Dramaturgos / Egon Wolff  

 

 


Crónicas de un edificio psicótico

de Egon Wolff

Monólogo para un viejo no tan loco.

Personajes:

 Don Balta


Una pequeña oficina en el último piso del edificio más alto de Santiago, en el barrio oriente de la ciudad.

Un gran mesón sobre el cual se acumulan, en un caóticoy sucio desorden, toda clase de herramientas y artefactos. Entre ellos en profusa dispersión, algunas sirenas de alarma en reparación.
 Junto al mesón un catalejo sobre su trípode, enfocado hacia el gran ventanal que rodea la oficina en dos de sus costados.

Sobre el mesón un vaso y una botella de agua mineral, la cual beberá esporádicamente...
 Sentado en un piso de madera junto al mesón y trabajando concentradamente en una de las sirenas y con un largo delantal grasiento que le cuelga, esta don balta , equilibrando sobre su nariz un Quevedo pegado a sus ojos miopes. De pronto y después de un rato, la sirena hace contacto aparentemente y se lanza en un alarido insistente y estentóreo.

Después de algunos intentos inútiles de apagarla con dedos de alta tecnología, le da un manotazo seco y la sirena se silencia bruscamente. 

Se dirige al público.

¿Ven? Una Bleiber. Siempre lo dije. Estas sirenas Bleiber, de fabricación alemana, son rebeldes por naturaleza. Son obstinadas, llevadas de su idea; como todo lo que proviene de Alemania, por lo demás. Son tan perfectas en su elaboración que se le arrancan de las manos a su creador y terminan por tener vida propia, como Pinocha. Como lo que le sucedió al Señor cuando creó al hombre. Tenía el proyecto de hacer algo perfecto, pero le resultó otra cosa.
 

Trabaja brevemente en la sirena con un destornillador.  

Luego...

 Hay variedades claro. Hay las sirenas Cornelius, por ejemplo, que son más dúctiles. O las Klocker, de doble espiral, que solo suenan cuando su dueño lo necesita. Dicen que son las que prefieren los compradores luteranos, pero en Alemania no son populares entre los fabricantes de coches porque son más caras y a los alemanes no les gusta botar su plata. Son económicos por naturaleza. Gastan solo donde hay que gastar. Gastan en cerveza, por ejemplo. Grandes cantidades. Pero si se trata de sirenas, podrían uno de esos sonajeros plásticos para lactantes, a ocho marcos la docena, y con eso basta. La cosa es que algo suene cuando lo necesitan. Por eso están donde están. Situados en plena prosperidad en medio del mapa de Europa. Yo me he paseado un día por la Alameda de los Tilos, en Berlín, y he visto a los mozos de los restaurantes barrer las migas de pan que dejan los clientes y dárselas a las palomas.

Para que nada se pierda. ¿Se dan cuenta? Así se fabrica la riqueza. En cambio nosotros, en Chile, que nos extraviamos en la loca geografía de nuestras montañas, nosotros botamos la plata a manos llenas. ¿Han visto los tarros de basura en Chile? Llenos de panes duros, sin comer. Eso somos nosotros. Por eso no fabricamos sirenas. ¿Habían pensado en eso? ¿En las causas por las cuales no somos capaces de fabricar nuestras propias sirenas de alarma? Yo lo he pensado. En verdad, me paso pensando en eso. 

Se pone a trabajar en la sirena, y esta vuelve a arrancarse con un loca estridencia, que don Balta vuelve a silenciar de un manotazo.

 ¿Ven? ¿Ven como me obedece? Sumisa como un cordero. A mí, Bleiber o no Bleiber, las sirenas de alarma no me vienen con cuentos. Por ordinarias que sean. 

Porque como ya se habrán dado cuenta, tengo mi propia técnica para silenciarlas. 

Aunque aquí donde estoy eso importa poco. Estoy a tanta altura que puedo hacer todo el ruido que se me ocurra. Cierto. Si se me da la gana, puedo convocar, aquí, a toda una orquesta de elefantes machos en celo a trompetear por sus hembras, y no pasaría nada.

Nadie presentaría un reclamo. Nadie se daría cuenta Si, ya ustedes lo están pensado, supongo.
 

Mira hacia la platea.


Lo veo por sus caras. Ya les habrá llamado la atención que después de todo el ruido que hizo esta cosa, (Por la sirena) no haya concurrido el administrador del edificio o algún subalterno suyo a presentar una queja. ¿Verdad? Bueno, yo les resolveré el enigma. La respuesta es que, además de acondicionador profesional de sirenas de alarma, yo mismo soy una especie de administrador de este mamotreto de cemento y a nadie se le ocurriría cuestionar mi autoridad. Cuarenta y dos pisos. Ciento diez y ocho metros de altura. Sito en el corazón mismo de nuestro barrio Oriente. El hábitat natural de cuánto hay de conspicuo en nuestra ciudad. Con el despliegue natural de nuestra magnifica Cordillera de los Andes, al frente. Cierto. ¡No me miren así! Ya sé que es confundidor que una misma persona desempeñe oficios aparentemente tan dispares, pero así es. Suele suceder. Ya ven que hay sacerdotes que visten uniforme y monjas que disparan metralletas. Lo que pasa es que este maldito trabajo de arreglar estas cosas (Por la sirena de nuevo) a uno no le cae tan irreflexivamente. A mí me vino por mi irreducible necesidad de silencio. Elegí el trabajo de arreglar sirenas por una especie de compensación masoquista ante una vida expuesta al estruendo. Ya les hablaré de eso. Cada cosa a su tiempo. Por ahora, primero, quiero referirme a mi puesto de administrador. 

Se levanta, enfoca el catalejo, un rato, hacia algún lugar mas allá del amplio ventanal y se vuelve al público.

Farellones. Unos puntitos negros esquiando. Sillas trasportadoras que balancean minúsculas patitas que penden sobre el abismo. Y un cóndor. Un cóndor que planea oteando el diseño de nuestra magnifica cordillera. (Se separa del aparato)

No. Eso es fantasía. No me crean. No veo al cóndor. Este aparato no da para tanto. Continúa un momento mirando por el aparato. Luego vuelve al público. Perdonen, pero a veces me distraigo. Hay un joven que asoma al balcón de su departamento en un edificio de enfrente y que apunta a la calle con un rifle. La primera vez que lo vi me asuste y pensé acudir a la policía. Pero Luego, algo en sus gestos me dijo que no dispararía. Desde entonces siempre lo observo. Acude puntualmente a ese balcón justo a esta hora y apunta. Apunta hacia un objetivo móvil, abajo, en la calle, pero nunca se decide a disparar. Es el clásico francotirador frustrado. Supongo que solo se entretiene en especular qué pasara el día en que se decida hacerlo. Quizás eso lo excita. Llegue a esa conclusión hace tiempo y por eso, hoy, lo dejo apuntar tranquilo. 

Deja el aparato, gira su silla y se vuelve hacia el público.

Ya sé que no esta bien lo que hago. Distraerme en virtualidades. Sé que los que me pusieron en este puesto esperan de mí un ojo avizor para todas las irregularidades que puedan aparecer en el entorno. Irregularidades que, en verdad, se reducen a una sola cosa. Es decir, que nunca, nadie, por ningún motivo, bajo ninguna circunstancia, se le ocurra construir un edificio más alto que éste. Sobre todo cuando éste es el edificio más alto al Sur de la Línea de la Concordia y tal vez de toda Sudamérica. Esa es mi misión. Los que lo construyeron y me pusieron aquí, fueron enfáticos en eso. No es que me hayan hecho jurar lealtad cuando asumí el cargo, pero sé que esperan que entienda el hecho heroico que realizaron al aventurar esta inversión. Porque hay que ser justo en esto. Se necesita una buena dosis de espíritu aventurero para embarcarse en construir el edificio más alto de la ciudad. ¿De dónde les viene? De una especie de reacción por reflejo, supongo: de ver lo alto de la cordillera de enfrente. Lo tomaron como un desafío a su imaginación.

Creo que así funciona la cosa. Y la cordillera de los Andes es, sin duda, un acicate para aspirar a la altura. No lo tomen como un acto de soberbia. Tómenlo simplemente como un salto del espíritu. Alto, siempre más alto, hasta el lugar donde mora Dios. Yo me comprometí a eso. A velar por sus intereses. "Don Balta" me dijeron, "No se nos distraiga con los enanitos que esquían en Farellones. Esos no nos pagan la inversión. Cuide que no se levante ningún edificio más alto en el entorno, porque eso nos obligaría a añadir uno o más al nuestro y eso tiene un costo, ¿capiche? Por eso le compramos un catalejo Schmidt- Schubert. Lo mejor que se encuentra en el mercado. Mercadería alemana. No quite usted nunca el ojo de ese visor". 

Confidencial.

