Dramaturgos / Juan Claudio Burgos  

 

 


El café de los indocumentados

de Juan Claudio Burgos

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Uno
(Continuación)... Uno
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Monólogo de una mujer. En un acto, un cuadro. con intervenciones menores de una bandita de ancianos borrachos, de un muchacho que apenas habla y que se mueve nerviosamente por entre las mesas, de un hombre que no hace nada, y que interviene cuando todo va a acabar y la magistral intervención del matarife, reconviniendo al atento lector sobre las cualidades teatrales de este texto. La acción en un café.

 

 

Personajes:
Mujer
Matarife
Hombre
Muchacho


Uno

Mujer: Escucho el tango de nuevo.
A usted no le interesa.
Es un hombre inútil.
Si le pidiera que me acompañara a otro lugar, fuera de este café.
Usted no sería capaz de hacerlo.
Le pido que duerma conmigo esta noche.
No tengo a nadie con quien dormir.
Soy una perra.
Somos todos una jauría.
Matarife: Son chicos que se pelean como perros.
Como patas de perros.
Se pelean a mordiscos.
Los ve.
Los ve.
Se pelean los guiñapos de carne.
Están acostumbrados.
Lo hacen todas las noches.
Lo hacen debajo del agua.
Mientras llueve.
Mujer: Puede tomar diecisiete varillas y golpearlos.
Van a escapar.
Huyen de los golpes.
No quieren ser golpeados por un extraño.
Las madres son las únicas autorizadas para golpearlos.
Los niños regañan cuando un extraño los golpea.
Puede probar.
De seguro van a salir corriendo.
Son chicos fieros.
Criados en la calle, no saben otra cosa que golpearse unos a otros.
Como quiltros, ve a los chicos como se revuelcan en la calle.
Todavía llueve.
Ellos no se dan cuenta de que todavía llueve.
Usted puede salir y traerlos aquí dentro.
La música les gusta.
Es su salvador.
Después de golpearlos puede traerlos y meterlos en la tinaja.
Echarles agua caliente y bañarlos.
No se atreve.
Les parecen animalillos.
No quiere pasar sus manos de hombre de libros sobre sus lomitos hinchados de tanta golpiza.
Usted no es un apóstol.
Nos ha engañado todo el tiempo.
Es un simple hombre.
Cobarde como todos.
Que no puede hacer nada para cambiar este estado de cosas.
Es un hombre inútil.
No me sirve en la cama.
No me hace ver estrellas.
Ni recoge niños moribundos de las calles.
Matarife: Van a llegar los soldados y van a barrer como estiércol a los moribundos.
¿Va a dejar que sean golpeados por los soldados?
¿Que se los lleven a sus tiendas?
Los soldados son verdaderos toros, perros carniceros.
Que no miran donde colocan su sexo con tal de saciar su apetito.
Estos niños que usted no quiere salvar van a terminar en un bar como este.
Mujer: No es un apóstol, señor.
No saca nada con predicar.
Si la palabra se le vuelve arena en el desierto.
Mejor váyase y déjenos solos.

El hombre se va. Deja de leer el diario. Pega un vistazo a la orquesta de ancianos que siguen tocando como si estuvieran en su mejor día. La mujer ya no lo mira. Ha rechazado colaborar. No puede seguir conversando con un hombre que no es capaz de salvar niños. Llueve. Llueve ahora más fuerte. La calamina grita fuerte. El ruido no impide que la mujer insulte al hombre. Los insultos rompen la lluvia.

Mujer: Esos chiquillos los parí yo. Son de los ancianos, de los soldados que se acuestan con las mujeres en la playa, de los que van a desovar como lobos marinos. Tienen los ojos de su madre.
Las manos de su madre.
Usted viene a reclamar por cada uno de ellos.
Usted no sabe.
Yo tenía que despertar en otro lado.
No aquí.
Aquí no puedo despertar.
Me tuvo que levantar borracha del callejón y me trajo a este bar.
Esto va en contra de su costumbre.
Usted es un hombre educado.
No recoge borrachas de callejones.
Puedo ser puta.
Una mujer para cada uno de esos chiquillos que usted ve golpeándose allá afuera.
Una puta.
La mama puta que les da leche.
Que los alimenta.
Me aburren los borrachos.
Esta ciudad está llena de borrachos.
Como quiere que lo distinga entre tanto borracho.
Colóquese algo en la cabeza.
Un sombrero de pana.
Va a empezar a llover muy fuerte.
Un pedazo de nylon.
Tengo un plástico que le puede servir.
Tiene que interrogarlos.
Les puede preguntar.
No le van a decir nada.
No es que estén mudos.
No les interesa hablar.
No hablan con extraños.
Ni siquiera le dirigen la palabra a sus maestros.
Mudos en la clase sentados en sus pupitres.
No le van a servir de mucho.
Hablan entre ellos.
No hablan con extraños.
No les interesa hablar con extraños.
¿Mi nombre?
¿Quiere que se lo diga?

La mujer no dice nada. La mujer insiste en no revelar el nombre.

