Soledad Lagos
 

Conferencia  dictada en la Casa Central de la Universidad de Chile con motivo de la inauguración  de los "Días de Hungría", 17 de julio de 2007.

Velas, fuego y brasas: aproximaciones a la poética de Sándor Márai en "El último encuentro"

La novela de Sándor Márai que se tradujo al castellano como "El último encuentro", se llama en el original húngaro algo así como Las velas arden hasta el cabo, un título bastante alejado de la reducción que significa el que se le dio en nuestra lengua y del cual desaparecen los elementos que operan como hilos conductores en el original: las velas, el fuego y las brasas.

Más aún, Márai cita al poeta inglés Shelley, que en el Prefacio de Alastor: Or the Spirit of Solitude, a su vez, cita a Wordsworth, de quien proviene la siguiente frase, que se encuentra en su obra The Excursion, Book 1:

"(Oh, Sir!) The good die first. And they whose hearts are dry as summer dust Burn to the socket."
"(¡Ay, Señor!) Los mejores son los primeros en morir. Y aquéllos cuyos corazones son tan secos como los restos mortales (las cenizas) del verano Arden hasta el cabo."

La traducción al alemán Die Glut, da cuenta de las asociaciones con las velas y el fuego y, aunque no es una traducción literal de la cita, sino más bien una donde se privilegió el criterio de la equivalencia por sobre la literalidad, nos remite al complejo abanico de significados que Márai despliega recurriendo a las velas del título original.

El inglés Christopher Hampton adaptó la novela para el teatro y la tituló Brasas, en una solución que más se acerca a la traducción del título al alemán que al castellano.

Teatro Camino, con Héctor Noguera a la cabeza, compró los derechos a Christopher Hampton y yo tuve el enorme placer de efectuar la traducción al castellano de la obra que en estos momentos aún está siendo representada en dicho teatro por haberse constituido en un verdadero fenómeno de público, gracias a las magistrales actuaciones de Bélgica Castro, Alejandro Sieveking y Héctor Noguera, quienes junto a Paulina Moyano y Mauricio Roa dan vida a los personajes que vemos en  escena.

Mi traducción de Embers fue Brasas, que en el caso de la puesta en escena se convirtió en El último encuentro por razones más bien prácticas, pensando en los espectadores que hubieran leído la novela en castellano.

Ustedes creerán quizás que estos datos constituyen un exceso de rigor científico y/o puede que aún no intuyan a qué viene esta introducción para la ponencia anunciada. En cualquier caso, deseo hacer hincapié en el hecho de que considero imprescindible proporcionar estas informaciones preliminares, para que ustedes sepan el lugar desde el que estoy mirando lo que estoy mirando.

Más que anécdotas o disquisiciones de una traductora que defiende su traducción de un título específico, se trata de precisiones necesarias para adentrarnos a una mirada particular, la mía, sobre la poética del notable escritor húngaro Sándor Márai.

Demás está decir que comparto esta mirada con ustedes partiendo del hecho de que se trata de una mirada posible entre muchas otras y que la misma no pretende convertirse en una válida para todos ni mucho menos ser postulada como una verdad absoluta.

Siguiendo a Edward Said en su teoría de que no existen textos inocentes, pues todos se construyen desde un lugar específico, concreto, que revela percepciones del otro o de los otros que se suelen transmitir de generación en generación y están condicionadas por la socialización, la ideología y la experiencia de los sujetos involucrados en ellas, me apresuro en aclarar que este texto que les estoy presentando como ponencia tampoco es inocente.

Pasando a la adaptación teatral, debo decir que se trata de una muy respetuosa de la escritura de Márai, por lo demás una escritura muy teatral en el caso particular de la novela de la que estoy hablando. Hampton sitúa la acción en el momento en que Henrik, el General, espera a su amigo Konrad, a quien no ha visto desde hace 41 años y con quien tiene una conversación pendiente. Durante esa espera conversa con Nini, su antigua niñera y actual ama de llaves, acerca de los detalles de la verdadera escenificación que constituirá el diálogo con su amigo, una especie de reconstitución de escena, como en las novelas policiales o en los procesos judiciales. En la versión de Hampton hay sólo tres personajes, entonces: Henrik, Konrad y Nini. En el montaje de Teatro Camino se incluyó a otros dos, los sirvientes que aparecen en la novela de Márai.

