Dramaturgo / Egon Wolff  

 

 


La recomendación

de Egon Wolff

Primera escena
Sofía:
 ¡Pase!
 

Samuel no avanza. Boquiabierto, solo trata de ver algo en la oscuridad que se ha abierto ante él.

Sofía: Pero pase, pues ¡Pase! Samuel lo hace arrastrando el saco.
Sofía: No pues ¡No arrastre el saco! ¡No ve que ensucia las alfombras!
Samuel: (Levantándolo trabajosamente) Es que esta cuestión pesa como si llevara un muerto, ¡pues! ¡Ya tengo acalambrado los brazos!
 

Sofía avanza, enciende una débil luz en el pasillo y desaparece en el interior. Samuel la sigue patiabierto.

(Desapareciendo) Esta cuestión deberían venderla en saco de cinco kilos, pues... (Solo se escucha su voz) Diez, a lo más!... Claro, a ellos que les importa, que se descreste un cristiano. Total, guardándose los billocos ¡No tienen conciencia del problema que ocasionan!
Voz de Sofía: NO ¡No lo ponga ahí!
Samuel: ¿y donde lo pongo?
Sofía: ¡Ahí, pues! ¡Ahí! Bajo ese estante
Samuel: Es que ahí no cabe, pues, señora
Sofía: ¡Cabe le digo!

Se escuchan rezongos y bufidos tratando de meter el saco.

Samuel: ¿No ve? ¿No ve que no cabe?
Sofía: ¡Pero no lo pare, pues! ¡Tiéndalo! ¡Y empújelo! ¡Ahí le cabrá! 

Se escuchan sus nuevos bufidos del esfuerzo.

Samuel: ¡Aheeeegh¡...uuuuP¡! Reaparece Sofía. Mirándose en el vidrio de uno de los cuadros, se acomoda un rizo y se alisa las cejas con saliva. Luego va hacia el sofá y se sienta en el. Agarra el carterón y vacía su contenido sobre el raso. Se desparrama una lluvia de billetes sueltos, que ella se va a poner a ordenar meticulosa y simétricamente, en ataditos de billetes del mismo valor. Tras ella reaparece Samuel limpiándose las manos con un pañuelo inmundo que ha sacado de un bolsillo de su pantalón.
Samuel: Con lo entumido que estaba, al menos, me sirvió para entrar en calor 

Se limpia con el pañuelo el tizne del chaquetón.

Samuel: Deberían ponerlo en sacos herméticos. No tienen conciencia del tizne que dejan. (Pausa) ¿Vió al pelao que me echo el saco al hombro? Fijo que pensó: Este guatón se me despernanca. Donde lo ven a uno medio panceta. (Señala el último atado) Se le pasó uno de media.
Sofía: (Levantando la cara) ¿Cómo dice?
Samuel: Que se le paso uno de media luca. ¿No está haciendo atados de puras lucas?
Sofía: Ah, sí, de veras. Gracias.

Sofía reordena los atados y continúa en su labor.

Samuel: (Tras breve pausa) ¿Usted es harto buena persona, sabe? Venir y ofrecerle pega a un fulano que ni conoce. Y todo porque el huevón parece estar pasando una mala racha. Sin pedirle al menos, una recomendación. Muestra que tiene un alma cristiana. (Otra pausa) ¿Me puedo sentar?
Sofía: (Distraída) Oh, sí, ¡siéntese!

Samuel lo hace en uno de los sillones incómodos. Queda Hundido entre los brazales altos. Apenas asoma su cara.

Samuel: (Tiritando) Utas el frio que hace. Todas estas calles de la Estación Central al Oriente, parecen mausoleo en invierno. Donde no les entra el sol. Hasta las palomas se congelan en los techos.
No hay respuesta. El ordenamiento de los billetes ocupa toda la atención de Sofía. Tras pausa durante la cual su mirada vaga por la sala (Señala el tabique) Parte de una sala mas grande, ¿verdad?
Sofía: ¿Cómo dice?
Samuel: Por el tabique, digo. Como si partiera en dos una sala más grande.
Sofía: Así es.
Samuel: ¿Qué hay detrás?
Sofía: (Mirándolo por primera vez con cierta impertinencia personal) ¿Detrás de qué?
Samuel: (Por el tabique) Del entablado, pues.
Sofía: La otra parte de la sala. ¿Es lógico, no?
Samuel: Si, pero detrás, ¿no hay nada?
Sofía: (Volviendo a lo suyo) Un taller.
Samuel: Ah, un taller… ¿Un taller de qué?
Sofía: Talabartería.
Samuel: Ah, talabartería ¿Y es suyo? ¿Usted trabaja en eso?
Sofía: ¿En qué?
Samuel: En eso que dice.
Sofía: No. Un maestro. Hace cinturones. Billeteras. Bolsones. Le arrendamos la mitad del living. Yo trabajo en tapicería.
Samuel: (Señalando el bastidor) Choapinos.
Sofía: (Levemente impaciente) No. Choapinos. No. Tapicería. Le digo. Tapices. ¡Arte!. Otra cosa.
Samuel: (Algo asustado) Ahhh...

(Pausa)

Samuel: "Arrendamos''. ¿Dijo? ¿Quien más arrienda?
Sofía: Una hermana.
Samuel: ¿Que vive aquí? ¿Con usted?
Sofía: (Asiente)
Samuel: Ahhh... ¿Y viven solas?

(Sofía lo mira: Samuel baja de inmediato la vista)

 (Pausa)

 (Señalando de nuevo el tabique)

Samuel:...Así es que arriendan. Eso para mejorar la renta. Para llegar al fin de mes. (Nuevo asentimiento muy leve de Sofía) Conozco eso. Mi abuela no hablaba de otra cosa. Quería que mi tío Manuel vendiera el caserón que tienen en Talca, porque la antigualla les estaba comiendo los riñones, Decía. Con los inspectores de impuesto pisándole los callos. "Las termitas ya nos tienen comido hasta el guáter. Y vos pegado a tus tablas podridas''. Le decía a mi tío… Es que mi tío Manuel cría conejos de angora. Los tiene repartidos en cajones, por toda la casa. Hasta de tres hileras, en las piezas grandes...Por eso él le decía: "Y donde voy a criar mis conejos. Vieja cauinera? Si vendimos la casa y vamos por ahí a metemos en una mejora. ¿Dónde voy a criar mis conejos? ¿Bajo los catres? ¿En la tina del baño?". Mi abuela le contestaba gritándole, que ya estaba aburrida de vivir en una casa toda hedionda al excremento de los animales. Pero ni así... Yo le encuentro toda la razón a mi tío, ¿no cree usted?

Sofía ha terminado de clasificar los billetes y vuelve a meter los atados precisos en el carterón. Se levanta intempestivamente.

Sofía: ¿Le gustan las aceitunas?
Samuel: (Aturdido) ¿Aceitunas?
Sofía:Si. Le pregunto si le gustan.
Samuel: ¿Qué si me gustan?
Sofía: (Impaciente) Eso le estoy preguntando.
Samuel: Si. Me gustan.
Sofía: Quiere
Samuel: Bueno.
Sofía: ¡Espere!
 