Mujer: Por qué trae ropas que no quiero ponerme.
Debo encajar este anillo, señor.
Me tengo que poner esta falda.
Quiere que me desvista.
Estoy en otro lado.
Estoy vistiéndome como este hombre pide.
Me estoy sacando la ropa.
Como este hombre me lo pide.
Y me lo pide de una forma que no puedo rechazar.
No.
No.
No.
No sé nada.
No soy la madre.
Ni la amante.
Ni la puta.
Ni la concubina.
Los chicos de afuera gritan porque estamos en guerra.
Porque los soldados los golpean.
Porque se resisten al ataque de los hombres.
Porque defienden sus cuerpos.
No.
No.
No soportaría dormir conmigo.
El olor de mi cuerpo.
Tengo el hígado consumido.
Apenas tengo dientes.
Tengo la boca negra de tabaco.
Por qué habría de buscar a una mujer como yo.
No soy digna.
No soy digna de que entres en mi cuerpo.
No soy digna.
¿Puede entender eso?
El motivo de no ser digna
Está en los libros de los padres de la iglesia.
Es un tema antiguo.
¿De verdad no entiende?
Porque tuvo que traerme aquí.
Este es otro lugar, cierto.
Es repetido, con la misma gente.
Con el mismo color de las paredes.
¿Pero es otro lugar, cierto?
Usted tiene dinero.
Esos ancianos reciben buena paga.
El hombre del mesón, El muchacho de la bandeja.
Por qué no derrocha su fortuna en otros caprichos.
Parece que ya no llueve.
Puede esperar que las nubes dejen ver el cielo.
Usted tiene tiempo para esperar el despeje, cierto.
Hace días que no veo el cielo, señor.
Hace tres años que no veo cielo.
Hace mil días que no veo cielo.
Tachonado de Joquerjanter.
El palacio bombardeado.
Puro color metal de avión en el cielo.
Todo nublado.
Todo cerrado.
El cielo bajo.
Tocándome la nuca.
Los chicos afuera ya no pelean.
No hacen nada por seguir golpeándose.
Están más tranquilos.
Casi duermen.
Los ve dormir.
Lo hacen despacio.
No pueden seguir durmiendo.
Usted tiene que despertarlos.
¿Puede?

Entrada monumental del matarife. Se descorre el tupido velo. Se abren los cielos. Trompetas y coros celestes anuncian su llegada. El matarife afila su cuchillo.

Matarife: Este es un mes terrible, señor.
Para todos.
Para el carnicero.
Para los muchachos de la bandita.
Sí, Señor.
Usted viene a salvarnos.
Viene a pagarnos buen dinero.
Debo venir con mi número, ahora.
El lugar del carnicero.
El carnicero, degüella, chicos.
El sargento me puede ayudar a sujetar el cuerpo sobre la mesa.
Lo podemos amarrar si quiere señor.
Le atamos brazos.
Piernas.
La cabeza se la dejamos colgando para que no vea como sangra el cuerpo.
La incisión desde aquí, hasta aquí.
Le parece correcto que el cuchillo vaya de canto sobre la piel.
Tenemos bastantes.
Afuera hay un lote que se pelean de lo lindo.
Es cosa de estirar la mano y va a caer uno muy luego, señor.
Ofrecerles monedas.
Y verá como los niños van cayendo.
Uno detrás de otro.
Los puede tomar.
Se puede acercar y tomar a uno de ellos.
Son suaves.
Son niños de pluma.
¿Se atreve a tomarlos?
¿O está muy viejo para retozar con uno de ellos?
Sí. Son mansos.
Como perros mansos.
Son como ovejas.
Aquí no aparecen zarzas ardiendo, ni corderos tímidos entremedios de los montes.
Se puede matar tranquilo.
Sin escuchar voces del cielo,
Ni nubes que se abren, ni voces que caen.
Nada.
Aquí no hay Juanas para llevar a la hoguera.
Nada, señor.
No se quejan, ni chistan.
Les gusta que el sargento los coja de la cintura.
Los tiene acostumbrados.
El sargento le soba el lomo para que se amansen, señor.
Usted elija.

Se abren las cortinas bermejas, del retablo bermejo. Aparecen carnes colgadas en ganchos. Entra un muchacho, de la calle, desde donde hace unos minutos llovía. El matarife deslonja al muchacho. El muchacho no chilla. El muchacho es sólo un becerro. La mujer calla. Sólo bebe café. El hombre no dice ni hace nada.

Matarife: Introduzco el recitado.
Le muestro un trozo pequeño.
No soy un experto.
El nervio de la escena.
Todo anotado.
Lo puede revisar.
Si algo ofende lo puede borrar.
No tenga compasión.
No sufro.
Cuando me cortan una palabra, no sufro.

El matarife baila con el muchacho. La orquesta de los ancianos acompañan con un pianísimo las evoluciones del baile. Interpretan a Borges, un tango de Borges.

Matarife: ¿Lo hago bien, no cree?
¿Lo de las golondrinas y lo de la dulce fragancia y lo demás?
Es mejor.
Escucha cómo se va desarrollando la historia.
Y se agrega y sigue y sigue, es el mismo cuento siempre.
La misma historia triste.
El pasaje triste.
Un metaforón que no se aguanta.
¿No escucha?
Pida que lo toquen fuerte.
Con arrebato.
Los muchachos entienden.

Los borrachos de la orquesta entienden y obedecen.

Mujer: Si atiende va a lagrimear.
Mejor no lo haga.
Escúcheme.
¿Quiere lagrimear con el tango?
Gardel canta para tenderse a llorar.
Lo de las madreselvas y todo ese asunto es demasiado triste.
Hay que tenderse a llorar.
Le molesta que mis lágrimas le mojen su traje.
Su solapa.
Su clavel en la solapa.
Esa música daña.
Hoy ya no se puede llorar con un tango como antes.
Es demasiado hablar con usted y tener esa música de fondo.

Los borrachos entienden y obedecen. Conversan. Encienden cigarrillos. Fuman. El saloncito se llena de humo. La mujer apenas se ve en la penumbra humosa del bar... Sólo sigue el recitado el soldado carnicero, con el muchacho bailando en medio de la pista.

Matarife: Yo quisiera ser flor.
Las flores mienten.
Los pétalos no alientan.
No le puedo hablar de amor.
Si yo fuera de verdad una flor ¿Usted sería otra flor?
¿Se atreve a ser una flor?
Yo soy apenas un clavel.

