Dramaturgos / Juan Radrigán  

 

 


El príncipe desolado

de Juan Radrigán

El Príncipe Desolado
de Juan Radrigán

 

 

Ciertos hechos deben ocurrir, Cualesquiera que sean los actos de los seres humanos.
Luzbel y su moribunda esposa en los oscuros, helados Páramos de la Desolación.

 

 

Lilith: ¡Espera, detente, detente!
Luzbel: ¡Camina, camina!
Lilith: ¡No puedo más!
Luzbel: ¡Si puedes!
Lilith: No, es inútil (se detiene), el dolor no me deja.
Luzbel: ¡Camina, te congelarás!... ¿Qué pasa?.  ¿Lloras?.
Lilith: Son dolores horribles... me rajan la carne... me hurgan, me hurgan.
Luzbel: (La abraza) Perdona, no sé lo que es eso; conozco los dolores del alma, pero no los de la carne. (Se abre la ropa) Apégate a mí, abrázame... Qué fría, que temblorosa estás... Pero llegaremos, Lilith, aún me quedan algunos leños y un poco de brebaje. Toma, bébetelo todo, ya estamos cerca, no lo necesitaremos.
Lilith: Devolvámonos, no quiero morir tan lejos del hogar.
Luzbel: Deliras, nosotros no tenemos hogar.
Lilith: Si tenemos, de allí me sacaste a padecer.
Luzbel: No, todos los sitios donde nos hemos cobijado después de la matanza sólo son refugios de paso; por eso tienes que sanar, debemos seguir buscando.
Lilith: ¿Dónde?. Toda la tierra es de Dios.
Luzbel: Algo sucederá... algo tiene que suceder algún día. ¡Bebe!
Lilith: No.
Luzbel: ¡Bebe! (La obliga). Eso te calmará. Haré un poco de fuego. (deshace el hato de leños).
Lilith: Que malo eres. ¿Por qué me obligas a seguir sufriendo?, la pócima de Manases hace retroceder los dolores, pero luego vuelven con mayor furia.
Luzbel: No habló con engaños, su ciencia es limitada; por eso vamos a Edén.
Lilith: Es un hechicero cruel y maldito.
Luzbel: No hables así, su brebaje nos permitió llegar hasta aquí. Fue un largo tiempo.
Lilith: Acéptalo, no tengo salvación, todo en mí es demasiado viejo y débil: mi ciclo de vida ya está cumplido.
Luzbel: ¡Hemos atravesado los parajes más crueles de la tierra por tu salvación, no puedes darte por vencida ahora!. ¡Mira, desde aquí puedo ver el cielo limpio y brillante de Edén... ¡Es el sol, el sol, Lilith!
Lilith: Un sol que perdimos, un sol que no es para nosotros.
Luzbel: Necedades. ¿Acaso no reinan allí nuestros hijos?. ¿Acaso no es un lugar donde todo lo que existe es bueno y abundante?
Lilith: Eso fue antaño, ahora es un lugar de agresión para nosotros.
Luzbel: No habitan solos en la vida: si no nos brindan ayuda como hijos, tendrán que hacerlo como semejantes.
Lilith: Tú no eres humano.
Luzbel: ¡Calla, si hay alguien sobre la tierra que no puede decir eso, eres tú. Te he amado, entré en ti, tuvimos hijos, ilusiones, todo.
Lilith: No lo digo como reproche, sabes bien que ni en el esplendor ni en la caída ha variado mi amor por ti.
Luzbel: Me hieres; al conocerte conocí lo que ninguno de mis iguales conocerá jamás. Desde entonces ningún lugar donde tú no estés es mi mundo.
Lilith: Lo sé, pero debes ser fuerte; ni las palabras ni los sentimientos pueden hacer realidad lo que no lo es; conociste el poder, la injusticia y el amor, es cierto, pero no eres humano ni lo serás en ningún tiempo, pues hay algo que no podrás conocer nunca.
Luzbel: La muerte.
Lilith: Sí, esa sombra helada que está entrando en mí... que está deshaciendo mi piel y mis huesos.
Luzbel: ¡No lo permitiré, nunca te separarán de mí!
Lilith: Nada puedes hacer, supimos desde el principio que llegaría el día en que no nos veríamos más, ¡acéptalo, no me martirices con tu dolor!
Luzbel: ¡Eres tú la que me martiriza con su obcecación; pero sanarás, Lilith, sanarás!. Ven, acércate al fuego, te dejaré sola un momento.
Lilith: ¡No, no te vayas!
Luzbel: Nada tienes que temer; ni hombres ni bestias osarán desafiarme causándote algún daño.
Lilith: No temo por mí...Temo por los que amo.
Luzbel: Ya hemos discutido largamente sobre eso.
Lilith: Te lo ruego, no vayas, si lo haces caerá la desgracia sobre ellos.
Luzbel: ¡Mitos, bellaquerías, yo no arrastro la fatalidad!
Lilith: No eres culpable, pero eres un condenado; mientras exista el poder que te inculpó representarás el infortunio para todo aquel que tenga trato contigo.
Luzbel: ¡Son mis hijos: los que están tras esos muros son nuestros hijos!
Lilith: ¡No pueden demostrarnos amor, déjalos en paz!. Ellos... ellos son felices, lo sé, soy su madre.
Luzbel: Siento por ellos un amor sólo comparable al que siento por ti, pero si por obedecer órdenes tiránicas no responden al amor con amor, no merecen ser felices.
Lilith: ¡Si vas nunca podrás sepultar el dolor de haber destruido a tus propios hijos!
Luzbel: ¿Me maldices?. ¿Tú, lo que más amó sobre la tierra, me maldice?
Lilith: No, no te maldigo, trato de hacerte recapacitar, no quiero ver a mis hijos vagando eternamente por los desiertos de la culpa. ¡Si me amas no avasalles mi voluntad, yo no quiero seguir viviendo, ya no es hermoso!
Luzbel: ¡No digas eso, recuperarás tu salud y tu belleza, te lo prometo!
Lilith: ¡No puedes prometer lo que no está a tu alcance, quizás en Edén puedan ahuyentar mis dolores, pero no podrán devolverme la juventud!
Luzbel: ¡Yo no quiero tu juventud, quiero tu amor!
Lilith: ¿Amor? ¡Qué amor puedo darte, mis pechos parecen colgajos de frutas secas, mis muslos son flacos y blandos como lonjas de lana y mi vientre es un surco amargo y estéril, qué clase de pareja somos, que amor puedo darte!
Luzbel: ¡No respondas por mí, sé muy bien lo que siento y pienso!
Lilith: ¡No, eso soy yo la que lo sabe; los ímpetus de tu sangre hablan en las noches, pero miras mi viejo cuerpo y el ardor se te vuelve amargo, entonces te das vuelta para que no vea tus ojos, perdidos en la desolación... Que atroz condena te dieron al hacerte inmortal, todo amor, toda compañía, será siempre fugaz para ti.
Luzbel: Vivo sólo porque tú vives, cuando la vida quede sin ti, no habrá futuro posible en la tierra para mí: esa es mi única verdad, y lucharé por ella contra quienes osen oponerse, sean dioses o demonios.
Lilith: ¡No puedes detener el tiempo, lo único que conseguirás será destrozarte y destrozar a tus hijos!.
Luzbel: ¡No fue el odio el que nos trajo hasta aquí, fue el amor: de ellos es la respuesta ahora! 

(Sale).

 

Coro de los muertos de edén.

¡Preocúpate, Edén, cuídate, afila tus espadas de fuego!. Negros nubarrones presagian feroz tormenta. Impuro, solo y terrible, como bestia en noche de neblina, se presentará ante ti el que viene a impugnarte. ¡Agítate, refuérzate; ármate de amor desde el alma a los tobillos!. Si caes, si caes Edén, hacia donde caminará la criatura humana, que esperanza guiará sus pasos, que sentido tendrá decir mañana!.
Recuerda que el hombre es un río que olvidó el camino hacia el mar.
Recuerda que es triste, y que vive como empujando un viento que viene en contra.
Recuerda que nada sabe, y que sin embargo comprende el idioma genial de tu Presencia.
Recuerda que es desolado, y que a pesar de todo, vive en pie de sueños.
Recuerda que desnudo y ciego te busca, y que si caes, su vida tendrá una puerta de entrada, pero no tendrá una puerta de salida.
Recuérdalo, Edén, recuérdalo y resiste sin temor a las heridas, nosotros, tus muertos, aprendimos que no hay victoria sin dolores.