Sofía sale hacia la cocina. Samuel inspecciona la habitación. Se levanta y va a tocar el bastidor. Lo descubre y admira el trabajo a medio terminar. Luego, siempre tiritando de frío y golpeando sus brazos, revisa la salamandra y constata que está apagada. Va apalpar el tabique. Se empina y mira al otro lado. Esta en eso, Cuando escucha los pasos de Sofía que regresa. Vuelve a sentarse rápidamente. Sofía entra con un plato con aceitunas. Se sienta junto a Samuel y le ofrece. Ella también se sirve y están ahí, un rato, en silencio, el uno junto al otro, masticando. Luego...

Samuel: Están buenas... (Por una que tiene entre los dedos) De La Serena.
Sofía: No. De La Serena, no. De Putaendo.
Samuel: Ahhh. Creí que eran de La Serena. Por lo verdes.
Sofía: Las de Putaendo, también lo son.
Samuel: Si. Pero un poco menos. Más negras. Más negras que verdes.
Sofía: Pero estas son de Putaendo.
Samuel: Ahhh...Están buenas. 

Le ha costado decir eso, porque los cuescos se le han ido acumulando en la boca. Sofía observó eso y le acerca un cenicero bajo la boca, para que escupa. Samuel titubea un rato, pero luego cuando ve que ella lo hace ostentosamente, escupe los suyos a su vez.

Samuel: (De pronto, intempestivamente) ¿Quiere que le sea sincero? Nunca creí que viviría en una casa así. Cuando la vi, con esos modos que tiene, tan de señora, pensé: "Esta señora debe vivir en una casa de abolengo", como decía mi abuela. Con el espinazo como lo lleva, debe vivir en una casa con escala de mármol. Nunca, en una de esas, en que hay que hacerle el quite a la caca de los perros. 

Pausa incómoda ante el silencio de ella. Luego...Gustosas las aceitunas de La Serena. No las conocía.

Sofía lo mira. Le sostiene la mirada.

De Putaendo, digo Buenas.

Pausa. Luego, señalando los billetes ordenados sobre el sofá.

Samuel: ¿Porque los ordena así?
Sofía: ¿Cómo?
Samuel: Así, pues. ¿Todos ordenados? ¿En paquetitos?
Sofía: Me gusta el orden.
Samuel: Ah, si, pues (Leve pausa) Yo también soy ordenado. Tengo tres cosas nada más, y viera el orden que tengo. Es lo que le decía a la dueña de la pensión donde vivo. "¡No me tire mi maletín al sitio eriazo. Pues señora! No ve que tengo todas ordenadas mis cosas"...Tiene esa costumbre. En cuanto cree que alguien le va a hacer huevo de pato y no le va a pagar la pensión, va y les tira sus pilchas al sitio eriazo que hay al lado, para que después vengan a llevárselas para los locos del hospicio.
 

Comen aceitunas otro rato en silencio.

(Filosófico) Del tronco caído todos hacen leña. Usted vio como me trató el animal ese, el dueño del garage. ¿Verdad? (Otra meditación) No es manera de tratar a un cristiano, ¿no cree? Echarlo a patadas, como si fuera un perro. Y todo porque el torreja que entró a trabajar después de mi, me puso un perno en el huaipe y rayé el auto que estaba lavando. ¿Y sabe por qué fue? Porque no me quise servir unas cebollas en escabeche que vino a ofrecerme; Por eso fue. ¡Era cargante el hediondo! Al comienzo me buscó la amistad. Eso no puedo negarlo. Me despertaba en medio de la noche para ofrecerme salame. Salame o queso que se levantaba por ahí. Pero una noche, porque no me quise servir unas cebollas podridas que me ofrecía, me tomo mala leche. Me dijo que yo le andaba buscando el odio. De ahí, ya no me dejó tranquilo... Hasta que me puso ese perno en el huaipe, y rayé el auto, y el patrón le dio conmigo. Pero no es razón para tratar a patadas a un cristiano. ¿No le parece? 

Sofía le pasa más aceitunas.

Sofía: ¡Sírvase! 

Samuel lo hace. Comen otro rato en silencio. De pronto, Samuel la ve abrir todos los cierres de su carterón y rebuscar ansiosamente en su interior. Como no encuentra lo que busca. Vacía su contenido sobre el sofá y caen un pañuelo de seda, una baraja de naipes atados con una cinta, varias monedas, lanas sueltas, cañamitos atados con hilo, una gran peineta, un rosario con cuentas de semillas de achiras, y una cajita de carey, que es lo que estabas buscando, abre una de ellas y muestra su contenido a Samuel.

Sofía: ¡Mire! ¡Astillas de la Cruz del Señor! ¡Del mismo santo lugar donde le clavaron los pies! (Le pone la cajita bajo la nariz) Tiene una manchita de sangre, ¿ve? (Samuel la va a tocar y ella da un salto y cierra la caja) ¡No! ¿Cómo se le ocurre? ¡Eso no se toca! 

Sofía abre otra cajita. Extrae una hebra de hilo.

Y esto es de la cinta para el pelo que usaba San Pablo. Solo muy pocos sabemos que San Pablo usaba. Este es el testimonio de que sí lo hacía.
Vuelve a guardar todo, prolijamente, dentro del carterón.
Samuel: (Señalando los cañamitos atados en rosquitas) ¿Eso?
Sofía: ¿Qué?
Samuel: ¿Para qué las guarda?
Sofía: Son hebras que encuentro, por ahí, en los servicios higiénicos. La gente es sucia y descuidada. Van dejando por ahí sus inmundicias promiscuas.

Desata la baraja de naipes.

Sofía: ¿Le veo la suerte?
Samuel: ¿Suerte? Yo no tengo suerte.
Sofía: No diga tonterías. Todo el mundo tiene. Lo que pasa es que hay buena y mala. (Le presenta un abanico de naipes) Saque una.
 

Samuel lo hace, un poco a regañadientes. Sofía la deja a un lado y extiende el resto del mazo sobre el sofá. Estudia lo que revelan. Luego, sin expresión alguna, las reúne de nuevo, las envuelve con la cinta y mete todo en el carterón y se sirve una aceituna. Todo aquello bajo la mirada expectante de Samuel.

Samuel: ¿Y? ¿Qué dicen los naipes, pues? Nada bueno, ¿verdad? ¿No le decía yo? Que no tengo suerte. Me paro bajo un alero y me caga una paloma. Alguien tira un escupo y fijo que me da en un ojo. Usted ve, Pues ¡Estaba flor de té en ese garaje! Y viene ese mugriento y me mete un perno. Soy así. Cagado… ¿Sabe lo que quería ese torreja?
Sofía: ¿Cómo voy a saber?
Samuel: Se aparece una tarde con un saco lleno de ropa, de esas que dan en el asilo de los canutos, y lo vacea sobre el catre: Chaquetones usados, parcas viejas, casacas de milico. ¿Y sabe lo que quería el huevón?
Sofía: ¿Cómo voy a saber?
Samuel: Quería que me la pusiera y me paseara con eso puesto por la pensión. Una casaca de general, con cordones dorados y todas esas leseras.
Sofía: Lo que usted no hizo, naturalmente.
Samuel: No pues ¿Cómo iba a hacer eso? Como uno anda por ahí con sus pilchas viejas, todo el mundo cree que le puede faltar el respeto. 

