Dramaturgos / Isidora Aguirre  

 

 


Los Libertadores. Bolívar y Miranda

de Isidora Aguirre

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Primera parte
Segunda parte
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Éramos, entonces, como un pequeño género humano...
Simón Bolívar
Carta de Jamaica

Indicaciones para el montaje:

La obra tiene lugar en la costa de Colombia en 1830, año de la muerte de Simón Bolívar. Los únicos personajes “reales” son Bolívar y su ayudante, José. Este último, algo mayor que Bolívar, es más alo que él y su físico recuerda a Francisco de Miranda, ya que en su delirio Bolívar con él lo confunde. Los demás personajes, son producto de sus evocaciones, delirios y sueños.

Personajes:
Simón Bolívar: en su madurez (alrededor de 40 años)
Simón: Bolívar en su juventud.
José: su ayudante.
Francisco de Miranda: A quién Bolívar ve en José.
Manuela Saenz: amante de Bolívar
Simón Rodríguez: preceptor y gran amigo de Bolívar.
Hipólita: la esclava negra que lo crió.
El Padre Andujar: un sacerdote españo
Una Prima y La Esposa de Bolívar: ambas representadas por la misma actriz de Manuela (ya que Bolívar en sus evocaciones ve en ellas a Manuela, su gran amor.
Otros personajes: Un Hombre de negro, dos “Arpías”, jóvenes soldados, una pareja que baila, Llaneros, personajes populares. Al inicio actores serán las estatuas. “Napoleón y Humbold” son caracterizaciones de José (es decir, Bolívar ve a José como Napoleón, y como Humbold.)
Con los doblajes, la obra puede montarse con 2 actrices y 6 a 7 actores.

Escenografía: Hay en la escena varios sectores: El más amplio es el Sector Parque. Uno pequeño al fondo izquierda, de ese sector, representa “Sector prisión,(lo que Bolívar cree ver en su delirio, donde hay dos o tres barrotes simbólicos. A quién ve en la prisión es a José, con una peluca blanca y sin la casaca de ayudante caracterizando a Francisco de Miranda) A la derecha, en altura, “Sector Dormitorio, pequeño, con cama al fondo, trucada o simbólica, y una mecedora, (practicable). Más alto, extensa, una tarima, Sector Recuerdos, donde tienen lugar sus evocaciones. Importa la extensión de los sectores, “parque y tarima de los recuerdos", que pueden estar comunicados,

Nota: Los versos para la canción llanera están tomados de un poema venezolano.


 


 


 


Primera parte

Luz blanquecina, ambiente irreal en el Espacio Parque, donde se ven en esa luz que simula niebla, cuatro estatuas. (Son actores ataviados como estatuas. Llevan capas y máscaras grises, polvorientas). Estatuas, de pié, sobre cubos bajos. Al fondo un telón donde hay siluetas de otras estatuas pintadas. En primer plano están las “estatuas” de Bolívar, la de San Martín, y un personaje no identificado. Al fondo está la estatua del Mariscal Sucre.

Se escucha murmurar a las estatuas: “Al ataque... avanzad, mis valientes... Vencer o morir... A vosotros os cupo la gloria...

Un silencio

Estatua Bolívar: Soldados del ejército de la Gran Colombia, vais a completar la más grande hazaña que... la más grande hazaña que... ¡Caray...!
Estatua 1: ¡Gloria al general Bolívar, libertador de América!
Estatua Bolívar: (Indica a su derecha). Diga más bien, gloria al general San Martín y su gesta libertaria...
Estatua San Martín: Gesta que debí abandonar, luego de nuestra entrevista secreta en Guayaquil, general Bolívar... (Baja de su pedestal)
Estatua Bolívar: (Baja a su vez) ¿Acaso me culpa a mí, San Martín?
Estatua San Martín: ¡En el Perú no cabíamos, usted y yo!
Estatua 1: Calma... Estatuas aquí para servir de ejemplo a las generaciones venideras.
Estatua San Martín: (Amargo) ¿Quién querrá seguir ese ejemplo?... Pocos tienen la dicha de caer en el campo de batalla con el grito de “vencer o morir” en la boca. Morimos entristecidos en el destierro, o expuestos a un fusilamiento.
Estatua Sucre: (Bajando)... ¡o al asesinato!

Avanza hacia Estatua. De Bolívar, y abriendo su capa deja ver en su pecho una mancha roja.

Estatua Bolívar: ¡Mariscal Sucre!, ¡mi amado lugarteniente!
Estatua Sucre: Excelencia, los últimos acontecimientos me llenan de congoja... Sus generales se han alzado con el mando: Páez en Venezuela, Santander en Bogotá... En Perú y Bolivia ya no desean de nuestra presencia. Circula un dicho infame: “Sólo habrá libertad para los pueblos cuando desaparezcan los Libertadores!” (Pausa). Partí a Quito, a cumplir la misión que Vuestra Excelencia me encomendara... Al llegar a la encrucijada de Berruecos, ¡fui víctima de un criminal atentado!. ¡A usted, mi general, y a sus sueños de unir las Américas quisieron asesinar en mi persona!
Estatua Bolívar: Sucre, mi honrado y valiente Sucre... ¡troncharon su vida cuando aún podía dar tan bellos frutos!. (Sucre sale de escena retrocediendo, lentamente)
Estatua 1: (Indicando estatua Bolívar). He aquí un árbol que dio frutos en abundancia: cuando su patria se cansaba de luchar por la libertad, ¡él no se cansó!. ¡Viva el Libertador Bolívar!
Estatua Bolívar: Basta. (Se quita la máscara y la capa y se sienta sobre el cubo: pedestal) Venezuela se cansaba. Colombia, Perú, Bolivia se cansaban. ¡América se cansaba!. ¿Acaso yo no? De eso, de cansancio me estoy muriendo...

Se oye el cantar de los pájaros matinales y cambia la luz, atmósfera de amanecida... Mientras las estatuas con gestos friolentos se envuelven en sus capaz y se van retirandocon sus cubos a cuesta, al fondo se ve cruzar la escena a Manuela Sáenz con su uniforme de ofíciala. Bolívar va hacia ella, tendiendo sus brazos.

Bolívar: Manuela... ¡mi amor!... (Ella sale de escena sin haberlo visto). ¿Por qué no has venido? ¡Estatua y en mi cama de morir!

Bolívar mira desorientado por este cambio, como si despertara. Va hacia su dormitorio. Y se deja caer en la mecedora. Entra en escena José, recoge al pasar la capa de estatua de Bolívar y el cubo: pedestal. Se acerca a Bolívar, saludando.

José: Buenos días, mi general.
Bolívar: José... ¡Vámonos, que de aquí nos echan!
José: ¿A dónde iríamos, su merced?. ¿A Venezuela?
Bolívar: ¡En mi patria me crucifican!. En Bogotá... ya no me quieren, vámonos de este mundo, José.
José: Aún tiene mucho que hacer en él, su Excelencia.
Bolívar: Vi una fragata en la rada...
José: (Afectuoso) Mi señor siempre se confunde al despertar. Ya dejamos el puerto de Cartagena. Seguimos en Colombia, pero estamos...
Bolívar: (Corta, Seco). En Santa Marta, lo sé, en la villa que nos presta un español, el señor Mier. Caray. Mis enemigos me abren los brazos cuando los míos me repudian. (Pausa, cierra los ojos) José, tuve un sueño...
José: (Con suave ironía) ¿Uno más, mi general?
Bolívar: No te burles. Un soñar nocturno. En aquella luz mortecina de la madrugada, cuando aún no despiertan las avecillas, las estatuas de los próceres y entre ellas, la mía repasábamos nuestras frases célebres... ¿Cómo era eso, José, que no atinaba a recordar, de Ejércitos de la Gran Colombia, vais a completar la más grande hazaña que... (Calla y lo mira)
José: “Que el cielo encomendara a los hombres”. Ayacucho y Junín.
Bolívar: (Amargo) ¿Hermosa utopía! (Pausa). José le ha traído un recipiente en que lava su rostro y, luego le pasa peine y coloca ante él un espejo. (Sigue hablando mientras peina su cabello). Vi entre las estatuas, la del recién inmolado Mariscal Sucre... Discutí con ese testarudo del General San Martín... (Melancólico, para sí) Pero “él”... no estaba.
José: ¿Don Francisco de Miranda?
Bolívar: (Con extrañeza) ¿Cómo lo sabes?
José: Su merced suele nombrarlo cuando sufre de calentura. (Saca los artículos de aseo)
Bolívar: Calentura... Fiebre pestilente: de eso murió. (Se levanta y regresa a sector Parque, el que sigue bañado en una luz matinal con niebla. Se acerca a sector Prisión, en el extremo y apoya sus manos sobre los barrotes: que también simbolizan una prisión) El aventurero genial que durmió en el lecho de Catalina de Rusia, ¡vino a morir en el jergón de una húmeda mazmorra, engrillado, devorado por las alimañas!.
José: (Acercándose con una manta) Señor, está refrescando en el parque. Regrese al lecho.
Bolívar: (Mirando hacia el jergón) General Miranda, ¡cumplí con mi deber!. De haberme quedado un solo hombre, rechazo a los oficiales traidores que se apoderaron del Fuerte. Me atrevo, lleno de vergüenza, a dirigirle estas letras, para solicitar a usted una tregua ¡no osaría mirarle a la cara luego de mi derrota! No me siento culpable, pero sí, ¡muy desdichado!... De usted, con la mayor consideración... su apasionado súbdito, Coronel Simón Bolívar.”
José: Estatua empapado de sudor. Le preparé una tizana, eso calma los delirios de la fiebre.
Bolívar: ¿Delirios...?
José: Su merced volvió a recitar aquella carta al General Miranda, luego de perder la fortaleza de Puerto Cabello.
Bolívar: (Suspira) Es que... ¡me enfurecí, José, cuando el general Miranda me envió a defender Puerto Cabello! ¡Esperaba combatir en sus filas contra el español Monteverde!. Pensé que me enviaba a esa plaza como un castigo. Sólo comprendí su importancia al perderla: Puerto Cabello era la puerta de entrada del enemigo. “Venezuela está herida en el corazón”, dicen que dijo al recibir mi parte de guerra dando cuenta de aquella pérdida. Y luego... ¡capituló!, capituló ante el invasor Monteverde. (Pausa) Él, que asombró al mundo con su coraje, en su patria... ¡¡capituló, José!!. Entonces, yo, su leal súbdito... (José lo ayuda a volver a la mecedora) Yo, su leal súbdito, como un judas... ¡lo entregué! (Se instala, agiotado, en la mecedora, enjugando el sudor de su frente).
José: Hace quince años de eso, señor. Además, por esas calumnias que corrían sobre le persona del general Miranda, pensó usted que era su deber...
Bolívar: (Cortando) ¡No me halles excusas!. ¿Quién mejor que yo lo conocía?. ¿No sabía, acaso, que era incapaz de traición o cobardía?. Fue por mi maldito apasionamiento de juventud. Tan pronto amas, como odias. Mientras más alto tienes a alguien, más bajo o sientes caer... (Pausa) “Calumnias”. Los mediocres se valen de esa arma funesta para sacar de en medio a los grandes... y ocupar su puesto.
José: “Sólo quitamos de las mordazas de las bocas para recibir injurias”
Bolívar: ¡Bien dicho, José!
José: La frase suya, mi general.
Bolívar: Ah... (Sonríe). Puedes quedártela. (Escucha, concentrado). ¿Oyes?
José: ¿Las aves marinas?
Bolívar: Graznidos de cuervo!. Parecen decir “la:ca:rra:ca... ”. “La Carraca es el nombre de su prisión en Cádiz.
José: Deje de atormentarse, señor. La situación entonces era tan confusa... Todos pensaron que la capitulación que firmó el general Miranda era un acto de cobardía.
Bolívar: (Sin escucharlo) Un hombre que sabía vivir, José. Había algo rotundo en sus actos... algo que me hacía sentirme muy... disminuido. Muy “poca cosa”. (Se burla con amargura). Lo que yo era entonces: un estúpido y engreído coronelito. ¿Pediste los pasaportes para Jamaica?
José: El médico le prohibió los viajes por mar, su merced. (Sacando del fondo del sector dormitorio un tazón, se lo tiende). Su tizana.
Bolívar: Tizanas... ¡Un general debería morir en acción!
José: Cuando se alivie de su dolencia, puede regresar a Bogotá. Hay muchos oficiales que están allá descontentos con su destierro, mi general.
Bolívar: No, José. Mi mano lleva bien la espada y muy mal el bastón de mando. Acepté altos cargos sólo para restablecer el orden, pero al apaciguarse los ánimos, yo renunciaba.
José: ¡En favor de los generales que lo enviaron al exilio!
Bolívar: (Se queda un instante pensativo, murmura). No debo volver a Bogotá...
José: Sin embargo, señor, doña Manuela parece tener en ello grandes esperanzas.
Bolívar: (Reacciona, inquieto) ¡Manuela!. ¡No debe permanecer en Bogotá agitando los ánimos!. ¿Por qué no ha venido?
José: Usted le envió un mensaje diciendo que su salud había mejorado.
Bolívar: ¡Estatua en mi “cama de morir”! ... Escribe eso. Debe ella saberlo. (Fatigado, se acomoda en la mecedora para dormir, José coloca la manta sobre sus rodillas). A Manuela, que me la traigan... (Murmura antes de dormir)... que me la traigan...