 

 

Luzbel frente a las puertas de Edén.

 

Luzbel: (Saludando) ¡Selah, Selah!... Kemah kesil!... (Pausa). ¡Salid, salid, centinelas de Edén, abrid las puertas a un angustiado caminante!
Bilsán: (Desde lo alto) ¡Quién eres, cómo llegaste hasta aquí!
Luzbel: No puedo decírtelo, aunque conozco tu nombre, y tu noble estirpe. Eres Bilsán, hijo de Urías, el primer centinela de las puertas de oriente
Bilsán: No te reconozco. ¿Cómo sabes mi nombre y el de mi padre?
Luzbel: He visto nacer y crecer a muchos seres humanos. También sé de ti, Jabal, tu padre fue padre de todos los que habitan en tiendas y crían ganado.
Jabal: No has respondido, vagabundo: ¡Quién eres y cómo pudiste llegar hasta aquí!
Luzbel: ¡Basta de interrogatorios: anuncien mi llegada!
Bilsán: ¡No lo haremos; retírate antes que caiga sobre ti el furor de las espadas flamígeras!
Luzbel: ¡Nada existe aquí que pueda dañarme en el sentido que tu lo dices, necio!. ¡Corre ya a cumplir con mi demanda Jabal, traigo mucho dolor y mucha prisa para ponerme a escuchar sandeces!
Jabal: No podría hacerlo aunque quisiera: no has dicho tu nombre ni que deseas.
Luzbel: Deseo ver a mis hijos. ¡Ahora!
Jabal: ¡Ningún habitante del exterior tiene parientes aquí, vagabundo blasfemo; retírate antes que sea tarde!
Luzbel: ¡Los conozco como si los hubiera parido, alucinados guardianes de un mundo sin alma; si esta demora repercute de mala manera sobre alguien que amo entrañablemente, no habrá lugar en la vida donde puedan huir de mi terrible furia!
Bilsán: Sólo por tus conocimientos sobre nosotros, y por tus palabras altaneras, que si no son de loco, bien pueden ser de alguien digno de ser escuchado, dime los nombres de los que buscas.
Luzbel: Sélem, Yalad y Naara.
Jabal: ¿Tus hijos?... ¡Estás loco, vagabundo, loco como cabra de los pedregales!
Luzbel: ¡Es una historia larga y dolorosa, no quieran saber más!
Bilsán: ¡Imposible, eso es imposible, yo soy el esposo de Naara!
Luzbel: Lo sé, lo supe en la tierra de Cus
Bilsán: ¡Tu nombre, tu nombre!
Luzbel: ¡No comprenderás, no sabes lo que sucedió, todo fue sepultado en el tiempo!
Bilsán: ¡Tu nombre, tu nombre!
Luzbel: ¡Luzbel, mi nombre es Luzbel!

