¿Cuáles datos?
Juan Reinoso: Lo de las mujeres que la traen de Bolivia, y que era fácil cambiarles el maletín en el hotel.
Talao: Y ¿por qué no se lo cambiaste vos?
Juan Reinoso: Quedamos en que tú hacías el trabajito y nos íbamos a medias.
Talao: ¡Y a qué viene esto?
Juan Reinoso: A que ya les quitaron el maletín con la pichicata.
Talao: Mala suerte, Juanito. Te la ganaron.
Juan Reinoso: La robaste vos.
Talao: ¿Ah sí?. ¿Me vieron con el maletín?
Juan Reinoso: Te vieron cerca del hotel.
Talao: Sería mi ánima que andaría penando.
Juan Reinoso: Dame la mitad de la coca, o de la plata. Yo te pasé el dato.
Talao: La media gracia “que había un maletín con coca”. Como si me hubieras dicho: ahí está el Banco de Chile.. Ya, déjame tranquilo.
Juan Reinoso: ¿Estás Seguro que no fuiste tú?
Talao: Regístrame. (abre su chaqueta, se ve su revólver)
Juan Reinoso: ¡Te vas a arrepentir de ésta! (Sale, furioso)

Talao entra al boliche y empieza a puntear una melodía en la guitarra. Aparece Flora en escena.

