Dramaturgos / Marcelo Sánchez  

 

 


De aquí y de allá (7 monólogos)

de Marcelo Sánchez


Los emigrantes (Personajes:)
Ibrahim
Antica
Camilo
Chila
Berta
Tarek
Andrea

 

Resumen argumental
Esta obra se plantea como un viaje de los espectadores. Al inicio del viaje tres soldados piden documentación y pasaportes a los espectadores y los van guiando hasta 7 rincones distintos del espacio en los que transcurren siete monólogos de siete personajes que han inmigrado desde distintos rincones del mundo hasta Chile.
Tres soldados que fiscalizan el tránsito de los espectadores.
Cada emigrante tiene su espacio, su rincón. Los espectadores son reunidos antes de iniciar su viaje. Son entrevistados y visados por los soldados, quienes los separan en grupos y los conducen hacia los diferentes rincones de la representación, conduciéndolos de un espacio a otro hasta que han hecho el recorrido por todos los personajes. Antes de volver al punto de partida para ser despedidos, sus papeles son nuevamente timbrados por los soldados.

 

 

Ibrahim.
Un cubano, de raza negra, de cuarenta años. Habla castellano con el ritmo y la pasión de su país.

Viste chaquetón, bufanda, guantes de cuero, un gorro de lana, jeans y zapatos.
Una calle húmeda, llena de niebla, en Punta Arenas, la ciudad más austral del mundo.