Bilsán se tapa el rostro, grita horrorizado

Jabal: ¡Las trompetas, deben sonar las trompetas!
Luzbel: ¡Deja eso, insensato, si tocas vendrá todo Edén, y yo sólo deseo hablar con mis hijos, por eso vine a esta puerta alejada!
Bilsán: ¡Si, tiene razón, corre, Jabal, corre, avisa a Sélem!. (A Luzbel) ¡Aléjese, no espere tan cerca, aléjese!
Luzbel: ¿A qué temes?. Frente a un hombre, un hombre es sólo un hombre.
Bilsán: Usted no es humano. ¡Me ha condenado, me ha condenado!
Luzbel: Déjate de niñerías y cuida a la que has tomado por esposa.
Bilsán: ¡Yo no lo sabía, no lo sabía... he cumplido y cumpliré de por vida todos los mandamientos de Dios!
Luzbel: ¡Déjate ya de gimotear, los caminos de la vida nada tiene que ver con mandamientos, decretos, ni estatutos!
Bilsán: ¡A usted no se le puede creer nada, con usted hay perpetua enemistad y perpetua desconfianza... me ha perdido... me ha perdido, seré motivo de horror y oprobio para los míos, seré... (En lo alto aparecen Sélem y Yalad). ¡Es el innombrable, me ha perdido, me ha perdido!
Sélem: No temas, nada te sucederá, véte.
Bilsán: ¡A qué ha venido, por qué me...
Yalad: ¡Calla, si eres preguntado sobre lo que sucede dirás que se trata de voces perdidas que arrastran los vientos; vete ya, nada te sucederá!
Bilsán: ¡Yo no sabía, es el padre de Naara, yo no sabía!
Sélem: ¡Véte ya!
Luzbel: ¡Sélem, Yalad, asomaos y contemplad a vuestro atribulado padre; el anunciador de la muerte busca a Lilith y he venido por ayuda!
Sélem: ¡Vuelve a tus profundidades malditas, aléjate, apóstata fatal, nada podemos hacer por ti!
Luzbel: ¿No habéis escuchado?. ¡Vuestra madre agoniza, un extraño mal surgido de los fríos y las desolaciones la está matando!
Sélem: ¡Tu vida es tu vida; no trates de poner confusión en mi sangre, sabes bien que jamás serán abiertas para ti las puertas de Edén!
Luzbel: ¡No he venido a implorar, Sélem, aún soy vuestro padre y señor!
Yalab: ¡No invoques derechos que ya no tienes, hace ya largo tiempo que fuiste despojado de toda autoridad!
Luzbel: ¡No recurro a ley escrita, invoco lazos de sangre, de vida!
Sélem: Recapacita, ser blasfemo; aunque ello nos llene de vergüenza y dolor, eres nuestro padre, pero no vacilaré en hacerte expulsar si persistes en tu demanda!
Luzbel: ¡Nada pido para mí: reclamo medicina para aquella que os parió!
Yalad: ¡Toda medicina es inútil para Lilith, puesto que tú eres su mal, y te ama!
Luzbel: ¿Si no me amara la salvarías? (Silencio). ¿Entonces el amor no es la salvación de los condenados?
Sélem: No eres condenado, eres enemigo. Y te erigiste en opuesto por propia voluntad, por lo tanto lo que ha de salvarte no está en nosotros, sino en ti.
Luzbel: Es tu respuesta la que espero, Yalad.
Yalad: ¡No esperes compasión, a la vida es preciso amarla con mano de hierro; nada se ha cumplido a cabalidad, nada ha sido expiado definitivamente, el bien no prevalece aún sobre la tierra, los actos execrables como el de Lilith, que abandonó a Adán para seguir contigo el camino de la rebelión y la lujuria, de la...
Luzbel: ¡Calla, desconoces todo goce de la vida, abominas de tu padre, condenas a muerte a tu propia madre, y todo lo haces en nombre del bien!. ¿Qué doctrina es esa, que transforma lo horrendo en benéfico?. ¡Yalad, Yalad, en qué clase de monstruo te han convertido!
Sélem: No creas que nuestro lecho es de rosas, la defensa de Edén implica sacrificios que van más allá de toda consideración personal, ¡setenta veces siete se purga un soplo de flaqueza!
Luzbel: ¡Humanas, exijo respuestas humanas!
Yalad: ¡No contenderemos contigo, conocemos demasiado bien tu habilidad para la insidia, y advierto con horror que desde el día en que te pusiste en contra de Dios no has cambiado un ápice! Nos acusas de crueldad, pero no dudas en presentarte ante nosotros y forzarnos a dialogar, sabiendo que ha sido decretado que todo aquel que te hable, mire o escuche será condenado a suplicio eterno.
Luzbel: ¡No reconozco decretos insensatos, y no traten de hacerme creer que ustedes los aceptan, puesto que a pesar del terror que les inspiran están contraviniéndolos!. Pero no os culpéis: es lo que sucederá siempre con todo decreto que ignore las voces de la sangre y del alma.
Sélem: ¡No te identifiques con nosotros, ya nada tenemos en común, todo cuanto pudo unirnos quedó sepultado en un tiempo lejano y olvidado!
Luzbel: ¡No pueden renegar de su origen, ustedes no nacieron en Edén, nacieron en el exilio y la desgracia, y fue esa mujer que condenan a morir la que los salvó de la masacre!
Sélem:¡No hubo masacre, un orgullo necio y trágico te perdió en tortuoso laberintos, fuerza era alejarte a ti y a los que envenenaste para mantener limpio y puro el camino hacia el orden y el bien final!
Luzbel:¡No sabéis lo que se oculta bajo la división de virtuosos y perversos, la vida no soportó ser un acto contemplativo, existir traía en sí la necesidad de alimentos, vestiduras y cobijo; pero no vine a discutir con vosotros sobre la instauración de las categorías!
Yalad:¡Qué nuevo infundio es ese, qué horrenda incriminación nos haces escuchar! (Aparece Naara junto a ellos). ¡Aléjate, Naara, no intervengas!
Naara: ¡No puedo hacer eso, sé quien es y he escuchado lo que dice!
Yalad: ¡Lo olvidarás!
Naara: ¡No podré, la imagen sufriente de nuestra madre ya entró en mí!
Luzbel: ¡Naara, mi hermosa Naara, cuánto deseaba oír tu voz!
Naara: No me inquieto por ti, traicionaste el amor del principio y te he borrado de mi memoria: sufro por Lilith, ella es más desgraciada que culpable.
Yalad: ¡No respondas, no te vincules con él!
Luzbel: ¡Habla, habla, Naara, déjate llevar por los impulsos de la sangre, intercede por Lilith ante tus ciegos hermanos, yo desconozco la forma en que se ruega!
Yalad: ¡Sólo Sélem puede tomar decisiones, y la decisión está tomada, desiste de tu imposible demanda, ser maldito, déjanos en paz, no nos fuerces a infligir castigo!
Luzbel: ¡No haré fácil vuestro camino desatando violencia, la fuerza es mentirosa: traeré a Lilith ante vosotros y aguardaré la respuesta de vuestro corazón, no creeré en ninguna otra!
Yalad: ¡Hazlo, la agonía de un enemigo no me hará flaquear, Dios está conmigo!
Luzbel: No eres tú el fuerte, Yalad, no eres tú. (Sale).
Naara: ¡Deténlo, Sélem, deténlo!
Sélem: No puedo, sólo la muerte podría hacerlo, pero está decretado que nunca podrá alcanzarlo.
Naara: ¡Si pone a Lilith frente a mis ojos no podré soportar su agonía!
Yalad: Tendremos que hacerlo, si la bestia entra a Edén la noticia se extenderá como la mala hierba y habrá espanto, maldad y desaliento por todos los lugares.
Sélem: Es más grave aún: si él cruza estas puertas, Dios dejará de ser el siempre victorioso... Y entonces el pueblo del hombre será un pueblo que camina en tinieblas, sin guía y sin esperanzas. (Pausa). ¿Será bueno que alguien muera para evitarlo?
Naara: ¿Qué dices?. ¡Es nuestra madre!
Sélem: Lo sé, lo sé!
Naara: ¡Es vínculo imborrable, es vínculo sagrado!
Yalad: ¡Te ciegas, ellos están fuera de lo sagrado; a ella le fue dado el primer hombre, pero lo despreció y cometió adulterio, es mujer ramera e infame; él cometió rebelión y carga con pecados de celos y soberbia: no tenemos incumbencia en lo que les suceda!
Naara: Sé que no obraron virtuosamente, que fueron pérfidos y transgresores, pero... ¿y el amor?. ¿Qué se condena cuando se condena a dos que se aman?
Yalad: ¡Calla, solamente porque confundes la lujuria con el amor, tus palabras no son blasfemas, pero...
Sélem: ¡Basta, yo soy el custodio de Edén, yo tomo las decisiones!
Naara: ¡No pretendo desconocer tu potestad, pero no puedes negarme el derecho a intervenir!
Sélem: Hazlo, pero sé breve, no tenemos tiempo para discursos.
Naara: No me fuerces, carezco de tu valor y de tu sabiduría, no logro razonar, me siento confundida... muy confundida. Sé que Luzbel no es bueno, pero lo que pide no tiene nada de perverso.
Yalad: ¡La serpiente no deja de ser serpiente porque cuida de los suyos!
Naara: ¡Déjame hablar!... Sélem, sé que no puedes permitir que entre; pero sí puedes hacer que se les entregue ropa, leña y medicina.
Sélem: No. Tampoco puedo acceder a eso.
Naara: ¿No?. ¡Por qué, por qué!
Sélem: Haber escuchado al terrible enemigo es ya motivo de expiación para nosotros; acceder a sus peticiones sería causal de condenación eterna.
Naara: Ciertas son tus palabras, pero ya lo dije, carezco de tu sabiduría: ¿si Luzbel es un ser funesto y despiadado y obramos funesta y despiadadamente contra él, qué nos diferencia?
Sélem: ¡No puedo pervertir la justicia; tengo la absoluta certeza de estar obrando bien!
Naara: ¡No has respondido!
Sélem: ¡No has escuchado!
Naara: ¡Invocaré al Consejo de los Veinticuatro Ancianos!
Yalad: ¡No harás tal cosa, si expones tan sacrílego litigio el Consejo te juzgara por blasfema y serás condenada a muerte junto a tus parientes y amigos!. ¡Vete a tus habitaciones, enciérrate, nadie más debe saber esto!
Naara: Ya es tarde para el silencio, Bilsán y Jabal lo saben.
Yalad: Nada dirán, tienen compromiso de olvido.
Naara: Desafortunada imposición: cuando sean preguntados de porque no terminaron su jornada y respondan que huyeron de voces perdidas de las tierras yermas, serán pasto de burlas y recelos.
Sélem: ¿Cómo sabes eso?. ¿Cómo sabes que han de responder así?. (Silencio) ¿Acaso no llegaste aquí sólo porque venías a ver a Bilsán?
Naara: No. Tengo por costumbre venir a acompañarlo, pero hoy llegó antes...
Yalad: Y te dijo lo que sucedía.
Naara: ¡No cometió delito: es mi esposo!
Yalad: ¡Desobedeció: ha deshonrado a su cargo y a su familia!
Naara: ¡Es joven, inexperto, lo que vio fue demasiado fuerte para él... se sentía febril, culpable...
Yalad: ¡Hizo oídos sordos a los mandatos: no habrá pues ofrenda ni oración propiciatoria que lo salve!
Naara: (A Sélem) ¡No puedes permitir eso, no puedes!
Sélem: Nada puedo hacer: es la ley.
Naara: ¡No es culpable, quisiste poner mordaza sobre sus labios y lo condenaste!
Sélem: Lo sé...Todos desobedecimos.
Naara: ¡Nunca permitiré que Bilsán sea lapidado, ni que Lilith muera sin ayuda! (Sale rápidamente).
Yalad: ¡Blasfema, se rebela contra las ordenes sagradas!
Sélem: No lo hace, esas reacciones ligeras son propias de su temperamento humano.
Yalad: También nosotros somos humanos, y no hemos cometido falta alguna; en todo momento fuimos claros e inflexibles con ese maldito.
Sélem: No lo fuimos: flaqueamos.
Yalad: ¿En qué?. Yo no veo debilidad en mí.
Sélem: Si los que venían con sombras y quebrantos no hubiesen sido nuestros padres hubiésemos hecho sonar las trompetas de alerta, y todo sería claro y manejable, pero no lo hicimos, y la respiración fatal de la bestia recorre Edén envenenando el aire.
Yalad: ¡No ha entrado, jamás entrará!
Sélem: ¿Por qué te ciegas?. Entró en Edén y entró en nosotros: debemos ser puestos frente al Consejo de los Veinticuatro Ancianos. (Pausa) Pero no temas, la luz prevalecerá, Edén saldrá radiante y fortalecido de esta prueba terrible.
Yalab: ¡No, no pagaré culpas que no he cometido! (Salen).

