Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


El Lazarillo de Tormes

de Isidora Aguirre

Segunda parte

Los del coro tienden, al fondo, un lienzo con un grabado de la ciudad de Toledo, siglo 16, o algo que la identifique. (Puede ser un esbozo basado en tela del greco).
Entra Lázaro, cabeza vendada aún, y tiende su mano, algunos del coro le dan una moneda.

Lazarillo: y ahora os digo cómo asenté con mi tercer amo, y lo que con él me acon­teció. Mientras sanaba de la herida que me hizo el clérigo, las buenas gentes se compadecían y algo me daban. y así, andando y gastándome los pies, que chinelas aún no cono­cía, llegué a la insigne ciudad de Toledo. (Se detiene ante el afiche de Toledo y tira lejos la venda) y las gentes, viéndome ahora, sano, me decían:
Uno del coro: Limosna piden los ancianos y los enfermos.
(Sale)
Otro del coro: eres joven, ¡búscate un amo a quién servir!. (Sale)
Lazarillo: y yo me preguntaba ¿dónde hallarlo si dios no lo cría para mí? y tompéme, entonces, con un gentil escudero.

Se muestra el escudero: aunque no es muy elegante, se planta ante el público con actitud vanidosa: con aires, de gran señor, se pavonea como un pavo real, luego echa a andar. Se detiene al ver a Lázaro:

Escudero: muchacho ¿acaso buscas un amo?
Lazarillo: sí, mi señor.
Escudero: vente tras de mí: dios te ha hecho merced.
Lazarillo: viéndole el porte, le seguí sin más. y crucé media ciudad a la siga de este mi nuevo amo.

En marcha simulada caminan ambos, el escudero con gran ánimo, Lázaro empieza a dar muestras de cansancio, (puede haber acompaña­miento de música).

Lazarillo: ¿necesita mi amo hacer alguna compra?, con gusto cargaré lo que sea.
Escudero: (sonriente) no por ahora, muchacho. (Sigue caminando)
Lazarillo: le vi entrar por una puerta de iglesia, y allí se tardó más de una hora. le seguí, sintiendo aquella tristeza que produce el hambre, y al ver que nada compró, me dije: ha de tener los manjares en su casa, pues su aspecto y su traje indican un buen vivir.

Mientras ellos caminan en primer plano, los del coro colocan, al fondo, una caja larga que cubren con ropas el lecho del escudero que marca el lugar de su casa.


Lazarillo: se detuvo, al fin, frente a una lóbrega casa. Entró allí como si su vivienda fuera un palacio, con gesto altivo se despojó de su capa.
Escudero: (dejando la capa sobre la caja) ¿tienes limpias las manos?
Lazarillo: sí, señor, de cuando bebí en la fuente.
Escudero: toma mi capa y antes de doblarla, ayúdame a sacudirla. ponla luego sobre la cama. (indica la caja y se sienta sobre ella, cruzando las piernas con finura) di, ahora, qué has hecho de tu vida hasta que te encontré.
Lazarillo: nací en una aldea de salamanca... ¿no deseáis que os caliente la cena?
Escudero: no todavía. Prosigue.
Lazarillo: fui mozo de ciego y de un clérigo... ¡con el que aprendí a prepa­rar platos muy sabrosos! decid donde se halla la cocina, que yo, presto...
Escudero: (interrumpiendo) ¿qué años tienes?
Lazarillo: diecisiete tenía, cuando mi madre me encomendó al ciego, y van ya... ¿acaso no vive nadie en esta casa tan grande? algún otro criado... ¿un cocinero, tal vez?
Escudero: tú, mozo ¿no has comido?
Lazarillo: (alegre) no, señor, pero con cualquier bocado me contento.
Escudero: pues, yo sí. Pásate como puedas y a la noche cenaremos.
Lazarillo: (triste) sí, señor. No debéis preocuparos por mí. No me fatigo mucho por comer. Apenas lo hago.
Escudero: virtud es ésa por la que os querré yo más. Hartarse es de puercos, comer con mesura es de hombres de bien.
(sale)
Lazarillo: maldita sea la bondad que todos mis amos hayan en pasar hambre. Pero algo me queda, de las limosnas que me dieron.

Saca de sus ropas unos trozos de pan y come. vuelve el escudero y se queda un instante mirándolo comer.

