Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Manuel Rodríguez

de Isidora Aguirre

Primera parte
Los Umbrales de la Muerte
Los del Coro Popular están situados en la rampa.
Se escucha la voz del Teniente que pregunta:

Voz del Teniente: ¿Dónde estamos?
Una Voz: responde: ¡Camino a Til Til, mi Teniente!
Voz del Teniente: Aquí haremos un alto para descansar. Avise al resto de la escolta. Me quedo con el prisionero.

Los de Coro cantan las décimas:
¿Habrá en Til Til una estatua
A la orilla del sendero
Donde sembró el Guerrillero
La roja flor de su sangre?
¡Padre nuestro de la Patria
De la patria bien amada
Que tu entrega ya ha olvidado
Hoy te enfrentan a un fusil!
La muerte acecha en Til Til
¡Ay qué amor tan mal pagado!
Salen los del Coro
Luz de atardecer otoñal
Entra el Teniente seguido de Manuel

Teniente: ¡Qué hermosos crepúsculos los de estas tierras del Sur. El otoño dejó aquel álamo encendido como una antorcha... (Alterado). ¡Le di más de una ocasión de huir, coronel Rodríguez! ¿Por qué no lo hizo?
Manuel: Qué día es hoy?
Teniente: 28 de Mayo del año 1818, ¡día y año de mi desdicha, en el que recibí una orden infame...! (Angustiado). Me dice el Director, señor O'Higgins: "No conoce usted al prisionero don Manuel Rodríguez, es persona funesta y la patria... (Calla, luego exclama). ¡Sé que es usted inocen­te!
Manuel: Todos somos inocentes. Todos tendremos nuestras estatuas.
Teniente: ¡Se burla!... ¿No teme a la muerte?
Manuel: La vida es lo último que nos queda por entregar
Teniente: Entregar, ¿a qué?. La situación de su patria es tan confusa!. ¿Sabe al menos por qué quieren su muerte?

Al fondo, entra una campesina descalza llevando un cántaro de greda. El Teniente cambia de pronto de actitud: decidido a cumplir la orden, a espaldas de Manuel, desenfunda su pistola.

Teniente: (Voz calmada, disimulando su desazón). Ha de haber por aquí un arroyo donde las hem­bras van por agua... Mire aquella vivandera... digamos que luce regular figura...


Manuel se vuelve a mirar, el Teniente le dispara. El tiro, que suena en sordina, desata una atmósfera irreal, luces intermiten­tes. Teniente y Manuel retroceden algo, la mujer se acerca, da de beber a Manuel.


Voz del Teniente: ¿Sabe al menos por qué muere, coronel Rodríguez?

Entran los del coro Popular, (al que se suma la mujer del cántaro, ahora nuevamente como "Coro Popular"), y al pasar a un extremo del escenario, donde se va constituyendo la próxima escena) le van diciendo a Manuel, repitiendo la frase del Teniente:

Varios: ¿Sabe por qué muere?. ¿Sabe por qué muere?. ¿Sabe por qué muere...?

Cambiando algunos de sus atuendos se sientan o rodean una mesa que hay en extremo izquierda público, parte delantera para convertirse en exiliados chilenos), en una posada de Mendoza, Argentina.

 

Escena 1


Una posada en Mendoza, 1816
Dolores, joven exiliada, sirve vino. Manuel la mira como si acabara de despertar, al ir a reunirse con los exiliados, la saluda con un gesto cariñoso:

Manuel: Dolores, dame de beber. (Ella le sirve, él bebe. Pausa). Estaba dormido y soñaba con... mi muerte. (Sonríe) O quizá esté muerto, ¡y sueño que vivo! (Pausa). Me ajusticiaba un oficial de nuestro ejército.
Dolores: ¿Por qué los tuyos querrían tu muerte?
Manuel: Tengo el resto de mi vida para responder a esa pregunta...
Dolores: (Burlona) Y ¿cuánto es "el resto de tu vida", Manuel?
Manuel: ¿Qué fecha es hoy?
Un Exiliado: 28 de Mayo. Año de 1816...
Manuel: (Ausente) No mucho...
Dolores: ¡Qué conversación tan fúnebre!. Mejor animas a éstos: ¡se los come la nostalgia!
Exiliado 1: (Un viejo) Ojalá, fuera sólo la nostalgia...
Manuel: (Sentándose junto a él). ¿Qué más?. ¿Riñas entre los exiliados?. ¿Se peleó el general San Martín con el Brigadier O'Higgins y se fue al diablo el "Ejército Libertador"?
Dolores: Llegó carta de Chile: apresaron a tu amigo Francisco...
Manuel: (Impactado) ¡Francisco!. ¡Allá debería estar yo!
Exiliado 2: Aquí en Mendoza se le necesita, señor Rodríguez.
Manuel: ¿Para redactar proclamas patrióticas?. ¡Pendejadas!
Exiliado 3: A los dos años de exilio la moral se relaja. Hay que reclutar volunta­rios para nuestro ejército.
Manuel: ¡Joder con "nuestro ejército"!. Cuando esté listo ¡no quedará nadie en Chile a quién salvar!... ¿De qué sirve discutir hasta la madrugada sobre la causa del fracaso: que el General Carrera en su gobierno se preocupó más de la imprenta que de adies­trar las tropas, que el desastre de Rancagua se debió a las divisiones entre los de Carrera y los de O'Higgins... que aquí tampoco logran ponerse de acuerdo... También a mí el general San Martín me tiene entre ojos por ser amigo de José Miguel Carrera... ¡Pendejadas!
Dolores: Te emborrachaste, Manuel
Manuel: ¿En qué se nota?
Dolores: (Ríe) En que repites: "pendejadas".
Exiliado 2: Hay divisiones, se discute mucho. Pero ¡se trabaja mucho!
Dolores: ¡Hasta yo sirviendo el vino!. San Martín gravó con un peso cada jarra para vestir a los soldaditos.
Exiliado 1: ¡Por la causa, entonces!
(Alza el jarro y cae de borracho)
Manuel: No se pase de patriota, abuelo. (Lo ayuda a levantarse)

Ahora los exiliados, por turno, van diciendo:

¿Cómo sacarse, entonces, la tristeza de adentro?
La cordillera vista desde Chile, parece puro perfil ¡pero es una ancha cuna de roca y nieve!... ¡Pura distancia!. Un largo camino de riscos y desfiladeros... Tiempo amargo el del exilio, como si uno no se hallara al faltarle las raíces... Patria, ¡nunca te dejara!. Seguro que es la añoranza la que nos llena de espejismos. Veloces pasan los días, pero ¡los recuerdos quedan fijos!. Para mayor infortunio, al volver no seré el mismo
Manuel: ¡Que no vi aromos en Junio teñir los campos de amarillo!

Salen todos y Manuel pasa al otro extremo y se queda sentado en el baúl. Entra San Martín y se acerca a Manuel.