Coro de los sitiadores:
Junto a los viejos ríos que ya no existen,
Junto a los antaño alegres caminos que ya murieron,
Nos sentamos a inventar historias de amores imposibles
Y de imposibles regresos.
Gemimos y lloramos por ti,
Por ti, ciudad perversa y amada
Que nos diste a beber
El agua de la humillación.
¡Destrucción, destrucción,
Decretada está tu destrucción,
Ciudad de hermosura engañosa!
¡Caiga sobre ti, gota a gota,
La sangre de los tristes,
La sangre de los desnudos y los desterrados:
Perezcas, ciudad de entraña veleidosa!
Nos cerraste las puertas de tu corazón,
Nos arrojaste de nuestras casas,
Mataste a nuestros amigos y parientes,
Nos convertiste en vagabundos
Sin caminos ni horizontes,
Y todo lo hiciste
Alzando de jueces y verdugos
A los de nuestra misma especie,
Todo lo hiciste en nombre del bien,
En nombre del amor.
¡Destrucción, destrucción,
Perezcas para siempre,
Ciudad mentirosa y vana!

 

Sélem en el huerto

Sélem: Heme aquí, Señor, descendido a las entrañas de la confusión. Hombre atónito, hombre confundido soy. Todo era bueno y correspondía, pero he ahí que la vida se me ha presentado con rostro desconocido. ¿Por qué me has puesto en encrucijada?. No hay obediencia, no hay amor de mayor fuerza que el que te profeso, ¿por qué esta prueba atroz?. (Pausa) No cuestiono tu derecho a hacerlo, Señor, pero fuerza es confesar que tu decisión me duele con dolores turbios, con dolores semejantes a... (Aparece Chamá). ¿Qué sucede?. (Recriminatorio) ¿Por qué te presentas sin ser llamado?
Chamá: Me presento con asentimiento de Yalad, señor. Es sobre los sitiadores, tu silencio inquieta grandemente a todos; la voz de Edén clama por una respuesta.
Sélem: Son otras las respuestas que busco, Chamá, son otras. (Pausa) ¿Cual es tu sugerencia?
Chamá: Espero tu orden, señor.
Sélem: ¿Y la de Yalad?
Chamá: Ir contra ellos, señor: ese es su recado.
Sélem: Nada hacen, sólo expresan su disconformidad.
Chamá: Es más alarmante que eso, señor; se expresan con palabras violentas, con palabras peligrosas.
Sélem: ¿Han intentado parlamentar?
Chamá: No, señor.
Sélem: ¿Quién lleva la voz cantante, quién los guía?
Chamá: Nadie se destaca, señor; ninguno habla por todos.
Sélem: ¿Si los padres, y los hijos de Edén han visto las grandes obras de Dios, sus grandes prodigios, por qué temen a una multitud sin armas y sin guía?
Chamá: Jamás había sido visto nadie a ninguna distancia de Edén, señor.
Sélem: No has respondido.
Chamá: No es sólo eso, señor, no es sólo lo que he dicho hasta ahora. (Pausa) Se dice que a Bilsán y a Jabal les sucedió algo terrible, que presentan espasmos y calentura, que presentan...
Sélem: ¡Calla, no des crédito a palabras sin dueño; cuídate de propagar desasosiego!
Chamá: No soy yo quién lo ha dicho, señor.
Sélem: Diste oído a murmuraciones, no respondiste con dignidad a tu alto cargo, te retirarás pues a lugar de reflexión.
Chamá: Sea como habéis dicho, señor.
Sélem: Da aviso a Yalad para que nombre reemplazo mientras permanezcas en recogimiento, así los vigías no quedarán sin cabeza. (Chamá permanece inmóvil) Vete ya.
Chamá: Quisiera mencionar algo respecto a los que tienden cerco sobre Edén, señor.
Sélem: Hazlo.
Chamá: La ley dice: “Destruiréis enteramente todo aquello que presente signos de oprobio, herejía o amenaza; así también cautelaréis...
Sélem: Basta, sé muy bien lo que dicen las leyes, decretos y estatutos. Para no añadir ni quitar nada a su esencia, dirás a Yalad que aquel que nombre en tu reemplazo tomará cien hombres, y obligará a retirarse a los inquietadores hasta más allá de donde alcance la mirada.
Chamá: ¿Cien hombres nada más, señor?
Sélem: Sí; con ser muchos, esos extraviados son inhábiles para la guerra y están casi desarmados. Pero escucha bien: los que salgan contra ellos no parlamentarán: pasarán a espada a todo aquel que rehuse alejarse para siempre, sea hombre mujer o niño.
Chamá: Como lo has dicho se hará, señor.

Luzbel y Lilith en Edén, ella en su lecho de enferma; la habitación es pequeña y desnuda de enceres, salvo el duro y tosco lecho, un piso y una pequeña mesa - sobre la que hay un jarro y un vaso - no existe nada más.

Lilith: ¿Escuchas?
Luzbel: Sí. Nada tengo que ver con ellos.
Lilith: ¿Desde cuándo están ahí?
Luzbel: No lo sé, no tuve valor para moverme de tu lado. (Se acerca) Dormiste tanto, Lilith... sentí miedo.
Lilith: No debes temer, no me iré sin despedirme. ¿Cómo se enteraron de que estábamos aquí?
Luzbel: El camino fue largo y no siempre pudimos pasar inadvertidos, recuérdalo; también Manasés sabía nuestro destino y ya no es bueno para guardar secretos.
Lilith: ¿Cuántos serán?
Luzbel: Miles, deben ser miles.
Lilith: Se expresan bárbaramente... ¿Estarán armados?
Luzbel: De dolor, sólo de dolor.
Lilith: ¿Qué harás?
Luzbel: Ya te lo dije: sólo vine a buscar medicinas para tu mal.
Lilith: Esperan que los guíes, lo sabes bien. No podrás escapar, las fuerzas del infortunio ya están desencadenadas, que incomprensible, que incomprensible es todo...
Luzbel: No, no lo es; nada hay sin explicación, Lilith, las cosas...
Lilith: ¡Ellos, qué ha sido de mis hijos!
Luzbel: ¡Nada les ha sucedido!...¡No trates de levantarte, estás muy débil!
Lilith: ¡Déjame, tengo que salir!
Luzbel: ¡No puedes hacer eso, no estamos autorizados para movernos de aquí!... Mira, ¿acaso no reconoces el lugar?
Lilith: Sí... lo reconozco, es lugar de recogimiento.
Luzbel: De expiación. Un cubículo de piedra, lejos de los hermosos jardines, lejos de la gente... Un recibimiento que nada tiene que ver con lo humano.
Lilith: No podían hacer otra cosa. (Pausa) ¿Los viste?
Luzbel: Sí.
Lilith: ¿Vendrán?
Luzbel: No.
Lilith: (Después de un silencio) Lo comprendo.
Luzbel: Yo no. (Va, vierte líquido sobre el vaso). Me hubiera gustado que todo hubiese sido distinto, caminar con ellos por la orilla del río que riega los huertos, volver a ver los lirios del campo... Naara conoció hombre, debe tener hijos, también Sélem y Yalad deben tenerlos...
Lilith: ¿Podremos conocerlos?
Luzbel: No.
Lilith: ¿Nunca?
Luzbel: Nunca. Bebe. (Lilith prueba el brebaje, arroja el vaso contra el muro). ¡Qué haces!
Lilith: ¡La cambiaste; no quiero medicina que prolongue lo improlongable!
Luzbel: ¡Vinimos a eso!
Lilith: Es una guerra estéril, una guerra indigna; el destino de la carne es la destrucción, y ni tú ni nadie puede cambiar eso.
Luzbel: No me guía el alivio de tus males físicos solamente: tu atracción por la muerte esconde dolor y frustración, y yo resulto culpable; a mi lado sólo conociste persecución y malevolencia.
Lilith: Majadería. Mi vida, era plácida y bella antes de conocerte, pero era una belleza vacía, todo me había sido impuesto, incluso el varón que debía cohabitar conmigo, fuiste tú quien le dio fuego y sentido a esa vana existencia. Pero todo terminó, ya nada puedo darte y nada puedo recibir, déjame partir, déjame morir para seguirte amando.
Luzbel: Percibo agitación, percibo temor y signos de locura aquí, urge que nos vamos, pero...
Lilith: ¿Agitación?. ¡Qué dices!
Luzbel: Naara nos hizo entrar furtivamente, pero es razonable suponer que el acoso de los desterrados ha delatado nuestra presencia.
Lilith: ¡Entonces está en peligro!
Luzbel: Todos están en peligro.
Lilith: ¡Debemos irnos; tienes que convencer a los desterrados de que dejen Edén en paz!
Luzbel: No nos iremos si no estás sana.
Lilith: ¡Eso es inmoral, eso no es digno de ti!
Luzbel: Habitamos un mundo donde no basta la razón para obrar con justicia, por sobre ella, los derechos y deberes prevalece la necesidad de amar y ser amado.
Lilith: ¡Entiéndelo, empecinarte en conservar mi vida te exige asesinar mi dignidad, no quiero seguir siendo un guiñapo humano!
Luzbel: No lo serás, aquí existen remedios para tu mal. ¿No se beberá del pozo teniendo sed?. ¿Desechará el morador de la tierra los frutos de...
Lilith: Calla, la soledad te aterra como las tinieblas a un niño, pero nada puedo hacer.
Luzbel: (Después de un silencio). Si puedes; podrías decir “Quiero vivir”, y todo volvería a ser bueno.

