Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


El Lazarillo de Tormes

de Isidora Aguirre

Primera parte

 

Lázaro, llamado el Lazarillo, un muchacho, se presenta:

Lazarillo: Dicen que cuando la fortuna nos es adversa, remando se llega a buen puerto... pero, os aseguro, que no es fácil. Rogamos paciencia y atención porque ahora, entre todos, vamos contar la historia,

Entran los demás actores. Música y coreografía. Cantan:

Coro: El Lazarillo de Tormes
Le dieron a él por nombre
Naturales son sus padres
Son sus padres naturales
De la aldea de tejerse
En las orillas del río
Cuidaba el padre de su molino:
¡háblanos del río Tormes
Del que le dieron el nombre
Pues tú, madre, lo parías
Mientras el padre molía!
Ña madre: Al cumplir los ocho años
Sufre el primer desengaño
Su padre, por malas gentes,
Fue acusado, injustamente:
Por castigo le apresaron
Y a la guerra lo enviaron.
Coro: Leal súbdito, peleó
Y la vida allí perdió.
Hombre bienaventurado
Dios la gloria le haya dado

Lázaro: Por remediar su amargura
Con un negro piel oscura
Mi madre, triste, casó,
Lo que a mí pesar me dio.
Su color me sorprendía
Y el mal gesto que tenía.
Más, al ver yo que el comer
Mejoró con llegar él,
Sin asustarme su piel
Fusile yo queriendo bien.
Lázaro: (hablado) y hablando de mi negro padrastro, por él tuve la primera lección: un día vi a mi hermano, el negrillo que mi madre de él parió. Eché a correr asustado, al vernos a ella y a mi blancos y a su padre oscuro, gritando: "madre, el cuco, el cuco..." y él negro, riendo, me decía ¡hidepu­ta!... yo pensé: "cuántos hay en este mundo que de otros huyen porque a sí mismos no se ven".
Coro: No mucho duró el contento
De tener techo y sustento:
Las ganancias eran pocas
Donde había cuatro bocas.
Y ese negro enamorado
Al verse desesperado,
A robar presto acudía
Para el pan que nos traía.
¡Mal parado lo dejaron
Cuando un día le apresaron!

La madre y los del coro forman la posada, con mesón y una mesa y escaños al costado. la madre se instala tras el mesón a atender a los parroquianos, algunos del coro. Luego entra el ciego.

Lazarillo: pero mis andanzas y penurias empiezan cuando hube de apartar­me de quién me trajo al mundo esto ocurrió en una posada de salamanca, donde mi triste madre servía...
Madre: hijo, da de beber al cuidado ciego y arrímale un escaño.
Ciego: (por el agua que él le sirve) gracias. ¿Cómo te llamas?
Lazarillo: Lázaro me dicen, o Lazarillo.
Ciego: me agrada tu voz ¿qué años tienes?
Madre: diecisiete cumplió mi hijo, y lo tengo de mandadero.
Ciego: ¿lo mantienes con tu trabajo, buena mujer?
Madre: por fuerza, al quedar sin marido, sola me he de valer. Sirvo en la posada por evitar peligros y quitarme de malas lenguas.
Ciego: ¿es hábil el mozuelo... tiene entendederas?
Madre: (mirando a Lázaro con ternura) tonto no es.
Ciego: ¿acaso es un pillo?
Madre: no, gracias a dios: hijo es de buen hombre y eso ya es mucho.
Ciego ¿me lo darías para adiestrarlo? como mozo le quisiera.
Madre: (asustada) no sé, en verdad... si volvieseis mañana...
Ciego: aquí encontré flaca ganancia, señora. debo seguir camino.
Madre: aguardad... ¿le daréis buen trato?
Ciego: como a un hijo ¡si lo merece!
Madre: no tenerlo conmigo, me aflige. Más, si como a un hijo os lo puedo encomendar...
Ciego: les dejo entonces, para que a solas se despidan.
Madre: ay, mi Lazarillo... ¡confío en dios que bien te trate!, mil infortunios padece la mujer sin marido ¡y no pienses mal de tu pobre padrastro, que por tan leve falta sufre tan gran castigo... No nos maravilla que un clérigo, o un fraile hurte para ayudar a los necesitados ¿por qué asombrarnos de que un esclavo negro, por amor a los suyos se anime a ello?
Lazarillo: yo a él ¡siempre le quise bien, madre!
Madre: (abrazándolo) dios te bendiga!, puede que no nos veamos más, hijo. Arrímate a los buenos, así dios te querrá bien, con buen amo te pongo, y ahora te digo, lo que a mí siempre me dije: ¡"válete por ti"! (se lleva un pañuelo a los ojos)

Sale Lázaro. Llevando al ciego. Los otros se retiran, La madre canta una canción del siglo xv.