Las cortinas se cierran muy lento, como en un teatrito de marionetas. El espectáculo desaparece. La sangre de neón desaparece. Los ancianos duermen sobre sus bandoneones, violines, pianos y panderetas.

Mujer: Puede sacar a otra mujer.
Yo no.
Soy decente.
No soy una puta.
Una ramera, ¿no?
Ha leído como llaman a las putas en los libros.
Benditas salamandras.
No, no aparece en ningún libro.
No se dé el trabajo de buscarlo.
Ni Cervantes ni ningún otro las llamó así.
Dije Cervantes por decir algo.
No tengo otro nombre en la cabeza.
Ni siquiera lo conozco.
Nunca he leído nada de él.
Porque lo escuché en la calle.
Porque fue lo único que se me quedó de cuando el colegio.
No crea que soy una mujer erudita.
Soy analfabeta.
Analfabeta.
No le sirvo.
Todo lo mío es inventado.
No me escuche por favor.
El salón es grande.
Váyase.
Le puedo bailar ahora mismo sobre la mesa.
Para que me vea el sexo entre las piernas.
Pero no lo hago.
No me gusta que se rían de mi sexo.
Tiene lugar donde llevarme.
Esta es una ciudad cara.
Prefiero dormir aquí.
Soy habitual.
Me está permitido entrar y dormirme sobre una mesa.
Quiero dormitar.
Déje de hablarme, ¿quiere?
¿Puedo sobre la mesa?
Ellos cierran todo.
Cierran la trastienda.
Echan a los últimos borrachos.
Me tienden sobre una mesa.
Quiero dormitar sobre una mesa.
¿Puedo?
Como si fuera una puta muerta.
Me abren las piernas y uno detrás de otro me van montando.
Duermo.

Una hilera de borrachos se mueve por entre las mesas. Hablan temas de borrachos. Se piropean unos a otros. Se abrazan. Se besan. Caminan abrazados por todo el local. Hacen estos juegos hasta quedar tendidos sobre el cuarto. Duermen como borrachos. No tocan ni le hacen nada a la mujer. Ni siquiera la miran. Se mueven como si la mujer no existiera.

Mujer: Creo que sueño esto que me pasa.
No es sueño, ¿verdad?
La vida aquí no es sueño, ¿verdad?
Pero por qué no dice nada.
Por qué se queda callado.
Necesito darle argumentos para que me defienda.
Este lugar va a ser allanado.
Es un garito.
Se trafica.
Se venden cuerpos.
A los chicos se los trae engañados.
Caen en el cebo como peces.
Como liebres.
Detrás de las cortinas están los frigoríficos.
Donde esconden a los muertos.
Es el último bastión del régimen.
Yo vengo porque es costumbre.
No me queda otro lugar a donde ir en esta ciudad que se pudre.
Venir acá pese a todo es poético.
¿No cree usted?
Poético.

Segunda intervención del matarife. No sabe hablar. Ronca. Intenta hablar. No puede. La mujer, el hombre y los borrachos sólo escuchan.

Matarife: La señorita me pide los que se puedan comer. No estamos dispuestos los hombres a sacrificar con el chuchico, couchilo, la sangre caliente. Que deben traer la cebollas, donde se puede colocar para que caiga la carne, la sangre después de degollar, la vena ahorta, ¿la vena cava del ainimal? sacrificio entero esta noche, todo dicho de un momento a otro, sin dejar tiempo siquiera para prepararse. Señorita, si no sale, el vestido se le va a escurrir de sangre del animal. Que le tengo que enterrar el couchilo en plena vena, esto es un verso señorita, lo entiende, lo entiende, ¿lo entinede lo entiende? Que bueno que me entiendan en esta vida. No hay nada mejor que lo entiendan a uno, ¿no cree señorita que es un privilegio saberse entendido por alguien? La señorita es alma buena, no la vendan, su alma de porcelana, soy poético, soy medio melancolíci, vengo de Italia, de la zona de la baja Italia, me disprecian porque no tengo otro oficio que matar vacas, que matar toros, que matar burros, que matar gallinas, que matar la sangre con los congelados, coagulados en el sartén, donde se van cocinando las menudencias, tengo que salir y dormir un poco para poder descansar un poco, estamos listos para que nos interroguen cuando lleguen los señores policías, que van a entrar por esa puerta, cierren los refrigerados, los muchachos son obenidentes los cierran, se meten ellos, los borrachos entienden que si quedan dentro de los refigeres se van derechito para arriba, los que me ayudan son hombres buenos, que no saben, que llegaron a este mundo, que están en este mundo, yo les ayudo, en lo que puedo. le ayudo a subir las presas, a colgarlos en los canchos, donde la carne entre de un viaje, cuando lleva muerta la carne como una semana, se pone dura, tenemos que con picos, que con palas molerla primero, machacarla primero y después meterle dos ganchos, no tres ganchos, a presión así,¿ve? Con toda la fuerza, pa' que quepan, ¿cierto? que quepan, que caben muy bien, los ganchos, los hombrecitos me ayudan con los trocitos que van quedando bien enganchados y los metemos libres de polvo y paja en les refrígeres, donde esperan por años hasta que los llevemos los mismos que los trajimos, para la escalopa, para la punta picana, para la mesa de la señorita y del caballero.

Segunda salida del matarife por entremedio de las cortinas bermejas del teatrito de títeres.