Lamentos de Rúah, Acal, y Halac frente a las puertas de Sélem.

Rúah: ¡Extraño como espada de tres filos es lo que sucede; voz de asombro, voz de temor hay en Edén!
Acal: ¡Los ríos de la noche han abierto los caminos de la derrota, los caminos de la muerte!
Halac: ¡Edén tiembla y titubea como atacado de calentura, todo su poder parece inútil!
Rúah: ¡Sin causa se abatieron sobre nosotros y sin ser juzgados salimos culpables; voz de estupor, voz de espanto hay en Edén!

Aparece Sélem

Sélem: ¡Qué sucede, Anunciadores, por qué alzan lamentos frente a mi puerta!
Rúah: ¡Hemos caído ante los sitiadores, señor, el desastre ha venido sobre nosotros!
Sélem: ¿Qué dices?. ¡Eso es imposible!
Acal: Tal como ordenaste, señor, salieron cien hombres contra los sitiadores, pero fueron ferozmente diezmados.
Halac: Y los que no murieron huyeron de los invasores, no fueron capaces de seguir viendo sus rostros.
Sélem: ¿Quién oyó cosa semejante?. ¿Quién vio tal cosa?
Ruah: ¡Todos, señor, todos!.

Largo grito de Sélem. Se postran en tierra, rasgan sus vestiduras, echan polvo sobre sus cabezas.

Sélem: ¡Dios, Dios, por qué nos has abandonado, por qué nos has dado vuelta la espalda delante de nuestros enemigos!
Halac: ¡Ahora todos los viles de la tierra se enterarán de lo sucedido y borrarán Edén del corazón de los hombres!
Acal: ¡Oh, Dios de mi súplica, no calles, porque manos impías y bocas engañadoras acechan y se regocijan grandemente con nuestro quebranto!

Gimen, se revuelcan. Pasados unos instantes Sélem se levanta.

Sélem: ¡Fuera, fuera, dejadme sólo con mi pesadumbre, que nadie venga ni por la derecha ni por la izquierda, ni por arriba ni por abajo, fuera, fuera!. (Salen apresuradamente, Sélem vuelve a postrarse, cubriendo su rostro con un manto). ¡Oh, Dios, nunca jamás fuiste no existente, el conocimiento que tienes pues de tu obra es de antes, de ahora y de mañana, y todas tus acciones son por lo tanto justas; pero yo soy menos que el polvo y hay cosas que ponen temor y tinieblas en mi corazón... Parido por víboras vine a la vida, y tu me rescataste y me pusiste en el lugar más alto... ¿Por qué me enfrentas ahora con el pasado y me das la terrible misión de entregar tu obra al enemigo?. ¡Agua de hiel me llena la boca, nada ven los ojos de mi alma, señor!
Voz Dios: ¡Levántate, Sélem, hijo de la desgracia, descubre tu rostro y escucha!. ¡Edén ha pecado, ha quebrantado el pacto de no mezclarse con Aquél que he señalado como maldito!. Edén ha desobedecido, ha engañado y ha confabulado en mi contra; el pecado anida pues en su corazón, por esto no podrá hacer frente a su enemigo!
Sélem: ¡Oh, Señor, por qué nos sumes en tan enorme aflicción!. Verdaderas son tus palabras, pero si pones la victoria en manos de nuestros enemigos no habrá redención posible para el hijo del hombre, ¿han de reinar pues sobre la tierra la noche y la nada?
Voz Dios: No es así como sucederá. Te levantarás al alba y convocarás al Consejo de los Veinticuatro Ancianos, y estas serán tus palabras frente a ellos: “Culpas hay en Edén, por esto Dios no está con nosotros; se ha de buscar pues a todo aquel que haya pecado trabando palabra de hecho o de pensamiento con el Impuro, y una vez encontrado, será apedreado y quemado junto a todos sus parientes y amigos; sólo así podrá ser quitada la culpa de Edén y quedará en condiciones de vencer a su enemigo”
Sélem: ¿Ese es tu mandamiento irrevocable, Señor?
Voz Dios: Tal como has oído harás. Por cuanto rasgaste tus vestiduras, echaste polvo sobre tu cabeza y lloraste pidiendo por Edén, Yo te he escuchado.
Sélem: (Después de un largo silencio). ¡Las trompetas, mañana al alba sonarán las trompetas!

Luzbel y Lilith en el cubículo

Lilith: ¡Trompetas, trompetas de guerra!
Luzbel: ¡No, no llaman a guerrear, calla!
Lilith: ¡Habla, di, conoces bien su idioma!
Luzbel: Juicio... Anuncian un juicio.
Lilith: ¡Cuándo!
Luzbel: Pronto, muy pronto.
Lilith: ¿A Naara?, ¿enjuiciarán a mi Naara?
Luzbel: ¡No puedo saberlo, sólo pregonan un juicio!
Lilith: ¡Eso significa apedreamientos y quema!
Luzbel: No siempre... No siempre...
Lilith: ¡Dudas!. ¡La matarán, sé que matarán a Naara, y también a su esposo, a sus hijos, y a todo pariente y a todo amigo, es la ley de sacrilegios!. ¿Para asistir a esta eterna y horrorosa arbitrariedad en que Dios, y tú han convertido la vida, pretendes que siga respirando?. ¡Monstruos, monstruos tú y Dios!
Luzbel: ¡Sólo estás suponiendo, nada sabemos de lo que sucede!
Lilith: ¡Yo lo sé... yo lo sé!
Luzbel: ¡No llores, no te agites!... Sabes a lo que vinimos, sabes que no he buscado enfrentamiento alguno, todo ha sido... (Entra un hombre con el rostro cubierto). ¡Qué sucede, quién eres!
Enviado: Mensajero... Sólo soy un mensajero...
Luzbel: ¿Por qué te presentas así?. ¡Descúbrete!
Enviado: ¡No, no me obligue!... ¡No puedo ver su rostro!...
Lilith: Déjalo, trae noticias. ¿Qué está sucediendo?. ¿A quién juzgarán?
Enviado: No sé... yo no sé nada... Vine... Vine a buscarlo, debe ir conmigo.
Luzbel: ¿Dónde?. ¿A qué?
Enviado: Venga... No sé más...
Luzbel: ¡No puedo dejar sola a mi esposa, está muy mal!
Lilith: Anda, Luzbel, anda; tenemos que saber.
Luzbel: No, no te dejaré sola.
Lilith: ¡Ve con él, a ti nada puede sucederte; ve con él, te lo ruego!
Luzbel: (Al Enviado) ¿No sabes nada?
Enviado: No... no...
Luzbel: Está bien. Vamos.