Estatua alla una luz brillante a un costado del sector Parque y entran, con fanfarrias de circo, un hombre de negro y dos grotescas mujeres, “arpías”, que ríen y agitan matracas al hablar, trayendo a Manuela montada en una armazón de caballo. Manuela viste su uniforme de ofíciala: la blancura de la tez de su rostro contrasta con el negro retinto de su larga cabellera suelta sobre sus hombros. Su actitud es hierática. Bolívar dormido, queda en penumbra, José se ha retirado.

El Hombre: ¡Aquí la tienen!. Manuela Sáenz de Thorme, quiteña, hija adulterina de un “chapetón”. Educada en un convento, del que huye, al cumplir los 17, con un oficialito español
Las arpías: Del convento al arroyo ¡muchacha escandalosa!
El Hombre: Para ocultar el pecado, su padre la casa con el agente británico de comercio, mister James Thorne. Ella continúa su relación ilícita, la madre encubre sus amoríos.
Las arpías: (Agitando unas matracas) ¡A madre puta, hija puta...!
El Hombre: Cuando el Libertador entra victorioso a la ciudad de Quito, la señora Manuel de Thorme se convierte en su amante...
Las arpías: ¡Ay... los cuernos ingleses de mister Thorne!
El Hombre: Sigue al Libertador en sus campañas. Dos veces le salva la vida: una, estando ambos en el lecho, distrae a los conspiradores con sus encantos, mientras él salta a la calle por la ventana. Desde entonces es llamada...
Las arpías: (Burlándose, al salir). ¡La Libertadora del Libertador!

Salen Hombre y Arpías llevándose a Manuela. Bolívar despierta, se dirige a José, hacia el fondo del sector dormitorio

Bolívar: ¿Dónde está?
José: (Entrando) ¿Quién, señor?
Bolívar: (Remeda, malhumorado) “Quién, señor”... Hablábamos de Manuela.
José: Así es. Le decía que doña Manuela piensa que hay en Bogotá muchos partidarios suyos, que basta que usted se presente...
Bolívar: (Cortando) ¡No quiero más sublevaciones!. “Bochinches” los llamaba Miranda. (Pausa) Además, es demasiado tarde. A los cuarenta y siete años me siento... un anciano. Decrépito.
José: Es ese mal del pulmón, señor. La tisis que se llevó a sus padres. Mala herencia le dejaron.
Bolívar: (Se queda un instante pensativo, luego con voz dulce). Mis padre no fueron el orgulloso don Vicente ni su esposa, doña Concepción... (La luz baja sobre ellos y va subiendo en la Plataforma de las Evocaciones). Por madre tuve una esclava, la Negra Hipólita. Crecí en el patio de la servidumbre. Había un granado y un samán. ¡Maravillosa madre tuve, José!. En sus pechos bebí la ternura... y la rebeldía.

La Negra Hipólita sube a la Plataforma, meciendo en sus brazos una criatura imaginaria.

Hipólita: Simón, amito Simón... fina sangre y piel oscura como la de mi negrito llorón. (Canta, acunándolo). En la Hacienda de San Mateo me aparearon como la vaca con el toro con un negro fornido ¡pa' que tuviera leche pa' usté, mi amito!. (Sonríe) Leche tengo de sobra pa los dos. Simón. Simón, fina sangre, piel oscurita... (Sale Y vuelve a entrar enseguida: ahora crea a un niño mirando y hablándole hacia lo alto). Baje, amito Simón... ¡Aguárdenlo!. Tres añitos, cabalgando en las ramas del samán. ¿Quiere que venga “Mandinga”?. Cacho y cola les crece a los niños desobedientes.

Mímica de recibir en sus brazos al niño asustado

No, no es verá. Ya, tranquilo, son cosas que dicen. (Gesto de dejar al niño en tierra) Ahora, vaya al salón grande, niño Simón. Estatua han velando a su padre. Murió el Coronel de los escudos y blasones, de la vajilla de plata y los carruajes dorados. ¡Cómo lo llora la Coronela! Y eso que yacía con ella na más de cuando en vez, pa hacerle un crío. ¡Diablo su padre, amito!. A la Tomasa y a la María Bernarda, las amarraba a un estaca pa darles con la fusta antes de hacerle sentir su hombría, pues. ¡Calla, Negra habladora! (Mira al niño imaginario con ternura). Tres añitos y me mira como si entendiera. (Mímica de tomarlo en brazos, sale)

Vuelva a entrar y corretea como jugando con el niño, ya mayor. Cae y se levanta, riendo

Sosiego, niño... Ya, déjeme... El Padre Andujar quiere hablarle, amito Simón. (Mirando haia arriba) No, pues... ¡Ya se encaramó!. Ni que fuera un mico, niño. No se puede quedar arriba de los árboles, que el Padre Andujar tiene que hablarle. Y usté, amito, no le diga malas palabras que doña Concepción ligerito lo castiga. Ahí, la oigo, que está lamentándose. (Voz de falsete imitándola) “Ay, Padre Andújar, es que ya no puedo con mi Simón Antonio de la Trinidad”... (Con temor) ¡Jesús, ahí viene!. (Se retira de prisa)

Entra el Padre Andujar. Es un rubicundo religioso español. Lo anuncia el tintinear de las muchas medallas que lleva colgando de su sotana. Busca al niño con la vista.

El Padre Andujar: Ah, ahí estás... Baja, Simón Antonio que tenemos que charlar. ¡Pardiez!. ¡Un Bolívar Palacios que no quiere oír hablar de Dios! Ven. (Da unos trotecitos como siguiendo los desplazamientos del niño en los árboles, lo que hace sonar sus medallas). ¿Qué tantas risas?. Estatuas medallas son testimonio de mi fe ante un milagro que me hizo la Santísima Virgen. ¿Qué has dicho?. ¿Que no existe la Virgen?. ¿Ni Dios?. ¡Pecador!. Repite veinte veces “Dios existe, Dios existe...” (Vuelve a desplazarse, mirando hacia arriba, siguiendo los movimientos del niño, seca el sudor de su frente). ¡Baja de una vez, pendejo! (Se santigua de prisa, murmurando). Qué palabras me haces decir. Baja, niño, que debo prepararte para tu primera comunión. ¿Me escuchas Simón Antonio?. Unirás luego tus oraciones a las nuestras para rogar por este desquiciado país... Intentan rebelarse contra el rey Carlos, esto es ¡contra Dios!. Pues Dios le habla al Rey Carlos. (Se queda escuchando lo que dice el niño). No, cretino, ¡no hablan a gritos como me tienes ahora hablando a mí. ¿Donde te fuiste?. ¡Maldito seas... (Vuelve a santiguarse) Perdóname, Señor, pero es que este niño ¡es un engendro de Satanás!

Sale. Se oye el teñido de campanas fúnebres.
Vuelve a entrar, ahora acompañado del niño que crea al hablarle.

Ha muerto tu madre, Simón Antonio. ¡Dios la reciba en su gloria!. Tendrás pues que ir a vivir con el abogado de la familia. El será tu preceptor, y tus tíos velarán por tu patrimonio. A los nueve años, el cielo te envía una dura prueban recemos para que se fortifique tu alma. (Rezando sale)

Baja la luz sobre la Plataforma sube en el espacio parque, donde vaga Bolívar. Lo sigue José:

José: No le conviene salir a la intemperie, señor...
Bolívar: Cuando la muerte nos ronda, los recuerdos más lejanos acuden a nuestra memoria, porque, José ¡estoy en mi cama de morir!. (Se aferra a os barrotes, sector prisión). La gesta libertaria está cumplida, General Miranda, pero nuestro más caro sueño. La unión de las repúblicas... (Suspira)
José: Estatua pálido, señor. Regrese al lecho. La fiebre...
Bolívar: ¡No estoy delirando!. ¿Acaso no puedo hablarle a mis fantasmas sin que me creas insano?. Mi mente está lúcida. Aún tengo muchas cosas que decirle al general Miranda. Y al mundo. (Camina en silencio, se vuelve hacia José). Estuve cerca de veinte años en el poder y ¿qué me ha quedado?. Sólo unas cuantas conclusiones ciertas: Uno, América es ingobernable. Dos, el que sirve a una revolución ¡ha arado en el mar!. Tres: hay que alejarse de este continente, pues pronto caerá en manos de títeres y tiranuelos. (Da unos pasos y dice para sí, enfático) ¡No!. No estábamos en absoluto preparados para independizarnos de España, esa madre madrastra que nos mantuvo al margen de los acontecimientos... ¡Pasamos a través de los siglos, como los ciegos entre los colores!

