Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Retablo de Yumbel

de Isidora Aguirre

Primera parte

Música orquestal dramática, Se escucha una voz en lo oscuro:
Preguntó Yahvé a Caín ¿dónde está tu hermano Abel?. No lo sé, (repuso éste ), ¿acaso soy el guardián de mi hermano?. Y dijo Yahvé a Caín: ¡La sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra!”

Cuadro I

La música se resuelve en una animada danza folklórica (“cueca”), para la entrada de Juliana con el estandarte o bandera de San Sebastián y su padre el Chichinero, tocando sus instrumentos. Ambos entran bailando. Luego se muestran Las Madres, como si salieran de la iglesia. Dan una vuelta por la plaza, siguiendo a Juliana y Chinchinero. Al cesar la danza, Juliana dice las décimas:

Juliana:
A la plaza de Yumbel
a saludarte venimos
nuestro Sebastián querido
con un cirio y un clavel.
Es Sebastián el doncel
que cantan los peregrinos
y las tencas con sus trinos
con muy tierna devoción:
¡cumple entonces tu misión
dando favores divinos!
Coro: ¡Concédenos tus favores, San Sebastián!
Chinchinero: (Al Público). Por si no lo saben, esta imagen del Santo que se venera en la iglesia de Yumbel es muy antigua: con decir que la trajeron los conquistadores españoles. A ver, diga las décimas, Juliana.
Juliana:
A Chillán vino de España,
la imagen que se venera,
más, sucedió de manera
que aquí en esta iglesia anclara.
Dios permitió esta hazaña:
la llevaba un Coronel
cuando pasó por Yumbel
huyendo en tiempo de guerra
¡y aquí la enterró en la arena
y luego se olvidó d’él!
Chinchinero:
Más tarde los de Yumbel
la santa imagen hallaron.
Cuando la arena escarbaron
vieron al santo doncel De Chillán claman por él, responden los de Yumbel:
Juliana: No lo queremos perder,y no habrá quién se lo lleve.
Chinchinero: ¡Ni con dos pares de bueyes lo pudieron remover!
Madre 2: ¡Cúmplenos Las mandas, San Sebastián!
Madre 3: Sí, ¡cúmplenos, santito milagroso!
Chinchinero: Cuidado, es milagroso, pero muy ladino. Cumple si a él le cumplen. Pero si alguno se olvida de pagar su manda, él ¡va y le devuelve el mal!. (Da unas vueltas alegremente, tocando sus instrumentos. Ve a los actores que avanzan desde platea, los designa a Juliana). ¡Los actores!
Juliana:¡Llegan los acortes!. Van a ensayar aquí en la Plaza. (Va hacia ellos y los ayuda con algo de utilería que traen Mientras Alejandro, Marta, Eduardo y Magdalena en sector talles instalan un canasto con el vestuario, regresa para anunciar a público, al son del tambor y platillos del Chinchinero). El día 20 de este mes de Enero es la fiesta de nuestro patrono San Sebastián. Y los actores van a representar una obra llamada (Se desplaza y vuelve a tocar el tambor el Chinchinero). “Retablo de Yumbel”!

Han pasado a primer plano, junto con Juliana y Chinchinero, las Madres 2 y 3. La Madre 1 se queda se queda al fondo ayudando a Marta a ceñirse el caballito de trapo. Los otros preparan vestuario y utilería

Chinchinero:
Es una representación
que narra el martirio cruel
de San Sebastián rl doncel:
Madre 2: ¡Es verdad y no es ficción!
Madre 3: ¡Hay abuso y no hay sanción!
Chinchinero: Se notará en la ocasión que este mundo sigue igual:
Juliana: Tranquilo Está el criminal...
Las tres Mujeres: Hay abusos y no hay sanción (Caja y platillos). Se congela la acción en el gesto de las tres mujeres.

Luz pasa a sector delantero, donde está Alejandro Suave música incidental

Alejandro: (Como narrador) Verano de 1980. La idea fue de Marta. La de escribir una obra y representarla en la plaza para la fiesta de San Sebastián. (Pausa) Yo amaba a Marta. Pero ella seguía amando a su compañero... mi hermano Federico, caído en el año 75. Eduardo tomó el rol de Sebastián. Reclutamos a otro actor en Yumbel. Y las señoras de la “Agrupación de Familiares, nos enviaron a Magdalena, una joven argentina que ofició de vestuarista. (Atrás, en penumbra, están los actores preparándose). Nos prestaron un taller junto a la iglesia, invitábamos a los yumbelinos a participar... La gente que circulaba por la plaza una plaza de campo con árboles frondoso y algarabía de pájaros, se veía alegre. Si embargo, no hacía mucho, la tierra de Yumbel se había abierto para entregar los restos de diecinueve fusilados, inocentes, que figuraban desde el golpe militar, en la lista detenidos desaparecidos.

Se retira y al pasar toma del canasto su traje para la representación. La Luz ilumina ahora el extremo delantero, donde la Madre 1

Madre 1: Diecinueve fusilados sin culpa alguna -como se probó más tarde en el juicio-, a poco días del golpe militar, durante un traslado de laja y San Rosendo al cuartel de la ciudad sureña de Los Ángeles. A pesar de los “recursos de ampara”, de los múltiples requerimientos y diligencias, del lago peregrina de madres y esposas, no se logró establece qué ocurrió con este grupo de detenidos, cuyos datos se perdieron en la madrugada del 17 de Septiembre de 1973. Quedó establecida en el juicio reciente, la identidad de cada una de las víctimas así como la de sus hechores. Pero, tal como ocurrió en el caso de las minas de Lonquén, ese mismo año 79, los victimarios se acogieron a una Ley de Amnistía dictada poco antes por gobierno de la Junta Militar.