Madre: es por vos si tengo vida,
si muero vos lo causáis
Pues, muerte y vida me dais
Ved con cual sois mas servida
Escoged, pues, escogida
Vida o muerte, cual queráis
Pues muerte y vida me dais
Ved con cual sois más servidas...

Ha vuelto a entrar el ciego. Los del coro, al retirarse se llevan el mesón, mesa y escaño donde se sentó el ciego.

Lázaro entra y reunirse con el ciego. se queda quieto, y escucha el canto de su madre con melancolía. el ciego hace un ademán para que echen a andar, él lo guía, sin dejar de escuchar. Mientras, guiando al ciego, ca­minan en círculo, la voz se va alejando hasta que se apaga un actor, que tiene en sus manos una cabeza de toro, ase instala en un extremo.

Ciego: ¿salimos ya de salamanca, muchacho?
Lazarillo en la puente estamos, señor.
Lazarillo ¿ves, en un extremo un animal de piedra con forma de toro?
Lazarillo: a fe mía, que junto a él estamos.
Ciego arrímate a él. (Se acercan) ahora allega tu cabeza a la del toro y oirás un gran ruido dentro de ella. (al hacerlo, lázaro, le da un fuerte empujón, golpeándose él. cae, sobándose la frente, el ciego le dice, riendo), ¡que sea ésta tu primera lección, muchacho! aprende que un mozo de ciego, un punto más que el diablo ha de saber.
Lazarillo: (aparte) no bien se apagó la dulce voz de mi madre ¡el maldito me despierta de aquella simpleza en que, domo niño, dormido estaba! con éste me cumple avivar el ojo y mirar, no sólo por él, sino por mí...
Ciego: ¿qué murmuras entre dientes?
Lazarillo: ¿yo?, son los pájaros con su piar y las gentes que cruzan.
Ciego mientes, granuja. Rezongas por la cornada del toro. ¿Mucho te dolió?
Lazarillo: si me duele, es cosa mía.
(Vuelven a caminar)
Ciego: yo, ni oro ni plata te puedo dar, pero avisos para vivir ¡muchos te mostraré! dirás un día: "éste, siendo ciego, harto me alumbró....

Al fondo, los actores dejan un portal y salen. Lázaro acerca a él al ciego.

Lazarillo: sabed que, en su oficio era un águila. Sabía cien oraciones, una para cada menester. Ved, sin embargo, su rostro humilde su aire devoto...
Ciego: Lázaro ¿hay alguien en la plaza?
Lazarillo: no, tío.
Ciego: te daré unas lecciones. Simula ser tú una mujer que está al parir y pasa cerca mío. (El echa hacia adelante su barriga y pasa, pisando fuerte, junto al ciego) señora, presiento que para vos, la hora difícil se acerca.
Lazarillo: cómo, siendo ciego, lo echáis de ver?
Ciego: estúpido. Para eso estás: para prevenirme.
Lázaro: os prevengo.
(Retoma su rol, actitud y voz)
Ciego: ¿cuántos meses ya, mi señora? shhht, os lo diré: por el resonar de vuestros pasos, nueve son.
Lazarillo: (con cómica voz de mujer afligida) ¡ay, sí, cuidada de mí! pésame el vientre. ¡Gran temor me acomete!
Ciego: diré por vos una oración de bien parir. (Por lo bajo a Lázaro) haz cuenta que la dije. Ah, y cuida de darme aviso si se alejan cuando rezo, par no gastar voz y tiempo. (Toca la barriga de Lázaro) señora, palpando vuestro vientre, puedo decir si será varón o hembra.
Lazarillo: (mientras el ciego le palpa la barriga, ríe, retorciéndose, exageradamente). ¡Me hacéis cosquillas, buen hombre. Anhelo un varoncito... (Sale del rol y anuncia, por lo bajo) atento: una mujer viene hacia acá.

En efecto, entra una dama, rica, enlutada.

