Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Retablo de Yumbel

de Isidora Aguirre

Segunda parte

Al volver la luz después del intermedio, todos los actores están en escena arreglando el Retablo para los episodios en que se colgarán lienzos, o poniendo velas y flores de papel. Los hombres, Chinchinero, Alejandro y Eduardo trabajan en el Retablo. Juliana está con su canasto para vender cirios Magdalena, siempre con sus lentes oscuros, se ocupa en un rincón de una prenda del vestuario. En el centro, o separadas de los otros grupos, las tres Madres trabajan en una arpillera. El Actor 1 puede estar tocando un organillo. Marta arregla su caballito de trapo, cerca de Magdalena.

Cuadro VI

Chinchinero: (A Alejandro) ¿Sabía usted que al santito que se venera aquí en Yumbel por poco lo queman?. Lo quisieron profanar. Hace cien años de eso.
Alejandro: ¿Cómo fue?
Chinchinero: Dicen que unos jóvenes “perversos”, molestos por tanta devoción que le demostraban al santo, se lo robaron de la iglesia y... Usted conoce las décimas, Juliana, dígalas.
Juliana: (Sube a la tarima, recita con gracia)
Unos jóvenes malvados
la robaron del altar:
buscan, buscan, sin hallar,
la estatua, desesperados...
Y ahí, en la arena enterrada,
un pastorcito la halló:
en vano esa gente intentó
en un jolgorio quemarla:
¡Era tan antiguo el santo
que la madera no adió!

El Chinchinero subraya con sus golpes en la caja y platillos.

Alejandro: ¿Así es que al San Sebastián de Yumbel lo entierran, lo desentierras, y hace cien años, lo vuelven a enterrar en la arena y otra vez lo desentierran?. Es extraño: allá en Roma, a Sebastián el legionario cristiano, después de su martirio lo ocultan y lo encuentran para darle sepultura cristiana.
Juliana: Y también a los diecinueve dirigentes que detuvieron en Laya y San Rosendo, dos veces los entierran y desentierran.

La 3 Madres, al oír esto último, vuelven sus cabezas hacia ellos.

Chinchinero: Sí, pues. Primero los sepultaron en el bosque de pintos donde los fusilaron los carabineros... También en medio de un jolgorio, ¿no ve que hallaron allí mismo donde los enterraron, botellas vacíos de licor?

Las Madres hacen un movimiento acusando su emoción y vuelven a su trabajo.

Chinchinero: Es que era en Septiembre, en vísperas de las Fiestas Patrias, se las dieron para celebrar. Bueno, que a los pocos días unos perros escarbando dejaron algo de los cuerpos al descubierto y tuvieron que sacarlos de ahí. De noche los vinieron a tirar al cementerio, aquí en Yumbel. Y ahí quedaron, seis años. Sin señales, ni cruces.

Luz sobre las Madres que hablan ahora serenamente, mientras están cosiendo en común la arpillera. Luego de un breve silencio, retoma una la última frase

Madre 1: Seis años, sin señales ni cruces.
Madre 2: Seis años en los que tuvimos alguna esperanza.
Madre 3: Fue doloroso hallarlos, pero al menos pudimos darles sepultura cristiana.
Madre 2: Esa fue una conformidad.

Breves notas de un cello o contrabajo, de separación (tema de las madres) Marta y Magdalena en segundo plano escuchan inmóviles

