Dramaturgo / Marco Antonio de la Parra  

 

 


Australia

de Marco Antonio de la Parra

Escena 2


El vagón. Pausa.

El otro: ¿Quiere oírme? ¿De verdad quiere oírme? Su Dios no me interesa. Es mi turno de hablar. Usted lo quiso. Viajo solo porque estoy solo. No tengo otra cosa que hacer. Perdí mi empleo. Mi mujer se fue con otra. Con otra, sí, dije con otra. Puede reírse si quiere. Se fue con otra. Es humillante. No lo cuento porque se ríen de mí. Usted se va a reír de mí. Lo hará en cuanto nos separemos. Se sentirá dichoso de no haber sido traicionado así. La mujer y la puñalada por la espalda. Usted sabe mucho de puñaladas por la espalda. Cuando lo vi quedarse en el vagón pensé que era un imbécil como todos. Y era peor. Era un peregrino. Tenía las manos manchadas de sangre. No me ha contado todas sus faltas. Yo tampoco le contaré como me han hecho morder el polvo. ¿Su mujer lo golpeaba? ¿Lo insultaba en público? ¿Alguna de sus amantes le dio una bofetada en medio de una fiesta? ¿Lo han arañado rompiéndole el traje, la camisa, rompiendo en jirones su corbata? Usted se siente el más desgraciado. Es un soberbio. Es un vanidoso. Casi me cuenta con orgullo sus faltas. Yo no creo en Dios. Y dudo que Dios crea en mí. Estamos a la par, estimado desconocido. Yo fui criado en orfanatos, en casas de reposo, en colegios gratuitos. Mi ortografía es un desastre. Hablo apenas esta lengua rota. Me cansa la risa de los demás. ¿Ya le dio risa? Lo dejaron por otra. No lo hacen delante mío. Pero se ríen de mí.
(Pausa). ¿No se ríe?
El hombre: No.
El otro: Miente. Me mira con desprecio. Usted es como ella. Buitres. Me miran como un animal destazado colgando del gancho de una carnicería. Soy el que más necesita este viaje. La conocí por correo. Esos encuentros de corazones solitarios. También es ridículo. También puede reírse si quiere. Nadie me lo advirtió. Nadie me dijo nada cuando me casé. Me dejó los niños. Pequeños. A la otra mujer la conoció por internet. Ríase. ¡Ríase, le digo! ¡Es ridículo!
(Pausa). ¿No se ríe? Soy un hombre común. No me merecía una traición así, desesperada. Se iba a esa máquina a comunicarse con ella. Me dejó por una máquina. Un año yendo al psiquiatra. Yo. Un año soportando el bochorno. La habría matado. Quise matarla. Casi la maté. Tuve en mis manos un cuchillo carnicero. Pensé en entrar a la ducha y descubrirla desnuda. Su sangre salpicando los azulejos. La odié. Me lo dijo a la hora de la cena. Los niños dormían. Amo a otra. ¡Otra! ¡Otra!
(Pausa).
Me desprecia ¿no es cierto? Usted, el que pone los cuernos. El que tiene una hija cortándose las venas.
El hombre: No me río. Lo escucho. Si me dice la verdad o no, no estoy seguro.
El otro: Tanto me teme. Já. Hace tanto tiempo que nadie me teme. ¿Quién va a temerle al ridículo cornudo? ¿El absurdo hombrecillo de la sonrisa fácil? Yo era una buena persona. No creía en Dios porque sentía que no le faltaba nunca. Yo no cometía pecado alguno. Ella debió temerme. Así tuve el cuchillo. Mientras sonaba la ducha. No me tenía el menor respeto. Mondaba una manzana mientras me hablaba de ella. Una extranjera. Frieda o Eva o Laura. Los nombres se olvidan. ¿Con qué palabra me partió el corazón?
(Pausa). ¿No será mejor que lo dejemos hasta aquí? Usted váyase al otro extremo del vagón. Limpie su espíritu. Mi viaje es otro. Yo voy a deshacerme de lo último de ella que me queda. La palabra con que me mató. No sé si fue “otra” o “amo”. No sé cuánto tiempo pasó antes de perderla de vista para siempre. ¡Para siempre! ¿Me oyó? ¡Para siempre! ¿A usted lo han abandonado para siempre? ¿Dios lo ha abandonado para siempre? Usted es de los afortunados que creen que Dios guía sus pasos. Incluso en su desconfianza cree que Dios está preocupado de su desdén. ¡Usted es un creyente! Y por eso le duele el silencio de Dios. Quiere ser un elegido. Quiere ser Santa Bernardita, Santa Fátima, San Pablo. Mis pasos no los guía nadie. Solo el azar, la incertidumbre. Húndase en su fe y su esperanza. Tiene los bolsillos repletos de ellas. No mienta. Usted es una rata beata que se salvará siempre del naufragio a bordo del madero de la cruz. Rata. Usted es una rata. Yo soy una cucaracha. A mí me pisan diariamente. Despierto con el pie sobre el pecho. Me escondo en los rincones de las burlas de mis compañeros de trabajo.
El Hombre: ¿Dónde está ella?
El Otro: ¿Le importa? ¿Me hace la pregunta sinceramente? ¿Le preocupa de verdad mi desventura? ¿O me hace la pregunta por la malsana curiosidad de todo el mundo? ¿Quiere saber si la maté? ¿Cuándo? ¿Cómo? Ganas tuve. No lo hice esa noche., debí hacerlo. No estaría en este vagón. No llevaría este paquete. Se fue a vivir con ella. Mis hijos son pequeños. Van al colegio. Sus abuelos me ayudan. Pensé que moriría de dolor. De dolor y de vergüenza. Cuando no estoy con mis hijos me pierdo en la ciudad. Me meto a un cine. Averiguo cuál es la película más larga. Quiero perder la razón. Este tren llega tan lejos que tal vez consiga olvidarme de dónde vengo. ¿Hay alguien en Australia? Ella no estará. Estaré a salvo. El cine me aturde. Eso ayuda. Mientras más largo el film mejor. Me desconcentro, no sigo la trama. No sé si me interesan. O vago por los centros comerciales. O veo la televisión. Lo que pongan. Lo único importante son mis hijos. Crecen bien. Yo mismo me sorprendo. A veces ella viaja para verlos. Yo la evito. Siento el filo del cuchillo. Una vez estuve a punto de comprar un revólver. Ellos no la quieren ver. Pero los abuelos arreglan todo. Una especie de pequeña Navidad íntima y serena. Como si fuéramos una familia de verdad. Y eso me irrita. Me hace llorar de rabia. Y lo hago a solas. En el cine. En estos viajes. Lo más lejos posible. Y usted no me deja llorar. ¡No me deja llorar!