Salen. Oscuridad. Pasados unos instantes:

Luzbel: ¿Dónde me llevas?. Ya hemos caminado bastante.
Enviado: No hable fuerte, por favor, nadie debe saber.
Luzbel: Es inútil que lo ocultes, no sé por donde vamos; pero sé quien me espera.
Enviado: ¡No, no... yo no he dicho nada, no sé nada...
Luzbel: He percibido agitación. ¿Se ha luchado, verdad?. Malditos...
Enviado: ¿Qué ha dicho?. ¡Me ha maldecido!
Luzbel: No lo he dicho por ti, ¡responde a mi pregunta!
Enviado: ¡No me pierda... no me pierda, yo no sé nada!
Luzbel: Di, muchacho, ¿cómo es posible vivir con tanto terror?
Enviado: No vivimos en terror, vivimos en paz... señor. Calle, hemos llegado. Aguarde aquí.
Luzbel: ¡Espera, no me gusta la oscuridad; luz, luz!
Voz: ¿Por qué temes a la oscuridad, ser maldito?. ¿Acaso no es tu amiga fiel?
Luzbel: No temo, me gusta ver el rostro de los seres con los que hablo, Yalad.
Voz: Acércate. (Luz sobre un tosco banco de madera; se ve a un hombre con el rostro tapado por un paño negro; se lo saca, es Yalad). No preguntes, era necesario. (Pausa) Te pido que no blasfemes en mi presencia; no sumes tan terrible pecado a mi caída.
Luzbel: ¿Caída?. ¿Tu caída?
Yalad: Tu presencia en Edén me ha convertido en carne de holocausto; para mí ya no hay salvación. Pero no es por eso que estás aquí. Escucha, esto es lo que sucedió: Como Custodio de Edén, Sélem decidió expulsar a los violentos que nos acosan...
Luzbel: ¡Eso es un crimen, los que se han reunido allá afuera no tienen armas ni finalidades claras, no representan amenaza alguna para Edén, Sélem no puede ignorar eso!
Yalad: ¡No interrumpas, no hay tiempo para discusiones; además, lo sucedido demuestra lo contrario de lo que dices!
Luzbel: ¿Qué sucedió?. Nada sé.
Yalad: Fuimos vencidos.
Luzbel: ¿Vencidos? (Presta atención). No escucho cantos de conquista ni carreras desesperadas ni...
Yalad: No lograron entrar, sólo fue una horrenda escaramuza.
Luzbel: Necio, ¿no comprendes que el final será sangre y lloro?. Dios ha determinado exterminio contra vosotros, es una vieja y cruel artimaña suya; lo hace cada vez que percibe grietas en su poder.
Yalad: ¡Calla, te pedí que no blasfemaras!
Luzbel: ¿Qué ha exigido para llevar a Edén a la victoria?
Yalad: Nada exige jamás, sólo señala caminos.
Luzbel: ¡Qué ha exigido!
Yalad: Sabíamos desde siempre que todo el que tenga trato con contigo debe morir, no podemos revelarnos contra sanciones que merecemos, el futuro depende del valor y la grandeza humana conque se respeten las leyes establecidas.
Luzbel: ¿Qué dices?, ¡estás justificando la ejecución de todos los que amo!
Yalad: ¡No debiste venir: tuya es la culpa, tuya es la responsabilidad de todas esas muertes!
Luzbel: ¡La responsabilidad es de quién instaura leyes que rebasan la capacidad de comprensión!
Yalad: ¡Todo emana de Él por justa apreciación, no hay ira, maldad ni maquinación en sus decisiones, hacer que desaparezcan todos los que se apartan del camino del bien es un acto que exige la perfección humana!
Luzbel: ¡No se crían humanos como se cría ganado, si no se respeta al hombre el uso de las facultades con las que emergió a la vida, la tierra se llenará de seres inocuos e inmutables, tu Dios no es más que el temor a la libertad!
Yalad: Todos los hombres podemos pecar, no estamos obligados a practicar el bien nada más que por nuestro propio bienestar y el de los demás.
Luzbel: A abierto las puertas de la sangre, y nadie puede negarse a entrar, ¿es eso libertad?
Yalad: La prueba de nuestra libertad es el pecado que cometimos, ¿cómo hubiésemos podido elegir entre el bien y el mal si no fuésemos libres?
Luzbel: ¡No lo sois, puesto que es un sólo ser quien determina lo que es bueno y lo que es malo, eso es arbitrariedad, dictadura!
Yalad: Como todo culpable, llamas arbitrariedad a lo que es justicia, y dictadura a lo que es preservación del orden y la felicidad. Todos los decretos de Dios son justos pues son útiles a la inmensa mayoría, y nosotros debemos acatarlos con alegría y firmeza, pues estamos del lado del bien.
Luzbel: ¡Basta, prometí a Lilith no dejarme llevar por la ira, pero tu boca es un pozo de provocaciones; di por qué me mandaste llamar, que es lo que pretendes!
Yalad: (Después de una pausa) Sélem ha muerto.
Luzbel: ¿Qué dices?... ¡No!. ¡Cómo!. ¡Quién!. ¡Quién lo ha matado!
Yalad: ¡Calla, tus gritos denunciarán tu presencia, todo Edén se llenará de horror y temor!
Luzbel: ¡Los culpables, los culpables!
Yalad: ¡Tu has sido el culpable: se ha quitado la vida.
Luzbel: ¡Por qué lo hizo!. ¡Qué ha sucedido! (Silencio). ¿No me has escuchado?. ¡Exijo saber lo ocurrido!
Yalad: ¡Nada puedes hacer!
Luzbel: ¡Lo ocurrido, lo ocurrido!
Yalad: Has de prometer...
Luzbel: ¡Nada, no prometo nada!
Yalad: Está bien, te lo diré; pero ninguna oración expiatoria, ningún holocausto, ningún acto o palabra humana, nada, en fin, que conozcamos, puede ya detener los acontecimientos. Escucha, esto es lo que ha sucedido.

Aparición de Sélem en el santuario de las oraciones.

Sélem: Esto soy, Señor, esto soy; a esto he quedado reducido. Como fruto de oprobio, como vasija quebrada ha quedado mi vida en la hora postrera. ¿Qué augurio podría haberlo profetizado? Con señales tan claras como el alba, me diste a entender que Naara, permitiría la entrada a nuestros horrendos padres, y no hice nada por impedirlo. Tu casa ha sido mancillada, el enemigo mora en ella como ave de rapiña, y fui yo, el más fiel de tus siervos, quien entregó lo que amabas en manos de tu adversario. Todo lo que respira en Edén se levanta contra mí y testifica en mi contra. Y no tengo que responder. (Pausa) ¿Qué puedo decir en mi defensa?. ¿Qué me hizo actuar de esa manera?. Aunque suene inimaginable, fuerza es reconocer que hubo algo más poderoso que mi amor y mi lealtad hacia Ti, y necesario es también reconocer que ese motivo de poder abrumador, estaba dentro de mí. (Pausa) Ellos, mis padres, son seres abominables, la visión de esa mujer agonizante, acompañada de esa bestia espantosamente sola, no puede ser la causa de mi deleznable acción, no puede, no puede... Pero busco dentro de mí, y no encuentro otra, Señor, no la encuentro... No tengas piedad de mí, no me perdones, no detengas mi brazo, Señor, pues podrán cambiar las circunstancias, pero sé que mi carácter no cambiará, como obré hoy, volveré a actuar si se presenta el mismo escenario... No me perdones, nunca me perdones, señor... (Se apuñala).

Aparece Naara.