San Martín: ¿Cómo se halla, abogado Rodríguez?
Manuel: (Sombrío) ¿Cual es mi culpa, general San Martín?. Sé que a los seguido­res de Carrera los acusan de cualquier delito común.
San Martín: ¿No defiende usted sus propias causas?. Acusado en Chile de conspirar contra su amigo Carrera...
Manuel: (Corta) ¡Contra la "dictadura" de mi amigo Carrera!. ¿Por qué la prisión, General San Martín?
San Martín: Sólo me importa que en su patria, el nuevo gobernador español Marcó del Pont, lo crea mi prisionero aquí en Mendoza.
Manuel: (Alegre, cambia su actitud) ¿Quiere decir que... ?
San Martín: Que lo enviaré a Chile. Se presenta una buena coyuntura: la crueldad del capitán de Talaveras, Vicente San Bruno, sumada a la inepcia del gobernador Marcó del Pont, ¡terminó con la buena imagen que aún quedaba del Rey!. Es el momento de iniciar la resistencia.
Manuel: ¡La resistencia armada!
San Martín: No por ahora. Su labor será el espionaje. Partirá en cuanto regrese la tropilla que lo guiará por la cordillera.
Manuel: ¿Para qué esperar?. ¡Puedo cruzar solo!
San Martín: ¿No conoció ya los riesgos de la cordillera?
Manuel: Conozco mi buena estrella, general San Martín.

Salen ambos.

Escena 2


Un patíbulo en la Plaza
Los del Coro Popular recitan las décimas:

Al regresar a mi patria
Se me acabó la alegría
Vi alzarse, a mediodía,
Un patíbulo en la Plaza.
Patria lloro tu desgracia
De pastora descuidada
¡Viendo a tu oveja inmolada
Castigada la inocencia!
¡Cómo no imploras clemencia
Por la sangre derramada!
Proyección: El patíbulo, un ahorcado. Uno del Coro co­mo Pregone­ro en la tarima, anuncia (redobles de tambor)

Pregonero: En la ciudad de Santiago del Reino de Chile, se ejecutó por la horca al espía confeso del general argentino San Martín, Antonio del Valle. Firma el decreto el Capitán de Talaveras, ¡don Vicente San Bruno!

Josefa, (la "mama" que crió a Manuel), que forma parte del Coro, se aparta para exclamar, dolida:

Josefa: ¡Ave María Purísima!
Pregonero: Por haberse suprimido hace 10 años la muerte por la horca, ordena el Capitán San Bruno, que los verdugos practiquen ¡ahorcando carneros en la Plaza de Abastos!
Josefa: (Santiguándose). Dios lo reciba en su gloria al santo varón... ¡y que los asesinos se pudran en el infierno!
Uno del Coro: Calle la boca, doña ¿quiere que la cuelguen también?
Josefa: (Al él mientras van saliendo). Ya ni hablar se puede en este país. ¡Si, con perdón suyo ¡hasta para rascarse el trasero hay que tener "licencia escrita" que le llaman!...

Mientras dice se retiran todos y van entrando simultá­neamente Lazcano, y Fulgencio, criollos "adulones" del gobernador Marcó del Pont.

Escena 3


Palacio del Gobernador
Entra Fulgencio siguiendo a Lazcano y ensaya la lectura de un bando que tras:

Fulgencio: (Empal­mando con la frase de Josefa "sin licencia escrita", lee: ")... sin tener licencia escrita, debi­damen­te firmada por Su Señoría el Gober­nador..."
Lazcano: Aten­ción, ya viene.

Entra Marcó del Pont, jovial, de mediana edad.

Marcó: ¿Qué hay mi buen Lazcano?
Lazcano: Su Señoría: el último bando del capitán San Bruno. Lea usted.
Fulgencio: "Queda prohibido entrar o salir de esta ciudad sin tener li­cencia escrita, firmada por Su Señoría don Francisco Casi­miro Marcó del Pont, Caballero de la orden de Santiago y...
Marcó: (Corta). ¡Sabemos mis títulos!
Fulgencio: "Por correspondencia con el enemigo se ahorcará sin apela­ción. Por tenencia de armas, uno a más miembros serán cercenados. Por amparar enemigos del régimen se cortarán las dos manos..."
Marcó: ¡Cuánta carnicería!. ¿Llegó "el carnice­ro"?
Lazcano: Sí, Su Señoría. (Marcó por señas indica que lo hagan pasar. Anuncia). ¡El Capitán de Talaveras, don Vicente San Bruno!

Entra San Bruno y se cuadra ante Marcó.

Marcó: Me leyeron su último bando, capitán. Pero... ¡hostias!
Lazcano: (A una seña de Marcó) Su Señoría no desea tropezar con gente destrozada por las calles...
San Bruno: Estamos rodeados de espías. Las cárceles están llenas.
Marcó: Póngalos a trabajar en la fortaleza del cerro Santa Lucía.
San Bruno: Para qué construir un fuerte, Excelencia: si teme la llegada del ejér­cito insurgente, no pierda el sueño: ¡pura improvisación!. Cuando crucen la cor­dillera hallarán aquí un pueblo enteramente sometido al Rey.
Marcó: ¿Gracias a sus métodos, capitán San Bruno? ¿Miembros cercenados, corde­ros dego­lla­dos en la plaza? Me desvivo por dar una imagen de paz y prosperi­dad y usted ¡Pua!... (Se lleva a la nariz su pañuelo de encaje). Capitán, si desea que acepte "sus" métodos ¡acepte los míos!.

 Indica por señas, lo que es característica a Lazcano que dé una explicación sobre lo dicho a San Bruno...

Lazcano: Tachó usted de "afeminado", el inserto que Su Señoría hizo pu­­blicar en La Gaceta del Rey recomendando la asis­tencia al tea­tro para el beneficio la actriz Josefa Mora­les.
Fulgencio: (Adulando a Marcó). ¡El teatro es cultura!. Cultura es paz y prosperi­dad!
Marcó: Menos hechos de sangre, capitán, y más cultura. ¡Civilizar!
Fulgencio: (Se inclina, solícito). ¡Mediodía, Excelencia!
Marcó: ¡Y a mí qué me importa!
Fulgencio: Su Señoría me ordenó que, marcando los punteros del reloj...
Marcó: Por cierto: ¡la visita a la Casa de Huérfanos!

Entra Manuel con disfraz de viejo, muy encorvado.

Marcó: ¿Y éste viejo?
Manuel: (Voz cascada). Encargado de la Casa de Huérfanos, Su Señoría.
Marcó: Acompáñeme a la Casa de Huérfanos, San Bruno, para mejorar su imagen que se ha vuelto sinies­tra. (Al salir, dice, aparte a San Bruno). ¡Demos a estos criollos vendidos, ceremonias, saraos y títulos de nobleza... y los tendremos durmiendo cien años más!

Salen todos.


Escena  4


Cuarto de Dolores
Dolores, en enaguas, cepilla su pelo.
 Manuel con el disfraz de viejo entra y besa su hombro. Ella sonríe.