Madre 3: Muchos familiares no encuentran  todavía a los suyos, y siguen con la esperanza de hallarlos vivos.
Madre 1: “Vivos los llevaron detenidos, vivos los queremos”, es la consigna en otros países.
Madre 2: ¿En otros países?
Madre 1: Hay desaparecidos en Argentina, Uruguay, Bolivia, El Salvador, Guatemala, Colombia...
Madre 3: Dicen que las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina, escriben sus nombres en carteles para desfilar, y siguen con la esperanza de encontrarlos. Música incidental breve (tema de las Madres)
Madre 2: Yo pido justicia porque hemos vivido engañadas durante seis años por la mentira de que aquí no había muerto nadie.
Madre 3: Yo pienso tan limpiamente que ruego a dios por los hijos de los que les dispararon... para que esos niños no tengan que sufrir por la culpa de sus padres.
Madre 2: Cuando vi que mi esposo no llegaba, lo busqué en la Tenencia. Ahí recién vine a enterarme de que era dirigente y daba la pelea en el Sindicato.
Madre 3: Yo también fui a la Tenencia de Carabineros, pero al segundo día ya no estaba ahí. Lo habían trasladado, dijeron, al Regimiento de Los Ángeles. Allá fui. En el Cuartel me lo negaron: “Vea, señora, su nombre no está en la lista de detenidos. Busque, bien, le dije, tiene que estar. Señora váyase”, me contestó uno, medio enojado. Total ¡me metieron guapo para que me fuera!
Madre 2: También yo tuve que ir hasta Los Ángeles Y de los Ángeles fui a Concepción. Anduve por Talcahuano, por todas partes anduve.
Madre 3: Presenté Recurso de Amparo, cosas legales, hice todo lo queme aconsejaron. ¡Seis años buscándolo!
Madre 2: ¡Seis años que de ellos no supimos!

Música incidental de las madres, mientras trabajan en silencio unos instantes...

Madre 2: Yo sabía, entre mí, que estaban muertos, porque lo veía en sueños. “Para qué me busca tan lejos si estoy aquí” me decía. Cando lo sepultaron, volví a soñar con él: me ponía su manito en la cara y me decía: “¡Cuídeme a mis hijos!”. Desperté llorando. Y le grité: “Aquí están todos tus hijos... ”
Madre 3: A mí no me costó reconocerlo cuando lo hallaron. “Mire con calma” me dijo el doctor. ¡Cuando voy viendo su placa dental!
Madre 2: Yo asistí a los tribunales. Estuve en los careos. ¡Fue tremendo!. Esos mismo que delante de nosotras los habían detenido, negaron todo. ¡Así, todo!
Madre 3: Total, andaban tranquilos: De antemano sabían que los perdonaban por eso de la “amnistía”
Madre 2: Pero fue un consuelo oír al fin la verdad, ahí, públicamente, en los Tribunales de Justicia.

Música breve de separación. Las tres Madres se retiran con la arpillera. Entra Actor 1 que viene a colocar el ángel dorado sobre el Retablo, para la escena siguiente, (cárcel de Sebastián). Le hace una seña a Magdalena que va a salir.

Actor 1: Magdalena ¿me puedes ayudar con el ángel?
Magdalena: (Regresando) Sí, por supuesto.

(Hablan mientras lo fijan a una cuerda que cuelga de arriba del Retablo)

Actor 1: Nunca te quitas los lentes oscuros...
Magdalena: No. (Le sonríe tímidamente, como disculpándose)
Actor 1: ¿Algún problema con la vista?

Luego de un momento de indecisión, responde con voz entera:

Magdalena: “Allá”, nos tenían siempre con una venda negra en los ojos. (Ante la mirada interrogante de Actor 1). “Allá”, en el campo de prisioneros.

Ha entrado Marta. Va hacia el canasto a buscar el caballito de trapo. Magdalena se le acerca y le ayuda, se lo ciñe a la cintura.

Actor 1: (a Magdalena). ¿Piensas mucho en esos días?
Magdalena: (Murmura). Me parece que todavía sigo en esa oscuridad.
Marta: Las señoras de la “Agrupación de Familiares”, dijeron que tenías un hijo.
Magdalena: Lo dejé en Concepción con sus abuelos. Mis padres son chilenos.
Marta: Magdalena, desde que estás trabajando con nosotros, es la primera vez que aludes a tu prisión.
Actor 1: Y te haría bien hablar, ¿no crees?
Magdalena: Hablar... (Se detiene en un gesto, queda pensativa)
Actor 1: Del golpe militar en la Argentina.
Magdalena: (Voz impersonal) Marzo 1976. Notamos un cambio de valores. Total. Y muy evidente. Escuchabas siempre las mismas frases en la radio y televisión: “la seguridad de la nación, el orden de la nación. Estamos aquí para salvar a este país del caos. La seguridad de los ciudadanos argentinos... Repetidas majaderamente. (Pausa) No pensé que nos ocurriría algo, había... esa inocencia en los medios de comunicación... (Los mira un instante). Y tú deseas creer lo que dicen. Aunque estés viendo operativos, crímenes, la impunidad... (Calla al ver que entra Juliana con la bandera)
Juliana: (A Marta) Vamos a empezar. Quinto episodio.