Naara: ¡Sélem, qué has hecho, Sélem! (Se abalanza sobre él; constata lo irremediable). ¡Maldito sea el día en que naciste, Luzbel!. ¡Antes de que anochezca contemplarás tu crimen, y esa visión no se apartará jamás de tus ojos!. Sélem muere, Yalad conspira; yo seré lapidada junto a mi esposo y mis hijos, los destruidores arrasarán Edén, nada quedará en pie ni en ruinas, y tú serás el único culpable de esta tragedia!. ¡Pero yo te digo: te esconderás entre las peñas de los montes más apartados, querrás perderte en las hendiduras más profundas de las cavernas, pero jamás se apartará de ti mi maldición: caiga eternamente sobre tus huesos la sangre de los que amas, perezca todo signo de paz a tu alrededor, ser mil veces maldito!...
Yalad: Eso es lo que sucedió. (Anonadado Luzbel no responde). Pero no es todo Luzbel, no es todo.
Luzbel: Calla. ¿Qué más puede suceder?. El más amado de mis hijos ha muerto, Naara me ha maldecido, Lilith...
Yalad: ¿El más amado?. ¿Lo reconoces?
Luzbel: No es el momento de...
Yalad: Lo es. Esta es la primera vez que nos vemos desde el día en que nos abandonaste. Y ha de ser inevitablemente la última.
Luzbel: No es más amor, no es predilección lo que se siente por uno u otro hijo, Yalad; es posible que se intuya que a alguno le ha de resultar más difícil vivir, y que eso lo incline a uno a brindarle una mayor protección
Yalad: No es el caso. Sélem fue siempre el presumiblemente mejor armado para vivir. (Pausa) Tengo en la memoria que cuando fuisteis expulsados quise aferrarme a ti, pero que me rechazaste, que me diste la espalda, entregándome a la mujer que era tu concubina para que dispusiera de mi.
Luzbel: De ti y de tus hermanos, fue un desacuerdo tormentoso pero nada pudo detener a Lilith cuando decidió que sólo en Edén estarían a salvo.
Yalad: ¿Y el amor?, ¿que fue del amor que pregonabas sentir por nosotros?

Coro de los masacrados

El amor que nos dejaron vivir olía a gritos, olía a sangre, a espadas en la noche. Nadie supo que faltaba tan poco para morir, el terror cayó sobre nosotros como si de repente hubieran cedido las paredes del universo, la sangre entró a saco en los hogares, un torbellino de barbarie fue la vida. Sangre sobre el hijo, sangre sobre la mujer, sobre el padre y el amigo; sangre en los ríos y en las cuevas del monte, sangre desde la familia hasta el pie del horizonte. Sangre, tres veces parí y a los tres me los mataron, la sangre me los llevó niños, me los arrancó cuando la vida nacía en sus ojos. Mi madre se llamaba Milca y mi padre Nacor; Zila, Sarai, Jared y Elazar eran los nombres de mis hermanos: ahora todos se llaman sangre. Cuando contemplaba la sangre, la sangre de mi esposa y de mis hijos, aprendí que el dolor podía doler mil veces, y aprendí que era posible odiar al olvido. El amor que nos dejaron vivir olía a duelo, olía a desesperación. Sudábamos espanto en los desiertos de la noche, buscándonos como dementes, apareándonos, no para sentir la tibieza humana, sino para tratar de olvidar, aunque fuera por un momento, que las trompetas tocaban a muerte sin cesar y que todo era lamentos y espadas fulgurantes. ¡Manada de rebeldes, hijos tortuosos, hijos que se negaron a respetar la ley de su Padre, habíamos sido declarados, y todo era persecución, todo era dolor y hechos aterradores para nosotros, desde el crepúsculo hasta el canto del gallo. ¡No fue guerra, fue masacre lo que hubo sobre la tierra!
Yalad: ¡Difamación, maledicencia; fabricadores de discordia son tus testigos, pero no tendré querella contra ellos, sus infundios no me confundirán, y en cuanto a ti, todo ser viviente sabe que la muerte tenía prohibición de besarte!
Luzbel: Pero a ustedes sí, a ustedes sí ansiaba besarlos.
Yalad: No lo creo, jamás creeré, todo cuanto haces testifica en tu contra, desde tu malhadado nacimiento hasta tu monstruosa rebelión.
Luzbel: ¿Monstruosa?. Nada sabes. (Pausa) solo fui el primero en disentir, fue una contradicción nimia, un desacuerdo de incalculable trivialidad, pero Dios constató que no existía la obediencia voluntaria absoluta y comprendió que sin ella nada podría permanecer inalterable, ni el orden ni la estructura... ni el poder. Quedó en silencio, lo recuerdo bien... quizá fue un momento de infinito dolor para Él, quizás fue el momento más espantosamente trágico de su existencia, pero fue también el momento de la soberbia y la intransigencia... fue en ese cavilar, breve como un soplo, que la vida se partió en dos, que se abrieron para la especie humana los caminos de la desigualdad y el padecimiento.
Yalad: ¡Qué nuevo infundio es ese, que abyecta fábula me haces escuchar!
Luzbel: Cuando todo fue consumado, buscamos otras tierras, otras landas desconocidas donde levantar un hogar y volver por ustedes, pero...
Yalad: Basta, no fue para escuchar felonías ni para enzarzarme contigo en inútiles recriminaciones que te hice venir.
Luzbel: Lo sé; pero me has colmado de reproches y de noticias crueles.
Yalad: Lamento mis debilidades y me avergüenzo de ellas, jamás volverá a suceder. Escucha: El Consejo de los Veinticuatro Ancianos ha sido convocado, sabes lo que eso significa.
Luzbel: Sí, víctimas... más víctimas.
Yalad: No hay víctimas, sólo culpables.
Luzbel: ¿Culpable de qué?. Las acciones humanas se derivan de las necesidades humanas. ¿Dios nunca va a comprenderlo?
Yalad: Puesto que todo lo ha previsto, todo lo comprende; pero esa comprensión no lo obliga a perdonar. Con ello nos revela su infinita...
Luzbel: ¡Calla, que infructuoso, que estéril diálogo mantenemos mientras todo se derrumba a nuestro alrededor!
Yalad: ¡Nada se derrumba, excepto mi vida!. La sangrienta derrota que hemos sufrido sólo encarna la ira y la recriminación de Dios por nuestro pecado de desobediencia, pero no es el fin de Edén; la legión de apóstatas que nos acosa no representa ni siquiera una brizna de amenaza: el destino final de cuantos osen atacarnos es el aniquilamiento total!
Luzbel: ¡La verdad, la verdad: cuál es tu tormento, qué es lo que te martiriza!
Yalad: Para que todo vuelva a ser puro e invencible en Edén, debe ser eliminada hasta la última huella de pecado. El acto purificador, la muerte de cuantos tuvimos palabra contigo, y la de todos nuestros parientes y amigos, es insoslayable.
Luzbel: ¡Necedad, mesianismo!. ¡No, eso no sucederá, me presentaré ante el Consejo!
Yalad: ¡Jamás serás recibido ni escuchado, no existe ser viviente entre nosotros que permita tan monstruosa abominación!
Luzbel: ¿Ni tú?
Yalad: ¡No, moriría mil veces antes de permitir tu entrada al Recinto de la Gloria!
Luzbel: ¡Entonces qué puedo hacer, por qué me mandaste llamar! (Silencio). ¡Habla, habla!
Yalad: Muerto Sélem, yo asumo la defensa de Edén hasta el momento en que el Consejo se reúna y decrete mi muerte. Si tu gente ataca antes que eso suceda...
Luzbel: ¡Que dices!. ¡Serán aniquilados, y son miles!
Yalad: Eso sucederá de todas maneras, no tienes poder para impedirlo.
Luzbel: ¿Pero sí lo tengo para incitarlos a atacar, para mandarlos a la muerte?
Yalad: Sí, como todos los líderes de los malditos de la tierra. Pero ya te lo dije, si no es por mi mano será por la del que me suceda, pero serán arrasados, nada puede salvarlos sino se retiran pacíficamente.
Luzbel: ¿Tanto temes a la muerte, que conspiras contra tu Dios?
Yalad: Te equivocas, no temo a la muerte; lo que me horroriza es morir como un execrable, como un maldito.
Luzbel: Sea cual sea la causa, te rebelas; conspiras para torcer los designios de tu Dios.
Yalad: No conspiro; puesto que aún no he sido condenado, no desobedezco.
Luzbel: Es una estratagema pueril.
Yalad: No lo es. No serviría lealmente a Dios si esa obediencia no estuviese conciliada con mi naturaleza interior. Y esa naturaleza interior me dice que no puedo morir en abominación. ¡Yo, el más fiel, puro e incondicional defensor de Edén, no puedo ser recordado hasta el fin de los tiempos como un réprobo!
Luzbel: ¡Provocar una matanza inicua no te hará recuperar el sitial que perdiste!
Yalad: ¡No se decretará lapidación contra mí!
Luzbel: ¡Enfréntate a quién debes, muéstrale tu corazón torturado, pregúntale de qué te sirvió la obsecuencia!
Yalad: ¿Quieres oírme blasfemar?. ¿Quieres oírme abjurar?. ¡Jamás lo haré, nada ha chocado contra mi fe y mi amor por Dios!
Luzbel: ¡No me engañas, en ti sólo veo terror y frustración ante un final injusto, y una desesperada búsqueda de salvación!
Yalad: ¡Yerras, ser maldito, sólo pido una muerte digna, una muerte que concuerde con lo que ha sido mi vida!. ¡No puedes condenarme a la ignominia!
Luzbel: ¡No soy yo quien te condena, es tu Dios!
Yalad: ¡Fuiste tú quien me forzó a pecar, fue tu presencia maldita la que trajo culpa y dolor, tú debes mitigar la tragedia! (Da por terminado el diálogo).
Luzbel: ¡Dónde vas, no hemos terminado!
Yalad: Hemos terminado, lo demás es insensatez. Podríamos seguir lastimándonos por toda la eternidad sin permitirnos jamás el llanto ni la claudicación. Y no fue para eso que te hice venir. Te irás con tu mujer por donde entraste, una vez afuera, decidirás. Puedes instarlos a atacar o a retirarse pacíficamente; si haces lo último, nada les sucederá: pero condenarás a tus hijos y a docenas de inocentes a morir en abominación!
Luzbel: Eso no sucederá, los habitantes de Edén nada tienen contra ti.
Yalad: Para un ente sin Dios y sin ley como tú, resulta incomprensible, pero lo harán. Los he amado, los he guiado y defendido, y sólo sienten amor y gratitud por mí, más, no vacilarán en lapidarme junto a Naara y a todos los demás: es la ley. (Se retira rápidamente).

