Dramaturgo / Juan Claudio Burgos  

 

 


El café de los indocumentados

de Juan Claudio Burgos

Uno

Mujer: Escucho el tango de nuevo.
A usted no le interesa.
Es un hombre inútil.
Si le pidiera que me acompañara a otro lugar, fuera de este café.
Usted no sería capaz de hacerlo.
Le pido que duerma conmigo esta noche.
No tengo a nadie con quien dormir.
Soy una perra.
Somos todos una jauría.
Matarife: Son chicos que se pelean como perros.
Como patas de perros.
Se pelean a mordiscos.
Los ve.
Los ve.
Se pelean los guiñapos de carne.
Están acostumbrados.
Lo hacen todas las noches.
Lo hacen debajo del agua.
Mientras llueve.
Mujer: Puede tomar diecisiete varillas y golpearlos.
Van a escapar.
Huyen de los golpes.
No quieren ser golpeados por un extraño.
Las madres son las únicas autorizadas para golpearlos.
Los niños regañan cuando un extraño los golpea.
Puede probar.
De seguro van a salir corriendo.
Son chicos fieros.
Criados en la calle, no saben otra cosa que golpearse unos a otros.
Como quiltros, ve a los chicos como se revuelcan en la calle.
Todavía llueve.
Ellos no se dan cuenta de que todavía llueve.
Usted puede salir y traerlos aquí dentro.
La música les gusta.
Es su salvador.
Después de golpearlos puede traerlos y meterlos en la tinaja.
Echarles agua caliente y bañarlos.
No se atreve.
Les parecen animalillos.
No quiere pasar sus manos de hombre de libros sobre sus lomitos hinchados de tanta golpiza.
Usted no es un apóstol.
Nos ha engañado todo el tiempo.
Es un simple hombre.
Cobarde como todos.
Que no puede hacer nada para cambiar este estado de cosas.
Es un hombre inútil.
No me sirve en la cama.
No me hace ver estrellas.
Ni recoge niños moribundos de las calles.
Matarife: Van a llegar los soldados y van a barrer como estiércol a los moribundos.
¿Va a dejar que sean golpeados por los soldados?
¿Que se los lleven a sus tiendas?
Los soldados son verdaderos toros, perros carniceros.
Que no miran donde colocan su sexo con tal de saciar su apetito.
Estos niños que usted no quiere salvar van a terminar en un bar como este.
Mujer: No es un apóstol, señor.
No saca nada con predicar.
Si la palabra se le vuelve arena en el desierto.
Mejor váyase y déjenos solos.

El hombre se va. Deja de leer el diario. Pega un vistazo a la orquesta de ancianos que siguen tocando como si estuvieran en su mejor día. La mujer ya no lo mira. Ha rechazado colaborar. No puede seguir conversando con un hombre que no es capaz de salvar niños. Llueve. Llueve ahora más fuerte. La calamina grita fuerte. El ruido no impide que la mujer insulte al hombre. Los insultos rompen la lluvia.

Mujer: Esos chiquillos los parí yo. Son de los ancianos, de los soldados que se acuestan con las mujeres en la playa, de los que van a desovar como lobos marinos. Tienen los ojos de su madre.
Las manos de su madre.
Usted viene a reclamar por cada uno de ellos.
Usted no sabe.
Yo tenía que despertar en otro lado.
No aquí.
Aquí no puedo despertar.
Me tuvo que levantar borracha del callejón y me trajo a este bar.
Esto va en contra de su costumbre.
Usted es un hombre educado.
No recoge borrachas de callejones.
Puedo ser puta.
Una mujer para cada uno de esos chiquillos que usted ve golpeándose allá afuera.
Una puta.
La mama puta que les da leche.
Que los alimenta.
Me aburren los borrachos.
Esta ciudad está llena de borrachos.
Como quiere que lo distinga entre tanto borracho.
Colóquese algo en la cabeza.
Un sombrero de pana.
Va a empezar a llover muy fuerte.
Un pedazo de nylon.
Tengo un plástico que le puede servir.
Tiene que interrogarlos.
Les puede preguntar.
No le van a decir nada.
No es que estén mudos.
No les interesa hablar.
No hablan con extraños.
Ni siquiera le dirigen la palabra a sus maestros.
Mudos en la clase sentados en sus pupitres.
No le van a servir de mucho.
Hablan entre ellos.
No hablan con extraños.
No les interesa hablar con extraños.
¿Mi nombre?
¿Quiere que se lo diga?

