Dramaturgos / Egon Wolff  

 

 


Crónicas de un edificio psicótico

de Egon Wolff

Los invasores

Acto Segundo

Madrugada. Cuatro días después. La habitaci6n está ahora desmantelada. Hay orden. Afuera se oyen voces y ruido de martilleo. Bobby, de tosco overol hecho de lona vieja, rompe sistemáticamente uno de los muebles estilo que aún están en la habitación. De pronto se oye arriba un grito. Es Marcela que baja despavorida, corriendo escalera abajo. Luce sobre el rostro una tela emplástica.

Marcela:  (Se abraza a él) ¡Oh, Bobby! ¡Socorro!
Bobby: (Indiferente) ¿Qué te pasa ahora?
Marcela: ¡Los hombres, Bobby! ¡Los espectros!
Bobby: ¿Qué hombres? ¿Qué espectros?
Marcela: ¡Están en mi pieza!
Bobby: ¿Quién?
Marcela: ¡Las caras...! ¡Las mismas caras que ayer asomaron por la ventana! Ahora, se metieron a mi pieza, por el muro, Bobby. .. y se pusieron a bailar. Bailaron alrededor de mi cama, un baile espantoso, rodando los ojos, sonando la  l engua, como espantapájaros del infierno... ¡Bobby, ayúdame, no te separes más de mí!
Bobby: Trabaja; haz algo y te dejarán tranquila. Encerrada todo el día en tu pieza, tu cabeza se llena de fantasmas. (Sigue hachando). Afronta los hechos.
Marcela: (Se derrumba) No puedo... Todo esto es demasiado espantoso.
Bobby: Tienes que poder. No habrá otro mundo en el futuro.
Marcela: Estoy como paralizada. Nadie me había dicho que esto pudiera suceder. Se hablaba, es cierto, pero era tan increíble que nadie perdía un minuto en pensar en ello. Bobby, no podemos hacer nada. Arrasarán con nosotros.
Bobby: No es como tú crees. (Mueve la cabeza).
Marcela: ¿Que no ves cómo trabajan como hormigas rabiosas?
Bobby: Sí, precisamente. Como hormigas rabiosas para recuperar el tiempo perdido. Unete a ellos, entonces. Aún es tiempo; eres joven. (Marcela niega con la cabeza). Marcela, ¿no sientes, no te es claro ahora, que hemos estado como... enterrados vivos? ¿Qué ahora se están abriendo nuestras tumbas?
Marcela: Tengo miedo.
Bobby: ¿Que la vida está volviendo?
Marcela: (Comienza a monologar) ¡No estamos con ellos! No puedo...
Bobby: (Se pone a trabajar intensamente) El tiempo corto para expiar la injusticia que hemos cometido.
Marcela:  Nos resienten... lo presiento.
Bobby: Me han ordenado llevar esta leña para calentar desayuno de la gente.
Marcela: Bobby; ¿qué nos va a pasar? (Lo mira).
Bobby: (Saliendo hacia el jardín con un atado de leña). Hoy llegarán las máquinas y cien hombres, para levantar el ladrillar. "Que no falte el desayuno para el escuadrón", me ordenaron.
Marcela: (Tratando de seguirlo) ¡Bobby! ¿Qué es esto? ¿Qué significa? ¿Qué hago, Bobby?
Bobby: (Se detiene) Trabaja.
(Sale. En el momento en que sale Bobby, por los muros se deslizan y reptan tres extrañas figuras. Son Toletole, Alí Babá y el Cojo, que se han adornado con ramas secas y tiznado la cara y, al compás de la música incidental, bailan un ritual distorsionado y grotesco, cerrando círculo alrededor de Marcela)
Marcela: ¿Qué... qué quieren? ¿Quiénes son ustedes?
Toletole: ¡Espectros del hambre!
Marcela:  ¡Déjenme! No les he hecho nada.
Todos: Nada..., nada..., nada..., nada...
Marcela: ¿Qué es lo que quieren?
Toletole: ¡Darle unos regalos!
El cojo: ¡Para que no se asuste!
Alibabá: ¡Para que el susto no le salga por el susto! (Ríen, Marcela se detiene, bruscamente).
Toletole: Para que comprenda nuestra buena voluntad.
El cojo: (Sacando un esqueleto seco de perro del saco que carga sobre sus espaldas, se lo presenta serio) ¿Has visto alguna vez un perro muerto en un charco de barro a la luz de la luna?

(Lo sacude ante ella).

Toletole: (Saca un estropajo amarillo, que es un viejo vestido ajado de mujer pobre. Se lo pone sobre la falda) ¿O una mariposa amarilla aleteando en una botella de cerveza?
Alibabá:  (Saca una pata de palo quebrada) ¿O un puño de esclavo revolviendo una torta de crema?
El cojo: ¡Mi pata! ¡Mi linda patita! ¡Devuélveme mi pata!

(Corre tras Alí Babá y, tras ellos, Toletole. Los tres saltan y ríen. Aprovechando el aparente descuido de los otros, Marcela se desliza hacia las escaleras, pero, antes que llegue a ellas, la vuelven a rodear).