Ciego: ¡pronto, descríbela!
Lazarillo: (tierno) luto trae. Joven, bella, tristísimo...

Entra la mujer descrita. El ciego tiende su mano:

Ciego: compadeceos de este pobre ciego, señora, y dios aliviará vuestra desgracia...
Mujer: ¡triste de mí! ¿Sabéis oraciones que alivien a una mal casada?
Ciego: ¡viuda os creí!
Mujer: como si tal, que una mujer perversa me robó a quién tanto quería... (Le da unas monedas, el ciego las guarda)
Ciego: (tono piadoso) ¡diré por vos una oración!, pero también puedo daros, por unas cuantas monedas más, unas yerbas mila­grosas. (Las saca de entre sus ropas) molidas, mezcladas en su ali­men­to, dadlas a vuestro señor marido ¡volverá a vos, amantí­si­mo!. ¡Siempre que tengáis en ello, mucha fe!
Mujer: ¡por fuerzas he de tenerla, ya que siendo ciego, viste mi alma enlutada. Di, pues una oración, que entro a la iglesia a decir las mías. (Le da las monedas y entra al portón de la iglesia, saliendo de escena)
Lazarillo: ¡vaya, tío... ¿de yerbas también sabéis?
Ciego: (friendo) más que un galeno, sobrino. Sé curar maleficios, dolores del alma y del cuerpo, desmayos, mal de muelas...
Lazarillo: ¿y, en verdad, las sanáis?
Ciego: ellas solas se curan, Lázaro... y con la ayuda de dios. a las mujeres me arrimo, pues son las más crédulas, y les deleita contar sus cuitas. Más que las yerbas, es su fe la que las sana. y ahora voy a comer que, de hambre, me sue­nan las tripas. (Saca de una bolsa que trae, pan y longa­niza; se sienta en el suelo a comer) ya has visto, en el tiempo que llevas conmigo, que gano en un mes lo que otros en un año.
Lazarillo: (mirándolo comer, lo que despierta su apetito, a público:) verdad dice. ¡Pero nunca supe de otro que guardara tan ce­losamente su comida!
Ciego: (le tira un trozo de pan) ¡esta es tu parte!, el pan no está fresco, pero tienes mejores colmillos que yo. Busca una fuente y lo remojas, Lázaro.
Lázaro: (a público) lo dice para que me aleje ¡ha sentido más de una vez mi mano en su bolso en cuanto lo abre!, porque luego lo cierra con muchos nudos. (al ciego:) sí, tío: a la fuente voy.

Simula su partida, pisa fuerte, y luego con suavidad, como si se alejara. se acerca sigilosamente al ciego: con su cuchillo abre bajo la bolsa, saca con rapidez un trozo de queso y con una aguja le da la bolsa unas puntadas para cerrarla. El ciego, inquieto por algo que nota. Mueve la bolsa. Lázaro ladra, para que crea que un perro se le ha acercado.

Ciego: ¡vete, perro de los demonios!, esto es lo malo de comer en la calle. ¡Lázaro, ven a espantar a este perro!
Lazarillo: (con voz que simular la lejanía) ¡voy, tío! (se le acerca y da de patadas y gime como perro), ¡hecho! este ya no vuelve.
Ciego: toma este pan fresco, Lázaro, y cómelo despacio para que te aprove­che. No dirás luego que no soy generoso.
Lazarillo: ¡dios me libre de ello, tío!
(se sienta junto a él a comer el pan y el queso)
Ciego: a menudo maldices a mis espaldas. Tengo el oído fino. (Luego de una pausa) y también el olfato: ¿qué comes, granuja?

(Aferra uno de sus brazos) ¡Abre el hocico!

Lázaro: sólo el pan, tío... ¡ay, vuestras manos son como tenazas!
Ciego: (le saca comida de la boca) es pan, pero huele a queso.
Lázaro: tomaría ese olor en vuestra bolsa.
Ciego: ¡mientes! el queso está bien abajo. ¡Queso hay en tu boca! (lo sacude con fuerza) ¡me robas, tunante!
Lazarillo: os diré la verdad, tío... me lo dio una anciana, cuando iba a la fuente, compadecida de mi pan duro.
Ciego: lo que te dan, debes compartirlo conmigo. Dame quedo.
Lazarillo: tragado está, tío. ¡Cuidado! viene un gran señor hacia acá.
Ciego: (al oir que se acerca) gran señor, compadeceos y diré unas oraciones para que dios os conserve vuestra fortuna.