(Un silencio)

José: Regrese al lecho, señor
Bolívar: ¡Estatua en mi lecho!. Y tú, José, te introduces en mis sueños, repitiendo “regrese al lecho, señor”.
José: Su merced vaga por el parque, hablándole a los árboles.
Bolívar: Me dirijo a los próceres de América. (Alzando la vista) ¿Andan mal las cosas, verdad?. Es duro estar ahí, rígidos, en el bronce, mientras todo lo que intentamos construir se va al carajo. Sacrifiqué mi salud y mi fortuna... (Regresa a su mecedora en sector dormitorio, José lo sigue) José. Cuando muera, ve donde el vecino y le pies una camisa limpia.
José: (Lo mira con ternura) ¿Para qué, mi señor?
Bolívar: Para hacer mi mortaja. ¡Qué pobres nos ha dejado esta gesta!...  No volveré a Bogotá. Santander no ha de seguir humillándome. Los colombianos, sin embargo... “el pueblo colombiano”, me honró nombrándome su presidente. (Pausa) Los pueblos, José, se profesan mutuo afecto. ¿Quiénes provocan las guerras?. Sólo unos cuantos generalito ambiciosos. Escribe esto: “Que los militares sólo esgriman la espada en defensa de las garantías socales de la ciudadanía... ” Ve por papel y tinta. (Sale José)

Surge al fondo, de entre las sombras, la silueta de un hombre encorvado, sin edad, rostro poco agraciado, pero de personalidad muy atrayente

Bolívar: ¡Simón Rodríguez!. ¿Eres tú, viejo zorro?
Rodríguez: ¡El mismo! (Se abrazan efusivamente). ¡Querido tocayo y discípulo!
Bolívar: Oye... ¿no te habrás muerto y estoy viendo un fantasma?
Rodríguez: (Sonríe) Pienso sobrevivirte. Me retiré, eso sí, de la vida pública, después de vagar por estos países de tu famosa “Gran Colombia”, desasnando a la gente. Pero ¡ya no más!
Bolívar: Te conozco porfiado orejón. No sabes estarte quieto. ¿En qué andas ahora?
Rodríguez: Compré una propiedad en el norte de Chile. Instalaré una fábrica de velas de sebo. ¡Un modo de alumbrar a los que viven en la oscuridad!. Pondré un anuncio. “Luces y virtudes americanas, velas de sebo, paciencia y jabón”. (Lo mira con cariño). Amigo mío ¡qué fatigado te ves!
Bolívar: Y tú, querido maestro ¡qué envejecido!
Rodríguez: Siempre fui un viejo. Y recuerda que te llevo doce años.
Bolívar: ¿Qué edad tenías cuando me llevaste a tu casa “para desasnarme”?
Rodríguez: (Subiendo a la Plataforma, la que se ilumina). Tú tenías doce, de modo que yo... (Bolívar ha quedado en las sombras, y Rodríguez se dirige ahora al muchacho de doce años que imagina y crea con su mirada)... ¿de modo que yo?. Vamos, dilo. (Escucha) ¿Treinta y tres? Vamos, muchacho, dos números pares no suman un número impar. Verás...  (Se desanima) Dejemos las matemáticas por ahora. Tengo buenas nuevas para ti, Simón. Tus tíos me autorizan para llevarte a mi casa. ¿Dije “mi casa”?. ¡Un chiquero, una pocilga, eso es lo que es!. Una tienda de gitanos. (Se desplaza haciendo la mímica de ir presentándole a su familia). Mi hermano. Mi cuñada. Niños ¡saquen de aquí a ese mico!. Y el loro y la tortuga, caramba! (Al imaginario Simón niño a su lado). Luego te presentaré a mi esposa. No ha venido últimamente a casa, pero volverá. Le envié una nota a su amante: (Sacadle bolsillo un papel que lee): “Señor, sírvase devolverme a mi esposa, también yo la necesito para los menesteres a que usted la destina”. (Baja hacia atrás de la Plataforma y vuelve a subir en mangas de camisa, trayendo la armazón de caballo. Monta.) ¡Aquí van Simón y Simón galopando por los llanos de Aragua!. Hermosa tu hacienda, muchacho! Respira el aire puro y disfruta de la naturaleza, Simón... (Mímica de escuchar al muchacho). Te salvé de tus cárceles de pupitres y preceptores tiranos, pero no por eso debes “amarme”... Guarda ese vocablo para las hembras. (Escucha) Ah, hipócrita... te he visto derribar mulaticas entre los carrizales. ¡Sabes hacer el amor, aunque escribas “hacer” sin H, y “amor” con H! Debemos trabajar esa ortografía. (Simula cabalgar luego escucha al muchacho). Sí, estuve en el Viejo Mundo. Pronto tus tíos te enviarán a Madrid... Pero creo que te decepcionarás. El joven señorito con colleras de oro, dueño de minas y campos de añil, pasará a ser “el indiano aquel”... Bueno, pero hablemos mejor de mi gran maestro, Jean Jaques Rousseau: él piensa que el mundo anda mal y que hay que cambiarlo. Cuidado: esa palabra “cambio”, no conviene pronunciarla en voz alta. (Escucha). ¿Quién es?. ¡Rousseau es el paladín de la libertad, muchacho!. Y esa otra palabra “libertad”, ¡no has de pronunciarla en absoluto!. Unios, por gritarla, murieron en la horca. Fueron los primeros mártires de un movimiento, ¡el que ya nadie podrá detener!. (Desmonta y simula llevar al muchacho a un costado). Estatua o has de saber, Simón: el rey de España nos pone trabas en el comercio, no permite que sus colonias se entiendan entre ellas. Los criollos no tenemos derecho a ser magistrados, generales o gobernantes... ¡Pero llegará el día en que aquello se termine!. Y comience... Simón, vamos a nadar el río, esta charla me ha acalorado.

Baja la luz en la Plataforma, sube sobre Bolívar que continúa en la mecedora, José está de pie a su lado.

Bolívar: Otro gran majadero, ese Simón Rodríguez!
José: (Sonríe burlón) ¿“Otro”, su merced?
Bolívar: El otro” soy yo, José. Supieras cuánto he molestado al mundo con mis catas y proclamas, las constituciones para ordenar las nacientes repúblicas!. Gran majadero he sido. Y, ya lo ves, termino mi vida bien solo. Gracias por tu fiel compañía, José.
José: De haber vuelto a casarse, señor, hoy tendría hijos.
Bolívar: Juré no volver a casarme. ¡No sabes cómo era mi María Teresa!. Tenía apenas 16 años cuando nos conocimos en Madrid.
José: ¿Y usted?
Bolívar: Veinte. La traje a mi hacienda de San Mateo. Su salud era tan frágil, que su padres no querían dármela por esposa. (Pausa) No resistió nuestro clima bárbaro... Me sentí culpable cuando murió. ¡Cómo la amaba, José!. Nunca volví a ser tan feliz como en aquella travesía, a poco de casarnos. (Sube a la Plataforma el actor que interpreta a Bolívar en su juventud, trayendo una vela de navío que instala al centro de la plataforma, luego ayuda a subir a una joven que viste de blanco, quitasol de encaje, sombrero con un velo que oculta su rostro. Se proyectan algunos reflejos de agua.) Dos jóvenes puros que descubren las delicias del primer amor, del amor para siempre... En esa travesía conocí la dicha perfecta, José... Malo es tener luego que medir con aquella vara tus emociones y tus sentimientos. (El joven Simón le ofrece a su pareja una rosa encarnada). Era el tiempo de las rosas, José. De la belleza. No había un solo presagio de tormenta. Como si Dios, de vez en cuando, quisiera probarnos que la dicha existe.
José: ¿Cómo es su rostro?
Bolívar: Flaco, pálido, estragado por la pasión que me consumía.
José: (Con malicia) Me refería al rostro de su joven esposa.
Bolívar: Temerosa del sol y de la intemperie, siempre protegiéndose con su sombrilla (Ella baja la sombrilla). Y su rostro oculto por un velo, así quedó en mi memoria... (Ella alza el velo y le sonríe, es “Manuela”). ¡Canalla!
José. ¿Quién, su merced? (Va bajando la luz sobre la Plataforma)
Bolívar: ¡Manuela!. La muy celosa se introduce en recuerdos que no la conciernen, José... ¡He olvidado el rostro de mi María Teresa! (Calla, sumido en su melancolía)
José: (Tratando de distraerlo). ¿No intentó su merced, regresar con su esposa a Madrid al verla enfermar?
Bolívar: Lo pensé, pero no hubiera resistido el viaje. Además, mi experiencia en España no fue buena. Desde niños nos hablaban de unos reyes santos y hallé una Corte en total disolución. En casa de mi tío donde me hospedaba, vivía un tal señor Malló. El favorito de la reina María Luisa. Ella lo visitaba en su alcoba y me pedía que le alumbrara el camino. (Ahora sube Simón (Bolívar joven) a la Plataforma que sigue en semi penumbra, llevando un candelabro). Tenía la reina sus buenos años pero caminaba airosa, moviendo sus caderas y balanceando sus faldas crujientes. “Eres un chico precioso, simón Antonio” me decía, besándome en los labios. Su nariz ganchuda siempre a punto de topar con su mentón alzado. “un precioso chico, Simón Antonio”...

Simón joven deja el candelabro y trepa por la escala de cuerdas que hay al costado de la Plataforma Luz brillante sobre la Plataforma, mientras queda a oscuras el sector dormitorio. Bolívar y José se retiran por el fondo de ese sector. Bolívar joven se designa como “Simón”

Simón: (Desde arriba). ¡Padre Andujar!. ¡Padre Andujar!
Padre Andujar: (Subiendo a la Plataforma). ¿Qué hay? (Mira hacia arriba)
Simón: Vengo llegando de Madrid, Padre. Tenía usted razón: Dios le habla al rey: le ordena que componga relojes. Hay un relojero en la corte que se dedica a descomponerlos para que al rey no le falten.
Padre Andujar: Vaya hijo. Y ¿para qué piensas que le impondría Dios esa tarea?
Simón: Para calmar su nervios, Padre, mientras la reina se María Luisa se revuelca en el...
Padre Andujar: ¡Calla si va a decir una herejía! (Un silencio). ¿Se revuelva...?
Simón: En el lecho de sus favoritos. ¿No escuchó hablar de un tal Godoy, que mandaba en España más que el Rey?. ¿O de un señor Malló?
Padre Andujar: ¿Cómo te atreves a calumniar a sus Majestades?
Simón: Visite a su Rey cornudo, Padre. Y dígale que ya está bien de destinar las riquezas de sus colonias para los lujos de su Corte.
Padre Andujar: Granuja... repites las lecciones subversivas de tu preceptor ateo, ese Simón Rodríguez. Pediré a tus tíos que lo hagan encarcelar.
Simón: Ya lo hicieron, pero salió en libertad y se exiló en Europa. Donde pienso regresar cuanto antes. (El Padre se retira furioso y Simón baja por la escala de cuerdas.)

Un actor sastre sube a la Plataforma y viste a Simón con suma elegancia. Su atuendo lo hace verse algo mayor. Se retira el actor sastre y sube a la Plataforma Simón Rodríguez con una bata blanca trayendo una probeta de laboratorio

Rodríguez: ¡Simón!
Simón: ¡Simón!
(Se abrazan efusivamente)
Rodríguez: ¡Qué alegría verte!. ¿A qué viniste a París?
Simón: Pues... a agradecerte tus enseñanzas, “Maese Rousseau”.
Rodríguez: Ahora me hago llamar Robinson y me dedico a la investigación científica. (Ríe) Y deja las ironías. Te enseñé todo, salvo aquello por lo que me pagaban tus tíos: tu última carta es un modelo de cómo destrozar la lengua española. Ahora ¡el verdadero motivo de tu viaje!
Simón: (Con simulada aflicción). Me envían a distraer mi dolor.
Rodríguez: Ah. Tu viudez prematura. Un joven “indiano”, con anillo de diamantes. Te distraerán las parisina, y cuando te canses, ¡los acontecimientos!. ¿Qué opinas de Napoleón!
Simón: Su genio irradia sobre el universo, pero es un traidor a la revolución que lo llevó al poder.
Rodríguez: ¡Caramba!
Simón: ¿Es posible distinguir el débil umbral que separa el poder y la gloria de la tiranía?. Al hacerse coronar emperador ¿no se convirtió en tirano?
Rodríguez: El mismo exaltado de siempre. Creo que “el poder y la gloria” ejercen una extraña fascinación sobre tu persona. (Mirando hacia afuera). Se detuvo un carruaje ante mi puerta.
Simón: Ah, sí... Debes excusarme. Tengo una cita galante.
Rodríguez: ¿Aquí? (Simón asiente, contrito). ¡No pierdes el tiempo!
Simón: Es mi prima Fanny, una heroína digna de Rousseau. Muy liberada,
Rodríguez: Liberada, ¿de qué?
Simón: De un esposo viejo y aburrido. Podrías prestarme tu... ((Gesto, tímido)
Rodríguez: ¿Mi casa? Vaya... Bueno, creo que tendré que dar un largo paseo por las calles de París... (Sale, riendo, quitándose su delantal blanco)

Entra Fanny. Es la misma actriz que vimos como Manuela, (que es como Bolívar recuerda a las mujeres con que se relacionó en el pasado). Sólo cambia su manera de actuar y el que lleva el cabello recogido en un moño, y un sombrero a la moda de París.

