Dramaturgo / Manuela Infante Guell  

 

 


Rey planta

de Manuela Infante Guell

Amanecer

(Silvia le da de comer).

No, no quiero comer... no quiero, tengo que decir algo... por favor, ¡Tengo algo que decir!

(El rey patalea por dentro, no por fuera, finalmente se resigna y es alimentado.
Silvia se va).

1.
Mujeres y niños tendréis que salvaros a vosotros mismos, pues no hay hombres que vayan a la guerra, pero más importante aún, no hay guerra que pelear. Hay solo días, días tras días, así de simple. Y es en esos días que tendréis que salvar vuestras vidas, así tan imperceptiblemente como yo os gobierno, en silencio, sin palabras, sin órdenes, sin castigos, sólo día a día, sí. Y es en la vulgaridad de los momentos que conforman un día en que tendréis que llevar a cabo vuestras acciones heroicas y vuestros martirios. Todo se cierra aquí, cerca de mí y cerca de usted señora que me observa con curiosidad y con compasión. No hay nada misterioso en todo esto, nada que no se haga evidente, pues el reino ha sido reducido a mí y a usted y basta mirarnos para entender al reino y verificar su enfermedad vitalicia: la parálisis total. Mi poderosa quietud y su ingenua compasión se alimentan el uno al otro, y nos hacen creer que nos bastamos, yo a usted y usted a mí, simplemente porque nos hacemos posibles. Pero vivir es más que saberse vivo. Se los digo yo que ahora que supuestamente menos vivo, más verifico que la vida, cuando supuestamente yo la vivía no era la vida, pues he perdido todo, señores y sigo aquí.

2.
He vivido hasta ahora porque nadie me ha preguntado por qué lo hago. No he querido mucho porque siempre me han dado pena las personas. Me he aterrado de sentir y de ser más que de morir o de no ver. Pero lo haré, lo haré, lo haré, porque soy el rey. Porque acabo de entender. Que los cerros que me rodean me tienen tomado de todas partes, de los pelos, de las bolas, de las costillas. Me toman de los ojos cuando los miro. Me toman por sorpresa cuando amanece. Me toman como un idiota cuando intento fotografiarlos porque siempre se esconden. Me toman en brazos cuando los escalo. Me toman de las tripas cuando estoy en otros países. Me toman en serio cuando oscurece y suspiro.
La cordillera no la tengo al frente, sino que yo soy la cordillera. Y algún día también tendré blanca la cima.
Soy la cordillera. No entera, porque nadie la es entera, y de ese modo la cordillera no es nadie, pero todos la somos.
Comparto mis bolas con mis cerros vecinos.
No me da vergüenza, no me da pena, no me da miedo.
Porque hoy sé que una cordillera es una sola cosa, únicamente porque no es el mar, ni el cielo, no porque sea en sí misma LA CORDILLERA.
Lo haré, seré el rey. Lo haré.

3.
... ¿Consejeros? ... ¿De qué hablan mis consejeros?... ¡¿Eso hacen siempre?! ¡O es que cuando uno no oye pareciera que la gente habla más estupideces...! ¡Tengo algo que decir! ... ¿De qué hablan? ... Veo que oigo basura, recogen sus palabras de los vertederos de la historia del mundo, hurgan como bestias hambrientas y luego de un tiempo se conforman, recogen lo menos hediondo, algo que por podrido pueda parecer inteligente, pero no es suficiente caballeros míos.
¡Toquen alguna trompeta que les habla su Rey!
La gente ya odia los basurales, se expanden, no dejan hueco donde vivir, los niños han tomado la costumbre de jugar en ellos, eso no debe ser. La basura hemos de quemarla, porque o si no, ya ven, la corte real abusa de ella, la convierte en su primera dama y la tiene ahí sonriendo y aleteando desde un balcón, ciega de tanto que se la han culeado, mientras nuestros ahorcados sirven de adorno en el arbolito de pascua que es este pueblo. Señores míos de la corte, del jurado, de la comisión, en nombre de mi familia muerta, y desde el lugar que la condición de esta me otorga, les ordeno que pueden guardar silencio, desde hoy el Rey ha dejado de tomar su consejo.

4.
Voy a reducir este territorio nacional a mí, voy a llevar a cabo la reducción territorial más grande que se haya visto en la historia de la humanidad, como la expansión de roma pero al revés. Voy a desterrar ciudadanos cada día y cuando me entere de que no han querido abandonar sus casas y sus familias, entonces, cambiare las fronteras, pondré sus casas y sus familias fuera de los límites del territorio nacional. Si, dibujaré cada día un nuevo país, o quizás cada hora, un nuevo país con una nueva forma, y tan rápido irá cambiando el mapa que parecerá un animal que se mueve o que se pudre en cámara rápida, y ese dibujo animado por mis destierros, se detendrá solo cuando coincida con mi cuerpo y el país sea solamente yo, nacional será solo el territorio de mi cuerpo y a ese territorio no le quedará otra posibilidad que la desintegración. De este modo y una vez desintegrado yo, deben jurarme que nunca más nadie volverá a poner a otra persona en una vitrina, pues sabrán que la cara del que mira se refleja en el vidrio justo sobre la cara del que es mirado. Deben jurarme que cuando los países coincidan con los cuerpos, las personas no sabrán distinguirse entre ellas.

5.
Este soberano que soy yo esconde la causa de sus actos en su enfermedad.
Lo bueno es que el hecho de que su enfermedad progrese, hace al pueblo olvidar, progresivamente, que los actos tienen causas. Basta con solo mirar como afuera siguen colgando gente en la plaza todos los domingos, por su propia cuenta, los pobladores. Porque necesitan gritar todos los domingos que les parece injusto que se cuelgue gente. Todo lo que parezca causa es nada más el efecto de que las causas nos producen seguridad.
Se plantan raíces cuando hay temor. Aunque plantar raíces sea tan paradojal como suena. Toda tradición es inventada. Todo recuerdo es, en verdad, un deseo en el presente. No existe una causa. Primero vino la planta. Después la raíz. Es hora de enterarse.

Sorprendentemente un dedo comienza a moverse. Luego otro, y otro. Un sonido sale de su boca. Entra el bufón. Lo golpea en la cabeza. El rey cae al piso. Lo vuelve a sentar en el trono. Alguien grita: ¡Estamos listos. Se abre la sala!

 

Rey planta


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