El señor rico deja caer unas monedas que Lázaro coge al vuelo y, con gran presteza, las sustituye por una de menor valor, para ponerla en la mano del ciego. El señor, que nada ha visto, sale de escena.

Ciego: ¡gracias, señor! (palpa la moneda), ¡media blanca!. ¡Qué avaros se han puesto los ricos, ¡Lázaro!, antes me daban buen dinero. (Pausa) oye, ¿por qué desde que andas conmigo sólo me dan monedas de media blanca, y no maravedíes como solían?. ¡En ti ha de estar esta desdicha!

Lazarillo: al veros bien acompañado, se compadecen menos, tío.
Ciego: ¡ya no eres tan tonto como cuando tu madre se deshizo de ti!
Lazarillo: no se deshizo: ¡a vos me encomendó!, (avanza, habla a público) forzoso me fue aprender este truco para no morir de hambre con su mezquindad. (Juega con las monedas en su mano), junto monedas sin mucho valor, las de media blanca, para sustituir­las por las blancas y maravedíes que le tiran los ricos ¡y en ello nunca me ha atrapado! aunque, en otras faenas no salí muy bien parado. (el ciego ahora bebe vino en su jarra, Lázaro se le acerca, con una pajuela en su mano:). Tío ¿por qué cu­bres la boca de la jarra con tu mano mientras bebes?. ¿Para que no caiga en él alguna mosca?

Ciego: para moscas ¡tú, granuja!, ya palpé anoche la pajuela con que lo sorbías... (Lázaro se adelanta, habla a público)
Lazarillo: pero, como ya estaba yo hecho al vino, busqué otro modo de procurármelo: hice un agujero en la base del jarro y lo tapé con cera. Arrimaba un pequeño brasero bajo la jarra, sin que él lo notara. Al calor de la lumbre, se derretía la cera y arrimaba mi boca a aquella deliciosa fuente. Así lo hice muchas veces, hasta que él sintió la merma y descubrió el truco. pero el maldito guardó silencio para mejor vengar­se, y esto ocurrió: (va hacia el ciego, se instala entre sus piernas abiertas) ¡siento frío, hacedme un lugarci­llo, tío! (hace la mímica de beber)

El ciego lo golpea con el jarro hasta aturdirlo.

Ciego: ¡Pillo, malvado!. ¿Creías poder engañarme? (palpa la frente de Lázaro que yace tendido) ¡sangre! malherido parece... (Va­ciando vino sobre su frente). ¡Que el mismo vino que te aca­rreó el daño te procure remedio, sobrino!

Pasa una pareja de anciano de pueblo y hacen grandes aspavientos.

La vieja: ¡Pobrecillo, el mozo!. ¡Sangrando está!. ¿No te avergüenzas de darle tan mal trato?
Ciego: ay, buenas gentes, el pillo se aprovecha de mi ceguera para robarme el vino y mi comida!. ¡Este mozo es mi desgracia!
La vieja: ¿quién lo diría?, ¡mozo ruin!. ¡Castigadlo, que de dios lo habréis! (se alejan ambos)

Lázaro se incorpora y comenta hacia público:

Lazarillo: desde aquel jarrazo, mal quise al ciego. Bien vi cómo se holgaba en los castigos. Por nada, me golpeaba y luego hacía burla, contándoles mis chascos a las gentes. ¡Furioso me tenía el maldito ciego! pero no quise dejarlo entonces. Urdí con astucia, mi desquite. Una tarde se descargó un fuerte aguace­ro...

Lázaro y el ciego caminan cubriéndose sus cabezas. Lázaro busca modo de hacerlo tropezar, una y otra vez, luego lo ayuda a levantarse,

Ciego: ¡Dios, que mal camino!. ¡Destrozadas están las calles de la aldea!
Lazarillo: paciencia, tío...
Ciego: qué porfiada lluvia, Lázaro. y mientras más se va cerrando la noche, más arrecia. Guíame hacia una posada. ¿ves alguna?
Lazarillo: a lo lejos veo unas luces, tío. (Pasa un señor con un para­guas, Lázaro le hace una seña de complicidad) pero, me temo que está al otro lado del arroyo.
Ciego: ¿un arroyo... en plena calle?
Lazarillo: ya dejamos la aldea, tío. Y a fe, que el arroyo viene crecido con el aguacero.
Ciego: ¡ay de mí! ¡Hecho sopa estoy!
Lazarillo: aquí el arroyo está más angosto, creo que lo podemos saltar.