Mujer: Guarida de delincuentes.
Todo cubierto con cortinas bermejas.
¿Cómo se puede uno defender aquí?
Tiene cómo explicármelo.
Usted es un extranjero.
Está horrorizado.
Es normal.
No se asuste.
Lo del muchacho y el matarife es lo de siempre.
No se preocupe.
Son el número habitual.
El matarife nunca llega a hacerle daño al muchacho.
Sus temblequeos son parte de la función.
El muchacho no puede hacer otra cosa que temblequear.
Lo hace bien.
¿No cree usted?

La cortina se descorre. Todo se descorre. Están bajo la lluvia. Llueve copiosamente. Y la mujer empapada sigue hablando.

Mujer: Ahora el hombre interpreta a Gardel.
¿Lo ha escuchado cantar alguna vez?
Empiezan los violines.
Muy bajos los violines.
Luego viene la voz muy suave.
¿Se ha dado cuenta lo triste que son las historias de los tangos de Gardel?
Muy, muy tristes.
¿No será un exceso?
Es un exceso tanta tristeza junta.
¿No cree?
¿No cree?
Ahora las guitarras.
Acompañan la voz de Gardel.
Pupilas de extraño mirar.
Cuando lo dice habla de las luces.
Montmartre.
Gardel exiliado en Montmartre.
Aquí en el barrio de los artistas se acuerda de buenos aires.
Es un lindo juego.
Es un lindo juego el del exiliado político, pobre y sin posibilidad de regreso.
Diez años exilado en parís.
La historia del Argentino exilado en París sin posibilidad de volver a Buenos Aires.
No me encuentra un aire bonaerense.
Todo lo que le digo puede ser bonaerense.
Soy una chica.
No en verdad soy una mujer.
Una mujer ya vieja.
Una mujer vieja.
Sí.
Sirvo sólo para escribir.
Haga conmigo una historia.
No le voy a servir de otra cosa.
¿Entendió?
¿Entendió?
¿Entendió?
¿Entendió?

El hombre le dice algo al oído a la mujer. El muchacho sirve los cafés nuevamente. La mujer sonríe con lo que escucha. El muchacho pone azúcar en los cafés. El hombre explora las piernas de la mujer con sus manos. El muchacho levanta la bandeja de la mesa y sale. La mujer ríe. La mujer no sabe más que reír. El hombre explora el sexo de la mujer con sus dedos. El muchacho ya no está presente. El muchacho es una ausencia en los ojos de la mujer. La mujer ríe. Su risa quiebra espejos. El hombre le dice groserías a la mujer y ella sólo ríe. No sabe qué otra cosa hacer más que reír. Bailan al compás de un tango de Gardel. Gardel canta. Canta como si alguien lo sacara de la tumba. La mujer y el hombre fecundan mientras bailan tango.

Mujer: ¿Lo escucha?
Es capaz de anotar la letra.
Hágalo en la servilleta.
El tango es poesía pura.
Lo del clavel del aire.
Que lindo poema.
No, por favor.
No.
No me saque.
No. Por favor, no.
No sé bailar.
No puedo bailar.
Aquí no puedo bailar. En otro lugar quizás.
Cuando yo te vuelva a ver.
No habrá más pena ni olvido.
Frases premonitorias.
Como si supiera que iba a morir en un accidente.
Fue una corazonada.
Mejor vamos de aquí.
Los recuerdos van pasando en caravana.

El muchacho le dice algo. Habla. Lo hace como la mujer. Parecen de la misma raza. El hombre sólo mira. O lee el diario o lo que quieran ver que hace. El hombre por ahora no importa. Lo pueden ignorar. La mujer es forzada a pagar. El muchacho le exige dinero. La mujer no responde nada. No hace nada por convencer al muchacho que no puede pagar la taza de café. En la acción no interviene el hombre. Nadie interviene. Sólo observa la disputa entre la mujer y el muchacho.

Mujer: Nada. Nada.
Cómo voy a pagar esta taza de café.
No puedo pagar nada.
No puedo pagar nada.
No puedo pagar nada.
No puedo pagar nada.
¿Quiere que se lo repita mil veces?
Revíseme los bolsillos.
Regístreme la cartera.
No tengo dinero.
Soy de los que no tienen pan ni pedazo.
Podría pasar por mendigo.
Tendría que estirar mi brazo y pedir,
Para pasar por mendigo.
Usted no me cree.
Si no me cree no siga escuchando.
Váyase.
Déjeme sola.
Me va ayudar a que el café se me enfríe.
El muchacho va a servirme otro café.
Voy a poder dormir.
Necesito dormir un poco.
Llueve afuera y no puedo salir.
No me queda otra alternativa.
No puedo mendigar bajo esta lluvia.
Dígame qué quiere hacer.
Dígamelo.
No se atreve.
Me quiere llevar a su casa.
Vive cerca.
No importa.
Si no se paga esto, el chico comprende.
Me quiere llevar.
Salgamos ahora que no llueve.

Comienza una fuerte lluvia. La música se intensifica. Gardel se destroza la garganta cantando. El muchacho sale a la lluvia. El hombre besa a la mujer. Todo esto no sucede o parece no suceder. Sólo queda en la lluvia la voz de Gardel. Y las dos figuras del hombre y de la mujer.