Se retira, la Luz vuelve al centro donde se descongela la acción. Música breve, el Chinchinero su tambor, girando, mientras recita:

Chinchinero:
En la representación
que habla de San Sebastián
el que quiera ver, verá
lo que en Yumbel sucedió
cuando la tierra se abrió.
Madre 2:
Persiguieron la inocencia
y esta tierra en su clemencia
quiso sacar del olvido
a nuestros seres queridos.
Madre 2: ¡El cielo dictó sentencia!

El Chinchinero se retira con golpes de platillo y vemos atrás al Actor 1

Actor 1: Empieza el ensayo. Primer episodio. ¡Apaguen! (Queda la escena oscura). ¡Música! (Estallan alegres los primeros compases de la “gavota”. Se mantiene oscuro)



Episodio 1 del retablo


Luz brillante y cálida sobre la madera dorada del Retablo, ahora sin la cortina. Fijos como dos estampas, Diocleciano, de pié y la mano en alto, Sebastián rodilla en tierra ante él, con su coraza y casco de Legionario. Se busca la magia de la imaginería religiosa, vistosa, ingenua. Junto con volver la Luz han entrado, girando y bailando al ritmo de la Gavota, Chinchinero y Juliana que porta el estandarte o bandera del Santo, y Marta como jinete romano con su caballito de trapo llevando antifaz. Al cesar la música Juliana recita:

Juliana:
A Sebastián, el Legionario
lo llama el Emperador:
Le concede su favor,
el augusto Diocleciano
Sebastián era cristiano,
y la gente ya sabía
que en aquel tiempo había
una cruel persecución
¡muerte era la ración
que los cristianos sufrían!

Con unos compases de la Gavota se retiran, siempre con una pequeña coreografía. Al cesar la música, se animan los personajes del Retablo:

Diocleciano: Te saludo, Legionario.
Sebastián: ¡Sacratísimo! (Besa el borde de su manto)
Diocleciano: No es necesario que dobles la rodilla, ni que beses la orla de mi manto.
Sebastián: (Se alza) Señor, ¡los cielos te concedan larga vida!
Diocleciano: (Sonríe) Así sea. Mientras más alto te encumbras
más peligra tu existencia. Y el poder, Sebastián,
por la violencia se suele perder...
Pero, ¡basta!. Hoy el Imperio está en paz.
Que el fasto del palacio no te deslumbre:
comparte esta cena conmigo.
Sebastián: (Retrocediendo algo). Señor, ¡no soy tu igual!
Diocleciano: ¿Mi santuario te intimida?. Como botín de guerra traemos cautivos, exóticos dioses de los pueblos vencidos.
Sebastián: ¿No honra el Emperador los dioses de Roma?
Diocleciano: Dan poco consuelo y ninguna esperanza. Disfruta del placer que te venga en suerte. Pues nada hay del otro lado de la muerte. El Augusto te invita: bebe en su copa.
Sebastián: Perdona si me muestro simple y frugal.
Diocleciano: ¡Cuidado!. Te comportas como un cristiano. Temen al placer, huyen de la riqueza. Pues, “antes ha de entrar reza su doctrina. Un camello por el ojo de una aguja, que un hombre rico en el reino de los cielos". Di: ¿qué sucede al entrar en aquel reino?
Sebastián: Al fin de los tiempos, hemos de ser Juzgados.
Diocleciano: Juzgados, ¿por quién?
Sebastián: Por el dios de los cristianos.
Diocleciano: Dicen que es severo, que inspira temor...
Sebastián: Pero envió a Jesucristo, su hijo, a este mundo, para enseñarle a los hombres el amor.
Diocleciano: (Ladino) El amor... Y tú ¿me amas, Sebastián?
Sebastián: Sí, señor. A ti y a todos los que te sirve.
Diocleciano: Pues yo, sin ser cristiano siento amor por ti que me sirves.
Sebastián: (Indica hacia fuera) ¿Y por él, tu esclavo?
Diocleciano: No, por cierto. ¿Soy por ello un hombre cruel?
Sebastián:(Tímidamente). El que es servido ignora los padecimientos de aquellos que, por obligación, le sirven.
Diocleciano: ¿Y yo?. ¿Acaso no os estoy siempre sirviendo?. “Obligado” Sebastián, hice la guerra. Vencí, con “padecimiento” en las fronteras y hube de enderezar lo que en este Imperio hallé torcido. Terminé con la anarquía, “obligado”, construí palacios y ciudades... ¿Qué puede reprocharme el dios de los cristianos?. ¿O me ha de condenar por vivir en la holgura?
Sebastián: Sacratísimo...