Un actor se instala en un extremo, marca un farol. Lázaro hace que el ciego dé vueltas en redondo, emborrachándolo, mientras guiña, riendo, hacia público. Lo hace detenerse frente al farol, a cierta distancia como la que puede él cruzar saltando.

Ciego: ay, Lázaro ¿tantas vueltas da el maldito camino?
Lazarillo: así es, pero aquí podemos saltar para cruzar el arroyo.
Ciego: colócame justo en la orilla: saltas y me das aviso.

Lázaro salta y colocándose tras el poste, le grita:

Lazarillo: ahora, tío: ¡saltad con ganas para no caer en el arroyo!. ¡Y ole!

El ciego toma impulso, da el salto, y estrella su cabeza contra el farol: cae, aturdido. Lázaro salta, jubiloso.

Lazarillo: ¡Ole, tío!. ¡Con ésta, todas juntas me las pagas!. ¿Cómo fue que saltaste, cabrón? oliste el queso, pero no oliste el farol. Ah ¿y no escuchaste "un gran ruido dentro de él"? (a sus gritos entra un grupo de gente: en el acto él se inclina y simula atender al ciego). ¡Acudid, buena gente! es ciego, y al parecer, se ha aturdido contra el poste. Soco­rredlo, os lo ruego pues, me aguarda mi amo, y me dará de palos si llego con atraso de su mandado... (Avanza hacia público, mientras los actores levantan al ciego y se lo llevan en vilo) así es que déjelo, entonces, en poder de esa buena gente que quiso darle auxilio. ¡Tomé las puertas de la villa, en los pies de un trote! no volví a saber del ciego, ni me curé de saberlo.

Trota en el sitio, cantando, alegre: (música acompaña)

Tres morillas me enamoran, en Jaén,
Decid quién sois, señoras,
De mi vida robadoras...
(Sale, se pierde su voz, cantando)

Entran los actores, a medio caracterizar para la próxima escena: hablan por turno, mientras preparan el escenario. Música suave, religiosa. Los del coro instalan un confe­sionario, mesa, escaño y una vieja arca de madera.

Coro: ved cómo Lázaro asentó enseguida con un clérigo.
y las cosas que con él pasó...
a fe que, escapando del trueno, ¡con el relámpago dio!
pues con el ciego, por ser avaro, mal le fue, pero con éste... ¡por poco feneció!

Coro: cantando:
Uno no sé si de su cosecha
O por hábito que había
Entre los hombres de iglesia,
Gente de clerecía.
Tenía, éste, un arca vieja
Que cerraba con cuidado
Y en llegando su comida
En el arca la guardaba...
Coro: y así en la casa no había
Ni un tocino, pan o queso
Que, mirando, el podía

Solazar la vista d'ello...


Se retiran los del coro y el clérigo, que tiene una gran barriga entra y se instala a comer. Lázaro entra. Indicándolo, dice a público:

Lazarillo: finalmente allí, con dicho clérigo ¡me finaba de hambre!, pero si con su mozo (se indica), usaba poca caridad, consigo usa­ba mucha. Cinco blancas de carne era su ordinario para cenar, y el vino que de las ofrendas le sobraba. A mí, apenas me da­ba caldo, o un hueso para roer.

El clérigo le tira un hueso.

Clérigo: toma, Lázaro. Come, triunfa, hijo, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes tú que el Papa. (Mientras Lázaro chupa el hueso, el clérigo guarda el resto de su comida en el arca y le echa llave)
Lazarillo: ved como hasta las migas guarda. y a mí, las piernas casi no me sostienen de tanta debilidad. (Al clérigo:) no he visto, mi amo, migas sobre el mantel, o trocitos de queso sobre una tablilla. menos aún, sobrados de carne, como en otras casas se suele ver.
Clérigo: hijo, los sacerdotes han de ser muy moderados en su comer y beber. Por eso no me excedo yo, como otros lo hacen.
(Sale)
Lazarillo: ¡mentía, el falsario! en las cofradías y mortuorios, donde íbamos a echar los rezos ¡como lobo comía y bebía a costa ajena!, por ello, sólo cuando había muertos, podía yo llenarme el buche, pues esa comida, siendo de otros, él no la cuidaba. Puedo decir, que en aquel tiempo ¡a los pobrecillos muertos, les debía la vida! y así se lo dije, a voces, cuando me invitó a confesar mis pecados. ya que era su deber guiarme por buen camino.