Mujer: Tomo mi cartera.
Saco mis guantes.
Yo uso guantes, ¿cartera?
Enciendo un cigarrillo.
Eso sí.
El cigarrillo me va a matar un día.
Tengo que dejar de fumar.
No puedo dejar de matarme con el cigarrillo.
Es bello.
Es el hombre más bello que he visto en el mundo.
Otra frase hecha.
Otra vez la misma forma de hablar que me cansa.
¿De dónde eres?.
¿Qué haces?
Debía colocarle acento a las palabras.
Mis sienes plateadas.
Es bello.
Otro cigarrillo.
El cigarrillo me va a matar.
No, no puedo.
Voy a dejarlo en vergüenza.
No sé moverme.
No puedo moverme aquí.
No sé moverme.
Mejor dejémoslo.
Estoy cansada.
Siéntese.
Sírvase algo.
Lo que quiera.
Yo prefiero tomar un café.
Sí. Un café.
No. Dos cafés.
Escuche.
Muy suave todo.
No vuelva de nuevo, por favor.
No puedo bailar.
No tengo gracia.
Es verdad, no tengo gracia.
No tengo sentido del ritmo.
Eso es. Sí. Es eso.
No hay sentido del ritmo en el cuerpo.
En mi cabeza no hay sentido del ritmo.
Le queda claro.
Se lo puedo repetir de nuevo hasta que me entienda.
Tengo tiempo para explicar.
Por favor, no insista.
Si aquí no baila nadie.
No es un lugar para bailar.
Pierde el tiempo.
No sé bailar.
No sé bailar.
No puedo hacerlo.
Entiende que no puedo mover un dedo.
En este lugar no puedo moverme ni un centímetro.
Me tienen vigilada.
No. Después le explico.
Ahora no puedo.
Sólo me interesa la música.
Soy una melómana enfurecida, frenética.
A usted no le gusta la música.
Le parece un arte de borrachos.
No le gusta escuchar música.
A mí sí.
Bailar nunca.
Otros lo hacen mejor que yo.
Esa es la razón.
Yo no sé bailar.
Se lo puedo repetir de nuevo.
No sé bailar.
No sé.


(Continuación)... Uno

La mujer sólo escucha. No hace más que eso. La misma mujer que no se atrevió a entrar al principio. Que se detuvo ante la puerta, que desde la vidriera empezó a desear al hombre que leía el períodico.

Mujer: No yo prefiero un té.
Yo quiero café.
No tomo más que café.
Le molesta que pida algo distinto.
Si no le parece prefiero que lo diga.
No me gusta la gente que no habla.
Es simple.
Diga no quiero té, quiero café.
O es que usted quiere salir.
Está incómodo.
No me diga que está bien.
Yo saldría.
Le gusta el parque.
Afuera debe haber un parque.
Uno como cualquiera.
Lo ve.
Sweet.
Sweet.
Sweet, sweet, sweet.
Sweet, sweet, sweet.
Sweet, sweet, sweet, sweet, sweet.
Sweet, sweet, sweet, sweet, sweet.
Sweet, sweet, sweet, sweet, sweet.
Sweet, sweet, sweet, sweet, sweet, sweet.
Love sweet.
Love sweet.
Sweet lady.
Dream sweet.
No juego con la cucharilla.
Es por enfriar el café, el té.
El té no se enfría.
Quiere que le limpie el poco de café que chorreó en el mantel.
El mantel pequeño.
El mantel que nos cubre.
Llevo horas, ¿sabe?
Nada trina.
En el parque quizás los pajaritos.
Quiero escuchar como trinan.
No sabe usted como trinan.
Le gusta el dinero.
Es frío que le hable del dinero.
Tengo poco dinero.
No me alcanza para cancelar el té.
Usted me podría invitar.
Un té es algo que creo que usted puede pagar.
Yo si pudiera lo haría.
Pero no tengo efectivo.
No manejo efectivo.
Me muevo con documentos.
No, no tengo documentos.
Somos indocumentados.
Un hombre y una mujer indocumentados.
Usted quiere una mujer.
Le hace falta una mujer.
Yo no soy una mujer.
Le sirvo.
Ahora tiene que aparecer el coro de ángeles.
De pequeños putis que le digan que a pesar de todo soy una mujer.
No les crea.
Esos pequeños demonios a veces engañan.
Mienten.
Prometen y no cumplen.
Escucha la sinfonía que los anuncia.
Las trompetas rotas que les abren los cielos.
Las nubes por donde van a empezar a bajar.
Son unos demonios que me muerden la cabeza.
Los tengo metidos entre los cabellos.
No son serpientes.
No son lombrices que se mueven en mi cabeza.
Son los demonios de niños que me suben y me obligan a decir lo que no quiere escuchar.
No me escuche, ¿quiere?
No puedo acompañarlo.
Quiere acostarse conmigo.
No necesito que se monte y me haga ver ángeles con su cuerpo sobre mí.
Ya no me sirve de nada lo que me ofrece.
Estoy cansada.
Muy cansada.
Sólo quiero dormir.
Déjeme dormir, quiere.
Un sueño corto.
Apenas una pestañada.
Por favor.
Por favor, señor de levita y sombrero marrón.

Uno pide té, la otra café. La mujer se justifica por haber pedido un café tan caliente. Hablan el tema de la bebida caliente. El tema de la bebida caliente es todo lo que hablan. La mujer interrumpe la conversación llamando al mozo para que le traiga un vaso da agua. El hombre le mira el rostro mientras la mujer habla con el mozo. Es una mujer bella.