Ibrahim: ¡Qué frío de pinga! ¡Caballero! Esto está para congelar hasta a losmismísimos pingüinos, chico. Yo estaría mejor dentro del refrigerador. Parece que le pegaran a uno un batazo en la cabeza. ¡Muchacho! Esto es frío, si señor, ni con el mejor ron se mete uno candela ¡San Lázaro, bendito! Protégeme del congelamiento y te llevo el mejor tabaco y el mejor ron ¡Ay, Virgen de Regla! Que no se me vaya a congelar la sangre y bueno si algo se me tiene que poner duro de frío, bueno tú ya sabes, que sea para mejor. Asere, esto congela a cualquiera, hasta al más pintado lo tiene diente contra diente. El capitalismo no puede estar en lo correcto con este frío, no señor, esto no es humano. Esto es la explotación del hombre por el frío. En un socialismo tropical al menos uno no se congela y eso ya es algo, ya se puede vivir por lo menos... y la salud y la educación son gratis. Y las mañanas frescas y el aroma de los árboles en la noche y la sonrisa de las negras iluminan hasta la pena más honda... y también el camello lleno de las siete de la tarde y el pan que parece goma. En fin. Es que no hay palabras, caballero, no hay palabras. Te vienescaminando por la calle del Calixto Mejías, así tranquilo, normal, viendo como pasan los cocotaxis en dirección a la Plaza de la Revolución. Ahí van los yuma, blanquitos, limpiecitos, emocionados a ver la figura del comandante en la plaza. Y si te preguntan algo ya tú sabes, por ahí te ofreces de guía y jineteas algo que no está de más, no señor, a lo cubano, normal. Que va. Que se vayan. Tú te vas hasta la cafetería de Rosita. Que jugos, Dios mío, que jugos los de Rosita. Guayaba, Tamarindo, Mango. ¿Hay spaghettis, Rosita? ¿Y Pizza? ¿Tienes helados, Rosita? Chica, esto es mejor que el Copellia. Ay, Rosita. Me despido que me voy pa’Chile. Me consigo la carta y los dólares y resuelvo, Rosita, que yo no quiero terminar jugando domino en las esquinas. Tiene que haber otra cosa, Rosita. Ay que ricos están los spaghettis Rosita. Tú usas el mejor omate y el mejor queso, Rosita. No hay derecho a que te quiten la cafetería, Rosita. Ya veremos cómo resolver, m’hija, tú tranquila que nadie te pone en duda, Rosita, tú has sido revolucionaria desde el vientre de tu madre, m’hija. ¡Qué calor hace hoy, Rosita! No se aguanta. M’hija. Yo me voy pal’malecón. Y ahí están los taxis a la salida del paladar. Sí claro, sí con parientes en la yuma a éstos les lluevan dólares y asunto arreglado. Y ahí va la que se casó con el italiano. Mira cómo lleva bolsas del supermercado con el padre de su hijo y el pobre italiano pagándolo todo desde Italia. No señor. No se diga, si el cubano se arregla, como sea, pero se arregla. Frente a la Universidad las murallas recuerdan lo que tienen que recordar. ¡Abajo Batista! Paso por J y por K. Ya no más tomo por L hasta la 23. Y se comienza a sentir esa bulla de los cocotaxis y de los coches americanos y del Habana Libre salen los buses llenos de turistas a Tropicana. Y en 23 la pizzería está llena de gente y en la plaza da vueltas interminables la fila del Copellia. Como está de gente esto que no lo crees, no señor. ¡Caballero! Los policías están por todas partes y los maricones a la orden del día en la cuadra siguiente del cine y los bares de 23 comenzando a llenarse de jineteras y de españoles y de italianos. Pero nada, lo mío es llegar al malecón.
Cubana de aviación empieza a quedar vacía y en Aeroflot apenas se ven luces. Algún día Ibrahim, algún día, aunque tenga que congelarme en Punta Arenas. Así no más, a lo cubano, qué vaina.
La fuente del Hotel Nacional de Cuba está llenísima ¿Qué hay, Cubera, todo bien con la guagua? Nos vemos la otra semana yendo pa’ Varadero. Me hago de una cerveza el mercadito de frente del hotel y cruzo la calle que parece estar vuelta loca de taxis y de Mercedes Benz oficiales. Hasta los carros americanos pasan rápido y son hermosos, digan lo que digan, qué línea señor, que motor, que vaina, si los hacían pa’durar. Ahora que es el ingenio cubano el que los mantiene andando. Siempre será así. Y camino por el malecón. Viene un viento fresco desde allá, desde el reino de nunca jamás. Y como está de putas esto. Los extranjeros van a tener que cuidarse esta noche. Y me quedo aquí, mirando el mar, sintiendo el viento fresco que parece invitarme a pensar que no todo está perdido, que esta noche la cerveza fría en el malecón refresca el alma de tanto calor y de tanta incomprensión. Respiro hondo y le pongo fe a la diosa del mar. El mar está brillando y los coches pasan rápidamente a mis espaldas y más allá tres muchachos tocan canciones a tres por dólar, las que tu quieras, todo fue por ella, comandante che Guevara, la jinetera. Los franceses debieran estar orgullosos de los negros puteados como yo. Los barcos pasan hacia el puerto y lejanas pueden distinguirse las llamas de la refinería. La noche habanera se respira mejor en el malecón con su aire fresco, el mar acunando los sueños del día, Rosita estará en su casa con la puerta abierta viendo videos de Miami, a “Don Francisco” y “Al Rojo vivo” y pensado en solucionarle la vida alguna de sus vecinas. Si el mundo fuera un sombrero, Rosita lo llevaría en su cabeza, sonriendo y feliz. Hugo estará llevando turistas italianos hacia algún lugar. Y Darienmi estará pidiéndole al italiano ese que al menos se lo haga con condón. El mar, el mar, que bien ese está uno en el malecón, el tiempo no parece pasar realmente, se respira mejor y uno quiere reír simplemente porque está vivo. Porque está vivo aquí donde la dignidad se paga caro y la pobreza se pega a la piel con el calor de cada día, y tenemos miles de razones para estar dignos y felices... no hay crónica posible para este malecón infinito en el que vienen a estrellarse los sueños y el mar y los gritos de los balseros y las risas de las muchachas en la noche y los autos enloquecidos llevando turistas hasta algún rincón de la Habana vieja, no hay crónica posible.
Porque todo es allá, más allá del lugar donde se juntan los polos, en la lejana cintura tropical mientras yo me reviento de frío en la ciudad más austral de mundo, en el fin de la tierra, en la California ballenera. El mar, el mar, otra vez el mar, como dijo Reinaldo. El alma debe estar hecha de agua y se me está saliendo por los ojos... ¡muchacho! ¡Qué es lo que pasa, caballero!
Lleva tú, señora, mi llanto hasta la bahía de La Habana, yo me quedo aquí, en la ruta fría del albatros navegando mi vida, llévalo, señora, llévalo en las olas, estas grises, furiosas, australes, llévalas...llévalas...

 

Antica.
Una vieja croata. Habla castellano con un marcado acento centroeuropeo.

Un rincón de un mercado en Santiago de Chile.
Un perro viejo y enfermo, descansa a sus pies, en una caja de cartón.
Sucios estantes en un pequeñísimo local, llenos de hierbas
.