Diocleciano: ¡Di!
Sebastián: Tus joyas, tu diadema...
las llevas cada día sin preguntarte
cuánto dolor le ha de costar cada gema
al miserable esclavo que te las procura.
Y tu manto bordado, en tus telas finas,
¡cuánto desvelo!. Y para el rico botín
que has traído de las guerras, ¡cuánta sangre!.
¡Cuánto castigo y látigo en las espaldas
para poner en tu dedo... una esmeralda!
Diocleciano: ¡Basta! (Burlón). Ahora en todo lo que me rodea
sólo me haces ver el afán, la fatiga.
Eres valiente, Sebastián, al recordarme
que aquellos que sirven, jamás son servidos.
(Llamando) ¡Esclavo!. Cena conmigo.
(Pausa)
Te lo ordeno. No, te lo suplico. (Pausa) Ya lo ves,
ha huido.
Sebastián: Por al sacrilegio, teme perder la vida.
Diocleciano: Así es. ¿Y qué pretendes con tu discurso?
¿Quieres que Diocleciano firme un edicto
que condene a los ríos a cambiar su curso,
que al león vuelva manso y feroz al cordero
que yo mismo guise para mi cocinero?
Sebastián: No, señor, Pero puedes firmar un edito que libre al cristiano de ser perseguido.
Diocleciano: (Con enojo) ¡Lo que un edicto dice, otro no desdice!. Pero si tienes un amigo condenado, le daré el perdón, ¡si es que pruebas su inocencia!
Sebastián: ¡De inocentes tus cárceles están llenas!. Hablo, señor, de justicia, no de clemencia.
Diocleciano: Despacio, Sebastián: hay en tu voz, soberbia. Delegué este asunto en mi César Galerio.
Sebastián: Galerio es injusto y cruel con los cristianos.
Diocleciano: Y ellos ¿no son rebeldes, no son impíos?
Las enseñanzas del que nombren Jesús
han puesto en peligro la paz del Imperio.
¡Y basta! (Melancólico). Hablar de los cristinos me irrita
Sebastián, ¿sabes que tengo yo una hija
que hace en secreto la señal de la cruz?
Y Galerio es de temer.
Sebastián: Señor, ¡tu palabra es ley!
Diocleciano: No puedo quitarle el poder que le he dado. (Pausa). Sebastián, ¡aléjate de los cristianos!, y a mí ¡acércate!. Y dame tus cuidados, pues entre todos te distingo, y hoy te nombro de mi Guardia Pretoriana, ¡el capitán!

(Un silencio)

Sebastián: (Retrocede) Señor, mejor te sirvo como legionario.
Diocleciano: Te quiero aquí, en el palacio, siempre conmigo. Con discursos querías cuidar de mi alma: cuida, entonces, el cuerpo donde mi alma habita.
Sebastián: Pero yo, señor...
Diocleciano: ¡No!. ¡No acepto rechazo: Ven, Dobla la rodilla. (él tarde en hacerlo). Haz lo que te digo. (Sebastián obedece, Diocleciano toca su hombro). Más que capitán de mi Guardia de Honor, te he de nombrar, Sebastián... ¡mi más fiel amigo!

La luz baja en ese sector, quedando un instante sobre las figuras, inmóviles como al iniciarse el Episodio, fijas como en una estampa.

Breve música de separación.

 

 

Cuadro 2

 

Luz que da cierta intimidad en el sector Taller, donde los actores tienen el canasto con vestuario. Entra en el sector Alejando, quitándose el manto y peluca o diadema de su personaje Diocleciano. Están ahí Magdalena, probando algo de vestuario a Marta. Magdalena lleva siempre lentes oscuros y se desplaza en silencio, al ver entrar a Alejandro, discretamente se retira. Marta tiene en sus manos un libro.

Alejandro: (Por Magdalena) ¿Sigue muda? (Marta asiente). ¿Qué tienes ahí? (Indica el libro. Marta se lo pasa, leyendo el título) Historia Romana...
Marta: Te marqué algo sobre el emperador Diocleciano. (Se sienta a coser algo en su túnica o accesorio)
Alejandro: (Leyendo) Instaura una férrea burocracia militar, emprende reformas económicas... (Salta algunas páginas). De la Junta de cuatro, dos Augustos y dos Césares que debían sucederles, Diocleciano conserva el poder absoluto. Manda sin límites ni restricciones. (Marta está concentrada en su costura). Marta ¿oíste eso?
Marta: Sí, Alejandro (Con aire ausente). ¿Es probable que Diocleciano tuviera una hija cristiana?
Alejandro: Es histórico.
Marta: Tal vez por eso Sebastián esperaba convertirlo al cristianismo.
Alejandro: Pero el César Galerio se lo impedía. (Lee) Según el historiados: “la medida que adopta Galerio es una medida fría y metódicamente calculada para exterminar a los cristianos. Esto, porque habían llegado a formar una potencia dentro del Estado.(Observa a Marta) Marta, no estás escuchando.
Marta: Sí, Alejandro. (Le sonríe con dulzura)
Alejandro: (Con sencillez) Te amo. (Ella se lo queda mirando, fijamente). ¿Te recuerdo a Federico?
Marta: Te pareces mucho a tu hermano.
Alejandro: Pero no soy él. (Arregla el vestuario para la próxima escena en la que él será “Procónsul”, mientras dice) Marta, miras sin ver, escuchas sin oír, como si no fueras real del todo.
Marta: Entonces, estamos igual tú yo. Amamos a un ser que apenas existe.
Alejandro: ¿Mi hermano apenas existe?. Federico existe mucho más que yo.
Marta: (Nostálgica) Decía: “el que su vida por una idea, nada más se ausenta”.
Alejandro: Él, ¡ni siquiera se ausentó!. Tienes el don de revivir el pasado como si lo recuperaras para el presente. De pronto, algo te hace partir hacia algún punto del recuerdo y te vas . Con él, supongo. (Pausa) Tu compañero era un ser excepcional pero ¡ya no está con nosotros! (Marta lo mira, seria) Bueno, quiero decir, aunque figure en aquellas listas de detenidos-desaparecidos, sabemos, tú y yo, que no va a regresar. (Un silencio) Porque lo sabes ¿no? (Ella asiente) Entonces, Marta, es tiempo de pensar... de pensar en rehacer tu vida. Ojalá lo hicieras, porque...