Manuel: ¡Dolores!. ¡Te dejas besar por el primer viejo libidinoso que se te acerca! (Se quita peluca y la abraza) Supe de tu re­greso, mi amor... Bienvenida a la patria!
Dolores: ¿Para qué el disfraz. Manuel?. No me digas ¡vienes del Pala­cio!. Te gusta meter la cabeza en las fauces del león.
Manuel: León, ese cerdito vestido de encaje?
Dolores: ¿Y San Bruno?. ¡Andas tan a la vista y tan vendido!. ¡Confías demasiado en tu suerte!. Si algo te pasa yo... ¡yo te amo! (Lo abra­za, él se encoge como si sintiera dolor). ¡Estás herido!
Manuel: Escapando de unos Talaveras, nos lanzamos cerro abajo... y llegamos por separado, mi caballo y yo.
Dolores: Todos lo creen un avezado jinete, ¡y se lo pasa en el suelo! (Cambio). Manuel... ¿Es verdad que estás de novio con la hija de un acaudalado terrateniente?
Manuel: (Con aire inocente). ¿Elisa?. Ella está de novia. Yo no. Una niña consentida. Es... ¡una patriota en ciernes!
Dolores: ¡Cínico!. Buscando "patriotas en ciernes", ¡con todas coque­teas, y te dejas amar! (Pausa). Pero tú, ¡no amas a ninguna!... Sólo a tu novia la Patria.
Manuel: Y a ti, Dolores. Sabes que te amo... mucho. (la besa)
Dolores: Y ¿qué hay con tus otras "noviecitas"?
Manuel: Amor, lo que doy a otras, ¡no te lo quito a ti!...

Irrumpe Hilarión, un hombre del pueblo, trae un hábito francis­cano.

Manuel: Hazte anunciar, animal. (Dolores, con pudor, se cubre)
Hilarion: Me anuncio, entonces, porque vengo mandado de urgencia por el Padre Juan: le manda decir que llegó emisario de la otra ban­da, que tiene la seña convenida, cara vendada y reza, brazos en cruz ante el mono del santo... ¡hace ya una hora, dice!
Manuel: Vaya, habrá que aliviarlo. Hilarión, la dama está en enaguas,

Sale Hilarión. Manuel empieza a ponerse el hábito.

Dolores: Apenas iniciado el fuego, se retira usted, mi capitán...
Manuel: ¿Se opone mi regimiento?
Dolores: Según sean las instrucciones...
Manuel: Sostener posición, manteniendo el fuego.

(La besa y sale).
Dolores se recuesta (queda en penumbra)

 

 

Escena 5

Iglesia

Cuarto de Dolores
Música religiosa. En otro sector se ha constituido la Iglesia. Un hombre ora brazos en cruz, cara vendada. Dos beatas (de negro "tapadas") rezan o se desplazan.

Manuel entra en piadosa actitud de sacerdote. Se acerca al hombre, "emisario!", se inclina bendiciéndolo.

Manuel: En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu... ¡santo y seña!
Emisario: Me acuso, Padre... ¡de un fuerte dolor de muelas! (Le entrega una bolsita de cuero). Dinero para el culto.
Manuel: Gracias, hijo, que anda el culto muy hambriento. Tus pecados.
Emisario: En la otra banda piden datos sobre la represión.
Manuel: (Ve acercarse una beata, sube la voz) Grave, hijo. ¡Pecados mortales! (Se aleja la beata. Baja la voz). No hay día en que no caiga alguno. Piensan que todo aquel que no marcha al compás de la tiranía, es un delincuente. ¡Acusan de subver­sivas las acciones más inocentes!. ¿Qué otros pecados?
Emisario: Le envían datos sobre nuestro ejército...
 (Manuel lo hace callar)
Manuel: Shhht. ¡Esa vieja parece un Talavera disfrazado!. La clave: "Nueces" para la infantería. "Higos" para la caballería.
Emisario: Las "nueces", bien. Numerosas y bien equipadas. El problema son los "higos". Escasean. Piden envió de "higos" criollos. Quieren información sobre "nueces" realistas.
Manuel: ¡Apestadas!. Hay bajas por el contagio. El doctor Guajardo aconsejó botar las putas. (Viendo a la beata cerca, sube la voz) ¡Dios te libre del pecado de la carne! (Ella se escanda­liza. A ella). ¿Qué hay, hija, del secreto de confesión? (La beata se ale­ja). Diles que su "Señoría Maricona", ha conversado conmigo sin sospecharlo. Voy al Palacio por oír novedades. Las barrigas se venden por un título, la gente media se acomoda de cualquier cosa, pero ¡la plebe es de obra!, ¡con ellos trabajo!... El Padre Juan te dará los documentos, hermano.... Ve con Dios. (Lo bendice, él se retira. Se acerca ansiosa la Beata. Manuel, con gesto dramático:) Hija, hoy no puedo recibir tu confesión; me aguarda en su lecho... ¡una pobreci­lla moribunda! (La beata huye, santiguándose.)

Manuel sale de escena, para volver al sector donde está Dolores recostada:

Manuel: (Recostándose junto a ella, con el mismo tono piadoso, la bendice). En el nombre del Padre del Hijo... ¡y de toda la familia!
Dolores: Manuel no seas hereje, nos puede castigar Dios!
 (Se levanta)
Manuel: Dios manda amar al prójimo como a uno mismo... ¡más que a uno mismo!

Salen abrazados

 

Escena  6

Una cárcel clandestina
Irrumpe el Coro en primer plano, se desplazan zapatean­do:
El hombre, lobo del hombre... el hombre lobo del hom­bre, el hombre lobo del hombre...
Luego dicen las décimas:

Los del Coro
Azotando al inocente
Cobra su sueldo el verdugo.
El que ordena la tortura
Anda tranquilo y contento,
Está el mundo muy revuelto:
¡Los que claman por justicia
Lo han de pagar con la vida
y la traición es perdonada...!
¡Vi en la cárcel retratada
la faz de la tiranía!

Unos hombres del Coro traen a Francisco (joven amigo de Manuel, maltratado). Lo empujan haciéndolo caer. Se retiran y entra Manuel de franciscano, capucha baja.

Manuel: Este preso requiere confesión...
Francisco: ¡No pedí confesión! (Manuel lo ayuda a levantarse, él lo reconoce y acusa su emoción, balbucea). Manuel... yo...
Manuel: Francisco, amigo... (Un silencio). ¿Estás bien?
Francisco: Estoy vivo...
Manuel: ¡Por qué fue?
Francisco: Ni siquiera puedo decir que por tu "causa" de la que solía burlarme... Ahora, ¡dale las gracias a San Bruno!. ¡Él hizo de mí un patriota! (Pausa, tono dramático). ¿Puedes entender que personas que han de tener algún sentido del bien y del mal, se crean con derecho a torturar... y a matar a quién no piensa como ellos?
Manuel: Describes, con todas sus letras, una tiranía...
Francisco: Fácil de describir ¡imposible de comprender!. No sé cómo los que torturan durante el día, ¡pueden besar a sus hijos por las noches!. ¿Lo entiendes tú?
Manuel: No jodas, ¡quién podría entenderlo!
Francisco: Cuando ves de cerca el rostro de la tiranía ¡es horrible!. No vuelves a ser el mismo. Hay mucho odio en ti.
Manuel: No es odio, es rebeldía. Has debido pagar el precio de algo de incalculable valor, hermano: ¡la Revo­lución de las Améri­cas!. ¡Es un tiempo hermoso el que nos ha tocado vivir!... (Indicando hacia el fondo). Uno de los guardias es de los nues­tros. Ayudará a sacarte de aquí.