Todos: ¿Que no le gustan nuestros regalos a la linda princesa?
Marcela: Por el amor de Dios, déjenme.
Todos: ¿No le gustan?
Marcela: Por favor... (Gime).
Alibabá:  (Decepcionado) No le gustan.
El cojo: (Triste) Malo... Malo...
Toletole: Raro... habiendo tostado al sol su cuerpo toda la vida.
Marcela: Por favor...
Alibabá: (Poniendo ante su cara su manaza extendida) Tengo una mano de cinco dedos. Con cada uno de  estos dedos podría tatuarte. Sacar toda la cerveza que tienes en tu blanco cuerpo.

Marcela lanza un grito y corre escalera arriba. No se lo impiden).

Toletole: (Triste) Se asustó. Es una lástima, pero asustó.
El cojo: Tal vez fue demasiado; no debimos llegar a tanto. Se nos pudo haber quebrado.
Alibabá: Sus caras de pánico se caen a pedazos. Es como ver trizarse un vidrio. Podría asustarlos tanto, que todo el suelo crujiera de vidrios rotos.
Toletole: Esto no le va a gustar al China...
Alibabá: (Grita) ¡A la mierda tu China!
El cojo: Nos estamos cansando de esperar… que entiendan. Otros se nos unen, sin tanta espera.
Alibabá:  Sí; quisiera quebrar, al fin, algunos pescuezos.
Toletole:  De todos modos, no le va a gustar al China. (Dice:) que si debía haber violencia, que viniera de ellos. "Si la violencia viniera de nosotros dice, no bastarían siglos para lavar tanta sangre".
Alibabá: De modo que... esperar, ¿eh? ¿Eso es lo que quiere?
Toletole: Sí, eso. "Aún no han comprendido (Dice) debemos tener  paciencia".
El cojo: Total, mientras nos divertimos... Cuanto más rápido camina Meyer en su pieza, más divertido es. Parece que cada vez que pasa frente a la ventana va más agachado. ¡Pobre! No tiene sentido del humor.

(En ese momento entra China, portando unas maderas).

China: ¿Y ustedes, cómo entraron?
Toletole: Por el muro, China...
China: Para divertirse un rato, ¿eh?
Alibabá: (Desafiante): No, para asustarlos.
El cojo: Sí, para hacer saltar un poco la liebre. ¡Y cómo salta!(Imita). ¡Oooh!¡Uuuh!"¡Déjenme!¡No les he hecho nada! ¡No les he hecho nada!" (Ríen).
China: Bueno, ese juego se acabó ahora. Hay mucho que hacer, afuera.
Alibabá: ¿Sí? ¿Qué hay por hacer, China? ¿Lustrar los zapatos a Meyer? ¿Calentarle la camisa?
El cojo: Hace cuatro días que esperamos y nada le pasa.
China: Nada le pasará que tú puedas ver. Hay que esperar.
Alibabá:  ¿Hasta que todos se te camuflen? El hijo ya anda entre nosotros, como uno de los nuestros. Esconde su pescuezo bajo el cuello de un overol.
China: (Lo mira por primera vez) Para ti, Alí Babá, todo parece ser cuestión de pescuezos, ¿eh?
Alibabá: Todos tienen uno y todos se cortan...
El cojo: Ayer, cuando volvía del Gran Almacén de buscar el estofado, vi a algunos de ellos, clavados con chuzos a las puertas de sus casas. "Por resistirse", decían unos carteles que les colgaban del cuello. En el canal hay otros, atados a las aspas de la turbina...Hace cuatro días que dan vueltas, entregando luz a la ciudad.
Alibabá:  No hables más, Cojo... Se te caerán los dientes, pero él no entenderá. Es de los pacíficos.
China: Una venganza trae otra. A la cabeza que corta el hacha, le crece un nuevo cuerpo.
Alibabá:  (Hace un gesto despectivo con la mano) ¡Ah! ¡Vamos, Cojo! Yo me voy de esta casa. Me voy  trabajar con los otros. (Se aleja hacia la puerta del jardín).
China: Mira, chiquillo, yo he hecho esto igual que tú...Tanto como tú, me he alzado, sin palabras, porque también pienso que las ideas se han agotado. Creo tanto como ustedes en eso, pero... yo no quiero muertes. ¡Para ellos quiero vida! ¿Comprendes? Una vida lenta, larga y lúcida... Tan larga y lúcida como la han llevado hasta ahora, pero a la inversa. ¡Con todo el horror de la certeza de no poder saquear más! (Se calma). Reclamo a Meyer para eso.
Alibabá: Esas son tus ideas. Para mí los cambios que valen se tocan o se quiebran.
China: No puedo retenerlos aquí.
Alibabá:  Se te irá entre los dedos. Espera y verás cómo te va...
China: (Se acerca a él) No se me irá, no temas... Está todo previsto. Aún hay soberbia en él... Aún tiene muchas cosas que alegar... Muchas actitudes que adoptar…Muchas revelaciones que recibir. Yo sabré cuándo sea el momento.
Alibabá: Y eso... ¿cuándo será?
China: Por lo mismo, que es doloroso, será muy simple. Más simple de lo que él se imagina, en verdad. Ahora sólo ve terror en lo que pasa y levanta muros de resistencia. Esperemos que venga la calma para que descubra la buena fe. Y ahora, déjenme solo...

(Sólo Toletole queda. Los otros salen).

