Dramaturgo / Marco Antonio de la Parra  

 

 


Australia

de Marco Antonio de la Parra

Escena 1

 

El vagón. La soledad del movimiento veloz hacia un destino predefinido. Alguien sabe dónde va. Pero no El hombre ni El Otro.
Pausa.

El hombre: ¿Por qué me sigue?
Ruido del tren. Pausa.
¿Por qué ha llegado aquí tan lejos?
No contesta. Las luces del exterior manchan los rostros de los dos hombres.
Nadie llega tan lejos. O casi nadie. Nunca había visto a nadie en algún vagón de este tren. Descienden todos. Antes, contentos, con niños de la mano, con bolsas de comida. Algún borracho, una vez, se quedó dormido. Lo desperté a patadas. Apenas balbuceaba su nombre. Le dije que la próxima parada era Australia. Estaba perdido. Esa vez yo también estaba perdido. Pero yo estaba sobrio. Yo quería estar perdido. Le dije que esperara en la terminal, que los operarios del tren lo pondrían en el vagón de regreso. Vomitó sobre mis zapatos. No tenía con qué limpiarme. Estos vagones no tienen baño. Sólo asientos. Asientos duros. Para pasajeros fugaces. Para estar de pie. Esta línea está abandonada de la mano de Dios. Por eso me gusta. Quiero estar lejos de Dios ¿Me entiende? Lo más lejos posible de ese ser injusto, cruel, implacable. Dios no merece perdón de Dios. ¿Lo hiero? ¿Es usted religioso? Yo lo fui. Muy creyente. Y no hubo piedad conmigo. Ni Job. No le digo nada. Sólo siento el cuchillo clavado en mi pecho atravesándome. ¿Ese es el amor de Dios? Estos vagones son duros, sucios, fríos. Este último tramo es infinito. No se ve nada. Hay un momento que salimos a la superficie. Un desierto de industrias y cementerios de automóviles. El mundo de los hombres. Lejos de Dios y de los hombres. Lo más lejos posible.
Pausa. Ruido del tren.
¿Dónde va? ¿Conoce a alguien en Australia? ¿Qué lleva en ese paquete? ¿Un regalo? ¿Es un sicario, un empleado, un mensajero?
Pausa.
¿No me va a contestar? ¿Es mudo? ¿Es extranjero? Do you speak english? ¿Parla italiano? ¿Parlez vous francais? No dice ni pío. No diga después que no intenté ser cortés. ¿Prefiere que me calle?
Pausa.
Lo entendería. Haga un gesto con la cabeza. Muévala así si es sí. Muévala así si es no.
(Pausa).
A mí tampoco me gusta que me hablen en los viajes largos. No estoy intentando abrir una conversación. Solamente estoy extrañado de encontrármelo. ¿Me entiende?
Pausa.
El hombre se saca un zapato y se masajea el pie. Luego lo hará con el otro.
No quiero conversar con usted. ¿Le queda claro? Entienda mi curiosidad. No se bajó en ninguna estación. No se mueve de ese asiento. Me mira como si me conociera. O como si tuviera miedo de mí. Sí, podría temerme. Si me conociera me temería aún más. No soy una buena persona. Tal vez por eso Dios se ha ensañado conmigo. Eso me dicen los curas. Roñosos. Con sus sotanas oliendo a orín. Se mean abriendo las piernas mientras caminan. Los he visto. No, yo era una buena persona. Yo quería ser una buena persona. Dios empezó la guerra. Y perdía la fe. ¿Ha perdido la fe? ¿La esperanza? Las perdí. Puede revisar mis bolsillos. Ni rastro. Ni de fe ni de esperanza.
Pausa.
¿De verdad no lo hiere mi discurso anticlerical? ¿Quién es usted? ¿No me va a contestar ninguna pregunta? ¿Ninguna?
Pausa.
¿Seguro que no es mudo? ¿O autista?
De repente me parece cara conocida. De repente siento que no lo he visto jamás en la vida. Oscilo. No sé qué creer. No creo ni en mis propios pensamientos. No creo en nada. Y el mejor lugar para no creer en nada es Australia.
Pausa.
No. No lo conozco. Ni siquiera debería dirigirle la palabra. ¿Es mi sombra? ¿Es mi ángel de la guarda? ¿Es acaso mi asesino? Seguro, eso es, usted es la muerte, la enfermedad, el cansancio. Dios lo ha puesto sobre mis pasos. Ni usted lo sabe, pero es un enviado de Dios. No digo un ángel, digo un enviado de Dios. Es decir un demonio. Un ángel caído y de mala cara.