Antica: Ya está no más. Aquí la menta fresca, aquí la antigua. Aquí la zarzaparrilla, aquí el boldo, aquí... ¿Cómo se llama ésta? Antica, acuérdate, Antica. Pero no tan lejos, no allá en Petrinja, ni cerca del mar allá en Jablanac. Ni Daruvar, ni Kostajnica. Más cerca Antica. Ni en el año 1947 del siglo pasado, cuando llegaste a Chile gracias a la Juventud Católica. ¡El siglo pasado! ¡Dios mío, Antica, como ha sido bueno el tiempo contigo! Acuérdate cómo se llama esta hierba de olor acre y que parece la piel lustrosa de un niño cuando recién se saca de la tierra. No más de esto acuérdate. No de lo otro, no de las bombas cayendo sobre las casas y el llanto de esa mujer en los restos del edificio recién destruido. No tienes por qué acordarte de eso. Primero fueron unos, después los otros, la paz no parecía diferente de la guerra. No, no te acuerdes de eso. Mira. Mira como duerme “Pincha”, estará mejor de su pata, soñando con los huesos que le darán los carniceros del mercado. Qué alegría venir aquí. Todo siempre tan bullicioso. Aquí nunca han estado en guerra y son tan ingenuos, tan tristemente ingenuos. Todos hablan de esta extraña manera que nunca podré comprender, pero es mejor que la casa de acogida de la Juventud Católica. Aunque siempre les agradezco haberme sacado del infierno. No voy a irme a ese convento en los cerros, les dije a las monjas, me vengo no más aquí al mercado y aprender cualquier cosa para vivir. Esta hierba se llama menta, esta otra zarzaparrilla y purifica la sangre, esta se llama boldo y apacigua el espíritu, esta se llama tilo y recupera las gripes. Aprendo no más, yo aprendo. Estos bulliciosos me llaman la madame, qué divertidos son, nunca han estado en guerra... nadie sabe de Croacia, es mi patria. Francesa no soy, ni alemana como piensan algunos de estos tontos. Croata. Croata. Me llamo Antica ¿Cómo no puedes ver que soy croata? No soy rusa ni alemana como me dicen a veces ¡Pero está bien... de cariño me llamarán la madame durante sesenta años! Yo aprendo porque tengo que vivir no más. Fue por el año 1949 cuando llegué el matadero, me dijeron que una señora necesitaba una ayudante. Me gusta lo de las hierbas. Aprendo rápido y me quedo aquí. ¿Cómo se llama esta? Acuérdate, Antica, acuérdate. Subiste al barco porque allá todo estaba en pedazos y lo mejor era huir, la guerra sólo había cambiado de nombre y cada día era más difícil que el anterior. Dios mío, ayúdame en el camino, ayúdame. Antica, te vas para Chile, allá veremos tu ingreso al convento. La organización está haciendo un gran esfuerzo por sacarte de aquí. Saldrás clandestinamente, no queremos tener problemas con las nuevas autoridades. Haz tus maletas, Antica. ¿Por qué siento pena? Yo debería estar feliz, voy a dejar atrás la guerra en un nuevo país, yo no puedo estar triste. No puedo, no debo. Adiós, mamá, adiós, hermanos, volveré, algún día volveré. Iremos a Francia en tren y luego tomaremos un vapor hasta Sudamérica. Se llama Chile. No sé donde queda, sólo se que se llama Chile. Todos los años vendré a visitarlos. Y nunca salí de Chile. La madame de las hierbas en un rincón oscuro del matadero. “Pincha” está bien de su pata, duerme y me acompaña, ya son pocos los que pasan por aquí. Venían los españoles, los italianos y toda esta gente de aquí. Ahora vienen los peruanos. ¿Qué hay de malo en todo ello? Es un mercado, tienen que estar todos, tienen que estar no más, como yo, por allá en el año 1948, entrando aquí para nunca más salir, nunca más ver Croacia, nunca más. Solos yo y “Pincha” en un rincón, sin pedir nada más que ver la vida pasar por estos pasillos llenos de gente, llenos de gritos, llenos de vida... Has vivido Antica, has vivido y es todo y nada y un perro vago a tus pies. Y allá estará Gospic, Kutina, Petrinja...allá, saliendo de ese callejón, al doblar la esquina, todo estará allí, tal como lo dejé, todo estará allí... una rosa, un cordero y no poder volver más que con la muerte... todo estará allí.

 

Camilo.
Un gallego de sesenta años.

Cubierto casi completamente de harina, con boina y camisa a cuadros, rodeado de canastos de marraquetas, en una bodega llena de tambores de aceite y sacos de harina y de azúcar. Mira los canastos y anota en una libreta.