Una vez que llega Konrad, comienza la conversación largamente esperada por Henrik, pero también por Konrad. En ese texto, con estructura de monólogo que admite momentos de diálogo, pero no dialógica en el sentido convencional del término, radica toda la riqueza, pero también todo el peso de la poética de Márai. Desde el punto de vista de la teatralidad, ella está contenida en el texto, de modo que no es necesario hacer gran despliegue de la misma en el montaje. El texto se vuelve carne mediante el trabajo de los actores, que con su gestualidad corporal, con su voz, van dándole vida a este material, más cercano a una partitura, creo, que a una obra de estructura tradicional.

La complejidad del tejido textual invita a los lectores y, en el caso del montaje, a los espectadores, a participar en la develación de un secreto guardado con gran celo, develación que da paso a la revelación y que es un proceso activo, donde cada quien comienza a coescribir a través de su propia biografía y experiencia de vida la historia situada en un riquísimo universo en el que se formulan preguntas, más que en el que se ofrecen respuestas o soluciones específicas a las grandes interrogantes que se plantea el ser humano acerca al amor, la pasión, el odio, la traición, la lealtad hacia uno mismo y los demás, la venganza, la nobleza de espíritu o de alma, el honor, la honra y la amistad, sobre todo la amistad, un vínculo más fuerte incluso que el amor, de acuerdo a la definición del General.

Las velas del título original, el fuego y las brasas operan como gran metáfora de todos los elementos que enumeré anteriormente, pero también del tiempo. El subtexto de esta partitura es una reflexión descarnada sobre el tiempo y sus estragos, pero también sus ventajas, en las vidas de los amigos y la mujer que los une más allá de su muerte, Krisztina. Es sólo con el correr de los años que Henrik es capaz de reflexionar sobre lo ocurrido sin que sus pensamientos  lo destruyan y sólo el tiempo le permite ver y asumir su cuota de responsabilidad en los hechos acaecidos, lo cual en el mismo momento en que sucedieron era impensable.

Además, durante esta conversación, que será la última entre los dos amigos, arden velas, se echa al fuego el diario de vida de Krisztina, lo único que podría haber respondido a los cuestionamientos que se hace Henrik ahora en voz alta y que se ha hecho en silencio durante todos los años en que no ha visto a Konrad, y se alude a las brasas de la chimenea, como mudo testigo de una confesión que se busca, pero a la que se le teme, a la vez que se la respeta.

En el montaje no se utilizan velas como parte de la escenografía y la chimenea se vuelve una salamandra en la que se ven brasas y de la cual sale humo en el instante en que Henrik quema el diario de Krisztina. Es el momento en que ambos amigos honran la memoria de la mujer amada, como en un funeral. Es el instante del ritual. Las brasas son las cenizas de la difunta, pero también lo que queda de los recuerdos y del tiempo compartido entre ella y estos dos hombres, lo que queda de un gran amor.

Asimismo, simbolizan que después de esta conversación pendiente durante tantos años, los dos amigos pueden morir en paz: anticipan las cenizas de sus propios cuerpos, cenizas que otros honrarán o no, eso ya no importa demasiado.

Me parece interesante que Márai proporcione un retrato hablado de la mujer amada a través de los ojos de Henrik, más que de Konrad, que parece aprender algo nuevo de ella cuando formula la pregunta "¿Eso dijo?" mientras el General le relata el momento en que Krisztina entra al departamento del que Konrad se ha marchado sin despedirse de nadie y exclama: "¡El muy cobarde!".