Escudero: ¿qué comes? por mi vida... parece pan.
Lazarillo: no muy fresco, mi amo.
Escudero: (tomando de su mano el trozo más grande) ¿estará amasado con manos limpias? probando se sabe. Confío en que así sea, pues soy estricto tocante a la pulcritud. (Come, Lázaro lo mira, asombrado). ¿Tienes más?
Lazarillo: no, señor, era todo. (El escudero le tiende una jarra) no, gracias, no bebo vino.
Escudero: es agua del río, bebe sin temor. y ahora ve cómo hacer esta cama. (quita las ropas de la caja, Lázaro lo observa atónito) mira, para que aprendas.
Lazarillo: sí, mi amo. Más, decid dónde guardáis las mantas.
Escudero: ¿mantas? frío no padezco.
Lazarillo: (golpea sobre la caja) ¿no os parece muy dura, así?
Escudero: es más saludable. Puedes echarte a mis pies.
Lazarillo: lástima me da veros dormir sin cenar, mi amo. Puedo ir hasta la plaza por un pollo...
Escudero: de aquí a la plaza hay gran trecho. y peligro de ladrones. Pasemos como podamos hasta mañana que, venido el día, dios hará merced. (Se tiende en la caja, se acomoda para dormir)
Lazarillo: sé pasarme una noche, y aún más, sin comer.
(Se echa a sus pies, para dormir)
Escudero: (entre bostezos) así vivirás más... y más sano. (Ronca)
Lazarillo: (se incorpora y va hacia público), entonces ¡nunca moriré, pobre de mí, porque he guardado, celosamente y por fuerza, esa regla!, pero en mi amo el hambre no parecía hacer mella. despertó muy alegre, y me enseñó su espada. (el escudero se levanta, blandiendo su espada con garbo)
Escudero: no diese mi espada por todo el oro del mundo: me obligo con ella a cercenar un copo de lana.
Lazarillo: ¡Mejor cortar un buen trozo de carne!
Escudero: Mira por la casa en tanto voy a misa. Harás la cama y luego irás al río por agua. Cierra con llave, que nadie hurte alguna cosa. Deja la llave en el quicio, por si vuelvo antes que tú.
(Se pone la capa y se aleja, digno)
Lazarillo: (Ventilando las ropas con aire despectivo) quién le viera con tal porte y altivez, pensara que es pariente del conde de arcos. O al menos, un camarero que le da el vestir. Gran­des secretos son, mi dios, lo que hacéis, y que las gentes ignoran. Así es que me fui, calle abajo, buscando el río, diciéndome entre mí "cuántos de apuestos habrá por el mundo, que padecen, por la honra, lo que por vos, señor, no sufri­rían. (Sale con la jarra)

Entran dos vendedoras, trajes escotados y muy coquetas. Traen un lienzo azul que tienden, simbolizando el río. Un actor con ramas verdes, como "arbusto", se instala junto al río. Las vendedoras entran cantando una canción del romancero:

Vendedoras: de los álamos vengo, "maree",
De los álamos vengo,
De ver cómo los menea el aire
De ver cómo los menea el aire...

Se sientan a la sombra de las ramas verdes, junto al río: comen de lo que hay en la cesta, ante la mirada melancólica de Lázaro. Lo llaman al verlo:

Vendedora 1: Ven acá, mocito. ¿Deseas comprar algo? un pollo, pan...
Vendedora 2: ¿Que no es el nuevo criado del escudero?
(Ríen ambas)
Vendedora 1: Eh, tú ¡ven acá! (el se acerca) mira por entre las ramas. El que está en la otra orilla ¿no es tu amo?
Lazarillo: A fe que sí...
Vendedora 2: Retozando con dos mujeres de "aquellas"... (Ríen) ¡Bien se ve que no son del lugar y que no lo conocen! pues ésas espe­ran, de un hidalgo al que conceden sus favores, ¡que él, por lo menos, las invite a almorzar!
(siguen riendo)
Vendedora 1: pero con tu amo van perdidas. ¡Dicen que del aire vive!
Vendedora 2: su porte es gentil y finos sus modales, pero cuando le piden de comer, sufre unos calofríos, y el pobrecillos se retira, pretextando un súbito mal. (ve la mirada de Lázaro, fija en la cesta) carta de hambre tienes. Coge un pan. (el lo hace, le tiende algo, envuelto) y también, esta uña de vaca.
Lazarillo: ¡dios os bendiga, bellas mozas!

Se van ellas y de las ramas, llevándose el lienzo. se alejan cantando la misma canción "de los álamos vengo..." lázaro sale y vuelve a entrar, lleva­ndo la jarra. la luz se ha vuelto lóbrega; el escudero se instala en su cama.

Escudero: vaya, aquí estás. Antes vine, y al ver que no llegabas, comí.
Lazarillo: fui por agua al río, señor. y al encomendarme a las buenas gentes, me han dado lo que veis. no tengáis pena por mí. (Va hacia el rincón y se dispone a comer)
Escudero: come, pecador, que más vale pedirlo a dios, que no hurtarlo. Sólo te ruego que nadie se entere que me sirves. por lo que a mi honra toca. (Se ha levantado y da vueltas a su alrede­dor, mirándolo comer) ay, Lázaro, tienes en el comer una gracia tan divina, que cualquiera al verte, se tienta de probar.
Lazarillo: (aparte) lo que he padecido, me hace bien entenderlo... (A él) señor ¿quisierais probar esta uña de vaca?
Escudero: ¿uña de vaca? no hay manjar que tanto me deleite. y con pan ha de saber mejor. (Se abalanza a tomar ambas cosas, y se sienta a comer junto a él) tu cena me sabe como si en todo el día no hubiese probado cosa alguna! (bebe agua) y ahora ¡a dormir, contentos!
(se acuesta)
Lazarillo: este es pobre, me dije, y nadie puede dar lo que no tiene. El ciego y el clérigo, con darles dios tanto, de hambre me mata­ban. En cambio a éste, pobrecillo, ¡darle ayuda es menester! así es que a él, me holgué yo en bien servir. Sólo me incomo­daba su presunción, y esa fantasía de sentirse gran señor. Los que con ese mal nacen ¡con ese mal han de morir! (pausa) viviendo el escudero tan frugalmente, y en tan oscura vivien­da, un día me pasó un chasco. Iba calle abajo y me topo con un entierro...