(Calla)

Marta: ¿Por qué?
Alejandro: Porque te amo.
Marta: (Siempre con su aire ausente, pero con dulzura) Sí, ya me lo has dicho. Lo siento, Alejandro
Alejandro: “Lo siento Alejandro”... (Suspira resignado y remota la lectura). “En el año 313, el César Galerio cae atacado por un terrible dolencia. Temiendo que sea aquello un castigo del dios de los cristianos, firmó la paz con ellos. Se les ve, entonces, salir de las cárceles y catacumbas, como un ejército de fantasmas. Cobran fuerzas y entonan sus himnos... parecen nimbados de luz... (Deja el libro. Soñador) Nuestro San Sebastián no alcanzó a ver realizada su esperanza.
Marta: Tampoco Federico. (Pausa). No es justo. Su fe era tan linda.
Alejandro: No estés triste. (Se miran, él roza su mano, confortándola. Luego se ocupan del vestuario) Marta, ¿qué e hizo unirte a nosotros?
Marta: (Tarda en responder). Mis razones son... muy simples.
Alejandro: Dilas.
Marta: No soporto ver niños mendigando.
Alejandro: Vale. La verdad es que siempre estamos manejando conceptos, enredados en consignas... y a menudo se olvida uno de lo esencial. (Pausa) Niños mendigando. ¿Por qué no?. La injusticia tiene muchos nombres. ¿Sabías que en el Caribe hay niños de doce años que toman el fusil?. El del padre caído en la lucha. Es su derecho, supongo. (Pausa) Nunca más niños mendigando, nunca más niños con un fusil.
Marta: (Con voz queda) Nunca más torturas.
Alejandro: Cuando estuvimos en prisión, Federico me dijo: “Lo que te angustia, más que el dolor físico es...  la crueldad de tus torturadoras.”
Marta: ¿Hasta cuándo, Alejandro?. La muerte, la persecución...
Alejandro: ¿Quién puede saberlo? (Animándola). No sabemos nada del futuro. Podría ser la bomba: ¡un estallido y se acabó! (Sonríe). Pero ¡también podría ser lo contrario!
Marta:¿Y qué es lo contrario?
Alejandro: Bueno, los hombres siempre han creído en los grandes valores, ¿o no?
Marta: (Ajustándose a la cintura el caballo de trapo). Supongo que sí.
Alejandro: Entonces, ¡no es imposible que un día decidan practicarlos!. O podríamos contar con una esperanza de galaxias, como decía Federico. Vendrán viajeros de otros mundos a devolvernos la cordura. Soñemos, Marta. ¿Qué tal si por ejemplo, nuestros hijos empiezan a entrenarse, carreras matinales en los parques, ejercicios diarios para ser los mejores?. En un gran campeonato. ¡Un campeonato mundial para terminar con la injusticia! (Mira a Marta que tiene puesto el caballito. Su voz delata su ternura cuando le dice, acercándose) No, ahora no sales con el caballito, serás el centurión Torcuato en la próxima escena. (La ayuda a quitarse el caballito y le pasa las cadenas de utilería que saca del canasto, se las pone en las muñecas, mientras dice) Marta , me casaría contigo aún sabiendo que sólo puedes seguir amando a mi hermano Federico.  (Ella inicia un gesto de protesta, él agrega, con picardía). Para Cuidarte, ¿entiendes?

Ambos pasan a la tarima del Retablo, llevando sus antifaces.

Baja la luz hasta el oscuro y estallan los compases de la Gavota.

Luz brillante sobre el Retablo.

Episodio 2 del Retablo


En la tarima están el Procónsul (Alejandro), túnica blanca y antifaz, y Marta, como Torcuato, túnica corta, cadenas, antifaz, en una posición con si la tuvieran atada o colgando para el interrogatorio. El Actor 1, ha colgado un telón con los instrumentos de tortura. El Procónsul consulta un pergamino que tiene en sus manos.
Entra Juliana con el estandarte y tras ella el hombre orquesta: ejecutan una breve coreografía y Juliana recita las décimas:

Juliana:
Por edicto, Diocleciano
manda a Torcuato, hombre santo,
en juicio de horror y espanto
torturar por los romanos.
Con suplicios refinados
a este noble centurión,
le sangra el corazón.
y el cuerpo le descuartizan:
¡Cruelmente lo martirizan
por la fe en su religión!

Se retiran, girando. Los del Retablo que estaban fijos en sus gestos, cobran vida.