De pronto, tras el tabique estalla un pandemonio, un tableteo infernal. Samuel se levanta de un salto.

Samuel: ¡Chuchas! ¿Qué fue eso?
Sofía: (Gritando sobre el ruido) ¡¡¡ El maestro grabando el cuero!!!
Samuel: (Gritando más fuerte) ¡¡¡PERO!!!, ¿Cómo pueden aguantar eso?
Sofía: (También gritando, más fuerte aún) ¡¡¡Una se Acostumbra!!! ¡¡¡Sólo la hace funcionar a ratos!!! 

El estruendo cesa bruscamente.

Sofía: ¿Ve? Ya paso todo. (Con la misma naturalidad) Es lo que nos dijo. Nos puso sobre aviso el día que firmamos el contrato. "Tengo una maquina que deja sordo, pero solo la uso a ratos", nos dijo. Y nosotras estuvimos de acuerdo. Total, con los arriendos como están, una no puede regodearse. Además hace unos cueros muy lindos. Imitación cuero de caimán. 

Pausa embarazosa. Comen aceitunas. Samuel tirita.

Samuel: ¡Utas que hace frio aquí! ¿No va calentar la casa?
Sofía: La salamandra está rota.
Samuel: ¿Qué tiene?
Sofía: Esta rota la mica. Se sale el humo.
Samuel: ¿Y por qué no la arreglan?
Sofía: Porque falta un hombre en la casa.
Samuel: (Levantándose animoso) ¿y para que tiene a este pecho, pues? 

Va hacia la salamandra. La manipula un rato inútilmente. Luego...

Samuel: La mica está rota.
Sofía: Es lo que le decía, ¿ve? Solo la prendemos cuando hace demasiado frío Margot es demasiado tacaña para mandarla a arreglar. Nos han pasado presupuestos, pero los rechaza todos.
Samuel: Si no me dan los materiales, no puedo hacer nada.

Otra pausa. Samuel tirita. Después de un rato.

Samuel: Oiga, señorita. ¿Sabe lo que me preocupa?
Sofía: ¿Qué?
Samuel: ¿Que voy a hacer? (Sofía lo mira) Digo... Si voy a trabajar aquí, ¿Cuáles van a ser mis obligaciones? Porque si usted trae a su casa a un fulano para que le trabaje y no le da los materiales, ¿Qué va a hacer? Sin materiales nadie hace nada. Sería como dar de comer a un pollo. Con el pico cosido.
Sofía: En eso tiene usted toda la razón
Samuel: Pero, ¿y entonces?
Sofía: No se preocupe de eso. Ya lo irán diciendo las circunstancias.
Samuel: Si. Pero esas... "circunstancias", ¿Cómo que, serían?
Sofía: Lo irán diciendo.
Samuel: No, pero…Conviene aclarar estas cosas antes de ponerme a trabajar, pues. No vaya a ser que después nos encontremos con sorpresas desagradables. Como tener que limpiar la caca de las palomas en las ventana del entretecho. Yo no limpio ninguna mugrienta caca de palomas en ningún entretecho Para que nos vamos entendiendo.
Sofía: No se preocupe. Todo lo que hay que hacer aquí es limpiar un poco la casa. Hacer esto y lo otro. Eso sería todo.
Samuel: Si, pero ese "esto y lo otro", ¿Cómo qué sería?
Sofía: Lo irán diciendo las circunstancias.
Samuel: Si, pero, esas… "circunstancias", ¿Cómo qué serían" Sofía: Lo irán diciendo. ¿Sabe tejer a telar?

Samuel:
¿Cómo dice?
Sofía: Le pregunto si ¿sabe tejer a telar?
Samuel: Bueno, si...claro.
Sofía: ¿De alto o bajo liso?
Samuel: ¿Cómo dice?
Sofía: ¿De alto o bajo liso?
Samuel: El jefe nunca nos dijo nada de eso. Solo no ponía a trabajar.
Sofía: (Ultrajada) No, pero, ¿cómo? Hay un mundo de diferencia entre un telar de alto o de bajo liso. Los de alto liso permiten reproducir mucho mejor el diseño original, ¡pues! Los de bajo liso, deforman el punto de vista, amontonan las figuras, hacen perder la coordinación. Los matices que resultan tienden a suplantar la frescura de la idea original ¡Cómo me puede decir que es lo mismo!
Samuel: ¡Es que yo no le he dicho que es lo mismo¡ Yo solo le he dicho que...
Sofía: Yo soy una enamorada de la tapicería clásica. En especial la de la escuela de van der Gooten. ¿No cree usted?
Samuel: ¡Ah, sí, claro! ¡Van der Gooten!
Sofía: El contorno preciso de los dibujos. Las vestimentas de rica policromía. La flora tratada con un convencionalismo casi simbólico. ¿No cree usted que "La caza del Unicornio" marca el summum en el arte de la tapicería?
Samuel: Bueno...yo no sabría...

Sofía levanta bruscamente el lienzo que cubre el bastidor y gira el diseño hacia Samuel.

Sofía: ¿Qué le parece? Samuel: M...muy bonito. Muy...
Sofía: ¿Qué representa para usted?
Samuel: Bueno, yo poco entiendo de... 

Sofía le acerca más el bastidor

Sofía: No, pero, usted solo lo mira de reojo ¡Mírelo bien, pues! 

Samuel acerca su nariz al tapiz.

Sofía: ¿Qué ve?
Samuel: Es que está todavía un poco borroso y yo no...
Sofía: ¿Qué no ve que son jacintos?
Samuel: ¡Ah, sí, claro! ¡Jacintos! ¡Los pétalos ahí! ¡Las coronas! 

Sofía vuelve a cubrir el tapiz con la misma brusquedad.

Sofía: La gente no ve sino lo que tiene ante sus narices. No es capaz de imaginarse nada. (Agarra el bastidor) ¡Tome! ¡Ayúdeme! Hay que sacar esto de aquí 

Trasladan el bastidor hacia un costado y mientras hacen así...

Samuel: ¿Su hermana, también trabaja en esto?
Sofía: Mi hermana no trabaja en nada. (Señala el hueco que ha quedado bajo la escala) ¿Cree que su cama cabrá en ese hueco?
Samuel: ¿Mi... cama?
Sofía: Usted dijo que tenía, ¿no?
Samuel: Si pero, yo no le he dicho ¡eso! ¡Usted me entendió mal! Lo que yo le dije es que tuve catre, colcha y colchón, pero que me los habían quitado en la última pega. ¡Eso le ¡Dije! (Calmándose) Que había trabajado en una casa de cita, donde tenía que limpiar el desorden que dejaban las parejas. Y que una de las putas se había robado una estufa...y que al dueño le había dado conmigo, diciendo que había sido yo …y que se habían quedado con mi catre, mi colcha y mi colchón, y que solo me había devuelto mi maleta con mis ropas...¿No se acuerda que le dije?
Sofía: Está bien. Tendremos que arreglarle algo, aquí, entonces. Lo que yo quiero saber es que si usted ¿cree que cabra ahí? (Le señala el hueco)
Samuel: ¿Ahí?
Sofía: No hay otro lugar en casa.
Samuel: ¡Es que ahí no cabe ni un perro, pues señora!
Sofía: Bueno, joven, la cosa es muy simple. Este no es un juego de tómalo o déjalo. Es todo lo que podemos ofrecerle. Si no le gusta, usted toma sus cosas y se larga, y quedamos tan amigos. ¿Le parece?