Entran los del coro, componiendo un cortejo fúnebre, llevan un muerto y preside el cortejo una mujer envuelta en velos negros, lamentándose:

La enlutada: Ay ay ay... triste de mí... marido y señor mío ¿a dónde te llevan?, ¿a la casa lóbrega y desdichada, donde nunca comen ni beben? ay ay ay, triste de mí...

El cortejo cruza, saliendo de escena y Lázaro corre a la casa del escudero que está leyendo, sentado en la cama.

Lazarillo: ¡Pena y miedo me da de mí... y de vos, señor!
Escudero: ¿Qué hay, mozo? ¿por qué das voces y trancas así la puerta?
Lazarillo: Señor, ¡nos traen aquí un muerto!
Escudero: ¿un muerto, a esta casa?
Lazarillo: calle arriba viene un entierro, y la viuda viene diciendo: "¿a dónde te llevan, marido y señor mío?, ¿a la lóbrega casa donde nunca comen ni beben? (el escudero empieza a reír) no riáis, señor, que ya se acercan...
Escudero: aunque no tengo motivos para reír... ¡no puedo dejar de ha­cerlo... (Riendo más y más) ay, Lázaro... ¡qué gracia!
Lazarillo: no veo la gracia, señor, que ya entraron a esta calle...
Escudero: a esta calle que lleva hacia el mausoleo... (Riendo) más, según la viuda va diciendo, ¡razón tuviste para pensar lo que pensaste! (sale, empujando el camastro)
Lazarillo y así pasaba el tiempo, con mi pobre tercer amo. Aunque aseguraba tener posesiones en valladolid, no podía regresar, decía, porque allá un caballero mal lo miró. O mal lo saludó, y cuidaba él de su honra más que de su vida. Lo cierto es que no tuvo cómo pagar el alquiler y huyó de Toledo. Así es que, esta vez, no dejé yo a mi amo, él me dejó a mí.

Lázaro echa a andar, salen a su paso las dos vendedoras que se anuncian con su canción. lo toman del brazo para llevarlo fuera, mientras dicen:

Vendedora 1: no te aflijas, mozo, que tenemos un pariente que precisa un criado. (Salen y Lázaro vuelve a entrar: trae unas chine­las en su mano. se dirige a público)
Lazarillo: era éste un fraile trotamundos, al que poco le duré. Sólo me dio en pago este par de chinelas, harto usadas... y así lle­gamos a mi quinto amo, el vulneró.
(Se sienta en un extremo, y entran los del coro y entre ellos, el buldero)
Los del coro: vedle aquí, al buldero, un comisario encargado de vender las bulas. (El buldero enseña unos pergaminos enrollados)

son las bulas, escritos que dan indulgencias para ganar el cielo a quién las compra, y provienen de la más alta autoridad de la iglesia.
Buldero: ¿alguien desea comprar?
Los del coro: ¡es un pillo redomado, un sinvergüenza!
¡un negociante!
Buldero: Negocio es, pero ¡cosa santa! con el dinero viven los reli­giosos y los cautivos cristianos. ¿Alguien desea comprar?
Los del coro: un comisario que vende bulas falsas o verdade­ras, pero ¿quién de ellas saca mejor provecho?
¡el, sin duda!
que aunque entregue algo a la iglesia, ha de tener él la mayor parte.
o se las ingenia para fabricar bulas de su cosecha, y siempre anda informándose si los fieles hablan latín, que de no ser así suelta él unos sonidos que lo imitan, adoptando aires píos, para mejor vender las bulas

Los del coro se retiran hacia el fondo,

Lazarillo: en fin, del buldero, mi quinto amo, os contaré algunos casos.
Hallándome en una iglesia de Toledo, lo vi hacer sus acostumbradas diligencias: nadie quería tomar sus bulas y andaba él dado al diablo. Aquella noche cenó con el alguacil y luego, se dieron a reñir a la vista de los que allí estaban.

Uno del coro, como alguacil, acercándose al buldero, lo amenaza con su espada. el buldero toma un palo y pelean

Buldero: ¡os digo, alguacil, que sois un ladrón!
Alguacil: ¡y vos, un falsario, un desvergonzado falsario!

Pelean, más haciéndose el quite que dándose de golpes. Los del coro tratan de separarlos y Lázaro da cómicos brincos para evitar golpes. Finalmen­te, salen, peleándo­se y Lázaro habla a público:

Lazarillo: La mañana venida, mi amo el buldero mandó tañer misa y anun­ció un sermón para "despedir", dijo, la venta de las bulas y el pueblo acudió...

Los del coro traen un telón con gente pintada y se colo­can delante, como fieles, para dar la impresión de un mayor número. el buldero trae un cubo sobre el que sube, a modo de púlpito. Para hablar a los fieles. Lázaro se queda en un costado, estalla música de órgano, religio­sa.