Música: se colocan en el confesionario y entre cantado y hablado, a la manera de una letanía, dialogan:


Lázaro: confieso, piadosamente.
El rezar con devoción
Porque mueran los enfermos
A quiénes dais extremaunción.
Clérigo: ¿porque mueran y no sanen,
Por ello imploráis a dios?
Lázaro: gracias a estas defunciones,
Como yo, de cuando en cuando.
De otro modo, extremaunciones
¡A mí me estaríais dando!
y en el tiempo que aquí llevo
Sólo veinte han fallecido:
Al echar cuentas, parece
¡Que un día en diez yo he comido!
Clérigo: pecas, hijo, gravemente
¡Dios estará enfurecido!
Lázaro: no tal, pues si esos muertos
Por mis rezos fallecían,
¡Es que dios, al ver mi suerte,
los mató por darme vida!

Cesa la música, sale el clérigo del confesionario:

Clérigo: blasfemas, hijo, blasfemas. Cierto es que manda la costumbre, que al rezar por difuntos se ha de preparar una que otra co­silla para confortarnos. Más ¡no es ése motivo para pecar de gula! o de mala intención con los pobrecillos que agoni­zan. ¡Cien padrenuestros te doy de penitencia! y ahora, sal­dré un momento, a tomar el aire fresco de la tarde.
Lazarillo sí, amo ¡que el aire nada os cuesta! dios os lo da de balde.
Clerigo No por ello, he de abusar de él. (Sale)

Lázaro, de rodillas, reza con enojo:

Lazarillo: padre nuestro, que estás en los cielos ¡dame el pan de cada día que este avaricioso guarda bajo siete llaves!

Se escucha el grito de un calderero que pregona:

Calderero: ¡calderero... el calderero!. ¿Tienen las buenas gentes, algo que adobar?, calderas llevo, cerraduras, llaves... ¡calderero!
Lazarillo: eh, pssst... ¡calderero! aquí...

Entra el calderero, tiznado, mal vestido, un hombre ru­do, bonachón y cordial.

Calderero: ¿hay aquí algo que adobar?
Lazarillo: sí, ¡yo! que estoy en las últimas y no haría poco quién logre remediar mi mal.
Calderero: (riendo) ¡el diablo te entienda, muchacho!. ¿No está en casa el clérigo?, dame, entonces un pan de las sobras: malo está el trabajo y no he comido en todo el día.
Lazarillo: y yo ¡apenas! que aquí sobras no hay. Pero si me ayudas, algo encontraremos. Escucha: perdí la llave del arca donde mi amo guarda lo que recibe: limosnas, dinero y también ¡la cara de dios! esto es, el pan de cada día. ¡Me dará una paliza si se entera que la perdí!
Calderero: y escuálido te ves como para aguantar palizas. No tienes que darme nada si alguna de mis llaves entra en aquella cerradu­ra. (Empieza a probar, Lázaro reza en silencio, ojos en blan­co) ¡Pero, qué afligido estás!, oye ¿si tan mal trato te da, por qué no te largas?
Lazarillo: por dos razones: una, porque mis piernas no me han de llevar, otra, porque me digo: dos amos con éste he tenido, el primero tríame muerto de hambre y este otro me tiene al borde de la sepultura. si busco un tercero, y más bajo doy, pues de segu­ro los he de ir hallando más y más ruines, ¿qué será de mí?. ¡Sólo me espera, fenecer!
Calderero: mira, ¡esta llave le hace al arca! (Lázaro se abraza, dichoso, de sus piernas), ¿qué dices que tu amo guarda aquí?
Lazarillo: ¡un deleitoso paraíso para el hambriento!. ¡Dios te bendiga!
(Abren el arca) ¡Toma lo que apetezcas!
Calderero: ¿y cómo es que, teniendo tú la llave, nada tomas?
Lazarillo: lo hago de vez en cuando, para no finar. Pero ¡date prisa! toma este pan, un trozo de longaniza, algo de queso...
Calderero: (tomándolo) pero no quisiera que tu generosidad te valga una paliza: si es avaro ¡ha de llevar bien la cuenta!
Lazarillo: come, que ya veré modo de evitarla.
Calderero: ¡cierto es el dicho que más discurre un hambriento que cien letrados! (saliendo, le grita:) ¡si te niega un pan, tómalo de prestado! que más peca un avaro en darlo, que un hambrien­to en tomarlo... ¡calderero, el calderero!. ¿Algo que ado­bar?
(se pierde su voz al alejarse)
Lazarillo: (comiendo) acomodemos aquí, que no se noten las mermas...­ quizá convenga que no tome nada por hoy.