Talao: Dichosos los ojos...
Flora: Buenas tardes. (Alegre) Arreglé lo de Rafael. Vine a traerle ropa y la dirección del trabajo en San Bernardo.
Talao: Mandé al chiquillo a cortarse el pelo.
Flora: Quería darle las gracias. Si aceptó ese trabajo, fue porque usted se lo pidió. Bueno, me voy. (Deja la bolsa que trae)
Talao: Espere... Siempre se quiere ir. ¿Conversamos un ratito? (Le acerca una silla). El otro día me dejó pensando. Me dijo... ¿cómo era?. Que si estaba contento con la vida que llevo. Me quedé dándole vueltas al asunto.
Flora: ¿Lo dice en serio?
Talao: Sí. ¿Por qué me lo preguntó?
Flora: Porque no creo que esté contento. Me ayudó sacar a Rafael de este ambiente.
Talao: Rafael es otro asunto.
Flora: Quizá desea para él lo que hubiera deseado para usted...
Talao: ¡Un criadero de pollos!
Flora: Para empezar. Podría dejar esta clase de vida
Talao: ¡Está loca!. Ya tengo los huesos duros. ¿Cree que es fácil cambiar?. Mire, Florita, si a usted la sacan del mundo en que se crió y la hace en entrar al mío ¿cómo se sentiría?
Flora: Nada es imposible si uno se lo propone.
Talao: No. Usted no entiende. (Se levanta)
Flora: Eso es lo único que sabe decir. Si cree que no entiendo, explíqueme.
Talao: La primera vez que entré a robar sentí un miedo tremendo. No sabía lo que iba a pasar. Ahora es lo mismo: si dejo esto, lo único que conozco, tampoco sé lo que me va a pasar.
Flora: ¿Le tiene miedo a ser honrado?
Talao: No. ¿Ve que no entiende?. Cuando cumplí condena la primera vez, decidí “reformarme”. como dicen las Visitadoras. Fui a las construcciones, me metí en las fábricas. Pero parece que lo que sobra en este país es gente que busca trabajo. Y mis documentos no eran limpios. Como no quería lustrar zapatos o recoger papeles y huesos con un saco, aquí estoy.
Flora: Usted sabe que es capaz de algo mejor.
Talao: ¿Sin recomendaciones?. No puedo mostrar mi condena por robo. Me preguntan qué sé hacer y tampoco se los puedo decir. (Ella calla). ¿En qué se quedó pensando?
Flora: Entiendo que el Filomeno se asuste si le quitan su tarrito de pedir limosna... Pero usted...
Talao: ¿Y por qué voy a ser distinto del Filomeno?. Aquí en esta población somos todos “piojos de la misma costura”. Claro que algunos son más miserables que otros. Pero por dentro, somos iguales.
Flora: Usted es distinto.
Talao: ¿Sí?. ¿En qué se nota?. A ver ¿qué sabe de mí?
Flora: Se enoja cuando lo quieren ayudar.
Talao: ¿Cómo me va a ayudar?. ¿Como al Rafael o a la señora Luzmila No, yo no soy un “caso social”, Ahí es donde se confunde. Si es por experiencia, yo podría ser su papá. (Ella se levanta para salir) Ya se enojó. Usted es la que no tiene paciencia. Eso es lo primero que deberían enseñarle a las Visitadoras.
Flora: Pero es usted el que no quiere que lo ayuden.
Talao: Depende. Cuando me habla como “Visitadora”, y quiere reformar al ladrón... entonces... (Calla. Con voz suave). Mire, yo sería capaz de cualquier cosa si usted, la Florita, me lo pidiera. (Pausa). ¿Entendió ahora? (Le vuelve la espalda, molesto). No sé para qué le digo estas cosas. Para usted seguiré siendo el ladrón. O el ladrón reformado (Un silencio). Bueno, diga algo.
Flora: Si quiere cambiar, no tiene que hacerlo porque yo se lo pida. Debe hacerlo por usted mismo.
Talao: ¡Dios La guarde!. Tan bonito que habla. Si le falta sólo hablar en versos...
Flora: ¿Siempre tiene que burlarse?
Talao: Es que su mundo está tan lejos del mío. Florita. Perdone si le hablo con enojo. Esas palabras que dijo recién, “cambiar porque yo lo quiera”, ¿sabe lo que significan?
Flora: ¡Cómo no voy a saberlo!
Talao: En su mundo lo sabe. Pero en el mío ¡son sólo palabras bonitas!. ¿Por qué me mira así?
Flora: Porque parece... rabioso.
Talao: Cierto. Y si no la veo, me paso acordando de usted. Pero si hablamos me pongo rabioso. ¿Sabe por qué?. ¿O prefiere no saberlo?. ¿Qué tiene que ver usted con los ladrones?
Flora: Se puede dejar de ser ladrón.
Talao: No se puede cambiar de un día para otro. (Con ternura). Es casi una niña. Bien poco sabe de la vida, aunque hable con esas palabras tan grandes.
Flora: Y usted se cree mi padre.
Talao: De veras que quisiera entenderme con usted, Florita. Me doy de cabezazos contra un muro. A usted le pasa lo mismo ¿no?
Flora: ¿Es sincero al decir que quiere entenderse conmigo?
Talao: Por supuesto que sí.
Flora: Entonces, Volvamos a empezar. Dijo que es capaz de cualquier cosa “si yo se lo pidiera” Bien, trate de cambiar, Talao. Se lo pido como mujer.
Talao: (Luego de un silencio) No juegue conmigo.
Flora: ¿Le parece un juego?
Talao: No.
Flora: ¿Entonces?
Talao: ¿Confía en alguien como yo? (Ella asiente) Podría yo prometer mucho y no cumplir.
Flora: Creo que el único que desconfía de usted, es usted mismo.
Talao: Cierto. (La mira, serio, luego se acerca y la toma en sus brazos. Ella, desconcertada, se queda quieta). Pídamelo ahora.
Flora: Se lo pido.
Talao: Diga algo más.
Flora: ¿Qué más?
Talao: Que me quiere.
Flora:, No estaría aquí con usted si...
Talao: ¡Dígalo!
Flora: No sé. No sé decir... eso.
(Se aparta, con pudor)
Talao: Entonces, Yo pregunto y usted responde. (Tierno) ¿Me quiere? (Ella asiente). Diga “sí”... ¿O tampoco puede decirlo?
Flora: Sí, Creo que lo quiero.

Él la besa. Se miran, Se apartan.

Talao: Oiga, Nunca una mujer me tuvo así.
Flora: ¿Cómo?
Talao: Estúpido y muerto de miedo.
Flora: ¿Miedo de mí...?
Talao: No, no es eso. Usted no entiende.
Flora: Ya empezamos con eso... (Ríen ambos)


Él la toma en sus brazos, la acaricia, la besa. Se escuchan los pasos de Zacarías, se apartan, y Talao la lleva fura del boliche.


Zacarías: (Mirándolos salir). “Como la azucena entre los espinos, así es mi amada entre las doncellas... Como el manzano entre los árboles del bosque, así es mi amada entre los mancebos...”

Se acerca al pilón y empieza a lavar una olla. Entra Emperatriz, ayudando a Luzmila con una artesa de ropa para lavar.

Luzmila Dios se lo pague, vecinita.
Emperatriz: (A Zacarías) Oiga ¿por qué no se busca una mujer para que le lave las ollas?
Zacarías: La mujer no es esclava del hombre, hermana; es su compañera.
Luzmila: ¡Qué fino habla el maestro Zacarías!