Procónsul: Siendo el ocho antes de las calendas de abril, en este limpísimo tribunal se presenta ante mí, Procónsul de Roma, un centurión acusado de cometer actos castigados por la ley. ¡Nómbrate!
Torcuato: Cristiano.
Procónsul: ¡Palabra impía!. Di tu nombre.
Torcuato: Cristiano.
Procónsul: Dale en la boca para que no responda una cosa por otra. (En sonido, símbolo de tortura)
Torcuato: Cristiano es el nombre que tengo por mío. Más, mis padres me llamaron Torcuato.
Procónsul: Se lee en estos escritos que te fueron requisados (Lee el pergamino). “Los Príncipes de los Sacerdotes, reunidos en concilio dijeron: ¿Qué haremos con este hombre Jesús?. Hace muchos prodigios. Si lo dejamos que siga predicando su doctrina, todo el pueblo creerá en él...” ¿Ignoras que se castiga con la muerte al que oculta estos escritos?. Dice el edicto imperial: “Se prohíben las asambleas secretas de los cristianos y la posesión de escritos que se refieran a su impía doctrina” ¿Conocías el edicto?
Torcuato: Lo conocía.
Procónsul: ¡Rompiste las insignias militares y arrojaste las armas!
Torcuato: Mi doctrina dice: “no matarás”.
Procónsul: Tu crimen es de alta traición. Ese Jesús era un rebelde que pretendía levantar a los judíos contra los romanos: tu deber era entregar estos escritos para ser quemados.
Torcuato: ¿Antes quemadme a mí!
Procónsul: ¡Tortúralo! (Montaje en sonido, símbolo tortura). ¡Basta!. ¿A quién leías estos escritos?
Torcuato: A mis hermanos en la fe cristiana.
Procónsul: Entrega a tus hermanos y quedarás libre.
Torcuato: ¡No soy delator!
Procónsul: Ponlo en el potro de los tormentos. ¡hasta que confiese todos sus nombres (Símbolo tortura). ¡Está bien!. Torcuato, te conmino a sacrificar ante el altar de Júpiter, como lo hacen los emperadores, a quiénes debes obediencia.
Torcuato: Se equivocan los emperadores.
Procónsul: ¡Quémale pies y manos por blasfemo!
Torcuato: ¿Por qué me torturas de ese modo?. Sólo alabo al Dios verdadero!
Procónsul: ¡Vierte sal en sus heridas por decir “dios” y no “dioses”... Torcuato, aún sabiendo que seguirán atormentándote ¿persistes en lo dicho?
Torcuato: Persisto.
Procónsul: Insensato, loco cristiano, ¿acaso amas la muerte?
Torcuato: Amo la vida, pero no temo morir.
Procónsul: (Grita hacia donde se supone está el verdugo). ¡Raspa sus costillas con conchas afiladas, cuélgalo de los pies y ponlo sobre la hoguera, que arda su cuerpo, pero que no muera! (Mientras continúa el símbolo de la tortura, alzando la voz). ¡Haré que te consumas lentamente antes de ordenar que te degüellen!. Y no esperes una gloria póstuma porque pues no voy a permitir que vengan esas mujerzuelas a cubrir tu cuerpo con bálsamos y ungüentos para darle honrosa sepultura. Veré que tus restos sean arrojados donde no puedan hallarlos, lo mismo, lo de todos esos malditos cristianos. ¡Llévalo de vuelta al calabozo!

Oscuro Breve música cerrando la escena.
La luz pasa ahora a un sector delantero que representa la esquina de la plaza, con luz de día. Actúan las actrices Madre 2 y Madre 3, que se designan ahora como Mujer 1 y Mujer 2, sus ropas son diferentes, de mujeres del pueblo, en día de sol.
Mujer 1 que trae un atado, cruza la escena y se acerca a Mujer 2, mirando, como si aguardar un autobús.

 

Cuadro 3

 

Mujer 1: se sienta sobre el atado que trae, y Mujer 2 se sienta en el suelo junto a su canasto de venta.
Mujer 1: (Indicando el atado) Le lleva alimento y ropa a los presos de la cárcel de Concepción, pero, ¡me devolví con todo!
Mujer 2: ¿y por qué?
Mujer 1: Me corrió el guardia González, “por hablar leseras”, dijo.
Mujer 2: Vaya. ¿Y qué fue lo que le habló usted?
Mujer 1: Le pregunté que como podía trabajar en esas casas donde mortifican a los jóvenes inocentes. Y él dijo “No son inocentes. Y aunque el trabajo es feo, alguien tiene que hacerlo. “
Mujer 2: ¿Y usted, qué le dijo?
Mujer 1: Si es tan feo, búsquese otro. Y él “¿Con esta desocupación?. Además, siendo uniformado, a mis hijos no les va a faltar. ” Y yo le pregunto“. ¿Y si le agarran a un chiquillo y se lo matan de hambre ¿qué hace usted?”
Mujer 2: ¿Y él?
Mujer 1: Lo mato dijo, así, con esas palabras, aunque me fusilen después. ¿Ve?, le digo yo, ¡esa es la diferencia!. Usted se aflige no más por sus hijos. Y ellos, los que tienen detenidos, esos se afligen por todos los hijos, por los hijos de ellos y de todos. ¿Le parece? me dice, como burlándose. Y ¿no sabe que esos jóvenes están dando la pelea para que cada niño que nazca tenga pan y escuela?. Y zapatos, porque los zapatos son importantes para los niños. Eso le dije.
Mujer 2: ¿Y él?
Mujer 1: “Usted habla puro de los niños me dijo", cuando esta guerra es entre gente mayor. Los niños no tienen que ver.
Mujer 2: Mire, ¡ahora sí!
Mujer 1: “Tienen que ver le dije, porque todos empiezan la vida siendo niños. Y no es bueno empezarla hambriento y descalzo, durmiendo en los portales y aspirando neoprén.” (Mirando) Ahí vien e el bus... (Se levanta). A ver si ahora me permiten entrar... (Sale de escena seguida de la Mujer 2)

Oscuro.
Compases de la Gavota anuncian un nuevo episodio del Retablo.
Luz sobre el Retablo. En uno de los arcos está Torcuato en prisión, encadenado. En un extremo, colgando de arriba, un ángel de trapo dorado, volando. Entra el Chinchinero precedido de Juliana con el estandarte,danzando...