Oye pasos, y cierra de prisa. Para disimular, finge estar limpiando el arca. Entra el clérigo.

Clérigo: ¿qué haces ahí, pegado al arca?
Lazarillo: limpiaba el polvo, mi amo. Más, si la vais a abrir, presto me retiro.
Clérigo: no, por ahora. (Lázaro respira, aliviado, pero el clérigo vacila, si abrirla o no. Lázaro cambia de actitud cada vez, de alivio o de miedo) o, más bien, sí... no, o quizá sí... mas ¿por qué había de abrirla? ah, sí: debo contar el dinero de las limosnas.
(La abre: Lázaro en un rincón, reza bajito.)
Lazarillo: ¡ciégale, señor san Juan! ¡Que no vea las mermas!
Clérigo: Lázaro, ven acá. si no estuviera aquí todo a buen recaudo ¡juraría que han tomado un pan! los he contado y...
Lazarillo: ¡juro, por mi madre, que yo no lo he comido!
Clérigo: quizá el arca tiene un agujero y entró un ratón.
Lazarillo: (aparte) ¡concédeme uno, dios mío! uno pequeñito ¡y os tendré por milagroso!
Clérigo: nada. Quizá me falla un tanto la memoria.
(Sale)
Lazarillo: gracias, dios mío ¡igual te lo tendré en cuenta!... ¡un ra­tón! no es mala idea. si deseo comer, debo hacerlo como un diligente ratoncillo. (Pausa, se adelanta, a público) así es que me dije: este arquetón es viejo, blanda es su madera. con mi cuchillo ayudaré a que aparezca aquel agujero. Comeré luego de abrirlo con mi llave, dejando trazas como las que dejan aquellos animalitos. lo hice, pues, aquella misma noche. y por la mañana, lo escuché dar voces...

Entra el clérigo, camisón y gorro de dormir, abre el arca y grita, afligido, a Lázaro que entra:

Clérigo: ¡Lázaro!. ¡Mira qué persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan! y también por nuestro queso ¡qué desgracia!
Lazarillo: ¡maravíllome!. ¿Qué ha de ser?
Clérigo: ¿qué ha de ser si no los ratones, que no dejan cosa buena?

(Con un cuchillo recorta los trozos roídos del queso y del pan, y se los entrega a Lázaro) toma, hijo.

Lazarillo: ¿es la parte roída?
Clérigo: come, que el ratón, cosa limpia es, y lo tendrás por añadidu­ra a tu ración.
(Examina el arca)
Lazarillo: yo asco jamás les tuve. (los guarda, riendo)

El clérigo sale y regresa con una tabla y un martillo, para tapar el agujero, mientras trabaja, Lázaro avanza y habla a público:

Lazarillo: oh, señor mío, ¡a cuánta miseria estamos expuestos, y cuán poco duran los placeres de esta vida! le he puesto ágora a mi amo, tanta diligencia cerrando cada día los agujeros. y sólo por mi hambre a medio saciar, pues no debo engullir más de lo que puede un ratón. Pero, como se empeñó en dejarles trampas y viese que al otro día desaparecía el queso de la ratonera, sin que quedase ninguno de ellos preso, dábase al diablo preguntándose qué podía ser...

se retira, y entran por el fondo, a los costados, unos vecinos que traen unos marcos de ventana con postigos, los que abren para que asomen sus cabezas, mirando, mientras el clérigo sigue examinando el arcón, del que toma una trampa vacía, que les enseña.

