Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Mi primo Federico

de Isidora Aguirre

I

 

Doña Rosa lee en su sillón del jardín. Son las 3 de la tarde, sol fuerte. Sobre una mesilla junto a ella, hay un jarro con limonada y un quitasol.

Voz de Lena: ¡Ya vengo, tía!. ¡Si me necesita estaré donde la vecina!

Entra Lena, una joven de bella presencia, viste falda negra y blusa gris, calza alpargatas. Trae una cesta con ropa blanca.

Lena: Buenas tardes, doña Rosa. ¿Puedo pasar?
Rosa: Ya estás adentro. (Le sonríe) Adelante, Lena.
Lena: Vengo a tender sus sábanas para que se terminen de secar. (Se acerca y baja la voz). Me regañó mi tía, ayer, por quedarme aquí hasta que oscureció. ¡Son tan lindas sus historias, doña Rosa, que no sabe una cómo pasa el tiempo!
Rosa: Gracias por el lavado, Lena. Esta vez, te pagaré.
Lena: Dije que no y es no. (Tiende unos visillos de tela transpa­rente al costado derecha). Mi única diversión en este pueblo dormido y en mi casa, que parece una cárcel, es charlar con usted. No me canso de escucharla. Mi tía eso no lo compren­de. Lo llama "habladurías".
Rosa: No le agrada que trabajes como una sirvienta.
Lena: Es orgullosa. Me dice "no eres su Criada". Y yo le digo: es mi amiga y me gusta ayudar, más ahora que no tiene ella para pagar una sirvienta, y está delicada del corazón... Son celos, doña Rosa.
Rosa: ¿Quieres desgranar maíz?
Lena: Sí. Y luego yo misma se lo doy a las gallinas. (Se instala junto a ella, en el taburete a desgranar maíz). Y ¿qué tal la boda?. ¿Celebraron hasta muy tarde?
Rosa: (Coge su bordado de la mesa y pregunta con malicia). Pero ¿no te enteraste?
Lena: ¿De qué?
Rosa: De lo que ocurrió anoche.
Lena: Me fui temprano a dormir. Mi tía me hizo desmalezar el huerto ¡quedé cansadísima! ¿Ocurrió... algo?
Rosa: Un muerto.
Lena: ¡Un muerto!. ¿Y tiene que ver con la boda?. (Rosa asiente) Vaya... ¿quién murió?
Rosa: No murió: lo mataron.
Lena: ¿Un crimen?. ¿En este pueblo?
Rosa: Si a esta calle de campo la podemos llamar "pueblo", sí. ¿Tu tía tampoco se enteró?
Lena: ¿Ella?. Está sorda y casi ciega. Lo que no le impide enterar­se de todo. Pero no me lo mencionó. Bueno ¡ya está bien de tenerme en ascuas! Cuente, doña Rosa.
Rosa: Es una historia larga. Y voy a empezar por el comienzo. Ya sabes que me gusta contar despacio, y en orden. Te hablaré de los novios. Primero, la Novia no era ya tan joven.
Lena: ¿Qué?. ¿Dura para tener hijos?
Rosa: No. Joven para eso. Quiero decir que antes había tenido otro novio.
Lena: Entonces, ¿sin honra?
Rosa: ¿Por qué sin honra?. Fueron relaciones de Noviazgo. Formales. Esas de visitarse. Pero, después de dos años, el padre no le permitió casarse.
Lena: ¡Seguro que El Novio no tenía tierras!
Rosa No las suficientes.
Lena: Dígame ¿por qué los padres siempre miran más por las tierras que por la persona?
Rosa: Tal vez, porque la persona no tenía buen nombre. Uno de los Félix. Familia de cuchilleros, hombres que matan en penden­cia.
Lena: Félix Aguarde... se lo oí nombrar a mi tía. Leopoldo Félix. (Rosa niega) ¿No? Pues, Leoncio...
Rosa:  Leonardo Félix.
Lena: Eso. Leonardo Félix. Y la Novia, quiero decir, la Novia de ayer ¿cómo se llama?
Rosa:  No lo sé. Es hija del viudo Parra, uno que vive lejos, en una casa que más parece cueva. Allí pega fuerte el sol. La madre murió. Dicen que vino de tierras fértiles y no resistió los calores. Parece que nunca quiso al marido.
Lena: (Vacila) ¿Una... mujerzuela?
Rosa:  ¡Tonterías! ¿De dónde sacas eso?
Lena: Lo dijo mi tía de una que vino de otro pueblo y que andaba con hombres.
Rosa:  Era una mujer decente. Pero, ya murió. Te hablaba de la Novia.
Lena: Con un nombre para no confundirme.
Rosa: ¿Te gusta... Eloísa?
Lena ¡Precioso!. Ay, ¡cómo se ha de sentir una Novia con ese nombre!
Rosa:  No es el suyo, lo acabo de inventar.
Lena: (Suspira). Me quita la ilusión.
Rosa: La boda fue por la mañana. La fiesta por la tarde, y por la noche, la muerte.
Lena: ¡Ahora recuerdo!. Anoche oí alboroto. Voces. Ladridos, tiros.
Rosa:  No hubo tiros.
Lena: Bueno, voces y ladridos.
Rosa:  Y llantos.
Lena ¿Quién lloraba?
Rosa: La hermana de la novia.
Lena Ah, la novia tenía una hermana. Doña Rosa, está entrando mucha gente al baile.
Rosa: Y más, porque la hermana es casada y tiene marido. En su casa era la fiesta.
Lena Espere, dé un nombre a esa hermana, o me voy a enredar.
Rosa:  (Soñadora) Antonia. (Dulce). De haberme casado y tenido una hija, la llamo Antonia.
Lena "De haberse casado"... (Rosa la hace callar con el gesto). ¡Usted lo mencionó, doña Rosa, no diga después "no se hable de eso"!