Para vuestra información, debo decir que aquí, en este edificio inteligente, todo es alemán. Ya se habrán dado cuenta de eso, ¿verdad? Solo yo soy chileno. Y claro, también los maestros que gatearon sobre su esqueleto de fierro con sus carretillas llenas del líquido cemento. Y también los anémicos salarios que cobraron cada fin de semana. ¡Todo lo demás, alemán! Y ahora, si me permiten... 

Toma la botella y se sirve un poco de agua mineral.

Se me seca la garganta… Ahora, para que entiendan como funciona esta cosa, me veo en la obligación de aclararles algunos de los antecedentes que justifican mi presencia aquí. Todo está situado, un poco, como en una nebulosa en mi cerebro, lo confieso. Mal que mal el tiempo perverso también ha realizado su labor y mi mente ya no es tan precisa como lo fue alguna vez. Lo que sí recuerdo, y es un hecho de la mayor importancia, es que tengo un hijo, y que ese hijo es parte del proyecto de este edificio. Porque resulta que ese hijo mío es uno de sus arquitectos. Cierto. El me situó aquí. Pero no vamos tan rápido. Vamos por parte. Yo vivía en un asilo para retardados mentales en ese entonces. Bueno, en verdad tampoco era un asilo para retardados mentales propiamente tal, sino tan solo un lugar donde metían a gente que era difícil. Y yo siempre fui difícil. Muy difícil. Al menos es lo que me decía todo el mundo. Pedía un pan y porque lo encontraba duro y hacia ver el inconveniente, con la voz más suave, me decían que era difícil. Que volvía loco a todo el mundo. Difícil con mi mujer. Difícil con mis hijos. Difícil con los vecinos. En fin...difícil. Espero que me entiendan. Yo era un tipo que si veía un tomate, quería que me dijeran que era un tomate y no otra cosa, ¿me entienden?

Porque hay gente que ve un tomate y quieren que les cuenten que es una cebolla. O quieren que otros crean que es una cebolla, y yo con eso no comulgo. ¿Me entienden? Soy un tipo difícil. Mi mujer, por ejemplo, quería que yo creyera que la casa en que vivíamos tenía tres pisos cuando ya sabía que, en estricta verdad, eran solo dos. Pero ella quería que fueran tres. Para fanfarronear con eso ante sus amigas, ¿entienden? "Di que son tres", me gritaba. "¿Qué te cuesta, huevón?"... Pero yo sabía que estaba incluyendo, mañosamente, una especie de mansarda que yo había construido en el entretecho y que, en verdad no era ni si quera una mansarda, sino tan solo un cubículo donde poner a secar las flores del tilo que cosechábamos en nuestro jardín, y donde llegaban a defecar las lechuzas del barrio. Tenía una pequeña ventanita que miraba a nuestro patio trasero. El que tuviera esa ventanita, hacia toda la diferencia para ella. El que la tuviera le hacía pensar que teníamos otro piso, y se pavoneaba con eso impunemente. Entienden ¿cómo funcionaba su mente?


 Le pasaba gatos por liebres a sus amigas y eso no va conmigo. Soy un tipo difícil, lo acepto. No transijo en esas cosas. Por eso mi familia, para terminar con las confrontaciones y las carreras por el departamento disparando proyectiles caseros, decidió arrinconarme en una especie de asilo, o "hogar" como le llaman ahora.

Elegantemente. Pero que, en verdad, no es otra cosa que un sin fin de rincones siniestros, donde poner a podrirse a los viejos. Es lo mismo. Solo eufemismos para una dura y cruel verdad. 

Bebe otro poco de agua.

No sé porque les estoy contando todo esto. Solo terminará por fundirme la garganta. Pero, en fin, ya me embarque en esto y más me vale terminar todo dignamente… Solo tengo que agregarles que mi mujer ya no está. Murió. Y eso acentuó mi fama de hombre insoportable. Porque algunas personas, retorciendo aún más su mente ya retorcida, se las arreglaron para culparme a mí de su deceso. Lo que naturalmente es solo un puerco infundio: La verdad es que Clara, mi mujer, siempre mostró una increíble inclinación a la tragedia. En todo lo cual, nunca deje de ser para ella otra cosa que su actor preferido. Es todo. Realizaba escenificaciones perfectas con sus obsesiones, que hubieran despertado la envidia de Moliere. Me llevaba hasta hacerme gritarle con toda la fuerza de mis pulmones, hasta que ya no había ni telón, ni aplausos, ni saludo al público, ni nada. Solo dos estúpidos llenos de furia mirándose mudos, con sus arterias a punto de estallar.

Tragedia perfecta... Pero en fin, ¡qué diablos! De algo tienen que culparlo a uno. Sin eso la humanidad no se queda tranquila. ¿No están de acuerdo? 

Revuelve en uno de los cajones del mesón y extrae una cachimba y una tabaquera y sigue hablando mientras la ceba con el tabaco y ensaya su lumbre varias veces.

Mi paso por ese asilo, sin embargo, no fue exactamente un paseo por el cielo. Eso lo acepto. Porque después de varios otros desatinos, producto de mi temperamento siempre en ebullición, ocasione un desastre que provocó mi remoción de ese lugar siniestro. Fue un incendió que inicié, excité y mantuve en la bodega donde guardaban los remedios del hogar. ¿Por qué? Porque la cretina que me servía el almuerzo no entendió nunca que a mí me carga el, orégano en la sopa.

Tirándose a guapa, un día, no quiso sacar unas hojas que flotaban asquerosamente en el caldo grasoso. Fue la gota que rebalsó el vaso. Mío y el de ellos, los del hogar.

Yo partí hacia el botiquín con un fósforo encendido y ellos, al teléfono, a llamar a mis hijos. A invitarlos a retirarme de ahí y colocarme en otro sitio, donde tuvieran mas pulmones para tolerarme. Mis hijos, no tuvieron entonces otra solución que arrinconarme en esta atalaya, a cumplir esta importante misión. Por eso estoy aquí.

Pero no me engaño en eso. Me hago el tonto, porque me produce un placer infinito hacerme el idiota. Pero a ustedes les confieso que entiendo muy bien porque las peras no son redondas. La misión que me encomendaron fue vigilar que ningún edificio creciera más que el nuestro, pero esas son leseras. Ellos podrían hacerla tan bien como yo mismo, pero yo hago como que les creo. Para dejarlos contentos, ¿capiche? Y así, descargo a Emilio de sus culpas.
 

Breve pausa durante la cual logra darle un buen tiraje a la cachimba y lanzar al aire unas buenas bocanadas de blanco humo. 

Luego...

Emilio es mi hijo. Socio, en plena propiedad, de la corporación dueña de este edificio. Y todos ellos, él y sus socios, contagiándose el uno al otro por una extraña razón cuyo origen no entiendo, parecen darle una importancia capital al hecho de que nunca, nadie, por ningún motivo, se le ocurra construir nada más alto que, esto. Es una obsesión que los tiene al borde de la locura. Lo sé porque se reúnen periódicamente, aquí, en estas mismas premisas, a hablar sobre eso. Mientras yo trabajo en mis sirenas. Y nunca falta alguno que aporte el dato pavoroso de que una organización hotelera, o una corporación multinacional, o un mega ciclópeo supermercado tras continental han decidido instalar justo a nuestro lado, justo aquí pegados a nosotros, un edificio que tendrá tres metros más que el nuestro y eso los hace entrar en crisis. ¡En verdad se los digo! Es un espectáculo digno de verse. Es como una reacción en cadena, producto del contagio. Cómo si cada uno de ellos se sintieran menoscabados frente al socio, por tolerar la infamia sin protestar. En la intimidad tal vez lo tomen con humor y se rían de eso, pero en conjunto se convierten en una maravilla. ¿Entienden ustedes eso? ... (Lanza otra bocanada de humo) Para atenerse a la estricta verdad, sin embargo, eso nunca ha sucedido. Solo han sido hasta ahora rumores infundados, porque nadie ha osado desafiamos. Sera porque los otros saben que sería un gesto inútil. Que nosotros, de inmediato, pondríamos en marcha la división ad hoc que hemos montado en la azotea, para agregar los metros que fuesen necesarios para derrotarlos una vez más, y volver a ser los más altos del país. Y así sucesivamente, en un juego de nunca acabar. Por eso nos dejan tranquilos.

Recuerdo, sin embargo, una sesión en la que se trastocó el orden natural de los debates. Se debió a una iniciativa de uno de los socios de mi hijo, de convocar la presencia de un psicólogo amigo suyo. Su idea era que ese profesional les disertara sobre la constitución psíquica de los edificios. ¡Cierto! Parece que el hombre había publicado una tesis famosa, en la cual defendía la idea de que, además de inteligentes, los edificios tienen conciencia y por ende, alma. Propensos, por ello mismo, a criar complejos y sentirse perseguidos. Opinaba el hombre que había edificios psicóticos, sobretodo los pintados de colores fuertes. Otros que sufrían de esquizofrenias, cuando los construían al borde de quebradas o abismos muy pronunciados. Apoyaba el tipo su teoría exhibiendo toda una línea de fotogramas de edificios inclinados, absolutamente fuera de plomo. Otros, erizados de balcones como sufriendo crisis de pánico. Una disertación fascinante de verdad. Y concluyente. Todo terminó, sin embargo, en ser solo una sesión más, muy entretenida, con profuso intercambio de ideas, cada una más cuerda que la otra, cada una mas científicamente fundada, pero que no llegó a mayores. El amigo psicólogo se comprometió a evacuar un informe, pasó su factura, y se fue a su casa.