La mujer no dice nada. La mujer insiste en no revelar el nombre.

Mujer: Por qué trae ropas que no quiero ponerme.
Debo encajar este anillo, señor.
Me tengo que poner esta falda.
Quiere que me desvista.
Estoy en otro lado.
Estoy vistiéndome como este hombre pide.
Me estoy sacando la ropa.
Como este hombre me lo pide.
Y me lo pide de una forma que no puedo rechazar.
No.
No.
No.
No sé nada.
No soy la madre.
Ni la amante.
Ni la puta.
Ni la concubina.
Los chicos de afuera gritan porque estamos en guerra.
Porque los soldados los golpean.
Porque se resisten al ataque de los hombres.
Porque defienden sus cuerpos.
No.
No.
No soportaría dormir conmigo.
El olor de mi cuerpo.
Tengo el hígado consumido.
Apenas tengo dientes.
Tengo la boca negra de tabaco.
Por qué habría de buscar a una mujer como yo.
No soy digna.
No soy digna de que entres en mi cuerpo.
No soy digna.
¿Puede entender eso?
El motivo de no ser digna
Está en los libros de los padres de la iglesia.
Es un tema antiguo.
¿De verdad no entiende?
Porque tuvo que traerme aquí.
Este es otro lugar, cierto.
Es repetido, con la misma gente.
Con el mismo color de las paredes.
¿Pero es otro lugar, cierto?
Usted tiene dinero.
Esos ancianos reciben buena paga.
El hombre del mesón, El muchacho de la bandeja.
Por qué no derrocha su fortuna en otros caprichos.
Parece que ya no llueve.
Puede esperar que las nubes dejen ver el cielo.
Usted tiene tiempo para esperar el despeje, cierto.
Hace días que no veo el cielo, señor.
Hace tres años que no veo cielo.
Hace mil días que no veo cielo.
Tachonado de Joquerjanter.
El palacio bombardeado.
Puro color metal de avión en el cielo.
Todo nublado.
Todo cerrado.
El cielo bajo.
Tocándome la nuca.
Los chicos afuera ya no pelean.
No hacen nada por seguir golpeándose.
Están más tranquilos.
Casi duermen.
Los ve dormir.
Lo hacen despacio.
No pueden seguir durmiendo.
Usted tiene que despertarlos.
¿Puede?

Entrada monumental del matarife. Se descorre el tupido velo. Se abren los cielos. Trompetas y coros celestes anuncian su llegada. El matarife afila su cuchillo.

Matarife: Este es un mes terrible, señor.
Para todos.
Para el carnicero.
Para los muchachos de la bandita.
Sí, Señor.
Usted viene a salvarnos.
Viene a pagarnos buen dinero.
Debo venir con mi número, ahora.
El lugar del carnicero.
El carnicero, degüella, chicos.
El sargento me puede ayudar a sujetar el cuerpo sobre la mesa.
Lo podemos amarrar si quiere señor.
Le atamos brazos.
Piernas.
La cabeza se la dejamos colgando para que no vea como sangra el cuerpo.
La incisión desde aquí, hasta aquí.
Le parece correcto que el cuchillo vaya de canto sobre la piel.
Tenemos bastantes.
Afuera hay un lote que se pelean de lo lindo.
Es cosa de estirar la mano y va a caer uno muy luego, señor.
Ofrecerles monedas.
Y verá como los niños van cayendo.
Uno detrás de otro.
Los puede tomar.
Se puede acercar y tomar a uno de ellos.
Son suaves.
Son niños de pluma.
¿Se atreve a tomarlos?
¿O está muy viejo para retozar con uno de ellos?
Sí. Son mansos.
Como perros mansos.
Son como ovejas.
Aquí no aparecen zarzas ardiendo, ni corderos tímidos entremedios de los montes.
Se puede matar tranquilo.
Sin escuchar voces del cielo,
Ni nubes que se abren, ni voces que caen.
Nada.
Aquí no hay Juanas para llevar a la hoguera.
Nada, señor.
No se quejan, ni chistan.
Les gusta que el sargento los coja de la cintura.
Los tiene acostumbrados.
El sargento le soba el lomo para que se amansen, señor.
Usted elija.