Un silencio

Rosa:  (Tensa) ¿No se hable de qué?
Lena: De aquel Novio suyo. ¿Dónde fue que se marchó?
Rosa: ¿Quieres saber de la Novia y del crimen, o de ese novio?. (Luego de una pausa). A la América.
Lena: ¿A cual?. Dicen que hay dos.
Rosa: Y tres. Dos grandes y una chiquita al centro. Donde antes había un istmo. Y ahora, un canal.
Lena: (Con admiración). ¡Vaya que sabe!. Es... ¿por las cartas que recibía de ese novio suyo? (Rosa vuelve a estar tensa). Las que guarda, encintadas, en el arcón. (Suspira). Han de ser tan finas... De alguien instruido, lo mismo que usted. ¿A cuál de las Américas se marchó?
Rosa: Muy lejos. ¿Has visto alguna vez un globo terráqueo?. (Lena niega). Pues, al sur del mundo: Buenos Aires.
Lena: Buenos Aires ¿qué es eso?
Rosa: Una ciudad, mujer. Con gente que habla nuestra lengua. Y no por casualidad: todo aquello, bueno, media América era nues­tra.
Lena: (Sorprendida). ¿Nuestra?
Rosa: De España. ¡No sabes nada, de nada!
Lena: (Luego de un silencio). No es justo.
Rosa: ¿Qué...?. ¿El que no te hayan enviado a la escuela?
Lena: No el que ese hombre se haya ido tan lejos prometiendo regre­sar, y sabiendo, quizá, que no regresaría. ¡La entrampó en una promesa!. De no ser así, estaría usted casada. Y tendría una niña preciosa, ¡que se llamaría Antonia!
Rosa: Calla, Lena.
Lena: ¿Por qué no se casó con otro?. Debió tener muchos pretendien­tes. Usted es bonita. Y su familia tenía dinero.
Rosa: No me gusta hablar de eso.
Lena: Es que ya estamos hablando.
Rosa:Tenía ese compromiso.
Lena: Pero ¡ya no lo tiene!. Ahora puede casarse...
Rosa: Estás loca. Tengo cuarenta y cinco... (Suspira). Cincuenta y un años.
Lena: Se ve muy joven. ¿No puede una mujer casarse a esa edad?
Rosa: Se ha de casar entre los 15... y los 30, como mucho. Si no, dirán: "esa ¡ya se quedó soltera".
Lena: Vaya, doña Rosa... ¿Por qué una mujer ha de casarse antes de los treinta?
Rosa: ¡Qué sé yo!. Porque siempre fue así. Es la costumbre.
Lena: (Enfática). Eso responde mi tía, y respondía mi madre, y todas en mi familia cuando yo preguntaba: "por qué esto, o por qué lo otro": "Porque siempre fue así, ¡y tú, a callar!" (Suspira) ¿Usted quería a ese hombre?
Rosa: Lo quería.
Lena: ¿Por qué no lo siguió?. ¿O le rogó que no se marchara?. ¿O es que no la quería él, como para llevarla a la América?
Rosa: (Desviando la conversación). Se hace tarde, Lena y no le has dado el maíz a las aves. Ve al corral. (Ella vacila) Anda. Luego te seguiré hablando de esa boda.

Lena sale de escena, llevando la cesta con maíz.

Cambio de luz: tonos suaves, dominando el color malva.
Se escucha una guitarra, para una escena tomada de la obra de García Lorca
"Doña Rosita la Soltera". Rosa, identificándose con el personaje, se levanta, abre el quitasol,
suelta su moño, se echa una puntilla de seda sobre los hombros que toma del respaldo de
su sillón de mimbre. De espalda a público, muy erguida, escucha la canción grabada con
fondo de guitarra:

La Canción:
Granada, calle de Elvira
donde viven las manolas,
las que van a la Alhambra
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva y la otra
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.

Se muestra en silueta tras los visillos transparen­tes, el galán, como El Novio de doña Rosita.

Rosa: ¿Por qué tus ojos traidores
con los míos se fundieron?
¿Por qué tu manos tejieron
sobre mi cabeza, flores?
¡Qué luto de ruiseñores
dejas a mi juventud!
pues, siendo norte y salud
tu figura y tu presencia
¡rompes con tu cruel ausencia
las cuerdas de mi laúd!
El Novio: ¡Ay, prima, tesoro mío!
ruiseñor en la nevada
deja tu boca cerrada
al imaginario frío:
no es de hielo mi desvío
que aunque atraviese la mar,
el agua me ha de prestar
nardos de espuma y sosiego
para contener mi fuego
cuando me voy a quemar...