Toletole:  Están reclutando mujeres para ir a arar las colinas, pero yo quiero quedarme aquí contigo.
China: Anda. Todos tenemos que servir a nuestra manera.
Toletole:  Pero yo quiero quedarme aquí contigo, China.
China: Quédate, entonces.
Toletole: Pero parece que tú no me necesitaras.
China: Te necesito.
Toletole: Me quedo, entonces. En las plazas están enseñando a leer a los que no saben. ¿Aprendo a leer, China?
China: Aprende.
Toletole: ¿Crees que podré?
China: Todos podemos.
Toletole: ¿Puedo llevar estos libros?
China: Llévalos.

(Toletole va a buscar los libros).

Toletole: Te los leeré algún día. Todos. (Sale. China trabaja con sus maderos. Después de un rato, entra Bobby).
Bobby:  Las fogatas están prendidas. ¿Qué hago ahora?
China:  (Sin mirarlo) Todo lo que hay de metal en la casa debe ser mandado a la fundición. Necesitamos herramientas de trabajo. Mañana no quiero ver un objeto de metal en esta casa.
Bobby: Bien... (Comienza a recoger objetos de metal).
China:  (Después de un rato) También el servicio de plata,... y los candelabros de oro.
Bobby: ¿El oro?
China: ¿No es un metal el oro? (Bobby saca los candelabros de una consola). Consigue también las joyas de tu madre.
Bobby: ¿Las joyas?
China:  Sí, las joyas.
Bobby: Si eso ya no tendrá valor en el futuro..., ¿qué importa dejarle, al menos, ese gusto?
China: ¿Crees que tu madre tendrá algún placer en conservar lo que en el futuro no serán más que piedras de color? ¿O tú piensas que no son eso, las joyas..., piedras de color?
Bobby: Ella no piensa así.
China:  Haz que comprenda, entonces.
Bobby:  (Va hacia la escalera; se detiene)Estoy feliz depoder trabajar por ustedes. Estoy aprendiendo.
China:  Nadie trabaja para nadie ahora, hijo. Trabajas para ti mismo, porque tú mismo somos todos.
Bobby: Sí. (Va a subir).
China:  El problema que tienes es que quieres a tu madre Y no te gusta verla sufrir, ¿eh?
Bobby: Creo que se puede evitar el sufrimiento.
China: Es tarde para eso, ahora...
Bobby: De lo que ustedes han hecho, yo deduzco que el amor está comenzando.
China: Entonces piensa que cada partícula de esas joyas fue hecha con el dolor de un negro o de un malayo, que ahora cobran su premio a través de nosotros. Ese es el amor que comienza. Piensa en eso y te será fácil endurecerte. (Bobby asciende la escalera). Y dile a la cabeza hueca de tu hermana que tiene veinticuatro horas para integrarse a nuestro movimiento. No hemos hecho esto para alimentar taimados. Están enrolando mujeres para arar las colinas. (Bobby desaparece. Luego se oyen voces arriba).
Voz de Pietá:  Bobby, ¿qué haces? ¿Qué estás haciendo, niño?
voz de Bobby: Déjame, mamá. ¡Tengo que hacerlo!
Pietá: ¡Pero no mis joyas! ¿Por qué mis joyas?
Bobby:  ¡Deja, mamá, por favor!
Pietá: ¡Bobby! (Viene bajando tras él la escalera). ¡Bobby, dame! ¿Qué estás haciendo? ¿Qué estás haciendo con nosotros? (Bobby ha llegado frente a China con las joyas,  que pone ante su cara). ¡Usted! (Va sobre China y golpea su pecho con los puños). ¡Bandido! ¡Criminal! ¡Bandido! (golpea a China, que permanece inmóvil, mirando un punto ante sí). ¡Criminal! (Su voz se va debilitando). Bandido... Bandido... (Cae finalmente a sus pies). Bandido... Bandido...

(Meyer, que ha seguido a Pietá, asoma al pie de la escalera)

China: (Después de una pausa; afectado sinceramente por la escena) Sí, señora, es cruel, y difícil. (Pietá solloza). La riqueza se mete en uno con raíces muy profundas. Llega a ser una segunda naturaleza, que deforma toda la realidad. Pero guarde fuerzas; aún queda un largo camino que recorrer. Mañana entregará a su hijo sus tapados y pieles; hay gente que los necesita. Solo se quedará con lo necesario. La próxima semana usted tendrá que estar trabajando en algo.
Pietá: (Lo mira hacia arriba) ¿Qué les hemos hecho a ustedes para que nos traten así? Ustedes vivían sus vidas; nosotros las nuestras. Nunca les hemos deseado ningún mal.

(China mira a Meyer).