 

Cuadro 4

 

Juliana: Sebastián, alma piadosa,
sufría al ver torturados
a tantos de sus hermanos
en los negros calabozos...

Entra Alejandro y la detiene con el gesto.

Alejandro: Espera, falta Eduardo...
Juliana: y Chinchinero se retiran y se cruzan con Eduardo que viene entrando, con el traje de Sebastián, sin el casco, con el libreto en su mano. Marta (en Torcuato), baja de la tarima del Retablo.
Eduardo: (Alterado, lee en el libreto). “Entrega a tus hermanos y serás libre”. Marta, Alejandro ¡yo jamás nombré a Federico!. ¡Aunque me preguntaban por él todo el tiempo!. Entregué una direcciones falsas (Se deja caer, deprimido, en el borde de la tarima). Y luego una verdadera, como convenido, de las no vigentes.
Marta: Eduardo ¿de qué estás hablando?
Eduardo: De torturas. Puedes resistir la picana eléctrica, los golpes, los simulacros de fusilamiento, pero ¡la asfixia no! (Agresivo, golpeando con su mano el libreto). Alejandro, cuando escribiste la obra, ¡olvidaste la asfixia en la escena de la tortura!
Alejandro: (Lo calma con el gesto) Tranquilo, Eduardo.
Marta: ¡Nunca nadie ha pensado o a dicho que tú lo entregaras!
Eduardo: (Sin oír) No debo estar aquí representando ese rol de héroe. Federico lo hubiera hecho con más convicción: ¡él nunca abrió la boca!
Alejandro: Escucha...
Eduardo: (Cortando) ¡Y no me digan que no tuve la culpa!
Marta: ¿Culpa de qué?
Eduardo: (Excitado, sin escuchar, indicando el libreto). Hay aquí una frase de Sebastián sobre los que reniegan de su fe. (Leyendo) “Maldicen su flaqueza y nunca logran hallar la paz... ¿Pensaste en mí al escribirla, Alejandro? (Les da la espalda, avergonzado)
Alejandro: Eduardo, eso fue escrito en el Siglo 3. Figura en el “Libro de los Mártires.“

Un silencio. Alejando y Marta observan a Eduardo que parece confundido.

Eduardo: (Vacila, luego se anima) Está bien. No se preocupen, sigamos con el ensayo. (Calla) Adelante con mi rol de... fantástico. (Va a subir a la tarima, Marta lo detiene)
Marta: No, espera. Eduardo, todo este tiempo en que estuviste en el exilio has estado atormentándote sin motivo. (Pausa) El convenio era esperar dos días antes de hablar.
Eduardo: ¡Espero menos que eso!
Marta: Bueno... espera “lo que se pudiera”. Es lo mismo.
Eduardo: ¡Cómo va a ser lo mismo!
Marta: Dijimos que era imposible juzgar lo que alguien puede o no soportar la tortura. Nadie tiene derecho a juzgar su conducta.
Eduardo: Salvo el torturado. Él tiene derecho.
Alejandro: Basta, Eduardo. Basta. Tuviste que ver en lo de mi hermano. Cayó por una delación. (Eduardo lo mira, dudando). (A Marta). Se niega a creerlo. Me pide pruebas, pero no hay pruebas.
Eduardo: Entonces ¿quién tuvo la culpa?
Marta: (Se interpone entre ellos separándolos). ¡Yo lo sé!
Eduardo: (Indica a Marta) Lo dice para devolverme la paz.
Alejandro: (A Marta) ¿Qué quieres decir con eso de que sabes quién tujvo la culpa?
Marta: ¡Están ahí culpándose y disculpándose!. ¿No se acuerdan, entonces, que los únicos culpables son “los otros”?. ¡Los que torturan y matan! (Pausa). “Culpables son los que persiguen, como si fuera el peor de los delitos, el deseo de los hombres de vivir con justicia y dignidad.” (Mostrando el libreto que Eduardo tiene en sus manos). ¿No es eso lo que escribiste en el liberto, Alejandro?. Son las palabras que pusiste en boca del Tribuno.

Un silencio.
Eduardo, cambiando de actitud, abraza a Marta. Se le acerca, con gesto cordial, Alejandro. Se miran en silencio, con mirada afectuosa por unos instantes.

Eduardo: (A Marta). Vamos “Torcuato”, ponte las cadenas. (Él mismo la ayuda, Alejandro sale.) ¿Dónde se fue Juliana?. (Juliana asoma, esta vez con el caballito de trapo y el estandarte). (A Juliana). Retomamos la escena de Torcuato en prisión.

Eduardo y Marta suben a la tarima del Retablo y toman su posición Música de la Gavota.

 

Episodio 3 del Retablo


Breve danza de Juliana y Chinchinero. Cesa la música.

Juliana: Sebastián, alma piadosa
sufría al ver torturados
a tantos de sus hermanos
en los negros calabozos.
En secreto y cauteloso,
burlando a los carceleros,
visitaba prisioneros
aliviando su dolor:
¡Da consuelo y oración
amor santo y verdadero!