Son esos mismos ojos, los de Henrik, que no soportan, por lo doloroso que les  resulta, contemplar el retrato o cualquier imagen de la mujer amada en el espacio  compartido. Es él quien ha ordenado descolgar un cuadro de ella y quitar todas las fotografías en que aparezca de la casa, el castillo en que sólo él ha sobrevivido a una guerra y experimenta las consecuencias de otra mientras se entrena a diario para esperar la llegada del amigo, "… afilando los recuerdos como sables"...  Para batirse en un duelo verbal mucho más peligroso que un duelo real. Se trata de una lucha más que de una guerra.

Cuando Krisztina hubiese podido hablar por sí misma, a través de su diario, el autor le confiere al personaje de Henrik el poder de decidir que es mejor que no lo haga, luego de haberle preguntado a Konrad si quiere leer el diario junto con él y por haber respondido éste que no, de modo que los lectores de la novela y los espectadores de la obra de teatro reciben percepciones fragmentadas de ella mediante la evocación de su personalidad efectuada por ojos masculinos y deben intentar completar esas percepciones por sí mismos a partir de las informaciones que reciben.

Se presenta, entonces, a una mujer que no habla, porque está muerta, pero que habla a través de los hombres que la amaron, con lo que se refuerza la imagen del misterio que aparentemente rodearía a toda mujer. Ese mismo misterio aparece en otro personaje femenino, la madre de Henrik, que él evoca y que, con motivo de la visita del Emperador al castillo de la familia del General, habría bailado con él y después explotado en llanto, pero más tarde se habría negado a contar  lo que había originado ese llanto, incluso a su propio marido.

Ambas son evocadas como mujeres de carácter, independientes, admiradas y amadas, pero también incomprendidas por los hombres a su alrededor, siendo Krisztina, además, víctima de la traición de los dos que ella más amaba en el mundo.

Nini, la mujer que reemplaza a la madre en cuanto a tareas que se esperarían más de una madre que de una niñera, como salvarle la vida a un hijo, es evocada a través de los ojos de Henrik como una joven maltratada y despreciada por su propio padre por haberse negado a revelar el nombre del padre de la criatura que esperaba, motivo por el cual llega a trabajar en el castillo y recupera  ahí la dignidad de la que los suyos la habían despojado sin ningún miramiento.

Nini es para Henrik el puntal, el centro, pero también las raíces.

A la visión patriarcal de la vida se contrapone la visión de las mujeres que deben padecerla. Ellas personifican un discurso que acoge, incluye, comprende, pero por sobre todas las cosas ama apasionadamente, sin concesiones. Ellas son la matria que hace soportable la patria.

Mucho más importante que saber efectivamente si Konrad y Krisztina fueron amantes es para Henrik saber si ella sabía que Konrad intentaría matarlo durante la cacería, es decir, si se trataba de un plan ideado en conjunto por ambos. Para Henrik la traición no es sinónimo de adulterio, tampoco es un acto: es lo que está detrás de él, la intención.

Márai nos invita a reflexionar, a intentar mirar la trama de esta historia, que podría resumirse como la de dos amigos que se reúnen después de 41 años a conversar, desde un punto de vista donde los conceptos aprendidos y transmitidos de generación en generación, como honra y honor, tendrían que ser cuestionados, porque en esa transmisión no existe la inocencia. Se trataría, entonces, de definir cada uno de los espectadores de la obra dónde radica la intención que está detrás de la perpetuación de una tradición.

Como en toda buena novela policial, las pistas van apareciendo y es preciso estar atentos para poder determinar cuáles son las verdaderas y cuáles son las falsas. Pareciera que Márai, en su calidad de demiurgo, nos dijera en El último encuentro que llegar a determinar quién es el verdadero culpable, en última instancia, carece de interés, puesto que la fragilidad del ser humano hace que cada uno de nosotros vaya forjando en su peregrinaje por la vida las convicciones a las que llega en cada etapa y creando las condiciones que lo llevan a intentar no ser culpable o, más precisamente, a liberarse de la idea de que puede serlo.

Lo que queda de esos empeños, lo que permanece es … nada más que brasas.

M. Soledad Lagos, Dr. phil. - Junio de 2007

 

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