Pausa.
Usted me va a matar. ¿No es cierto? O me va a quebrar las piernas. ¡Sí! Tengo deudas con apostadores. No sabía que llegaran tan lejos. Dios no me dio la suerte que necesitaba. Aposté rezando. Veinte Padres Nuestros y cuarenta Aves Marías. Y perdí. Mi caballo salió cuarto. Cuarto no paga nada. Lo había jugado todo a ese pingo. Plata prestada, claro. Dios mío, ¿por qué me abandonaste?
Pausa.
Alguna vez iba a pasar. Tantos viajes solo. No podía durar para siempre. Tenía que alcanzarme el dolor de la mente. Mi propia cabeza, eso es usted. Mi cabeza que al fin pisa mis pasos. Siento su aliento en mi nuca. Lo sentí cuando se subió en la Plaza Victoria. Usted no era un pasajero común y corriente. Tiene esa cosa decidida en el mentón, insoportable. Usted iba a llegar tan lejos como yo. Usted era de mi casta.
Pausa.
Debí haberme bajado en Amanecer o en Costas de Hielo. Antes que se vaciara el vagón. Antes de que usted estropeara mi soledad. Mi oración.
Pausa.
Alejarse de Dios es la más auténtica oración que conozco. La del que vio el rostro de Dios y se aleja dándole la espalda. ¿No lo cree así? ¿Qué religión profesa? ¿Católico, protestante, budista? Sí, lo sé, el budismo no es enteramente una religión. He pensado en hacerme budista. Medito a veces en el vagón. ¡Pero con su mirada no puedo! ¡No puedo!
Pausa.
¿Va a hablar o no va a hablar? Esto es desesperante. ¿Me está torturando? Sí, conoce la agonía. El silencio de Dios. Lo peor. Su ausencia. No aparece. Nos deja abandonados en un mundo desierto lleno de desechos, tóxico, poblado de antenas que emiten ondas electromagnéticas que afectan nuestros glóbulos blancos y preparan nuestro cáncer, nuestra más lente y dolorosa muerte.
Pausa.
¿Sabe que los teléfonos celulares emiten ondas cancerígenas? ¿Y que el titanio que usan en su fabricación tiene en guerra mortal a todo el continente de Africa? ¿Usted no usa teléfono celular, espero?
Pausa.
¿No? Me alegro. ¡Mueva la cabeza en algún sentido! ¡Deme una pista!
(Pausa).
Está bien, renuncio. Hablo solo. Siempre lo hago. Hablo solo. Por eso tomo este tren, este vagón. Por eso Australia.
Pausa.
¿Lo sabe, supongo? Lo hermoso del último tramo es que no haya nadie más en el vagón.
Pausa.
Escucho mi alma. Es un viaje místico. He venido tan lejos para no escuchar más mi corazón. Usted me lo trae. El corazón con su palpitar bobo anula la suavidad de mi espíritu. Con usted ahí no puedo concentrarme en mi respiración, me llena la cabeza de pensamientos. Un tropel de preguntas. ¿Quién es? ¿Dónde va? ¿Por qué demonios viste tan mal? ¿Por qué tiene tan sucios los zapatos? Ese barro, usted ha caminado por el lodo, tiene sucias las bastas de los pantalones. No se saca el sombrero. No estaba lloviendo. Cuando yo me subí al tren no estaba lloviendo. Yo me subí en San Cristóbal de los Peces. Mucha gente sube y baja en esa estación. Obreros, empleados, dueñas de casa, estudiantes. El sitio que elegiría un terrorista para poner una bomba. Subo cada día pensando que no importa. Ya quedaré solo. Y mi espíritu aflorará. Y me sentiré limpio. Y podré orar por mis antepasados. Y podré sentir que me redimo. Mi corazón quedará limpio de todo pecado. Y Dios quizás me perdone.
Pausa.
O yo a él. De alguna forma es mi padre. Y no es bueno morir sin estar en paz con el padre. Amén.
Se santigua.
Pausa.
No me va a decir nada. Es como el padre confesor de mi colegio. No decía nada. Hacía sonar la varilla en el suelo. De pronto nos daba el golpe en las piernas. Usábamos pantalón corto. Dolía. No había que llorar. No debíamos llorar. Era la educación del rigor cristiano. Confiese su pecado, me decía. Yo no sabía lo que era el pecado. El padre confesor me enseñó que no ceso de pecar. A varillazo limpio me enseñó que soy un pecador impenitente.