Se abren las cortinas bermejas, del retablo bermejo. Aparecen carnes colgadas en ganchos. Entra un muchacho, de la calle, desde donde hace unos minutos llovía. El matarife deslonja al muchacho. El muchacho no chilla. El muchacho es sólo un becerro. La mujer calla. Sólo bebe café. El hombre no dice ni hace nada.

Matarife: Introduzco el recitado.
Le muestro un trozo pequeño.
No soy un experto.
El nervio de la escena.
Todo anotado.
Lo puede revisar.
Si algo ofende lo puede borrar.
No tenga compasión.
No sufro.
Cuando me cortan una palabra, no sufro.

El matarife baila con el muchacho. La orquesta de los ancianos acompañan con un pianísimo las evoluciones del baile. Interpretan a Borges, un tango de Borges.

Matarife: ¿Lo hago bien, no cree?
¿Lo de las golondrinas y lo de la dulce fragancia y lo demás?
Es mejor.
Escucha cómo se va desarrollando la historia.
Y se agrega y sigue y sigue, es el mismo cuento siempre.
La misma historia triste.
El pasaje triste.
Un metaforón que no se aguanta.
¿No escucha?
Pida que lo toquen fuerte.
Con arrebato.
Los muchachos entienden.

Los borrachos de la orquesta entienden y obedecen.

Mujer: Si atiende va a lagrimear.
Mejor no lo haga.
Escúcheme.
¿Quiere lagrimear con el tango?
Gardel canta para tenderse a llorar.
Lo de las madreselvas y todo ese asunto es demasiado triste.
Hay que tenderse a llorar.
Le molesta que mis lágrimas le mojen su traje.
Su solapa.
Su clavel en la solapa.
Esa música daña.
Hoy ya no se puede llorar con un tango como antes.
Es demasiado hablar con usted y tener esa música de fondo.

Los borrachos entienden y obedecen. Conversan. Encienden cigarrillos. Fuman. El saloncito se llena de humo. La mujer apenas se ve en la penumbra humosa del bar... Sólo sigue el recitado el soldado carnicero, con el muchacho bailando en medio de la pista.

Matarife: Yo quisiera ser flor.
Las flores mienten.
Los pétalos no alientan.
No le puedo hablar de amor.
Si yo fuera de verdad una flor ¿Usted sería otra flor?
¿Se atreve a ser una flor?
Yo soy apenas un clavel.

Las cortinas se cierran muy lento, como en un teatrito de marionetas. El espectáculo desaparece. La sangre de neón desaparece. Los ancianos duermen sobre sus bandoneones, violines, pianos y panderetas.