Salen ambos

Escena 7

Sarao en el Palacio
Entra Lazcano, Lacayo, Marcó, Fulgencio, Elisa, una dama que canta.

Fulgencio: Señoría, ¡os quedó magnífico el teatro!. Ayer la divina Morales estuvo insuperable. Oyéndola, ¡se olvida uno de todo!
Marcó: Hasta de cancelar su palco, don Fulgencio. Hágalo, ¡o deberá devolver las llaves!
 (Se aleja dejándolo hablar solo)
Fulgencio: Pero, ¡qué imperdonable distracción Su Señ... (Calla al verlo lejos). ¡Qué grosero!. No sé por qué asisto a sus saraos.
Lazcano: Como yo, don Fulgencio: ¡para no pagar multa de inasistencia!

Entra Manuel, en Lord inglés, entra San Bruno. Manuel escucha con disimulo lo que le dice Marcó a San Bruno.

Marcó: San Bruno ¡se burló de usted!. El espía de San Martín no está preso en Mendoza: ¡lo acusan de robo de unos documentos al ejército!. ¡Y en sus narices, capitán!
San Bruno: ¿Su Excelencia se refiere a ese tal Manuel Rodríguez?
Marcó: Dice que está aquí, que está allá, ¡que está en todas partes!
San Bruno: Desde hace una semana está en una sola: la cárcel de la Chim­ba. Se le ejecutará mañana: debe usted firmar la sentencia,
Marcó: Bravo, Capitán. Señores, ¡un minué! (Salen ambos. Una pareja baila. Elisa llorosa va hacia Manuel
 deja caer su pañuelo)
Manuel: Your handkerchief, Miss... (Se lo entrega, galante)
Elisa: (Por lo bajo) Tu inglés es pésimo. (Vuelve a llorar) ¡San Bruno dice que estás preso... que te van a fusilar!
Manuel: A mi no, a uno que debo ir ahora mismo a rescatar, ¡no es justo que pague por mí!... Luce usted muy hermosa, señorita Elisa. A propósito, ¿es verdad que tu padre te quiere casar con el rufián de Rufino Cáceres?. Feo, viejo, desagradable...
Elisa: Pero lo puedo ver y tocar. ¡Es duro amar a una sombra!
Manuel:... ¡Aceptaste!
Elisa: ¿Cómo podría? Manuel, ¡nunca estás conmigo!. Si al menos me dejaras compartir tu trabajo...
Manuel: No sabes de cuántas miserias está hecho este oficio.
Elisa: ¡Por ti estoy dispuesta a todo!
Manuel: "Por mí", no sirve. Si no tienes la convicción, no resistes.
Elisa: ¿Qué sabes tú de lo que soy capaz?. ¿Cuándo podré verte?
Manuel: (Vigilando por si los miran) Pronto, mi amor...
Elisa: ¡Esta noche!... Te esperaré en la reja del parque.
Manuel: Esta noche, no. Tengo algo urgente que hacer...

Manuel, al salir, le pasa un mensaje encintado a Fulgencio y le habla al oído.

Fulgencio: Un mensaje, Excelencia. (Marcó por señas le indica que lo lea. El saca una moneda que le entrega y lee:) "Gracias, Su Ilustrísima, por la moneda que me dio ayer por abrir la puer­ta de su carroza. Disponga de ella para mejor uso. Firmado...
Marcó: (Mirando, se sulfura:) ¡Manuel Rodríguez!. ¿Preso desde hace una semana en la cárcel de la Chimba?. ¿Dónde está ese imbécil de San Bruno? (Histérico). Señores ¡Se acabó el sarao!

Se retiran todos

Escena 8

En un Convento
Entra Manuel y el Padre Juan, trae medicina.

Manuel: Cuando me visto de cura, Dios me ayuda, Padre Juan. ¡El rescate salió maravillas!. Aparte de mi caída del muro...
Padre Juan: ¡Os parecéis como dos gotas de agua con aquel falso Manuel Rodríguez!. Pero no creo que él haya hecho nada por la causa.
Manuel: Cure sus heridas, Padre Juan, y ¡lo hará! (El Padre va a curar su muñeca, él escapa). Sus heridas, dije, no las mía!
Padre Juan: Déjame desinfectar... fue un golpe feo.
Manuel: (El Padre le pone desinfectante) ¡Por todos los demo­nios y las putas viejas!... Arde!
Padre Juan: No blasfemes, hijo. (El se queja). ¡Sí, que eres valiente!
Manuel: Necesito un caballo, Padre. Y manso, que no me tire. Debo ir en busca de José Miguel Neira, ¡para iniciar las montoneras!
Padre Juan: ¿El bandido?. ¿Vas a enrolar a ese hombre sin Dios ni ley?
Manuel: ¿Qué quiere?. Los que tienen mucho Dios y mucha ley, no se mueven de sus casas.
Padre Juan: ¿Y los ideales, hijo?
Manuel: Se los tendremos que dar...
Padre Juan: ¿A ese bandido? Sería un milagro.
Manuel: ¿Acaso el Padre Juan ya no cree en milagros?
Padre Juan: ¡Touché!. Tú eres uno de ellos. Pero ¡cuidado!, Neira es hombre malo.
Manuel: Más que malo, es pobre. No halla justicia y se la hace por su mano. Asalta a los ricos, pero es generoso con los que nada tienen. En suma, un rebelde, como usted y yo. (Van saliendo)
Padre Juan: ¡Válgame Dios!. ¡Ya hiciste de ese bandido un revolucionario!



Escena 9

Con el bandido Neira
Neira y su banda: Se entrenan al corvo con gran bulli­cio. El Rucio trae a Manuel manos atadas, lo empuja haciéndolo caer.

Neira: ¿Y este zorzal, dónde cayó?
El Rucio: Andaba solo, preguntando por usted. Dinero no trae.
Neira: ¿No?. ¡Júralo por la Virgen, Rucio mañoso!
Manuel: ¿José Miguel Neira?
Neira: (Burlón) ¿El señorito me conoce?
Manuel: Es verdad, dinero no tengo. Quizá pueda ofrecerle algo mejor.
Neira: (Risotada) Joder... ¿qué hay mejor que el oro?
Manuel: (Vacila) Una idea. Quiero decir... algo por qué pelear.
Neira: ¡Meh! Naiden hace burla de José Miguel Neira. Llévenselo.
Manuel: ¡Espere!... ¡Vine a proponerle alianza!
Neira: ¿El señorito quiere entrar a mi banda? Tiene que aguantar 50 azotes sin chistar. (Con una risotada). ¡Mejor échenlo que se mida al corvo con el Maulino!


Bartolo le enrolla a Manuel un poncho en su brazo izquierdo (como se estila en estas peleas), le da su corvo y le advierte por lo bajo:

Bartolo: No se defienda del Maulino si quiere salir con vida...

Pelean: Manuel se deja caer.