Simón: Fanny, querida... (Besa su mano y sin transición, la toma en sus brazos y la besa en los labios. Ella ríe)
Fanny: Luces admirablemente, primo Simón.
Simón: Te equivocas: estoy muy deprimido. Necesito tu consejo de mujer experimentada.
Intenta desabotonar su blusa, ella se defiende débilmente
Fanny: ¡Simón!. Quedamos en que nuestros amores serían románticos, puros y melancólicos.
Simón: Entonces, no provoques incendios. (La acaricia). Ah, tu piel, tus senos, dame tu fuego y toma el mío...
Fanny: ¿Cómo? ¿Así, sin preámbulos?. ¿Qué diría Chateaubriand?
Simón: ¿Quién?
Fanny: Chateaubriand.
Simón: Tus amigos parisinos. Insoportable. Madame Recamier, Thalma, Madame de Stael. Sólo falta Napoleón Bonaparte.
Fanny: ¿Napoleón?”. ¡Estabas borracho en aquel banquete!. ¡Cómo pudiste hablar peste de Napoleón ante sus propios oficiales!. ¡No sabes el escándalo... (La hace callar besándola)

La derriba sobre el entarimado. Oscuro en ese sector (se retiran)

Luz en sector parque, Vemos a José como una estatua de Napoleón (visión de Bolívar) Lleva un bicornio y coloca su mano en la posición característica, no hace falta mayor cambio. Acordes de la Marsellesa. Entra Bolívar.

Bolívar: Vaya... ¡Napoleón Bonaparte!
Napoleón: De modo que os expresabais mal de mi augusta persona...
Bolívar: Os admiraba, Excelencia. Sólo que...
 (Calla, hace un gesto de desánimo)
Napoleón: “Insouciance de jeneusse“. Ligerezas de juventud.
Bolívar: Perdonad si os acusé de dictador. (Pasean por sector Parque). Debéis admitir que el poder concentrado en un solo hombre conlleva aquel peligro. No obstante, ¡qué increíble ascensión la vuestra!. Admiré el fasto y las multitudes delirantes que os aclamaban. Hasta deseé ser el Napoleón de nuestra América Hispana. ¡Si lograba liberar estos países, podía ser tan grande como vos!. Bueno, sólo una idea que cruzó por mi mente, de la que hoy me avergüenzo. Pero rechacé vuestras guerras por inútiles y devastadoras.
Napoleón: Sin embargo, mi invasión de España favoreció vuestra independencia.
Bolívar: No la invadisteis con aquel propósito, ¿verdad?
Napoleón : “Bien sùr que non, Monsieur Bolibag...
Bolívar: ¡Recordabais mi nombre!
Napoleón: Por aquel extravagante sombrero que llevabais en París, que pasó a llamarse “Chapeaux Bolívar ”

El actor José acompaña a Bolívar hasta la mecedora, junto con quitarse el bicornio, volviendo a ser José. Le pasa un tazón.

José: Señor, es hora de tomar su medicamento.
Bolívar: ¡De modo que eras tú! (Lo mira con extrañeza). Pensé que charlaba con... No importa.
(Recibe el tazón)
José: El señor se durmió en su mecedora un par de minutos.
Bolívar: (Alarmado) Estatua mal, José. Ya no distingo entre el sueño y la vigilia. ¡Mis delirios se salen de madre, desbordan sobre la realidad!. El pasado se mezcla al presente. ¿Qué malditas tizanas me han recetado los médicos?. (Tira lo que hay en el tazón que ha probado). ¡Me están perturbando la mente con sus pócimas!
José: Cálmese, mi general. (Sonriendo mientras seca el agua derramada). Me estaba contando sus aventuras en París. Hablaba de una dama y del señor Rodríguez.
Bolívar: ¡Qué gran farsante era yo entonces, José...
José: ¿Cómo, señor?
Bolívar: Decidí, de pronto “morir de consunción”. Era la moda. Dejé de comer, tosía, me fui quedando en los huesos... y mi pobre maestro Rodríguez...

oscuro en sector dormitorio. Luz sobre la Plataforma. Simón, tendido, cubierto con una sábana, y junto a él, Rodríguez. Le toma el pulso.

Rodríguez: No te mueras, Simón. ¿Quién se muere a los 20 años y en París?. Sólo los estúpidos. No eres el único viudo en el mundo.
Simón: (Voz exageradamente débil). Los médicos parecen alarmados...
Rodríguez: Así cobrarán grandes sumas por “salvarte”. ¡Vivirás, Simón!, ¡el porvenir es tuyo!. Puedes escoger una brillante carrera.
Simón: (Débilmente) ¿Cuál, por ejemplo?
Rodríguez: La ciencia. Visitaremos al profesor Humbold que acaba de regresar de un apasionante viaje por las Américas.
Simón: No me atrae la carrera científica.
Rodríguez: ¿La de las armas, entonces?. ¡Para liberar a tu Patria!
Simón: Perdí todo mi haber al juego... y con las damas. Para optar a un brillante carrera ¡se necesitan los medios!
Rodríguez: De tener fortuna ¿vivirías?. Quiero decir, “para escoger una brillante carrera”. (Él asiente) Júralo. (Él susurro algo). Que se oiga.
Simón: Lo juro por mi honor.
Rodríguez: Bien: se trata de un secreto que no debo revelar. Pero si de él pende el valioso hilo de tu existencia...
Simón: (Voz normal). ¿Un secreto? (Se incorpora ansioso). ¿Se trata de dinero?
Rodríguez: Caray, el moribundo vuelve a la vida. Posees la increíble cantidad ¡de cuatro millones! Mientras tirabas lo tuyo, por encargo de tus tíos, hice crecer tu patrimonio. Así es que ahora, jovencito ¡a cumplir tu juramento!
Simón: La brillante carrera. ¿Cuál?. He ahí el dilema.

oscuro en la plataforma. luz, atmósfera de irrealidad en sector parque. Bolívar vagando, se detiene ante “la estatua” de Humbold. Es nuevamente José a quién vemos ahora con una peluca y lentes.

Bolívar: ¡Profesor Humbold!. ¿Cómo no lo vi antes?. Nadie merece como usted una estatua entre los próceres de América!
Humbold: “Guten Nacht!. ¿Damos un paseo, Herr Bolívar?
Bolívar: ((Lo ayuda a bajar del pequeño pedestal). ¡No sabe usted cuanto lo admira y cómo influyó usted en mi futuro, Profesor Humbold!. Mientras yo dilapidaba mi fortuna en Europa, usted recorría nuestra América, investigando, dando a conocer sus inmensas posibilidades... ¡redescubriéndola como el segundo Colón!
Humbold: Basta, basta. Me confunden sus cumplidos.
Bolívar: Dígame, profesor ¿se unirán al fin, nuestras repúblicas?
Humbold: Aventurar conjeturas sobre esa materia, sería practicar el arte de la adivinación.
Bolívar: Tenemos una misma lengua, una misma religión y costumbres, un mismo origen...
Humbold: Un origen que ya es un pasado legendario.
Bolívar: Cierto. Apenas quedan vestigios de lo que antes fuimos. Hoy le disputamos la libertad a los colonizadores, y el suelo a los nativos ¡sus legítimos dueños!. No somos indígenas ni europeos, sino una especie intermedia... ¿qué somos los de Hispanoamérica, profesor Humbold?.
Humbold: ¡Un caso excepcionalmente complicado!”. (Pausa) ¡Por qué me dice que influí en su futuro?
Bolívar: Verá: cuando mi maestro me llevó a visitarlo, allá en París, quedé maravillado al escucharlo hablar de nuestra América, al ver con qué amor nos mostraba un trocito de mineral hallado en la cumbre del Chimborazo. En una ocasión dijo usted: “Los hombres allá están maduros para sacudir el yugo de España, pero ¿dónde hallar a alguien suficientemente fuerte para llevar a buen término esta magnífica empresa?. Y, al decirlo, fijó usted sus ojos en mí...

Oscuro en sector Parque, José (como Humbold se retira. Luz sobre la Plataforma de los recuerdos. Simón y Rodríguez andan de excursión por la campiña, una mañana de sol. Abajo, junto a la Plataforma, Bolívar observa y escucha.

Simón: No se burle, maestro; digamos, entonces que “creí” que el Profesor Humbold fijaba sus ojos en mí. En fin, ¿qué piensa usted?
Rodríguez: Que subes muy a prisa, la cuesta es empinada (Seca el sudor de su rostro). No tengo veinte años... Y respecto a a tu pregunta... pienso que tú, Simón, ya habías decidido liberar a su pueblo ¡pero prefieres atribuir aquella decisión a la mirada fija del profesor Humbold!. ¿Ves aquella altura?. Es el Monte Sacro. Desde ahí dominas toda Roma. (Se sienta. Descubre algo a sus pies, exclama jubiloso) ¡Una fárfara!. Jamás pensé encontrar esta especie en la campiña romana
Simón: Me aburre, maestro, con su botánica.
Rodríguez: Y tú, con tu historia romana. (Saca una lupa)
Simón: Usted me inició en ella. (Toma de su mochila una larga capa negra y envuelto en ella trepa por la escala de cuerdas de la Plataforma)
Rodríguez: (Examina con la lupa). ¡Vaya un hallazgo!. “Bohordos de escamas coloridas y hojas tormentosas”. Al incorporarse ve a Bolívar que se ha acercado a la Plataforma y continúa el diálogo con él, mientras Simón se ha quedado arriba de la escala en actitud solemne, le haba a Bolívar). Mira; ¡ésta si que es una especie rara!
Bolívar: (Le sonríe) Realmente me enfermabas con tu botánica. No he olvidado aquello de las hojas “tormentosas”
Rodríguez: Ni yo, tu juramento en la cumbre del Monte Sacro.

Música solemne subraya la actitud de Simón, arriba.

Rodríguez: Era un largo discurso que empezaba así: “Con que este es el pueblo de Rómulo, de Numa, de los Gracos atribuyendo a cada uno una hazaña o un crimen: de Horacio, de los Césares, Mesalina... (Bolívar lo detiene con el gesto). Juraste que no serías un conquistador, ni un César, ni un Napoleón ¡querías liberar y no someter!. Entonces, te volviste hacia mí para declara con fervor...
Bolívar: “Juro, delante de usted...”
Simón (Arriba) “Juro, delante de usted, juro por el Dios de mis padres... ”
Bolívar: “Por ellos y por mi honor...”
Simón: “Juro por la patria...”
Bolívar: “Que no daré descanso a mi brazo...”
Simón:  “Que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma ¡hasta haber roto las cadenas que oprimen a los pueblos de América!”

Baja lentamente la luz hasta lo oscuro Queda un instante un haz de luz sobre el rostro solemne de Simón en lo alto antes del Oscuro total


Fin de la primera parte


Segunda parte

Cae un haz de luz sobre el lecho vacío de Bolívar. José se inclina, como si él estuviera allá, en trance de muerte, mientras vemos, en silueta, a Bolívar vagar por el Parque. Un sacerdote entra y va hacia el lecho. Da su bendición y se retira José y, con gestos naturales, calmados se viste con los atuendos que caracterizan a Francisco de Miranda (se le designa como Miranda cuando actúa como tal). Al quitarse la capa que usa como José, queda con pantalón ceñido, botas (las mismas que usa), camisa blanca al estilo de la época, junto con quitarse la capa se coloca una peluca blanca, con cinta negra en la coleta como se le ve en los grabados). Es decir, el único cambio es colocarse la peluca, bajo la capa ya está con el traje de Miranda, ya que tendrá que cambiar varias veces de un personaje a otro, según lo ve en su delirio, Bolívar. Miranda va hacia el sector prisión, donde la luz deja ver un rústico camastro. Se queda quieto, con un papel y pluma en la mano, en la actitud en que se le muestra en un grabado “Miranda en prisión”. Se escucha en ese momento el ruido del mar que golpea contra un malecón, y unos graznidos de cuervo. De pronto Bolívar se dirige a un extremo de la escena, toma la casaca y la espada de Miranda y va, hacia él, con actitud solemne. Miranda lo ignora.