Entra Ana María con jarra para el agua.

Emperatriz: Pura faramalla. Conocí a una familia de cogoteros que se hicieron evangélicos No saltearon nunca más y se murieron de hambre
Luzmila: Y eso de que los evangélicos no le pegan a la mujer ¿será verdad?
Emperatriz: Oiga, maestro ¿por qué no le predica al hombre de la Luzmila?. A ése si que le hacen falta sus prédicas...
Luzmila: Ay que sería bueno, maestro Jehová... ay, perdone, maestro Zacarías.
Zacarías: En cuanto lo vea, le hablo, señora Luzmila.
Luzmila: ¿De veras?. Me deja tan esperanzada...
Ana María: Cuando no. Si esta flaca vive esperanzada... que el marido no le pegue, que le den cama en el hospital, que le encierren un chiquillo, que le arreglen el techo para no tener que meterse todos debajo del catre cuando llueve... Puchas las tamañas esperanzas!

Sale don Teo del boliche con una botella de licor, luego Filomeno

Emperatriz: Oiga don Teo ¿cree que su sobrinita va a arreglar al Talao?
Teo: Quizá... (Ríe). ¡Se han visto muertos cargando adobe!
Ana María: Don Teo ¿le habló al Talao, sobre buscar ese abogado?
Teo: No, Ana María, no he visto al Talao.
Zacarías: Recién estaba aquí con su sobrinita, don Teo.
Emperatriz: ¡Se armó a collera, entonces!
Filomeno: Se jodió el Talao. La Visitadora lo va a dejar santito.
Emperatriz: No crea. El que nace mañoso, muere mañoso.
Luzmila: (Que lava ropa en el pilón). Dicen que el amor todo lo puede...
Filomeno: Como no, pues. El amor, hartos chiquillos, uno para el hospital, otro al Reformatorio...
Emperatriz: ¡Buena, Filomeno!
Luzmila: El Filomeno es muy hereje.
Zacarías: (Por la artesa) ¿Le ayudo, hermana?
Luzmila: Ay que se lo agradezco. (Salen con la artesa) Mire que ando con un dolor de espalda que no me deja dormir. ¿Por qué no aprovecha para arreglarme el techo que se me corrió una “fonola”?
Emperatriz: Oiga, don Teo ¿cree que su sobrinita va a arreglar al Talao?
Teo: (Ríe) ”Se han visto muertos cargando ladrillos”
Emperatriz: ¿Tan difícil le parece? Muy “fatalisto” lo veo.
Teo: La miseria es un mal que no agarra sólo por afuera, agarra por dentro. Los que están en el hoyo, no tienen fuerza para salir. Y si asoman la cabeza, viene otro y lo empuja para abajo. (Bebe y agrega, sombrío:) La miseria es el mal de los miserables...
Emperatriz: No siga que me va a hacer llorar. Aunque poco lo entiendo...
Teo: El hombre miserable anda siempre acosado. Y el hombre acosado se vuelve malo. El hijo desconoce al padre. Todo se acaba, la familia, el cariño...
Emperatriz: ¿Qué le pasó, don Teo?. Usted siempre anda consolando al triste...
Teo: Hay días en que lo único que parece bueno, es morirse. (Entra al boliche)
Ana María: (Alejándose) Algo le pasó a don Teo.
Emperatriz: ¡A las mechas, dijo un pelado! Oiga., Filomeno ¿ha pensado en mi proposición?
Filomeno: ¿En cuál de las dos?
Emperatriz: Le hice una no más.
Filomeno: Entonces ¡yo le hago la otra!
Emperatriz: (Coqueta) ¿Cuál será?
Filomeno: Que me pague un sueldo, pues.
Emperatriz: (Decepcionada, con enojo). Puchas que es interesado, usted. Yo creí que me iba a hablar de... “otra cosa.”
Filomeno: Es que “la otra cosa”, es la otra cosa! (Se le acerca y la mira con malicia)
Emperatriz: (Voz dulce) Guarde... No se me propase
Filomeno: Es que usted se ha puesto tan no sé cómo, últimamente, que me tiene medio saltón.
Emperatriz: ¿De veras?
Filomeno: De veras.
Emperatriz: Pero ya sabe como es la Emperatriz rotosa pero “dexigente”. No hay vida marital que le llaman, sin las dos leyes.
Filomeno: (Con terror) ¡¡Matrimonio!!
Emperatriz: Clarito. Y nada de “adelantos”. Soy muy moral para mis cosas.