Magdalena se retira. Actor 1 termina de fijar el ángel en el Retablo. Entra el Chinchinero. La luz baja hasta la penumbra y vemos a Alejandro como Diocleiano y Eduardo, como Sebastián suben a la tarima del Retablo. Se escuchan los compases de la Gavota.

Episodio V del Retablo

Prisión de Sebastián.

Luz fuerte, realzando el dramatismo, sobre el Retablo. Sebastián, con túnica, encadenado. Diocleciano sin galas de emperador, lo visita. Con breve coreografía se mueven Juliana, Marta con el caballito, y Chinchinero. Cesa la música, Juliana dice las décimas.

Juliana:
Sebastián encadenado
acusado de traición
es llevado a la prisión
y a muerte condenado.
Lo visita Diocleciano
y le ruega con fervor
que reniegue de su dios
por ganar su libertad:
“¡Si te matan Sebastián.
para mí será el dolor!”

Sale Juliana y acompañantes, se animan los del Retablo.

Diocleciano: ¡Al Capitán de mi guardia lo acusan de traición!. ¿Qué delito has cometido?
Sebastián: ¿No juzgan crimen mayor, el crimen de ser cristiano?
Diocleciano: ¡Visitas los calabozos y alientas a tus hermanos a renegar de los dioses!
Sebastián: ¿No has venido tú a pedirme que reniegue de mi Dios?
Diocleciano: Dolido y entre sombras me allego a ti como un ladrón...
Sebastián: Tú ordenaste mis cadenas. ¿Qué quiere el emperador?
Diocleciano: ¡Oír la verdad de tus labios!
Sebastián: Lo que oíste, ¡es así!
Diocleciano: Eras tú mi predilecto como a un hijo te escogí...
Sebastián: Sabías que era cristiano con deberes que cumplir.
Diocleciano: ¡El Capitán de mi Guardia sólo a mí debe servir!
Sebastián: No sirvo yo al que envía mis hermanos a morir.
Diocleciano: Te concedí mis favores y el más grande: ¡mi amistad!
Sebastián:
  Sigo siendo tu deudor por lo mucho que me has dado.
Diocleciano: (Ruega)
No has de ofender a tu dios
fingiendo sacrificar
a nuestros dioses romanos...
¡Hazlo por mí, Sebastián!
Muchos que así lo hicieron
ganaron su libertad.
Sebastián: Y hoy su flaqueza maldicen
no logran hallar la paz.
¡Deja ya de perseguirlos!
Diocleciano: Sebastián, vano es tu empeño: Galerio se alzará en armas.
Sebastián: ¿No eres tú el Augusto y “Dueño”?
¿Manda el César más que tú?
¡La paz desea tu pueblo
no es vida la que le das,
sembrando el campo de muertes!
No en el odio, en el amor
hallarás paz verdadera:
manda pues en tus edictos
¡Sí a la vida, No a la muerte!
Diocleciano: (Con enojo) ¡Nuestra ley, es nuestra ley!
¡No sé yo de otra mejor!
Roma debe su grandeza
al valor de sus legiones,
no a la paz sino a la guerra
¡y a su código de honor!
Sebastián:
Hay quién no precisó espada
ni alardes de valor
para que las multitudes
lo aclamaran su señor:
vino a enseñarnos el camino
el de nuestra salvación.
Diocleciano: Si me hablas de tu maestro
aquel que llaman Jesús
¡nadie lo pudo salvar
de morir en la tortura!
Sebastián: Su palabra sigue viva nos llega en ella la luz. Sus seguidores predican la justicia, la virtud...
Diocleciano: (Agobiado) ¿Qué podría hacer contigo?
Sebastián: Hazme morir en la cruz, ¡así salvas al Imperio!
Diocleciano: ¡Ay, testarudo, te burlas!
Sebastián: ¿No enviaste ya tus arqueros para quitarme la vida?
Diocleciano: Si te mando asaetar
¡me han de doler tus heridas!
Y para ordenar tu muerte
ninguna razón tendría.
Sebastián: Yo sé que por mis creencias
me van a quitar la vida,
tú, mi verdugo, ignoras
por qué razón me la quitas.
Diocleciano: (Herido) Por llamarme tu verdugo, ¡da tu causa por perdida!
Sebastián: Ganada para los cielos
que mi Dios vela por mí:
El que habla por mi boca
te aventaja en poderío.
Diocleciano: ¡Ya firmaste tu sentencia
y a ese dios lo desafío,
cuando sufras el martirio,
¡a salvarte de morir!
¡Venid por él mis flecheros!
¡A él, mis guardias, venid!
Dad muerte al Capitán
que cuidados me debía...
¡Ruega a tu dios, Sebastián,
que cuide él, mejor, de ti!