Eso fue todo Alguien opinó todavía que quizás fuese oportuno bajarle el tono al verde de que estamos pintados. Para evitar que nos expusiéramos a alguna extraña patología y el edificio, entrando en crisis, se pusiera a abrir y cerrar puertas y ventanas sin ton ni son, o lanzar fontanas de agua desde la azotea. Pero nada de eso se hizo. Por eso lucimos aun nuestro bello verde manzana, muy distinguido, muy tranquilizador, y somos aun el orgullo y la admiración de la ciudad. Un lozano y orgulloso verde pastel en medio de la desolación gris de los edificios vecinos… Perdón, pero tengo que hacer mi ronda. 

Se ubica nuevamente frente al catalejo y explora el contorno del ventanal. De pronto, observa algo que llama su atención. Luego gira hacia el público.

¡Oooooh! ¡Una humareda! 

Luego vuelve al catalejo y concentra más la atención en eso. Luego, de nuevo, después de un rato, al público.

 Es otra de esas cosas que se ven desde esta altura... ¡Humaredas! Aparecen por aquí y por allá, periódicamente, como surgiendo inesperadamente de la tierra. En los potreros y quebradas que rodean la ciudad. Es tremendo, pero ¿qué se le va a hacer? La prensa constata. El hecho y hace su crónica. Van allá y fotografían a las mujeres al aire libre paradas en la lavaza. Lavando a sus críos en palanganas de plástico y secando sus ropas en tendales de alambres oxidados.

Algunos llegan a hacer estadísticas y denuncian el hecho social del desamparo, pero yo sé que eso no es así. Desde aquí arriba, pertrechado en mi atalaya, he observado la estratégica concordancia de esas señales de humo (Se va involucrando en el tema con pasión creciente,volviendo a catear por el catalejo) ¡Oh! ¡Ahí va otra! (Mira al público) Porque eso es lo que son ¡Señales de humo! ¡A mí no me engañan!

¡Señales que obedecen a un plan! ¡No vaya nadie a moverse hay engaño en eso! No se atrevan a pensar que estoy loco al decirlo, ¡porque ustedes pagarán! Surge una columna aquí y otra allá, simultáneamente, ¡y ambas se apagan al unísono! Después, de pronto, como a un comando, ¡surgen en otra parte! ¡Obedeciendo una consigna preestablecida! ¡Un plan de ataque!... ¡Como les decía, a mi no me engañan que no son sino las erupciones cutáneas de un morbo que se oculta bajo la superficie de la tierra y que periódicamente se escapa en forma de humo! Y no se vaya a creer que ese morbo esta solo a ras del suelo, en los extramuros cordilleranos de la ciudad. ¡Como aquellos que rodean el sector Oriente de Santiago! ¡NO! ¡Están mucho más lejos! Mucho mas allá de estos sectores de bucólico verdor. ¡De hermosos jardines y frondosas arboledas! (Con tono confidencial.es un secreto) ¡Yo he aguzado el oído y he escuchado el hormigueo! ¡Vienen desde todo la periferia, del gran Santiago! ¡Avanzando por los albañales! ¡Por las alcantarillas! ¡Subrepticiamente! ¡Con implacable determinismo! ¡Invadiéndolo todo! ¡Desplazándose por las cavernas calcareas! ¡Siguiendo el curso de las aguas subterráneas! ¡Bajando por el magma cordillerano! ¡Como un hormiguero en marcha a punto de erupcionar! 

Mira al público. Estupefacto.

 ¿Qué me miran así? ¿Creen que estoy loco? 

Señala el catalejo.

¿Quieren echar una mirada? Para que me crean...¡Yo los he seguido, Señores! Lo he comprobado en las noticias de los periódicos cuando hablan que en el subsuelo del Metro se ha producido un suicidio o un crimen. Que ha habido una batahola pasional que ha venido a explotar en un secuestro cuyo enigma la policía no ha podido resolver. "Ni aun buscando bajo tierra", dicen como con humor siniestro, como burlándose de sí mismos...Y eso no me sorprende, porque yo sé la causa. (Una nueva confidenciaaun más misteriosa; un gran secreto) Son los hombres sub-terra que están, ahí, realizando su labor. ¿Quieren que les diga lo que hay? (Mas secreto aun) Toda la ciudad descansa en verdad sobre un substrato humano que pulula en el submundo cavernoso y que viene a erupcionar, aquí, en sus barrios periféricos… En la presencia aparentemente inocente de una toma (Señala hacia afuera)...y que yo, desde aquí, desde mi observatorio, compruebo en esas columnas de humo. 

Pausa. Observa el efecto de sus palabras y luego bebe otro poco de agua. Se seca la boca con la manga de su camisa, ansioso de hablar.

Yo se lo he señalado a mi hijo y a sus socios... ¡He tratado de advertirles, pero no hay caso! ¡No me quieren escuchar! ¡En verdad, nadie ha querido hacerlo hasta ahora! ¡Les he dicho que no se hagan falsas ilusiones! ¡Que sus hermosos edificios bordeados de prados y parterre de flores, los están construyendo, en verdad, sobre el magma humano! ¡Les he dicho que todo Santiago no es sino una gran ilusión habitacional construida sobre un depósito de fluida materia humana a punto de estallar! Pero Emilio, desgraciadamente, me salió como todo el mundo. No hay nada excepcional en él. La bomba tiene que borrarle las facciones para que se dé cuenta que le estalló en la cara. ¿Y saben? ¡Esa ceguera de él y de los otros, me desespera! ¡Me vuelve loco! Y me ha hecho pensar. Me ha llevado a desarrollar una teoría. Perdónenme si los lateo con esto, ¡pero es importante que me escuchen! Sentados ahí en sus butacas puedan estar pensando que este viejo que les habla esta medio cucú. Esta bien. Puede ser. Pero solo piensen por un momento. ¡Se los ruego! ¡Lo hago por ustedes! Piensen: ¿y si este viejo loco, después de todo, tuviera razón, y nos estuviera salvando la vida? ¿Mh? (Simpático; congraciándose) Ojala pensaran así. Para que al menos valga la pena la plata que gastaron por esa butaca, ¿no les parece? ¡Haganlo! ¿Cómo saben? Tal vez salgan de aquí con un nuevo pensamiento. Y por último, ¿que pierden? Quizás tan solo un poco mas de confusión dentro de toda la confusión en que ya los tienen sumidos todos los locos opinantes que andan por ahí, hablando tonterías. Incluso el que les habla. No estarán mas locos al salir de aquí de lo que lo estaban cuando entraron. Eso se los aseguro. 

Vuelve a acomodarse sobre su piso de madera.

¿Saben lo que pienso? Que, como a pesar de lo obvio que parece, nadie cree en mi teoría del magma humano subterráneo, esas edificaciones deben tener otra explicación. La raza humana no puede ser tan inconsciente. Tienen sus cinco sentidos y su mente demasiado organizada para no percibir lo que se agita bajo sus pies. Por otra parte, la hermenéutica del terror no les es extraña. En verdad los asalta a cada rato. De modo que, al levantar tan despreocupadamente esos edificios sobre terreno ajeno, por así decirlo, y sin que eso les provoque la menor presunción, tiene que haber otra causa. ¿Y saben cuál es? Muy simple... Que los edificios son algo orgánico. Simples erupciones de los basurales, que crecen por ahí al azar, ¡como los hongos del campo! ¡De las bostas de las vacas! Una por aquí, otra por allá! (Barre un brazo porel contorno) ¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! ¡Con la más absoluta ignorancia de todo lo que les concierne! Porque ¿ustedes piensan, acaso, que las callampas piensan? ¿Verdad que no? Entonces, no podrán sino estar de acuerdo conmigo. Y si extrapolamos esto y vemos el crecimiento de las ciudades, tendrán que convenir conmigo que la ley que las rige es igual, la de la improvisación. Casualidad pura. ¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! ¡Donde se le ocurra al propietario ocasional! ¿Saben?

En verdad es bonito observar todo aquello desde la posición privilegiada que tengo en esta atalaya. Mal que mal ocupo este sitio desde hace ya una punta de años, y eso me permite constituirme en una especie de cronista privilegiado del crecimiento de la ciudad. Y ¿quieren que les diga una cosa? La descripción de que los edificios "brotan y crecen", es la más cierta. "Crecen". Como un puño de cemento. Como un ente extraño, erecto y potente, que surgiera de los basurales mismos. Y que, como los hongos que proliferan de la mierda más compacta, mientras más basura haya, mas alto e imponente será el edificio que crezca de ella. ¡Y no vayan a creer que esto es una metáfora! ¡No se vayan a hacer la ilusión de que esto no es así! Porque, yo, desde aquí, he observado el proceso y les puedo asegurar que si lo es. Cómo, donde no había nada en un comienzo, solo hierbajos agitados por la brisa, aparece de pronto un túmulo de cemento. Un edificio lleno de bullente vida. Es lo mismo.