Manuel: (A Neira, poniéndole su pié encima) ¿Lo liquido... u qué?
Neira: ¡Ya le bajaste los humos! (A Manuel). ¿Quién le enseñó a que­darse quieto?. ¡Esa es ley! Habiloso el señorito. Aguardiente, para que se reponga. Qué fue lo que dijo que tenía pa'mí me­jor que el oro?. Una idea ¿qué cabroná es ésa?. ¿Pa qué sirve?
Manuel: Para echar de aquí a los invasores, por ejemplo.
Neira: Huaso seré, pero no “coyonudo”. Mande el español u el criollo, pa' mí no hay "diferiencia"...
Manuel: ¿Y si lo matan en un asalto?
Neira: Todo cristiano muere.
Manuel: Pero... el que muere por una causa noble, sigue viviendo.
Neira: (Se santigua) ¡Párele!. Cosas de ánimas yo las respeto.
Manuel: Quiero decir que lo seguirán nombrando... No hay muerte si no hay olvido.
Neira: ¡La puuu..! Un día entré a una iglesia y así tan fino hablaba el curita. ¡Escuchen, mierda, pa' que apriendan!. Y ¿qué más?
Manuel: ¿Está satisfecho con ser bandido?
Neira: (Ladino) ¿Usted qué cree?
Manuel: Que hay bandidos porque hay hambre. Y usted no es el primero.
Neira: (Ingenuo) No, pues, el primero fue don Pascual Liberona: ¡era un "don"!. Tenía casa y sirvientes. Robaba sólo de cuando en vez pa' mantener fortuna. Cuando yo era un guacho tirillento y andaba con los muleros acarreando sal, lo "véida". ¡Dios lo guarde!, meciéndose en su mecedora. (Sombrío). Hasta que lo "vide" colgar de un árbol. (Pausa). En aquel tiempo, robar 5 animales gran­des, unos 10 nuevos, se pagaba con la horca. ¡Eso es lo que vale la vida del pobre!... Pero usted ¡qué sabe de eso!
Manuel: Sé que cuando un peón de campo pasa hambre, mata una oveja, la carnea y se la come. El amo lo mete preso. Y cuando sale, el amo, de un hambriento ¡ha hecho un bandido!
Neira: (Con admiración). ¡A'hijuna!. Ojalá manije el corvo como ma­nija la lengua... Así es que busca alianza.
Manuel: Para asaltar los correos del Rey que van al puerto: los documentos, para mí, el oro para usted. Ese sería el trato.
Neira: No hago tratos con naiden. Mi cabeza está puesta a precio.
Bartolo: ¡La de él también!... ¡que me recondene si no es el que mientan, el guerrillero Manuel Rodríguez!

Hay un momento de desconcierto, luego Neira se le acerca y alzando su poncho le enseña su casaca:

Neira: Se la quité a un "coño" que mandé a los infiernos.
Manuel: Del ejército realista, grado capitán. Eso podría ser usted.
Neira: Joder... ¿Capitán de qué?
Manuel: De milicias. (Pausa) ¿Qué me dice?
Neira: (Ladino) La digo...¡que usted a lo suyo y yo a lo mío!
Manuel: Lástima. Hay un correo que está por cruzar aquella quebrada. Llevan mucho oro porque vienen 4 muleros y traen escolta...
Neira: Lástima, pues. (Simula salir, vuelve a entrar). ¿Por dónde es que dijo?. ¿Por aquella quebrá?... ¡A los caballos, niños!

Música: salen todos, siguiendo a Manuel y Neira.
Pasa calle
Los bandos en los muros, dicen los del Coro:
Y así estas emboscadas
iba urdiendo el Guerrillero
reclutando bandoleros:
¡la Patria los ha hermanado
y el pueblo ya se ha enterado!
San Bruno y sus soldados
Preguntan por el malvado
Que se ha alzado contra el Rey:
¡nadie sabe de Manuel
aunque lo tenga a su lado!
Mientras llenan de letreros
Las murallas de Santiago
En las que ofrece el tirano
Grande sumas de dinero
Al que entregue al Guerrillero
Nadie quiere ese dinero
Prefieren pegar encima
Sus proclamas clandestinas
Para que él grite en los muros:
Por la patria, yo os juro
Gustoso daré la vida!"
Surge Manuel atrás, sobre la tarima y dice su proclama:

Manuel: "Os juro que mientras mi patria no sea libre, mientras mis hermanos no se satisfagan dignamente, no he de soltar ni la pluma ni la espada, Os juro que he de sacar de los infiernos un tizón en el que se deben quemar, no sólo nuestros tiranos, sino también sus infames secuaces. ¡Viva la Patria!
Los del Coro: ¡Viva el Guerrillero!" (Salen todos)



Escena 10

Después del asalto al Correo
Entran Neira y Manuel; los sigue Bartolo.

Neira: (Bartolo le pasa una bolsa de cuero) ¡Su parte del oro, don!
Manuel: Ese no fue el trato. Tengo los documentos...
Neira: El oro le hará falta, pa'... ¿cómo qué, que la nombró? ¡Para su "idea", carajo!
Manuel: Gracias hermano ¡la idea mucho lo necesita! (Sale Neira. Bartolo observa a Manuel, que mira unos documentos). ¿Qué hay?
Bartolo: Soy Bartolo, peón de campo: no tengo hechuras para bandido... sufro de un corazón blandito. ¡Y me gustaría pelear al servi­cio de su merced!
Manuel: De la "Libertad".
Bartolo: Totalmente, su merced.
Manuel: Me caes bien, Bartolo.
Bartolo: Y mejor lo voy a caer cuando sepa que manejo bien el lazo, que conozco los caminos aunque antes nunca los andará, y que soy buenazo pa' hacerme el tonto.
Manuel: Y eso ¿para qué sirve?
Bartolo: Para engañar a los vivos: Cuestión de darle a la lengua...
Manuel: Aguarda... ¿Qué tal si viste una avanzada del ejército pa­triota cruzando la cordillera?. Bien pertrechado, en gran número... por el paso que hay al sur de Concepción...
Bartolo: Bien pertrechado... (Se detiene) ¿A quién fue que vide?
Manuel: (Ríe) ¡Al ejército patriota, animal!
Bartolo: Le entendí, su merced. Pero en asunto tan delicado, conviene preguntar dos veces. "En gran número, déle clarín, déle tam­bor". Se lo cuento a la Charo que tiene enredos con un Tala­vera, que se lo cuenta a un oficial, corre la nueva hasta...
Manuel: ¡San Bruno!
Bartolo: A'hijuna... ¿Donde ese demonio tengo que llegare?
Manuel: Tú, no: la noticia. ¡Y pónle color!

Salen, cada uno por un extremo.

Escena 11

La divina Morales. En un reducido escenario actúa una pareja, un palco: Marcó, Rufi­no, Lazcano, damas.