Oscuro. Al volver la luz, música breve de separación. Vemos a Magdalena, conde antes la vimos, con sus lentes oscuros, sentada, inmóvil, en un escaño. Dará su testimonio con voz impersonal, tono neutro, como si no estuviera ella involucrada.

Cuadro VII

Magdalena: “Me detuvieron en Buenos Aires, en abril de 1977. Tenía un embarazo de dos meses. El mismo día detuvieron a mi compañero en la vía pública. Me sacaron con violencia de mi casa y me arrojaron al piso de uno de los automóviles que realizaban un “operativo”. En el campo de prisioneros que llamaban “El Chupadeo, me bajaron siempre a los gritos y los golpes, y me obligaron a correr en todas direcciones, con la vista vendada, haciendo que me estrellara contra las paredes y tropezara con los detenidos que estaban en el suelo. Durante cinco días estuve atada a mi compañero: todos esos días le aplicaban la picana eléctrica. (Pausa). No sé cuantas veces fui cejada y... violada.”

Puede haber música breve de separación antes y después del testimonio de Magdalena. Ahora luz sobre el Retablo donde Juliana recita la historia de Sebastián, la que se irá alternando con el testimonio que da Magdalena. Las Madres, mientras recita Juliana cuelgan la Primera arpillera en un arco del Retablo que ilustra de la historia de Sebastián“, a un árbol atado”.

Juliana: Conmovido y con dolor
da la orden Diocleciano
que a un árbol sea atado
quién fue su guardia de honor.

Compases de música

Magdalena: “Al año trasladaron a mi compañero. Traslado quería decir “muerte”. Era ser conducirlo a un pozo de cal y dispararle ráfagas que lo hacían caer dentro. Lo trasladaron junto con otros dieciséis prisioneros que figuran hasta hoy en las lista de “detenidos desaparecidos”

Compases de música las Madres cuelgan la segunda arpillera, “los flecheros”

Juliana: Y ordena el Emperador
que vayan siete flecheros,
los más fieros y certeros
para quitarle la vida...

Compases de música

Magdalena: “Poco después de mi liberación, nació mi hijo. Pronto tendré que explicarle que secuestraron a su padre en su país, su patria, por el solo delito de luchar por una vida más justa.”

Compases de música

Juliana: En lugar de siete heridas, ¡le encienden siete luceros!

Compases de música

En el arco central del Retablo han colgado la tercera arpillera en que se ve a Sebastián con siete “luces”, pequeños orificios que se iluminan desde atrás

Magdalena: “Entrara a una cárcel clandestina es encontrarse súbitamente despojado de todo sistema defensivo. Es ser arrojado al fondo de un abismo. Pero sufrir la agonía de esperar día a día la muerte cuesta menos, ¡si sabemos con certeza cuáles con nuestras esperanzas!”

Las Madres se han acercado a Magdalena, que en este episodio se quitado sus lentes oscuros, y le ponen un velo como el que ellas llevan. Salen con Magdalena.

 

Episodio VI del Retablo

Sin transición se pasa al último episodio romano. Diocleciano y Sebastián están en escena (donde quedan tendidas las arpilleras). Diocleciano con el manto púrpura, Sebastián cubierto con una capa con capucha que oculta algo su rostro. La escena ocurre delante del Retablo, “en las escaleras del Palacio del Emperador”. Sebastián sentado al borde de la tarima, Diocleciano sube a la tarima. La acción se desarrolla junto con salir Magdalena con las Madres.

Juliana: baja del Retablo para recitar las décimas:
Y tendido en aquel huerto
le dejaron, malherido,
con siete flechas prendido
y dándolo por muerto.
Cuando se van los arqueros
llegan dos santas cristianas
y sus heridas le sanan.
¡Sebastián vuelve a la vida!
Y su promesa no olvida
de rogar por sus hermanos.