Solo que en este caso es necesario que previamente los habitantes que viven en el subsuelo, hayan aflorado del magma informe, dejando por ahí, sus desperdicios, para que después, sobre ellos, se levanten las soluciones habitacionales, creciendo de la mierda misma. ¿Entienden cómo funciona la cosa? Porque, para que ninguno de ustedes se sienta tentado de pensar que dramatizo las cosas, les pregunto: ¿Han visto los alrededores de las ciudades modernas? Como en las vías de asfalto que se internan en las zonas que aun ayer eran potreros, los seres subterráneos afloran de noche dejan ahí sus detritus. Secretamente. Como si, a la sombra de sus camiones a oscuras, estuvieran cometiendo una vergonzosa irregularidad. ¿Y qué es lo que dejan? Las deposiciones mal olientes de la promiscuidad. Un catre desvencijado por aquí. Una lavadora centrífuga oxidada, por allá. Un montón de sucios sacos llenos de una indescifrable materia viscosa, por otro lado. Formando con ello una especie de fango desbordado de basura, que todo lo inunda. Y como sobre eso vienen después los ingenieros con sus cascos lustrosos y sus goniómetros, pisando con asco entre los desperdicios para estudiar la ubicación de sus construcciones.

Por eso pienso que los edificios son algo orgánico. Nacidos de la misma descomposición de lo que el subsuelo de la ciudad va secretando. Y que por eso, por provenir de la misma materia putrescible de la cual nacieron, están condenados a desaparecer algún día. En forma de un gran gas fétido, azul, que se elevara al cielo y se disolverá en un gran estallido...puuuuf ¡como un fuego fatuo! ¡Díganme si no es un pensamiento atroz!

¡Díganme si no es para volverse loco! 

Se pasea nerviosamente arriba y abajo retorciéndose las manos. De pronto se detiene y enfrenta al público.

Le he hablado de eso a mi hijo. En tal estado de agitación nerviosa, que ha debido calmarme. Que esté tranquilo, me ha dicho. ¡Que la historia se encargara de todo, papá! Como si en verdad creyera que una sabia previsión lo tuviera todo calculado. ¡Como si la mera iniciativa de levantar edificios lo cubriera con un halo salvador! ¡Pero créanme! ¡Es aterrador lo que se desenvuelve, aquí, ante mi vista! ¡La crepitante palpitación de la putrefacción en marcha, actuando desde la acechante oscuridad del subsuelo! ¡Y sobre ello, la ciega, conmovedora, diligencia humana! ¡Un edificio aliado del otro! ¡Como si los impulsara una suerte de determinación culpable que nada pudiera detener! ¡Como si los agitara un terror de fin de vida y hubiera que proceder rápidamente antes de que algo, no se sabe qué, un cataclismo, un holocausto, una terrible tormenta del infierno, fuera a llevárselo todo y hubiera que proceder con la frenética ansiedad de los condenados! Incluso este edificio de ciento diez y ocho metros. (Grita desesperado, implorante casi) ¡Cuarenta y dos pisos, y una mansarda! ¡Un hermoso mojón verde manzana mirado desde arriba! ¡Desde los puntitos negros, esquiando! ¡Solo, enhiesto, como un falo perfecto! ¡Bajo la mirada oscura, siniestra, condenatoria, de los cóndores planeando! ¡Sentenciado, en medio de la basura! ¡Es horroroso! 

Se calma. Se derrumba. Vuelve a sentarse.

(Calmado) En este momento, Emilio ya está en otro proyecto. Solo tendrá ciento diez y seis metros. Por respeto a mí. Para que mi labor, aquí, tenga un sentido. Así es que, ¿de qué me preocupo? En todo caso, me consuelo pensando que se lo he advertido. Si no me quiere creer es cosa de el... ¿verdad? Con permiso.

A pesar de estar a esta altura, con el smog que hay, se me seca terriblemente la garganta. 

Bebe agua.

Tendrá 42 pisos. Lo más alto que se ha construido al Sur de la línea de la Concordia. 14 departamentos por piso. 588 departamentos en total. 7056 puertas. ¿Se dan cuenta? ¿Habían pensado en eso? 

Saca un cuaderno de un cajón y lee.

Lo tengo todo anotado aquí. Un día se lo hice ver a Emilio y conservando la calma, me replicó que las cosas eran como eran. Que si finalmente terminaran por ser 1.200.000 las malditas puertas, eso seria, ¿y qué? ¿Se dan cuenta?... Pero la cosa es mucho más complicada de lo que él se imagina. Las estadísticas no se detienen aquí. Es una locura total, si uno lo piensa. Lo que pasa es que si uno es como mi hijo, no lo piensa. Vive tan sumergido en la cadena de lo inevitable que se bloquea su conciencia. Deja de considerar la demencia, inconsistencia de ciertas cosas. (Señala el cuaderno) ¡Miren, aquí lo tengo!

¡Esta todo claro! ¿Se los leo?...(Lee y su voz conserva una calma mortal) ¿Saben cuántas perillas de puerta consumieron los 42 pisos de este edificio? ¡7056 perillas! ¿y saben cuántas bisagras? ¡14112 bisagras! Siempre que se empleen dos bisagras por puerta, naturalmente. Porque si se emplean tres lo que sucede en las construcciones mas elegantes,ya serian 211681 ¿Se dan cuenta? Y sigo. ¡Miren! ¡El consumo de tornillos! 84672 ¡Siempre que se empleen bisagras de cuatro tornillos, claro. Porque si se emplean de seis, serían (Lo señala en el cuaderno con un dedo) 127008 tornillos, miren, ¿ven? ¿Se dan cuenta? ¿Pueden imaginarse el volumen que hacen 127008 tornillos? 

Les expone el cuaderno al público.

¿Quieren ver las cifras? ¿Para que vean que no los engaño?

Obviamente no lo hacen. Vuelve el cuaderno sobre su mesa.

¿No les parece la locura misma?...(Lo hojea) Y aquí otros datos. Con un consumo estimado de 414 clavos por departamento que fue lo que uno de los capataces aportó como dato cuando se le ordenó que los contara, 414 clavos por unidad habitacional, se estarían consumiendo, en este solo edificio, la friolera de...escuchen... ¡243432 clavos! ¿Se dan cuenta? ¿Saben lo que significa 243432 clavos puestos juntos? Y esto solo porque no me pongo a calcularles la cantidad de clavos que se habrán consumido en esta cuadra una vez que se terminen todos los edificios que están en proyecto. Porque si lo hago no les garantizo la salud mental a ninguno de ustedes. Sería una cifra tan astronómica que ninguna mente humana podría soportar, sin sufrir un grave deterioro. Las siderúrgicas nunca habían contado con esto. ¡No me vengan con cuentos! Las siderúrgicas nunca se habían puesto a pensar las dimensiones catastróficas de este descomunal consumo. En esto al hombre le pasó como al aprendiz de brujo. Se le arrancó de las manos su propia criatura. 

Mira al público.

¿y quieren que les diga cuantos clavos han consumido todos los edificios del mundo? ¿No, verdad? ¡Qué lata! ¡Qué viejo más latero! 

Señala a un señor del público.

¡A ver, usted, señor! ¡por favor! Usted que está sentado ahí y que tal vez tenga una fábrica de calcetines, no se...Se ha puesto a calcular ¿cuánto hilo consumen sus maquinas tejedoras en un solo mes de producción? ¿Expresado en metros? Nunca, ¿verdad? ¿Se ha puesto a imaginar el largo del hilo que se produciría de unir en una sola hebra? todo el hilo que usted consume, ¿digamos, en cinco años de producción? Jamás, ¿verdad? Porque si lo hiciera, le aseguro que no podría dormir tranquilo. Se imagina los sueños que tendría? Esa hebra interminable envolviéndose en torno a su cuello, ¡estrangulándolo! ¡Sin poder moverse! ¿Se imagina pesadilla igual?...Y usted señora. Usted que está sentada ahí tan compuesta, con una carita de buena dueña de casa que da ternura, se ha puesto a pensar ¿cuanta azúcar ha consumido en su cocina, desde que inauguró su tálamo matrimonial?

Nunca, ¿verdad? ¿Le paso un dato? ¡Son 634 toneladas! ¡224 en el café familiar y el saldo en postres, tortas, pasteles, flanes y compotas!...¿No me cree? Yo tampoco.

Pero una cifra cercana a eso debe ser, ¿no cree usted? Da algo así como un escalofrío nervioso, ¿verdad? Y después me vienen con que la economía de libre mercado no es la salvación del mundo. 