Meyer: Bobby, lleva arriba a tu madre.
Pietá: (Resistiendo a que Bobby la lleve) Diles, Lucas, diles que nosotros hacíamos labor social. Diles que siempre hemos estado preocupados de los pobres. (A Bobby). Anda y haz venir a las empleadas, hijo; que ellas den testimonio por nosotros. Ellas dirán que en esta casa han sido tratadas con la mayor consideración. (Bobby titubea). Anda, hijo, ¿qué esperas?
Bobby:  (Con ansiedad y dolor) Ya no hay más empleados en esta casa, mamá.
Pietá:  ¿Que no hay más? ¿Cómo es eso? ¿Dónde están?
Meyer: Lleva arriba a tu madre, Bobby.
Bobby: Se fueron, mamá.
Pietá:  ¿Se fueron? ¿Dónde?
Bobby: (Ahogado) No volverán más, mamá...
Pietá: ¿La Sara? ¿No volver más? ¡Imposible! Ha estado al servicio de esta casa desde que yo era niña.
Pietá: Se fue con las otras a trabajar a las colinas.
Pietá:  ¡A la Sara han debido arrastrarla a eso! ¡No se iría así no más!
Bobby:  (Casi gritando ahora) Las vi cómo se iban ayer por la tarde, mamá, cantando por la calle, del brazo de otras mujeres. ¡Por favor, sube a tu pieza! ¡No compliques más las cosas!
Pietá: (Pausa; anonadada) ¿Qué es esto, Lucas? Nunca me dijo una palabra. Nunca una queja. ¿Cómo pudo disimular tanto su rencor? (Se deja llevar ahora; ya desde la escalera, a China). Siempre habíamos creído que habría pobres y ricos, señor. Siempre creíamos que ustedes se conformaban con eso. (Medio se desprende del brazo de Bobby). Y después de todo, ¿no eran ustedes los culpables de su condición? ¿No eran ustedes los culpables? ¿No eran ustedes?

(Se deja llevar por Bobby escalera arriba).

Meyer: (Una vez solos con China) Bien, Mirelis... (Se planta frente a él). Esto se acabó. ¿Qué es lo que quieres? Dilo de una vez. ¡Mi cabeza! Por mi ventana he visto cómo se trabaja en el vecindario. De aquí al Puente Mayor, no queda una casa en pie. Sólo tú y tu atado de harapientos haraganes aún en mi jardín..., amenazando a mi hija..., robando a mi mujer... ¿Qué es lo que esperas?
China: Espero...
Meyer: ¿Esperas qué?
China: Que llegue el momento...
Meyer: ¿El momento para qué? ¿Para que pase qué? Puedo aguantar mucho, más de lo que tú crees. Arrasarán toda la ciudad, pero yo podré seguir aquí, firme como un roble. He demostrado firmeza antes y podré volver a hacerlo. ¿O esperabas acaso que caería a tus pies, iluso, suelto y fofo como un pañuelo? ¿Es eso lo que esperabas? (China sigue impasible en su labor). Lo fraguaste todo para que este atado de piojosos te hicieran este motín para poder venir a meterte a mi casa y hacerme gatear lloriqueando a tus pies, ¿eh?.. ¿Era ése el plan? (Se acerca más a él). ¿Por qué no fuiste a mi fábrica en todos estos años? Pudiste venir y meterme un tiro. ¿Por qué no lo hiciste? Al principio, en verdad, te estuve esperando. (Casi cara a cara ahora). Porque meter una bala, no produce... placer, ¿eh? ¡Canalla! ¿Quieres que ellos te hagan el trabajo sucio, eh? ¡Contéstame! ¿Es lo que tenías en mente? ¿Es eso lo que reinaba en tu sucia cabeza? (Le toca la sien con su índice, China sigue impertérrito; se aleja bruscamente de él; se pasea). Firme como un roble, así es como voy a resistirte. Arrasarán la ciudad, pero yo estaré aquí... esperando. No podrán contra mí; la vida me ha endurecido. (Gira hacia China). Soy Lucas Meyer, ¿entiendes lo que eso quiere decir? Eso quiere decir que he debido tomar decisiones, tremendas decisiones que me han endurecido. Llegué a tener doscientos hombres a mi cargo, ¿entiendes lo que eso quiere decir? Doscientos hombres con sus familias y sus vidas. ¡Todo aquí, en esta mano! Los he tomado y cambiado de un lugar a otro. Los he subido y bajado a mi antojo. Les he dado salario y ellos han comido. (Se acerca a él de nuevo). Y les he dado... felicidad. La clase de felicidad que nunca has podido dar a nadie. Una vez tomé a los doscientos con sus críos y paquetes y los trasladé a la playa. Todos juntos en un atado. Debiste ver sus caras, cómo sonreían, mientras la prole retozaba al sol y las viejas se llenaban los pulmones de brisa marina. (Cara a cara). Esa es mi creación: ¡hacer vidas! La tuya, ¿cuál ha sido, patán, eh? ¿Rascarte los piojos? ¿Rumiar destrucciones? ¿Cuántos niños andan por ahí, porque tú les diste ocasión a sus padres a tenerlos y alimentarlos? ¿Cuántas madres han alumbrado en paz, porque tú tranquilizaste su temor con un salario? ¿Cuántos veteranos descansan sus huesos porque tú les diste derecho de aspirar a un descanso?... ¿Eh?.. ¿Cuántos?...¡Contéstame!...¡Háblame, canalla! ¡¡Háblame!! (Pausa. Se va a sentar; ante sí). ¿Que me gustan los pesos? Claro que me gustan. ¿A quién no? Tú, en mi caso, habrías hecho lo mismo, Mirelis. Si toda la sociedad en que vives premia el fruto de tu codicia, ¿por qué iba a ser yo de otra manera?... Comenzar sin nada ha sido siempre mi proeza más espectacular. (Sonríe, casi desvalido). Hace seis meses festejamos los veinticinco años de mi fábrica y mis empleados vienen y me regalan una placa. ¿Sabes lo que decía en esa placa? "1937. Capital: mil pesos y una esperanza. 1962. Capital: trescientos millones y una realización. Gracias, señor Meyer". Al final se acercaron dos obreras con un ramo de flores y una de ellas me dio un beso en la mejilla. ¿Quién iba a dudar de una sociedad en que todo el mundo vivía contento?... ¿Eh, Mirelis?, ¿quién iba a dudar, eh?... ¿Qué significa todo esto que ustedes están haciendo, eh!...¿una venganza'!... ¿Una sucia venganza de los frustrados'!... ¿Hay alguna razón para todo esto!...Contéstame...¡Contéstame, miserable!...¡Háblame! ¡¡Háblame, reptil!!... ¿Qué te pasa, hijo de puta, te tragaste la lengua'! (Pausa; en voz baja, angustiado). ¿Qué quiere decir todo esto, Mirelis? Por favor, dime. .. ¿Qué hacen en mi casa?
China: Esperamos...
Meyer: ¿Esperan qué, por amor de Dios?
China:  Que llegue el momento.
Meyer:  (Se levanta espantado) ¡Estás hablando en círculos! Hablas por hablar. Ni siquiera escuchas.
China:  No, no escucho, en verdad.
Meyer: ¿Qué pretendes, entonces? ¡Soy Lucas Meyer! Soy un hombre que creó una industria. Merezco al menos que se me explique.