Samuel:
¡Bueno, pero no lo tome así, pues, señora! Con unas buenas palabras todo el mundo se entiende. 

Sofía saca unas madejas de la cajuela.

Sofía: Bien, pues. Entonces, ya que dice que ha trabajado en telares, supongo que sabrá ovillar.
Samuel: ¿Ovillar? Ah, sí, claro. Claro que sé
Sofía: Bien, pues ¡Póngase ahí y ayúdeme! (Como Samuel no atina) ¡Levante los brazos, pues! ¡Ponga sus manos! Samuel lo hace. Ella cuelga la madeja y se pone a ovillar, con silenciosa diligencia.
Samuel: (Después de un rato) ¿Sabe? No es que quiera ponerme cargante, pero...todavía no me ha dicho ¿cuáles serían mis condiciones?...¿La paga?
Sofía: ¡Más alto los brazos! ¡No me los deje caer! 

Samuel reacciona de inmediato. Lo hace.

Samuel: Usted solo me dijo que me iba a dar un trabajo. Me ofreció techo, pero, lo que no me habló fueron las condiciones El salario. Porque, para serle sincero, todavía no se si piensa pagarme, o solo me ofrece techo por ni una paga... ¿Me entiende? Porque si es así, tendríamos que conversar. Yo necesito techo, pero también necesito comer, y yo no sé si usted está pensando en…
Sofía: Yo no había pensado en nada.
Samuel: ¿Cómo dice?
Sofía: Que no había pensado en nada.
Samuel: ¿Pero, cómo?
Sofía: Oiga, joven, ¿usted se encuentra a gusto aquí, o no?
Samuel: Sí, claro, pero...
Sofía: Entonces, ¡levante esos brazos! ¡Ya los está dejando caer de nuevo!
Samuel: (Volviendo a alzar los brazos bruscamente) Me encuentro a gusto, claro, pero... si yo no quedara trabajando aquí, porque yo no le caigo bien. O usted no me cae mal a mí, lo que necesito es que usted, al menos, me diera una...recomendación. Al menos...Siempre que no fuera un inconveniente para usted, claro. 

Sofía levanta la vista del ovillo y lo mira de hito en hito, atónita, ofendida.

Sofía: ¿Qué es lo me está diciendo, joven?
Samuel: Que si no nos ponemos de acuerdo en las condiciones y no llegamos a nada, usted, al menos, ¿podría darme una recomendación?
Sofía: Pero ¿cómo se atreve a venir a pedirme una cosa así?
Samuel: (Agitándose) Pero, señora, ¡si usted no me dice nada, pues! Usted solo me trae a su casa, porque me encontró sin pega, por el cagón mugriento ese que me puso un perno en el huaipe, y como quiere que yo...
Sofía: ¡Oiga, joven, pare! ¡Pare! ¡Pare! Si no lo entiendo mal, usted pretende que yo, sin conocerlo…

Samuel:
¡No, si, claro! ¡Si, ya se! Ya se que primero tengo que trabajar aquí, para que me conozca.
Sofía: le extienda una...¿Recomendación?
Samuel: (Gritando histérico) ¡No, si, claro! ¡Conociéndome antes, pues! ¡Conociéndome antes, primero¡
Sofía: ¡Mire, joven! ¿Quiere que le diga una cosa? No entiendo una sola palabra de lo que me está pidiendo.
Samuel: Lo que pasa es que yo, en verdad, necesito mucho una recomendación, señora. (Pausa). Para el señor don Pascual Balduino.
Sofía: ¿Quién?
Samuel: ¡Don Pascual Balduino! ¡El gran industrial!
Sofía: ¿Sabe, joven? Tengo la sensación de que usted ha venido aquí, a tomarme el pelo. ¡Vamos! Levante esos brazos será mejor y no siga hablando tonterías
Samuel: (ultrajado, quejoso) ¡Pero si don Pascual Balduino, es el gran industrial pues! Un gran amigo de mi padre que le llevaba sus papeles. Escrituras. Contratos. Legalizaciones. Cuando mi padre se estaba muriendo, se le arrimó a la cama, le tomo las manos y le dijo: "Genaro, no te preocupes por tu hijo, que yo me haré cargo de él." Eso le dijo... Pero no cumplió. Nunca lo hizo… Será porque como soy medio tarado, un porro en la escuela y nunca aprendí nada, nunca tuvo confianza en mí. Debe haber sido por eso que me dijo, cuando le fui a buscar pega en su fábrica: “Hijo", me dijo, “No me entiendas mal. Yo nunca tomo a alguien que no venga recomendado. Tú podrás ser muy hijo de mi gran amigo Genaro, un gran hombre tu padre, pero en la vida las cosas hay que ganárselas", me dijo, “Trabaja y consíguete una buena recomendación, y después puedes venir acá a pedirme pega. Ya veremos. entonces." ... Eso dijo. Y yo le encuentro razón, ¿no le parece, señora? Don Pascual Balduino es un hombre muy poderoso y tiene que velar por su fortuna, ¿no le parece? Si usted tuviera esa cantidad de plata, no le daría trabajo a cualquier patán, ¿no cree? 

Sofía ha terminado con el ovillo. Lo guarda en la Cajuela. Le muestra otra madeja. Samuel. como un autómata, levanta de inmediato los brazos. Sofía cuelga en ellos la madeja y continúa ovillando.

Samuel: El problema es que nunca doy con él. Siempre acaba de irse donde acaba de estar. Me persigue como una fatalidad en eso. Si alguna vez pudiera dar con él, para explicarle lo mucho que me está costando conseguirme esa recomendación, a lo mejor me daría una mano. 

Continúan un rato en eso, en silencio, luego...

Samuel: Usted debe estar pensando que me mando la parte. Que así, atorrante como parezco, ¿cómo voy a tener un padre abogado? Pero es así. Mi padre era juez de letra en Talca, y mi madre, hija de hacendado. Teníamos una casa grande. Me mandaron a buenos colegios, pero nunca fui un aprovechado. Siempre. Sin querer, hago cosas que molestan a los demás. No puedo dejar de hacerlas. Es como una fatalidad. En el último colegio que estuve, me echaron. ¿Y sabe por qué fue?
Sofía: ¿Cómo voy a saberlo?
Samuel: Fue por ir a tocar las campanas, En los recreos. Me iba al Campanario de la iglesia, a tocar las campanas. Me encantaba el sonido que daban. Me encantaba ver como se espantaban y salían revoloteando por los patios, las palomas y los tordos que anidaban en sus torres. (Pausa). Esas son las cosas que hacía, ¿ve?... Mi familia terminó por cabrearse conmigo. Me pusieron en una escuela técnica, a aprender cerrajería. (Otra pausa) Después no supieron más de mi.

Samuel vuelve a manifestar el frio que siente. Sofía deja a un lado el ovillo de lana y se levanta.

Sofía:¡Espere! ¡Ya vuelvo! 

Sale. Samuel queda con los brazos estirados sosteniendo la madeja sin ovillar. Tirita. Hasta que regresa Sofía. Trae una guerrera de militar, llena de terciados y galones.