Bolívar: (Luego de aguardar un momento) Su uniforme, mi general.
Miranda: (Continúa escribiendo, sin mirarlo). ¿Cuál de ellos?. El que llevé en Rusia, en Francia, en...
Bolívar: En su patria, Venezuela, Excelencia, cuando yo era... (Calla)
Miranda: (Lo mira, burlón). ¿Era mi “apasionado súbdito”?
Bolívar: También yo sufrí persecución y calumnias. General Miranda. (Sube el tono, apasionado) Le juro que si fuera posible desandar lo andado. Con lo que aprendí en estos años amargos, yo ... (Calla, sofocado por su emoción)
Miranda: Pero, desgraciadamente, nos dan una sola oportunidad.
Bolívar: De tenerla usted, general ¿volvería a firmar esa capitulación que tanto daño causó a nuestra patria, y a usted mismo?
Miranda: Por cierto, era necesario, Sólo que mandaría fusilar a mis representantes, los que, al agregar ciertas cláusulas, convirtieron esa capitulación digna, ¡en una vergonzosa derrota!
Bolívar: ¿Por qué no se defendió al ser acusado?
Miranda: Del árbol caído, todos hacen leña.
Bolívar: No era usted un árbol caído.
Miranda: Ni tampoco el semidiós que esperaban. Traté de actuar con cordura en un país de locos. (Observa divertido a Bolívar). ¿Qué hace ahí, rígido, con mi uniforme?. ¿Qué quiere de mí, Bolívar?
Bolívar: Que lo vista, Excelencia, y me acompañe. Sí, ya lo sé, usted murió hace varios lustros, y yo estoy en mi lecho de muerte. Sólo existimos... en mi delirio.
Miranda: (Afable) ¿Qué clase de delirio?
Bolívar: Necesito... revivir ciertos episodios.
Miranda: Ah: la segunda oportunidad. ¿Algo como un “Vía Crucis”?
Bolívar: (Con pasión) General Miranda, ¿podrá perdonarme?
Miranda: Usted decide. Es “su” delirio ¿no?. Y no lo culpo por haberme arrestado. Fuimos víctimas de un... “error histórico”
Bolívar: (Angustiado) ¡Yo instigué esa conspiración!. Es más, clamaba por su muerte. El General Monteverde, en premio por haberlo entregado, ¡me concedió un salvo conducto para escapar de Venezuela!
Miranda: Calma. Déjese vivir, Bolívar. Preocúpese más de los acontecimientos del mundo que de buscar culpas en su memoria. He ahí el secreto de la salud mental.
Bolívar: Se burla. (Rabioso tira al suelo la casaca). Siempre se burló de mí.
Miranda: Déme la casaca. En verdad, me enfermaba su tropicalismo.
Bolívar: Y yo ¡cuánto lo admiraba!. Si tenía una duda, me preguntaba ”qué habría hecho el General Miranda en este caso”. Su juicio me importaba más que el de nadie.
Miranda: (Se pone la casaca que Bolívar le ha tendido). Pero Deseó mi muerte.
Bolívar: Porque lo amaba ¡y sentí que me había fallado!
Miranda: (Siempre irónico) ”Fallado” ¿a usted, o a Venezuela?
Bolívar: (Sin atender a su ironía, continúa, con apasionamiento). Me complacía tener que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos. ¡Qué porte el suyo!
Miranda: Bolívar ¡me abruma usted!. Me recuerda a mis enamoradas. Cuestión de temperamento, supongo. ¿Y, sabe?. Se necesita uno como el suyo para imponerse en un país de salvajes. Jamás hubiera yo conseguido lo que usted logró, ya que estamos por cumplidos. (Soñador) Mientras me trasladaban de una prisión a otra, me enteré de sus hazañas. Supe que dejó el destierro de Jamaica para dirigirse a Nueva Granada. Que, con un puñado de canoeros semi desnudos, remontó el Magdalena, cruzó los picachos andinos ¡y entró victorioso a Caracas!. Entré ese día con usted, créamelo. Aclamándolo, uno más mezclado al gentío que desbordó las calles. (Cambio) Y bien, Libertador ¿por dónde empieza su Vía Crucis?
Bolívar: (Alegre) Picadilly. Su casa en Londres. Tendré que vestir mi uniforme. (Sale de prisa)

Miranda se retira. Estallan los compases de una contradanza. Dos actores traen elementos salón. Un gran espejo con pié y un par de sillas doradas. Entra Bolívar y arregla su casaca ante el espejo. Una pareja cruza al fondo danzando. La música se detiene al entrar Manuela. Luce muy bella en su traje de fiesta, escote bajo, hombros descubiertos. Al colocarse detrás de Bolívar, él la ve en el espejo y se detiene en su gesto, asombrado:

Bolívar: ¡Santo Dios! Manuela... ¿Qué haces aquí?. ¡Aún no entras en mi vida!
Manuela: Siempre estuve en su vida, Bolívar... ¿o dejó usted de amarme?
Bolívar: Te amo y te necesito más que nunca, pero cuando trato de abrazarte, ¡te desvaneces! Vete, debo presentarme en casa del General Miranda. Londres, año de 1810.
Manuela: Miranda puede esperar. Si no se atreve a abrazarme, haremos el amor... como aquella primera vez, la noche en que nos conocimos.
Bolívar El baile, en Quito...
Manuela: Para celebrar su entrada victoriosa. (Retoma la música de la contradanza y la pareja que bailaba, entra y pasa muy cerca de ellos, los miran un instante y siguen). Bolívar, creo que estamos siendo observados. Invíteme a bailar. Le lancé una corona de laureles desde mi balcón ¿lo recuerda?
Bolívar: (Se inclina como invitándola a bailar, pero sin toarla). ¡Cómo podría olvidarlo!. Nunca pensé que me coronaría una diosa de verdad... ¡y tan bella!. El destino no pudo imaginar mejor premio. ¡Mi título de Libertador por una de sus sonrisas!
Manuela: Ya me habían dicho que era así de galante.
Bolívar: Esta noche, a más tardar te estrecharé entre mis brazos...
Manuela: ¡Y así de fogoso!. Olvida que tengo marido.
Bolívar: Ese inglés que ahora mismo nos vigila. Entonces, ¿esta noche?
Manuela: No creo que sea posible.
Bolívar: Pero, ¿lo deseas?
Manuela: ¿Cómo negarlo?. Lo deseo. Y mucho.

Se han quedado en primer plano, inmóviles mirándose a los ojos.

Bolívar: Quédate quieta, y cierra los ojos. (Ella obedece). Quiero amarte, ahora. Aquí. Atraigo tu cuerpo hacia el mío, te tengo ya en mis brazos. (Siguen hasta el final del parlamento inmóvil sin tocarse, sólo en la expresión del rostro. Ojos cerrados, demuestra ella que siente lo que él le dice). Mis manos están ahora ciñendo tus caderas... Ya suben, lentamente, rodean tu cintura, modelan tu cuerpo, ahora rozan tus hombros... ¡qué suaves! Ah, la tibieza de la piel desnuda... ¿Sientes mis manos acariciándote?
Manuela: Sí... Quiero más estrecho su abrazo. Más, más... sus manos son firmes, pero tan delicadas...
Bolívar. Tus labios rozan los míos, ceden al beso. Sostengo tu cabeza en mis manos, hundo mis dedos en tu cabellera de azabache... ¡Qué bello rostro, la tez es albura de porcelana!. Te amo, te amo, hermosa hembra... Palpo todo tu cuerpo entregado, tu piel suave, y tu alma hermosa... Sí, también estoy tocando tu alma. Es milagroso, y tan dulce tenerte así, ¡entregada a mis abrazos!
Manuela: Usted me enloquece ¡deténgase, se lo ruego! (Abre los ojos, suspira hondo). ¿Se da cuenta del escándalo?. Hicimos el amor en medio del salón. ¡Qué descarados!. Y en su fiesta, Libertador. Con tantos ojos vigilándonos... (Pausa. Le sonríe). Debo aprender a decir “amor mío”.

Sube  la música que se ha mantenido muy suave, Bolívar y Manuela llevan el ritmo sin tocarse, sale la otra pareja.

 

Bolívar: Esta noche, aunque el mundo ase venga abajo, dormirás en mi lecho.
Manuela: No tengo más voluntad que la suya... Aunque el mundo se venga abajo. Ojalá ocurra, para morir de tan bella muerte. ¡Juro amarlo hasta el fin de mis días!
Bolívar: ¡Me colmas, deliciosa criatura!



(Quiere tomarla en sus brazos, ella se desliza y escurre,se aleja retrocediendo como si su imagen de pronto se desvaneciera). ¡Manuela!

 

Oscuro Al volver la luz, Bolívar sigue en el mismo lugar, los actores se han llevado el espejo

Dejan las sillas. Entra Miranda.

Miranda: (Tomando familiarmente a Bolívar del brazo) Bienvenido a mi casa, “Excelencia”. (Hacia a las sillas, presentándolo a imaginarios invitados). El señor Bolívar Palacios, primer embajador de la América Hispana en Inglaterra. Un compatriota venezolano. (A Bolívar, indicando las sillas). Mi casa es modesta, pero la visita gente valiosa gente que ha sufrido persecución y cárcel por amar la libertad. Y ese es su capital.
Bolívar: Entiendo que también el suyo, señor Miranda.
Miranda: (Ríe) Y ¿qué se dice del “señor Miranda” en Venezuela?
Bolívar: Unos dicen que es un aventurero a escala imperial.
Miranda: (Hacia las sillas) “A escala imperial”, ni por haber guerreado en Rusia, sino por haber sido, “dicen”, amante de Catalina la Grande. No por servir en la revolución Francesa, sino por codearme con Napoleón. ¡Mi patria es una aldea!
Bolívar: Pero los miembros de la Junta de Gobierno, me prohibieron frecuentar en Londres al “exaltado y rebelde señor Miranda!”.
Miranda: Porque ahora, señores, tenemos Junta. Nuestra patria nace a la libertad. ¿Recuerda usted el “juramento”?
Bolívar: (Recita, con ironía) “Juro al pueblo soberano verter mi sangre por nuestra santa religión, por nuestro querido rey Fernando y por la libertad de la patria.”
Miranda: “Voilà ”: El “querido” rey Fernando en la misma frase que la libertad de la patria. Pero el señor Bolívar sólo habló ante el Parlamento inglés del yugo de España, (Ríe) ¡No entiendo cómo lo nombraron embajador!
Bolívar: Porque podía pagarme el viaje, y los gastos de representación.
Miranda: Alta sociedad caraqueña!. También yo vengo de arriba, pero hoy mi fortuna asciende a... treinta mil pesos.
Bolívar: No es poco.
Miranda: Es el precio que han puesto a mi cabeza. Con ella sobre los hombros ¡no puedo cobrarlos! Y bien ¿qué efecto produjo la dichosa Junta?
Bolívar: Se promulgó en el acto la división entre realistas y patriotas. Y los patriotas, a su vez, en moderados y exaltados.
Miranda: ¿Y la plebe, que no sabe leer ese juramento?
Bolívar: (Apasionado) ¡La integraremos!. Nuestra tarea será darles la convicción. Abolir la esclavitud: todos, negros, zambos, pardos, llaneros ¡serán ciudadanos con iguales derechos, y formarán el ejército de la patria!
Miranda: Al menos que los españoles los recluten primero... (Le sonríe). No haga juicio de mis sarcasmos. Pero, dijo usted que venía a visitarme con un propósito, “señor embajador”.
Bolívar: Como lo de la Junta es una farsa, vine a rogarle que regrese a Venezuela, ¡y proclame la verdadera independencia!
Miranda: ¡Me fusilarían al desembarcar!. Dios veces lo intenté: los patriotas me miraron como si llegara en un viaje de placer y los realistas me recibieron con sus cañones.
Bolívar: ¡Pero los patriotas de hoy lo llaman “El Precursor”!. No es un secreto que ha inspirado usted a los caudillos que hoy luchan en todo el continente.
Miranda: (Cambiando de Actitud y llevándose las sillas) Bien: se supone que usted me convence, regreso a mi patria. (Con énfasis). Julio del año 1811. Proclamo esa “verdadera independencia”... y nos cae encima el ejército español al mando del general Monteverde. Fin del primer “misterio gozoso”.