Se echa adelante y habla en confidencia.

¿Saben? ¿Quieren que les confiese algo? Yo creo que Dios se equivocó. Perdonen los creyentes que están presentes. No quiero ofenderlos. Ya sé que una vez que la fe decanta no es propensa a soportar impugnaciones, pero, en verdad creo que nuestro Padrecito equivocó el cálculo. ¿Y saben porque digo esto? Porque El nos creó labriegos. Cierto. Nos creó desde la tierra misma. Integrados a ella. ¿Y porque digo esto? Porque cuando el andaba por esas áridas tierras de Israel creando al hombre, no podía crear un ser distinto al de la seca tierra que lo rodeaba.

Era todo el modelo de que disponía. Porque yo les pregunto: con todo el fervor de su imaginación sin duda prodigiosa, ¿podría El haber pensado que un día su humanidad iba a necesitar 243432 clavos para construirse un techo bajo el cual guarecerse? ¡Nunca, pues! ¡Esa barbaridad sobrepasaba todos sus cálculos!

Porque, ¿a qué se reducía la humanidad en ese entonces? A un par de famélicos cabreros que andaban por ahí escarbando terrones para encontrar algo que comer, ¿verdad? Y que si de techo se trataba, agarraban un par de hojas de palmas, las amarraban con pitas y se agazapaban bajo ellas. Por previsor que hubiera sido el Señor, ¿podría haberse imaginado alguna vez el despatarro en que llegó a convertirse esa comunidad de menesterosos? ¡Jamás, pues! ¡243432 clavos! ¡Una tonelada y media de hierro labrado! ¡Una monstruosidad! Yeso, en una sola cuadra, de un sola ciudad, de un solo país del mundo. Un minúsculo puntito en el mapa. ¡No mayor que un mojón de pájaro en toda la ancha humanidad! ¡Lo siento por los carismáticos que puedan estar presentes en esta sala!, ¡pero al Señor, el mundo, definitivamente se le arrancó de las manos! 

Bebe otro poco de agua y desorientado trata de ubicar en el aire la dirección en que debe seguir su discurso.

¡Perdonen! ¿En qué íbamos? Me distraigo, a veces. Es que, no sé, me parecen tan bien educados, tan atentos, como están ahí escuchándome, tan... estimulantes, que se me desboca la mente. Se me va a las antípodas. Me dan ganas de hablar mil tonterías. Termino por no saber de qué diablos estoy hablando. ¡Ah, sí! ¡Las sirenas de alarma! Me parece que ya va siendo hora que les hable un poco de eso, ¿verdad? Como llegue a esta actividad tan insólita...Creo que ya se los dije. Creo que les conté que llegue a esto por una especie de compensación masoquista ante una vida sometida al estruendo, ¿recuerdan? Así fue. Jamás me he podido librar del ruido, y es por eso que a ratos, me viene la compulsión de hacer sonar una de éstas, para situarme en pleno sufrimiento, ¿me comprenden? ¡Miren! ¡Escuchen!

Agarra la sirena en la que ha estado trabajando y la conecta, comenzando de inmediato el alarido insistente. 

(Gritando sobre ello) ¿No es una delicia? 

La desconecta de nuevo y se hace bruscamente el silenciototal.

Es una Bleiber. Creo que ya se los dije. Mercadería alemana. No digo que el pueblo alemán tenga alguna compulsión especial a hacer ruido, pero cuando fabrican sus sirenas, sin duda que las saben hacer sonar. Ya lo creo que sí. Pueden jurar sobre eso. Sera por eso que siempre tratan de mantenerse al día con las novedades y hoy fabrican las mejores sirenas de alarma. Como antaño fabricaban los mejores órganos y antes, los mejores cornos de caza. Lo llevan en la sangre.

Perfeccionarlo todo. Si ustedes desarman una de estas...(Muestra la sirena)… no podrían creer la maravilla que es. Acusan un delicadeza increíble en conseguir los tonos más agudos. Ustedes de esto no entienden, ya lo sé, pero las toberas por donde escurre el sonido esta pulido de una manera tan perfecta, emplean en ello una aleación de metal tan acabada, que la cacofonía sale como una especie de lamento lacerante a insertarse directamente en el centro mismo de la trompa de Eustaquio de ustedes. ¿Comprenden? Han estudiado ellos tan bien la combinación binaria que se produce entre la emisión del ruido y su percepción, que no es posible imaginarse nada más perfecto. Es como una aguja que se clavara en el mismo tímpano. Yo las he estudiado y no me caben dudas que los técnicos de la Bleiber, encargados de tamaña maravilla, han sutilizado la penetración del ruido. Porque de eso se trata, ¿verdad? Para que estar con rodeos. Si el cliente precisa una sirena de alarma, pues una sirena de alarma tendrá. Y esta tendrá que ser tan insidiosa que nadie deje de reparar en ella. Y lo han conseguido. Por eso a mí me encanta trabajar en una Bleiber. Me hace sentir cómodo. Es como hacerse solidario con la perfección. Eso enaltece mi espíritu y mejora el rendimiento de mi trabajo¡Miren, escuchen! Se los repito. 

Contacta la sirena. Emite un sonido agudo.

¿Escucharon? ¡No me digan que no es sublime! Estoy seguro que esto no deja de percibirlo ni si quera un caracol que debe ser, sin duda, la más sorda de las criaturas. Y este otro, ¡miren! 

Emite una nota aun más aguda.

¿Qué les parece? Directo al numen del cerebro, ¿verdad? Pasando por la barrera de pelos, del odioso cerumen, la pendiente inclinada del yunque y de todo aquello que atenta contra la buena audición. Y ahora voy a juntar los dos sonidos, ¡miren! 

Lo hace y la sirena emite ahora un chirrido agudo de dos notas juntas, sobre la cual grita:

¿No es una preciosura?...Y ahora esta otra, ¡miren! Con tres sonidos Juntos! ¡Escuchen! 

Mantiene un rato bajo su grito el chirrido que ahora es aun más agudo

Fantástico, ¿no les parece? 

Lo corta todo abruptamente.

De eso se trata. La excelencia a la que han llegado es en verdad, insuperable. Detiene la respiración, ¿no les parece? Para los pelos. Paraliza el corazón. Interrumpe el cerebro. Nadie ha conseguido un producto de la ciencia más puro. Instalado bajo la capota de un Mercedes, triza el asfalto, tritura la superficie del pavimento, desforesta los bosques cercanos. Nadie puede dejar de oírlo impunemente. Produce miles de infartos imperceptibles, pero detiene la mano del ladrón, que es de lo que se trata, ¿no estamos de acuerdo? la Bleiber ha desarrollado aun nuevos modelos con toberas múltiples de cuatro, cinco y hasta seis notas juntas, pero estas no han sido autorizadas por los Servicios Alemanes de Protección Acústica, porque aun no ha sido posible cuantificar el daño que podrían producir al cerebro. Me han dicho que eso está en estudio, sin embargo, y que muy pronto, una vez autorizadas, podríamos disponer de ellas. (sonríe conindulgencia) Por informes de última hora me he podido enterar que la Klocker, competidores de la Bleiber, está desarrollado modelos aun más avanzados.

Se dice que piensan emplear toberas de iridio engastadas en platino cuyos sonidos serían tan penetrantes, que su chillido iría a insertarse directamente en la metafísica de los oyentes. ¡Cierto! ¿Qué me miran? ¿No me creen? Es un decir, claro. No me lo tomen tan a la letra. Nadie sabe donde está situada la maldita metafísica, eso lo sé.

Algún lugar oculto, sito en la más recóndita intimidad del hombre, será. Al menos es ahí donde la sitúan los escolásticos. Donde se almacenan sus más apremiantes anhelos de inmortalidad, dicen. Donde la carga de sus culpas se vuelve insoportable. Pero eso, como ustedes comprenderán, es mera especulación.

Marketing irresponsable. Afán de la Klocker para vender su chatarra. La humanidad aun valoriza suficientemente la supervivencia para no embarcarse en tamaña tontería, ¿no les parece? Todos tenemos aun añoranzas del buen y simple corno de caza, tocado por el postillón de un coche de postas. Sentir la belleza de la vida ante una posadita de troncos, en un bosque medioeval. No se les hace algo así como un nudo en la garganta?...(Suspira) ¿Pero de qué estamos hablando? Esos son tiempos pasados, y los tiempos pasados, ya lo sabemos, ¡nunca volverán! (Suspira otra vez) A propósito de tiempos pasados, yo, además de Emilio, tengo una hija... Que me odia. Bueno, no me odia exactamente. Ya les contaré… Porque antes tengo que contarles como llegue a esto de arreglar sirenas. Sucedió de la manera más imprevista. lo que pasa es que en uno de los alojamientos en que caímos con mi mujer, antes de que mi presencia se le volviera insoportable y me hiciera recluir en el asilo para enfermos mentales de que les hable, teníamos un vecino. Un buen tipo, servicial y amistoso, pero que tenía, sin embargo, una fobia: El miedo al robo. El tipo tenía tal temor que le robaran, que lo llevaba a cometer toda clase de barbaridades.