Sale Juliana.

Diocleciano: (Reconoce a Sebastián al alzar él su capucha). ¡Sebastián!. ¿Ordené tu muerte!
Sebastián: Y a mi Dios desafiaste a que me conservara la vida.
Diocleciano: ¿Qué brujería hiciste?. ¡Convertiste con tus prédicas a mis arqueros en cobardes!. ¡Pagarán por su desobediencia!
Sebastián: Ellos cumplieron. Mira mis cicatrices. (Abre algo su capa)
Diocleciano: ¡Por todos los dioses!. ¿Quién pudo curar incurables heridas?
Sebastián: Dos santas mujeres que me hallaron herido en el huerto.
Diocleciano: Si tal poder tienes para salvarte de morir, ¿por qué no me conviertes en esclavo vil, o en piadoso cristiano, y te ahorras así tantos afanes?
Sebastián: Verás la luz, sólo si tú quieres verla. Libre es la voluntad del hombre.
Diocleciano: No la tuya, que vienes a mi “mandado”... por tu Dios.
Sebastián: Su siervo soy, pero escogí libremente a quién servir. La fe no esclaviza al hombre. También tú, Diocleciano, eres libre para ordenar que los cristianos mueran, ¡o para ordenar que vivan!
Diocleciano: (molesto le vuelve la espalda) ¡Basta!. No quiero oír más. (Pausa) ¿A qué viniste a mi palacio?
Sebastián: ¡A interceder por mis hermanos!. Y poque quiero tu salvación.
Diocleciano: salvación... ¿por qué?
Sebastián: Por el amor que te tengo.
Diocleciano: (Dolido) Y yo, por el amor que te di y que tú me dabas, ¿debo firmar dos veces tu sentencia de muerte? (Se miran en silencio). ¿Volverá tu dios a salvarte?
Sebastián: No tendré nueva ocasión de hablarte. (Pausa) Da tu perdón, Diocleciano, acaba esta injusta querella. O tu fin será muy duro.
Diocleciano: (Irónico).,¿Sabes predecir el futuro?. Quizá puedes leer en las estrellas, como lo agoreros que rondan el palacio. (Sonríe) ¿Qué ve en mi porvenir?
Sebastián: (Serio) Aflicción. Te traicionará tu César Galerio en cuanto renuncies al mando.
Diocleciano: Será mi sucesor. ¿Para qué mancharse con sangre mía?
Sebastián: Derramará sangre tuya, pero no manará de tu cuerpo.
Diocleciano: ¿De mi linaje? (Él asiente). (Afligido) ¡Mi hija! (Reacciona) No. No tengo por qué creer en tus predicciones.
Sebastián: Antes de morir verás derrumbarse lo que tanto trabajo te costó construir.
Diocleciano: ... Tal vez mi hermosa ciudad de Nicomedia...
Sebastián: El Imperio.
Diocleciano: (Estalla) ¡Mientes!. Lo que hice perdurará en la memoria de los hombres. Reconocerán mis méritos. Cantarán mi gloria.
Sebastián: Maldecirán tu nombre por perseguidor de cristianos.
Diocleciano: ¡No quedará uno solo de ellos sobre la faz de la tierra para hacerlo!
Sebastián: (Iluminado, como teniendo visiones). Habrá miles y miles. Saldrán de las cárceles, de la oscuridad de las minas y catacumbas, vacilante, enflaquecidos, pálidos, como un ejército fantasmal. Pero van cobrando fuerzas, entonan sus himnos, reconstruyen sus templos, llevan “la Buena Nueva”, hasta el ultimo rincón de la tierra...

Se escucha una clarinada.

Diocleciano: ¡Huye, Sebastián!. Se acerca Galerio. ¿Entra al Palacio y arreglaré tu fuga!
Sebastián: Si huyo dirás, “era un cobarde, no tuvo la fuerza de mantener sus convicciones”. Si muero, quizá recuerdes mis palabras, quizá la semilla dé su fruto.
Diocleciano: (Urgiéndolo) Huye, ¡quiero salvarte!
Sebastián: ¿Y quién salvará a los que mueren por tus edictos?
Diocleciano: (Al oír otra clarinada). ¡De prisa!. ¡Sólo tú me importas, porque más que un hijo te considero!
Sebastián: Dices “solo mi hijo me importa” y no te avergüenzas. A los que injustamente persigues ¡todos los hijos!... ¡los hijos de todos, les importan!