Mujer: Puede sacar a otra mujer.
Yo no.
Soy decente.
No soy una puta.
Una ramera, ¿no?
Ha leído como llaman a las putas en los libros.
Benditas salamandras.
No, no aparece en ningún libro.
No se dé el trabajo de buscarlo.
Ni Cervantes ni ningún otro las llamó así.
Dije Cervantes por decir algo.
No tengo otro nombre en la cabeza.
Ni siquiera lo conozco.
Nunca he leído nada de él.
Porque lo escuché en la calle.
Porque fue lo único que se me quedó de cuando el colegio.
No crea que soy una mujer erudita.
Soy analfabeta.
Analfabeta.
No le sirvo.
Todo lo mío es inventado.
No me escuche por favor.
El salón es grande.
Váyase.
Le puedo bailar ahora mismo sobre la mesa.
Para que me vea el sexo entre las piernas.
Pero no lo hago.
No me gusta que se rían de mi sexo.
Tiene lugar donde llevarme.
Esta es una ciudad cara.
Prefiero dormir aquí.
Soy habitual.
Me está permitido entrar y dormirme sobre una mesa.
Quiero dormitar.
Déje de hablarme, ¿quiere?
¿Puedo sobre la mesa?
Ellos cierran todo.
Cierran la trastienda.
Echan a los últimos borrachos.
Me tienden sobre una mesa.
Quiero dormitar sobre una mesa.
¿Puedo?
Como si fuera una puta muerta.
Me abren las piernas y uno detrás de otro me van montando.
Duermo.

Una hilera de borrachos se mueve por entre las mesas. Hablan temas de borrachos. Se piropean unos a otros. Se abrazan. Se besan. Caminan abrazados por todo el local. Hacen estos juegos hasta quedar tendidos sobre el cuarto. Duermen como borrachos. No tocan ni le hacen nada a la mujer. Ni siquiera la miran. Se mueven como si la mujer no existiera.

Mujer: Creo que sueño esto que me pasa.
No es sueño, ¿verdad?
La vida aquí no es sueño, ¿verdad?
Pero por qué no dice nada.
Por qué se queda callado.
Necesito darle argumentos para que me defienda.
Este lugar va a ser allanado.
Es un garito.
Se trafica.
Se venden cuerpos.
A los chicos se los trae engañados.
Caen en el cebo como peces.
Como liebres.
Detrás de las cortinas están los frigoríficos.
Donde esconden a los muertos.
Es el último bastión del régimen.
Yo vengo porque es costumbre.
No me queda otro lugar a donde ir en esta ciudad que se pudre.
Venir acá pese a todo es poético.
¿No cree usted?
Poético.

Segunda intervención del matarife. No sabe hablar. Ronca. Intenta hablar. No puede. La mujer, el hombre y los borrachos sólo escuchan.

Matarife: La señorita me pide los que se puedan comer. No estamos dispuestos los hombres a sacrificar con el chuchico, couchilo, la sangre caliente. Que deben traer la cebollas, donde se puede colocar para que caiga la carne, la sangre después de degollar, la vena ahorta, ¿la vena cava del ainimal? sacrificio entero esta noche, todo dicho de un momento a otro, sin dejar tiempo siquiera para prepararse. Señorita, si no sale, el vestido se le va a escurrir de sangre del animal. Que le tengo que enterrar el couchilo en plena vena, esto es un verso señorita, lo entiende, lo entiende, ¿lo entinede lo entiende? Que bueno que me entiendan en esta vida. No hay nada mejor que lo entiendan a uno, ¿no cree señorita que es un privilegio saberse entendido por alguien? La señorita es alma buena, no la vendan, su alma de porcelana, soy poético, soy medio melancolíci, vengo de Italia, de la zona de la baja Italia, me disprecian porque no tengo otro oficio que matar vacas, que matar toros, que matar burros, que matar gallinas, que matar la sangre con los congelados, coagulados en el sartén, donde se van cocinando las menudencias, tengo que salir y dormir un poco para poder descansar un poco, estamos listos para que nos interroguen cuando lleguen los señores policías, que van a entrar por esa puerta, cierren los refrigerados, los muchachos son obenidentes los cierran, se meten ellos, los borrachos entienden que si quedan dentro de los refigeres se van derechito para arriba, los que me ayudan son hombres buenos, que no saben, que llegaron a este mundo, que están en este mundo, yo les ayudo, en lo que puedo. le ayudo a subir las presas, a colgarlos en los canchos, donde la carne entre de un viaje, cuando lleva muerta la carne como una semana, se pone dura, tenemos que con picos, que con palas molerla primero, machacarla primero y después meterle dos ganchos, no tres ganchos, a presión así,¿ve? Con toda la fuerza, pa' que quepan, ¿cierto? que quepan, que caben muy bien, los ganchos, los hombrecitos me ayudan con los trocitos que van quedando bien enganchados y los metemos libres de polvo y paja en les refrígeres, donde esperan por años hasta que los llevemos los mismos que los trajimos, para la escalopa, para la punta picana, para la mesa de la señorita y del caballero.