Camilo: ....25 kilos al puesto de La Victoria, 35 al puesto de San Joaquín, 20 al puesto de la plaza. ¡Sacar rápido de aquí estos canastos, hombre, que se enfría el pan! Peñi, peñi... mueve estos canastos a la camioneta. ¡Muchacho!... ¡Hijo!, ven aquí a mover estos canastos que luego la gente ya no nos recibe el pan y después hay que echarlo a la mezcla... estará estudiando seguro… no me va a escuchar… estudiando o viendo la tele y lo último que quiere es escucharme. ¡Hostias! ¿Es que nadie va a venir? ¡El pan se enfría, coño!, y luego me echan al sindicato encima, yo que les pago las imposiciones y les doy sus buenos kilos de pan... aparte de lo que roban. Moverse, hombres, sacar esto a la camioneta... ¿Dónde está el chofer? Vamos a ver, tenía que fallar el chofer. ¡Me cago en la hostia! ¡Venid aquí a sacar el bendito pan a la camioneta para el reparto! Aquí está el pan de la tarde, caliente, crujiente, marraquetas de las buenas, de horno de leña... no son las hogazas de centeno de mi niñez. Este es el pan de Chile, el batido, el pan francés, la marraqueta... no es el pan de mi infancia, no son las hogazas de buen centeno. NO. Eso está allá en Muiño Vello, en Vispín, en el camino de Santiago, allá está el pan de centeno que mi madre conseguía en Graíces y traía a Las Portiñas y todo era una fiesta porque había una hogaza de pan en la mesa. Mis hermanas procuraban tener la casa limpia, el fuego encendido, las camas hechas. Yo tenía que traer la leña y ocuparme de cuidar los campos y tenía tan sólo doce años. Mi padre había muerto y me hermano menor tenía las piernas reumáticas... todo el mundo decía, pobrecito, Pepiño, el menor de Leonor, la viuda de Las Portiñas, todo el mundo lo decía y yo también lo pensaba. Cuando llegó la guerra, yo tenía dieciséis años y era alto y fuerte; mi hermano rengueaba de sus dos piernas ya secas sin remedio, a pesar de los viajes a tomar las sales de La Toja, a pesar de la peregrinación al la catedral del apóstol Santiago en Compostela. Y los guardias civiles dijeron, te vienes tú, que la patria, el caudillo y la virgen de África te necesitan y a mi hermano lo dejaron allí en casa. Sus piernas deformes lo salvaron del horror de la guerra. Se hizo traficante, tahúr, zapatero, comerciante, constructor, le fue mejor que a mí en la vida. El Marqués, le decían. Todo el mundo llegó a conocerlo como El Marqués. Pero la vida fue otra para mí. Yo fui a la guerra. Y junto con toda la miseria y los golpes y los que tenía que matar me gustara o no me gustara, aprendí a leer y a sumar y a escribir. Yo era fuerte y cuando recibí el uniforme de guardia civil lo usé con orgullo, a pesar de que no sabía bien de que se trataba todo esto. ¿Qué sabíamos de la política de Madrid allá en la aldea? Nada. ¿Qué sabíamos de los comunistas, de Hitler, de la república, de los atentados, de los obreros catalanes, que sabíamos de todo eso? Nada. Ya lo saben, yo ni siquiera sabía leer ni escribir y tenía sólo dieciséis años cuando pasó el ejército. ¿Qué sabíamos de Durruti, que vino a robar bancos al mismísimo Chile? ¿Qué sabía yo del mundo más allá de las mañanas frías y llenas de neblina de la casa en Las Portiñas? ¿Qué sabía yo más allá de como degollar un cerdo y preparar morcillas, filloas, chorizos y jamones de pierna? ¿Qué sabíamos nosotros más allá de la fiesta de la Virgen de las Nieves? Sólo un poco más... la hogaza de pan centeno que mi madre traía de Graíces y eso era la felicidad... una hogaza de pan centeno, eso era el mundo y la tierra y los tesoros de ultramar y lo que necesitábamos para ser felices. Pero la guerra vino hasta nosotros y me llevó con ella hasta Zamora y el sitio de Madrid y la entrada en Barcelona. Ya allá en España, en la dolorosa España, mi aldea quedó lejos, perdida entre la niebla, ingenua, barroca, católica, atrasada, llena de brujas y de campos que todavía habitan los duendes, salpicada de cabaceiros y de fuentes y de pobreza infinita. Fui guardia civil en Port Bou, en la frontera con Francia. A muchos tuve que matar. Yo ya era parte de la guerra, la guerra y yo éramos la misma cosa. Y cuando la post guerra los odios se volvieron oscuros y secretos y alguien habló de los de Buenos Aires, de los que habían ido a Venezuela, de los que estaban en Chile, que tenían negocios, que los hoteles, que grandes restaurantes, ferreterías y panaderías y zapaterías, que lo único que había que hacer era llegar hasta allí, subirse a un barco, escribir algunas cartas, llegar, nada más llegar. Y el mar era inmenso y las luces de Buenos Aires fueron lo primero que vi. Y después doblamos el Cabo de Hornos y llegamos hasta Valparaíso. Al bajar ahí estaban los paisanos esperando. Fuimos a un restauran a comer unas gambas y una copa de vino. Y luego trabajar y trabajar y trabajar... y dormir con el olor de la guerra dentro de uno que se va mezclando con el harina y el sudor y la morriña de no estar allí, en medio de la niebla segando los campos, vigilando las viñas, bajando a las bodegas frías a beber licor café, mientras se asuman los chorizos. Trabajar hasta saber que sí, que una casa, una mujer, unos hijos y todo empieza a cerrarse sobre sí mismo. Nunca más hablé de la guerra. Celebré que no pasara lo mismo en Chile. Porque aquí nuca hubo una guerra, hubo horror, pero no una guerra. Eso lo saben los que son como yo, los sobrevivientes, parecerán olvidarlo mis hijos y mis nietos, pero lo he sabido yo y eso quedarán en nuestro clan como una marca indeleble, como una herencia invisible de temor y de esperanza al mismo tiempo, un saber de otros mundos, de otras tierras y aún así siempre, siempre recordar la hogaza de pan centeno que partíamos en la casa de las Portiñas y que era la felicidad toda, para Helena, para Mercedes, para Pepiño, para mí... una sola pieza de pan... una sola... venid pues a sacar este pan de aquí, que se enfría, que los puestos luego no lo reciben, venid, llevaros este pan a la camioneta... y luego, dejadme aquí perdido en 1978, en los últimos días de mi vida, recordando cómo era esa hogaza de pan, cómo sabía el pulpo en las ferias, qué aroma tenía el licor café, cómo se siente la lluvia en el patio de la iglesia allá en Graíces, en Galicia, allá en Galicia... allá... en Galicia.