El Hombre: ¿No se ha vuelto a enamorar? ¿No ha conocido a otra mujer?
El Otro: ¿Quiere saberlo? Usted que pasa enamorado. ¿Quiere saber si me atrevo a acercarme a una mujer sin tener una pistola en mi bolsillo? Hijas de puta. Putas todas. Usted no sabe las preguntas que hace. No sabe cuán lejos está llegando. ¿Lo sometí yo a algún interrogatorio? ¿Le traté de sacar información? ¿Le metí el dedo en la llaga? Sí. Me he enamorado. Se han enamorado, Las mujeres son como usted. Putas o putos. Se enamoran todo el tiempo. De todos. La muerte o el sexo. Usted está partido de amor. Yo no viajo por amor. Se equivoca. Viajo para no matarla. Tomo el tren en el sentido contrario. La sigo cada vez que ella sale de su trabajo. Y cuando ella parte en dirección de Agudelo yo me pregunto dónde puedo estar más lejos de su maldito y sucio cuerpo, lleno de moho, de saliva, de mocos, de mierda. Me enamoro, claro, me enamoro. Sigo siendo un ingenuo. Me enamoro. Pero se van. O me voy yo. No sé si le sucede a usted, pero me dan miedo. Que partan. Que me rompan otra vez el corazón. Usted creerá que soy un sentimental. Mi madre me dice que escondo mis sentimientos. Tiene razón. Es raro que yo le hable a alguien de esto. Se lo digo a usted porque no lo veré nunca más. La gente como usted me enferma. Los que se van, los que creen que tienen el mundo por delante, los que dejan mujer, hijos, una familia. Ustedes causan dolor, hacen sufrir. Ustedes deberían ser arrojados al paso del tren. Deberían ser descuartizados como animales en la carnicería. Deberían colgar sus cabezas de los ganchos. Deberían abrirles el corazón con un hacha. En vez de amor huelen a carne podrida. Pero mi madre dice que me ayuda hablar. Yo pienso que usted es una basura. Pero tal vez desahogarme me ayude en algo. No sé en qué. Por lo menos no lloraré de rabia. Aunque usted se parezca a ella.
El Hombre: ¿A ella?
El Otro: Son idénticos. En esa inquietud eterna. En esa incapacidad de conformarse. Por eso, escribió al correo sentimental. Por eso, se metió a internet. Por eso, se quejaba de mi manera de ser. Como usted. ¿De quién huye? De usted mismo. No quiere enamorarse de nuevo. No quiere salir a seducir a la cajera del metro o la dependienta de la tienda de ropa interior o la camarera de la cafetería o la primera mujer que se le abra de piernas. Usted alcanza a degollarlas antes que ellas se percaten del cuchillo bajo la almohada. Yo soy lento. Soy estúpido. Ellas se mueven más rápido. Les encanta mi parsimonia. Ganan siempre. El más rápido tiene la mano ganadora. El más lento espera el beso y de pronto ve su pecho abierto de par en par, la sangre que mancha las sábanas, la almohada, las alfombras. La ambulancia atravesando la ciudad. ¿Quién lo hirió? Los médicos, los grandes y pomposos idiotas vestidos de blanco. Mi mujer. ¿Quién más puede herir a un hombre? En los hospitales he visto sus víctimas. Los brazos cortados, las píldoras en racimos, su hija. ¿Estaba enamorada? También la abandonó. Dígame la verdad, no soporto oír una sola mentira más, No aguanto las reglas de la vida. A duras penas he conseguido hacer este viaje. Ella se está metiendo a la cama con ella. En este momento. Y usted lo ha hecho tantas, pero tantas veces. Traidor, vil y pútrido infiel de pacotilla. Romántico de tercera clase. Apuesto que le gustan los boleros. ¿Quiere cantar? El viaje es tan largo. ¿No se va a ir al otro lado del vagón? Cante entonces. Su canción favorita. Sentimental hasta la médula. Sin asco. Sin miedo.
El Hombre: Usted quiere matarme.
El Otro: No había pensado siquiera en hacerlo. Todavía no. No sé si el largo del viaje incube la idea en mi cabeza. Matarlo no, quizás cortarle los huevos. Castrarlo, que se desangre sobre el tapiz, que se arrastre por el vagón gritando como un verraco. No, yo soy pacífico. ¿No se ha dado cuenta que soy pacífico? Ella sabía que yo era un hombre pacífico. El hombre tranquilo, quieto, sereno. No, yo no quería aún matarlo. No estaba pensando en eso. No quería siquiera dirigirle la palabra. Simplemente tomé el viaje porque era el más lejano. Como cuando elijo una película. La que me lleve más lejos. Pero ahora sí. Tal vez lo mataría.
¿Ha pensado en su mujer? ¿Ha pensado en su hija?
No es bueno que hayamos coincidido en este viaje. Usted y yo queríamos un vagón solitario y silencioso. Usted y su espíritu, yo y mi corazón roto. Deberíamos separarnos. En la primera parada hacer un cambio de planes. El que nos deje más lejos. Pero sólo queda una parada. Una, la última. ¿Llegaremos vivos? ¿Usted cree que llegaremos vivos?
Usted me causa dolor. Usted me la recuerda a ella. Usted se le parece. Busca amantes, está siempre inquieto.
Yo no tenía nada de malo. Yo era un hombre tranquilo. Yo hablaba poco.
¿Ve lo que acaba de hacer? Me abrió las cicatrices en el pecho.
Debí haberme callado. Callar es siempre mejor. Callar hace menos daño. Mi madre está loca. Cree en brujos, en el horóscopo, me telefonea todos los días para leerme el destino. ¿Su madre? ¿Vive? ¿Le habla? ¿Usted la acaricia alguna vez? ¿La abraza?
El Hombre: No nos hablamos. Con mi padre tampoco. Está perdiendo la vista. Mi hermano lo visita. Yo apenas trabajo y duermo. ¿Por qué se subió a este vagón? Hay tantos trenes. Tantos destinos. Es una desgracia cruzarse con el suyo.