Segunda salida del matarife por entremedio de las cortinas bermejas del teatrito de títeres.

Mujer: Guarida de delincuentes.
Todo cubierto con cortinas bermejas.
¿Cómo se puede uno defender aquí?
Tiene cómo explicármelo.
Usted es un extranjero.
Está horrorizado.
Es normal.
No se asuste.
Lo del muchacho y el matarife es lo de siempre.
No se preocupe.
Son el número habitual.
El matarife nunca llega a hacerle daño al muchacho.
Sus temblequeos son parte de la función.
El muchacho no puede hacer otra cosa que temblequear.
Lo hace bien.
¿No cree usted?

La cortina se descorre. Todo se descorre. Están bajo la lluvia. Llueve copiosamente. Y la mujer empapada sigue hablando.

Mujer: Ahora el hombre interpreta a Gardel.
¿Lo ha escuchado cantar alguna vez?
Empiezan los violines.
Muy bajos los violines.
Luego viene la voz muy suave.
¿Se ha dado cuenta lo triste que son las historias de los tangos de Gardel?
Muy, muy tristes.
¿No será un exceso?
Es un exceso tanta tristeza junta.
¿No cree?
¿No cree?
Ahora las guitarras.
Acompañan la voz de Gardel.
Pupilas de extraño mirar.
Cuando lo dice habla de las luces.
Montmartre.
Gardel exiliado en Montmartre.
Aquí en el barrio de los artistas se acuerda de buenos aires.
Es un lindo juego.
Es un lindo juego el del exiliado político, pobre y sin posibilidad de regreso.
Diez años exilado en parís.
La historia del Argentino exilado en París sin posibilidad de volver a Buenos Aires.
No me encuentra un aire bonaerense.
Todo lo que le digo puede ser bonaerense.
Soy una chica.
No en verdad soy una mujer.
Una mujer ya vieja.
Una mujer vieja.
Sí.
Sirvo sólo para escribir.
Haga conmigo una historia.
No le voy a servir de otra cosa.
¿Entendió?
¿Entendió?
¿Entendió?
¿Entendió?

El hombre le dice algo al oído a la mujer. El muchacho sirve los cafés nuevamente. La mujer sonríe con lo que escucha. El muchacho pone azúcar en los cafés. El hombre explora las piernas de la mujer con sus manos. El muchacho levanta la bandeja de la mesa y sale. La mujer ríe. La mujer no sabe más que reír. El hombre explora el sexo de la mujer con sus dedos. El muchacho ya no está presente. El muchacho es una ausencia en los ojos de la mujer. La mujer ríe. Su risa quiebra espejos. El hombre le dice groserías a la mujer y ella sólo ríe. No sabe qué otra cosa hacer más que reír. Bailan al compás de un tango de Gardel. Gardel canta. Canta como si alguien lo sacara de la tumba. La mujer y el hombre fecundan mientras bailan tango.

Mujer: ¿Lo escucha?
Es capaz de anotar la letra.
Hágalo en la servilleta.
El tango es poesía pura.
Lo del clavel del aire.
Que lindo poema.
No, por favor.
No.
No me saque.
No. Por favor, no.
No sé bailar.
No puedo bailar.
Aquí no puedo bailar. En otro lugar quizás.
Cuando yo te vuelva a ver.
No habrá más pena ni olvido.
Frases premonitorias.
Como si supiera que iba a morir en un accidente.
Fue una corazonada.
Mejor vamos de aquí.
Los recuerdos van pasando en caravana.