Sofía: ¡Tome! ¡Póngase esto! 

Samuel se levanta. Mira la guerrera.

Sofía: ¡Vamos Póngase esto! ¿No dijo que tenía frío?
Samuel: No, pues. ¿Cómo me voy a poner eso?
Sofía: ¡Rehúsa ponerse la guerrera de mi abuelo! Vistió esta guerrera tres días antes de morir. El día en que lo condecoró el gobierno de Francia. Era gran jinete. Gran cazador. Y gran amante también. Entraba a un salón y producía una tormenta entre las mujeres. Podía disparar con ambas manos al mismo tiempo, cabalgando al galope, Montaba de pie sobre dos caballos, blandiendo la bandera de la patria. ¿Y usted rehúsa ponérselo?

Samuel, resignado, suelte la madeja y deja que le calcen la guerrera, que obviamente le cuelga de sus hombros demasiado estrechos. Sofía circula en torno a él apreciando el efecto.

Sofía: No está mal. Nada de mal.
Samuel: (Cohibido) Si, pero me queda grande, ¡pues¡
Sofía: ¡Tonterías! ¡Le queda excelente¡ (Pausa apreciativa) Vamos, ¡levante esos brazos! ¡Alce ese mentón!

(Le alza el mentón.) ¡Bien! ¡Muy bien¡

Samuel: ¿No cree que a su abuelo le puede caer mal que un extraño se ponga sus ropas?
Sofía: Todo lo contrario. Ya escucho como me está diciendo lo mono que se ve con eso puesto. ¡Vamos, levante esa frente¡ ¡Póngase arrogante! (Arrimándose a él,levemente sensual) No sabe lo mucho que se parece a él, con eso puesto. Todo un gallardo General de Caballería.Aproximándose un poco más.¿Cree que llegará a sentirse cómodo en esta casa, joven?


 

Segunda escena  

Han pasado un par de horas. Arrimados por ahí, en desorden, se ve el cabezal y pie de un catre antiguo de bronce. Junto a ello, una maleta vieja y una bolsa de lona. Sobre el sofá, un almohadón, frazadas y una colcha remendada. Ante el bastidor, Sofía, vestida como para salir, desmonta el tapiz y lo envuelve con un gran papel. Esta en eso cuando se escuchan rezongos de Samuel que, fuera de escena, arrastra un objeto pesado. Se escucha un golpe y luego un grito de dolor. Sofía sigue impasible en lo suyo. Afuera, el objeto pesado sigue su avance quejoso, hasta que aparece Samuel, arrastrando dos pesados largueros de catre que rebota torpemente contra marco y paredes. Aun viste la guerrera militar con los entorchados.

Samuel: ¿Quién mierda dejo ese balde en la escala? ¡Casi me descresto en la oscuridad! 

Llega al fin con los largueros al centro de la habitación. Los deja caer ruidosamente. Se tiende en el sofá restregándose las canillas adoloridas.

Samuel: ¡Un poco mas y me asoma el hueso!

Sofía ha terminado de envolver los tapices. Toma su carterón, mete el rollo bajo el brazo y se apresta a salir hacia la calle.

Samuel: ¿Y usted, adonde va?

Sofía: (Desde la puerta) A vender mis tapices. 
Samuel: ¿Ahora?
Samuel: ¿Y me va a dejar aquí, solo?
Sofía: Si, pues. No veo a nadie más en la casa.
Samuel:  Pero yo, mientras tanto, ¿qué hago? 
Sofía: Espere que vuelva de los Bancos. 
Samuel: ¿Vende eso en los Bancos? 
Sofía: Si, pues. En todos ellos. Soy tremendamente importante allá. En verdad, todos esperan con ansias que llegue con mi mercadería. Diría que, literalmente, me las arrebatan de las manos. Sobre todo, los hombres. Los jóvenes. Son los más ansiosos. Me esperan en los pasillos de arriba y me aprietan, me empujan hacia los baños. 
Samuel: ¿Y ahí, que hacen? ¿Negocian?
Sofía: ¿Negociar? ¡No usted no podría ni imaginarse¡ ¡Me arrinconan! Me levantan mis polleras y me hurguetean el cuerpo. Y al final, cuando ya está todo consumado, me tienden en el piso y tratan de violarme. Entre ¡todos!
 

Samuel no puede reprimir una risa nerviosa.

Samuel: ¡Utas que le pone usted!
Sofía: ¿Qué le pasa, joven? ¿No me cree? 
Samuel: ¡No, pues¡ ¿Cómo voy a creerle? Si fuera así, usted llamaría a los pacos. ¡Reclamaría a la gerencia¡ ¡Dejaría la media recagada!

Sofía, desinteresada eneltemaya,vuelvehaciala puerta.

Sofía: Dejaría de vender mis tapices. 

Va a salir, pero la detiene el grito de Samuel.

Samuel: ¡Oiga, señora! Y yo, en tanto, ¿qué hago? Puede venir su hermana y si me encuentra con esto puesto,(por la guerrera militar) ¡va a quedar la escoba¡ ¿No se quedaría un rato más, hasta que ella llegue? Para que le explique quien soy y que hago aquí?  

Sofíavuelve,sacaunaescoba,unapalayun plumero, de un nicho que hay bajo la escala y se lo pasa.  

Sofía: Mi hermana no es tonta y va a entender. (Le pasa todo) ¡Tome! Haga un poco de aseo, que mucha falta hace después del desorden que dejo con sus cosas. Y tenga cuidado de no romper nada. 
Samuel: ¿Yo? ¿Romper? No. Yo nunca rompo nada, señora. 
Sofía: Eso veremos.

Hace ademan de querer encaminarse hacia la salida.

Samuel: Oiga, ¿cómo voy a romper nada, cuando ya está todo roto?¡Mire el plumero! ¡No tiene ni una pluma! ¡Y el escobillón, mire como esta¡ ¡Ya no le queda ni un pelo¡ Como vaya hacer aseo con esto? 
Sofía: Una persona que, en verdad, quiere hacer las cosas, siempre halla modo. (Va a salir) ¡Ah! ¡Y que sea prolijo con el aseo que haga! ¡Nada de barrer bajo las alfombras! 
Samuel: ¿Qué alfombra? ¡Si aquí no hay alfombra! ¡Aquí solo hay esos trapos! 
Sofía: Oiga, joven ¡Dígame¡ ¿Usted va a querer o no, esa recomendación, para ese amigo suyo? 
Samuel: ¡Pascual Balduino no es amigo mío¡ 
Sofía: ¿Ah, no? ¡Yo entendí que lo era. ¿Para qué inventa cosas? 
Samuel: ¡Yo no le dije que era mi amigo!¡Yo le dije que era amigo de mi padre! 
Sofía: ¿y dónde me dijo que vivía? 
Samuel: ¡Yo no le he dicho donde! ¡Como le voy a decir donde, si yo mismo le conté que nunca doy con él! ¡Que siempre se me escapa! 
Sofía: ¡No entiendo nada de lo que me está diciendo, joven! Si no sabe donde vive, ¿cómo le va a entregar esa recomendación?
Samuel: ¡Pero, señora Yo le conté que don Pascual siempre se me anda escapando! Que la ultima vez andaba en la Feria de Animales y que me fui para allá corriendo.... 
Sofía: ¿Y? ¿Qué paso? 
Samuel: ¡Que me descresté contra un camión, pues, señora! Y que después me llevaron a la posta para hacerme una cura, y que cuando me dieron de alta, partí corriendo donde me dijeron que andaba...pero que ¡ya se había ido! ¿No se acuerda que le conté?
Sofía: (Impaciente) Bueno, bueno, mire joven, tengo que hacer. ¡No puedo estar toda la mañana oyéndole sus cuentos! Solo entiendo que tiene en la cabeza un enredo de Padre y Señor mío.
Samuel: Pero, es que, mire, señora... 
Sofía: ¡Basta! ¡No tengo tiempo, ya le dije! ¡Haga su aseo y deje todo limpio! Mi hermana ya está por llegar.