El actor se retira, continúa el punteo de la guita­rra. Rosa se sienta, ahora con gesto fatigado, toma el libro de la mesa: primero lee luego sigue recitando de memoria el parlamento de doña Rosita:

Rosa:"Me he acostumbrado a callar. A vivir muchos años fuera de mí, pensando en cosas que estaban muy lejos. Y ahora estas cosas ya no existen, pero yo sigo dando vueltas y más vuel­tas, (Se deja caer de rodilla, apoyada en el sillón)... vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no de he de encontrar nunca. Yo sabía todo. Sabía que él se había casado. Y estuve recibiendo sus cartas con una ilusión lLena de sollozos..."

La Voz de Lena, fuera, hablando a las aves, rompe el encantamiento.

Voz de Lena: Tiquitiquití... ¡se acabó!. Se terminó el maíz, se fueron las glotonas...

Se vuelve a la iluminación anterior.
Rosa, como cogida en falta, se arregla el pelo,cierra el quitasol, se sienta.
Aguardando el regreso de Lena, que entra enseguida...

Lena: ¿Rezaba, doña Rosa? (Indica el libro que ella conserva en sus manos). ¿Es de oraciones?
Rosa: Es el libro con los escritos de mi primo Federico.
Lena: Por cierto: su primo el “escribidor.”
(Va hacia su cesta con la ropa para colgar)
Rosa: El gran poeta Federico García Lorca. ¡Qué es eso de “escribi­dor”!
Lena: (Tendiendo una sábana). No es por faltarle, doña Rosa. Es ignorancia. Pero sé que su primo es un héroe.
Rosa: Lo asesinaron. Durante la guerra civil del año 36.
Lena: ¿Guerra civil?
Rosa: ¡Tampoco sabes de eso!
Lena: Bueno, sí. He oído hablar. Pero, hace mucho ¿no?
Rosa: Han pasado ya... treinta años.
Lena: ¿Cómo puedo saber, entonces?
Rosa: Dime, Lena ¿nunca saliste de Granada?
Lena: Ni de este pueblo, ni de esta calle... o casi. Pero queda­mos en que me seguiría contando de esa boda, doña Rosa.
Rosa: De la boda y el crimen.
Lena: Oiga, lo del crimen ¿no será invención suya?
Rosa: Sólo invento los nombres.
Lena: Hábleme de Leonardo Félix.
Rosa: ¿Cómo te lo imaginas?
Lena: ¡Un hombre hermoso!. Mi difunta madre, cuando se refería a mi difunto padre... (se santigua las dos veces de prisa) decía: ¡era un hombre flor-en-la-boca!
Rosa: Pues, ¡así!
Lena: ¿Y El Novio?
Rosa: Algo tímido, tranquilo. De pocas palabras. Tenía un terreno, y viñedos.
Lena: ¿Le sabe el nombre?
Rosa: No más nombres. Novio, y punto.
Lena: Novio y punto. ¡Con razón Eloísa prefiere a Leonardo Félix!
Rosa: ¿Quién dijo?
Lena: Eso pensé, doña Rosa. Es que todavía no me cuenta usted lo que ocurrió.
Rosa: Porque no me dejas. Verás, en mitad de la fiesta ¡la novia desaparece!
Lena: (Se levanta, alterada). ¡La mataron!
Rosa: No A ella no.
Lena: Al novio, al tímido de pocas palabras (Rosa niega). ¿A quién?
Rosa: No me dejas contar "despacio y en orden".
Lena: Perdone. Es que quisiera saber a quién matan, porque empiezo a confundirme con tanta gente. Mire, tenemos ya al viudo Parra y su difunta que era honrada, aunque no lo quería. A la Novia Eloísa, que vive en esa cueva donde pega fuerte el sol. Y que tiene una hermana, a la que usted llamó Antonia­... como a la hija que le hubiese gustad tener... Y no me mire así, que no voy a mencionar a ese huidizo novio suyo que se fue a la América, (Toma aliento y sigue). Bueno, y tenemos al novio sin nombre y al otro, el hermoso que había pretendido antes a la Novia, Leonardo Félix...
Rosa: ¡Basta! Él es el muerto.
Lena: ¿Leonardo Félix? .¡Que lástima! Era el que más me agradaba. Espere, doña Rosa, yo he oído esa historia... La Novia tuvo amores con Leonardo Félix, pero se casó con otro y la noche de bodas El Novio descubre que ya no es virgen. Esto es, que no dejó marca en las sábanas para que él las pusiera como ban­dera en el balcón. ¡Qué costumbre bárbara!. Ignorante seré. pero me doy cuenta de que eso no está bien. La virginidad es cosa íntima de la mujer... Entonces El Novio la devuelve a la familia, y los hermanos, furiosos, salen a matar a quién sea que la deshonró. (Pausa) ¿Qué me mira?
Rosa: Tienes pájaros en la cabeza, lo confundes todo: esa es otra historia, la de Marianita la Blanca.
Lena: ¡Cierto!. ¡Es que son todas iguales!
Rosa: (Ofendida) ¿Cómo que "todas iguales"?
Lena: Mire usted: siempre hay una mujer con la honra perdida, y con tantas desgracias como le caen encima. (Se queda un instante pensando). La culpa es de los hombres que andan detrás de las donce­llas. Y si Eloísa perdió la virginidad fue por amor a Leonardo Félix. Quién sabe si él la convenció.