(Va y le arrebata la herramienta que tiene en la mano y la dispara lejos).¡Habla!

China: Hable usted. A usted le toca, ahora.. Yo escucharé.
Meyer: (Retrocede) ¿Están decididos, entonces, eh?¿Van derecho a su meta?
China: Derecho como una línea. Ahora, las palabras son inútiles, porque sabemos todas las respuestas y todas las justificaciones. Pero hable..., hace miles de años que oímos el sonido de esas palabras. Nunca dejan de ejercer una extraña fascinación a nuestros oídos. Hable usted, hasta que se canse. Yo estaré aquí, oyendo.
Meyer: (Después de retroceder, sin despegar la vista de China) ¿Y si te doy los nombres? ¿Todos los nombres, Mirelis? De los más apetecidos por ustedes...Los conozco a todos. ¡Todos han estado aquí, en esta casa! ¿Te gustaría?
China: ¿Qué ganaría usted con eso?
Meyer: Deja tranquila a mi familia, Mirelis. (Ansioso). El nombre de todos los implicados..., los arreglos torcidos...
China:  ¿Haría usted eso? ¿Realmente?
Meyer:  Pregunta, Mirelis...
China:  (Rápido) ¿Quién ideó el acaparamiento de harina del año pasado?
Meyer: Bonelli, el industrial molinero, en unión con Cordobés, el curtidor. La guardaron en las bodegas de los hermanos Schwartz.
China:  Increíble la memoria suya. Debe odiarlos mucho para tener tan a flor de piel el recuerdo de sus crímenes. (Súbitamente). ¿Quién fraguó el aumento artificial del precio de los antibióticos, durante el invierno de este año?
Meyer: Hoffman; el farmacéutico, en contubernio con un grupo de médicos.
China: Espere, necesito testigos para esta confesión. (Se acerca a la ventana, grita). ¡Las preguntas! (Murmullos de aprobación, afuera). Ya está listo para las preguntas... (Gritos de alegría). Uno por uno... No se aglomeren... ¡A ver tú, Desolación, comienza tú!
Voz: (Aguardentosa) ¿Quién dictó las leyes de la educación que enseñan al conejo a correr menos que metralla?
Meyer: (Mira a China con estupor) No entiendo...
China: Dice que no entiende... Quiere preguntas concretas...
Voz de mujer: ¿Quién alzó el precio de la leche a tal punto que, el año pasado, mi hijo se me cayera seco de los pezones?
Meyer: (De inmediato) Caldas, el hacendado, con el Voto de los demócratas. (Gritos de algazara infantil. “¡Viva el señor Meyer!", y otros).
China:  ¿Ven? Eso es lo que quiere. Preguntas concretas…
Voz de viejo: ¿Quién botó la basura frente a la casa pobre?
Meyer: (Piensa) No recuerdo su nombre...
China:  ¿No oyeron? ¿No se dan cuenta que se siente perdido ante esa clase de preguntas? Es un hombre sincero, directamente. ¡Pregunten sincero!
Voz de hombre: ¿Quién nos acusa de ser flojos?
Meyer: Todos...Todo el mundo, un poco...
China: No, eso no. Cosas que pueda responder. Pregunten ¿quién roba los dientes del pobre?, por ejemplo...
Voz: (Chillido sin dientes) ¡Sí, mis dientes! ¿Quién robó mis dientes?
Meyer: (Desesperándose) Concreto...
Voz de mujer: ¿Quién nos acusa de ser feos?
Voz de viejo: ¿Quién nos acusa de ser borrachos?
Meyer: Esas preguntas…, no puedo responderlas. ¡Quiero dar nombres! ¡Sé los nombres!
Voz de niño: ¿Quién nos acusa de ser ladrones?
Meyer: (Fuera de sí, por los gritos que se han ido poniendo cada vez más insistentes) ¡Todos! ¡Todo el mundo, un poco! ¿Que no hay acaso ladrones entre ustedes?
China: Cuidado, señor Meyer, podrían no entender eso...
Meyer: Pero es que yo no entiendo esas preguntas. Después de todo, ustedes vivían al otro lado del río..., ¿por qué me iba a tener que fastidiar con estas cosas?