Sale Miranda llevándose las sillas. Bolívar, fatigado, se sienta al borde de la tarima. Un rumor de voces. Entra José.

José: Afuera hay unos muchachos, su merced. Aguardan su despertar para rendirle homenaje.
Bolívar: Saliendo de su letargo. ¿Homenaje?
José: Conmemoran su victoria en Boyacá, que liberó Colombia.

Se sitúan a un extremo, como fuera del recinto, tres muchachos con una guitarra y un”cuatro” (guitarra pequeña) y cantan una canción llanera dedicada a Bolívar.

(Hablando) ¡Viva el Libertador, héroe de Nueva Granada!. Va galopando en potro brioso, seguido de sus indómitos llaneros. En marchas y contramarchas, engañando, usando astucias, cruza las altas montañas ¡para hacer de la nada, grandeza!. Como el potro en el escudo. Como el tricolor en el cielo!. En el puente de Boyacá es el encuentro. Santander, Paez y Azoáegui con él. Los andes repiten el grito de victoria ¡viva Colombia!. ¡Viva, Simón Bolívar!. En Boyacá, España se derrumba...
¡Gloria al Libertador!

(Cantando)

Mírele el rostro en la paja
Mírelo, compañero:
Como a las claras garúas
En el terronal seco
Como a la garza en el junco
Como la tarde en los vuelos
Como el cocullo en el aire
Como la luna en el médano

Se han ido retirando, se mantiene lejos, la guitarra.
Bolívar permanece sentado al bode del tarima. José está junto a él.

Bolívar: José, diles que no galopaba en potro brioso, sólo montaba a caballo para entrar en las ciudades después de una victoria. Diles que iba por esas tierras, sucio, hambreado, montando una mula lerda que sufría a la par con su jinete por el endiablado sendero. Diles que iba enfermo, maldiciendo el frío de los páramos, arrepentido de mi decisión de cruzar los Andes...

Se ha puesto de pié y sale, seguido de José. Se escucha afuera la última estrofa:
De bandera va su capa
Su caballo de puntero
Baquiano volando rumbos
Artista labrando pueblos
Hombre retoñando patrias
¡Picando espuelas, tropero!


Entra ahora los tres jóvenes como soldados de tropa y se mueven, al fondo en un ejercicio de cuartel. Sus movimientos son torpes. Afuera se escuchan voces de mando. Entra Miranda seguido de Bolívar Miranda mira a los soldados y mueve la cabeza en un gesto de desaprobación.

Miranda: ¿Esto es lo que en Londres llamó usted, “un ejército patriota”?
Bolívar: Le sorprenderá su arrojo en la lucha, mi general.
Miranda: De poco vale sin la disciplina que da el entrenamiento. Usted mismo, ¿qué formación tiene?
Bolívar: (Con pudor) Mi padre era coronel de milicias de Aragua. A los 15 años me correspondía el grado de subteniente... Luego, la Junta me nombró Coronel para aquella misión en Londres.
Miranda: Su padre. La Junta. “Incroyable”... Se burlan porque se me escapan palabras en francés, y mis oficiales franceses son mal mirados. Sin embargo, todos aquí tienen puestos sus ojos en Europa. Las leyes las copian de Inglaterra, la cultura de Francia. Cuando leo mis proclamas, los oficiales criollos sonríen, los de la tropa bostezan. “Merde” (Los soldados se alejan) ¿Sabe cuantas batallas me costaron mis galones de coronel?
Bolívar: No lo tome a mal, pero ¡quisiera renunciar a los míos!
Miranda: ¿Uno de sus grandes gestos, Bolívar?
Bolívar: Le ruego que me permita entrenarme bajo su mando, Reconozco que los grados deben ganarse en la acción... O en un buen entrenamiento de cuartel.
Miranda: (Que se ha sentado al borde de la tarima, se levanta) Bien, termina el segundo misterio gozoso, “soldado” Bolívar. (Se relajan de su rol) ¿Y? ¿Seguimos con el próximo?

 

Bolívar asiente. Se quedan en un extremo y entran los soldados de tropa con la guitarra y entre ellos, Simón (Bolívar joven) como soldado. Sube a la plataforma con la armazón de caballo y empieza a hacer unas piruetas como si se bajara y montar al galope, mientras los otros cantan;

Como la brisa en las palmas
Como el águila en el ceibo
Como el cuatro en el alero
Como el toro en el rodeo...


Callan ante la voz de Miranda, que se muestra, airado:

Miranda: ¡Carajo!. ¡Qué pasa aquí? (Simón se retira con la armazón de caballo)
Un soldado Es el señor Bolívar, mi General. ¡Nadie lo aventaja en las piruetas ecuestres!
Miranda: ¡Preséntese, soldado Bolívar!. (Avanza Bolívar poniéndose la casaca del uniforme). ¿Está en sus cabales, soldado Bolívar?. ¿Qué cree que es esto? ¿un circo?. Si tiene algo que alegar en su favor, adelante.
Bolívar: Los de la tropa son en su mayoría, llaneros indómitos, señor. Montados recuerdan a los centauros.
Miranda: Y también son díscolos, insubordinados, capaces de dejar la acción para beber o apostar a los gallos.
Bolívar: Lo que quiero decir es... que sólo siguen a un jefe que sea tan diestro como ellos en su cabalgadura.
Miranda: ¿Tan diestro y “tan salvaje”como ellos ¡no es así?. Y ¿qué ocurre si un jefe realista lo supera a usted en las “piruetas ecuestres”. ¡Dejarán el ejército patriota para seguir a ese jefe español!. Bien, por esta vez no hay castigo.

Dejan sus roles en”el delirio”, se relajan, y se sientan al borde de la tarima

Bolívar: ¡Y estaba en lo cierto!. Los llaneros desertaron para seguir a ese salvaje de Bobes...
Miranda: continuemos. ¿Próximo misterio gozoso?
Bolívar: (Con algo de pudor) La acción en Valencia.
Miranda: Por cierto: su heroico comportamiento... Soldado Bolívar (Bolívar se levanta y se cuadra, volviendo a tomar su rol). Su acción en el motín e la localidad de Valencia fue, digamos, osada, intrépida. ¡Qué carajo!. Se comportó usted como un suicida.
Bolívar: ¿Es una falta?
Miranda: No necesito héroes, necesito soldados “vivos” y eficientes. ¡Por qué se arriesgó de esa manera?
Bolívar: (Luego de un silencio, vacilante). Tal vez no lo comprenda. Deseaba que se sintiera orgulloso de mí.
Miranda: No sea infantil. Si se ofendió por aquello de ganar los galones sin batallas, consiguió su objetivo. En una sola acción recuperó sus galones... “Coronel Bolívar”. Felicitaciones:
Bolívar: Gracias. (Se cuadra, y agrega en un tono íntimo). Créame que hablo con la verdad: me importa que se sienta orgulloso de.... “su discípulo”. ¿Puedo considerarme como tal?. ¡De usted hay tanto que aprender!
Miranda: Vamos... me derrota con su gentileza. ¿Aprender, qué?
Bolívar: Entre otras cosas ¡la mesura!. ¡Su increíble dominio de sí mismo!
Miranda: ¡Usted y sus cumplidos, Bolívar! El dominio de uno mismo no se adquiere en unos cuantos meses de entrenamiento. A mí, al menos, me costó 60 años, bien vividos. (Con picardía) “Sesenta y cuatro”. Alteré la cifra en mis documentos Pero, digamos que ese dominio lo posee usted ante el peligro. Y “la mesura”... me temo que jamás llegue a adquirirla. (Paternal) Sí, me agrada tenerlo como discípulo, Bolívar. Es más, usted es aquí el único oficial de quien espero algo. (Detiene con el gesto un impulso afectivo de Bolívar). ¡Por favor no me lo agradezca!. ¡Ni me diga que me ama!
Bolívar: (Contiene apenas su emoción) Y ¿qué espera de mí, general Miranda?
Miranda: Ah, ¡entramos en los grandes temas! (Se instalan ambos en el borde de la tarima). América está ante nosotros como un niño por nacer. O más bien como un niño malcriado que ha recibido el peor de los ejemplos. Doblo su edad, Bolívar. Cuando mi vida se detenga, usted tendrá que seguir adelante. ¿Sane de qué le hablo?
Bolívar: ¡La unión de estas repúblicas!. Un sueño que será realizado ¡se lo juro!. ¡Un sueño en el que yo creo!
Miranda: Bien. Pero antes de pensar en la unión, debemos pensar en la “organización” interna de los países. He ahí una tarea ingrata. Temo que tropiece con el peor de los escollos, con el peor enemigo del hombre... ”el hombre”.
Bolívar: (Apasionado) ¡Entiendo!
Miranda: Aún no. Cuando lo entienda, será con mucho dolor. Hay que dominar las malditas divisiones: por una parte, los “conservadores” que desean seguir gobernando con los mismos vicios de quiénes los tiranizaban. Por otra, los que quieren llevar a cabo la verdadera revolución. Entonces, las energías se gastan en luchas intestinas y no en la formación de un gobierno fuerte. Y sobre todo, Bolívar... ¡desconfíe de los generales victorioso!
Bolívar: ¿Quiere decir que son ellos los llamados a gobernar?
Miranda: Tienen el prestigio, pero no saben de leyes, ni de instituciones. No lo bastante para guiar una república. Dijimos que para guiar a los llaneros indómitos se precisan generales “tan salvajes” como ellos. Cuídese de esos generalito. El poder los emborracha y se tornan peligrosos. (Se levanta) En qué estábamos? Ah, sí: recuperó su grado de Coronel.
Bolívar: (Se levanta, sin decidirse a entrar nuevamente en el juego). ¡Ojalá no fuera una ilusión!
Miranda: ¿Qué dice?
Bolívar: creo que jamás me habló usted así...
Miranda: Claro que lo hice. O bien intuyó usted mi pensamiento. Sí, de ese modo ocurrieron las cosas. (Con reproche) ¡Deje ya de atormentarse!. Más de una vez le demostré mi estimación. No olvide que fui su maestro. Y para quién lleva mucho camino andado, recibiendo en buena o mala forma las enseñanzas de la vida, es grato hallar un bien discípulo. Un excelente discípulo.
Bolívar: (Aire ausente) Sí. Eso lo dijo en una ocasión.
Miranda: Ya lo ve: en esta segunda oportunidad que nos brinda su delirio, hemos llegado a entendernos. ¡Uy! basta por ahora. Descanse. (Se quitas la peluca y va hacia el dormitorio, poniéndose su casaca, como José)... Señor, es hora de su medicina

José se inclina sobre el lecho, luego sale de escena. Se escucha un música romántica: entra Manuela en tenida casera, cepillando su cabello. Trae Una carta, pluma y tintero.