Abre la puerta para salir.

Samuel: (Mostrándolo) Su hermana me va culpar a mí, cuando me vea con este escobillón todo roto. 
Sofía: Mi hermana no manda en esta casa. La que mando soy yo.
 

Sale con un portazo. Samuel se queda de un palmo.
Mira el escobillón calvo. Procura hacer un poco aseo con él, pero como obviamente no puede lo tira por ahí y se pone a armar el catre, en una labor llena de tropiezos y de cómica torpeza. Por agarrar los largueros se le cae el cabezal, y después a empezar todo de nuevo, etc, etc... Cuando logra armar todo al fin, el problema es meterlo en el hueco bajo la escala, donde obviamente cabe solo después de mucho esfuerzo, a empellones y gruñidos. Está en eso cuando entra Margot desde la calle y se queda petrificada, de ver el desorden que reina y a ese extraño en su casa. Viste igual a su hermana, aunque con un dejo de mayor coquetearla. sin que Samuel se dé cuenta de su presencia, deja por ahí el rollo de papel que trae, va en puntillas a la alacena y extrae un mosquete de museo y encañona a Samuel.

Margot: ¡Arriba las manos! 

Samuel da un salto y estira los brazos.

Margot: ¿Qué está haciendo en mi casa, so pederasta?
Samuel: Yo… yo… yo… yo…
Margot: (Acercando y apuntándole al pecho) ¡Salga! ¡Salga de inmediato o disparo!
Samuel: ¡No, mire, señorita! Yo no...Yo no un soy ladrón. Yo estoy aquí porque... 
Margot: ¡Uno...Dos!
Samuel: ¡No, mire! ¡Espere! ¡Espere! ¡Espere!¡Usted está cometiendo un error! ¡Yo estoy aquí porque me contrato su hermana! Yo....
Margot: ¡Tres!
 

El mosquete hace un "clic", y no dispara. No podría hacerlo. 

Samuel: (Casi gimiendo) ¡Usted está cometiendo un error, le digo! ¡Es cierto! ¡Fue la otra señorita! ¡Ella me contrato! 
Margot: ¿Contratar?... ¿Para qué?
Samuel: ¡No sé, pues! ¡Ese es el problema! El problema es que....
Margot: ¡A callar so mentiroso! ¡Está inventando todo eso! ¡Y levante esos brazos, caramba! ¿Quién le ha dicho que los baje? 
Samuel: (Estirándolos aún más) ¡Le juro¡ ¡Fue ella que me
Contrató! ¡Esta mañana! ¿Por qué no le pregunta a ella misma cuando vuelva?
Margot: (Señalando el montón de ropa de cama y removiéndolas con la punta del mosquete) Y todas esas pilchas inmundas... ¿son suyas? 
Samuel: ¡S! ¡Es decir, no! La maleta, ¡sí! La ropa de cama, ¡no! ¡Esas, me las dio la otra señorita!
Margot: ¿Dio? 
Samuel: No, ¡presto! ¡Solo prestó! ¡Mientras estuviera aquí! Lo otro: el saco y la maleta son mías 
Margot: ¡Sáquese eso!
Samuel: ¿Qué? 
Margot: ¡Eso que tiene puesto, torpe! ¿Cómo se atreve a ponérselo?
Samuel: ¡Es que me vaya morir de frio! 
Margot: ¿Y a mí que me importa que se muera de todos los fríos del Polo? ¿Tiene una idea de lo que se ha puesto sobre su cuerpo, so zopenco infame? ¡Sáquese eso de inmediato!
 

Samuel lo hace, con dificultad.

Samuel: Me lo dio… ¡Me lo presto la otra señorita! Porque ella vio que me estaba muriendo de frio...y tiene mejor corazón que usted. Me contó que era de su abuelo. ¡Cuando lo condoró el gobierno e Francia!
Margot: ¡Cuando lo condecoró, torpe! Cuando lo condecoró el gobierno de Alemania. El Káiser Federico Guillermo, en persona, con todas sus gualdrapas y sus plumas; y tiene el coraje el so sinvergüenza, de ponerse esa ropa gloriosa sobre un cuerpo que, estoy segura, hace siglos que no se baña
 

Margot le arrebata la guerrera que Samuel le pasa. La ordena y plancha con las manos.

Margot: Gloriosa guerrera que vio cien batallas ¡Que combatió cien combates! ¡Por el honor de la patria! ¡Cubrió de gloria la enseña nacional! ¡Y usted viene y la mancilla con su desnudez impúdica! (Bajando el arma) ¿Quién dijo que lo trajo aquí?
Samuel: (Cubriéndose con los brazos) Voy a quedar en cueros, ¿ve?
 

Margot vuelve a encañonarlo.

Margot: ¿Quien lo trajo aquí?, ¡le preguntan! 
Samuel: ¡La hermana suya, le digo! ¡Su hermana!
 

Se agacha a abrir su maleta.

Margot: ¿Qué está haciendo? 
Samuel: (Casi un chillido) Ponerme una chomba, ¡pues! ¡Me estoy cagando de frio!
 

Margot se acerca a él.

Margot: ¿Mi hermana lo vio, así? ¿Desnudo? 
Samuel: Nunca he estado, así, en cueros. No me gusta que me vean así.
Margot: (Toqueteando lo que le describe con la punta del mosquete) Pecho angosto… Esternón esclerótico… Hombros sin musculatura. 
Samuel: ¡Ya pues, señora! (Tiritando) No ve que me cago de frio. 
Margot: ¡Vístase!

Samuel se agacha sobre su maleta, pero Margot, mas rápida, la aleja con el arma.

Margot: ¿Qué trae en eso?
Samuel: (Sacando las prendas a medida que las nombra) Mis pantalones, ¿ve? ¡Mi camiseta! ¡Camisa! ¡Pullover!... Y mis calcetines, ¿ve? ¡Llenos de hoyos! 
Margot: (Señalándolo) ¿y en ese saco? 
Samuel: Ese saco no es mío.
Margot: ¿Y de quién es, entonces? ¿Robado? 
Samuel: ¡No! ¡Robado, no! Es del mierda que me hizo la jugada con el patrón. Me puso un perno en el huaipe, y rayé un auto. Me echaron de la pega. Por eso fui a la pensión a retirar mi maleta, y como estaba el saco del huevón, lo agarré y partí con él. 
Margot: Robado, ¿ve? 
Samuel: (Con un grito más fuerte de indignación) ¡No!¡No fue robo! ¡Fue venganza por lo que me hizo! 
Margot: Para mí es robo. Simple y llanamente. Para mí, usted es uno más de esos pillos que nos llenan de historias. Andan por ahí, con sus caras escuálidas, sus ojos vidriosos y sus pechos hundidos, cargándonos de escrúpulos. Se instalan en los puentes de la ciudad, o en las gradas de la Catedral, con sus brazos cubiertos de vendas, o sus criaturas a la espalda, para pillarnos indefensos. Para aprovecharse de nuestras almas caritativas. (Lo encañona, otra vez) Ya, ¡y levante esos brazos otra vez, caramba! 
Samuel: (Haciéndolo) Oiga, ¡pare! ¡Pare! ¡Usted me está confundiendo! ¡Yo no soy ningún harapiento!