(Bruscamente se interrumpe, afuera, todo ruido. Cae un profundo silencio y de pronto, lenta y muy suavemente, unos niños comienzan a recitar. Como contando un cuento sin asunto. A medida que cunden las palabras, las voces se van magnificando, hasta que todo el ámbito resuena de ellas).

Niño 1º: Porque no hay nada como el miedo para matar las pulgas.
Niño 2º: Porque un patito feo se come a un patito bonito.
Niño 3º: Porque es mejor no saber leer para comer almendras.
Niño 4º: Porque no hay nada como esperar, para que a uno se lo lleve el viento.
Meyer: Quién, ¿quiénes son esos niños?
Niñita: Juanito, ¿te cuento el cuento de todos los árboles?
Niñito: Cuenta...
Niñita: Todos los árboles tenían tanto miedo de las hormigas, que cuando las vieron venir, se quedaron parados, tiesecitos, esperando que les caminaran encima..
Meyer:  ¿Quiénes son esos niños, Mirelis?
China:  Dos niños que nacieron de los hongos de una ruca.
Hasta los cinco años jugaban con cucarachas y garrapatas. Después descubrieron que con las tripas frescas de perro se pueden hacer globos de inflar. Hoy tienen una extraña fantasía.
Niñito: ¿Ves aquellos pájaros negros en la torre del campanario, Juanita?
Niñita: Sí.
Niñito: ¿Vamos a matarlos a campanazos?
Niñita: Vamos.
Otros niños: Vamos, vamos. (Junto a estas voces, comienzan a resonar campanas, cada vez más fuertes. Al final, ensordecedoras. Súbitamente callan las campanas. Pietá baja la escalera y pasa frente a Meyer Saliendo).
Pietá: Es inútil, Lucas. Ya nada se puede hacer. Habrá entre ellos un lugar para nosotros...

(Pietá se mueve hacia la puerta como impulsada por una fuerza que la arrastra a pesar de ella. Sale).

Marcela:  (Baja y pasa también frente a Meyer) Ven con nosotras, papá. Nadie te lo impide. (Sale).
Bobby: (Baja la escalera) ¿Por qué no vas, papá? Es verdad. Nadie te lo impide.
Meyer:  ¡Todo, hijo..., todo me lo impide! (Se alza). No hay tal pueblo hambriento y con sed de justicia. Es sólo un pretexto de ese China, que los incita contra mí.
Bobby: No, papá. Ve lo que está pasando... Por favor, mira lo que sucede a tu alrededor. (Lo toma de los brazos). Es tu última ocasión. Después de eso, tendrás que desaparecer en la soledad. Para los que no entiendan, sólo queda en el futuro... soledad... No la muerte que tú temes... Soledad y amargura...
Meyer: ¿Bobby, tú verdaderamente crees en eso?
Bobby: Sí, papá. Creo.
Meyer:  (Toma su cara) Entonces, hijo, mete esto en tu cabeza: la codicia es el motor que mueve el mundo. Nunca, ¿entiendes?, nunca desaparecerá entre los hombres. (Se aleja de él). Ahora veo lo que está pasando: estamos en manos de niños locos. Harán cenizas de la tierra. (Bobby se mueve hacia la puerta). ¿Y ahora tú también te vas?
Bobby: Sí, papá. Soy joven. Quiero olvidar y aprender.

(Sale. Meyer gira por la pieza).

Meyer: ¡Oh, Mirelis!, ¿dónde estás? ¿Dónde estás, Mirelis? ¿Qué cosa horrible están haciendo ustedes de la vida? (Aparece China, permaneciendo en la sombra). ¿Tú también te haces la ilusión de estar creando algo? Esa sucia recua de hombres feos, esa manada de mujeres tristes que andan por ahí, arrastrando sus críos, ¿crees que tolerarán mucho tiempo la vida fea que ustedes les están haciendo? Sal a ver el cortejo maloliente, Mirelis... La hermosa ciudad convertida en cantera... Los grandes museos en cocinas del pueblo... Las catedrales en barracas. ¿Dudas que un día se alzarán contra los responsables de tanta fealdad y entonces la tierra se volverá polvo? (Está ahí. Casi con los brazos abiertos ante China, que permanece siempre en la oscuridad. Cuando comienza una música furtiva y danzarina. Como de pasos precipitados en el momento que surgen dos monjas, que caminan una junto a la otra, y van a situarse ante Meyer, con las manos extendidas en actitud suplicante). ¿Qué es lo que quieren? ¿Quiénes son ustedes?
Monja 1a: Soy Carmen, la pequeña obrera fea.
Monja  2a: Soy María, la pequeña obrera fea.
Meyer: Sí, siempre con las greñas en la cara sucia. Las desahucié a las dos.
Ambas: (En coro, alejándose) No había lugar para mujeres feas en la fábrica. No había lugar.

(Salen. En los muros aparecen proyecciones que representan ojos que miran, rostros de ancianos, manos cruzadas, manos suplicantes, pies en zapatos rotos, platos de magra comida, etc. De otra parte surge el Cojo, de obrero viejo. Cruza cojeando el escenario).