Su casa era una fortaleza. Muros de tres metros de altura. Rejas con alabardas filudas. Un par de perros que daban pavor; de esos que son todo colmillos y el resto, un pellejo que les cuelga, ustedes saben. Y... ¡sirenas de alarma! ¡Sirenas en todas partes! ¡Sirenas tan sensibles que se accionaban al vuelo de una mariposa! ¡Era espantoso! ¡No había noche en que no se pusiera a ulular una de esas condenadas ¡No nos dejaban dormir!... Hasta que tome cartas en el asunto y decidí instalar en mi casa mis propias sirenas, tan aulladoras como las que más. Para ver quien era más fuerte, ¿entienden? Pero para eso, naturalmente, tuve que tomar un curso. Aprendí toda la casuística de las sirenas. Cada vez que el buen vecino, nos enviaba uno de sus alaridos, yo le retrucaba con uno mío, más fuerte, más lacerante que el suyo, hasta que se producía el silencio. Hasta que cayó en cuenta. Nunca hablamos de eso. Nos saludábamos por sobre la reja con la máxima cordialidad, pero el silencio se mantuvo. De ahí seguimos en paz. Queriéndonos como buenos vecinos. Pero yo tuve una ganancial. Aprendí un oficio. Y cuando me llegó el día inevitable de tener que plegar mis túnicas y pasar a retiro, me acordéde estas destrezas, y le propuse a mi hijo que me permitiera arreglar sirenas de alarma en su azotea. Para no aburrirme y ganarme unos pesos. Aunque fuera tan solo para comprarme el tabaco para mi cachimba y mantener a buen nivel este licoroso que escondo aquí y que me calienta el alma, cuando el frio arrecia... ¡A propósito! ¡Con permiso!

Extrae de uno de loscajones una botella de bolsillo y una copita.

Y Emilio entendió. Tuvo la gentileza de hacerme colocar unos paneles acústicos en todo este contorno, (Lo señala con la botella en la mano)...para no molestar al vecindario. Así es como ahora, cuando corneteo esta Bleiber a estas alturas, que es casi como si lo hiciera en la ionósfera, paso desapercibido y soy famoso en el vecindario. "El viejo loco de las sirenas", me dicen. Tanto que, cada vez que una de estas (Por las sirenas) se encabrita y se larga por su cuenta, los garages se acuerdan de mí y me las envían, a que la amanse. y yo me siento un tipo respetable. Y útil. ¿No están de acuerdo conmigo que estoy en una envidiable posición? ¿Alguno de los veteranos que están en la sala desea cambiarse conmigo? Si, verdad? ¿Ven? 

Destapa la botella y vacía un poco en la copita.

¡Con permiso, entonces! Esta tirada me llenó de optimismo. ¡Salud! 

Muestra la copita y bebe.

¿En qué íbamos?.. Ah, sí. En que mi hija me odia…Bueno, como ya les decía, no es exactamente odio lo que me tiene.

Empina otro traguito y se queda un rato, pensativo.

No me quiere...Bueno, en verdad tampoco es ella la que no me quiere, sino mi yerno. El marido de ella. Y ¿saben por qué? Porque desde el primer momento me opuse a que ese vínculo matrimonial se materializara. Y ¿saben por qué? Porque el día en que ese patán llegó a mi casa por primera vez, plantó en medio de la mesa del comedor una botella de whisky diciendo entre broma y chiste de mal gusto, que como su novia le habla advertido que en nuestra casa no se bebía alcohol, el no podía vivir sin una buena dosis al día. Que el alcohol "le alegraba, los genes". Es lo que dijo. ¡Imagínense! Después de eso. ¿Qué querían que creyera? Puras premoniciones atroces naturalmente. ¿No les parece natural?... Como resultó todo, finalmente. 

Bebe otro trago.

Mi hija Fidelia. Así se llama No es un nombre para bautizar a una hija, ya se. Parece un nombre puesto por unos padres que no sabían lo que estaban haciendo. Pero. ¿Qué quieren? A la niña se le ocurrió nacer justo el día en que estaba escuchando la famosa obertura y en honor a Beethoven la hice bautizar así. ¿Por qué se han quedado mirándome así? Soy un bruto. ¿Verdad? Pero si ya se los dije. Soy difícil y siempre lo fui. ¿Lo niego acaso? Ejercí en eso un machismo a ultranza. Sin remordimientos. A concho, como dicen. Es que, ¡qué diablos! ¡Creo en eso sinceramente¡ Que es una de las prerrogativas que tienen los machos. ¿No tengo derecho, acaso? ¿No nos enseña eso la historia? ¿Que la mujer nunca ha mandado nada? Ella ordena la casa. La mantiene armada. Hace. Deshace. Manipula. Engaña. Compone. Recompone. Calienta. Enfría. Hilvana. Deshilvana. Arremete. Arrasa.

Aplasta. Intriga incluso si es necesario, pero...mandar, manda el hombre. Por otra parte. La alternativa de un hombre sumiso, me repugna. En verdad, me repugna intensamente. Va contra mis principios, que tengo incrustados muy hondo en el escroto, que es donde se sitúa la masculinidad… Con permiso. 

Bebe otro poco. Una sonrisa le aparece en la cara y le comienza a iluminar las facciones.

¿Saben? Lo de Beethoven me ha dado de pensar, y me he preguntado: ¿Por qué mi vida ha estado siempre rodeada de musicalidad? Porque lo de la elección del nombre de mi hija, no fue un producto del azar. No vayan a creer eso. Porque de ser así, ¿por qué no se me ocurrió bautizarla Miguel Ángel, por ejemplo? ¿O Tiziano? Las alternativas eran infinitas. Abran ustedes un diccionario de nombres propios y tendrán una panoplia inmensa de donde sacar nombres para sus hijos. Carlomagno, por ejemplo. O Osimandrias. O Elzevirio... Pero ¿por qué no, por amor a Dios? Por qué no ponerle esos nombres de resonancia grandiosa a nuestros hijos y encumbrarlos a la inmortalidad? 

Señala a alguien de la platea.

Usted señor, usted que esta ahí y que me mira tan incrédulamente. Usted, que me tinca que se apellida... ¿Aguirre? ¿Qué problema tendría en ponerle así a su hija?.. ¡Osimandria! ¡Osimandria Aguirre! Ninguno ¿verdad? ¿Sospecha usted lo que ella a la postre, podría llegar a agradecerle? 

Señala a otro.

O usted, señor, que debe apellidarse...¿cómo?..(Como el aludido seguramente guardara silencio) No, pero dígame pues, mire que si no me lo dice, tendré que inventarle un apellido que tal vez no le guste... (Si el aludido responde, emplearaese apellido, si no...).. ¿González? ¿Le parece bién?...¿Anaximandra? ¿Anaximandra González? ...Puestos juntos, ¿no le parecen una combinación preciosa? Sonoros, conceptuales, llenos de glorificante significación, ¿no cree? ¿No le parece que si usted se atreviera a bautizarla así, su hija se vería en la obligación de crecer a la altura de su nombre? Convertirse en una mujer bomba, ¿una diosa del Olimpo? ¿Lista para arremeter a gritos y sablazos contra el enemigo? ¿Cree usted que su hija, con ese nombre, podría quedarse sentada toda sumisa y modosita, en la silla de la cocina? ¿No cree usted que bautizándola así, la niña de sus ojos se echaría a volar por los confines como una cometa, de la cual usted solo vería cruzar la estela de su irradiación? En cambio así como la nombra ahora, Ada .González, las probabilidades se le encogen flácidas, ¿como un globo desinflado? Bueno, a mi en todo caso me faltó imaginación. Le puse Fidelia, y ahora mi hija tiene que acostar a su marido borracho los Sábados por las noches. A lo mejor, si la hubiera bautizado Anaximandra, hoy lo tendría empalado en una pica o ensartado de los pantalones, pataleando en la punta de su espada. ¿Quién sabe? ¿No le parece? 

Bebe otro poco.

Bueno, creo que ya me descarrié de nuevo. ¿En qué íbamos? Ah, sí, hablábamos de las sirenas...Como ya les decía, mi vida siempre ha estado relacionada con alguna clase de sonoridad. Que a veces era solo música, pero otras, ruido. Lisa y llanamente ruido. Silencio, ¡nunca! Aquel puro y claro silencio que se goza cuando uno pasea por un bosque, o el que uno recibe cuando esta frente a un amigo al que le acaba de decir una pesadez. Silencio gravitante, total, como el que mora en las catedrales vacías. ¡Eso, nunca!