(Pausa).

El Otro: ¿En qué se quedó pensando?
Ahora es usted el que guarda información. Usted el que ejerce el silencio. Me deja con mi historia abierta. Supongo que le aliviará.
El Hombre: Lo lamento.
El Otro: No lo lamenta. Se alivia. El dolor ajeno alivia. Usted ha pecado por abuso. Yo no hice nada. A mí me lo hicieron.
El Hombre: Usted no conoce mi historia.
El Otro: Y no me interesa conocerla. ¿Por qué encontrarme con usted? Me imaginaba solo. Vine tan lejos solamente para eso. Para estar profundamente solo.
He hecho este viaje antes. Muchas veces. Nunca quedaba nadie. Sólo yo. Y podía sentirme aliviado. No lloraba. Nada. Mire, ya me ha hecho sentirme desgraciado.
El Hombre: Yo también he hecho este viaje antes. Muchas veces. Cierto, nunca quedaba nadie. Podía hasta correr por el vagón en movimiento. Gritar. Desesperadamente. Llorar a gritos, rasgarme la garganta. Lo lamento.
El Otro: Separémonos. Vaya al fondo del vagón.
El Hombre: Ya es demasiado tarde. Necesito llorar a gritos.
El Otro: No me hiera más. Se lo prohíbo.
El Hombre llora a gritos, verdaderos alaridos.
El Otro: Llora mis lágrimas. Hasta la desgracia me la roba.
El Otro llora también. Los dos, desesperados.