Sale con Chinchinero y se animan los que estaban quietos en el Retablo. Torcuato visita a Sebastián en prisión.

Torcuato: ¡Un Capitán de la Guardia del Emperador!. ¿Qué quieres?
Sebastián: Confortarte, hermano.
Torcuato: ¿Hermano...?
Sebastián: Sólo visto el traje guerrero para auxiliar a los cristianos. Fuiste valeroso, Centurión.
Torcuato: ¡Hay luz en tu rostro!
Sebastián: Es tu alma la que alumbra este lugar tenebroso.
Torcuato: ¡Ay!. ¡Qué será de mí!
Sebastián: Mañana el Procónsul volverá a interrogarte.
Torcuato: No lo voy a resistir... ¿Cuál es tu nombre?
Sebastián: Sebastián.
Torcuato: Sebastián, hermano guerrero, ya que ciñes la espada, ¡hazme morir!
Sebastián: Vine a darte vida, no a quitártela.
Torcuato: Perderás la tuya si te sorprenden en el calabozo.
Sebastián: Di conmigo las escrituras: “Tu corazón no se turbe ni se acobarde, pues no os dejaré huérfanos...”
Torcuato: “Porque ninguno tiene más gran amor que éste, que es el de poner la vida por sus hermanos.” ¡Ya no siento el peso de mis cadenas!. Tu fuerza da fortaleza.
Sebastián: Repite conmigo: “Si a mí me han perseguido, os perseguirán a vosotros...”
Torcuato:“Os perseguirán a vosotros...”
Sebastián: “Pero si mi palabra han guardado, también guardarán la vuestra”.


Música breve. Luz pasa delante de la tarima. Sale Sebastián. Marta quitándose el antifaz y las cadenas, se arrodilla, sentada sobre sus talones, en la parte con luz.

Cuadro 5

 

Marta: (Con recogimiento, sacando de entre sus ropas, una carta, doblada. dice, mirando ante sí, como quién repite una cábala). “Si mi palabras han guardado, también guardarán la vuestra...  ”Tus palabras, Federico. (Abre la carta, leyendo)
“Marta, mi dulce amor, no estés triste. No me recuerdes en la sangre y en el dolor. ¡Puede haber tanta luz entre los muros de un calabozo!. Aunque convives con la muerte, aprendes a amar la vida! (Dejando de leer, murmura). Pasada la medianoche, pienso en ti, Federico. Pero no es sólo eso, “pensar”. Voy recogiendo los hilos de tu recuerdo... y entonces, estás ahí. Tu presencia imaginada vuelve a ejercer sonre mí el mismo ascendiente. Como si nunca te hubieras muerto. Quizá porque es ilusorio ¡es tan fuerte el lazo que a ti me ata! (Pausa. Retoma la lectura). “Aunque convives con la muerte, aprendes a amar la vida. Las palabras van pasando de boca en boca, de celda en celda. Y se escapan luego, endilgándose por aquellos largos y secretos caminos que las llevan hasta los nuestros. Nada se pierde. Ni los grandes gestos, ni los pequeños sacrificios. Y ahora, déjame decirte que pasé bien la prueba. Hablo de aquel túnel tenebroso. Marta, logré sobrevivir. Si a este vegetar puedes darle un nombre. Y lo que estoy ahora dictando, llegará hasta ti... algún día.” (Alza la vista y le habla a la presencia de Federico). No, no te has muerto. Supongo que caminas por un país lejano, inalcanzable. O quizá estés tan cerca que podría tocarte con las manos. (Se queda quieta en silencio, atrás avanza sigilosamente Alejandro. Ella lo percibe, sin volverse. Retoma la lectura de la carta). “Crucé hasta el último umbral y no se abrieron mis labios. ¿Sabes por qué?. Porque la única palabra que quería decir, que hubiera querido gritarles, ¡no estaba en mi memoria!” (Se quiebra su voz. Queda encogida por su dolor, arrodillada en el piso Alejandro se inclina y toma de sus manos la carta)
Alejandro: (Continúa la lectura) “Porque cuando te hunden cuchillos hasta los centros, cuando no eres más que llaga y desgarradura, entonces, buscas desesperadamente una palabra... una palabra, una solla, que contenga la razón de tu lucha... del por qué logras resistir. Ha de ser una palabra simple, pero violenta; más fuerte que el odio, veloz como el rayo que sin herir te ilumina. Recta como la hoja de una espada, capaz de terminar con toda la crueldad del mundo. Existe ¿verdad?. ¡Búscala para mí, compañera!. Ha de estar escrita en las galaxias, desde donde nos han de estar mirando a los terrícolas, con infinitas compasión.”
(Le tiende la carta a Marta)
Marta: (Levantándose). Siempre estaba hablando de las galaxias.
Alejandro: Por ahí ha de andar, ¿no crees?
Marta: Entonces, ya habrá encontrado esa palabra.
Alejandro: ¿La conoces?
Marta: No.
Alejandro: (Pausa, mientras se coloca una peluca y el manto para su próxima actuación). Sí, la conoces. (Con cariño, acercándose) La palabra es Amor.
Marta: ¿Cómo lo sabes?
Alejandro: Porque es lo único que no tenían esos hombres que lo estaban torturando.

Se quedan un instante detenidos, mirándose, mientras baja la luz hasta el Oscuro. Estallan los compases de la Gavota.