Alguacil: (sube al "púlpito") buenas gentes que habéis acudido a la iglesia, oíd unas pala­bras de vuestro alguacil. (Indicando al buldero), este echa­cuervos que os predica sobre el beneficio de sus bulas, me pidió anoche que lo favoreciese en el nego­cio de las ventas para luego partir las ganancias. (Los fie­les hacen aspa­vientos, dejan escapar unos oh y ah de sorpre­sa) más ágora, vis­to el daño que esto hacía a mi conciencia, y a vuestras bol­sas... ¡arrepentido estoy! y esto declaro: ¡sus bulas son todas falsas! ¡lo juro por mi vara de alguacil!
Unos fieles: ¡no es posible! ¡Miente el alguacil!, ¡fuera el alguacil!
Buldero: (aire piadoso) calma os pido. señor alguacil... ¿algo más queréis agregar?
Alguacil: harto más hay que decir de vos y de vuestra falsedad.  Más, por agora, basta.
(baja del púlpito)
Buldero: (sube al púlpito. ojos al cielo:) señor dios, a quién nin­guna cosa es escondida, tú sabes cuan injustamente estoy siendo afrentado. En lo que a mí toca, lo perdono, más no perdono la injuria que a ti te hace, pues, por culpa de este alguacil, más de alguno que pensaba tomar de estas santas bulas para recibir tus indulgencias, dejará de hacerlo, con lo que per­derá su alma este gran beneficio. muestra aquí que puedes hacer un milagro, señor: si es verdad lo que este hombre ha dicho de mí, ¡que se hunda conmigo este púlpito! más, si miente ¡haced que entre en él demonio!

El alguacil cae al suelo y se retuerce, profiriendo alaridos. Los fieles se acercan para calmarlo, él le da de puntapiés.

Los fieles: ¡el señor lo socorra!
poseído del demonio parece!
ya vimos que era falso este hombre... señor buldero, rogad a dios por él...
sí, presto, hacedlo!

El buldero se le acerca y dice, simulando nobleza:

Buldero: dios manda que no devolvamos mal por mal, ¡de rodillas! cantemos las letanías.

Se arrodillan. En una grabación, se escuchan unas leta­nías como en un murmullo. Habla el buldero sobre el murmullo de las letanías:

Buldero: ¡señor, no queremos la muerte de este desdichado pecador. ¡Védele, arrepentido! dadle salud, para que confiese, públicamente, su pecado. Lázaro, dame una bula. (la recibe y la coloca sobre la cabeza del algua­cil, que sigue en tierra, retorciéndose: en el acto, éste se calma, entra las excla­maciones de sorpresa de los fieles y sus alabanzas: "dios sea loado, se calma, milagro, milagro"...)
Alguacil: ¡perdón, perdón!. ¡Confieso haber dicho, cuánto dije, sólo por haceros daño a vos... (Besa las manos del buldero) ¡y a todos! pues, el demonio se regocija dejando a estas buenas gentes sin las indulgencias de vuestras santas bulas. Perdón, perdón... (Se golpea fuertemente el pecho)
Los fieles: señor buldero ¡perdonadlo!
sí, sí, compadeceos...
perdonadlo, y todos tomaremos vuestras bulas.
Buldero: ¡así sea!, poneos en fila. Lázaro, traed las bulas, y sin atropellarse, que para todos hay.

Mientras ellos se ponen en fila y el buldero les va dando, contra unas monedas las bulas que lázaro le pasa, éste va hacia un extremo. Se escucha, distorsionada la misma música religiosa del inicio. Mientras salen los fieles, habla a público:

Lazarillo: y las vendió con tanta prisa que no quedó ánima viviente sin la suya. Más, luego, vi al buldero y al alguacil reír y feli­citarse por el buen negocio, repartiendo las ganancias.

El buldero y alguacil, se abrazan, riendo, y se reparten el dinero. Sale el alguacil.

Lazarillo: mi amo, ¡espantado me teníais con vuestros poderes!, y ahora veo que el alguacil y vos... (Calla)
Buldero: ¡vaya! ¿Tan bien fingimos que te lo creíste? ay, muchacho... ¡si desde la riña de anoche en la posada, el alguacil y yo estábamos de acuerdo. ¡Y a fe que nunca coloqué tantas bulas!, y no te parezca, Lázaro, que el engaño es pecado, por ser las bulas cosa santa. Pues, siendo también, negocio ¡hemos de usar el ingenio! (cordial, poniendo su mano sobre el hombro de Lázaro, que lo mira con recelo), mira tú cómo estos fieles, que se dicen buenos cristianos, pretenden ganar el paraíso sin que nada les cueste. Más pecan ellos por incrédulos e indiferentes a las cosas de dios, que yo por usar algunos ardides.
Lazarillo: de modo que, mi amo... (empieza a reír, contagia al buldero, ríen por un momento. luego el buldero le hace señas que le mantenga el secreto, llevándose los dedos a sus labios. el asiente, sin dejar de reír. sale el buldero. Lázaro vuelve a hablar a público). Confieso que me hizo gracia aquel "mila­gro", y por cinco meses anduve ayudándole en su negocio. me daba buen trato, con la sola condición que no delatase sus ardides. Y yo me decía: "¡cuántas de estas farsas han de an­dar haciendo los burladores, a expensas de los inocentes fieles!". (Se retira)

Con una música animada entran los ropavejeros, con unos carritos de los que cuelgan las ropas y otros artículos.