(Pausa).

El Hombre: Falta mucho. La próxima parada es el final del trayecto. No hay nada más allá de Australia. ¿Dónde quiere que me vaya? Sólo es posible el regreso.
¿No tiene hambre? Yo lo invitaré a comer. Me siento responsable. No debí hablar temas personales. Es una pésima costumbre. Debí haber hablado de fútbol, de negocios, de mujeres, de toros. Usted sabe, esas cosas que no le importan de verdad a nadie.
El Otro: Conmigo no hable de mujeres.
El Hombre: Perdón, fue un descuido de mi parte. Yo no podría vivir sin una mujer. De hecho no soporto vivir sin una mujer.
El Otro: Nos envenenan. Nos convierten en adictos. Nos drogan con sus vulvas rojas y calientes. Sus bocas, sus lenguas, sus tetas balanceándose mientras las penetramos inocentes. Sus chupadas groseras, hambrientas, soeces. Usted y yo. Echamos de menos una mujer. Pero usted las tiene a manadas. Una tiene, me lo dijo.
El Hombre: Sí, pero viaja mucho. A veces se va muy lejos. Tiene parientes, familia, amigos. Me dice que no puede renunciar a ellos. Tiene hijos, mayores. Es de mi edad. Hacemos el amor, nos acompañamos, pero no tenemos una casa.
El Otro: ¿No le da celos?
El Hombre: ¿De que esté con otro hombre?
El Otro: ¿O con otra mujer? Las mujeres son capaces de todo. Saben mucho más que nosotros del dolor. Saben hacernos daño.
El Hombre: Yo también le he hecho daño a algunas mujeres. Me han amado y las he traicionado. Mi primera esposa, mis amantes. Las abandonaba. No podía decidirme a quererlas. Una vez me enamoré de una colombiana. Bellísima, un sol. Ella gastaba millones en llamarme por teléfono. Me pedía a gritos que dejara a mi mujer y me fuera con ella.
Aún me envía mensajes. Le contesto tarde, mal y nunca.
Otra mujer me golpeó la cara, me arañó la espalda. Yo solamente le conté que había conocido a otra hembra. Me lanzó todos los platos de la vajilla. Me amenazó con el cuchillo de cortar carne. Como usted.
El Otro: Se salvó de una muerte segura.
El Hombre: Yo ya había dejado a mi primera esposa. Ella tenía un hijo pequeño. Lloraba asustado. No le hagas eso a tu hijo, le dije. Es lo mejor para los dos, le dije. Terminemos.
Me puso el cuchillo en el pecho.
Al final me cortó los brazos, después se cortó ella.
El niño lloraba. Yo abracé al niño. Me lo empezó a tironear.
Es mi hijo, me decía. Hijo me puta, me decía.
Te quiero matar, cabrón, me decía.
No soy una buena persona. Usted tiene razón.
Pero traté de serlo. De verdad traté de serlo. Mi primera mujer me golpeaba. Tenía un genio de los mil demonios. No sabía discutir. Yo le tenía miedo.
Quizás no me hubiera metido jamás con otra mujer pero le tenía miedo.
Era capaz de darme un puñetazo en el coche, conduciendo. Me perseguía con un martillo por la casa. Por una discusión cualquiera. Nunca pude pararla. Le gritaba y se ponía peor. ¿De verdad que no le afecta que le cuente esto? ¿No le causa daño?
El Otro: No. Me calma ¿sabe? Imaginarlo sangrando sobre el piso de su cuarto. Mojando de sangre las sábanas, mirando la sangre escurrirse con el agua de la ducha. Eso me alivia.
El Hombre: Llegamos. Su compañía me ha hecho daño.
El Otro: Yo he sentido el alivio más curioso que recuerdo. Oírlo, sentir las ganas de matarlo. No lo tome como algo personal. Es sólo su manera indolente de hablar del amor y la nostalgia. ¿Qué sabe usted de mujeres? Apenas lo han golpeado. ¿Le pidieron perdón luego? Cómo piden perdón esas bestias. El perdón les sale como un vómito.
El Hombre: No, yo era el que pedía perdón. Yo era la bestia enloquecida de miedo y de ira.
El Otro: ¿Qué vamos a hacer ahora en Australia?
El Hombre: Con estas ganas de matarnos.
El Otro: No mienta. Usted quiere una mujer. Yo soy el que quiere vengarse. Y usted es sólo un chivo expiatorio. ¿Sabe lo que es eso? Rata católica.
El Hombre: El tren se ha detenido. Se abren las puertas.
El Otro: ¿Vamos?
El Hombre: Vamos.

No se mueven.


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