Episodio 4 del Retablo

Al volver la luz entras Juliana con el caballito que antes usó Marta, girando y bailando, seguida del Chinchinero, y al terminar música y coreografía, recita:

Juliana:
En tiempos de Diocleciano
he aquí que, sin mesura,
a los que en su fe perduran
persigue un César romano.
En defensa de los cristianos
piedad clama un Tribuno:
¿No lo escucha ninguno!
ni se apiadan de su suerte.
Por clamar contra la muerte
¡pierde la vida el Tribuno!

Sale Juliana. Se animan en el Retablo, Diocleciano, al centro; Actor 1 con antifaz, como Galerio y Eduardo, esta vez como Tribuno.

Diocleciano: Habéis venido, el uno para acusar, el otro a defender a los cristianos: por ser el más alto en rango, habla, Galerio.
Galerio: Señor, las acciones de esta secta son tales, ¡que están llamando al pueblo a la anarquía!. Predican que todos los hombres son iguales, que la riqueza es vicio y la pobreza, virtud; condenan por injusta, la esclavitud. Se trata, en suma, de un enemigo interno, solapado y manso, pero más peligroso que los bárbaros que combates en la frontera. Invaden ya las Galias, Cartago, Oriente. En Roma han minado el suelo que pisas, ¡como topos cavan sus catacumbas!. Apunta al corazón mismo de su secta, o pronto un cristiano regirá el Imperio!. Ya los hay entre los nobles y patricios y murmuran ¡que los hay en tu palacio!...
Diocleciano: Galerio, ¡habla con tino y despacio!. No cometas error si a alguien acusas.
Galerio: Los dioses me libren de ser un delator. Más, si hay alguien que de tu confianza abusa, cuídate de él, mi señor.

Un silencio.

Diocleciano: Habla, Tribuno.
Tribuno: Quiero recordarte, Sacratísimo, que en tiempos de Nerón, el pueblo romano clamaba a voces “los cristianos a las fieras”. Se mataba entonces sin juicio ni sanción para divertir al pueblo con su sangre. ¿Y por qué se les persigue y condena?. Sólo porque se niegan a rendir culto a unos dioses en los que ya nadie cree, dioses que entre ellos se devoran, guerrean y se matan por la belleza de una reina. Señor, la fuerza moral de los cristianos nos es para el pueblo de Roma un perjuicio, más que un mal, ¡es un bien que los beneficia!
Galerio: (Burlón) ¿A qué llamas, Tribuno, “fuerza moral”?
Tribuno:Recuerda que antaño en la arena, las fieras al ver a los cristianos se quedaban quietas sin hacerles daño.
Galerio: (Acusándolo) ¡Tú los admiras!
Tribuno:¿He de morir por eso?
Galerio: No sin antes ser juzgado. A un cristiano no se le condena sin juicio.
Tribuno: ¡Protesto!. No se les interroga debidamente, ni se les juzga en lugares de justicia: la Ley de Roma no se les aplica en igual forma que a un delincuente.
Galerio: Porque un ladrón y hasta un criminal comparado al cristiano ¡es más inocente!. ¡Intentaron quemar el palacio imperial y profanar el templo de la diosa Juno!
Tribuno:¡Calumnia!. ¡Culpable es quien manda a sus esclavos a cometer en la sombra tales delitos para alzar al pueblo contra los cristianos!
Diocleciano: ¿Puede probarlo, Tribuno?
Tribuno: No, señor. De quiénes tan alto se hallan situados ¿hay alguien que pueda probar sus acciones?. Y de haberlos digo, con vuestro perdón, ¡siempre ha alguien más alto para encubrirlo!
Galerio: ¡A mí, y a ti nos insulta Diocleciano!

Diocleciano los observa ambos, indeciso, deseando proteger al Tribuno.

Tribuno: Ni calumnias, ni falsas acusaciones justifican la violencia del castigo: ¿Podrían ellos oponer resistencia ante el poderío de tus legiones?. Cuando regía el emperador Adriano, diez mil inocentes fueron masacrados: ¡Su único delito era su doctrina!. ¿Decir “cristianos”, es pues, decir “criminales”?... ¡Acuso a Galerio de haber hecho incendiar el templo de Juno!, ¡para inculpar a los seguidores de Cristo!
Diocleciano: (Seco y autoritario) Responde, Galerio.
Galerio: Aún si así fuera, la desobediencia a tus edictos es motivo suficiente de condena. Debes pues, dictar sentencia más estricta, ¡y juzgar al Tribuno por lo que aquí ha dicho!
Diocleciano: Eso pide Galerio. ¿Qué pides tú, Tribuno?. En breves palabras procura decirlo.
Tribuno: En breves palabras, señor ¡no más muertes, no más persecuciones, no más torturas!. Lo que estás persiguiendo es la inocencia, el anhelo de justicia y de vivir más dignamente. Y ahora, permitid que al retirarme ¡te insista en la clemencia! (Inicia retirada)
Galerio: ¡No lo dejes ir!. Se delata: ¡es un cristiano!. Guardias ¡a él! (Hacia fuera). ¡Prendedle antes que huya!

Retrocede para salir tras el Tribuno, Diocleciano lo retiene:

Diocleciano: Aguarda, Galerio. ¿De quién dices que en el palacio me debo cuidar?
Galerio: ¡De quién a ti te cuida!

Se congela la acción. Música breve
Oscuro


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