Se vuelve, ocultando el rostro porque ha entrado Galerio.

Galerio: Te saludo Diocleciano. ¿Quién se atreve a importunarte en las escaleras de tu palacio?
Diocleciano: (Disimula tu temor) Un agorero que lee el futuro.
Galerio: Y... ¿qué te ha predicho?
Diocleciano: (Vacila. Luego, agresivo). Que mi César Galerio me traicionará en cuando me suceda en el trono. Que derramará sangre de mi sangre.
Galerio: ¡Vaya con el agorero!. Y a mí ¿qué mentiras me anuncias?. ¡Habla!
Sebastián: (Se descubre, Galerio lo mira con extrañeza). Caerás víctima de un mal que hará maldecir la vida por tus dolores. Entonces firmarás la paz con los cristianos.
Galerio: ¡Eres tú el que va morir, capitán traicionero, maldiciendo la vida por tus dolores! (A Diocleciano). ¡Ordenaste su muerte!
Diocleciano: Mis arqueros atravesaron su cuerpo, pero ¡se cerraron sus heridas!
Galerio: ¡Cristiano y brujo... a la hoguera! No. Tu Dios podría salvarte del fuego. Haré que te mutilen a garrotazos y que luego te degüellen, ¡a ver si tu Dios es capaz de juntar lo que yo separo!. Tus restos serán arrojados a las cloacas de Roma, donde nadie te halle para rendirte homenaje de mártir. ¡Prendedlo!. ¡Te condeno, Sebastián, al eterno olvido!

Música breve subraya sus palabras, mientras entra Juliana con el estandarte de Sebastián los del Episodio se retiran.

Cuadro VIII

Las tres Madres a la que se agrega Magdalena (como Madre 4) con velos negros transparentes sobre el rostro actúan ahora como un Coro popular, mientras Juliana en la tarima continúa recitando las décimas que terminan la historia de San Sebastián.

Juliana: Y su espada desenfunda
Galerio encolerizado
“¡Degolladlo y arrojadlo
a una cloaca inmunda!
Madre 1: Extraña cosa, siempre lo mismo.
Madre 4: ¿Cómo el hombre puede hacerle eso al hombre?
Ellas en Coro: ¡Siempre lo mismo!
Madre 2: La carne adherida la trapo.
Madre 3: Los alambres en los huesos.
Madre 1: En un horno de cal.
Madre 2: En la tierra clandestina.
Madre 4: En la escoria, donde el que tuvo un nombre, lo pierde.
Madre 1: Y sus huesos se calcinan.
Madre 4: En un pozo.
Madre 1: Baja usted por los siglos y están martirizando a los cristianos y ocultando sus despojos.
Coro: ¡Extraña cosa!. ¡Siempre lo mismo!

Compases de música. Juliana con el estandarte al borde de la tarima recita:

Juliana: “¡Ved que la orden se cumpla!”
Y la orden fue cumplida.
ya sangra por mil heridas
está nimbado de luz
con la señal de la cruz
¡el santo entregó la vida!

Compases de música

Madre 2: Es duro para una madre tener un hijo desaparecido.
Madre 1: ¡Más duro es hallarlo y saber cómo perdió la vida!
Madre 3: Mejor no lo hubiera hallado!
Madre 1: (Avanza, se aísla algo de las otras tres) No. Ahora nada es mejor, todo es peor: saber, o no saber de un desaparecido, hallarlo muerto y ¡ver cómo lo han dejado! (Al recordarlo, se dobla de dolor, las otras recitan como en canon)
Madres 2, 3 y 4: Tenía los pies... las manos... la garganta, los pies, las mano, la garganta, los órganos vitales, los pies, las manos... mutilado... mutilado... mutilado...
Madre 1: ¡Degollado!