Rosa: Despacio. ¿Quién dijo que la Novia había perdido su virginidad?
Lena: Ocurre en las historias que usted cuenta, doña Rosa.
Rosa: No en todas, ni en ésta. Ni en otra que conozco muy­ bien,
Lena: Yo nunca dudé de su honra...
Rosa: ¡Calla! (Ríe). No pensaba en mí.
Lena: Estamos en que la Novia, en mitad de la fiesta ¡desaparece!
Rosa: Pues, sí. Y la busca el viudo Parra cojeando, porque andaba mal de las piernas. Y la busca el novio, mudo, ya sabes, de pocas palabras. Pero, lo peor del caso es que Leonardo Félix tampoco está en ningún sitio.
Lena: (Maliciosa, junta sus dedos índices). O sea que...
(Gesto de echarse a volar)
Rosa: Eso suponen los de la boda. Entonces salen al camino y ven las huellas del caballo, luego la corona de azahares con el velo tirada, en el polvo.
Lena: (Aplaude) ¡Bravo por esa Novia!. ¿Qué camino?
Rosa: El que lleva al bosque, y no preguntes cuál bosque, porque no hay más que uno, en la loma.
Lena: ¡Esto si que es grande, doña Rosa!. Se le montó a la grupa, se fue con el hombre que quería y tiró lejos el velo y los azahares.
Rosa: ¿Por qué dices que se le montó a la grupa?
Lena: ¡Es lo que yo hubiera hecho! (Pausa) No. No hubiera tenido el coraje. No es decente. Quizá ese hombre la raptó.
Rosa: No lo creo. Ella llevaba mucho quemándose por dentro.
Lena: Y callando. Porque una siempre tiene callar ¿no es así?
Rosa: Sí, mujer. No te burles de la gente honrada.
Lena: No me burlo. La compadezco. La pasión la fue quemando hasta que tuvo qua estallar. Entonces se olvidó de todo lo que, por años, le habían prohibido.
Rosa: Cuando un volcán despierta, deja escurrir torrentes de lava.
Lena: ¡Lo dice usted muy lindo! (Se queda un instante, pensando con aire soñador). Y El Novio ¿qué dijo?
Rosa: Dijo: "es un mal sino".
Lena: ¿Nada más?
Rosa: Nada más
Lena: ¿Y no salió a matar al que le robó a la esposa?
Rosa: No le correspondía. Mientras los esposos no han dormido juntos la primera noche, aun si están echadas las bendiciones, no son marido y mujer. De modo que no le co­rrespondía al novio lavar la honra, sino al padre. O a los hermanos.
Lena: Y el padre andaba mal de las piernas. ¿Tenía hermanos la Novia?
Rosa: No. Pero sí, un cuñado: José. El que estaba casado con la hermana de la Novia. Ya te hablé de esa hermana ¿no?
Lena: Vaya ¡ahora aparece otro!. El cuñado. Y tiene un nombre, José. Diga cómo era.
Rosa: Hermoso. Tanto o más que Leonardo Felix.
Lena: (Con malicia) Hermoso ¿cómo?
Rosa: Pues... grande, con brazos fuertes. El mismo mataba las reses en el campo. Y cuando iba a segar el trigo, torso desnudo, el sol le relumbraba en la piel morena. Ojos color de uvas... (Se ha dejado llevar por el encantamiento de un recuerdo y se da cuenta que Lena la mira fijo). ¿Qué me miras?. ¿No puede una mujer mayor hablar de un hombre hermo­so? (Suspira). Sírveme un poco de limonada ¿quieres?
Lena: (Le sirve del jarro en la mesa). Se acaloró, doña Rosa.
Rosa: (Abanicándose) Pega fuerte el sol.
Lena: A veces se siente un calor muy grande, sin que pegue el sol. Puede ser hasta con Luna.
Rosa: Sigamos.
Lena: Entonces, el cuñado, José, el hermoso, parte en busca de Leonardo Félix, para vengar la ofensa.
Rosa: Tal como dices. Y lo encuentra. Y lo mata.
Lena: (Se desplaza, molesta) Ah, no. Así no vale: "lo encuentra y lo mata". Diga algo más, doña Rosa. Diga si ese hombre fue solo, o con otra gente. Si Leonardo se defendió.
Rosa: Fue solo. Leonardo no se defendió.
Lena: ¡No es de creer!. ¡Uno de los Félix!
Rosa: Es que cuando vio que se acercaba, no pensó que venía a matarlo. Y recuerda que aunque Leonardo era fuerte, José estaba hecho a matar reses.
Lena: ¡Debió ser alguien muy fiero, ese José!
Rosa: No lo creas: tenía unos ojos bien dulces.
Lena: Y la Novia ¿qué?. ¿No se le fue encima al cuñado para impedir que matara al hombre que amaba?
Rosa: Se sentía culpable.
Lena: Si quiere mi opinión, doña Rosa ¡esa Novia es una tonta!. Mire que dejar plantado a un marido nuevo... (Pensativa, para sí). Un marido recién ganado con el que podía tener hijos y convertirse en una señora decente. Respetada por todos. No se crea que es fácil conseguir un buen marido. Porque además de tener viñedos, era un buen hombre ¿no es así?