Manuela: (Leyendo la carta) ¡No más, hombre por Dios!. ¿Cree usted que después de ser la predilecta del General Bolívar... ? (Calla al ver a Bolívar. Le sonríe y explica): Mi esposo me ha escrito y le estoy contestando.
Bolívar: ¿”No más hombre por Dios?”. ¿Sin un querido James?” o un “estimado mister Thorne”?
Manuela: Me pide que lo deje a usted para regresar a su lado. (Lee la carta que ha escrito) Respondo: “Cree usted que después de ser la predilecta del general Bolívar por más de siete años, con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la esposa del Padre, del Hijo, o del Espíritu Santo?. ¿Me cree con menos honra por ser Bolívar mi amante y no mi esposo?. Sepa que no vivo con preocupaciones sociales, inventadas para torturarse mutuamente. ¡Déjeme usted, mi querido inglés!. O si quiere, volvamos a desposarnos, pero... ¡en el cielo!. Llevaremos allí una vida angelical. Es decir ¡monótona.
Bolívar: (Con reproche) Manuela... (Se le acerca, ella se aleja)
Manuela: (Sigue le yendo) Monótona. En amores, quiero decir. Porque ¿quiénes son más hábiles que los ingleses en el comercio, o en la marina?. Pero el amor les acomoda sin par, la conversación, sin gracia. Formalidades divinas. Pero ¡qué mal lo pasaría yo en el cielo!... O en Inglaterra. No, jamás volveré con usted, pues, (Mira a Bolívar) ¡estoy amando a otro!. No ha impedimento más fuerte que ése. Su invariable amiga... Manuela. (Sale de escena)
Bolívar: ¡Manuela! (Intenta ir tras ella, se desanima.)

Ha entrado Miranda. Bolívar, ausente, aún preocupado por Manuel, luego reacciona y arregla su casaca

Bolívar: Creo que empiezan “los misterios dolorosos”.
Miranda: Falta su brillante actuación en aquel Jueves Santo, el día del terremoto, Abril, 1812.

Miran ambos hacia la Plataforma que se ilumina, ellos quedan en penumbra. Música religiosa.Un cura, junto a la escala de cuerdas, alza un crucifijo y se dirige a unas personas que se ven al fondo en silueta:

El cura: ¡Un castigo como el de Sodoma y Gomorra!. ¡Arrepentíos... todos de rodilla!. Habéis insultado a vuestro rey con esta rebelión y el brazo del Altísimo cae, iracundo, sobre vuestras cabezas!. Hay miles de muertos, la ciudad de Caracas, en ruinas... ¿no es ésta catástrofe de la naturaleza un claro signo de la cólera divina?

Entra de prisa Simón (Bolívar joven), y trepa por la escala de cuerdas.

Simón: (Voz vibrante) ¡Ciudadanos!. ¡Demasiado tiempo nos han tenido sometidos, escudándose en un dios que sólo se cuida del rey de España!. Un Dios que está de parte de los poderosos y de los tiranos. Os juro que si la naturaleza se opone a nuestros designios ¡lucharemos contra la naturaleza hasta doblegarla!
El cura: ¡Hereje!. Los soldados que envió el rey no fueron castigados: se encuentran en la región que no sufrió daño. Y aquí, donde están los rebeldes, ¡sólo hay muerte y desolación!

(Se pierde su voz al subir la música religiosa que se mantenía en sordina) Oscuro en la plataforma. Luz sobre miranda y bolívar, sigue la escena interrumpida:

Miranda: En verdad, Dios parecía estar de parte del ejército español... ¡Cuántos desertaron de nuestras filas, creyendo en aquel castigo!. (Pausa. Entrando nuevamente en el juego de la evocación del pasado). Año de 1812, año funesto, Coronel Bolívar...
Bolívar: (Se cuadra) Mi General, escucho sus órdenes.
Miranda: Me preparo para combatir al general español, Monteverde. El país está infestado de realistas, unos en armas, otros, aguardando en las sombras nuestra derrota.
Bolívar: ¿Aguardando en las sombras?. ¿Se refiere acaso a algunos oficiales patriotas, prontos a traicionarnos?
Miranda: Hay, por desgracia, muchas deserciones, Los negros no saben aún a quien seguir. Y lo más grave, los desertores pasarán a engrosar las filas realistas. Coronel Bolívar, irá usted con una pequeña dotación, a vigilar la fortaleza de Puerto Cabello. Hay allí prisioneros españoles que podrían alzarse.
Bolívar: ¿Vigilar una fortaleza con prisioneros?. ¡Esperaba entrar en acción en sus filas, mi general!
Miranda: “Generalísimo”. No se lo hago notar por vanidad, sino para que comprenda mi enorme responsabilidad. La situación no sólo es confusa, ¡es grave!
Bolívar: ¡Una misión pasiva mal se acomoda de mi temperamento!
Miranda: Su temperamento, ¡joder!. Las órdenes no se discute, Coronel Bolívar. Lo que importa ahora, no son los actos de arrojo, sino la acuítela. Controle pues, su temperamento, y parta sin delación, y vigile día y noche la fortaleza. No podemos perder esa plaza.
Bolívar: (Angustiado). ¡Tendré que estarme ahí, sin hacer nada, mientras usted se enfrenta a Monteverde!
Miranda: (Airado). ¡Cuídese mucho de “estar ahí sin hacer nada”, Coronel Bolívar!.

(Da vuelta la espalda a Bolívar mostrando su desagrado y se retira)

Bolívar, saliendo del rol de la evocación, se sienta en el borde de la Plataforma. Música que anuncia a Manuela. Esta vez entra leyendo una carta que ha recibido. Él la mira, desconcertado.

Manuela: (Riendo) ¡Una carta suya, Bolívar!. Acaba de llegar. (Se instala, coqueta, a los pies de Bolívar, le tiende la carta). Se adelantó al correo, así es que ¡por favor léamela usted mismo!
Bolívar:
(Desconcertado, vacila, luego empieza a leer). “¡Mi encantadora Manuela, todo en ti es amor. También yo me consumo en esta fiebre que nos devora.” (Para sí) Es la verdad. Aunque la frase no es muy feliz.
Manuela: Ahórreme los comentario. Continúe,
Bolívar: Resulta incómodo leer a su destinataria lo que se ha escrito en un momento de exaltación amorosa... Hay pudor en decir en voz alta lo que se escribe...
Manuela : Lea.
Bolívar: (Obedeciendo) “Me pides que te diga que no quiero a nadie. ¡Por Dios!. A nadie podría amar pues el altar que habitas jamás será profanado por otro ídolo.”
Manuela: ¡Cínico!. ¡Adulador!. Frases Bonitas para ocultar sus pecados. Mire lo que hago con su carta. (La rompe) Sí, señor, no faltó la buena amiga que vino a decirme: “por lo mucho que te estimo. Manuelita, te prevengo que tu Bolívar... (Acercándose, furiosa a golpearlo). ¿Cómo se llama esta vez?, ¿Julia, María, Bernardita?, ¿Cuántas van ya?
Bolívar: (Sujetándole las manos) Calma, hermosa fiera. ¡Sólo a ti puedo amar!
Manuela: ¡Miente!. ¡Quisiera matarlo!. (Intenta arañar su rostro, luchan, caen al piso, entrelazados, él siempre reteniendo sus manos)
Bolívar: Escucha: sólo tengo otras mujeres cuando me dejas para volver con tu inglés.
Manuela: (Deja de luchar, llorosa). Y yo que sólo vivo para usted... y para amarlo. Presente o ausente, ¡lo es todo para mí!. (Él la mira, incrédulo, ella se abandona en sus brazos). Siempre salgo en su defensa, no he llevado el uniforme de oficial para presumir ¿no? (Él, conmovido, la acaricia). Si alguien trata de manchar su nombre, esgrimo la espada, y si muere... ¡le juro que seguiré luchando en defensa de sus ideales!. Ay, mi Bolívar ¡no se me muera usted nunca!. Porque tendría yo que matarme... Quizá lo haga como la reina de Egipto, mordida por una víbora.
Bolívar: ¡No hables de morir! (Repite la frase de la carta con énfasis). “¡Mi encantadora Manuela, todo en ti es amor!” (Compases de música, suave). Dime que no estoy soñando, que ¡al fin te tengo en mis brazos!

Al tomar conciencia de tenerla se rompiera el hechizo, Manuel se desliza de su abrazo y
sale retrocediendo, se desvanece su imagen en las sombras.
Entra Miranda por un costado y se sitúa en parte delantera, mirando hacia público. Bolívar
se levanta y queda a su espalda, inmóvil, expectante.
Miranda tiene en sus manos un papel (parte de guerra)

Miranda: Cinco de Julio de 1812: celebro con mis oficiales el primer aniversario de la Independencia de mi patria. Me entregan el parte de guerra que me envía el Coronel Bolívar desde Puerto Cabello. El parte dice...
Bolívar: “Excelencia, uno de mis oficiales se apoderó a traición de la fortaleza, uniéndose a los prisioneros españoles, y desde allá dirige los cañones contra la guarnición del Puerto. Si Vuestra Excelencia no ataca enseguida ¡perdemos esta importante plaza!
Miranda: “Venezuela est blessée au coeur”, herida en el corazón... (Hablando hacia imaginarios oficiales). Señores, esta parte de guerra es una muestra de lo que sucede en todo el país: sublevaciones, deserciones, traición, ¡el caos!. El parte del Coronel Bolívar tiene fecha 1 de Julio, y estamos ya a 5. Y el sol se ha puesto. Veremos qué se puede hacer mañana. Pueden retirarse.
Bolívar: (Siempre a sus espaldas) Y no se dio usted el trabajo de leer la carta que le envié luego desde Caracas.
Miranda: (Se vuelve, lentamente hacia él) La leí. Pedí usted una tregua, porque la vergüenza le impedía mirarme a la cara... ¿Cómo cree que me sentí al leerla?. Me desplomé en el sillón de mi escritorio y le escribí: “Querido amigo, estas cosas nos enseñan a conocer a los hombres...”
Bolívar: Su carta decía: “Estoy aprendiendo a conocer a los hombres”, y no escribió “querido amigo”, sólo Bolívar, a secas. No sabe cómo me hirió eso de estoy aprendiendo a conocer... Se refería a mí ¿verdad?
Miranda: ¡Por supuesto que no!
Bolívar: Porque Le fallé al perder Puerto Cabello!
Miranda: Dejemos Eso de “me falla usted, le fallé yo”... “Merde”
Bolívar: Puso en mí su confianza y no supe responder. (Se quiebra) Estuve cinco días esperando los refuerzos. Luego partí a Caracas, furioso conmigo mismo...
Miranda: Y yo pagué las consecuencias de su furor.
Bolívar: En Puerto Cabello, después de tomar un baño de mar, me sentaba a contemplar la puesta de sol: estallidos de luz, fuegos fatuos, el cielo incendiándose, los púrpuras y los corales, y de pronto ¡la oscuridad!. ¿Le sorprende que le hable de las puestas de sol en Puerto Cabello?. Es que las miraba cada tarde, rabiando por no estar a su lado combatiendo al general Monteverde, Entonces, tronaron los cañones de la fortaleza. Le pedí auxilio en un parte de guerra. El que al parecer le llegó con retraso. Pero sólo supe entonces que no había respuesta. Desesperado partí a Caracas... y allí me dan la noticia de su capitulación “vergonzosa”.
Miranda: ¿No pasó por su mente el que se tratara de una “vergonzosa calumnia”?
Bolívar: (Encogido y avergonzado, balbucea)... de su capitulación y de la masacre de soldados patriotas como consecuencia, y de usted, en el puerto de la Guayra, a punto de embarcarse con un baúl con oro para pasar bien sus últimos... (No puede continuar)
Miranda: Bolívar, ¡de pié!. Parece usted un hombre de rodillas. Escuche, eso de “aprendiendo a conocer a los hombres”, lo escribí por el oficialito que lo traicionó a usted en Puerto Cabello, y por todos los que se pasaban a las fuerzas enemigas. Jamás puse en duda su valor, menos aún, su lealtad. (Bolívar inicia una retirada). Aguarde (Lo detiene con el gesto). Hay que ir hasta el fin. De otro modo de nada le serviría su “Vía Crucis”.