 

Chila
Una mujer judía.
Ella es morena y tiene cerca de treinta años.

Se encuentra frente a un caballete con una pintura.

Chila: Las cercas. Siempre me han atraído las cercas. Empiezo a pintar un callejón y termino pintando una cerca. Empiezo a pintar el cielo y termino pintando una cerca. Sueño con un campo libre y siento que es lo que quiero pintar y llego aquí y pinto los soportes, el alambre de púas, el cielo que se revuelve allá detrás y ese mismo campo que vi, pero aquí adelante, aquí, donde es imposible dejar de verla, está la cerca. Casi pueden pincharme los fierros oxidados si me acerco mucho. Habría que estirar los alambres con un palo para crear un túnel en medio de la cerca y pasar al otro lado. O arrastrarse por el suelo mientras alguien fuerza hacia arriba la tensión del alambre de púas. Arrastrarse boca abajo sintiendo como el pelo, finalmente se enreda en los erizos herrumbrosos del alambre y pasar al otro lado va a ser muy, muy difícil o va a doler mucho, pero son más las ganas y ya que llegamos aquí como no vamos a intentarlo. O pasar reptando boca arriba, bien conscientes de que el alambre está allí, que esos asteriscos de fierro puntiagudo apuntan directamente a nuestra cara, a nuestro pecho, en el fondo a nuestro corazón o a nuestro vientre o a nuestros pies y tal vez del otro lado ver que no era tan difícil, que era posible, que esta vez el campo está abierto tal como lo habíamos soñado y entonces llamar al que nos ha estirado el alambre, al que se ha quedado al otro lado para ver que la cerca está allí, transparente y dura al mismo tiempo y que por un momento o para siempre hemos quedado del otro lado, separados en territorios limítrofes que nunca jamás volverán a conectarse. Cerca muro. Cerca límite. Cerca propiedad privada. Cerca aduana. Cerca control. Cerca gueto. Cerca Cisjordania. Cerca ustedes y nosotros. Y ahora me pregunto por qué les llamamos cerca y si lo único que hace es alejarnos. Sí, estamos al otro lado, estamos en el terreno de nuestros sueños, pero el precio es grande, hemos dejado tantas cercas atrás, tantas personas que quedaron al otro lado mirándonos, esperando nuestra respuesta, esperando nuestro viaje, esperando que dijéramos algo, allá en Sudáfrica, allá en Uruguay, allá en Eilat a la salida de algún hotel, allá en Santiago de Chile, en algún chiringuito de baratijas o en alguna de las grandes firmas comerciales. Siempre termino pintando cercas, alambradas. Y es fácil, de alguna manera es peligrosamente fácil discurrir hacia el campo de concentración, o más lejos, hacia los abuelos saliendo de Rusia camino de algún lugar tan desconocido y lejano como el horroroso Chile, que para ellos fue toda una patria, toda una matria, todo un refugio enorme verde y extenso como sus ojos. Pero luego unos y otros hemos desandado el camino. Fuimos a la patria, cultivamos el desierto, estuvimos esperando el bus, que por alguna razón no tomamos, la radio prendida en el departamento o el libro de la universidad que se quedó en la mesa de noche, en fin, no tomamos ese bus y luego a la media cuadra explotó, regando su carga de seres humanos en todo el barrio. Ya saben, las imágenes de los noticiarios pueden en este momento hablarles mejor que yo misma, que estoy al otro lado de esta cerca imaginaria, pintando cercas espeluznantes en mis cuadros. Tal vez intentando volver del otro lado, nunca haber cruzado la cerca, nunca haber sentido que yo estaba aquí y el allá y que nunca más volveríamos a estar en el mismo territorio, que la cerca era definitiva, era una delimitación del mundo, un antes y un después. Tan transparente, parece que el paisaje es el mismo, parece que podemos ir allí, pero sólo estaríamos engañándonos porque la cerca claramente dice que no entres, que esto es propiedad privada y que de acá te podemos hacer rajar a balazos o echarte los perros o que no te metas donde no te importa, aunque éste sea el bosque de tus sueños, el campo regado de dientes de león con el que soñaste de niña. Y no poder volver, pero seguir soñando. Soñando la estepa fría de mis abuelos mongoles, la dureza del desierto que florece en cientos de hoteles de lujo, las minas de diamantes en Sudáfrica, las joyerías de New York, el Muro de los Lamentos y la vieja Sinagoga de Avenida Matta que es apenas visitada por los viejos. Un amor en Sudáfrica, unos amigos en Jerusalén, unas ganas de saber interminables en la horrorosa Santiago de Chile y simplemente volver aquí, mientras mi hijo duerme, Dios, mi hijo duerme, Dios... volver aquí a pintar mis viejas cercas que esconden paisajes soñados. Tal vez se pueda pasar al otro lado, tomados de la mano, sin temor de que las ropas se agarren, sin pensar que el pelo se va a enredar, ir no más hacia el otro lado, sin pensar en la cerca y sus estrellas de odio simétricamente sembradas en el alambre cada diez centímetros. Una tras otra. Pasar al otro lado, pasado, paisaje, pasar y encontrarte, tomarte de la mano y perdernos en el bosque que siempre soñamos.