Mujer: Sí, entre al barcito alemán.
Estaba lleno de estibadores.
Usted los conoce bien.
Se emborrachan y gastan todo el salario.
Golpean a sus mujeres.
Borrachos con ellas se acuestan.
Engendran borrachos.
Las mujeres lloran mientras los hombres las montan.
Uno se imagina que lo hacen borrachos.
Aquí no se puede hablar.
Este lugar apesta.
Está lleno de fascistas.
De viejos.
De alcohólicos.
De fascistas.
De maricones.
Aquí se planeó todo.
Lo de la bomba.
El mecanismo de relojería.
Hasta el último detalle para que estallara justo en el despegue.
Si. Sí. De ahí todo lo que usted conoce.
Claro. El tema. La premonición. Su predilección por el tema de la muerte.
De ahí el tema de mi Buenos Aires querido cuando yo te vuelva a ver.
Nunca.
No lo dejaron que volviera a su Buenos Aires.
Después vino el asesinato. Vamos a otro lugar.
Este lugar está lleno de asesinos.
Tenemos que salir antes que nos asen los demonios de cabeza blanca.
Anda en ellos la historia de que no soy una mujer decente.
Que traigo hombres a este bar.
Que trafico con hombres.
Que vivo de esto.
Mi historia parece letra de tango.
Sí. Lo sé.
Quiero que me vean con hombres.
Que piensen que soy una puta.
Soy una refugiada.
Soy además judía.
Tengo plagas.
Perdón.
Soy Magdalena.
No.
Soy la hija de Borges.
Me llamo Emma.

La mujer se defiende de su débil argumento. La mujer habla y habla defendiéndose de su argumento. El hombre sólo escucha. El hombre no entiende. Baja la vista y empieza a hojear un periódico. Y la mujer continúa hablando. Hay silencio después de cada frase. La mujer deja un anillo sobre la mesa y espera que llegue el agua. El muchacho se demora.

Mujer: El café se enfría.
¿Cuándo llega el agua?
Usted sabe si en este lugar atienden.
Hay alguien que dé servicio en en esta pocilga.
Alguien tiene que traerme un poco de agua.
El agua sirve para el café.
El agua sirve para el cansancio.
El café se puede enfriar con agua.
Meto el cansancio al agua.
Me sirve meterlo dentro.
Me ayuda a meterlo dentro.
Me ayuda.
Ya no sirve agregarle nada al café.
El café está frío.

La mujer recibe el agua y toma café. Y deja el vaso de agua sobre la mesa. No lo toca. Sólo lo mira. El hombre continúa en el periódico. La mujer empieza un monólogo del agua sobre la mesa. Los ancianos borrachos ejecutan un tango, una ranchera. Los ancianos borrachos se hacen acompañar por un coro de mujeres. Se escuchan letras de tangos y de rancheras. Son mujeres gordas y negras. Interpretan sexualmente, como mujeres habituales de un cabaret. La mujer no escucha y sigue conversando con el hombre.