El Actor: (Simula clavar su espada en un cuerpo). ¡Muere, vil traidor!
La Actriz: ¡Nos habéis librado del más infame de los tiranos!. Más, (Con exagerado gesto dramático)... ¡tomo por vos!
El Actor: (Desconcertado)... ¿"Tomáis", por mí?
Uno desde el palco: (Corrige) "Temo"... ¡temo por vos!
El Actor: Ah... ¿Teméis por mí?. No debéis preocuparos, bella Marfisa, pues mi vida, ¡sólo pertenece a la causa del Rey!
Marcó: (Le grita). ¡Del Rey de España!
 (Avivan los otros al rey)
El Actor: (Desconcertado)... Mi vida pertenece al rey de Espa­ña...
La Actriz: (Enfática) ¡Tomádme!. ¡Soy vuestra!

Cae en brazos de San Bruno que llega al teatro, entrando, equivocadamente, por el escena­rio.

Marcó: Lazcano, ¿qué hace San Bruno en el escenario?
San Bruno: Traigo un mensaje de suma gravedad, Excelencia...
Marcó: Al fin se digna usted venir al teatro... Vea como gracias al generoso busto de la Morales y la bien timbrada voz de Nico­lás Brito, se gana en gloria para el rey de España.
San Bruno: ¡Una avanzada del ejército insurgente cruza la cordillera!
Marcó: ¡Hostias! (Se levanta, impactado y grita). Señores ¡se acabó la fun­ción!... (a San Bruno). ¡Reúna en el acto al Estado Mayor, San Bruno!

Salen ellos y se retiran todos.

Escena 12

En el campo y en las minas
Los del Coro popular:
De justicia está hablando
el que nombran guerrillero
al campesino, al minero
al que vive enyugado
a la pala y al arado
sobre la amarga verdad
del mal vivir que les dan.
A sus hermanos les dijo:
"¡Ustedes siembran el trigo
otros se comen el pan!"

Entra Manuel, lo rodean los del Coro, como mineros y campesinos.

Minero: Hay cinco mineros dispuestos a ir a la pelea con su merced.
Manuel: ¿Y los demás?. Si supieran lo que está en juego vendrían...
Minero: Lo sabemos: la libertad de Chile.
Manuel: Y la de ustedes, los peones.
Minero: Eso no va a cambiar. Ni locos que lo fuéramos a creer.
Manuel: Estaré loco, entonces. ¿Vale la pena echar a los tiranos si los de la plebe siguen esclavizados por sus amos criollos?. No les dan tregua para que no se detengan a pensar porque entonces, ¡se darían cuenta de la miseria en que los tienen!
Campesino: (A Manuel). El pobre está jodido, su merced. Lo agarra la fatalidad... y ahí ¡se jodió no más!
Manuel: No es cosa de la fatalidad, hermano.
Campesino: Estará de Dios, entonces.
Manuel: Ni de Dios, ni de la fatalidad. El Fraile Antonio de Orihuela predica que las diferencias de rango las inventaron los que están en el poder para esclavizar al pueblo. ¿Y saben por qué hay injusticia? (Ellos lo miran, atentos)... ¡Porque siempre hay quiénes la aguantan!
Campesino: ¿Eso también lo dijo el Fraile?
Manuel: Eso lo digo yo.

Una pareja de campesinos viejos, él se está quejando:

La Vieja: ¿No ve pues?. ¡Pa qué le fue a echar tanto vino al cuerpo!
El Viejo: El vino no hace mal, vieja... Es que me joden en la mina, me joden los huesos, me jode el Talavera cabrón que me pateó en el suelo cuando resbalé...
Manuel: ¿Por qué no lo defendieron si el Talavera andaba solo?
Minero: ¿Defenderlo de uno de "esos"?
La Vieja: ¡Si no son na' cristianos, su mercé!. No es gente como uno.
Minero: Di' que son criminales, sacados de las cárceles de España.
La Vieja: Tienen el cuerpo peludo y una colita, enroscada así, (dobla su dedo). Por eso galopan con el cuerpo echao pa' adelante. Y di' que huelen a azufre... dicen porque yo ¡ni Dios lo per­mita! nunca me arrimé a uno...
Minero: La gente, aquí, piensa que son invencibles.
Manuel: Cuando llegaron los conquistadores, creyeron que eran dioses, que caballo y jinete era una sola cosa. Pero, ¡hace tiempo que se bajaron del caballo! (Sale)


Se reconstituye el Coro y repiten al salir, con énfasis:
Por el mal vivir que les dan:
A sus hermanos les dijo
"Ustedes siembran el trigo
¡Y otros se comen el pan!"

Escena 13

Neira Capitán
Neira mira con tristeza una jaula. Un bandido está con él. Entra Francisco seguido de Bartolo.

Francisco: ¿Por qué la aflicción, compadre?
Neira: Los malditos agarraron al Maulino. Pusieron su cabeza en esta jaula. Tenimos que hacerle la animita... (Muestra un cartel). ¿Qué escribieron aquí los condenados?
Francisco: (Lee) "Para escarmiento de los que atentan contra el régimen, se premiará con mil pesos al que entregue al bandido Neira, y con cinco mil al que entregue a su aliado Manuel Rodríguez.
Neira: ¡Vaya...!. ¿Así que la cabeza de él, vale más que la mía?
Francisco: Pero la suya subirá de precio Capitán de Milicias, José Mi­guel Neira; San Martín le envió el nombramiento por servicios prestados a la patria.
 (Le tiende un pergamino)
Neira: Joder ¡ponga el dedo donde dice "capitán"! (El lo hace, Bar­tolo le pasa una casaca que él se pone). Niños ¿cómo me veo?
Bartolo: Péguese una mirá en aquel charco.

Neira, espalda a público, se contempla en imaginario charco. Luego hace la mímica de orinar.

Bartolo: ¡Dios lo guarde!... Aguaite: ¡su primera "meá" de capitán!

Bartolo y el otro bandido ríen, celebrando. Neira se acerca a Francisco y se cuadra ante él:

Neira: ¡Listo no más!. ¿Cuáles serían las órdenes, jefe?
Francisco: Redoblar los asaltos con los gritos de Viva la Patria. Atacar y dispersarse, cambiando rápidamente de lugar.
Neira: ¡Les caigo con mi gente sobre Cumpeo! (Macuco). Allí tengo deuda que saldar... con el mayordomo cabrón, que me crió a patadas en el corral de los puercos.
Francisco: La venganza no es buena causa.
Neira: Es que cómo le dijera... El dueño es español y tiene graneros llenitos, y caballares... ¡para el ejército patriota, pues!
Francisco: De acuerdo, pero ¡sin desmanes, esta vez!
Neira: (Ladino) Uno puede "desquivocarse" de cuando en vez... ¿u no?
Francisco: Las "equivocaciones", no nos ganan adeptos. Además ahora "el capitán Neira" forma parte del plan de Manuel Rodríguez.
Neira: Y... ¿cómo seríase el plan, su merced?
Francisco: Dispersar las fuerzas realistas para que el ejército liber­tador pueda vencerlos. Atacaremos, en forma real o simulada, en dis­tintos puntos del territorio. Yo atacaré en San Fer­nando, Villouta y Ramón en la zona de Curico y Manuel caerá sobre Melipilla.
Neira: (Corta, excitado) Y yo ¡sobre Cumpeo! (Presumiendo). Mánde­­le decir a mi General San Martín, que no tendrá que avergonzarse de su capitán. Niños ¡a los caballos!. ¡A Cumpeo, mierda! y ¡Viva la Panchita! (Explica). Eso es ¡Viva Chile!