 

Berta
Una anciana alemana de pelo blanco. Viste con colores vivos y muy ordenadamente.
Habla con marcada acento germánico.

A la salida de un edificio residencial. Lleva un carrito para la compra de los víveres y bolsas con botellas vacías y cartones.

Berta: A ver, Berta, caminado lento puedes llegar a cualquier parte; la bolsa del reciclaje de las cajas de leche, la bolsa del reciclaje del vidrio y el carrito para traer tus cosas del supermercado, llevas todo lo que tienes que llevar... ¿Las llaves? ¿Dónde dejé las llaves? Ah, en el bolsillo de la pintora están las llaves. ¿Y la plata? ¿Llevo la plata? Si llevo la plata en la chauchera chica ¿Y los lentes de cerca para ver los precios en el súper? Llevo todo. Todo puedo llevarlo yo sola no más, nadie me va a hacer las cosas mientras yo pueda hacer todo. Yo no más. Y lo más bien que puedo reciclar las botellas, yo las llevo al súper y ahí se juntan para cuidar los bosques y de estas cajitas, las prensan y hacen una casa. Todo es cosa de orden, de ganas. Como este edificio, mientras yo esté aquí se mantiene bien no más, hay que organizar y saber que se puede pintar, se puede mantener un bonito jardín, se puede regar. Yo lo hago no más si no viene el auxiliar. Hay que hacer las cosas, yo no me quedó sentada, no me quedo. No nos quedamos, no señor. Pensándolo bien yo no tenía problemas, yo era de una familia bávara totalmente germánica, si eso es posible. Pero Max... Max no era... él era... Mi madre nunca pudo aceptarlo. El era judío. Así que como nos íbamos a quedar, imposible, no nos quedamos. Nos vamos de aquí, me dijo. Yo tenía que seguirlo y apoyarlo. Cuando ya era claro que los nazis querían purificar Europa por completo y que no lo harían est rilizando ni provocando emigraciones masivas, entonces nos vinimos. A cualquier parte decía Max, a cualquier parte no más, el asunto es salir de aquí lo antes posible y lo más lejos posible, como fuera no más. Suerte que pudimos hacerlo. Su hermano fue llevado en los trenes que iban a parar en Dassau. Sus primos quedaron en Varsovia. Otros se fueron a África. Yo lo seguí hasta Chile. Era terrible escuchar las noticias. Íbamos al cine y en los noticiarios se veían las gentes sufriendo, la guerra cubriéndolo todo. Pero el tiempo pasa rápido como el verano. Mañana van a cambiar de hora, mañana se empieza a oscurecer más temprano y todo se vuelve un poquito más gris. Max ya no está y los hijos volvieron a Alemania. ¡Venirnos tan lejos, Max, para que los hijos volvieran a Alemania! ¿Qué hago yo en este país? Me digo a veces. Tanto tiempo, Max. A ver si por entretenerme aquí en la puerta me cierran el supermercado. La gata gris está por parir, no vaya a ser que me deje los gatos en la cama o los meta en el armario, la pobre gata. Hay que ordenarse y mantener la calma, como sea y seguir adelante. Yo no me quedo en la casa, no señor. Todos los días voy al reciclaje a dejar los cartones y las botellas. No hay que quedarse. Hay que seguir hasta que no se pueda más, hasta el final. Como Max. Antes me iba en bicicleta a todas partes y ahora sin bastón ya no puedo caminar ni dos pasos. Vamos no más, caminando despacito voy a llegar al supermercado, caminando llego a los recipientes de botellas y cartones, como sea llego, yo no me quedo, no señor, no me quedo...