Rosa: ¡Ella amaba a Leonardo Félix!
Lena: Pudo aguardar un tiempo, casarse como Dios manda y luego, con discreción, a escondidas, ver al hombre que tanto amaba. Y no, huir el mismo día de la boda. Debió imaginar que a él lo matarían por eso.
Rosa: ¡Qué quieres!. Así son las mujeres de Andalucía: no echan cálculos cuando las embarga la pasión. O se tragan para siempre lo que las está quemando, o estallan. Pero no hace las cosas "a escondidas". Y te aseguro que esa Novia, Eloísa, nunca tuvo que ver con Leonardo. Ni con nadie.
Lena: ¿Y por qué guardarse así los sentimientos hasta que queman?
Rosa: Ya empezamos con los "por qué".
Lena: Es que... de veras me importa saber.
Rosa: (Preocupada, la mira). ¿Hay algo que te guardas?
Lena: (Nerviosa, mintiendo). No... Nada.
Rosa: Quieres saber "por qué". Bueno, supongo que es porque esta tierra tan ardiente nos lLena de pasiones. Y luego, la gente ¡nos va llenando de reglamentos!
Lena: ¿Y por qué tanto reglamen­tos?
Rosa: Ya sabes la respuesta.
Lena: (Con pasión). Porque "siempre fue así. Y a callar". Ay, doña Rosa, si usted supiera... (Calla, con súbita melanco­lía. Rosa la mira con preocupación, retoma su tono nor­mal). Y dígame ¿qué hizo la Novia al ver a Leonardo muer­to?
Rosa: La Novia se quedó ahí, sosegada, después de estallar. Y dicen que vistió luto por el resto de su vida.
Lena: Querrá usted decir que "juró" vestir luto por el resto de sus días... ¿Y José?
Rosa: Pobre José... Lo condenaron a treinta años de prisión por haber matado, como se dice, "con premeditación y alevo­sía". (Al ver que Lena la está mirando, incrédula, el ceño fruncido, pregunta) ¿Qué hay?
Lena: ¡Usted me mintió, doña Rosa!
Rosa: ¿Por qué lo dices?
Lena: Al cuñado lo condenaron a treinta años... Un juicio es lar­go, requiere tiempo. Y lo que me cuenta, ocurrió sólo anoche... usted imaginó eso del crimen.
Rosa: (Burlona). ¿No oíste tiros anoche?
Lena: No se burle. Siempre en las bodas la gente bebe, hay pendencias, alboroto. Y anoche aquí hubo una fiesta por una boda. Eso es lo único cierto. ¿Por qué me engañó, doña Rosa?
Rosa: No lo tomes así, Lena. No te mentí del todo. Verás: lo que te he contado ocurrió, pero sólo que hace ya... ¡qué sé yo!, más de treinta años. Como siempre te cuento historias vie­jas, pensé que para ti sería más interesante creer que aquello hubiera ocurrido anoche. Y en este lugar. La verdad de la verdad, uno de los que vino a la fiesta, me contó lo que había pasado antes, cuando mataron a Leonardo Félix.
Lena: (Le sonríe) Bueno. Eso ya está mejor. Diga entonces qué pasó “antes”, en esa boda.
Rosa: Lo dicho: que al cuñado le dieron condena de treinta años.
Lena: (Burlona). Preso el del torso denudo, ojos de uva, que mataba las reses en el campo.
Rosa: Ahora eres tú la de la burla. Bien, confieso que el José que describí, lo conocí de niña. Era el que llevaba a casa los costales de harina. Un hom­bre que hacía volver la vista a cualquiera. Yo lo espiaba por las rendijas de los postigos... Pero sigamos. La pobre Novia vistió luto para siempre, y va a menudo al cemen­terio a llevarle flores a su Leonardo. Y El Novio... pues, se encerró en su viña y sigue lo mismo. De pocas palabras. Cuando alguien le preguntó no hace mucho, por lo ocurrido en su boda, sólo dijo: "fue un mal sino".
Lena: Sí que es parco el hombre... ¿No se volvió a casar?
Rosa: Ni él ni la Novia. En verdad quedaron casados, pero no volvieron a verse nunca. Y en esta historia la que peor queda ¿sabes quién es? La hermana, la que llamamos Antonia.
Lena: ¿Cómo así?
Rosa: Figúrate. Visitando desde entonces a su marido en la cárcel. Con el esposo tras las rejas, ya no es soltera, ni viuda ni tiene marido. Ni un hijo alcanzó a dejarle. Y bien... eso es todo.
Lena: Lástima que no haya más.
Rosa: Si tanto lo sientes, hay más.
(Toma el libro)
Lena: ¡No me diga!. ¿Está todo eso escrito en su libro?
Rosa:  Sí. Mi primo Federico escribió esta historia, con algunos cambios de su invención.
Lena: Y él ¿cómo se enteró?
Rosa:  Por el periódico. O por uno de esos versos de ciego, no estoy segura. Lo supo, como supo tantas otras historias y las fue escribiendo. Y con eso, escucha bien, “dejó un testimonio de lo que nos ocurre a las mujeres de esta tierra. Federico era de Granada, como tú y yo. A esta historia la llamó: "Bodas de Sangre".