Los del coro: ropa, los ropavejeros, ropa, los ropavejeros, usada está, más aún luce bien...

Lázaro entra y ellos empiezan a vestirlo:

Los del coro: y como Lázaro recibiera del bul­dero un buen pago, tuvo ganancias...  ganancias que al fin, él logró poner a buen recaudo...
Lázaro: con lo que logré al­canzar buena vida, y vestir honradamente... de los ropavejeros (se pavonea con jubón y calzas) jubón viejo, sayo raído, pero de magas trenzadas. ¡y capa!
(se la ponen y le tienden una espada)
Un ropavejero: Es de las primeras espadas de Cuellar. Te la doy mozuelo, casi por nada.

Lázaro paga de su bolsa. Una mujer sostiene ante él, un espejo. Se mira y da vueltas, dichosos, blandiendo la espada. Salen los ropavejeros.

Lazarillo: y desde que me vi en hábitos de hombre de bien, dejé a mi amo el buldero, y me contrató un alguacil para que, gracias a mi honorable aspecto, tomase con él, lo que llaman ¡oficio real!

Se escucha el canto de la madre, al inicio de la obra:

"es por vos si tengo vida
si muero vos lo causáis
Pues, muerte y vida me dais,
Ved con cuál sois más servida..."

Lazarillo: (embelesado) ¿estoy soñando?, (se pellizca) la canción de mi bendita madre... (Entra la criada, una hermosa muchacha que trae una cesta con ropa. Lázaro la mira embobado). ¡Qué hermo­sa!, mi madre me la envía para que tiente con ella fortuna, (se le acerca y toma la cesta para ayudarla) bella moza, permitid que...

Criada: dame acá! (se la arrebata)
Lazarillo: pesa mucho para vos.
(La vuelve a tomar)
Criada: (quitándole la cesta) de nadie me fío... ¿quién eres?
Lazarillo: lo mismo te iba a preguntar. Pero, sólo sé que mi madre te envía. (ella intenta seguir su camino, él se le pone delante), di ¿tienes marido?
Criada: eso ¡sólo a mí me incumbe!, apártate que voy a lavar al río.
Lazarillo: aguarda: lo pregunto con sana intención. Deseo casarme.
Criada: allá tú.
(Quiere salir, él le cierra el paso)
Lazarillo: no has entendido.
Criada: pues... marido no tengo, pero sí, un amo. (Voz dulce, enamor­ada) a quién respeto, y quiero.
(sale)
Lazarillo: ¡oye!. ¡Un amo no es un marido! (sale tras ella. luego vuelven a entrar ambos por el otro extremo, mientras alguien del coro tiende el lienzo azul para el río), ¡espera, moza!­ tengo vein­tidós años cumplidos, un cargo que me honra, salud no me falta...

Ella se esconde, él la busca, mientras le habla, ella ríe y cuando él sale a buscarla, entra y se instala junto al río y empieza a lavar ropa de la cesta.

Lazarillo: y no soy tan mal parecido, si sabes mirar... en fin, que esto te digo y me debes escuchar, luego. ¡Lo tomas o lo dejas!
Criada: lo que digas ¡que sea pronto!, tengo prisa.
Lazarillo: soy hombre que pudo salir de adversidades y peligro ¡y que logró llegar a buen puerto! pues, dios me quiso alumbrar: supo guiarme hasta el alguacil. y él me convirtió en hombre "de justicia"... ¿me escuchas?
Criada: no me pregunta el arroyo si quiero oir sus aguas correr, pero igual lo escucho.
Lazarillo: ya veo ¡eres desdeñosa!. ¿Y, te pregunta el arroyo si le quieres bien?
Criada: ¡aléjate!
Lazarillo: (al público) esquiva es la moza. Y seria. Mi madre bien supo escoger. (A ella) te digo que me procuré "oficio real". ¿Qué me dices?
Criada: pues... bien está. Que sin oficio real, ¡no hay quien medre!
Lazarillo: vaya si la impresioné... (A ella) y vivo en paz, y al servi­cio de dios... (Con una reverencia) ¡Y de vuestra merced! a eso ¿nada dices?
Criada: digo que así tan fino hablan los hombres ¡antes de tomar esposa! ¡Luego de palos le dan!
(retoma el lavado)
Lazarillo: ¡dios me guarde de ello! si con los hombres soy rudo ¡con las hembras, dulce!
Criada: y ¿cuál es aquel oficio real?
Lazarillo: pregonar los vinos que en Toledo se venden. También pregono las cosas perdidas. Acompaño a los que persigue la justicia, proclamando a voces sus delitos. En buen romance, bella moza, mi oficio es el pregonero.
Criada: no está mal. Pero, no es demasiado.
Lazarillo: en mi caso, sí. Pues todos los asuntos que a este oficio tocan ¡por mis manos pasan!
(le toma una mano, fingiendo que le ayuda a retorcer los paños)
Criada: pero no pasarán por ellas mis dedos ¡atrevido!. (lo golpea con el paño que retuerce. Se levantan ambos para salir)

Lazarillo:
perdona, ¡no me percaté de ello. En fin, te decía, que aquel que quiere vender su vino, o lo que fuere, si Lázaro de Tormes (se indica y saluda) no entiende de ello, ¡provecho no sacan! (lo dice con tanto orgullo que mira ante sí y no se percata que ella se esfuma. mira, desconcertado, luego excla­ma) ¡vete con dios... o con el diablo, moza arisca!