Meyer: (Lo sigue, señalándolo con el dedo) Y tú, Miguel Santana, el viejo tornero. ¿Qué haces aquí, Santana? ¿No moriste un día sobre tu torno?
El cojo: (Sigue rengueando; refunfuña. Ante sí; pasa sin mirarlo) Sí. Nadie torneaba válvulas como yo. Quería descansar, pero nadie torneaba las malditas válvulas como yo. Esa fue mi perdición. Entonces, un día mordí el acero. Malditas válvulas... (Sale. Aparece Toletole, de viuda).
Toletole: (Gira por la habitaci6n, mirando los muros) Aquí, en este mismo lugar, estaba mi casa. La casa que me dejó mi marido, los muebles, las balaustradas, (Los toca). Un día tuve que vender. Tuve urgencia de vender y encontré a un hombre que me la compró por una bagatela...
Meyer: Sí, una bagatela... En verdad, era una ganga...
Toletole: (Mira fijo a Meyer al salir) Mi marido quería mucho esta casa. (Sale. Proyecciones).
Meyer:  ¡Oh, Mirelis, detén el cortejo! ¿No me has hecho ya bastante? ¿Quieres que confiese? Sí, maté a tu hermano. Pero no toda la culpa es mía. Tu hermano llegó a mí con los ojos bien abiertos. Lo vencí de igual a igual; lo mismo pudo él liquidarme a mí.

(Súbitamente se interrumpen la música y las proyecciones. Se detiene toda acción. Luego surge Alí Babá, de joven obrero. Cruza el escenario, con fuertes zancadas, y se va a plantar frente a Meyer).

Alibabá: (Serio): Soy el obrero joven que un día voló de su fábrica cuando desapareció una lima del taller mecánico. Yo no robé esa lima, pero usted me expulsó igual. Usted sabía que yo no la había robado, pero había que encontrar un culpable.
Meyer: Un culpable, sí.
Alibabá:  Eso fue el 26 de julio de 1948 y yo crucé su cara con una bofetada. Nunca nadie había alzado una mano contra usted en su fábrica. Mi ficha era la 12374 y mi nombre es... Esteban Mirelis. (Sale).
Meyer: Sí... Te llamabas Esteban Mirelis, recuerdo. (Gira hacia China). ¡Perro! ¿Quieres confundirme nuevamente, eh? Volverme loco. Esteban Mirelis se llamaba el hombre que murió hace treinta años colgado de una viga. Lo sé porque yo mismo le prendí fuego. Se colgó con una liga estampada de flores de lis blancas, hasta que dejaron de humear los restos.

(China sale de la sombra).

China: Curioso el daño que usted se hace a sí mismo. ¿Quemar fábricas? ¿Robar dinero? ¿Colgar a un hombre? ¡Qué imaginación la suya! Usted nunca llegaría a esos extremos, Meyer. Son menores los crímenes. Sólo las consecuencias son mayores.
Meyer:  Y si ese muchacho no es Esteban Mirelis, ¿quién eres tú, entonces?
China: Me llaman China, ya le dije. Soy un hombre que merodea. Me he sentado en cada piedra del camino. Cada puente solitario me ha servido de techo. He mirado el rostro de millones de vagabundos, y he visto el dolor, cara a cara. (Va hacia la ventana). Hay mucha tristeza en el mundo, Meyer, pero hoy día la estamos venciendo. (Indica afuera). Ese muchacho, Esteban Mirelis, trabaja ahora como tractorista en el ladrillar; le queda tiempo para pensar en la ofensa.
La viuda teje en las grandes tejedurías de lana; ha encontrado un nuevo oficio, y Toletole canta ahí, en lo alto de las colinas, siguiendo su arado. Todo el mundo trabaja afuera; es una lástima, en verdad, señor Meyer, que usted no entienda. (Gira hacia él; con calma). El pueblo no se ha alzado contra usted; esa obsesión le viene de creer que su vida tiene alguna importancia. ¿Es tan difícil pensar que eso, ahí afuera, es sólo una cruzada de buena fe? ¿Un juego ingenuo de la justicia? ¡Venga! Lo invito a mirar la realidad. Es un espectáculo que recrea el espíritu. (Meyer está clavado al suelo). Venga, únase a nosotros. Venga. Sígame.
Meyer:  ¡No te creo, perro! Me has quitado mi casa, mi familia. Me has humillado ante todos. ¡No creo en esa mansedumbre tuya! ¡Sólo estás aquí por un deseo de venganza!
China: Es una lástima... En verdad, es una lástima.
Meyer: ¡Dime que yo maté a Mirelis y que ésa es la razón de que estés aquí!
China: Tremenda  imaginación la suya, señor Meyer…
Meyer: ¡¡Dime!! ¡¡Yo maté a Mirelis!! ¡¡Dime!!
China: (Desde la puerta) Son menores los crímenes.
Meyer: ¡¡Dime, perro!! ¡¡Yo maté a Mirelis!! ¡¡Yo lo maté!!

(Sale China. Súbitamente se apagan todas las luces y se enciende suave, lentamente, un canto general).

