Dramaturgo / Juan Claudio Burgos  

 

 


El cadáver

de Juan Claudio Burgos

El cadáver

Un hombre tendido, como cadáver, tiene las manos de mi padre. El pelo compuesto de la misma forma que mi padre. Gime, porque casi no puede hablar. Afuera el ruido. Adentro su cuerpo tendido.

El hombre: vengo de un cielo gris. De un cielo como suele ser el cielo de Santiago. Bajo de mí, llevo escondido otros hombres. Hombres que entran y que salen. Parezco prócer. Parezco mural. Parezco pancarta. Parezco bandera. Parezco pedestal, bronce, mármol, piedra. Ahora que me muero, parezco. Los hombres que llevo dentro son mis hijos. Son todos mis hijos. Los hijos se me salen por la cabeza, después del disparo. ¿Pueden verlos? Son hileras como hormigas. Como bichos propios del estado de pudrición en que voy entrando. Son hombres pequeños. Sus manos son anchas, pequeñas. Ahora que estoy con el surco de una bala atravesada en mi cabeza, veo mejor, siempre después de la muerte se ve mejor. Tengo que morir para mejor aprender. Todavía me paseo por los corredores. No llevo metralla, ni chaleco, ni casco. ¿Quién me habrá retratado así? ¿Quién engaña aquí, quién engaña? Entra la parafernalia, la señorita parafernalia a mi diestra y a mi siniestra. Sobre una camilla de campaña me suben. Con un poncho artesanal me cubren. La supuesta autora de la fotografía anónima me vuelve a tomar una instantánea. Miles de instantáneas. Ahora, justo en este momento puedo saber quién realmente soy. La chica con gafas, me interroga con el lente, no puedo hablar, no se da cuenta, señorita, que ahora no puedo hablar. Me interroga, me interroga, me pregunta hasta el cansancio, hasta decir basta. El golpe de la portezuela corta su palabrerío. Me quedo en silencio. El mar queda cerca.

Aparece la parafernalia. Saluda al hombre. El hombre no responde ni tampoco se mueve. La parafernalia, toma el cuerpo del hombre, lo deposita en el mar. Toda la poesía es rota por sonidos cortantes de helicópteros.

La Familia

Una muralla divide lo que es cielo de lo que es infierno. Arriba aviones. Abajo una madre. Bajo su delantal, dos muchachos. La mujer aúlla.

La Mujer: Es el cielo otra vez, ¿cierto? El cielo que de nuevo se abre, ¿cierto? El cielo de nuevo caga mierda, ¿cierto? Hasta cuándo, hasta cuándo, hasta cuándo. Tienen que cubrirse más. Con plástico, con papeles, con lo que tengan. Pese a que distamos casi veinte kilómetros del epicentro, me llega el olor, el olor y la mierda. Lo tengo dentro de las narices, y de ahí, dentro de todo lo que ven es mi cuerpo. Quiero escupirlo, pero no sirve de nada. Sienten ese olor, mis pequeñajos. ¿Lo sienten?

Los pequeñajos no responden sólo tiritan.

La Mujer: Pese a que aquí no hay nadie. Esto es un potrero. Pisamos tierra sólo nosotras y digo nosotras, porque ella es Javierita y la más pequeña, Paulita. Sólo nosotras. Nadie más. Si ya no es sólo el olor. ¿No lo ven, mis hijitas queridas? Troya se ha perdido. El caballo no ha servido de nada. Las mujeres que íbamos dentro fuimos sofocadas por el fuego y la metralla y la mierda y los orines. No queremos fotografías. No queremos fotografías. Fotografías no, por favor, señorita. Las mujeres ahora no servimos de nada, hijitas mías. Sólo dormir bajo el fusil. Arriba el fusil, abajo nosotras, mis pequeñas. Al lado el fusil y ahí nosotras. No lloren, por favor, no lloren. El olor va a pasar. El ruido va a pasar. El humo va a pasar. Todo, todo, todo. Sí, también el frío. Hay veinte kilómetros de distancia. El terror no es eterno. El terror también sufre cansancio. La mierda no dura cien años.

La Cena

Hombre: ¿Sabes qué pasa?
Mujer: No sé, no sé.
Hombre: Esto cada vez está más desabrido. Dame algo, por favor.

La mujer hace lo que le piden. El hombre mira el televisor.

Hombre: Que se callen, no puedo escuchar. Que se callen.
Mujer: Yo podría servirte lo que me pidas. Te puedo servir todo. ¿Qué
necesitas? Necesitas demasiado. Puedo traer más. Llenar la mesa de fruta. Me puedo ofrecer. Darte a mi hijos más pequeños, son pequeños.

El hombre sale. Se vuelve en forma repentina al cuadro de la mujer en la muralla. El cielo es nuevamente gris. Se apaga la pantalla. Un avión planea en retirada.



Santiago, 10 de septiembre de 2003.-




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