Luzbel y Lilith en el cubículo.

Lilith: ¡Te previne, maldito, sólo acarrearíamos pavor y destrucción: has matado a tu propio hijo!
Luzbel: ¡Calla, mi dolor es tan grande como el tuyo!
Lilith: ¡No oses asemejar tu sufrimiento al mío: mi dolor es de madre, el tuyo de culpable!
Luzbel: ¡Qué dices!. ¡Compréndeme!
Lilith: ¿Comprender?. ¿Qué he de comprender?. Te supliqué que me dejaras morir, pero te negaste, y viniste a desafiar a Dios, demandándole una imposible inmortalidad!. ¡Ahí tienes el sangriento resultado, el feroz castigo que nos han impuesto no tendrá parangón en lo que nos resta por vivir!
Luzbel: Lo sucedido es tan injusto como tus palabras, al traerte a este lugar sólo me movió el amor, pero todos me imputan soberbia, me imputan doblez , ¡cómo puedo hacerles comprender si no creen en la sinceridad de mis sentimientos, qué he de hacer!
Lilith: ¡Nada, ya no puedes hacer nada; si pregonabas ser humano tenías que haber acatado el destino humano, tenías que haberme dejado morir!
Luzbel: No podía no sabía como aceptar tu ausencia.
Lilith: Las palabras ya no sirven, ninguna explicación me devolverá a mi hijo.
Luzbel: Nada te lo devolverá; pagaría gustosamente con mi vida, pero sabes que no puedo hacerlo, qué esperas de mi!
Lilith: Salva a los otros dos, es lo único que... (Suenan trompetas). ¡El consejo, el consejo va a reunirse!
Luzbel: No, aún no: es un anuncio.
Lilith: ¡Qué harás, qué vas a hacer!
Luzbel: ¡No lo sé!
Lilith: ¡Tienes que saberlo, no puedes seguir sacrificando a los de tu propia sangre!
Luzbel: ¡Lo que pide Yalad es imposible, sería mandar a la muerte a miles de inocentes!
Lilith: ¡Mis hijos también son inocentes!
Luzbel: ¡Lo sé, lo sé; no me abrumes!
Lilith: ¡Debes elegir, no tienes otra salida!
Luzbel: ¡Me pides que elija entre dos culpas horrendas, y me lo pides sabiendo que soy inmortal, que tendría que cargar con los remordimientos hasta el fin de los tiempos!
Lilith: ¡Ya llevas la culpa encima!
Luzbel: ¡Es una culpa impuesta, nada malo he hecho; tengo como prueba que no hay fantasmas que me persigan!
Lilith: ¡Ahora sí, ahora llevas encima la muerte de tu hijo! (Silencio)
Luzbel: Fue una trágica, una turbia trabazón de adversidades... Pero es cierto, la sangre de Sélem manará eternamente frente a mis ojos.
Lilith: ¿Lo harás?. ¿Salvarás a tus otros hijos?
Luzbel: Eres cruel, eres muy cruel, Lilith.
Lilith: No, ninguna vida se ha consumido de manera tan atroz como la mía, pero te amo, no podría dañarte nunca.
Luzbel: Entonces porque me incitas a cosa tan terrible. Y más todavía, sabiendo que ellos están condenados, que morirán aún sobreviviendo a esa forzada batalla.
Lilith: Te equivocas. Ni siquiera Dios podría justificar la ejecución de quien acaba de salvar a su pueblo.
Luzbel: Una buena acción no borra una mala acción, la culpa subsiste. Yalad y Naara cometieron sacrilegio y deben morir: eso dirá el Consejo.
Lilith: Ninguna guerra deja las cosas tal como están, lo sabes bien, siempre... (Vuelven a sonar las trompetas). ¡Las trompetas, las trompetas del Juicio!. ¡Vamos; sácame de aquí, ayúdame, debes hacer lo que te pidió Yalad!
Luzbel: ¡No, no lo haré!, son miles; familias enteras y todos son inocentes!
Lilith: ¡Entonces dime qué otra forma hay de salvar a mis hijos!
Luzbel: ¡Ninguna, no existe ninguna!
Lilith: ¡Son ellos o nuestros hijos, maldito, ellos o nuestros hijos!

Luzbel y Lilith en los helados Páramos de la Desolación.

Luzbel: ¡Camina, camina!
Lilith: ¡No puedo!
Luzbel: ¡Si puedes, tienes que hacerlo!
Lilith: ¡No, es inútil, déjame aquí!
Luzbel: ¡Nunca!
Lilith: ¡Déjame, pronto seré sólo un cadáver, no puedes evitarlo!
Luzbel: ¡No, no te dejaré morir!... ¡Manasés!. ¡Volveremos donde él, él tendrá que... No, no, nunca llegaríamos... Tampoco es posible retroceder...
Lilith: Nada es posible ya, excepto la aceptación de los hechos. Aléjate de aquí, aléjate de esta tierra de sufrimientos.
Luzbel: Todo fue de una inutilidad enloquecedora, nada obtuve, excepto dolor. Ningún habitante de la tierra podría demostrar que existía alguna brizna de maldad en la acción que emprendí; sin embargo, perdí a mi hijo más querido y me vi forzado a cometer una horrenda injusticia... Escuchad los gritos atroces de los inocentes masacrados... Destrucción y violencia están delante de mis ojos, ninguna ley humana fue respetada... Y la mano de Dios aún está armada en gesto de furor hacia mis otros hijos, su desobediencia no será perdonada... ¿Por qué me persigue con tan terrible saña?. Las sombras que me rodean son más espesas que las que rodean a los muertos más antiguos y es más grande que la de ellos mi orfandad; dónde un hogar si toda la tierra es suya, dónde el reposo si la muerte me ha sido negada. Todos los estatutos están escritos en mi contra, todo lo que levanto cae como si fuera hecho de agua... ¿Si soy el mal, el obstáculo para una vida plena y fecunda, por qué no acaba conmigo?. El orden que estableciste solo podrá ser mantenido por la espada, erigidos en feroces custodios de tus leyes, codiciosos vasallos convertirán cada rincón de la tierra en lugar de opresión y padecimiento. ¡Párate frente a la vida y desnuda tu corazón atormentado, enmienda tu error, Dios equivocado de una raza sin destino, devuélveme la muerte!





Fin



Author Information:Radrigán, Juan, 1937-
Key Words:Dramas Chilenos. Dramas Chilenos. Siglo XX. Libretos. Obras en un acto.

 

 

Cita:
Radrigán, Juan. El príncipe desolado. Dramaturgia chilena contemporánea.



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