Los primeros ruidos que uno recuerda son los de su casa, naturalmente. En eso, mi entorno recordado es el de un continuo estrépito. Mi madre golpeando el piano, por ejemplo. Cuando con mi padre y sus amigos se reunían en torno al instrumento a sacarle viruta, voceando los bailables y zarzuelas que les alegraban la velada. O los adoquines siniestros que cubrían la calle en que vivíamos. Listos para hacerle imposible la vida a uno cuando bajaba por ella un carro con zunchos de hierro ¡Cuantas noches de mi niñez me atormentó con su escandalera!

¡Es un crimen exponer a un niño a esa congoja! No me vengan a mí, entonces, a criticar la modernidad que ha barrido con esas perversas ¡No me vengan a mi hablarme mal de los pavimentos! ¿No están de acuerdo conmigo que no hay nada más hermoso que una linda panorámica silvestre cruzada por una buena carretera pavimentada? ¡Juro que se los digo de todo corazón! Para mí no hay nada más bello que ver la campiña atravesada de lado a lado, por una de esas cintas de cemento lisas, largas, mudas e impasibles que se pierden en el horizonte y ante las cuales hasta las vacas se acercan a descubrir, con embotada admiración, lo estúpidas que son. En verdad se los digo. No hay nada más apaciguador que una buena carretera moderna. Son sin duda la expresión perfecta de la paz más absoluta. Reposando sobre la tierra agrícola, con la impronta de su obscena impavidez. ¿No están de acuerdo conmigo? 

Bebe otro poco.

En verdad, desde esta realidad de cemento en que vivo ahora, acuarenta y dos pisos sobre la tierra, estoy convencido que todo debería ser de cemento. Palabra. De cemento las lomas. Las quebradas. Las colinas. Incluso los bosques. ¡Pónganse una mano sobre el corazón! ¿No añoran ustedes, acaso, un hermoso bosque de cemento? ¿Limpio? ¿Higiénico? ¿Fácil de lavar? ¿Sin la presencia de esas masas móviles de carne al menudeo que son en verdad las vacas? ¡Animales pasados de moda! Y ¡que miran, todavía! ¿Han visto desparpajo igual? ¿Qué es lo que podrán estar viendo las muy idiotas? ¡Añoro eso! ¡Cierto! ¡Paisajes sin la presencia de sus olores! ¡Y sin la ñipa con su horrible tufillo zorrino! ¡Sin las fetideces del pasto pudriéndose! ¡Del guano fermentando bajo la hojarasca! ¿Se imaginan delicia igual? (Esto lo exclama) ¡Ay, Y no mas los escarabajos! ¡Dios mío, no mas escarabajos! ¿Se imaginan? ¡No más esos feos monstruos en miniatura que trepan los hierbajos! ¿No creen que es un deber liberar a la naturaleza de esas alimañas? ¡Yo, al menos, aquí, lo mantengo todo limpio! Escarabajo, mosca o araña que se cuela en estas premisas, las elimino así... ¡zas, zas, zas! (golpea con un matamoscas imaginario)...¡lisa y llanamente! ¡Sin piedad! Si a mí me hubieran liberado de niño de esos adoquines, vaya uno a saber ¿qué hombre pacífico seria hoy día? Condenado a provocarme tormentos con estas sirenas, ¿todo porque añoro el silencio? No creen que es algo digno de ser considerado? 

Bebe.

El asunto tiene, sin embargo, una derivación que, me produce espanto. Mi afán por situarme en una atmósfera de ruido esta tan incorporada en mi naturaleza que incluso tengo sueños al respecto. Atroces pesadillas en que despierto bañado en sudor. Al borde de caerme de la cama. Yesos sueños siempre tienen como fin, despertarme de algún estruendo que me está aturdiendo ¡Bandas militares! ¡Bombas que estallan! ¡Cañonazos! ¡He llegado, incluso, a soñar que formo parte de una banda de rock! ¡Rock metálico! ¡Ese maldito que vibra como sobre planchas de acero ardiente! ¡Que a uno le retuerce los dientes! ¿Saben? ¡Dejen que les cuente! Pero no vayan a creer que se trata de un cuento realista con una lógica previsible. No. Porque la cosa comienza de la manera más inocente, pero con un final, siempre, surrealista. ¡Miren! ¡Escuchen! 

Conecta una sirena que emite un solo silbido fino, largo, suave, fino ,tenue, melancólico, como emitido en flauta dulce.

De esto voy a hablarles. De algo que tiene el alma de este silbido. (Por la sirena que tiene en la mano) Entre paréntesis, esta es una Cabrera. Mi apellido. Si los alemanes tienen una Bleiber, porque no vamos a tener nosotros una Cabrera, ¿no les parece? Es mi obra maestra. El producto final de una larga experiencia en sirenas. Llegué a ella combinando los metales mas preciosos y hoy me emite este sonido que me apacigua. ¿No están de acuerdo conmigo que es una preciosura? ¡Miren! ¡Escuchen de nuevo! 

La sirena vuelve a emitir el largo lamento melancólico.

Perfecto, ¿no les parece? Como el largo lamento de alguna hembrecilla en celo Todo comienza en mis sueños con un súbito enamoramiento que siento por una mujer, en una sustancia que tiene mucho el carácter de este lamento de amor.

Repite el sonido.

¿No es maravilloso? ¿Pueden imaginarse lo que me pasa al escucharlo? ¿No? ¿No se lo pueden imaginar? ¿No les pasa nada? Es que, entonces, permítanme que se los diga, así, descarnadamente: ¡su libido esta embotada! ¡Mejor parte de aquí mismo a tirarse vestido en su cama y a cubrirse con una frazada En mi caso, al menos, aun me vibran las hormonas. Mi sueño se asocia con este hermoso lamento.

¿No quieren escucharlo de nuevo? ¿Por si algo les pasa, ahora? 

La sirena cabrera emite un últimoy prologado lamento. (Esperando alguna reacción del público)

...¿En verdad, nada? (Suspira guardando la sirena en una de las gavetas) Bueno, entonces, sigo adelante. No me puedo quedar revitalizando fósiles. 

Bebe.

Como ya les decía, es un sueño que se repite una y otra vez. Tanto que he pensado que se trata de algo consustancial a mi ser y que me llena de pavor.

Como si viniera cargado con siniestras premoniciones. Se trata de una muchacha que siempre se me aparece en el mismo entorno bucólico. Siempre saliendo de la misma iglesita. Cubierta su cabeza con una pañoleta negra, la muchacha sale, y mientras me sonríe casi maliciosamente diría, me hace señas con unos gestos fugaces de sus manos enguantadas. Como invitándome a seguirla a algún sitio ignorado. Y entonces yo, sin poder resistir la seducción de esa sonrisa que me invita uno a ella. Y como para no quebrar ese fino cristal católico, tomo delicadamente la mano que me extiende y nos vamos los dos, yo ya muy, pero muy enamorado, a un lugar indefinido, donde tras unos arbustos que ojeo desde lejos, consumiremos un amor furioso, hasta que se nos quemen los pabilos. 

Saca su cachimba y la carga y la enciende con toda parsimonia.

Hasta ese momento, todo va bien. Excitado hasta el escalofrío, intuyo erróneamente una próxima escena llena de arrebatado lirismo y me preparo a ello, cuando de pronto...¡todo se desploma! 

Se va exitando a medida que lo relata.

Porque, súbitamente, mientras la estoy mirando con los ojos húmedos de amor, veo que a la muchacha se le caen los parpados, sus ojos se le tornan negros, las mejillas, un mapa de arrugas. Y su boca, esa boca hasta ese momento tan sensible, se le retuerce en una mueca, mientras me sonríe lascivamente. Me invade un horror. Trato de zafarme de esa mano que aprieta la mía. La música, que acudía a nosotros como una suave melopea, también cambia súbitamente. Las arpas se convierten en metales, los violines, en guitarras eléctricas. Las suaves cadencias en golpes y mazazos. ¡Y de pronto los veo! ¡Avanzando hacia nosotros!

¡Una tromba musical que retumba y crece hasta volverse ensordecedora! Esta formada por varios individuos que vestidos de la manera más extravagante se nos acercan soplando sus metales, girando en torno nuestro. La muchacha da un salto y con una sonrisa horrible, me obliga a incorporarme a la murga. Y nos vamos, todos juntos, atravesando carreteras, cruzando vías de tránsito, en un entorno que se vuelve difuso porque todo comienza a cubrirse de un vapor azul, volando sobre techos y campanarios, hacia los primeros repechos de la cordillera. ¡En medio de esa música que se expande y lo inunda todo! En última instancia, giro y trato de encontrar a la muchacha, para asirme a ella en ese mareo que amenaza hundirme, ¡pero no está! (Lo grita) ¡No está! ¡Se ha ido! ¡No está! (Se calma) Despierto empapado en sudor, estirando mis brazos hacia ella y me incorporo de un salto en la cama. ( Pausa) La ultima visión que tengo es ese estruendo planeando sobre la ciudad. Como un gran rack sonoro que retumbase en el cielo, ensordeciéndolo todo y debajo, la gran ciudad trepidante, hundida en su murmullo. 

Cae en otro silencio.