Entran los del coro y preparan la escena siguiente: instalan una mesa y dos escaños

Lazarillo: triste me quedé, sin saber que mi madre velaba por mí, pues cuando entré en casa del señor arcipreste, que me mandó llamar, escuché nuevamente su canción...

Se escucha la voz de la criada, que ahora llamaremos Catalina, cantando, la estrofa siguiente de la canción:

Escoged, pues, escogida
Vida o muerte, cual queráis.
Pues muerte y vida me dais
¡Ved con cual sois más servidos!

Entra el arcipreste, y se instala a comer, en la mesa. Lázaro lo mira desde un extremo. lo ve el arcipreste:

Arcipreste: Lázaro de Tormes, acércate. (Le indica el escaño frente a él, Lázaro se sienta. el escucha atento, el final de la canción,) he visto, mozo, tu buen vivir. Noticias de tu persona tuve por el alguacil que te tiene en gran estima. Sé que mis vinos pregonas. Me han hablado de ti, pero quisiera oír algo de tu boca. (Ha entrado Catalina, él la mira). ¡Lázaro!
Lazarillo: ¿sí, señor arcipreste?
Arcipreste: digo que quisiera oír algo de tu boca.
Lazarillo: ¿sobre qué, señor arcipreste?
Arcipreste: sobre tu persona
Lazarillo: ¡no faltaba más!. (Sigue pendiente de Catalina, que con gestos de desprecio, sirve la mesa al hablar la mira a ella), mucho me honra, vuestra merced. En pocas palabras, siempre me arrimo a los buenos, para que el señor... y las gentes, me quieran bien. Pues gente arisca y desdeñosa... abunda.
Arcipreste: ¿a quién serviste, antes de entrar a este oficio real?
Lazarillo: a dos o tres amos, que no muy buen trato me dieron. tanto así que el hambre me perseguía, pero debo decir que: ¡de todos, mucho aprendí!, así es que ágora estoy en mejor camino.
Arcipreste: con la ayuda de dios, hijo mío. (ha salido Catalina)
Lazarillo: lo iba a decir, su merced: con la ayuda de dios.
Arcipreste: mi criada parece ser de tu agrado.
Lazarillo: (hipócrita)... ni siquiera he tenido lugar a verla, señor, por atender a vuestras palabras.
Arcipreste: hijo, mírala bien, pues si te hice venir, es porque con ella deseo casarte.
Lazarillo: (se atora y vuelva el vino que bebe) ¿ca... asarme?, ¿con aquella que entra y sale, sirviendo la mesa?
Arcipreste: ¿no os place?
Lazarillo: señor, de una persona tan santa como vos ¡sólo puede venirme bien y favor!, ¿quién soy yo para negarme? más... ¡está la mo­za de acuerdo?
Arcipreste: por fuerza habrá de estarlo. ¡Catalina! (entra Catalina. trae una bandeja, se queda quieta, ojos bajos) este es el marido, del que hoy, temprano, te hablé.

Ella deja caer la bandeja: Lázaro se inclina y la ayuda a recoger, buscando sus ojos, ella esquivándolo. Sale

Arcipreste: (levantándose), dispuesta está la moza... bastará una breve ceremonia. Y cuanto antes, mejor. ¡Catalina! (vuelve ella entrar), ¡Lázaro!, tenéis desde ya mi bendición conoceos de prisa el uno a otro. Para ello ¡solos os dejo! (Sale)

Mientras los del coro retiran mesa y escaños, Catalina y Lázaro se quedan quietos al centro, inmóviles. Luego él intenta coger su mano, ella lo esquiva. el lo vuelve a intentar, ella se deja. el vuelve la cabeza, lo mira, nuevamente se quedan quietos, frente a frente:

Lazarillo: ¿Cómo te llamas, moza esquiva?
Catalina:... mi señor. (El la mira, sorprendido) señor mío...
Lazarillo: pues yo te llamaré "esposa" (dichoso, toma sus manos), ¡a fe que bien me ha casado el señor arcipreste... y la madre mía!, juro que no me he de arrepentir, ¡que sea lo que dios quie­ra!

Simulando una ceremonia de boda, los del coro entran, le ponen a ella velo y corona, cantando su canción:

Es por vos si tengo vida
Si muero, vos lo causáis
Pues muerte y vida me dais
Ved con cual sois más servidas
Escoged, pues, escogida
Vida y muerte, cual queráis
Pues muerte y vida me dais
¡Ved con cual sois más servidas!

Estalla una música de baila de la época y danzan en torno a los novios, animadamente. Luego salen todos, menos Lázaro que se adelanta para hablar a público:

Lazarillo: y ansina, para bien o para mal, dichoso me casé con ella. Con más prisa de la que entender pude, se hinchó su vientre y algo se agrió su carácter. Más no estoy en modo alguno, arre­pentido. Allende de ser mi esposa buena, diligente y servi­cial, tengo ágora, en mi señor arcipreste, gracias a ella por haber sido criada suya, todo favor y mucha ayuda. Siempre en el año, le da él una carga de trigo por sus pasados servicios le corresponde, otros alimentos y las calzas viejas que a mí bien me calzan.