Vecino: en vuestra casa, bien recuerdo, solía verse una culebra.
Vecina: ¡una "bicha", dios mío... (Se santigua) ¡Esa ha de ser la que come vuestro queso!
Vecino: sin duda, pues siendo larga, aunque la coja la trampilla, como no entra toda, luego de tomar el queso, vuelve a salir.
Vecina: ¡eso! búscala, vecino. ¡No sea que anide y nuestras casas invada! que mi pobre marido, sólo al oirlas nombrar, pierde los sentidos.

Cierran los postigos, y permanecen quietos... el clérigo y Lázaro se retiran y regresan trayendo unos palos.

Clérigo: vamos, ¡golpea Lázaro, para que asome la maldita! (ambos golpean el arca)
Lázaro: (a público) de este modo, seguí yo hurtando y el clérigo haciéndome perseguir a la ladrona, pues, cualquier crujido en la casa, a ella se lo achacaba.
Vecino: (abren sus postigos) ¡qué ruido es ése!
Vecina: ¡un ruido infernal que no nos deja dormir!
Vecina: ¡ya ni vos ni nadie en el vecindario logra ningún sueño!

Ambos cierran, con enojo los postigos. Clérigo y Lázaro se retiran.
Regresa Lázaro trayendo un jergón, sobre él que se instala y, mientras va bajando la luz, dice a público:

Lazarillo: y yo, por mejor hacerlo, dormía con la llave del arca en la boca, temiendo que me registrara las ropas. ¡Esa fue mi des­gracia! una noche, dormido, se me escapa por la llave hueca, un silbido. y como acudiese el clérigo, a oscuras, pensó que en mi lecho anidaba, buscando el calorcillo... ¡tomó mi cara por la maldita!

Se acomoda para dormir, dejando escapar silbidos. entra el clérigo que sigue en camisón, y empieza a golpearlo.

Clérigo: ¡al fin te atrapo! (cesa el silbido), ah... dejó de silbar. voy por un candil. (Sale y regresa con una vela encendida. ve a Lázaro) ¡ay de mí!. ¡Presto, socorredme! he dado muerte a mi pobrecillo mozo ¡vecinos, venid en mi ayuda!

Los vecinos abren los postigos, ven lo ocurrido::

Vecina: ¿qué habéis hecho?. ¡Muerto parece! (entran ahora los dos)
Clérigo: ¡dios no lo permita! (se santigua), ved si aún tiene aliento.
Vecina: vive ¡loado sea dios!, pero traed vendas, que sangra mucho. (Sale, de prisa, el clérigo y regresa con vendas). Algo de fiero tiene, apretado entre los dientes. ¡Una llave!

El clérigo le da las vendas que ella le pone a Lázaro y tomando la llave, ve si le hace al arca. Lázaro, que ha vuelto en sí, se queja fuerte.

Clérigo: vecinos ¡sabed que al ratón y a... la maldita, que me daban guerra y me robaban mi hacienda, ágora he atrapado! (a Láza­ro). ¡Pillo, desvergonzado!. ¡Más palos debía yo darte!

Lazarillo:(se incorpora, cabeza vendada, con inocencia) ¡a mí?. ¿Por qué, mi amo?

Los vecinos retienen al clérigo que persigue a Lázaro con el palo, tratando de retenerlo: Lázaro escapa.

Clérigo: ¡a fe que bicha y ratón ya los he cazado!. ¡Con esta llave el mal nacido día a día me robaba!
Vecinos: ¿puede concebirse tal ruindad?
¡y con qué aire inocente!
¡si él mismo simulaba buscar al ladrón!
¡despedidle, por dios, despedidle... pero no lo matéis!
malhaya de mozos deshonestos!. ¡Peste sea de ellos!

Entran los del coro, el clérigo, le tira a Lázaro su morral, gritándole mientras él, aturdido se tambalea

Clérigo: Lázaro, ¡desde hoy eres más tuyo que mío!, busca un amor y vete con dios.

Ahora todos junto con entrar la música religiosa:

Coro: busca un amo, busca un amo
¡y vete con dios!
Busca un amo y vete de aquí
Clérigo: ya no quiero en mi compañía tan diligente servidor.
Coro: no respeta la clerecía
Pillo y redomado ladrón:
Busca un amo, busca un amo
Y ¡vete con dios!
Desvergonzado, peste de ti,
¡Engañando así
A un hombre de dios!

Lázaro sale huyendo y ellos, tras él, al terminar la música.

 

Fin de la primera parte


Segunda parte | Versión de impresión

 

 


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