Parten de prisa seguidos de Francisco y Bartolo.


 
Escena 14 

En todas partes está Manuel Rodríguez
Marcó se desayuna. Entra Lazcano, fuera de aliento

Lazcano: Melipilla, Excelencia... Melipilla...
Marcó: Cálmese, mi buen Lazcano, o le vendrá un "sofoco".
Lazcano: ¡Se la ha tomado!
Marcó: ¿Qué?. ¿Mi merienda?
Lazcano: ¡La gobernación de Melipilla!. ¡Se la tomó Manuel Rodríguez!
Marcó: Delira, usted. Ese tunante ya no existe. Me ha dicho San Bruno que cayó en una emboscada en las ciénagas de Curicó.
Lazcano: Lo vi, Excelencia, con estos mis ojos. ¡Todos lo vieron!
Marcó: ¡Hostias!. ¡Que se presente San Bruno!
Lazcano: Atacó la gobernación con una banda de forajidos, ¡nadie acertó a defender las arcas!... Repartió el dinero y las reservas de tabaco y alcohol que había en las arca, y ahí está el populacho, celebrando y bebiendo a la salud de su Señoría... con un apelativo que no me atrevería a repetir...

Ha entrado San Bruno. Al verlo, Lazcano se retira.

Marcó: (Furioso) ¿Oyó?. Rodríguez no fue el que cayó en Curicó. Rodríguez acaba de tomar la gobernación de Melipilla, ¡a 18 millas de la capital, San Bruno...!
San Bruno: (Imperturbable) Venía a informarlo, Excelencia.
Marcó: ¡Coño, ya estoy informado!. ¿Qué hacía ese vejestorio del gobernador de Melipilla?. ¡Que se presente!
San Bruno: Lo apresó Rodríguez: huyeron con él hacia Naltahua: el terre­no es emboscado y fangoso, no entran las cabalgaduras.
Marcó: ¡Destaque mil Talaveras si es preciso!, y aunque tenga que internarse en los mismísimos infiernos ¡captúrelo!

Sale San Bruno y tropieza con un soldadito criollo que entra muy excitado y desorientado:

Soldado: (Tartamudea) Señoría, se tomaron la guarnición, mi capitán me ordenó hablar en persona con Su Excelencia.
Marcó: (Se aleja como si oliera mal). ¡Habla claro, badulaque, o te haré cortar la lengua!. ¿Vienes de Melipilla?
Soldado: De San Fernando, Colchagua, excelencia. Nos retiramos en batida, que diga, nos batimos en retirada. Dijo mi capitán “somos pocos y ellos muchos y traen cureñas ¡huid!...”
Marcó: (Alarmado). ¿Cureñas?. ¿Carros con cañones?. ¿Estás seguro?
Soldado: Eso creímos de primera, pero era el que mientan Manuel Rodrí­guez, que arrastraba con las bestias sacos llenitos de pie­dras, con un estruendo que las mujeres gritaban "¡Virgen San­tísima, terremoto!" y salían en camisón y mi capitán es que grita "¡el ejército insurgente!". Y las mujeres...
Marcó: ¡Qué me importan tus viejas en camisón!. ¿ Manuel Rodríguez?
Soldado: Mecón que era él. Su mesmito caballo y su poncho al viento y uno que grita "¡Viva el guerrillero!", y mi capitán "a ese que lo afusilen", pero antes ¡batirse en retirada!
Marcó: ¡Silencio zopenco!. Y ahora tú te bates en retirada: Partirás con un mensaje para el capitán San Bruno que se va camino a Melipilla. ¡La orden es que se traslade a San Fernando!
Soldado: ¡Ya reventé un caballo Excelencia...!
Marcó: ... ¡Reventarás otro!

Sale de prisa el soldado. Entra Lazcano y le enseña a Marcó una hoja impresa.

Lazcano: Excelencia... el caso del error de imprenta en la Gaceta del Rey. Ahí está la madre del muchacho.. (Entra una Vieja)
La Vieja: ¡Clemencia, Su Señoría! ¡Piedad!
Marcó: (Se aparta) A ese cretino que lo ahorquen.
La Vieja: ¡Sólo fue un error del muchacho con los tipos de imprenta!
Marcó: (A Lazcano) Que ahorquen al muchacho.
La Vieja: ¡Piedad! ¡Es mi hijo! Fue un error inocente, Su Señoría...
Marcó: (Golpea la hoja con su dedo) ¿Inocente? Aquí donde debe decir España, Madre "Inmortal", dice, España Madre "Inmoral"...
La Vieja: (Se santigua) ¡Dios y el Rey lo perdonen!
Marcó:... Y acá donde debería decir "el inmoral" de Manuel Rodrí­guez, dice "el inmortal" de Manuel Rodríguez!
La Vieja: Su Señoría, es natural que el pobrecillo, dado la semejanza de las palabras... de donde viene a resultar... ¡tal abomina­ción!. Pero, le aseguro que lo hizo con toda inocencia...
Marcó: Si tu hijo es inocente, ¡yo soy monja en un convento!. Morirá.
La Vieja: (Abrazado a sus piernas). ¡Es tan joven, tan lleno de vida!
Marcó: Entonces, ¡que emplee mejor su juventud!. ¡Los dos a trabajos for­zados al Santa Lucía! (Suplica cómicamente). Lazcano... ¡Sáqueme esta vieja de las piernas!

Salen los tres

Escena 15

En la Posada de doña Josefa
Llega Manuel, lo atiende Josefa, luego Francisco.

Manuel: Francisco... ¿qué hay?
Francisco: ¡El Ejército Libertador viene cruzando la cordillera!. Tuvie­ron un primer encuentro en la localidad de Picheuta contra un puñado de realistas... Se ve numeroso y bien apertrechado: Vienen al mando el general San Martín y el Brigadier O'Hig­gins. ¡Marchan hacia la cuesta de Chacabuco!
Manuel: ... ¿Marcó está enterado?
Francisco: Su Señoría hace sus baúles. Nombró Jefe de Estado Mayor al general Maroto.
Manuel: Si logran escalar la cuesta de Chacabuco antes que los rea­listas, ¡estarán en ventaja!
Francisco: Los brigadieres O'Higgins y Cramer, subirán uno por el camino viejo, otro por el nuevo mientras San Martín rodea la cuesta.
Manuel: ¿Qué se sabe de los realistas?
Francisco: Vienen refuerzos desde Chillán: pero el camino es largo y los nuestros se acercan ya a Chacabuco.

Entra un compañero de Manuel en la guerrilla.

Compañero: (Con expresión dramática) Vengo de Curicó...
Manuel: (Con temor) ¿Villouta?
Compañero: ¡Vendió cara su vida!. Al ver que los realistas eran superio­res en número ordenó dispersarse y él huyó hacia las ciéna­gas, para desviar­los... No se rindió... ¡Lo destrozaron a golpes de sa­ble!

Todos guardan silencio un instante.