 

Tarek
Un joven árabe de veinticinco años.

Viste como elegante garzón de un restaurant. Habla con dificultad el español.

Tarek: Buenas noches. Buenas Noches, señor. Buenas Noches, señor, pase por aquí por favor. Buenas noche señor, pase por aquí, esta es su mesa. Buenas Noches. Muy buenas noches, señor, la carta. Le recomiendo el filete, señor, está muy bueno. Aquí son buenas noches. Sólo el sonido de las sirenas inquieta a los chilenos insomnes. Antes fue distinto, me lo han contado. Pero no puede haber sido tan terrible como una guerra. Nada es tan terrible como una guerra, sobre todo cuando no sabes si el invasor es un castigo o una salvación. Nada es más terrible como una guerra cuando no es tu guerra y tienes que vivirla igual no más. Me preguntaba, ¿es que los niños son partidarios de alguno de los bandos? Las bombas deberían perdonarlos, los misiles deberían ser verdaderamente selectivos. Que reviente todo, pero que ningún niño salga lastimado. ¿Por qué nos obligan a creer que  para salir del horror hay que pasar días en que el horror se intensifica y se vuelve duro y áspero como una roca en el desierto? Yo tuve suerte. Yo sé hablar español y serví de guía a dos periodistas que me dejaron en medio de la guerra con una cámara y una promesa. Ahora vivo en Chile. Pronto seré chileno. He devuelto la cámara con cientos de horas de angustias de mi guerra personal y ellos han cumplido su promesa. Chile es mi imperio británico. Chile es Roma en tiempos de Augusto. Chile es el gran premio para el pobre muchacho árabe que no sabe que hacer en medio de su guerra. Todas las promesas están cumplidas, tenemos que estar en paz. Pero yo no era corresponsal de nadie, yo soy mi propia guerra. No he dejado allí recuerdos ni heridas de batalla, he dejado a mi madre, a mis hermanas, cambié mi infancia por una cámara digital y un futuro lejos del espanto. Chile es mi asilo contra la opresión y la tumba de los libres. “Ya verás como quieren en Chile, al amigo cuando es forastero”. Esta es mi mitad del mundo, mi cuento de las mil y una noche; he venido a buscar aquí la paz que yo debía tener a las orillas del Tigris, he venido aquí a buscar los restos del alfabeto que inventamos hace miles de años atrás y los designios astrológicos que leímos en la vieja Babilonia, he venido aquí a buscar a los escribas, a los alfareros, a los sumos sacerdotes. Y todo lo que he encontrado hasta ahora son luminosas ruinas modernas, palacios de cartón piedra que se echarán abajo al primer soplo del desierto, esclavos que nunca saldrán del barrio sur, funcionarios en el casco histórico que cuidan los intereses de los patriarcas y sumos sacerdotes. Chile es el nuevo desierto, el nuevo paisaje de mi historia de imperios y caminos desafiantes. He tenido que aprender las costumbres de mis salvadores. Soy como Jemmy Button, tendré que civilizarme en las costumbres de mis inventores y tratar de ser alguien mas allá de las producciones documentales, más allá del fenómeno del transplantado a voluntad, más allá del superviviente, más allá del traidor, del exiliado, del emigrante. Hay alguien detrás, hay alguien que respira, que mira caer las bombas en la noche, que añora otro mundo, pero que conoce el suyo, que sabe que partir es el precio más alto que se puede pagar... Estoy condenado a descubrir quien soy ante vuestros ojos, ante los ojos de los teleespectadores adormecidos en el hechizo catódico de las diez de la noche.

 

Andrea
Una chica argentina. 22 años.

Atiende un café del centro vestida en forma muy provocadora.
Sin llegar al erotismo del café con piernas, es sensual.