Breve estallido, en montaje de sonido.
Un silencio

Juliana: Llevan su restos sagrados
hasta un desagüe escondido
pensando que en el olvido
quedarían sepultados.
Madre 4: ¡No podemos olvidar!
Coro: ¡No debemos olvidar!
Madre 4: Los horrores con el transcurrir del tiempo podrían parecer menos horribles.
Madre 2: Podríamos acostumbraros al gesto de tomar en nuestras manos un trozo de mandíbula y decir: “Sí, es él: mi hijo era bondadoso”.
Madre 3: O al ver salir de la tierra un cráneo agujereado, murmurar. “Mi hijo nunca le hizo daño a nadie”
Madre 2: O al reconocer en un andrajo algo que le tejimos con nuestras manos junto al fuego mientras se doraba el pan, digamos: “Mi esposo era tranquilo, siempre cumplió en el trabajo.”
Madre: (Se quita el velo, y avanza hasta un extremo). Hijo, con tu muerte ¡yo perdí la vida!. No permita nadie que lo ocurrido caiga en el silencio, caiga en el olvido...

Un silencio

Juliana: Sus restos han ocultado
pero vano es el afán:
Él dio aviso a una santa
de su enero clandestino.
¡Hoy saben los peregrinos
donde yace Sebastián!

Ahora las Madres, siguiendo a Juliana con el estandarte, se desplazan en círculo. Madre 1 permanece en su sitio. Las Madres dirán, turnándose los parlamentos:

Las Madres: No queremos la venganza, pero tampoco el olvido.
No los llamen “los diecinueve de Yumbel.”
Los catorce de Lonquén.
Los dieciocho de Mulchén.
No pueden ser sólo un número... una cifra.
Detrás de la cifra no cabe más que el nombre, no hay lugar para el hombre.
Ni para el dolor de quiénes lo amaron,
Quereos sentirlos presentes.
Llamarlos por le nombre con que los saludábamos cada día.
Hablar de cómo eran, qué decía.
Hablar de sus dolores, sus alegrías
Sus esperanzas también...
Madre: Hijo, desde que volví a la vida, ¡no hay un día en que no sienta tu presencia y oiga el sonido de tu voz!
Juliana: Qué riste celebridad
la que tuvo Diocleciano
perseguidor de cristianos,
¡lo predijo Sebastián!
Decía en su ancianidad:
“mi imperio se derrumbó
y mi gloria se extinguió”
y al decirlo, lloraba.
“¡Ay, Sebastián le clamaba,
sólo tú me diste amor”!

Compases de música, luz sobre Madre 1

Madre: Hijo ¿dónde te llevaron?. ¿Qué hicieron contigo? (Pausa) “Está oscuro, madre; abro y cierro los ojos y está oscuro. Tengo las manos atadas, el cuerpo doblado y hace frío.” (Pausa) Hijo, nunca dejaremos de buscarlos, aunque siempre dan las mismas respuestas: véase a fojas 2, el trámite es lentísimo, hay que hacer algunas consultas, no está detenido, no se sabe, no ha lugar... El habeas, hábeas ¡no salva a nadie del martirio! (Pausa). “Madre, piensa que un pueblo no se acaba, que un río no termina, que tú seguirás creyendo y construyendo junto con las gentes sencillas, con tus manos, con futuro, ¡si te puedo dejar dignidad para siempre!” (Pausa) Hijo, quieren romperte a pedazos, negándote la vida, sin concederte tampoco la muerte... Y los jueces escribirán tranquilos, “agréguese al expediente, tramítese, arríbese... ¡olvídese!. “Porque para algunos lo importante son la instancias cumplidas... que se agiten los recursos legales, ¡aunque la vida se agote mucho antes! (Pausa). “Madre, siento deseos de morir a cada instante, mi victoria no es otra que la del silencio, el desmayo, el segundo en que pueda descansar, la idea fija de no hablar, y decirte que soy el mismo de antes. Porque, después de todo, tenemos la sangre limitada, un corazón que se cansa. la falta de aire, mucha sed y más hambre... ¡Pero no dejes, mujer, que nos maten el alma antes de tiempo!” 1

Música incidental Las otras Madres y los actores Chinchinero y Juliana se desplazan ahora, y la Madre 1 se une a ellos en una fila que simboliza una procesión. Alejandro y Marta les ofrecen velas que están insertas dentro de claveles rojos de papel, imitando pequeños farolitos chinescos. También les entregan listas con los nombres de los 19 dirigentes asesinados y hallados en el cementerio de Yumbel

Madre: No permitas, Sebastián, que olvidemos a los ausentes...
Voces: No lo permitas.
Madre 3: La vida tiene tantísimos afanas y somos propensos al olvido.
Madre 4: Si olvidamos el pasado, ¡estaremos condenados a repetirlo!