Poco a a poco baja la luz. Lena tomando el canasto con las sábanas va hacia el costado izquierdo. Se escucha el punteo de una guitarra. Rosa se echa un chal sobre los hombros y queda descalza para actuar como la Criada, y Lena vuelve a entrar en enaguas, el largo cabello suelto, y trae una corona de azahares para actuar como "La Novia" de "Bodas de Sangre". Se sien­ta en un escaño, y Rosa, como "La Criada", a su espalda, le cepilla el cabe­llo. Se escucha (a media luz) su diálogo mientras se preparan.


Lena: Bodas de Sangre... ¿me va a leer?
Rosa: Algunos pasajes.
Lena: ¿Figura Leonardo Félix?
Rosa: Con ese mismo nombre.
Lena: ¿Y la Novia se llama Eloísa?
Rosa: Mi primo a la Novia sólo la llama "Novia", y a la Criada "Criada". Es una campesina de aquellas que no se andan con remilgos para hablar. Y ahora, imagina cómo fue la mañana de aquella boda, en esa casa como una cueva, donde pegaba fuerte el sol. Los invitados están por llegar. Vienen a casa de la Novia, para seguir con ellos a la iglesia.

Luz cálida.
Escena de "Bodas de Sangre" (con algunos cortes o agregados de la misma obra)
La guitarra cesa.

La Criada: Aquí te acabaré de peinar.
La Novia: No se puede estar dentro, del calor. Nos consumiremos todas.
Criada: Dichosa tú que vas a abrazar a un hombre, que vas a sentir su peso.
Novia: ¡Calla!
Criada: Y lo mejor es cuando despiertes y lo sientas al lado y que él te roza los hombros con su aliento.
Novia: ¡Te quieres callar!
Criada: Pero niña, ¡una boda, no son los dulces, ni los ramos de flores!. ¡Una boda es una cama relumbrante y un hombre y una mujer!
Novia: No se debe decir.
Criada: ¡Pero es bien alegre!
Novia: O bien amargo.
Criada: (Indica su cabeza). Aquí te voy a poner la corona de azahar. (La Novia baja la cabeza, abatida). ¡No son horas de ponerte triste! (La Novia tira la corona que tiene en su falda). ¡Niña! ¿Qué castigo pides tirando la corona?. Levanta esa frente, ¿Es que no te quieres casar?
Novia: Son nublos. Un mal aire en el centro. ¿Quién no lo tiene?
Criada: ¿Tú quieres al novio?
Novia: Lo quiero. Pero ¡este es un paso muy grande!
Criada: Hay que darlo.
Novia: Sí, ya me he comprometido. (Se oyen aldabonazos) Abre. Deben ser los primeros que llegan. (Se retira la Novia)

Se ve al galán tras la transparencia. Luego entra, como "Leonardo".

Criada: ¡Leonardo!
Leonardo: Yo. Buenos días.
Criada: ¡El primero!
Leonardo: ¿No me han convidado?
Criada: Sí.
Leonardo: Por eso vengo.
Criada: ¿Y tu mujer?
Leonardo: Yo vine a caballo. Ella se acerca por el camino.
Criada ¡Vas a reventar ese caballo con tanta carrera!
Leonardo: Cuando muera, muerto está. ¿Por qué lo dices?
Criada: Lo digo porque lo vi anoche y otras noches, ese mismo caballo, y no era de la manda porque traía jinete. Y ese jinete eres tú (indicando hacia donde salió la Novia), y ella lo sabe. Siéntate. Todavía no se ha levantado nadie.
Leonardo: ¿Y la Novia?
Criada: Ahora la voy a vestir.
Leonardo: Estará muy contenta.

Se oyen voces, de los que vienen cantando:
"Despierte la Novia
la mañana de la boda... "

Leonardo: Despierte la Novia, la mañana de la boda...
Criada: (Mirando) Vienen lejos todavía.
Leonardo: ¿Y trajo El novio el azahar que tiene que ponerse en el pecho?