Bolívar vacila un instante luego se dirige a sector dormitorio y se deja caer en la mecedora, Miranda quitándose la peluca y casaca, en su personajes José se le acerca.

Bolívar: José, ¿recuerdas ese aire limpio, puro de la sierra? (Se ilumina la Plataforma de las evocaciones y suben dos campesinos y Simón (Bolívar Joven) cubierto con una vieja ruana). Estamos en los faldeos, dejamos atrás el calor agobiante de los llanos. El frío se soporta mejor. Esos hombres mechudos, bondadosos... José... íbamos hacia Nueva Granada.
José: (Junto al lecho como si desde ahí le hablar a Bolívar enfermo). Sí, señor. Camino de Boyacá, encontramos a dos llaneros. Uno se llamaba Iza...
Bolívar: El otro Barrantes. Cayeron los dos en el ejército de la Gran Colombia.

Oscuro sobre Bolívar y José, pasa la escena a la Plataforma,

Llanero 1: queríamos hablarle a su merced. (se miran, intimidados)
Llanero 2: bueno, que aquí lo hemos visto, mi general... así...
Llanero 1: mal trajeado, mal comido. mi nombre es iza...
Llanero 2: barrantes, para servirlo. háblele usted, compadre.
Llanero 1: queríamos formar parte de su revolución, general bolívar.
Simón: en un país llamado inglaterra, aprendí que la plebe participa en el gobierno, aunque haya un rey. La gente humilde, los campesinos, pueden pensar por sí mismos, son consultados a través de la votación para elegir a las autoridades. Si quieren enrolarse, han de saber que es lo que está en juego.
Llanero 1: (cuadrándose) lo que usted diga, mi general.
Simón: luchamos por la libertad de los países, pero sobre todo por la libertad del hombre. (Indicando). ¿Ven esos páramos? hay que cruzarlos. Son peligrosos, muchos no regresan.
Llanero 1: entonces ¡de allá somos, carajo!. ¡No vamos a permitir que su merced se nos quede “emparamado” en los hielos!


Oscuro en la Plataforma. Sube la luz en el sector prisión. Ahora José, como Miranda, está recostado en el camastro. Bolívar va hacia él llevando su casaca y un sable.


Miranda: (Que escribe, lo mira). ¿Qué hay?
Bolívar: Será breve... (Le tiende casaca y sable)
Miranda: Será lo que fue, Bolívar.

Toma casaca y sable y los deja sobre el camastro. Se levanta y camina unos pasos junto a Bolívar. Se detienen.

Bolívar: (Aire ausente). Cuando firmamos un armisticio para salvar vidas, ¡nos tachan de cobardes!. Si empleamos la autoridad para proteger una revolución, ¡nos llaman dictadores!. Luchamos para liberar a los hombres, pero ellos hacen mal uso de esa libertad. (Se desplazan en silencio. Luego se detienen. Bolívar parece angustiado). ¿Qué podemos hacer, General Miranda?
Miranda: Seguir adelante. (Le sonríe). ¿Qué otra cosa?
Bolívar: Después del arresto ¡lo seguí admirando!. Supe que en aquella apestosa cárcel siguió usted amando la vida.
Miranda: Mis leales amigos no me abandonaron. Estaban siempre preparando mi fuga.
Bolívar: Y siguió usted participando de los acontecimientos, atento a lo que ocurría en su patria que tan mal lo había tratado, escribiendo cartas para influenciar a otros países a favor nuestro. Continuó la lucha sin perder nunca la fe, su maravillosa fe en sus ideales de libertad, de igualdad, y más que nada ¡en la unión de nuestras repúblicas!. ¡Qué gran lección nos daba a los que habíamos reído en las calumnias que lo tenían en esa horrible prisión! (Pausa). Supe que estaba a punto de huir cuando lo derrotaron esas fiebres
Miranda: La fe... es importante, Bolívar. Nunca deje de creer en los hombres. (Con malicia) Pero ¡cuidado!. Nunca deje de “desconfiar” de ellos... (Pausa) Bien, vamos al último misterio doloroso. (Habla rápido, como resumiendo al repasar los hechos). Luego de firmar aquella capitulación que viciaron mis edecanes, me dirijo al puerto de la Guayra. Mi barco espera en la rada. Llega usted, furioso, desde Caracas y... corríjame, si me equivoco, pide que me fusilen. Pero los oficiales le aconsejan que nada más proceda a arrestarme... Usted...
Bolívar: (Corta, y exclama con pasión) ¿Yo...?, ¿qué?, ¡No, general Miranda!. Yo no. ¡Nada queda en mi de ese pretencioso oficialillo que quería “salvar a su patria”, oi su honor... o satisfacer su rencor ¡inmolándolo a usted!. (Desde hace un momento Simón, desde la Plataforma, observa y escucha. Al verlo de pronto, Bolívar se levanta y lo señala con el dedo). ¡El lo hará por mí!.

Le hace señas a Simón para que se acerque, él desconcertado, obedece. Bolívar se quita la casaca y le indica a al joven que se la ponga.

Bolívar: (Con sorna) Vamos, oficial Bolívar... perdón, olvidaba los galones de coronel obtenidos en su corajuda acción en Valencia... (Miranda observa divertido la escena). ¡Mi juventud me mira y no me comprende!. No me reconoce, ni yo lo reconozco. (En tono de burla a Simón). ¿Recuerdas las esplendorosas puestas de sol en Puerto Cabello, odiando al Generalísimo que no te dejó luchar en sus filas?. Bien, con ese rencor ¡vaya arrestarlo!. (Lo empuja levemente). ¡Hágalo!. Aseguran que traicionó a su patria, y es su deber arrestarlo.

Simón, casaca en las manos, lo mira atónito, y no se mueve.

Miranda: Usted Y sus grandes gestos... Bien, habrá que ir hasta el final.

Se levanta, recoge de algún lugar un pequeño farol, y se dirige hacia un rincón del escenario, al fondo. Se quita la casaca y dobla y coloca como almohada, creando una cama, y  se acomoda para dormir. Deja el farol y el sable junto a él.

Miranda: (Relata, con voz tranquila, alzándose algo, apoyado en un codo). Me sentí frustrado, pero libre de culpa, pues zarpaba a la amanecida junto con mis oficiales, según los términos de una capitulación honorable. Se trataba de un tregua para reponer fuerzas ante la crítica situación por la que atravesaba Venezuela. Ignoraba entonces que mis representantes ante el general. Monteverde habían tergiversado el sentido de las cláusulas. La víspera embarcaron a bordo de mi barco, el Saphyre”, un baúl con oro destinado a la compra de armamentos, imprescindible para que el ejército patriótico pudiese reanudar la lucha. Mi anfitrión en el Puerto, me urgía para que zarpara aquella misma noche: quizás estaba al tanto de las dichosas calumnias. Noté su nerviosismo durante la cena, pero lo atribuí a la caótica situación de nuestra patria... (Recuesta su cabeza en la almohada, deja el pequeño farol encendido junto a él)
Bolívar: Su última cena, general Miranda. Judas acechaba en las sombras, cargándose de odio, como si fuera su deber, a fin de tener el valor de arrestar qa su amado, a su admirado maestro. (A Simón que sigue inmóvil). Vamos Coronel Bolívar!. Ya amanece en la Guayra... es la hora...

Permanece quieto a un costado observando la escena siguiente...
Simón avanza, como un autómata hacia Miranda. El resonar de sus botas despierta a Miranda que se ha dormido. Se incorpora a medias

Miranda: (Restregándose los ojos). ¿Es usted, Soublette?. No veo ni un carajo. ¿Dónde está esa maldita linterna?. ¿Acaso es ya hora de embarcar? (Ha tomado la linterna y las alza, iluminando el rostro de Simón, murmura). Ah, es usted.
Simón: (Voz sorda) Su espada. Está usted arrestado. (Aclara su voz) Su espada. Es usted mi prisionero.
Miranda: ¿Su prisionero?. Ah, ya entiendo: “bochinche” otra vez. Es lo único que saben hacer en este país.

Se incorpora, se pone su casaca, le indica a Simón, para humillarlo, que recoja la espada. Salen de escena, Simón se retira con el sable y el farol. Miranda se quita sus atuendos para volver al rol de José.
José se acerca al lecho que ha estado todo el tiempo con una pequeña luz, donde se supone yace Bolívar moribundo. Bolívar, vaga por el espacio Parque.

Bolívar: José...
José: ¿Diga, mi señor?
Bolívar: Nunca arreglaste los pasaporte para viajar a Jamaica.
José: (Afectuoso, como hablando a un niño). ¿Desea regresar a la isla donde sufrió su destierro, hace ya tanto?
Bolívar: Isla de Jamaica, año de 1815. ¡Hermosos tiempos, José!. Tiempos de obligado reposo y reflexión. Me sentía tal el escultor ante el bloque de piedra sin devastar, imaginando perfecta la obra terminada. El nexo con España, cortado definitivamente, José. ¿Me estás oyendo? (José asiente). Escribí cartas y más cartas, explicando al mundo lo que éramos, pidiendo el apoyo de las naciones fuertes. Cuando el Estado es débil, los hombres vacilan, las pasiones se desatan. Surgen las divisiones ¡y el enemigo aprovecha para sacar ventaja! (Pausa) Jamaica, año de 1815: La historia de América era como una pagina en blanco. (Empieza suave, una música). ¿Me puedes oír, José?
José: (Inclinándose algo más, junto al lecho). Aquí estoy, junto austed señor, lo escucho perfectamente.

Entra Simón, esta vez viste como una estatua, con pátina en la ropa, y rigidez en su actitud. Trae un pergamino y una pluma de la época en su mano (como fijo en el gesto de escribir su famosa “Carta de Jamaica”). Otros actores entran nuevamente con sus atuendos de estatua y se quedan al fondo, o se ven atrás en silueta. Bolívar sigue, parte delantera ya un costado del espacio Parque.

Bolívar: Era el comienzo. ¡Nada podía predecirse aún sobre el destino de nuestros países. “Éramos entonces, como un pequeño género humano. Poseíamos un mundo aparte...
Bolívar: "un pequeño género humano. Poseemos un mundo aparte, cercado por los mares. Somos nuevos en casi todas las artes y las ciencias, aunque viejos en los usos y costumbres de una sociedad...”
Bolívar : “Climas y situaciones diversas dividíannuestra América”...
Bolívar: ... diversas dividen nuestra América, pero ¡qué bello sería instalar un congreso en el Istmo de Panamá. Un Congreso que representara nuestra repúblicas!. Donde se discutieran asuntos de la justicia y la libertad, de la guerra y la paz”...
Bolívar:... “con todas las naciones del orbe, Jamaica, año de 1815”.

Se desata un ambiente onírico como al inicio y junto con los murmullos y silbidos, (frases dichas en sordinas, como si las estatuas repasaran sus frases célebres”, Manuela, Hipólita y Simón Rodríguez se sitúan al pié del lecho donde José está inclinado. Bolívar permanece en su lugar desde donde a intercalado parlamentos con Simón. Un silencio.

Bolívar: General Miranda ¡yo tomé su puesto!... ¿Quién tomará el mío?

Retoma el montaje de sonidos. Sube la música incidental. la luz baja lentamente hasta el oscuro

Fin de la obra


Desarrollado por Sisib, Universidad de Chile, 2006