Margot detiene sus palabras con un dedo alzado.

Margot: ¡Silencio! ¡Conozco los sonidos de la mentira! ¡Hable menos y póngase a trabajar de una vez!

Samuel termina de vestirse. Margot va a echarse cómodamente sobre el sofá, saca un habano de su bolso y le muestra su encendedor a Samuel para que se lo encienda. Mientras lo hace lo observa y luego, mientras lo fuma, se instala cómodamente en el sofá, con el mosquete cruzado sobre su regazo, a mirar como Samuel inicia un aseo furioso con el estropicio de escobillón. 

Margot: (Después de un rato) ¿Dónde dijo que conoció a la Sofía? 
Samuel: No se lo he dicho, porque usted todavía no me ha dejado decirle nada.
Margot: Bueno, cuente ahora, ¿haber?
Samuel: (Dejando de barrer) El patrón me estaba sacando a patadas a la calle, cuando paso su hermana y oyó como yo le gritaba que lo del perno no había sido por culpa mía. Pero él tenía como tapones en las orejas. No quería saber nada. Ahí fue cuando ella me tomó de un brazo y me llevó a un banco de la plaza y sacó un pan de su bolso.
"¿No quiere comer algo para pasar la rabia, buen hombre?", me dijo. (Sigue barriendo)
Así me dijo. "Buen hombre". Después me dijo que necesitaban un trabajador en su casa, y me hizo la oferta.
Margot: ¿Qué oferta? 
Samuel: De venir a trabajar aquí, pues. 
Margot: ¿Pero para hacer qué?
Samuel: (Dejando de barrer de nuevo) ¡No le he dicho que no sé!
Margot: Si, pero siga en lo que está, pues ¡No se detenga¡ 
Samuel: ¡Es que yo no puedo estar barriendo y conversando con usted! ¡Dos cosas al mismo tiempo! 
Margot: Bien, entonces. Venga a sentarse a mi lado. (Como el titubea) Venga, ¡pues! (Le hace un espacio a su lado en el sofá. Samuel se sienta con precaución, reticente, lo más distante posible de ella, mientras ella echa el humo del cigarro) ¡Mas cerca! (En tono súbitamente confidencial) No te voy a comer, ¿no? (Samuel se acerca un poco mas) ¿Me decías? 
Samuel: Que su hermana me hizo esa oferta, y yo acepté … Para mientras tanto. 
Margot: Para mientras tanto, ¿qué?
Samuel: Que me salga una recomendación. (En vista que Margot  lo queda mirando con los ojos redondos) Para el señor Pascual Balduino.
Margot: ¿Y quién es ese señor?
Samuel: ¿No lo conoce? 
Margot: No. No lo conozco. 
Samuel: Todo el mundo conoce al señor Pascual Balduino.
Margot: Pues, yo no. ¿Y sabes qué más? 
Samuel: ¿Qué? 
Margot: Creo que aquí estamos frente a otra invención tuya. Otra alucinación de tu mente afiebrada. ¿Sabes a quien me recuerdas? A un hermano mío, que murió hace años. Por efecto de la mala vida y del alcohol. Tampoco era capaz de decir una cosa que tuviera sentido. Al igual que tu, le tiritaba el mentón mientras inventaba sus embustes. (Le mira intensamente el mentón
Samuel: ¡Pero si yo le he dicho la verdad, pues! ¡La pura y santa verdad! El señor Pascual Balduino era un gran amigo de mi padre. Cuando mi papá murió, el dijo: "Hazte valer, hijo", me dijo. "Hazte valer y consíguete una recomendación...y yo te daré pega". Eso dijo.
Margot: ¿Y que estas esperando para llevársela?
Samuel: (Con máximo apremio) ¡Por lo que ya le conté a su hermana, pues! Porque hasta ahora nunca he podido conseguirme una. Ando buscando a don Pascual, para contarle la mala suerte que tengo, ¡pero siempre se me escapa! Siempre se acaba de ir donde estuvo. La última vez andaba en la Feria de Animales y por ir corriendo, me estrelle
contra un camión y me llevaron a la posta. (Le mira el rostro incrédulo) Usted no cree nada de lo que le estoy contando.
Margot: Pero como te voy a creer pues, niño, si me cuentas cada incoherencia, que das lástima. Solo me queda dudar de ti, ¿no te parece? Me cuentas que mi hermana se encontró contigo cuando te echaron de tu trabajo, por alguna barbaridad que debiste haber cometido...y que te viniste con ella a casa. Y después me dices que primero fuiste por tu maleta a tu pensión... 
Samuel: Es que ella me dijo que primero fuera a buscar mi maleta, y después nos vinimos a su casa, ¡pues!

Margot alza su mano.

Margot: ¡No sigas! Ya sé que vendrá después (Melancólica) Otro embuste. Otro cuento de tu mente afiebrada. ¿Qué quieres que te diga, hijo? Conozco a los de tu calaña. Andan por ahí, embarazando mujeres, poblando los callejones oscuros, con su mente delirante de fantasías. Ardorosos embusteros buscando victimas a quien engañar... (Lo puncetea en el pecho) ¿No es eso, mi amigo? Si hasta lo puedo leer en tus ojos...Un par de solteronas, ¿verdad? Un par de mujeres solas, ¿ansiosas de amor? ¿Mh? (Siempre punceteándolo entre incitante e irónica) ¿Quién sabe lo que podría salir de esto? ¿Mh? ¿Mh? No es mala la idea, ¿verdad? (Samuel hace amago de levantarse, pero ella lo retiene) Pero, ¿qué haces? ¡Vamos, no te enojes! ¡No seas niño chico! ¡No me hagas caso! Soy medio ladilla, lo sé; pero solo tengo este modo para probar a la gente. Después de todo me caes simpático, ¿sabes?... ¡Ven! ¡Acércate! (Samuel lo hace, receloso, desconfiado. ella se le echa encima, punteándolo de nuevo; esta vez la nariz) Solo habría que arreglar un poco esa disimetría que tienes en la cara.
Cambiar esa nariz, que parece de otro rostro. Sensualizar un poco esos labios, y no estarías nada de mal. De modo que, ¿vamos viendo, mh?