Entra la Novia en enaguas y con la corona:

Novia: La trajo.
Criada: ¡No salgas así!
Novia: ¡Qué más da! (A él). ¿Por qué preguntas si trajeron el azahar?. ¿Llevas intención?
Leonardo: ¿Qué intención iba a tener? (Se le acerca). Tú que me conoces, sabes que no la llevo. ¿Quién he sido yo para ti?. Abre y refresca tu recuerdo. Pero... dos bueyes y una mala choza son casi nada. Esa es la espina.
Novia: ¿A qué vienes?
Leonardo: A ver tu casamiento.
Novia: ¡También yo vi el tuyo!
Leonardo: Amarrado por ti, hecho con tus manos. A mí me pueden matar pero no me pueden escupir. No quiero hablar, no quiero que todos estos cerros oigan mis voces.
Novia: ¡Las mías serían más fuertes!
Criada: Shhht. No hables cosas de lo pasado.
Novia: Tienes razón, yo no debo hablarle. Pero me calienta el alma que venga verme y a atisbar mi boda y preguntar con inten­ción por el azahar. (A él). Vete y espera a tu mujer en la puer­ta.
Leonardo: Después del casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa. Y cada vez que pienso, sale una culpa nueva y se come a la otra, ¡pero siempre hay una culpa!
Novia: Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo, por eso me caso. Y me encerraré con mi mari­do, a quién tengo que querer por encima de todo.
Leonardo: El orgullo no te servirá de nada. (Se le acerca)
Novia: ¡No te acerques!
Leonardo: Tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quién las arranque!
Novia: (Temblando). ¡No puedo oírte!. Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en una colcha de Rosas. Y me arrastra. Y sé que me ahogo, pero voy detrás.
Criada: (A Leonardo) ¡Debes irte!
Novia: Y sé que estoy loca, y sé que tengo que aguantar, y aquí estoy, quieta, por oírlo, por verlo...
Leonardo: Yo me casé. ¡Cásate tú ahora!


Las voces se oyen ahora más próximas.
“Despierte la Novia
la mañana de la boda... “


Novia: ¡Despierte la Novia! (Escapa, deprisa)
Criada: Ya está aquí la gente: ¡no te vuelvas a acercar a ella!
Leonardo: (Saliendo) ¡Descuida!


Mientras baja la luz se oye la canción:
Despierte la Novia
la mañana de la boda
ruede la ronda
y en cada balcón una corona
Despierte la Novia
la Novia, la blanca Novia,
hoy doncella, mañana señora.

Baja la luz hasta el apagón.
Lena junto a Rosa, está ovillando lana.

Lena: Ay, qué lindo cuenta usted, doña Rosa... Me hizo llorar su primo.
Rosa: Federico García Lorca.
Lena: ¿Cómo era?
Rosa: Dulce, muy alegre, querendón. (Sonríe) Me decía: "Prima, tu novio ya no regresa de las Américas. "Cásate con otro." Y escribió la historia de "Doña Rosita la Soltera", como si lo hubiera imaginado así, tal como sucedió. (Un silencio). Es que ese novio que tuve, también era primo nuestro. Y cuando Federico anduvo por Buenos Aires...
Lena: ¿Buenos Aires?
Rosa: La ciudad que te dije, en América del Sur. Federico viajó mucho, y allá encontró a ese novio mío. Lo halló en harapos. (Ríe) Tuvo que vestirlo: era su pariente.
Lena: ¿Cómo?. ¡No tenía que vestir a uno que la dejó a usted "para vestir santos". (Se cubre la boca) Ay, disculpe. Es que siempre estoy pensando en eso. Oiga, doña Rosa, quizá ya no pueda casarse, los hombres las buscan jóvenes. Pero sí... (Baja la voz) puede, como se dice, tener un hombre.
Rosa: ¿Un hombre?
Lena: Lo dicho. Un hombre, sin las bendiciones, qué importa... no faltará alguno.
Rosa: Calla. (Se levanta. Pausa). No es que no pueda yo encontrar a ese hombre, Lena. Es que ¡no lo voy a tener!. Aunque golpee la puerta de noche y sea uno hermoso, y que nadie nos vea.
Lena: ¿Por qué? Sé de uno que siempre está hablando de usted.
Rosa: No podría. (Se quiebra su voz). Me imagino a quién te refie­res. Pero la respuesta es ¡no! Y ya basta, Lena. Por favor no me hagas hablar.
Lena: Usted misma dice que ya está bien de callar.
Rosa: Es la frase que mi primo Federico pone en boca de una tía de Rosita la Soltera (Toma el libro). Dice: "ese es el defecto de las mujeres decentes de esta tierra. No hablamos y tene­mos que hablar. ¡Sal de tus cuatro paredes, hija!. ¡No te ha­gas a la desgracia!"
Lena: (Dramática, arrodillándose a sus pies). Sí ¡no nos hagamos a la desgracia, doña Rosa! (Pausa). Usted sabía que su novio, allá en la América, se había casado ¿verdad?
Rosa: (En su rol de la obra doña Rosita la Soltera). "Pero si la gente no hubiera hablado, si no lo hubiese sabido nadie más que yo, sus cartas y sus mentiras hubieran alimentado mi ilusión".
Lena: De modo que él se casó y le seguía escribiendo como novio.
Rosa: Sí. (Se lleva el pañuelo a los ojos) "Cada año que pasaba, era como una prenda íntima que me arrancaban. Hoy se casa una amiga, y otra; mañana tiene un hijo y viene a enseñarme sus notas. Y yo... igual. Con el mismo temblor. Igual. Lo mismo que antes, cortando el mismo clavel...


Rosa se levanta y tomando nuevamente el libro, recita. Se escucha al fondo una guitarra.