Matarife: Se lo repite al hombre que hojea el periódico que la música no le sirve. Que este es un lugar donde el agua llega tarde y se entona una melodía que tampoco sirve. El hombre no responde. Toma el agua del vaso y la mujer prosigue con su monólogo. Es un monólogo interminable. Habla sólo por cinco minutos. Empieza por el tema del vaso de agua sobre la mesa. Reclama por la mala atención. Nadie viene cuando pide un poco de agua para enfriar el café, parece ser el leit motiv de su monólogo. Ella desespera pidiendo agua. No aparece nadie. El hombre cree ver un joven de poco menos veinticinco años acercarse a la mesa y traer un vaso a la mujer que grita. Los gritos de la mujer no la dejan ver al chico que se acerca a servirle un vaso de agua. Es un chico cara de funcionario. Que ha mentido pocas veces. Que está en este puesto para mantener a su familia. Que casi no tiene familia. Que con sólo su historia puede escribirse un melodrama. El hombre de la mesa intenta mirarlo. El chico rehuye la mirada. El hombre piensa en la mujer que grita por el agua. Debe ser una mujer borracha. De seguro ha entrado al café con algunas copas en el cuerpo. Una mujer en sus cabales no habla como lo está haciendo esta mujer. El hombre resuelve el misterio de la mujer creyéndola borracha. Es una mujer mal maquillada. Su boca es un borrón de lápiz labial. Sus ojos un mancha negra. El hombre la escucha pedir a gritos el agua. El tema del agua vuelve de vez en cuando al monólogo de la mujer. No le puede colocar un nombre. Cómo puede llamar a esa mujer alcohólica que grita por agua en el café de avenida Saint Jeanne. No se atreve a preguntarle por su nombre. La mujer no deja espacio en su monólogo para que nadie le pregunte nada. Afirma. Pregunta y se responde sola. Maneja bien el diálogo. Se mueve con soltura en la frase corta. Primero la supone escritora. Autora fracasada. No menciona una pista para llegar a esta conclusión. Pero hay algo en sus dedos en la manera despreocupada de tomar la taza hirviendo en café que lo hace suponer que la mujer escribe. Desarrolla el tema del agua como si fuera un relato corto. Tiene la habilidad de volver sin que el hombre se dé cuenta de la idea con que inició el relato. Ahora que lo puede escuchar mejor. Ahora que se acostumbró al ronroneo de las palabras, el hombre puede entender mejor. Reconoce nombres, lugares, palabras que tienen sentido. Piedra roja, escucha, cuenta un crimen. Es autora policial. El chico que le sirve agua debe ser tal vez su hijo. Se imagina abandonándolo en un hospicio para niños poliomielíticos. El muchacho cojea. Derrama un poco de agua sobre la mesa. Esos detalles a la mujer no le importan. La mujer tiene oídos solo para lo que dice. Tiene ojos sólo para las imágenes que van saliendo de su boca. Es una mujer egoísta. El chico la acompaña en este juego. Sólo es capaz de seguir el relato de la mujer. Escucha piedra roja como el hombre y no se inmuta. Nada. El hombre deja el diario sobre la mesa y sigue el monólogo de la mujer. Ella en verdad no ha tomado ni una copa. Ella no bebe. En algunas palabras se puede adivinar que la mujer no es alcohólica. Pero el hombre está demasiado cansado. No tiene la sensibilidad suficiente para descubrirlo. Ella se mueve de un modo errático. No controla sus nervios. Despierta a veces con ese desequilibrio. Viste así por gusto. Su traje malva. Su impermeable gris. Sus tacos altos. Su excesiva manía por el cigarrillo. No tiene gusto. Pudo no haber nacido mujer. El gusto se piensa algo femenino. Ella no es femenina. No sabe vestirse. No es una mujer. Lo parece, sí. Pero se comporta como un hombre borracho. No sabe. El hombre no sabe qué pensar. Es cierto está delgada. Bastaría sólo su facha para pensarla una alcohólica. Pero la mujer jura no haber bebido ni una sola copa. La mujer se jura sobria. Toma un sorbo de agua. Sigue hablando. Reclama por el café en exceso caliente. Es un agua hirviendo. Teme por su lengua. Por su boca quemada por la imprudencia de servirle un café hirviendo. Sus palabras son represalias a la atención del muchacho. Del agua pasa al tema de la mala atención en los cafés de Florencia. La historia ocurre en Florencia. La mujer lee que la historia se desarrolla en Florencia. Introduce el subtema de un modo imperceptible en el monólogo. El muchacho de veinticinco ya no escucha. El muchacho de veinticinco olvida a la mujer. Prefiere no escucharla. Está compuestamente detenido en un rincón del café. Cierra los ojos y escucha y escucha y escucha el blus de las mujeres negras. Es un tema que viene escuchando todas las noches. Se repite. Tiene una estructura simple. Una subida, un tiempo sostenido y nuevamente una subida. Sube dos veces o tres veces la línea de la melodía. Podría dibujarla. Podría dibujar el ritmo del blus. Si el muchacho fuera gentil y me trajera un trozo de papel y un lápiz. El muchacho de veinticinco prefiere la música antes que las palabras. Es una opinión que la mujer tiene del muchacho. No puede saber con certeza si es así o no. Ella sólo escucha el blus y ve al muchacho en el rincón. Sólo escucha lo que dice. Ahora piensa en voz alta. La música le ayuda a que los demás no escuchen todo lo que dice. Qué dirá esa mujer. Ella mueve la boca. Está conversando con el hombre del periódico. Pero no se miran. La mujer habla sola. El muchacho del rincón está pensando. La música no dice nada. La música es muda. No tiene sentido lo que escucha. Aunque la descifra no la entiende. No logra entenderla por completo. La música parece ser barroca. Es lenta la música. Todo es lento. El humo del cigarrillo. La buena música no sirve en lugares como éste. Es un derroche de talento. Donde la gente sólo habla y habla. Ella comienza la defensa de cuerpo libre de alcohol.
Hombre: ¿Elena?
Yo me llamo Ramiro.
Mujer: ¿Ramiro?
Hombre: Si. Y el del muchacho es Tomás.
Mujer: No sé.
Hombre: Elena,
Usted es una mujer decente.
Entiende lo que digo.
Llevo horas hablando con usted.
Mujer: Me sumerjo en el lago.
Soy como Ofelia.
Son los soldados que vienen a retirar mi cuerpo del agua.
Los veo.
Veo a Horacio.
Mi padre.
Bajo el agua.
¿Es Gertrudis?
Hombre: Que quiere conmigo.
¿Debo tratarla de usted?
Mujer: Le molesta que me quede mirándolo mientras habla.
Hombre: Dígame.
No me contestó lo del trato.
¿Es importante para usted que la llame de otro modo?
Le molesta.
Diga.
Diga.
Mujer: No ve mi mano.
Soy débil.
Si.
Muy débil.
Sí.
Soy una mujer.
Una mujer.
Ha conocido mujeres.
Le parezco una.
Si.
Cierto.
No hable.
No diga nada.
Quiero verlo en silencio.
Hombre: ¿Me explica la historia de su anillo?
Es de plata, ¿no?
Mujer: Yo no uso joyas.
No tengo nada de metal en el cuerpo.
Nada.
Busque algo metálico en mi cuerpo.
No hay nada.
Le gusto.
Un poco, ¿no?
Le parezco extraña.
Una mujer que no lleva metales sobre el cuerpo, ¿le parece extraño?
Cree que lo engaño.
Hombre: No.
Mujer: No diga nada.
Me gusta verlo cuando no tiene qué palabra decir.
Si.
Es cierto.
No me gusta la bisutería.
Nada.
Nada.
Guardo este anillo.
Lo puede sostener un poco.
Le gusta la piedra.
Es jade.
Conoce el jade.
No.
No es un bruto.
Acierta con frases ingeniosas.
Si.
Es un hombre ingenioso.
Yo no.
No.
No soy ingeniosa.
Nada.
El ingenio es fácil.
Le parece, ¿no?
No me mire más cuando me vea de nuevo por la calle.
Nunca más.
Me quiere tocar.
¿Sabe cómo me gustaría que me tocara?
Le enseño.
No.
Si sé que usted sabe.
Que tiene de donde aprender a tocar a una mujer.
Usted es un hombre ¿no?
No me ha dicho su nombre.
Si.
Ése es el mío.
Le gusta.
Suena bien.
A ver.
Dígame el suyo.
Invente uno.
El mío es verdadero.
Sí.
En parte.
Ve que puede.
Suena bien.
Como el mío.
Tenemos nombres que suenan bien.
Los puede escribir en este papel.
El mío y el suyo.
Es agresivo escribirlo de ese modo.
¿No cree?
Sabía que mi padre era un alcohólico.
Sí.
No.
Usted no tiene porqué saber.
Es una pregunta tonta.
Sí, ¿no?
Usted es hijo de padres alcohólicos.
No hable, si no quiere.
Ve esa mancha.
Si.
La puede tocar.
Voy a contarle la historia de la hija golpeada por el padre alcohólico.
Le parece una historia fácil, de folletín.
No escuche, entonces.
Uno tiene derecho a hablar.
Usted tiene derecho a taparse los oídos.
¿Escucha algo de lo que digo?
No.
Nada.
Sí.
Me mira como si no escuchara.
Está bien.
No me molesta.
Usted cree que me acerqué a su mesa para conquistarlo.
Esto es un bar, cierto.
No.
Sólo un lugar donde uno puede tomar algo.
Bar es una palabra grande.
Cómoda.
Me dice que me estoy volviendo como mi padre.
Que empiezo a tomar más de la cuenta.
No tiene derecho a decirme lo que debo hacer.
Eso yo lo escuché antes.
No.
La frase que dije recién.
Nadie tiene derecho sobre nada.
Sobre nada.
Sí.
Me acerqué porque quería mirarlo.
Le parece un delito.
Usted no se molesta.
Sí.
Se molesta porque lo quiero mirar.
No puedo llamarlo por su nombre.
Es un nombre inventado, cierto.
El mío también.
Quiero irme a la cama con usted.
Es una proposición ruda.
Soy una mujer ruda, entonces.
No.
Me veo débil.
Sí.
Lo persigo.
Siente que lo persigo.
Que voy pisándole los talones.
Se equivoca.
Perdón.
Te equivocas.
Me suena extraño hablar así.
No somos jóvenes.
No puedo tutearlo.
No.
Usted no es viejo,
Pero no puedo.
¿Lo seduce una mujer mayor?
Cierto,¿si?
No tengo experiencia.
Nada.
Usted es joven.
Usted no se acostaría con una mujer mayor.
Tengo cerca de cincuenta.
Quiero acostarme con usted.
Es poco decente proponerlo de este modo.
Cómo quiere que se lo diga.
No puedo adornar las palabras.
Es simple lo que quiero.
Vamos a la cama.
Tengo sueño.
Ironía pura.
Hablar que tengo sueño y después seducirlo.
Pero no lo diga así.
Habla con frases hechas.
Le gusta hablar con frases hechas.
Me parece repugnante.
Repugnante.
Usted es un hombre repugnante.
Pero me interesa.
Acabe su café y partamos.
Este lugar apesta a borrachos.