Están en eso cuando entra Sofía desde la calle. Ve la actitud de su hermana sobre Samuel, pero no acusa reacción.
Pasa directamente al interior de la casa, con los rollos de tapices que trae. Samuel vuelve a su labor con el escobillón. Margot se echa atrás sobre el sillón, echando el humo del cigarro y evaluando su quehacer, sin quitarle la vista. De pronto parte de nuevo la grabadora de cueros tras el tabique. Nada cambia en la actitud de Margot. Solo Samuel da un leve respingo y continúa bajo el tableteo infernal. A poco regresa Sofía, sin su carterón, pero con los rollos, los cuales guarda en la cajuela. Cesa el ruido de la máquina.

Margot: ¿Y? ¿Cómo te fue con tus tapices? ¿Vendiste? 
Sofía: Vendí.
Margot: y los muchachos... ¿te molestaron? 
Sofía: Como siempre.
Margot: y el Gerente, ¿te molestó también? 
Sofía: Hoy no. 
Margot: Que raro, porque hoy estamos en día erótico. Viniendo en la micro, vi como el viento apretaba la ropa sobre el muslo de las mujeres. Andaban levas de perros por todas partes. Había un temblor de aire caliente, que hacia gemir la vegetación. (Se levanta y sale hacia el interior de la casa; se vuelve hacia ella) En esta casa no puedes hacer lo que te plazca, Sofía. Tal como lo acordamos, debiste consultarme primero. Fue una desconsideración muy grande de tu parte, contratar a este sujeto. 

Desaparece.

Samuel: ¿Oyó eso? ¡Yo no soy ningún "sujeto"! 
Sofía: No la tome así. Margot es dura, a ratos, pero no pretende ser así. 
Samuel: ¿"Dura"? Odiosa, diría. ¡Me amenazó con una escopeta! 
Sofía: (Extendiendo en el bastidor, un tapiz a medio hacer) Le gusta quedar con la última palabra. 
Samuel: ¿Cómo la aguanta? Usted, que parece hacer todo el trabajo. 
Sofía: Yo tengo todas las ventajas en esta casa. Haciendo tapices, sé que estoy haciendo algo. En cambio ella no se cree capaz. Por eso reclama tanto. Me revuelve las lanas, me esconde los modelos, me desarma el bastidor. Hasta he encontrado tapices recién hechos, en el tarro de basuras. (Saca unas madejas de la cajuela, y las toca y acaricia sensualmente) A mí, las lanas me hablan. Las toco y es como si me susurraran cosas con su suavidad. Como si me acariciaran las manos. (Le adelanta una a Samuel que, automáticamente, extiende los brazos) En cambio Margot tiene muertos los dedos. Por eso, tengo que velar por ella. 
 

Se pone a ovillar.

Lo único que Margot tiene a su favor es esa amiga que tiene, con tienda en el Sheraton. Me lo echa en cara. Dice que si no fuera por eso, no venderíamos nada. Esa ignorante llama artesanía a lo que hago. Y lo mío es arte. Ni ella ni Margot distinguen la diferencia. 
Samuel: Pero si lo hacen los hombres, en los Bancos, ¿verdad? Que la empujan a los baños y saben apreciar lo que hace. 
Sofía: Si, pero hoy no sucedió así. 
Samuel ¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Qué pasó? 
Sofía: Hoy fueron las mujeres. 
Samuel: ¿Ah, sí? 
Sofía: Me llevaron a la bodega de los útiles de asco y me desnudaron. Gritaban como arpías mientras me arrancaban la ropa. Gritaban que ellas me enseñarían a ser puta. Pero yo soy invulnerable. Cuando todo pasó, volví a vestirme, salí a la calle y me fui a tomar un café, como si tal cosa. La envidia y los celos están en carne viva en la gente. 

Samuel se pone a tiritar del frio.

Sofía: ¿Por qué no se pone la guerrera que le preste? 
Samuel: Porque me la quitó su hermana. Dijo que no debía ponérsela ningún mugriento como yo.

Sofía va a recoger la guerrera que ha quedado sobre el sofá, y se la presenta.

Sofía: A mí no me importa. No se va a morir de frío, ¿no? 

Samuel se la pone. Sofía aprecia el efecto general y se le acerca.

Me encanta como lo queda. (Acaricia la solapa) Lana de la mejor calidad. Lana para generales. Abrigadora, ¿verdad?(Samuel asiente temeroso) Con eso puesto eres la viva imagen del abuelo. La misma apostura. El mismo donaire. ¿Sabes de donde proviene esa condecoración?   

Samuel: De Francia. Del gobierno de Francia. 
Sofía: (Siempre muy cerca de él) No, tontuelo. Del gobierno de Holanda. Es la Orden de Santa Juliana. Concedida a mi abuelo por servicios distinguidos a la casa de Orange.
(Jugueteando con la condecoración, los botones, las charreteras) Mi abuelo era un hombre feroz. No permitía que nadie le hiciera sombra.Mató un día en un duelo a un oficial amigo, solo porque era un centímetro más alto que él. Abofeteó en el rostro a un Presidente de la República, solo porque saludo desganadamente a la mujer que lo acompañaba…Te das cuenta la clase de hombre que ¿era?(Samuel se da cuenta Ya más cerca de él, imposible) ¿Tú has hecho el servicio militar, niño? 
Samuel: Bueno...no. 
Sofía: ¿Y por qué? Porque siempre estás en movimiento, apuesto. Siempre corriendo tras las muchachas, ¿mh? Persiguiendo sus aromas. Desnudándolas con tú imaginación, ¿mh? ¡Y con tu gran sable golpeándote las botas!... ¡Vamos, dime! (Cara a cara) ¿Te gustaría ser el hombre de esta casa? 
Samuel: Bueno... sí, claro, pero… ¿cómo cuales serían mis obligaciones? 
Sofía: Todo lo que le corresponde hacer a un hombre, pues. 
Samuel:  Y eso ¿Cómo que sería? 

Sofía mete sus dedos bajo los botones de la guerrera y se la desabrocha.

Sofía: Acompañarme. Ayudarme a hacer mis quehaceres. Compartir mí intimidad… Y bañar a la Margot, por ejemplo. ¿Te gustaría eso? Sacarle la ropa y pasarle el jabón por la espalda. Podríamos hacerlo los dos, ¿no te parece? Tú y yo, a la Margot. Y después, la Margot y tu, a mi. Jugar a los tres niños perdidos en la bañera. Jugar a hacer puzzles con la espuma sobre el cuerpo. ¿No te gustaría eso? (Muy cerca de el ahora) También tendrás que aprender a bordar, naturalmente. Ser mi ayudante.
Samuel: ¿No estará hablando en serio, verdad? 
Sofía: ¿Por qué dices eso?
Samuel: Porque yo no se bordar, pues. 
Sofía: ¿Por qué no es trabajo de hombre? Yo no veo por qué. Los mejores tapiceros han sido hombres. Le Brun, Julio Romano, Gobelin. 
Samuel: Si, pero eso fue antes, pues. Hoy estamos en el siglo XXI 
Sofía: Que respuesta más tonta es esa, tontuelo.
Samuel: ¿Qué diría el señor Balduino si llegara a saber que estuve bordando? 
Sofía: Diría que estamos en el XXI y que nada ha pasado con la masculinidad, pues, tonto. Además, estaría yo para dar testimonio. ¿No te parece suficiente? (Casi boca a boca, ahora) ¿No me estabas pidiendo una recomendación?



 

 


 


 

 


Desarrollado por Sisib, Universidad de Chile, 2006