Rosa: Mi primo a su personaje, Rosita la Soltera, a una Rosa:
Cuando se abre en la mañana
roja como sangre está.
El rocío no la toca
porque se teme quemar.
Abierta al mediodía
es dura como el coral.
El sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
Cuando en las ramas empiezan
los pájaros a cantar
y se desmaya la tarde
en las violetas del mar,
se pone blanca, con blanco
de una mejilla de sal.
Y cuando toca la noche
blanco cuerno de metal
y las estrellas avanzan
mientras los aires se va,
en la raya de lo oscuro
se comienza a deshojar.


Rosa termina las últimas estrofas sin mirar el libro. Lo cierra y se seinta.

Rosa: A deshojar, como yo.
Lena: No siga. Ese libro la pone triste.
Rosa: No siempre. Hay historias en que la mujer estalla, como la novia que huyó con Leonardo Félix.
Lena: Quemarse y callar es un infierno. (Apasionada) ¡Ay, doña Rosa, si usted supiera!
Rosa: Supiera ¿qué?
(La observa, preocupada)
Lena: Lo que debo callar. Quemarse y callar. Quizá un día también yo estalle como esa Novia... Por favor, léame esa parte en que ella estalla y se deja guiar por su amor. ¿Cómo ocurrió?

Baja la luz y sube luego dando una atmósfera de luz Lunar, mientras ellas se transformar para actuar la siguiente escena. Se las oye dialogar aún como Lena y Rosa.

Rosa: Huyeron al bosque y había una Luna grande, rondan algunos leñadores y esa "perra". ¡La Muerte! La muerte viste de Mendiga.

Lena se muestra como la Luna y Rosa como la muerte, con harapos.

Luna: Dice la Luna: "¡El aire va llegando duro, con doble filo!"
Mendiga: Ilumina el chaleco y aparta los botones -dice la Muerte- que después las navajas ¡ya saben el camino!
Luna: Pero que tarde mucho en morir,
que la sangre se ponga entre los dedos
su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza
despiertan en ansias de esta fuente
de chorro estremecido!
Mendiga: No dejemos que pasen el arroyo. ¡Silencio!
Luna:¡Allí vienen!

Queda un instante la escena a oscuras.

Mendiga: Luna, de prisa ¡mucha luz!

Intensa luz Lunar: en el centro están Leonardo y la Novia.
Se escuchan las voces grabadas de unos leñadores.

¡Ay, muerte que sales!
Muerte de las hojas grandes.
¡No abras el chorro de la sangre!
¡Ay, triste muerte!
Deja para el amor la rama verde.
¡Ay, muerte mala!
¡Deja para el amor la verde rama!
Luego de un silencio, se animan Novia y Leonardo
Leonardo:¡Calla!
Novia: Desde aquí yo me iré sola.
¡Vete! ¡Quiero que te vuelvas!
Leonardo: ¡Calla, digo!
Novia: Con los dientes, con las manos, como puedas
quita de mi cuello honrado
el metal de esta cadena,
dejándome arrinconada
allá en mi casa de tierra.
Y si no quieres matarme
como a vívora pequeña
pon en mis manos de Novia
el cañón de la escopeta.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
¡Qué vidrios me clavan en la lengua!
Leonardo: Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.
Novia: ¡Pero ha de ser a la fuerza!
Leonardo: ¿A la fuerza?. ¡Quién bajó primero las escaleras?
Novia: Yo las bajé.
Leonardo: ¿Qué manos me calzaron las espuelas?
Novia: Estas manos que son tuyas.
¡Te quiero!, ¡Te quiero!. ¡Aparta!
Leonardo: Yo puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas.
Novia: ¡Ay, qué sin razón!. No quiero
contigo ni cama ni cena
y no hay minuto del día ¡que estar contigo no quiera!
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta,
para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola!. ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.
Leonardo: Vamos al rincón oscura
donde yo siempre te quiera,
que no me importa la gente,
ni el veneno que nos echa.
(La abraza con fuerza)
Novia: Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo.
(Drástica)
como si fuera una perra.
¡Porque eso soy! Que te miro
Y tu hermosura me quema.
Leonardo: Se abrazan lumbre con lumbre,
La misma llama pequeña
mata dos espigas juntas.
¡Vamos!
(La arrastra)
Novia: ¿Adonde me Llevas?
Leonardo: A donde no puedan ir
estos hombres que nos cercan.
¡Donde yo pueda mirarte!
Novia: ¡Llévame de feria en feria
dolor de mujer honrada,
a que las gentes me vean
con las sábanas de la boca
al aire como banderas!
Leonardo: Clavos de Luna nos funden
tu cintura y mis caderas.
Novia: ¿Oyes?
Leonardo: Viene gente.
Novia: ¡Huye!
Es justo que yo aquí muera
con los pies dentro del agua,
espinas en la cabeza.
Y que me lloren las hojas,
mujer perdida y doncella.
Leonardo: Silencio. Que no nos sientan.
Tú delante. ¡Vamos, digo!
Novia: ¡Los dos juntos!
Leonardo: ¡Cómo Quieras!. Si nos separan será porque esté muerto.
Novia: ¡Y yo muerta!

Salen abrazados.
Apagón
Puede Haber aquí un Intermedio.



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