Manuel: (Alza su jarra) Por un valiente que no alcanzó a ver el día de gloria... (Beben en silencio)

Irrumpen unos del Coro anunciando:
¡Ya se acercan! Y dicen que...
Que la Patria está preñada
y ya pronto va a parir
que una brecha se va abrir
en el muro de Los Andes.
El tirano está temblando
ya se apronta para huir
¡déle tambor, déle clarín!
Desde las cimas nevadas
O'Higgins viene bajando
del brazo de San Martín!
Bailan una cueca. Baten palmas. Cantan:
De la cordillera vengo
montada en un pequén
El a pequenazos conmigo
yo a pequenazos con él
¡Viva la Patria y la libertad
Viva la Patria y la libertad
Viva la Patria y la libertad...
Entra Bartolo excitado y anuncia:

Bartolo: ¡Se acercan refuerzos realistas!. Vienen desde Chillán. Son 500 al mando del capitán López y traen infantería chilota....
Manuel: ¡Hay que detenerlos!... Quizá ¡en los cerros de Angostura!
Francisco: ¿Detener a quinientos?... Sería una locura, Manuel
Manuel: Que vale la pena intentar.
Francisco: ¿Cómo?. ¿Con uno cuantos fusiles?, ¿a pedradas?
Manuel: Sacando provecho del terreno. (Manuel traza en el suelo un mapa). Esta altura domina la parte más estrecha del valle. Abajo, el camino real. A los costados laderas escarpadas.
Bartolo: ¿Me permite su merced?. ¡Podemos palanquear peñascos y hacer rodados pa'espantar a la caballería que traen por delante!
Manuel: ¡Bien Bartolo!. Ramón estará apostado con su gente en la otra ladera. Con descargas simultáneas, y desplazándonos...
Bartolo: (Cortando) ¡Sesenta cristianos pueden parecer mil!
Manuel: (Serio) El riesgo es grande. ¿Qué dices, Francisco?
Francisco: Digo que... ¡sudamos mucho para dispersarlos!. ¿De qué valdría si ahora dejamos pasar esos refuerzos hacia Chacabuco?
Manuel: ¡A los cerros de Angostura!

Salen cantando: (la canción del tiempo de la Indepen­dencia: "Viva la Patria y la Libertad..."

Escena 16

Parte de Guerra en Palacio
Entra Marcó desfalleciente, apoyado en Lazcano:

Marcó: ¿Está ahí ese emisario, Lazcano?
Lazcano: Sí, Su Señoría.
Marcó: Hágalo pasar... ¡No, Lazcano!. Que aguarde. (Lazcano avanza, retrocede) Sí, que pase. (Se da aires con el pañuelo).

Sale Lazcano y regresa. Tras él entra un Talavera: trae la cabeza vendada, rostro tiznado de pólvora.

Marcó: ¡Hostias! Su aspecto no es nada tranquilizador. (Al Talavera) Badula­que... ¡no abras la boca si tras malas nuevas!
Talavera: Entonces no la abro.
Lazcano: Hable, pero con tino: Su Señoría sufre del corazón.
Talavera: (Recita) Parte de guerra de las fuerzas realistas: "Nuestro ejército en plena derrota en Chacabuco. El enemigo se descol­gó de la cuesta provocando el pánico por su empuje y superio­ridad numérica. Pasaron a los nuestros a filo de sable. Las bajas del enemigo no pasan de un docena... ¡Las nuestras se cuentan por centenares! ¡Nunca se vio tanta sangre derramada, tanta carne desgarrada, miembros cercenados...

Calla al ver que Marcó se ha desmayado y yace en el suelo. Lazcano le de aires con su pañuelo.

Lazcano: ¡Estúpido... se lo advertí!

Echa por señas al Talavera y ayuda a Marcó a levantar­se. Marcó se retira, apoyado en Lazcano, murmurando:

Marcó: Tengo una idea, Lazcano.... (el lo mira) Haré que preparen mis baúles...

Se retiran ambos.

Escena 17


Celebran la victoria
Entra Bartolo con antorcha. Luego un Señor y una Dama:

Señor: ¡Somos libres! Viva Chile... (Bebe de una botella)
La Dama: ¡Vivan nuestros salvadores, San Martín y O'Higgins!

Se detienen frente a Bartolo.

Señor: (A Bartolo) ¡San Martín y O'Higgins derrotaron a los realis­tas en Chacabuco...! Este guasito no ha de tener idea de nada...
Bartolo: No soy un guasito ignorante. Combatí junto a Manuel Rodríguez y sus montoneros. (Indica a Manuel que viene entrando con Francisco. Con orgullo) Nos batimos en Angostura contra los refuerzos que mandaban los realistas a Chacabuco! ¡Y venci­mos! ¡los hicimos devolverse!
La Dama: ¡Qué aspecto de forajidos! ¿Qué es eso de..."montoneros"?
Señor: ¡Bandidos! ¡Volvamos a la capital!
Bartolo: ¿Los señoritos no tienen un "viva" para Manuel Rodríguez? (El señor y la dama van saliendo) Ni siquiera lo reconocieron.
Manuel: ¿No te has visto el aspecto, hermano?

Se deja caer, cansado, sobre una tarima. Bartolo y los otros dos montoneros se alejan.

Francisco: ¿Oyes las salvas? (Escuchan) Extraña sensación deja el triun­fo. Como si todo se detuviera dentro de ti... ¿Por qué?
Manuel: Quizá porque el triunfo te obliga a mirar hacia atrás. La huida de Naltahua, por ejemplo ¿recuerdas?... No logro olvi­dar el rostro del gobernador de Melipilla, cuando me ofrecía su anillo, rogando en forma tan lastimera por su vida... ¡Maldita sea!... No podíamos dejarlo ni seguir con él.
Francisco: Manuel ¡te obsesiona la muerte de aquel anciano!
Manuel: ¿Le has disparado alguna vez a un hombre indefenso? ¡Es como rematar a un caballo herido!
Francisco: Tenías que hacerlo. De regresar él hubiera dado las señas. Y eras responsable por esos campesinos que reclutaste.
Manuel: Sí, tenía que hacerlo, pero... (con énfasis) ¿Por qué, si luchas por la justicia, una tan bella causa, si luchas por los grandes ideales, por qué tienes que matar para que otros vivan mejor?
Francisco: (Lo observa) Amigo, te ves fatigado. Aquí haremos un alto para descan­sar. Avisaré al resto... (Sale)

Manuel deja caer su cabeza como si se durmiera. Un acorde dramático: se oye la voz del Teniente que repite la frase de la escena inicial:

Voz del Teniente: Aquí hacemos un alto para descansar. Avise al resto de la escolta..."

Se desata una atmósfera onírica, se ve al fondo la mujer del cántaro.

Voz del Teniente: Mire aquella vivandera, digamos que luce regu­lar figura... La Patria nos exige deshacernos de él...
Voces Mezcladas: "Cuando lo traslade a la prisión del Puer­to, le dará muerte en cualquier ocasión"... ¿sabe por qué muere, señor Rodríguez? ¿sabe por qué muere? ¿sabe por qué muere...?

Fin de la Primera Parte





Segunda parte | Dedicatoria y agradecimientos | Versión de impresión

 

 


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