Los del coro han dispuesto la mesa y escaños a otro costado, para la casa de Lázaro. Entra Catalina y dispone la mesa, Lázaro se sienta a comer. Asoman dos vecinas y cuchi­chean a es­paldas de Lázaro, Catalina que algo escu­cha, saca un pa­ñuelo y llora.

Lazarillo: ¿qué quieren esas vecinas, mujer?
Catalina: a mí se allegan, esposo, para hacerme sufrir
Lazarillo: ¿cómo así?
Catalina: Vienen a contarme, cada día, que la gente murmura, porque mi señor arcipreste nos alquiló esta casa, contigua a la suya...

(el llanto le impide continuar) 

Lazarillo: no has de prestar oído a lenguas necias.
Catalina: es que dicen que no está bien que domingos y fiestas, comamos en casa del señor arcipreste.
Lazarillo: murmuradores sobran, Catalina.
Catalina: es que ¡hasta la posadera ha dicho mal de mí, esposo!
Lazarillo: vaya ¿y qué tiene ella que decir?
Catalina: pues, que no-sé-qué, y que-si-qué...
Lazarillo: ¿que, qué... ?
Catalina: vergüenza me da.
Lazarillo: dilo.
Catalina: (con temor, de pié tras él) dicen que, siendo yo casada con­tigo, y no ya sirvienta de mi señor arcipreste, no está bien que siga entrando a su casa para tenderle la cama o servirle a la mesa. (Rápido con no disimulada satisfacción). ¡Por mucho que él tenga de mí costumbre, y por otra no quiera ser servi­do! (con voz lastimera otra vez), que no soporto las maledi­cencias... ay, cuidada de mí!
Lazarillo: no temas: yo, contigo, contento estoy, cata. (Ella, conten­ta, sale. Lázaro se adelanta. a público). Aunque en este tiempo, la verdad, siempre he tenido una que otra sos­pecha. y he habido unas malas cenas por esperarla... y cier­tas noches ¡hasta los laúdes!, pero no me aflijo por tan malos pensamientos, seguro que el diablo me los procura, por verme mal casado y no sacar provecho de ello, pues ¡pues no maldi­go de ella, ni de mi casamiento, porque...
(entra Catalina)
Catalina ¿por qué, mi esposo... ?
Lazarillo: porque, allende ser tú buena mujer, mi señor el arcipreste mucho me ha prometido y sé que cumplirá. Ante ti me dijo: Lázaro, quién ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrará. Vivirá solo amarguras.
Catalina: y añadió: digo esto, Lázaro, porque no me maravillaría en modo alguno, que vieras entrar y salir de mi casa a tu mujer... y recuerda que ella entra muy a tu honra y a la suya. Por tanto no mires a lo que digan, sino a lo que a ti te toca, esto es, a tu provecho.
Lazarillo: sí, lo recuerdo. lo dijo porque, en verdad, mis amigos, por no menos de tres veces, me han certificado de que, antes que conmigo te casaras...
(Calla)
Catalina: ¿por qué enmudeces? anda, di...
Lazarillo:... habías parido tres veces.
Catalina: (chillando) ¡ay de mí... ay de mí! ¡y ay de ti, Lázaro, que a repetir tan monstruosa calumnia te atreves!. ¡Maldito el día en que mi señor arcipreste me casó contigo!

Entran las comadres con sus ventanas y abriendo los postigos, preguntan:

Comadre 1: ¿qué ocurre, dios santo?
Comadre 2: ¿se han disgustado?
Lazarillo: vosotras, ¡fuera! que no dejáis vivir...
Comadre 1: ¿la golpeaste, mal nacido?
Comadre 2: que tuvo amores con el arcipreste, ¡calumnia es! ah... el señor arcipreste de su casa sale... (cierran postigos y se alejan)
Arcipreste: (entrando) ¿qué ocurre?
Catalina: (se echa a sus pies y besa su mano) ¡socorredme de las calumnias, mi señor!, le han contado, y él ha dicho que le han contado... que antes de casar con él yo... ¡parí tres veces!

   (llora a gritos)