Voces: No lo permitas, Sebastián.
Madre: Por eso, al recordarlos, diremos ¡nunca más!
Voces: Nunca más... Nunca más...

La procesión puede bajar a la sala y volver a subir, precedida por Juliana que lleva el estandarte. Todos van nombrando ahora a los muertos, uno lo dice y responde el coro como en una letanía. Van leyendo por turno el nombre en las listas que les ha entregado Alejandro, llevando el cirio encendido forrado con papel rojo con forma de un clavel (como se llevó en estas circunstancias en homenaje a los detenidos desaparecido).

Uno: Juan Acuña
Coro: Ruega por él.
Uno: Luis Araneda
Coro:Te lo encomendamos, Sebastián.
Uno: Manuel Becerra.
Coro: Cuídalo, Santo Doncel.
Uno: Rubén Campos.
Coro: Ruega por su alma.
Uno: Juan Jara, Fernando Grandón.
Coro: Llévales nuestro amor.
Uno: Jorge Lamaña, Heraldo Muñoz, Federico Riquelme
Coro: Te los encomendamos, San Sebastián.
Uno: Oscar Sanhueza, Luis Ulloa, Raúl Urra.
Coro: Cuídalos en el Santo Reino.
Uno: Juan Villarroel, Jorge Zorrilla, Eduardo Gutiérrez.
Coro: Cuídalos, Santo Doncel.
Uno: Mario Jara, Alfonso Macaya, Wilson Muñoz.
Coro: Llévales nuestro amor.
Juliana: Desde tu sanuario de Yumbel, ¡protégenos para que podamos construir una patria libre, donde reine la justicia!
Madres 2 y 3: (En coro) ¡Danos esa esperanza, Santito milagroso!

Estalla un compás de “polca”, puede ser el actor que toca el organillo callejero, que acompaña al Chinchinero.

Juliana: ¡Hoy es la fiesta de San Sebastián!
Todos: ¡Albricias le damos al Santo!
Chinchinero: ¡Ya vienen llegando los peregrinos!

De manera sorpresiva se forma un espectáculo popular en la plaza con la pasada de dos de los actores con máscaras bailando una polca, luego unois pasos de cueca, cruzando el escenario. O bien entra alguno de elolos manejando un par de marionetas, otro pasa en zancos, etc. Las Madres, que se han quitado los velos que cubrían sus rostro, y dejado los cirios, se unen a las celebración de los peregrinos.

Coro: Hasta el pueblo de Yumbel
a saludarte venimos
nuestro Sebastián querido
con un verso y un clavel.
Varios: ¡Viva el Santo!”. ¡No olvides a tus peregrinos!

Algunos llevan banderas con los colores del Santo, amarillo y rojo, y luego de unas vueltas que da el Chinchinero tocando caja y platillos, Juliana sube a la tarima y anuncia:

Juliana: ¡atención! (Redoble de caja). Hoy, 20 de Enero, fiesta de de nuestro patrono, San Sebastián, los actores acaban de representar para ustedes, la obra que cuenta su vida y martirio, llamada (Redobles, caja y platillo)

Todos: ¡Retablo de Yumbel!

Música para la canción final (marcha). Se disponen todos en una línea frente a público y cantan:

Hoy te invocan en Yumbel
tu santuario es ya famoso
te dan culto fervoroso
peregrinos en tropel.
Antes en Roma y después,
en que baila y el cantor
dice alegre y con fervor:
¡Entre la tierra y el cielo
es la injusticia un flagelo
y su remedio el amor!

Repiten, avanzando:

Entre la tierra y el cielo
la injusticia es un flagelo
y su remedio el amor!





Fin de la obra



1El monólogo de la Madre 1: está construido sobre un poema de José Manuel Parada, asesinado en 1985, (cuando me documentaba para esta obra) que él escribió a raíz de la detención y desaparición del padre de su esposa, Fernando Ortiz, en 1979.


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