Andrea: Buenas tardes ¿Cortado? ¿Expreso? ¿Capuchino? ¡Pero qué tímidos son estos chilenos! Hay que pedirles por favor que digan que es lo que quieren. Esta es una cafetería, ellos son los clientes, no vienen tipos trucos aquí, abogados, gerentes, oficinistas... y parecen niños tímidos en su primer día de clases. No es cuento, aquí poco menos que ya entran pidiéndote perdón, excusándose por venir a dejar su dinero por una taza de café. Y no es que tenga prejuicios, ninguno, que va. Una hace lo que tiene que hacer. Me vengo a Chile no más y que vamos a hacer si allá la cosas están como  en el peor de los tangos. Puro trámite, puro ir de aquí para allá sin esperanza. Por que era esto o vaya a saber una que pavada estaría haciendo en Argentina. Por ahí le metes ganas y sale y por ahí te quedás en medio de la calle, mirando las vidrieras, soportando la lluvia en un Buenos Aires insoportablemente húmedo que parece ignorarte, que parece decirte vamos, chica, pasa de largo, no hay más, se acabaron las plazas, se completó el llamado, no hay más guita. Eso le dijeron en el banco a los viejos que había ahorrado su sangre y ahí nos fuimos un poco al tarro todos juntos. Si hasta psicólogos, chefs, futbolistas, todos quieren salir de la Argentina. ¿Y qué va a hacer una? Aquí al menos tengo un trabajo y voy tirando. Nada más. No hay derecho a nada más. Una vez tomé una bicicleta y salí de la ciudad, lejos, me fui, muy lejos, y al caer la tarde ya veía un poco el campo, los barrios a los que nunca voy y el sol me pegaba de frente. Sentí que si pedaleaba un poco más podría llegar a alguna parte donde hubiera gente como yo y que entre todos podríamos reconocernos y saber de ellos y de mí y compartir el recuerdo de la casa de los viejos y los abuelos que recordaban Europa y la escuela pública y las canciones que habíamos cantado a los dieciséis años y el desengaño final y las ganas de renunciar para ganar algo mejor sin saber muy bien que ni como ni cuando, así un par de pedaleos hacia un campo, una playa, doblar la esquina y ya estar ahí con los otros, aceptada, querida, sabida y sabedora de los otros y tal vez volver a la calidez de un fuego y de un café. Y comenzar algo que nos libere un poco y nos haga sentir que estamos construyendo algo, que podemos seguir un poco más lejos, con la bicicleta. Llegar. Pero pensé en mi vieja, en los libros escolares, en los bares de Avenida de Mayo, en las plazas en las que se puede tomar el sol, en las mesas que tenía que atender en el café Ferrari, que estupidez más grande, Dios mío, el colmo del mal gusto, un café Ferrari, una ropa Ferrari, calzoncillos Ferrari, tazas Ferrari, llaveros Ferrari. Mierda, todo, todo lo que se puede tener que no es un Ferrari. Y que va, la gran escapada, la velocidad a lo Fangio, ya no la saca un carro de esos. La escapada de verdad era allí, esa tarde, seguir pedaleando un poco más hasta las invisibles, pero ciertas carpas donde me estarían esperando confesiones y café cargado y la idea de que algo pasa y nos liberamos, vemos diferente y salimos de la costra de la realidad. Pero mamá y las compras en el almacén y la preocupación de los vecinos, que la ayudarían a estampar la denuncia e iniciar la búsqueda. Volví la bicicleta a casa y empecé a pedalear de vuelta a casa. Luego todo se fue al carajo en Argentina. Yo no entiendo... tanto trigo, tantas vaquitas, tanta leche, tanto de tantas cosas y el laburo lo tenés que buscar con lupa, y de tanto buscarlo llegué a Chile. A darle cafecito a los “shilenos”, a alegrarle la mañana a los abogados, a sonreírle a los cambistas y a los secretarios de comercio. En el fondo ellos lo disfrutan. Seguramente dirán ¡Qué bien estamos que hasta las argentinas nos sirven el café ahora! Y vámonos acostumbrando, Magdalena, así te viene llegando la vida, sonriendo en el cafetín a todos los clientes, sonriendo siempre. No dormida, no del cerro hasta el mar, así no más, sin llegar al sur, sin bicicleta, sonriendo a todos los clientes... sin saber cómo voy a salir de aquí, cómo volveré a recuperar mi bicicleta y el sol ocultándose y las ganas de romper con todo para llegar a algo que tenga sentido, algo que me pertenezca, algo que sea yo, aquí en la triste Santiago de Chile, allá en la ruidosa Buenos Aires, en algún lugar, algún día...


















Author Information:Sánchez, Marcelo, 1966-
Key Words:Dramas Chilenos. Dramas Chilenos. Siglo XX. Libretos. Obras en un acto

 

 

Cita:
Sánchez, Marcelo. De aquí y de allá (7 monólogos).Dramaturgia chilena contemporánea.



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