Ahora, cuando miro esa cordillera frente a mí, solo puedo verla como un gran anfiteatro donde retumban las orquestas del mundo. Mezcla de chillidos de sirenas y el saxo de las bocinas. La música de la modernidad Solo cuando veo las figuritas esquiando inocentemente en la blanca nieve, ajenas a todo ese tronar, e intuyo el suave vuelo silencioso de los cóndores planeando en un cielo ingrávido, me entra la paz. (Carga con otro poco de tabaco su cachimba.) Perdón, pero tengo que hacer mi nueva ronda. 

Toma el catalejo, le saca el cubre visor y lo enfoca girándolo atenta, cuidadosamente a lo largo de toda la línea del horizonte. Sin dejar de observar. Algo lo inquieta.

Hay un edificio que esta por allá, tras un primer plano de cubos de cemento, que hace tiempo despierta mi sospecha. (Sigue observando) No era tan alto, ayer. Crece de una manera tan rápida que creo que quieren hacemos trampa.

(Mira intensamente) Disimulados bajo unas lonas han acumulado un montón de fierros y sacos de cemento, que no estaban ayer. Tampoco estaba esa grúa Y hay un tipo que me observa con su catalejo. 

Se echa atrás y mira asustado al público. Luego vuelve a enfocar. Intenta un saludo tímido con la mano.

¡y me responde el sinvergüenza! ¡Cómo se atreve, digo yo! (al público) ¿Quién será? ¿Otro viejo varado que llena sus horas simulando hacer cosas significativas? ¿El padre viejo de otro arquitecto, puesto a macerar en una azotea? (Vuelveala observación) Lo tendré bajo observación. Y tendré que poner sobre aviso a mi hijo. Que no se hagan ninguna ilusión. No me pillaran con la guardia baja. 

Pliega el catalejo y le pone el cubre visor.

 Suficiente por hoy día. (Al público) ¿En qué íbamos? Ah, sí, el estruendo del rock... 

Toma la sirena y la mira.

 Yo tengo aquí mi propio estruendo...Hay algo desolador en eso, ¿saben? Descubrir como cada época idea sus propios suplicios sonoros. (La sopesa) Ustedes la ven. No es más que un amasijo de hierros lustrosos reunidos por algún genio esquizoide para torturar a la humanidad, pero esta aquí, muda, quieta y como en acecho. Esperando. Lista para martirizarnos... E inocente en su aspecto, ¡la maldita! ¡Miren¡ 

La exhibe.

¿Creerían ustedes en su malignidad? ¿Luciendo este aspecto tan inocuo? ¿No, verdad? O sea no es la Bleiber la culpable, sino el hombre que se parapeta tras ella para gritarnos su enojo. A veces, cuando mi desesperación es grande trato de atribuirle algún propósito poético, como el que tuvieron los hombres del medioevo cuando inventaron las campanas. Que también hacían ruido, pero era un ruido armónico que convocaba a las masas hacia la paz de las iglesias. En los siglos siguientes las pusieron en fragatas y corbetas, y las hacían sonar antes de las batallas, para convocar al hombre al heroísmo. Dicen que en Iquique, cuando el mar resplandece sereno en las noches de luna llena, resuena nostálgica la campana sumergida de la Esmeralda, y a uno se le eriza el pelo de evocar la belleza de esa alegoría, ¿no les parece? Pero una de éstas (por la sirena que tiene en la mano) a qué heroísmo podría convocarnos?... Un día, inducido por la rabia que me agitaba, sumergí a una en una tina de baño llena de agua, y furioso le di contacto.

Para oír los gritos de la maldita, protestando por el vejamen. ¿Y saben lo que me devolvió? Un graznido. El graznido rasposo como el de un pato a quién le apretara el gaznate. Y aun ese pobre palmípedo lo emitiría con alguna clase de poesía: el canto final de alguien que estuviera expirando en paz con Dios. Pero la sirena me devolvió 

(Con el mayor desprecio)... ¡esto!

Provoca en la sirena que tiene en la mano, un berrido afónico.

La fealdad misma, no creen? Recuerdo que lleno de desprecio, la estrellé aun graznando contra el muro. En otra ocasión lancé un gran ladrillo sobre una especialmente ruidosa, para ver si así podía silenciarla al fin. .pero aun así, toda despanzurrada, solo una madeja de alambres retorcidos, continuó emitiendo durante horas un prolongado silbido agónico, hasta que finalmente expiró en un soplido.

Aliviado por mi triunfo momentáneo, tuve sin embargo la certeza absoluta de que, como es imperecedero todo lo que él crea, las sirenas de alarma las ha creado el Demonio. 

Se calma.

Es mi destino. Mal que mal soy un hombre de este siglo y no es bueno ni saludable vivir de nostalgias. Lo concreto es que estoy ahora en esta posición, al final de mi vida, y tengo que mostrarme útil haciendo lo que odio. Por mi las mandaría al infierno a todas estas malditas, pero también estoy consciente que las necesita este mundo temeroso. Hoy nadie se siente seguro si no tiene a una de éstas instalada bajo el trasero, porque siempre hay por ahí algún bandido atisbando desde las sombras, listo para ocasionar desgracia. Estoy consciente también que nadie arregla sirenas de alarma. Nadie en su sano juicio. Pueden dar vueltas por todo Santiago y no encontrarán a ningún otro tonto que, como yo, haya terminado su vida haciendo esto. Solo sé de un compañero de estudios que se fue los Estados Unidos. Produce sonidos en unos estudios de cine, para películas de ciencia ficción.

Gana una fortuna en términos chilenos. Otro que está en la Arabia Saudita. Creando atmósfera musical en él serrallo de un sultán. Para excitar la lubricidad de las odaliscas, me escribe. También le pagan una fortuna. Mucho más de lo que puede gastar. Yo, en tanto, arreglo sirenas dentro de un cubículo, en el último piso de un edificio construido en la basura. Veinte lucas por una Bleiber. Cinco por una Cabrera. Pero no me quejo. Cada uno tiene su destino de acuerdo a los zapatos que calza. No es un aforismo de Aristóteles, pero es verdad. Tengo una sola gran preocupación. No serle útil, finalmente, a alguien. Mi hijo me tiene aquí, ya sé. Vivo bajo su paraguas protector. Pero el día en que una de éstas (Por la sirena) se me caiga de las manos, porque mis dedos ya no pueden sostenerla, entonces, ¿qué será de mi? ¿Terminar en un parque alimentando palomas? ¿O viendo como otros navegan veleritos de juguete? ¿Yo? ¡Nunca! ¡Yo nací chicharra! ¡Naci para estar siempre metiéndole dedos en las costillas a alguien. Para cambiar de lugar las cosas. Se lo he hecho a mi mujer, a mis hijos, a todo el mundo. Y mientras hacía así, me iba labrando mi lugarcito en el mundo, que en verdad que es un mundo bien loco. Eso lo sabemos todos, ¿verdad? 

Pausa.

Hay días, cuando mi desconcierto es grande, salgo afuera a la azotea, y miro las estrellas. Es algo que no les he mencionado: el cielo estrellado que se despliega sobre mí. No hay nada que se interponga entre él y yo, situado como estoy en el edificio más alto al Sur de la línea de la Concordia… Mis queridas estrellas. Me marean con su inconmovible grandeza. Me gustaría ser hecho de vientos, a ratos, para poder volar sobre esas blancas montañas y llegar a ellas y tocarlas con los dedos, pero esa es otra tontería más, ya sé. Después bajo la vista y veo los puntitos esquiando, tan silenciosos, tan distantes, tan ausentes, que se me hace un vacio en el pecho de puro anhelo incumplido. Y entonces vuelvo a mis sirenas. Siempre. Cada día. Es mi destino. El cielo y la tierra. 

Toma una y la mira, la contempla con cariño. Se la muestra al público.

Lo único que tengo. Las odio a las malditas, pero también; en cierto modo, las quiero...(Sonríe) Como si fuera un ser yivo. Como si palpitara en mis manos. Me hubiera encantado que mi mujer me hubiera acompañado en esto, pero ella ya no está. ¡Bendita sea su alma! Nunca fue feliz conmigo, pero ahora nos hubiéramos acompañado. Aunque tan solo fuera, para juntar nuestras soledades. Que al final, es lo único que importa. ¿Verdad que si? 

Pausa. Mira al publico sonriendo, tristemente. Hace su ronda una vez más, mirando por el catalejo. .

Ahí está de nuevo ese muchacho. Apunta con el rifle Y ahí va una linda mujer con sus dos hijitas vestidas de blanco. Las ubica con la mira. Apunta. Va a disparar...pero no lo hace. 

Al público.

¿Ira a disparar algún día?


 


Author Information: Wolff, Egon
Key Words: Crónicas de un edificio spicótico. Dramas Chilenos. Siglo XX.
 

 

 

Cita:
Wolff, Egon, 1926-. Crónicas de un edificio spicótico. Dramaturgia chilena contemporánea.



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