El muchacho le dice algo. Habla. Lo hace como la mujer. Parecen de la misma raza. El hombre sólo mira. O lee el diario o lo que quieran ver que hace. El hombre por ahora no importa. Lo pueden ignorar. La mujer es forzada a pagar. El muchacho le exige dinero. La mujer no responde nada. No hace nada por convencer al muchacho que no puede pagar la taza de café. En la acción no interviene el hombre. Nadie interviene. Sólo observa la disputa entre la mujer y el muchacho.

Mujer: Nada. Nada.
Cómo voy a pagar esta taza de café.
No puedo pagar nada.
No puedo pagar nada.
No puedo pagar nada.
No puedo pagar nada.
¿Quiere que se lo repita mil veces?
Revíseme los bolsillos.
Regístreme la cartera.
No tengo dinero.
Soy de los que no tienen pan ni pedazo.
Podría pasar por mendigo.
Tendría que estirar mi brazo y pedir,
Para pasar por mendigo.
Usted no me cree.
Si no me cree no siga escuchando.
Váyase.
Déjeme sola.
Me va ayudar a que el café se me enfríe.
El muchacho va a servirme otro café.
Voy a poder dormir.
Necesito dormir un poco.
Llueve afuera y no puedo salir.
No me queda otra alternativa.
No puedo mendigar bajo esta lluvia.
Dígame qué quiere hacer.
Dígamelo.
No se atreve.
Me quiere llevar a su casa.
Vive cerca.
No importa.
Si no se paga esto, el chico comprende.
Me quiere llevar.
Salgamos ahora que no llueve.

Comienza una fuerte lluvia. La música se intensifica. Gardel se destroza la garganta cantando. El muchacho sale a la lluvia. El hombre besa a la mujer. Todo esto no sucede o parece no suceder. Sólo queda en la lluvia la voz de Gardel. Y las dos figuras del hombre y de la mujer.

Mujer: Tomo mi cartera.
Saco mis guantes.
Yo uso guantes, ¿cartera?
Enciendo un cigarrillo.
Eso sí.
El cigarrillo me va a matar un día.
Tengo que dejar de fumar.
No puedo dejar de matarme con el cigarrillo.
Es bello.
Es el hombre más bello que he visto en el mundo.
Otra frase hecha.
Otra vez la misma forma de hablar que me cansa.
¿De dónde eres?.
¿Qué haces?
Debía colocarle acento a las palabras.
Mis sienes plateadas.
Es bello.
Otro cigarrillo.
El cigarrillo me va a matar.
No, no puedo.
Voy a dejarlo en vergüenza.
No sé moverme.
No puedo moverme aquí.
No sé moverme.
Mejor dejémoslo.
Estoy cansada.
Siéntese.
Sírvase algo.
Lo que quiera.
Yo prefiero tomar un café.
Sí. Un café.
No. Dos cafés.
Escuche.
Muy suave todo.
No vuelva de nuevo, por favor.
No puedo bailar.
No tengo gracia.
Es verdad, no tengo gracia.
No tengo sentido del ritmo.
Eso es. Sí. Es eso.
No hay sentido del ritmo en el cuerpo.
En mi cabeza no hay sentido del ritmo.
Le queda claro.
Se lo puedo repetir de nuevo hasta que me entienda.
Tengo tiempo para explicar.
Por favor, no insista.
Si aquí no baila nadie.
No es un lugar para bailar.
Pierde el tiempo.
No sé bailar.
No sé bailar.
No puedo hacerlo.
Entiende que no puedo mover un dedo.
En este lugar no puedo moverme ni un centímetro.
Me tienen vigilada.
No. Después le explico.
Ahora no puedo.
Sólo me interesa la música.
Soy una melómana enfurecida, frenética.
A usted no le gusta la música.
Le parece un arte de borrachos.
No le gusta escuchar música.
A mí sí.
Bailar nunca.
Otros lo hacen mejor que yo.
Esa es la razón.
Yo no sé bailar.
Se lo puedo repetir de nuevo.
No sé bailar.
No sé.


(Continuación)... Uno | Versión de impresión

 

 


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