CORO
Adán Y Eva tuvieron a Caín y Abel.
Caín engendró a Irad y de Irad se multiplicaron
hasta Matusael.
Matusael engendró a Henoc y de Henoc adelante,
la raza humana comenzó a rebalsar.
Y cuando Noé engendró a Sem, Cam y Jafet, la
raza humana ya era masa.
Porque los hijos de Jafet fueron Gomer, Magog y
Madai.
Y Javen y Tubal.
Y Mosoc y Tiras y Asanes.
Y Rifat y Elisa y Tarsis.
Y Gus y Fut y Mesraím.
Y cada uno de ellos tuvo miles de hijos, y la tierra
Se  pobló de rostros.
Tuvieron millones de hijos cada uno, y la tierra se
pobló de miseria... (Silencio total, y, de pronto, muy desvalido).

Niñita: Juanito, ¿te cuento el cuento de todos los árboles?
Niñito: Cuenta.
Niñita: Todos los árboles tenían tanto miedo a las hormigas...

(Surge la voz de Meyer, desde arriba)

Meyer: (Arriba) ¡Basta, basta! ¡Yo lo maté! ¡Yo lo maté!
Pietá: (Arriba) Lucas, ¿qué te pasa?
Meyer: ¿Qué... qué pasa? ¡Yo lo maté, mujer! ¡Rompen toda la casa! Están en todas partes...
Pietá: ¿Quiénes, Lucas? Despierta, hombre. Descansa. Has tenido una pesadilla.
Meyer:  (Se oye movimiento arriba) ¿Una pesadilla? ¡Oh! Los niños, ¿dónde están?
Pietá: En sus piezas, durmiendo, hombre. ¿Dónde vas?
Meyer: (Se abre una puerta) Bobby, ¿estás ahí, niño?
Bobby: ¿Qué pasa, papá?
Meyer:  ¡Oh, Dios! (Se abre otra puerta). ¿Marcela?
Marcela:  ¿Papá?
Meyer: ¡Oh!
Pietá:  ¿Qué cosa terrible soñaste, hombre? Ven, vuelve a tu cama. ¿Dónde vas, Lucas?

(Meyer baja la escalera. Enciende la luz y mira con cautela por todos lados. Va hacia la ventana y la abre. Mira afuera. Pietá lo sigue. También vienen Marcela y Bobby, poniéndose una bata).

Meyer: ¡Oh, hijos!, vengan... (Los abraza). Llenaban toda la casa, hijos. Estaban en todas partes, rompiendo todo, llevándose todo. ¡Oh, Dios mío! Te ibas a las colinas, mujer. Tú también, hija.
Marcela: (Ríe) ¿A las colinas, papá? ¿A hacer qué? ¡Qué ridículo!
Meyer:  A arar... A arar, hija... Y tú, mujer, me dejabas…
Pietá: ¿Yo, dejarte? (Ríe. Todos ríen). ¡Qué tonterías, Lucas!
Meyer: (Riendo) Sí, Pietá, me dejabas.
Pietá:  ¿Quién era esa gente que se llevaba todo, Lucas?
Meyer:  Nadie... Nada, mujer. Sueños, nada más. Ya pasó todo.
Pietá:  Sí, ya pasó todo. Ven a acostarte.
Meyer:  Sí. (La sigue hacia la escalera). Sin embargo..., todo seguía una lógica tan precisa, un plan tan bien trazado. Como si en caso que sucediera...
Pietá:  ¿Sucediera qué?
Meyer: Creo que una vez tuvimos a un obrero de apellido Mirelis en la fábrica. Sí, se llamaba Mirelis. Esteban Mirelis, ahora lo recuerdo. Voló porque se robó una lima. Tal vez procedimos con ligereza en ese asunto.
Marcela:  ¿Y quién era Esteban Mirelis en tu pesadilla, papá?
Meyer:  ¡Oh, no importa, hija! Un pirata griego. Un salvaje que merodea los mares, con su pata de palo y sus mástiles cargados de buitres. (La abraza). Lo importante es que nada ha pasado y estamos todos juntos otra vez. (Toma del brazo a Bobby). Imagínate, hijo, que en el sueño de tu padre, Gran Jefe Blanco, el portero albino de tu universidad, quemaba tu casaca de cuero en una gran pira de fuego en medio del patio y todo el mundo miraba, sin hacer nada. Cosas que sueña tu padre. (Lo chasconea) Vamos...
Bobby: (Se detiene) Papá...
Meyer:  ¿Sí, hijo?
Bobby: Eso sucedió ayer... Eso fue cierto...
Meyer: ¿Qué, hijo?
Bobby:Gran Jefe Blanco...Ayer...Cuando salíamos de clases... Estaba en el patio de la universidad, calentándose las manos artríticas sobre una pira hecha de la ropa de mis compañeros. Estaba parado, en medio del patio, mirando arriba, a los pasillos, sin que nadie se atreviera a moverse, papá. Su mirada era tan desafiante que nadie se movió... Rector, profesores, nadie. ¿Fue eso lo que soñaste? ¿Fue eso, papá?

 (Los cuatro están ahí, en medio de la habitación, mirándose, cuando, al fondo, en la ventana que da al jardín, cae un vidrio con gran estruendo una mano penetra, abriendo el picaporte).

Fin


                                     

 


 


Author Information: Wolff, Egon
Key Words: Dramas Chilenos. Dramas Chilenos. Siglo XX. Libretos.

 

 

Cita:
Egon Wolff, 1926-. Los invasores. Dramaturgia chilena contemporánea.



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