Arcipreste: ¿eso te han dicho, Lázaro?
Lazarillo: ¡antes quisiera verme muerto, que haber soltado esas palabras, señor!
Arcipreste: calma, niña: ya ves que de lo dicho se desdice. Sabemos como cunden las malas lenguas. Pero él te quiere bien. (Acaricia su cabeza con ternura), y no tiene queja, que yo sepa. ¿La tienes, Lázaro?
Lazarillo: (triste y resignado) dios me guarde de tenerla, señor.
Arcipreste: y lo oyes: manso y sabio es tu marido. Dale, presto, la mano.
Catalina: antes jura que nunca en su vida lo ha de volver a men­tar.
Lazarillo: lo juro.
Arcipreste: ¿no le das tu mano, Cata?
Catalina: no.
Lazarillo: ¿qué de hacer, entonces?. Ya juré.
Catalina: di también que te honra el que entre y salga, de noche o de día, de casa de mi señor, pues seguro estás de su bondad.
Lazarillo: lo juro y vuelvo a jurar, si así quedamos todos contentos, y si viniese algún vecino a meterme mal con mi mujer, ¡que es la cosa que en el mundo yo más quiero, y la amo más que a mí... le diré que me hace dios con ella, mil mercedes y más bien del que merezco!. Que puedo jurar sobre la hostia... (Ve a Catalina mirando con amor al arcipreste)... y sobre la hostia...
Catalina: (voz suave) ¿qué ocurre "sobre la hostia", esposo?
Lazarillo: (desanimado) sobre la hostia, juro que es tan buena mujer... como vive dentro de las puertas de esta ilustre ciudad de Toledo, y ahora vamos a proseguir con la cena antes que más se enfríe... si no se opone el señor Arcipreste.
Arcipreste: más, si no os incomoda, quisiera que antes me sirviera ella la comida, Lázaro. Pronto estará de vuelta.


Sale, ella lo sigue. Entra un vecino y se acerca a Lázaro. Antes que el hable, él se levanta, enfurecido:

Lazarillo: ¡prudencia, vecino! a quién de mi mujer sospeche porque entre y salga, de día o de noche, de la casa del que fuera su amo, ¡yo me mataré con él! (el vecino huye, asustado. calmado, se adelante, al público), de este modo logré tener paz en mi casa, y no volví a oír cosa alguna del asunto, de lo que ocurra o pudiese ocurrir, pues... dios sabrá. ¡Date prisa, Catalina!
Voz de Catalina: ¡pronto llego, mi esposo, en cuanto termine de vestir a mi señor... que una gran fiesta se avecina!

Empieza a entrar la gente del coro, con atuendos para la la fiesta: traen póster del emperador Carlos quinto y el escudo de armas de Toledo, entonces ciudad principal.

Lazarillo: una fiesta para celebrar la entrada a Toledo, de nuestro se­ñor, victorioso en las guerras, el emperador Carlos quinto. Ya que en esta ciudad, tuvo él su corte.

Música de corte de la época:

Se inicia, muy animado el baile, en esta escena final, y cata baila con el arcipreste, muy enamorada. Lázaro la toma y baila unos pasos con ella, la deja para adelan­tar­se a hablar a público, vuelve ella con el arcipreste.

Lazarillo:... hubo aquí grandes regocijos y yo entre ellos anduve, pues me hallaba en mi prosperidad. Con energía y con maña... y con un poco de sabiduría (da una rápida mirada a Catalina y al arcipreste que al bailar se acarician) ... y no poca sabidu­ría, ¡­­­llegué, al fin, a buen puerto!, tanto que me creció una inci­piente barriga. (Saca barriga) lo que os prueba que cuan­do al pobre le llueven cuitas e infortunios ¡por fuerza ha de aprender... de quién lo maltrata! y si al­guien lo pone duda, ¡que den ellos testimonio por mí! (indica a los del coro)

Retoma la música (que ha bajado de volumen mientras él habla), para el canto y coreografía final. Cantan todos, con algunos solos, y par­tes habladas.

Coro: juzgadlo, pues al cuidado
y decidnos si a buen puerto
sin pecar, él ha alcanzado
y así ¡vivo está, y no muerto!
Lázaro: juzgad con benevolencia
Si antes hambre no hais pasado
Pues sabed que mi concien­cia,
mis astucias no han mellado
Coro: que ser pillo y caradura
Lazarillo no aprendiese
si a ello el hambre y vida dura
Empujado no lo hubiese.
Uno del coro: el que hereda noble estado
Aunque no háyalo ganado
Sin pedir
Tiene siempre, y de sobrado
¡Sin sufrir!
En cambio, el necesitado
Toma todo de prestado
¡Qué decir!.
Tiene en la cuna anunciada
¡Mal vivir!
Uno hablado: si tenéis fortuna adversa
Devolved maña por maña
y remad pronto y con fuerza
Antes que ella más se ensañe
Lázaro: (habla) por consejo de mi madre
Dos lemas me repetí:
Uno ¡arrímate a los buenos!
Otro ¿válete por ti!
Coro: más. No hay noche sin mañana,
¡No perdáis el buen talante!
¡No hay mal que dure cien años,
Ni habrá tontos que lo agua­nten!

Lázaro se echa al suelo y dice a público:

Lazarillo: y ya que a buen puerto he llegado ¡ágora me echo a dormir!

Los del coro lo levantan y lo van empujando, cantan:

El coro: ay, cuidado, por dios, ¡te­ned cuidado!
Que el que se echa a dormir
¡Pierde todo lo ganado!
Ay, cuidado, ay cuidado ¡por dios tened cuidado!
Uno y coro: cuídate de aquesto de­cir
Has de seguir alertado
No es cosa fácil vivir
Cuidado, cuidado, cuidado
que muchos están despiertos
y aprovechan tu dormir
Animo y sigue remando
Cuidado, cuidado ¡cuidado!
Lazarillo y de lo que aquí, en adelante, me sucediera... oportunamente os tendré informados... ¡por si a vosotros os pudiera servir
(guiña un ojo al público)

 

 

Fin de la obra


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