Pausa.
¿Donde lo educaron a usted?
Pausa.
Con usted sí que fueron duros. A usted lo educaron a bofetadas, a puñetes, lo encerraban en un cuarto oscuro. Se le nota en la mirada. Usted no tiene perdón sobre la tierra.
Pausa.
¿O viene, al revés, a perdonarme? ¿A qué cofradía pertenece? ¿Cree en Dios?
Pausa.
Se lo he preguntado varias veces ¿Cree o no cree en Dios? Me está sacando de quicio. No hace nada para que este viaje no me lleve a la absoluta desesperación. ¿Cree o no cree en Dios? ¿No se ha percatado que todas las guerras que vienen serán religiosas? Se equivoca si cree que sufro con su sucio silencio de asesino profesional. Tarea perdida. Tengo una larga experiencia en resistir castigos. El padre confesor me dejaba sangrando los muslos y yo no abría la boca. Usted no conseguirá nada de mí. Nada. Nada. ¿No se da por vencido?
Pausa.
No, no se da por vencido. Usted me hace hablar. ¿No me va a decir nada? ¿Qué está esperando de mí? ¿Lo mandó mi padre para vigilarme? Le dijo a mi abogado que yo terminaría suicidándome. Se lo gritó en el teléfono. ¿Lo sabía? ¿No lo sabía? Mueva por lo menos la cabeza. Debo mucho dinero. ¿Lo mandaron los bancos? ¿Los prestamistas? No he conseguido trabajo suficiente. No consigo juntar todo lo que debo. Dejé a mi mujer por otra. Traté de ser feliz. No lo era. No lo soy. He dejado a todas mis parejas. Sé que me buscan. Aquí no llegan. ¿Lo contrataron a usted? ¿Alguna de ellas? Quiero estar solo. Quiero sentirme libre de la presión de Dios en mi conciencia. ¿Qué tiene eso de malo? Usted con su silencio me censura. ¿Tiene un arma en el abrigo? ¿Qué lleva en el paquete? ¿Quién lo mandó? Mi primera mujer ya ni siquiera me odia. Ya me es apenas indiferente. Mi hija tomó píldoras. Ella sí pensó en suicidarse. ¿Usted tiene hijos? ¿Sabe lo que se sufre con una hija inconsciente? Yo llorándole que no lo hiciera nunca más, que no volviera a intentarlo. Yo solamente quería sentir ganas de vivir. ¿Qué piensa usted? ¿Nunca dirá nada? ¿Qué más quiere saber de mí? He sido infiel. He traicionado el voto de castidad, la promesa matrimonial, el amor, la vida.
Pausa.
¿Llegamos hasta acá para que usted se quede callado? A ratos tengo hambre. ¿Quiere que comamos algo al llegar? Debe haber algún sitio donde se pueda comer algo. Por lejos que estemos. Alguien hablará nuestro idioma. ¿Habla usted mi idioma?
Me hace gracia.
Nunca creí que podría aguantar estar solo. Creía que no podría soportar la soledad absoluta. Y cuando me decido aparece usted. Extraña compañía. ¿Sabía que mi padre tiene razón? He pensado en matarme. Por eso, quizás, tuve la ilusión que usted… no sé… llevara un arma.
Nadie pagaría por mi muerte.
Una vez, un hombre, el marido de una amante me amenazó. Me gritó en la calle: ¿sabes cuánto vale tu vida? Así, a voz en cuello. ¿Sabes cuánto vale tu vida, cabrón?
Era una mujer muy linda. Muy linda y muy loca. Muy loca y muy puta. Cuántos hombres tuvo. Pobre hombre, su marido, digo. Estaba tan loco como ella. El viajaba mucho, la dejaba sola. Luego venía y revisaba su ropa interior, el correo, los papeles, creo que tenía a alguien así como usted, que la seguía. Después ella estuvo tan enferma. El la quería, pero de esa manera rara. La seguía. ¿Usted me está siguiendo? ¿Verdad? Por favor, dígame algo.
¿Sabe cuánto me duele su silencio?
¿Usted viene por mí?
¿Lo enviaron tras mis huellas?
¿Es mi criminal?
¿Es mi confesor?
¿Es el pago de mis faltas?
¿Viene por lo de mi mujer o por lo de mi hija?
Soy un hombre común y corriente. Solo quiero sentir la tranquilidad del espíritu. Sentir que queda lejos el ruido, la metrópolis. Las víctimas de mis faltas.
Dígamelo de una vez por todas.
¿Usted me sigue?
Pausa larga.
El otro: No.
El hombre: No le creo.


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