Epílogo uno donde se intercala la confesión de la mujer

Mujer: Soy una mujer joven.
Me acosté con el hombre que ven muerto.
Escribo cuentos.
Soy profesora primaria.
Trabajé tiempo en la sierra.
Leo a Borges
Mi nombre es Emma.
Trabajo en una fábrica.
Enseño a los obreros.
Soy judía.
Vivo en un cuartito de alquiler.
Dormí con este hombre durante las dos últimas semanas.
Llevo catorce días con este hombre en mi cama.
Engañé a la casera.
Nadie me vio entrar con él.
¿Les parezco convincente?
Voy a mis maletas.
Quiero salir de lima.
Las cartas de rigor.
Están sobre el velador.
Sí. Las dejo sobre el cuerpo.
Mi padre huyó de la segunda guerra.
Mi padre era un cobarde.
Mi padre se emborrachaba en un barcito alemán con otros veteranos de la segunda guerra.
Terminó inválido.
El alcohol le quemó los sesos.
Yo odié a mi padre.
Me encerró en colegios.
No.
Me eduqué en colegios.
No.
Mi infancia no es triste.
Si.
Es muy triste.
Aprendí cosas que no me sirven.
Nadie me enseñó a cargar esta pistola.
Nadie.
Nadie.
¿Le enseñan a alguien a jalar del gatillo?
El modo de empuñar una pistola.
De clavar un cuchillo.
A nadie.
Mi padre me enseño a aprender con la luz apagada.
Me encierro en el colegio.
Leo.
Leo.
No tengo vida privada.
Salgo del colegio llego a la fábrica.
Un empleo fácil.
Dinero fácil.
Para mantener a mi padre.
Él un inválido.
Un inválido cirrótico.
Mi historia le parece triste.
Tengo otras peores.
No le interesan.
Llevo el alimento a la boca de mi padre.
El viejo traga la comida.
Apenas ve.
Nada.
El alcohol lo enceguece.
Lo deja mudo.
Es sólo una boca.
Un intestino.
Un ano.
Una sola línea.
Un conducto periférico.
Una manguera.
No tiene cuerpo.
Se lo comió al alcohol.
Nada más.
No.
Nada.
Este hombre no es mi padre.
Mi padre es judío.
Este hombre es argentino.
No tiene sentido seguir hablando.

Epílogo dos, donde se intercala la reconvención que el matarife hace al hombre por su número de prestidigitación con el muchacho en el teatrito de cortinas bermejas.

Matarife: pero no. Usted me pregunta por el diálogo. Me dice que lo mío no es teatro. Que mi número es una falta de respeto al ancestral arte de la representación. Donde, ¿señor matarife? ¿dónde?, si aquí nadie conversa como se acostumbra. Pero no, señor. Quien le dijo a usted que aquí la gente conversa. Esto no existe. Esto es ficción. Si busca lo que ve en la calle. Mejor vaya a otro sitio. Aquí no va a encontrar nada. Váyase. Deje de leer. Bote todo esto. Si busca conversar. Tome su levita. Cálcese el sombrero. Tome el paraguas. Que afuera llueve. Llueve como nunca. Y márchese, señor.

Se desata el diluvio. la mujer entona a Gardel. El muchacho recoge las mesas. El hombre mira todo con el mismo asombro del principio y parte para no volver. Se escuchan aplausos. Celebran a Borges. Gardel calla. Borges está en medio del relato. Borges cumple cien años, mientras da la mano al dictador y escribe el cuento del laberinto.

Fin
















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