Filomeno se aleja, como tomando distancia, asustado.

Filomeno: Guachi, Filomeno, que te quieren agarrar... (Se le acerca, vacila, retrocede, tira al suelo su sombrero con gesto heroico). Bueno, ya. ¡Me engancho!. Pero ahora, antes que me arrepienta y “apriete” (gesto de escapar)
Emperatriz: ¿Lo dice en serio?. La pucha... (Emocionada). Es la primera vez que me proponen matrimonio. (Se seca una lágrima). Las otras veces no me dijeron ni pío. (Alegre) ¿Nos tiramos el salto, entonces?
Filomeno: Salte no más.
Emperatriz: ¡Allá voy! (Se echa en sus brazos, él le pellizca el trasero). No, pues, sin entusiasmarse, tampoco.
Filomeno: Bueno y ¿qué hacemos ahora?
Emperatriz: Entremos al boliche, a ver si don Teo tiene una ropita usada para que se cacharpee un poco. Parece mata de perejil usted.
Filomeno: Ya me ofendió. ¿Con qué voy a pagar?
Emperatriz: No se preocupe: la sociedad tiene capital.

Entran ambos al boliche, saliendo de escena. Entra Ana María maquillada como prostituta y se cruza con Zacarías.

Zacarías: Señorita Anamaría, hermana, quiero pedirle un favor...
Ana María Favores, sí, pero sermones, no.
Zacarías: Que no salga esta noche a la calle.
Ana María: Es mi trabajo. Si no salgo, me tiene que “indemnizar”
Zacarías: Deseo invitarla a la Congregación...
Ana María ¿A mí?. ¡Eso si que está bueno!
Zacarías: Todos somos hijos de Dios, hermana.
Ana María Le dio conmigo a usted...
Zacarías: A mí, no: al Señor. Él la eligió. Yo no soy más que su humilde instrumento. (Ella vacila). Déjese llevar y la fe vendrá sola.
Ana María: (Nerviosa) Y si me convierto ¿quién me dará de comer?
Zacarías: (Indica hacia el cielo) Él proveerá. Los caminos del Señor son infinitos.
Ana María: Usted es un buen hombre, y me dan ganas de creerle.
Zacarías: La espero esta noche, entonces.
Ana María: No,Tengo que ir... donde voy siempre.
Zacarías: Píenselo. Nada pierde con venir... (Se aleja)
Ana María: Tiene razón: nada pierdo. (Regresa Talao) Oiga., Talao ¿Sabe dónde voy a ir esta noche?. ¡A la Congregación del maestro!.
Talao: Entonces, el “maestro Jehová” como lo nombra la Luzmila, se salió con la suya.

Talao toma la guitarra y puntea una melodía, sale don Teo, con su botella de licor. Ana María da unos pasitos de baile al compás de la guitarra.

Teo: Señorita, ¿me concede este vals?. No hay que echarse a morir, ¿no?
Ana María: Así me gusta verlo, don Teo. (Bailan unos compases)

Entra Violeta y se acerca sin ser oída. Al verla, de pronto, se quedan quietos, Talao deja tocar y dejan de reír.

Violeta: ¡Qué buena vida! (A don Teo). Y usted ¡póngale vino, mi alma!. Y que la Violeta se joda...
Ana María: ¿Así es que no podemos estar contentos, de vez en cuando?
Violeta: No estoy hablando con usted.
Ana María: No, pues, cómo se va a rebajar.
Violeta: (A Teo) Le di aviso con tiempo. Cuando me debía dos meses. Y ya van tres.
Talao: Yo soy la fianza de don Teo.
Violeta: ¿Ah sí?. Esa fianza ya no sirve.
Talao: ¿Cuánto le debe?
Violeta: Eso ya no importa. Arrendé el boliche y don Teo tiene que saltar. Y usted también, Talao, me va a desocupar el cuarto.
Talao: ¿Así es que también le debo plata?
Violeta: No, pero quiero que se vaya. Su cuarto es muy... insalubre. Quiero refaccionarlo. (Sale)
Ana María: Hija de la grandísima...
Teo: Esa mujer es como la mala sombra. Si lo ve a uno jodido, ¡más lo jode!

 

 

Fin del Acto Segundo


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